En esta ocasión me centraré en dos actividades paralelas que conjugan la esencia de nuestras rutas literarias. Sabemos que a veces necesitamos salir a tomar aire para destrabar nuestra mente. La idea de que caminar nos hace pensar mejor o de forma diferente se encuentra profundamente arraigada desde hace muchos años; son incontables las personas (filósofos, científicos y artistas) que han practicado esta costumbre o estrategia para llevar a buen fin sus proyectos o ideas. Ahí tenemos la escuela peripatética de Aristóteles, cuyo método de enseñanza partía de paseos alrededor del Liceo en las afueras de Atenas; o a Baudelaire, el mayor representante del flâneur, aquel paseante burgués de las calles de París en el siglo XIX, la figura esencial, en palabras de Benjamin, del espectador moderno: “Su ojo abierto, su oído preparado, buscan otra cosa distinta a la que la muchedumbre viene a ver”; o a Rosario Sanmiguel en esta frontera.
Los siete textos que conforman Callejón Sucre y otros relatos (1994) de la escritora juarense tienen la particularidad de provocar que el lector entre en el interior de los personajes –en su mayoría femeninos– y recorra junto a ellos nuestra ciudad. “Paisaje en verano” contiene y concretiza a la perfección esta idea; no hay mejor ejemplo para mostrar cómo al caminar la mente y el cuerpo trabajan en conjunto, por lo que el pensamiento se vuelve un acto casi físico, rítmico.
El cuento comienza un momento antes de que Cecilia y la Gorda Molinar emprendan el camino de la Secundaria Federal No. 1 hacia sus casas, a la colonia Burócratas y Las Palmas, respectivamente, cruzando el parque Borunda con dirección hacia la Insurgentes. Una vez sola, Cecilia “ajena al ruidoso tráfico de carros y caminantes, la solitaria caminata se transformaba en una travesía imaginaria”. Así, con un cambio tipográfico, Sanmiguel introduce, en cursivas, fragmentos de las historias imaginadas por la niña; relatos con un alto grado significativo sobre los cambios (físicos y emocionales) que todo adolescente experimenta. Caminar, entonces, también sirve para escapar de nuestra realidad por momentos; es una forma de liberación. Cecilia pasaba por esa época tan turbulenta de la vida –el cuento gira en torno a la llegada de su menstruación– en la que uno quiere agotar, dice Sanmiguel, “el mundo en un día”, en la que se busca, a través de lo que sea, la comprensión “de la vida… de sus leyes y su razón de ser”. Así, con cada paso que daba, ella descubría nuevas situaciones, sensaciones y sentimientos, unos positivos y otros no.
La actitud de Cecilia también cambia. Un día, tras hacerse responsable de una broma a la maestra, la expulsan del salón. En lugar de esperar la próxima clase decide ir a recorrer las calles del centro, aquel lugar “donde el mundo, según su joven percepción, no estaba regido por ley o autoridad alguna que le impidiera sentirse libre”. Recorrió toda la 16 de Septiembre y a medida que avanzaba se sentía más libre; cuando cruzó la Cinco de Mayo –calle que divide a la ciudad en oriente y poniente– se concibió completamente dueña de sus pasos, tanto así que se animó a entrar al El Norteño, un viejo restaurant-bar ubicado en una callejuela próxima al puente, en donde “se entregó a la algazara de los gachupines que jugaban dominó, a la voracidad de los hombres, a la mirada oblicua de los trasnochados, a la mano extendida de los mendicantes que se acercaban hasta las mesas, a la desesperanza de los deportados”. Este tipo de paseos o caminatas también sirven para conocer y apropiarnos de la ciudad que habitamos; para descubrir esas cosas que a veces, por las prisas, pasan desapercibidas. Al final del relato, Cecilia vuelve a dar un paseo, ahora en bicicleta, lo cual siempre le proporcionaba una sensación liberadora… y fue justo ahí cuando, al ver a una perra parir, “sintió que de golpe develaba un misterio”.
La narración de Sanmiguel abarca situaciones que cualquiera de nosotros ha experimentado. En lo personal, su lectura me transportó a mis años preparatorianos, pues igual que Cecilia prefería caminar –quizá no en pleno verano– desde la Prepa Central hasta mi casa en una época, claro, llena de trastabilleos, dudas y rebeldía. Sin duda, la cadencia al caminar genera un tipo de ritmo del pensar. Los paisajes transitados resuenan y estimulan nuestro pensamiento. “Paisaje en verano”, un grato recorrido que la autora nos transmite a través de los pies y la imaginación de Cecilia, comprueba que lo expuesto por Rebecca Solnit: “la mente es también una especie de paisaje y… el caminar es un modo de atravesarlo”.
Amalia Rodríguez
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