Acolhuacan, durante la época prehispánica se encontraba cerca del actual Valle de Texcoco, en la ribera este del casi extinto lago de Texcoco, a poco más de una hora de la Ciudad de México. Ahora se divide en cuatro regiones principales que acogen varios poblados que a su vez cuentan con sus propios gentilicios, topografía y sistemas de gobierno independientes pero, en el pasado, todos se regían por una misma lengua impuesta por el reinado al que pertenecían (el náhuatl) y un mismo nombre dentro de ese gran territorio que ocupaban: acolhuas. El significado que se le atribuye a esta palabra es, casi literalmente, “esos que tienen antepasados que provienen del agua”, aunque también existen otras acepciones: señores o moradores del agua. Son conocidos, principalmente, por su tlatoani Ixtlilxóchitl Ometochtli, quien se casaría con Matlatzihuatzin para convertirse en los padres del poeta prehispánico más leído de todos los tiempos: Nezahualcóyotl. Del poblado se sabe poco; hay menciones poco profundas en los textos de poblaciones vecinas con las que interactuaban, pero de los acolhuas como tal no se tiene información precisa o de primera mano. Fuera de Nezahualcóyotl, no hay otra prueba que perdure sobre los habitantes de la zona.
Ya que no existe un texto concreto que se refiera a los acolhuas, haré referencia a varios libros que me parecieron interesantes y los mencionan. Para comenzar, Población y sociedad: cuatro comunidades del Acolhuacan, de Marisol Pérez Lizaur, muestra la actualidad de lo que en un pasado fue dicho territorio. En la introducción, la investigadora se ocupa de los habitantes prehispánicos y algunos de sus logros, procurando ubicar al lector con referentes actuales en un plano geográfico de lo que anteriormente fue el señorío de los “señores del agua”, con sus 11 reinos dependientes en la Cuenca de México. Además, en Nezahualcóyotl: vida y obra, José Luis Martínez dedica todo un capítulo a la descripción física del reino que el heredero al trono creó luego de levantarlo una vez más tras la batalla que lo llevó a huir durante años. El historiador hace un recuento de sus palacios, jardines e incluso las escuelas que existieron en aquel entonces. Y como es de esperarse, el nombre de su lugar de origen aparece con frecuencia en sus poemas, tales como: “Comienza ya, / canta ya / entre flores de primavera, / príncipe chichimeca, el de Acolhuacan.”
El resto son referencias mínimas en textos que mencionan al pueblo por las guerras floridas. Para muestra, figuran varios de los escritos y traducciones de Ángel María Garibay y su discípulo Miguel León-Portilla. Así, casi todo lo que se encuentra en la literatura referente a estos naturales del México prehispánico son crónicas que relatan lo que ocurría a terceros durante la época de la conquista. Su papel fue más bien de espectadores y no queda mucho, o relativamente nada, de lo que los acolhuas pudieron dejar escrito a su paso.
En Ciudad Juárez, para tristeza de los propios acolhuas, pocos saben la historia detrás del rótulo marcado en la esquina de esa calle. Muchos sólo conocen el sitio porque lo asocian con la estación de radio local, Órbita 106.7 FM, sin imaginarse la cantidad de cosas que se pueden decir respecto a ese simple nombre que nos remite a toda una cultura de nuestro lejano pasado. Actualmente, la calle Acolhuas es un punto de referencia que nos remite a la Perimetral Carlos Amaya, al conocido “Hoyo” para comprar cosas de segunda mano y la descuidada rotonda de Quetzalcóatl. También es un referente geográfico para todo aquel que conoce o vista la colonia Aztecas. Las casas que se asientan en la larguísima calle de Acolhuas se debaten el terreno familiar contra bodegas y lotes baldíos. ¿Cuántos vecinos tendrán idea del origen del nombre que aparece en la reluciente placa del lugar en el que habitan? Para finalizar, dudo que el espacio urbano coincida de alguna manera con el nombre que porta. Los acolhuas fueron guerreros sacrificados en batallas, ciudadanos que cultivaban su propia comida con las manos; el sitio industrializado de calles pavimentadas, vista desértica y pocos árboles no se asemeja al paisaje boscoso y lacustre en mitad de una cuenca, que nunca antes, como en esa época, pudo tener más vida.
Zaira Selene Montes Guzmán
Debes ser identificado introducir un comentario.