De los cimientos a nuestros días
Ignacio Esparza Marín no nació en Ciudad Juárez; sin embargo, desde su llegada en los años treinta, sintió un gran cariño y afecto por la frontera, por la manera hospitalaria en que fue recibido, la misma historia biográfica de muchas personas que llegan en busca de mejores oportunidades y ya no regresan a su lugar de origen. Juaritos adopta con premura. Así lo narra el autor en el “Preámbulo”. La Monografía histórica de Ciudad Juárez, publicada por la imprenta Lux, ubicada en la Calzada Hermanos Escobar y Honduras, se conforma por dos tomos; el primero, del que aquí me ocupo, apareció en 1986; y el segundo, cinco años después. Esparza Marín, cronista de la ciudad, nos invita a conocer la raíces de Juárez, todos aquellos sucesos históricos que le llevaron a ser el espacio que habitamos en la actualidad.
En orden cronológico, relata la vida de los primeros moradores, indígenas nómadas de los que resulta difícil rastrear las huellas de su cultura; las primeras expediciones de conquista que se realizaron por el área septentrional de la Nueva España, dirigidas por Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Juan de Oñate, Antonio de Espejo, entre algunos otros; así como el establecimiento de los primeros asentamientos en El Paso del Norte; la presencia del presidente Benito Juárez y su gabinete en 1865; y distintos sucesos relacionados con la Revolución mexicana. Así que el lector podrá localizar en la Monografía información sobre temas diversos: conquista, evangelización, rebeliones de los indios-pueblo, minería (fiebre del oro), ferrocarril, costumbres antiguas, servicios públicos como transporte, electrificación y teléfonos, la depresión económica y varios datos de amplia valía para el acervo histórico de la ciudad.
El centro de la ciudad (y también sus alrededores) es un lugar en el que encontramos vestigios de la historia, como el monumento a Benito Juárez, considerado una joya arquitectónica que data del año 1910, o la Misión de Guadalupe, fundada en 1659 por Fray García de San Francisco. El historiador también nos cuenta los problemas que hubo en Estados Unidos a causa de los irreprimibles deseos de nuestros vecinos que iban más allá de los límites morales, acudiendo a cantinas, casas de juego clandestinas y de asignación. La prohibición en Estados Unidos causó que todas esas actividades se movieran a este lado de la frontera. Así es como empezó a ganar popularidad la avenida Juárez y parte de la 16 de Septiembre, destacando lugares como el cabaret La linterna verde, el Kentucky Bar o el Keno, casa de juego ubicada en la Lerdo. Otro de los espacios que menciona la Monografía es El Chamizal, el cual fue causa de una nutrida controversia entre ambas naciones pues no acordaban a quién pertenecía este territorio, debido a las frecuentes crecientes del Río Bravo, frontera natural y antes movediza. Fue el mismo Benito Juárez quien tomó la iniciativa de reclamar esas tierras, concedidas a México hasta junio de 1962. Actualmente El Chami es el lugar de encuentro de muchas familias, quienes aprovechan los parques para organizar reuniones o festejar algún cumpleaños. El exhipódromo, nos cuenta Esparza Marín, cerró a causa de una orden del Gobierno Federal, que prohibía establecimientos que estuvieran relacionados con las apuestas. El mercado Cuauhtémoc, por su parte, tuvo gran dinámica en la depresión americana pues se vendían artículos de alfarería para los turistas estadounidenses.
Actualmente, la plaza Benito Juárez es un espacio que ha sido aprovechado por los ciudadanos como punto de reunión de diferentes expresiones culturales a través de eventos que se realizan cada fin de semana. “La primera piedra fue colocada a la cinco de la tarde del día 15 de octubre de 1909, por el General Porfirio Díaz, quien había llegado a esta población para tener una entrevista con el entonces presidente de los Estados Unidos, Mr. William H. Taft.” El Bazar del Monu es conocido por ofrecer, todos los domingos, artículos de diferente índole que tienen algún significado histórico, desde libros, discos, pinturas, artesanías, etc. La historia de Ciudad Juárez ha sobrevivido a pesar de los malos tiempos, nos da identidad y nos recuerda cómo es que surgió todo lo que conocemos hoy en día. Al caminar por las calles del centro o entrar en un bar siempre encontraremos personas dispuestas a contarnos la historia de aquellos lugares. A pesar del paso de los años (y de los incidentes que han ocurrido en su interior), el mercado Cuauhtémoc, ubicado en el cruce de las calles Vicente Guerrero y Mariscal, sigue en funcionamiento ofreciendo a sus clientes una variedad de productos herbolarios, artesanales, ropa, discos pirata, etc. Muchos de los que vivimos en esta frontera hemos comprado algún platillo en los puestos de comida. Gracias a estos espacios es posible conservar la memoria de tiempos lejanos en los que se establecieron los cimientos de la ciudad.
Daniel Malaquías
- Publicado en 16 de Septiembre, Avenida Juárez, Centro, Ciudad, El Chamizal, Misión de Guadalupe, Monumento a Benito Juárez, Vida cotidiana
Introspección en manada
“¡Hay novelas que impactan hondo!”, grité a mitad del callejón. No obtuve respuesta y a nadie convencí, pero insisto y lo confirmo ahora que escribo la misma sentencia en silencio. Quizá el impacto sea incuestionable para el autor, sobre todo cuando explora el género autobiográfico, lugar idóneo para modelar, componer y ensayar versiones de un “yo” que coincide y se desdobla en el narrador protagonista, portavoz de la materia prima de su propio ser ficticio. La novela del estrafalario y polémico abogado chicano Óscar Zeta Acosta viene a cuento y sirve de ejemplo. Sobra decir que La autobiografía de un búfalo prieto, publicada originalmente en inglés en 1972, me gustó sobremanera; podría extenderme en palabras y horas para que todos la lean. Así que en estas líneas me ciño a la agenda de nuestro proyecto y de paso ofrezco unas notas en torno de la obra. ¿Cómo se construye la espacialidad juarense y qué funciones cumple en el entramado narrativo?
Lo primero a contextualizar es que estamos frente a una novela de viaje que ocurre específicamente a lo largo de la carretera (road novel). Inicio: San Francisco. Punto de llegada: El Paso/Ciudad Juárez. Motivo: hallar las raíces de la “pinche identidad”. Durante el trayecto, e incluso antes de que comience la travesía sobre el Plymouth verde modelo 65, Óscar va dejando al descubierto su personalidad, al grado de desnudarla por completo. Por medio de interlocuciones que sostiene consigo mismo, con un par de exóticas figuras que lo acompañan como sombras o con otros personajes, el Búfalo prieto da cuenta de su condición presente bajo el filtro de las circunstancias pretéritas. Pareciera que todo impulso a sus 33 años –tiempo de revelaciones y catarsis– fuera una reacción en cadena de sus primeros pasos en el Segundo Barrio, en El Paso, o de la transición de niño a adolescente vivida en Riverbank, California. “Con la cabeza llena de drogas estimulantes, el pene marchito y una lata en la mano, mis nudillos enrojecen a causa de la firmeza con la cual sostengo el volante mientras conduzco a toda prisa a través de las montañas y el desierto en busca de mi pasado…”.
Aún falta algo más para entender a este “indio salvaje que corre destruyendo frenéticamente todo lo que encuentra a su paso”. Los años 60’s, la década de la droga (dope decade) y sus ávidos consumidores: beatniks, hippies y snobs, a quienes nuestro bisonte remeda y desprecia. No así a los estupefacientes, o a cualquier tipo de sustancia que lo incite a continuar con el viaje, tanto el que se mide en millas como el que experimenta con anfetaminas y budweiser. De hecho, La autobiografía de un búfalo prieto vio la luz solo unos meses después que Miedo y asco en Las Vegas, del escritor Hunter S. Thompson, quien aparece como el personaje de King en la novela del chicano; mientras que la desaliñada figura de Óscar Zeta Acosta, con el alias del abogado Dr. Gonzo, recorre Las Vegas junto con el periodista Raoul Duke. Cuando la palabra escrita transmite el efecto o alcance de un psicotrópico debe afinar el punto de vista de quien cuenta, así como ajustar a detalle los referentes, ya que la correlación entre el significado y su imagen se desestabiliza y zarandea a merced del alucín. Todos los personajes secundarios en La autobiografía de un búfalo prieto sirven de retén y perspectiva para asimilar un mundo que se construye sobre sus propias referencias a medida que uno avanza en la lectura.
La versión al español, a cargo de Argelia Castillo Cano, apareció 22 años después del original, en la colección Paso del Norte, del sello editorial Grijalvo, la cual publicaba “libros representativos de una minoría étnica que busca una expresión propia… un lenguaje inédito, una forma de resistencia cultural a través de la literatura”. Existen otras traducciones al castellano que ahora cuentan con buena distribución en línea, pero con escaso tino al momento de las equivalencias de sentido. La editorial Traficante de sueños, por ejemplo, titula al libro como Autobiografía de un búfalo pardo. Esta selección sobre la paleta de color marrón deja fuera la etiqueta racial del brownie y, por tanto, el sentido crucial de la obra, el cual se evidencia cuando el protagonista cruza la frontera y entra a Ciudad Juárez. En cambio, ser prieto en México aún conserva el desprecio socarrón, cuando no la designación ofensiva.
Al final del camino, en el capítulo 16, Óscar llega en autobús a El Paso, “el lugar donde nací, para ver si podía encontrar ahí lo que estaba buscando. Aún quería saber quién era realmente yo”. Sale de la céntrica estación y deambula por una topografía emocional que apenas alcanza a distinguir. El viejo cine de barrio había cedido el predio para varios establecimientos de baratijas. Las calles Durango y San Francisco cambiaron su fisonomía. Tras contener el llanto frente a la casa donde alguna vez vivió, decide abordar el tranvía con destino a Ciudad Juárez. La experiencia del cruce es fenomenal, no sólo porque todos los sentidos del narrador se aguzan, sino por los nervios que experimenta al no traer papeles para entrar al país. Cuando el agente aduanal entra al vagón, supone lo peor: “me arrestaría… por el hecho de fingir ser mexicano. ¿Existía acaso ese cargo?” El uniformado pasa de largo. Ese 9 de enero de 1968, la populosa avenida Juárez recibió al Búfalo con los brazos abiertos. “Todas las caras eran oscuras. La gama iba desde la tez morena clara hasta la piel prieta”. Música, bellas mujeres en la zona roja, bares, proxenetas y hoteles. Sin embargo, el idilio del reencuentro concluye cuando se acaban las monedas, “justo cuando creía que me había vuelto mexicano en la cama de unas rameras”. Juaritos entonces, le da un duro revés. “La ciudad del pecado y de las luces multicolores” muestra otra faceta: cárcel, escarmiento y corrupción.
Tras la faena para regresar a su país de origen, Óscar, bajo una letal pesadumbre, recurre a su hermano y le confiesa su fracaso: “un hijo de puta afirmó que yo no era mexicano, mientras que otro dijo que tampoco era norteamericano… por tanto, no tengo raíces en ninguna parte”. Durante esa llamada telefónica, en el vestíbulo el Grand Hotel del centro de El Paso, escuchó hablar del Brown Power, del poder mestizo de La Raza en East L.A., su próximo destino. “La bomba explota en mi cabeza”. Epifanía. Óscar Acosta está a punto de convertirse en Zeta, “el abogado chicano más famoso del mundo que había contribuido a dar inicio a la última revolución”, de la cual, por cierto, hay novela: La revuelta del pueblo cucaracha. El búfalo “es el animal que todo el mundo ha masacrado. Tanto los vaqueros como los indios”. El examen dentro del foro interno de la conciencia ha arrojado resultados: “me doy cuenta de que no soy mexicano ni norteamericano. Ni católico ni protestante. Soy chicano por estirpe y Búfalo Prieto por elección”. El narrador entonces, hace un llamado: “Esto es, damas y caballeros, lo que quería plantearles. A menos que permanezcamos unidos, los búfalos prietos nos extinguiremos”. Y ahora sí, a temer a las manadas.
Carlos Urani Montiel
La noche de los delincuentos
La obra de Arminé Arjona refleja a la perfección todo lo bueno y curioso (por no escribir “malo”) de nuestra humilde literatura juarense, englobando también a la crítica académica e informal y al fenómeno editorial. Por una parte, su voz poética, rica en juegos verbales e imágenes desoladoras ha contagiado hasta las paredes. Poesía que es una con la ciudad que describe. Por otra, están sus cuentos, que analizaré en los siguientes párrafos. Y finalmente está la obra que presumen las solapas de sus libros y que jamás se publica. Libros de poemas “próximos a publicarse”, una novela “inédita” e incluso una obra de teatro. Creo que solo en Juárez suceden estas cosas. Casi forma parte del hábitat literario juarense: publicaciones, autopublicaciones y promesas (que nunca se cumplen porque no hay dónde o cómo). Pero estas obras existen y rondan. Tanto así que Rocío Mejía dedica gran parte su ensayo “Crimen y castigo en Ciudad Juárez. Apuntes para una aproximación a la poética narrativa de Arminé Arjona” (2013) a un libro que Arminé le mandó por correo. O por Facebook. No conozco del todo el chisme. Ahora que está de moda comunicarse por la red, parece más atractivo mandarle un inbox a tal autor y que el susodicho nos envíe sus textos. “Inéditos”, la palabra clave, la palabra suculenta. Resulta también muy atractivo preparar una ponencia o un ensayo académico en donde estudiamos esta literatura desde nuestro enfoque teórico favorito (con citas, muchas citas, citas para llevar o ir comiendo), comprobando sorprendentemente que son pieza clave para comprender el mundo en que vivimos. Al cabo no se puede contradecir esta verdad porque nadie ha leído esas obras salvo nosotros.
Afortunadamente hoy escribiré sobre Delincuentos: historias del narcotráfico, que sí se publicó en 2005 por Al Límite Editores y se reeditó en 2009 por el Instituto Chihuahuense de la Cultura. Este libro reúne dieciséis relatos cortos que tratan, en lo general, sobre cómo las drogas (especialmente la marihuana) se han introducido en la vida de los habitantes de la ciudad. El conflicto en la gran mayoría de los cuentos se concentra en el cruce ilegal de dichas sustancias; los personajes están inmersos, como ya he mencionado, en este ambiente: son drogadictos o traficantes. Los protagonistas de estos “delincuentos” son en general mujeres de clase baja, aunque no faltan los campesinos, los inmigrantes y, por supuesto, el narcotraficante. Para Juan Carlos Martínez Prado en “La apuesta”, que funge como “noticia” a la edición de Al Límite, la narrativa de Arminé Arjona surge después de lo que él denomina “los funerales de las ideologías”. Con lo cual indicaría que esta narrativa es un ejemplo de una manera nueva de escritura fronteriza. No obstante, lo último resulta debatible porque precisamente su obra respeta siempre la estructura de una fórmula “clásica”. Lo mismo ocurre en su poesía: métrica estable y rima asonante en versos pares. En Delincuentos noto una exploración del relato en su forma más tradicional: introducción, desarrollo, nudo y desenlace sorpresivo. Todos sus textos utilizan esta fórmula y a la larga el libro se vuelve repetitivo y predecible. Quizá lo “novedoso” que encuentra Martínez Prado está en los temas (dentro del contexto de publicación, claro), pues el eje central será “la participación de la mujer en asuntos del trasiego de la droga”.
Desde la portada del libro en su primera edición, la presencia del puente y la línea se imponen como lugar insignia. En esta ubicación algunos relatos encuentran su momento climático. El objetivo será cruzar la droga a Estados Unidos y recibir un pago a cambio, como ocurre en “American, Sir” que Fabiola Román ha analizado anteriormente en Juaritos. O, mejor escrito, el objetivo será cruzar, estar del otro lado. Y finalmente, regresar con una recompensa: dinero, respeto. Un método de supervivencia. Para llegar a él, el narrador de estos relatos cambia los papeles de sus personajes en busca de un efecto inesperado.
Así, en “El acecho” el hostigador gringo que busca seducir a la solitaria mujer en realidad fue acechado por ella. Cazador cazado, como en Animal Planet: “Ándele, déjeme invitarle un trago —dice el cazador nocturno acechando a la joven mujer”. La atmósfera imaginada es la de un bar ruidoso “que exuda música norteña, sudor y baile”. En seguida se revela su ubicación: la Avenida Juárez. El nombre del bar permanecerá oculto. Lo importante, insisto, será el cruce. La mujer, después de insinuarle una posibilidad, indica: “Mira, la mera verdad me gustas mucho pero yo no quiero nada en Juárez”. Así el escape para ella y la suerte para el “güerito”. Que Juárez quede atrás. Solo una condición: él manejará el auto de ella. Al fin, ocurre: “Tras la larga fila nocturna cruzan el puente hacia El Paso sin contratiempos”. Puedo imaginar con cierta facilidad la ubicación espacial referida aquí. El puente Santa Fe. No tiene pierde. Ya en los United, frente a la farmacia de Fox Plaza, se monta el teatro. Aparece el supuesto (como diría un periodista de El Diario) cuñado de la mujer y le suelta unas cachetadas, para luego amenazar con un arma al gringo. El tipo asustado se olvida de sus técnicas de don Juan y huye del lugar. En su ausencia, el show se desmonta. Nora y el “enloquecido vaquero” logran engañar no solo al gringo sino al lector: “qué tal pasó el carro bien cargadote con todos los kilos”. El cruce fue fácil, pues era un güerito al que no iban a revisar. Y regresamos al mismo tema. La supervivencia. El cruce de las drogas a toda costa. Y que Juaritos quede atrás, con toda su porquería. Aunque las lágrimas de Nora sigan resbalando por culpa de los golpes del vaquero. Nadie es del todo feliz. Así es el negocio.
Antonio Rubio
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Caminhando pela Juárez
É impressionante o quão longe nossa mente pode nos levar durante uma longa caminhada. A canção “Caminando por la Juárez”, escrita e interpretada pelo cantor Miguel Balboa, constitui um belo exemplo de algumas das poucas caminhadas que tive a sorte de realizar pela Avenida Juárez e por algumas outras ruas do centro histórico de Ciudad Juárez. Embora o videoclipe exiba alguns flashes das ruas adjacentes à Juárez, a canção não se propõe a descrever ou mencionar aspectos da paisagem local, levando-nos ao melancólico trajeto de um amante desiludido. Ao som do violão, Balboa nos brinda com uma história de amor que poderíamos considerar frustrada pela geografia. Dois amantes separados por uma fronteira que, mesmo em tempos de uma globalização que promete um mundo plenamente integrado, é capaz de barrar uma série de fluxos e trocas. O título da canção parece se referir ao mesmo tempo a uma condição e a um desejo do eu lírico. Nos primeiros versos, temos a impressão de que se encontra caminhando rumo ao norte, com a certeza de que não será capaz de ultrapassar o limite que o divide de seu amor. Nos refrões, o repetido clamor por uma caminhada, ainda que curta, pela Juárez nos deixa claro o anseio do poeta pelo reencontro.
Na história contada pela música, alguns aspectos gerais da fronteira são sinalizados. Um deles é a seletividade de sua permeabilidade: enquanto as cartas vindas do Norte são admitidas, a travessia do autor em direção a seu amor é barrada por sua condição de ilegal. Além disso, as referências a componentes da paisagem como ‘el puente’ ou ‘el muro’, que são inicialmente contrastantes, uma vez que, via de regra, o primeiro costuma conectar e o último separar, tendem a aproximá-los: neste caso, ambos são impeditivos do reencontro entre os amantes. As metáforas se mantêm no campo das generalidades, sem referências aos aspectos particulares à Avenida Juárez ou à zona centro, o que nos leva a reforçar a ideia de que a condição deste eu lírico é a de andarilho que, ao longo de sua jornada é levado por seus pensamentos a lugares ‘más allá’ de onde pisam seus pés. Mas não tão longe. A poesia nos leva e nos traz repetidamente, sem muita regularidade, para onde o poeta está e para onde este gostaria de estar, um movimento que faz todo sentido se pensarmos nas vezes que praticamos o envolvente e dialético exercício de pensar-caminhando/caminhar-pensando.

Créditos: Diana de la Riva
O poeta brasileiro Paulo Leminski, nascido no estado sulista de Curitiba, também costumava tecer pensamentos a partir de suas andanças pelo mundo. É sua a frase: “Andar e pensar um pouco, que só sei pensar andando. Três passos e minhas pernas já estão pensando”. Os temas destes pensamentos, no caso de Leminski, foram dos mais variados e seguramente ultrapassaram os lugares onde seus pés pisavam, mas dificilmente deixaram de contemplá-los em alguma medida. Nossos pensamentos têm a capacidade incrível de voar longe durante uma caminhada qualquer, porém são dificilmente capazes se descolar inteiramente de nosso trajeto. Enquanto caminhamos e pensamos, a paisagem grita, especialmente quando estamos longe de casa, passando por terras que não conhecemos bem, que não nos pertencem. “Caminando por la Juárez” é um convite a olhar para esta porção da fronteira desde uma experiência completamente dinâmica que, no fluxo de pensamentos do andarilho lírico, constrói uma paisagem onde a passagem redentora do amante em direção a seu amor é vetada. O convite é feito por um ‘foráneo’ que, assim como eu, parece ter experimentado caminhar-pensar pela emblemática Avenida Juárez e se deixar inspirar por uma paisagem que já presenciou muitos encontros e desencontros.
Larissa Santos
- Publicado en Avenida Juárez, Frontera, puente