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22 abril, 2021

Category: calor / luz

El eterno peregrinaje

viernes, 18 septiembre 2020 por juaritosliterario

Miguel M. Méndez nació en Bisbee, Arizona, el 15 de junio de 1930. Pasó sus primeros años en su lugar de origen para luego trasladarse con el resto de su familia a una ranchería llamada El Claro, en Sonora. Debido a las penurias económicas en el hogar, su padre le enseña el oficio de albañil, una labor realizada bajo el inclemente sol del norte de México, que luego tomaría un papel fundamental en su obra narrativa. Muchos años después se traslada de nuevo a Arizona, a Tucson, donde continuará desempeñándose como albañil y leyendo literatura de manera autodidacta; gracias a lo cual decidió tomar la pluma, sin ostentar una formación académica que, con su ejemplo y trayectoria, en ocasiones sobra. Por otra parte (y sin metáforas), literalmente, levantó la Universidad de Arizona, con sus propias manos.

Llegué a su obra como no podría ser de otra manera: revisando los saldos de Fondo de Cultura Económica en la ya lejana Feria Internacional de la Lectura Yucatán (FILEY) de 2016 o 2017. Un librillo capturó mi atención por la portada y el título: El circo que se perdió en el desierto de Sonora, una novela divertidísima que muestra las vicisitudes de una compañía cirquera en el inclemente desierto de dicha entidad. Desde entonces, el autor se convirtió en uno de mis favoritos, mucho antes de mi llegada a Ciudad Juárez, así como en el mayor acercamiento hacia la literatura chicana. Pero mi intención en estas líneas no es comentar El circo,si no otra de sus novelas, la más famosa: Peregrinos de Aztlán, la cual, por momentos, tiene destellos de auténtica comedia, pero a diferencia de su otra obra, predomina aquí la desesperanza y la tragedia de los personajes que fluctúan en la línea que divide a dos países, un infame muro que uno tiene que ver para creer.

Lee aquí el texto

La novela fue publicada en 1974 bajo el sello editorial Peregrinos. Es importante señalar que fue el único libro editado por ellos, ya que el mismo autor (prácticamente) se publicó solo. La introducción, realizada también por Miguel Méndez, funciona como una declaración de intenciones. Cargada de imágenes poéticas, en ella, el novelista justifica su cometido: dar voz a los desgraciados que no tienen lugar ni en la literatura ni en las instituciones, y que son escupidos por una nación que les explota y los desprecia, pero que no puede prescindir de ellos. El mismo Méndez se asume como uno, un desafortunado heredero de los antiguos pobladores que habitaban el interminable desierto, antes de ser empujados a reservas para así poder llenar ese inmenso espacio con carritos de chilli dogs y patrullas de la migra. “Lee este libro, lector, si te place la prosa que me dicta el hablar común de los oprimidos; de lo contrario, si te ofende, no lo leas, que yo me siento por bien pagado con haberlo escrito desde mi condición de mexicano indio, espalda mojada y chicano”. También afirma que de nada le sirvió hacer un esquema sobre su novela, que ella misma se fue revelando y apareciendo ante sus ojos, ya que su material, el lenguaje, no sigue reglas académicas ni de ningún otro tipo y que, al igual que sus usuarios, toma el control del discurso y exclama las voces de los jodidos sin nombre, ni rostro, nada más un número de registro.

Hablar de una sola trama de Peregrinos de Aztlán no resulta conveniente, más acertado sería hablar de un conglomerado. Loreto Maldonado es el personaje que sirve de hilo conductor para las intervenciones de muchos otros, muy distintos entre sí, pero que comparten la característica ineludible de vivir entre la precariedad y el sufrimiento. Maldonado es un yaqui que luchó en la Revolución, cualidad que lo emparenta con otros personajes de la literatura mexicana como Artemio Cruz, magnate y potentado que logró su fortuna gracias al nuevo orden que la lucha armada trajo, y Filiberto García, de El complot mongol,coronel revolucionario devenido en sicario y enemigo mortal del comunismo. Pero a diferencia de estos personajes, no hay en la vida de Loreto honor ni gloria por participar en la Revolución, sino una cubeta con agua y un pedazo de tela para limpiar los coches a cambio de unos cuantos centavos. Aquí existe una crítica al fracaso que la Revolución representó, solo que desde el punto de vista de un pueblo indígena obligado a luchar en un acontecimiento que no buscaba su beneficio, que no le representaba. El resultado de ello es una generación de tullidos, dementes y miserables que no tienen otra opción más que dedicarse a labores minúsculas para ganarse el sustento. La tragedia de Loreto Maldonado también es la de un país que solo vio surgir otros problemas de lo que supuestamente sería su salvación.

El crisol de personajes que deambulan por las páginas de la novela es amplio. Me parecen notables las intervenciones del matrimonio Dávalos de Cocuch y de Jesús de Belén. La pareja representa a una clase social que pretende ser la salvadora de la gente, magnánimos que se regodean de su asistencia a misa y su generosidad con los menos favorecidos, pero que lograron su fortuna explotando al prójimo. Siempre vistiendo con ropa fina y acudiendo a los mejores eventos de la crema y nata, están demasiado ocupados pretendiendo ser buenas personas como para serlo en realidad. En su primer encuentro con Loreto, intentan regalarle un poco de dinero, que este no acepta por tratarse de caridad. No quería contribuir a que se sintieran buenas personas a costa suya. De Jesús de Belén, cabe señalar que lo único que tiene en común con el mesías es el nombre, ya que sus milagros, a diferencia del primero, son más falsos que los espejismos producidos por el sol. Hábil embaucador, este personaje representa las creencias populares, los muchos cultos que surgen a raíz de supuestos milagros ejecutados por personas ungidas por una divinidad que por su misma naturaleza incompatible con el yermo donde viven no podría ser falsa. Además de estos personajes, existen aquellos que muestran la vida desde el punto de vista de distintos grupos: los empleados ilegales en Estados Unidos que trabajan durante horas por una miserable paga que aun así es mucho más de lo que ganarían en sus lugares de origen, pero de la cual no pueden disfrutar porque les es retenida el tiempo suficiente para que sean deportados; niños que enferman y mueren de la manera más atroz y ridícula posible, de una gripa, por ejemplo; un hombre que ata cintas de colores en su cintura para caminar por las calles, mientras un grupo de niños se dedica a arrancárselas por diversión, generando en él la molestia natural de alguien rodeado de rapaces. Resulta tan numerosa la cantidad de personajes que conviene una lectura sosegada, con pausas y notas, ya que podríamos perdernos en el laberinto de nombres.

Lo chicano está presente en la obra de Miguel Méndez. La búsqueda de una tierra cargada de promesas y oportunidades que, desde épocas virreinales, sedujo a militares, frailes y aventureros. La posibilidad de encontrar ciudades llenas de riquezas imprevistas. Este peregrinar, al igual que el que realizaron los mexicas al fundar la Gran Tenochtitlan, está motivado por ilusiones y esperanzas de una vida mejor.

El lenguaje, cargado de albures y términos en espanglish, también configura la oralidad de este grupo de personas, capaces de moldear la lengua como plastilina para dejarla salir de sus bocas con colores y formas desconocidas. Fue el mismo autor, desafiando convenciones editoriales, quien decidió publicar la novela en español, con plena conciencia del suicidio editorial que ello implicaría: la obra de un hombre adulto, descendiente de mexicanos, sin estudios, ni apoyo institucional, con su ópera prima. Nada podría salir bien de eso y, sin embargo, lo logró, y se abrió camino en un tradición literaria en donde su narrativa resulta señera, indispensable.

Miguel Méndez falleció en Tucson, Arizona, en 2013. Dejó tras de sí una obra compleja, el reflejo de una época, de extraordinaria vigencia aún en nuestros días. Logró ser nombrado profesor emérito de la Universidad de Arizona y ganó el premio José Fuentes Mares, en 1995, por Los muertos también cuentan. En sus textos, escuchamos el hablar del chicano y también se siente el calor del inclemente sol del desierto de Sonora. Uno de sus personajes menciona en un momento: “es muy grande el sol, pesado y caliente, como para llevarlo a cuestas”. Nunca se había dicho verdad más grande.

Ulises Guzmán

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Doscientas once ballenas y un desierto

jueves, 23 enero 2020 por juaritosliterario

Desde hace tiempo, resulta casi inevitable que dentro de la literatura en México los temas de la corrupción, la violencia y la crueldad sean monedas de uso corriente, tal como lo apunta la narradora chihuahuense Liliana Pedroza en una entrevista que le realizó Vicente Alfonso. La ganadora del Premio Nacional de Cuento Joven Julio Torri 2009 presenta en varias de sus obras una crítica respecto a estos problemas sociales que continúan brotando en nuestro país. El cuentario Vida en otra parte (2009) reúne textos que poseen como factor común el confundir la realidad con la ficción de tal manera que “se amalgaman, se persiguen, en un juego de espejos en el que hombres y mujeres, sea cual sea su condición, pueden verse reflejados”. En “Samalayuca”, una de las narraciones reunidas, el personaje principal es una joven mujer, Amalia. El breve relato aborda el tema del femicidio, aunque lo hace de manera implícita gracias a su gran habilidad poética.

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Lee aquí el cuento

En la entrevista mencionada, Pedroza señaló que uno de los lugares del norte que sigue en la lucha contra las violencias de género es Ciudad Juárez, a la cual calificó como un “laboratorio de la violencia” en donde “las autoridades estatales y municipales no [hacen] nada por mejorar esta situación”. Esta empatía, sin duda, sembró la creación de su cuento. El lugar al que se refiere el título se encuentra a unos kilómetros del sur de Juárez; sin embargo, el espacio que se describe puede corresponder a cualquier sitio de la región. La zona desértica en la que se ambienta la narración, aparece insoportable por el clima en verano, a tal grado que incluso se identifica como el lugar idóneo para la violencia y la crueldad. En un inicio, Amalia describe ciertas alucinaciones que percibe a través de su ventana: doscientas once ballenas azules, tres cangrejos rojos, gaviotas y algunos caballos de mar. La protagonista evoca imágenes de animales marinos, quizá, por su apremiante necesidad de refrescarse; no obstante, todo lo que ve e imagina es, en realidad, un presagio de su desaparición sin explicación alguna. Dejará atrás “su ropa empapada de agua con sal” y unas ballenas azules (policías estatales y municipales), gaviotas (helicópteros) y caballos de mar (unidades militares) buscarán con insistencia a tres cangrejos rojos (culpables).

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Las percepciones de Amalia representan lo que tantas víctimas han deseado: búsqueda de justicia. Resulta lamentable que las autoridades de Ciudad Juárez no sean capaces ni muestren interés para resolver estas situaciones de violencia e impunidad que perjudican, principalmente, a la comunidad femenina. Sobre el tema se ha escrito e investigado mucho, desde el ámbito sociológico, periodístico y literario; los movimientos y grupos feministas trabajan día con día para exigir justicia en los casos de feminicidio y un verdadero cambio social y político que permita la eliminación de todo tipo de violencias de género. No obstante, por desgracia, las noticias continúna alimentándose de asesinatos de mujeres y pesquisas de jóvenes desaparecidas. Los casos más recientes que han cimbrado a nuestra comunidad, el de Dana Lizeth Lozano e Isabel Cabanillas, nos muestran la urgencia por generar una reflexión en torno al tipo de sociedad en la que vivimos, en donde la concientización, la empatía, la fortaleza y la solarización entre mujeres resultan imprescindibles para sobrevivir. Ya que, si bien la situación en esta frontera no ha cambiado para la comunidad femenina, aún pervive una insaciable sed de justicia y un acérrimo anhelo de que, algún día, podremos existir libremente.

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Nohemí Damián de Paz

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El cielo de Juárez

miércoles, 03 julio 2019 por juaritosliterario

Cuautla, Morelos, mayo de 1982: José Agustín, termina de escribir Ciudades desiertas, su quinta novela desde La tumba (1964), dentro del movimiento literario denominado la Onda. El argumento es el siguiente: Eligio va a buscar a su esposa Susana, quien se ha escapado sin previo aviso, aceptando una beca en Estados Unidos, en un pequeño lugar llamado Arcadia. Aburrimiento y hartazgo concentran los motivos de Susana, pero, sobre todo, desprendimiento. Eligio vuela al país del norte, para luego trasladarse “hasta el culo de mundo”, como él mismo dice, para buscar la explicación de la misteriosa partida. A su llegada al pueblo, se da cuenta que Susana mantiene una relación con un polaco corpulento y peludo, a quien en ese momento le mienta la madre y da por terminada la aventura con su esposa. Susana, por su parte, parece aceptar relativamente la llegada y el fin de su relación con el europeo. Al fin y al cabo, necesitaba un confidente a quien le podía contar todo lo que le había pasado en los “Estados Hundidos”. En ese peculiar edificio, residen, entre otros, un egipcio, unos chinos, un rumano, el polaco, un islandés y un peruano, todos escritores al igual que Susana. Eligio nos dice qué hace falta: “aunque sea un perro muerto para darle un poco de vida a ese lugar”, refiriéndose a la pulcritud de la urbe. Como en Paris, Texas, Eligio navega en su Chevrolet vega siguiendo la pista de su esposa, quien se ha escapado otra vez, pero ahora acompañada del polaco, rumbo a Chicago. Al ritmo de “Deserted Cities of the Heart” de The Cream, que, además de aparecer en el epígrafe de la obra, sirve de soundtrack, el mexicano arranca su carro entre la tormenta de nieve y se encamina a buscar a Susana. Eligio descubre dónde están y los interrumpe en la cama, en una escena donde se mezcla el amor, la excitación y el odio, para luego sacar a la escritora a punta de pistola y llevarla con él, al menos hasta que ella se vaya de nuevo.

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Lee aquí la novela

Pero antes de la segunda huida y después de comprar el Chevrolet, la pareja va a las afueras de Arcadia y, ante el asombro de su esposa por el cielo, Eligio, quien es chihuahuense, le dice que ni siquiera lo había notado; por lo tanto, no debía ser nada del otro mundo: “no es el del desierto, carajo, como en Ciudad Juárez, ése sí es cielo, no mamadas”, dice él, como con nostalgia. Recientemente la novela fue adaptada al cine; he decidido no verla. Hay personajes intrínsecamente literarios y enigmáticos, que cuando un cree haberlos conocido del todo, sorprenden… caracteres que dotan de complejidad al entramado narrativo, así como dudas respecto a los elementos que los rodean. Me refiero no solo a la condición enigmática de la mujer, sino a preguntas con profundos ecos sobre la dominación y convivencia. Personajes interesantes no por lo que dicen, sino por lo que hacen, tan bien logrados que no dan ganas de conocer otra versión de ellos. Así es Susana en Ciudades desiertas.

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Por lo menos doce colores distintos –hasta cincuenta me dice un amigo diseñador– son captados en distintas fotografías en un solo atardecer, por la artista visual Oksana Portillo. Provoca cierto orgullo ver esas imágenes, vislumbrar en ellas ese cielo del que habla Eligio: el del desierto, ecosistema que nos mata igual en invierno como en verano. Las ciudades desiertas no son lo mismo aquí que allá, ni tampoco las dunas de Samalayuca se asemejan al Zabriskie Point en el Valle de la Muerte de California. Niego ahora aquella afirmación de Arturo Belano, en Los detectives salvajes, sobre la identidad del cielo: “es igual en todas partes, las ciudades cambian, pero el cielo es el mismo”. Aunque Reyes hablaba del sol de Monterrey, Ciudad Juárez ostenta increíbles puestas de sol y amaneceres. El cielo y los zanates bajando a los cables eléctricos; el azul ahoga si lo miras de frente; por las noches aluza con estrellas sin cuento. Pero… ¿no nos engañamos? ¿Es realmente tan bello como creemos? ¿Será el único consuelo que tenemos en esta tierra de cruces sobre postes? No conozco a nadie, nacido aquí, que diga lo contrario. En la memoria de José Agustín se quedó fijo cuando visitó no solo nuestra tierra, sino también nuestro cielo.

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Crédito de fotografías: Oksana Portillo

Gibrán Lucero

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Gardea: entre Placeres y Ciudad Juárez

lunes, 20 mayo 2019 por juaritosliterario

Jesús Gardea Rocha (Ciudad Delicias 1939-Ciudad de México, 2000) fue un cuentista, novelista y poeta radicado en Ciudad Juárez por 33 años (ya he escrito antes sobre su domicilio). Descubierto por José Luis González y Jaime Labastida en 1979, publicó su primer libro con la editorial Siglo XXI, Los viernes de Lautaro. En 1993, aparece la segunda edición; seis años después, el Fondo de Cultura Económica antologa el mismo texto en la Reunión de cuentos. Los viernes de Lautaro se compone por 19 cuentos, donde los personajes son asolados por las inclemencias del desierto, de la extensión del páramo, además de ser solitarios y vengativos. Antes de participar en el XXII Concurso de Lecturas Hispanoamericanas de hace dos años, no sabía nada sobre este narrador, ni la importancia que tiene su obra en el ámbito nacional y fuera de México. Aunque como buen profeta, la voz de Gardea ha tardado para calar en la comunidad literaria del septentrión.178 Gareda cuento.jpg

En “Soliloquio del amargo”, cuento perteneciente a Los viernes de Lautaro, hay un narrador protagonista que describe el calor sofocante de una ciudad que lo castiga desde los primeros rayos. Aunque no se conoce el nombre del personaje principal, por la trama sabemos que trata de huir de Laura (su mujer); sin embargo, al salir a la calle para dirigirse al trabajo, el sol es tan fuerte que su portafolio “comienza a dorarse como un pan metido al horno”. No obstante, sigue caminando unos cuantos pasos más, a lo largo del “día mas caluroso en todo lo que va del verano”. De nada le sirven las sombras de los edificios; el calor es tan sofocante que entorpece e incomoda, por eso busca una puerta abierta para refugiarse y recuerda una tienda con ventilador, donde ha pasado varias veces. Al final, decide regresar al departamento, debido a que el aire acondicionado es su salvación y, al igual que Laura, llegará y se desnudará, aunque ella deslumbra por su ausencia. El clima lo arrulla para sucumbir de lleno en el sueño postergado.

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Lee aquí el cuento

Durante el verano, la temperatura en Ciudad Juárez roza los 40°C; en 1960, el récord reportado fue de 42. Los habitantes mantienen los aires acondicionados prendidos en sus casas, escuelas, centros de trabajos y los menos afortunados dejan ventanas y puertas abiertas para mitigar el calor durante el día. Aunque en la noche, la sensación de calor pueda descender a una mínima de 21°C, el clima  persiste y sofoca. Los juarenses de nacimiento o convicción no pueden caminar una cuadra sin asolearse, sin sudar, debido a que el sol es un “tizón caliente”; buscan la resolana, se persiguen con ansia el lugar aclimatado para sentir el fresco; algunas personas se duchan varias veces, otros compran raspas y los más aguerridos unas “frías” para combatir el calor; mientras que a la distancia el asfalto parece evaporarse como agua. Aunque las historias de Gardea ocurren en Placeres, poblado inspirado en Ciudad Delicias, y el tema de la frontera no aparezca explícitamente, menos el nombre de Ciudad Juárez, su obra trascurre en el mismo ecosistema de la urbe fronteriza, y se vincula con la soledad, el polvo, la violencia, el miedo y figuras parcas que parecen regodearse en el hastío.

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Daniel Aquino Hernández

narrativasiglo XXI
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Hermes en el desierto

lunes, 20 marzo 2017 por juaritosliterario

Guillermo Prieto dedicó su vida, desde la infancia, a realizar las labores del mismísimo Hermes: ir y venir por todas partes para transmitir el mensaje confinado. En este caso, Prieto, gracias a las diferentes labores que realizaba como persona pública (secretario, redactor de diferentes diarios, integrante de la Academia de Letrán, inspector, diputado, senador, incluso, negociante para concluir la guerra de los Tres años), pudo transmitirnos su mensaje por medio de su poesía. Fue en 1864, cuando fungía como administrador de correos para el presidente Juárez, que llega a Chihuahua a causa de los conflictos que tienen al país en completo caos. Una vez que el poeta se establece en el estado grande, se dispone a compilar su Cancionero, el cual ha llegado hasta nosotros por ser parte de la colección “Clásicos mexicanos” de la Universidad Veracruzana (1995) y editado por la doctora (maestra de casi todos) Ysla Campbell. La mayor parte de la obra incluida en el Cancionero —conformado por 51 poemas— fue escrita durante la estancia en varios lugares del estado de Chihuahua, por lo cual hay que mencionar que su poesía está marcada por las características específicas de la región. Así pues, un desierto, el brindis por la noche entre amigos, la flora y fauna, un clima bastante extremo o simplemente una región en donde nada se conoce y todo se duda, se convierten en temas principales para el poeta y su creación.

89 Prieto-Cancionero

Lee aquí algunos poemas

Aunque no todos los poemas hablan de la frontera y su ciudad —en realidad solamente uno fue escrito en honor al Paso del Norte (“Romance 1”)—, sí se puede destacar que el tema principal es la región. “Silencio y paz” habla de un pobre marinero —el poeta quizá— que está lejos de su puerto remando cada vez más hacia la misteriosa mar: “Por qué buscas audaz otras regiones, / cuando en la playa Dios te dio contento”, se pregunta el poeta quizá al darse cuenta de lo mucho que se adentra en este mar de arena que rodea no solo al Paso del Norte, sino a todo Chihuahua. Por otro lado, en “Bendito clima” se puede observar cómo todo extranjero (cualquier persona que no pertenezca al estado) sufre por las dificultades, extremidades y locuras que se viven en el clima de cualquier día en el desierto: “Bendito mil veces sea / un clima que, en sus extremos /, es la propuesta perpetua / contra los términos medios; / clima de pasión abierta, / o es la gloria o el infierno”. En fin, un sol medio despierto o dormido siempre te quema igual; un aire amargo con olor a muerte siempre toca tus cabellos y, sobre todo, un frío que mata lentamente en el desierto te hace dar cuenta que aún estás vivo. Guillermo Prieto se percató de esto a sus pocos días de convivir con un desierto: aquí nada es a medias.

89 Ocaso

Toda persona que pisa, aunque sea un poco esta ciudad, se da cuenta de lo hermosa que es por su diversidad. En Juárez hay zonas verdes para cultivar o lugares en donde solo se ve desierto en el horizonte. Escribe Prieto: “Por guardia tengo al desierto, / tengo por cerrojo el Bravo”. Dentro de la ciudad misma, Prieto descubre toda la variedad que existe por el simple hecho de ser una frontera. Un inesperado por aquello que puede ocurrir en un día con respecto al clima: “Si asoma el sol, estoy frito, / si hay hielo me agarrabato; / […] y cada gota es un charco / cuando pasajera nube / lanza la lluvia de tránsito”. Un lugar donde las diferentes culturas conviven todos los días. Están los extranjeros descansando para continuar su viaje, los que se quedan por poco o los que vivimos aquí, esperando cada sorpresa que brinda la ciudad. Guillermo Prieto probablemente se dio cuenta de la infinidad de cosas que se pueden hacer una vez que se está dentro de la ciudad, aunque no nos lo dice, quizá para que las hagamos nosotros mismos. Lo que sí hace es darnos indicios de lo que hay aquí: “Iba hablarte del invierno, / de la presa, del mercado, / de unos bailes primordiosos / en inglés y en castellano”.

89 Inundación av Juárez

Marcos Carrillo

poesíasiglo XIX
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Juaritos Literario 2021

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