Doscientas once ballenas y un desierto
Desde hace tiempo, resulta casi inevitable que dentro de la literatura en México los temas de la corrupción, la violencia y la crueldad sean monedas de uso corriente, tal como lo apunta la narradora chihuahuense Liliana Pedroza en una entrevista que le realizó Vicente Alfonso. La ganadora del Premio Nacional de Cuento Joven Julio Torri 2009 presenta en varias de sus obras una crítica respecto a estos problemas sociales que continúan brotando en nuestro país. El cuentario Vida en otra parte (2009) reúne textos que poseen como factor común el confundir la realidad con la ficción de tal manera que “se amalgaman, se persiguen, en un juego de espejos en el que hombres y mujeres, sea cual sea su condición, pueden verse reflejados”. En “Samalayuca”, una de las narraciones reunidas, el personaje principal es una joven mujer, Amalia. El breve relato aborda el tema del femicidio, aunque lo hace de manera implícita gracias a su gran habilidad poética.
En la entrevista mencionada, Pedroza señaló que uno de los lugares del norte que sigue en la lucha contra las violencias de género es Ciudad Juárez, a la cual calificó como un “laboratorio de la violencia” en donde “las autoridades estatales y municipales no [hacen] nada por mejorar esta situación”. Esta empatía, sin duda, sembró la creación de su cuento. El lugar al que se refiere el título se encuentra a unos kilómetros del sur de Juárez; sin embargo, el espacio que se describe puede corresponder a cualquier sitio de la región. La zona desértica en la que se ambienta la narración, aparece insoportable por el clima en verano, a tal grado que incluso se identifica como el lugar idóneo para la violencia y la crueldad. En un inicio, Amalia describe ciertas alucinaciones que percibe a través de su ventana: doscientas once ballenas azules, tres cangrejos rojos, gaviotas y algunos caballos de mar. La protagonista evoca imágenes de animales marinos, quizá, por su apremiante necesidad de refrescarse; no obstante, todo lo que ve e imagina es, en realidad, un presagio de su desaparición sin explicación alguna. Dejará atrás “su ropa empapada de agua con sal” y unas ballenas azules (policías estatales y municipales), gaviotas (helicópteros) y caballos de mar (unidades militares) buscarán con insistencia a tres cangrejos rojos (culpables).
Las percepciones de Amalia representan lo que tantas víctimas han deseado: búsqueda de justicia. Resulta lamentable que las autoridades de Ciudad Juárez no sean capaces ni muestren interés para resolver estas situaciones de violencia e impunidad que perjudican, principalmente, a la comunidad femenina. Sobre el tema se ha escrito e investigado mucho, desde el ámbito sociológico, periodístico y literario; los movimientos y grupos feministas trabajan día con día para exigir justicia en los casos de feminicidio y un verdadero cambio social y político que permita la eliminación de todo tipo de violencias de género. No obstante, por desgracia, las noticias continúna alimentándose de asesinatos de mujeres y pesquisas de jóvenes desaparecidas. Los casos más recientes que han cimbrado a nuestra comunidad, el de Dana Lizeth Lozano e Isabel Cabanillas, nos muestran la urgencia por generar una reflexión en torno al tipo de sociedad en la que vivimos, en donde la concientización, la empatía, la fortaleza y la solarización entre mujeres resultan imprescindibles para sobrevivir. Ya que, si bien la situación en esta frontera no ha cambiado para la comunidad femenina, aún pervive una insaciable sed de justicia y un acérrimo anhelo de que, algún día, podremos existir libremente.
Nohemí Damián de Paz
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El cielo de Juárez
Cuautla, Morelos, mayo de 1982: José Agustín, termina de escribir Ciudades desiertas, su quinta novela desde La tumba (1964), dentro del movimiento literario denominado la Onda. El argumento es el siguiente: Eligio va a buscar a su esposa Susana, quien se ha escapado sin previo aviso, aceptando una beca en Estados Unidos, en un pequeño lugar llamado Arcadia. Aburrimiento y hartazgo concentran los motivos de Susana, pero, sobre todo, desprendimiento. Eligio vuela al país del norte, para luego trasladarse “hasta el culo de mundo”, como él mismo dice, para buscar la explicación de la misteriosa partida. A su llegada al pueblo, se da cuenta que Susana mantiene una relación con un polaco corpulento y peludo, a quien en ese momento le mienta la madre y da por terminada la aventura con su esposa. Susana, por su parte, parece aceptar relativamente la llegada y el fin de su relación con el europeo. Al fin y al cabo, necesitaba un confidente a quien le podía contar todo lo que le había pasado en los “Estados Hundidos”. En ese peculiar edificio, residen, entre otros, un egipcio, unos chinos, un rumano, el polaco, un islandés y un peruano, todos escritores al igual que Susana. Eligio nos dice qué hace falta: “aunque sea un perro muerto para darle un poco de vida a ese lugar”, refiriéndose a la pulcritud de la urbe. Como en Paris, Texas, Eligio navega en su Chevrolet vega siguiendo la pista de su esposa, quien se ha escapado otra vez, pero ahora acompañada del polaco, rumbo a Chicago. Al ritmo de “Deserted Cities of the Heart” de The Cream, que, además de aparecer en el epígrafe de la obra, sirve de soundtrack, el mexicano arranca su carro entre la tormenta de nieve y se encamina a buscar a Susana. Eligio descubre dónde están y los interrumpe en la cama, en una escena donde se mezcla el amor, la excitación y el odio, para luego sacar a la escritora a punta de pistola y llevarla con él, al menos hasta que ella se vaya de nuevo.
Pero antes de la segunda huida y después de comprar el Chevrolet, la pareja va a las afueras de Arcadia y, ante el asombro de su esposa por el cielo, Eligio, quien es chihuahuense, le dice que ni siquiera lo había notado; por lo tanto, no debía ser nada del otro mundo: “no es el del desierto, carajo, como en Ciudad Juárez, ése sí es cielo, no mamadas”, dice él, como con nostalgia. Recientemente la novela fue adaptada al cine; he decidido no verla. Hay personajes intrínsecamente literarios y enigmáticos, que cuando un cree haberlos conocido del todo, sorprenden… caracteres que dotan de complejidad al entramado narrativo, así como dudas respecto a los elementos que los rodean. Me refiero no solo a la condición enigmática de la mujer, sino a preguntas con profundos ecos sobre la dominación y convivencia. Personajes interesantes no por lo que dicen, sino por lo que hacen, tan bien logrados que no dan ganas de conocer otra versión de ellos. Así es Susana en Ciudades desiertas.
Por lo menos doce colores distintos –hasta cincuenta me dice un amigo diseñador– son captados en distintas fotografías en un solo atardecer, por la artista visual Oksana Portillo. Provoca cierto orgullo ver esas imágenes, vislumbrar en ellas ese cielo del que habla Eligio: el del desierto, ecosistema que nos mata igual en invierno como en verano. Las ciudades desiertas no son lo mismo aquí que allá, ni tampoco las dunas de Samalayuca se asemejan al Zabriskie Point en el Valle de la Muerte de California. Niego ahora aquella afirmación de Arturo Belano, en Los detectives salvajes, sobre la identidad del cielo: “es igual en todas partes, las ciudades cambian, pero el cielo es el mismo”. Aunque Reyes hablaba del sol de Monterrey, Ciudad Juárez ostenta increíbles puestas de sol y amaneceres. El cielo y los zanates bajando a los cables eléctricos; el azul ahoga si lo miras de frente; por las noches aluza con estrellas sin cuento. Pero… ¿no nos engañamos? ¿Es realmente tan bello como creemos? ¿Será el único consuelo que tenemos en esta tierra de cruces sobre postes? No conozco a nadie, nacido aquí, que diga lo contrario. En la memoria de José Agustín se quedó fijo cuando visitó no solo nuestra tierra, sino también nuestro cielo.

Crédito de fotografías: Oksana Portillo
Gibrán Lucero
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Gardea: entre Placeres y Ciudad Juárez
Jesús Gardea Rocha (Ciudad Delicias 1939-Ciudad de México, 2000) fue un cuentista, novelista y poeta radicado en Ciudad Juárez por 33 años (ya he escrito antes sobre su domicilio). Descubierto por José Luis González y Jaime Labastida en 1979, publicó su primer libro con la editorial Siglo XXI, Los viernes de Lautaro. En 1993, aparece la segunda edición; seis años después, el Fondo de Cultura Económica antologa el mismo texto en la Reunión de cuentos. Los viernes de Lautaro se compone por 19 cuentos, donde los personajes son asolados por las inclemencias del desierto, de la extensión del páramo, además de ser solitarios y vengativos. Antes de participar en el XXII Concurso de Lecturas Hispanoamericanas de hace dos años, no sabía nada sobre este narrador, ni la importancia que tiene su obra en el ámbito nacional y fuera de México. Aunque como buen profeta, la voz de Gardea ha tardado para calar en la comunidad literaria del septentrión.
En “Soliloquio del amargo”, cuento perteneciente a Los viernes de Lautaro, hay un narrador protagonista que describe el calor sofocante de una ciudad que lo castiga desde los primeros rayos. Aunque no se conoce el nombre del personaje principal, por la trama sabemos que trata de huir de Laura (su mujer); sin embargo, al salir a la calle para dirigirse al trabajo, el sol es tan fuerte que su portafolio “comienza a dorarse como un pan metido al horno”. No obstante, sigue caminando unos cuantos pasos más, a lo largo del “día mas caluroso en todo lo que va del verano”. De nada le sirven las sombras de los edificios; el calor es tan sofocante que entorpece e incomoda, por eso busca una puerta abierta para refugiarse y recuerda una tienda con ventilador, donde ha pasado varias veces. Al final, decide regresar al departamento, debido a que el aire acondicionado es su salvación y, al igual que Laura, llegará y se desnudará, aunque ella deslumbra por su ausencia. El clima lo arrulla para sucumbir de lleno en el sueño postergado.
Durante el verano, la temperatura en Ciudad Juárez roza los 40°C; en 1960, el récord reportado fue de 42. Los habitantes mantienen los aires acondicionados prendidos en sus casas, escuelas, centros de trabajos y los menos afortunados dejan ventanas y puertas abiertas para mitigar el calor durante el día. Aunque en la noche, la sensación de calor pueda descender a una mínima de 21°C, el clima persiste y sofoca. Los juarenses de nacimiento o convicción no pueden caminar una cuadra sin asolearse, sin sudar, debido a que el sol es un “tizón caliente”; buscan la resolana, se persiguen con ansia el lugar aclimatado para sentir el fresco; algunas personas se duchan varias veces, otros compran raspas y los más aguerridos unas “frías” para combatir el calor; mientras que a la distancia el asfalto parece evaporarse como agua. Aunque las historias de Gardea ocurren en Placeres, poblado inspirado en Ciudad Delicias, y el tema de la frontera no aparezca explícitamente, menos el nombre de Ciudad Juárez, su obra trascurre en el mismo ecosistema de la urbe fronteriza, y se vincula con la soledad, el polvo, la violencia, el miedo y figuras parcas que parecen regodearse en el hastío.
Daniel Aquino Hernández
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Hermes en el desierto
Guillermo Prieto dedicó su vida, desde la infancia, a realizar las labores del mismísimo Hermes: ir y venir por todas partes para transmitir el mensaje confinado. En este caso, Prieto, gracias a las diferentes labores que realizaba como persona pública (secretario, redactor de diferentes diarios, integrante de la Academia de Letrán, inspector, diputado, senador, incluso, negociante para concluir la guerra de los Tres años), pudo transmitirnos su mensaje por medio de su poesía. Fue en 1864, cuando fungía como administrador de correos para el presidente Juárez, que llega a Chihuahua a causa de los conflictos que tienen al país en completo caos. Una vez que el poeta se establece en el estado grande, se dispone a compilar su Cancionero, el cual ha llegado hasta nosotros por ser parte de la colección “Clásicos mexicanos” de la Universidad Veracruzana (1995) y editado por la doctora (maestra de casi todos) Ysla Campbell. La mayor parte de la obra incluida en el Cancionero —conformado por 51 poemas— fue escrita durante la estancia en varios lugares del estado de Chihuahua, por lo cual hay que mencionar que su poesía está marcada por las características específicas de la región. Así pues, un desierto, el brindis por la noche entre amigos, la flora y fauna, un clima bastante extremo o simplemente una región en donde nada se conoce y todo se duda, se convierten en temas principales para el poeta y su creación.
Aunque no todos los poemas hablan de la frontera y su ciudad —en realidad solamente uno fue escrito en honor al Paso del Norte (“Romance 1”)—, sí se puede destacar que el tema principal es la región. “Silencio y paz” habla de un pobre marinero —el poeta quizá— que está lejos de su puerto remando cada vez más hacia la misteriosa mar: “Por qué buscas audaz otras regiones, / cuando en la playa Dios te dio contento”, se pregunta el poeta quizá al darse cuenta de lo mucho que se adentra en este mar de arena que rodea no solo al Paso del Norte, sino a todo Chihuahua. Por otro lado, en “Bendito clima” se puede observar cómo todo extranjero (cualquier persona que no pertenezca al estado) sufre por las dificultades, extremidades y locuras que se viven en el clima de cualquier día en el desierto: “Bendito mil veces sea / un clima que, en sus extremos /, es la propuesta perpetua / contra los términos medios; / clima de pasión abierta, / o es la gloria o el infierno”. En fin, un sol medio despierto o dormido siempre te quema igual; un aire amargo con olor a muerte siempre toca tus cabellos y, sobre todo, un frío que mata lentamente en el desierto te hace dar cuenta que aún estás vivo. Guillermo Prieto se percató de esto a sus pocos días de convivir con un desierto: aquí nada es a medias.
Toda persona que pisa, aunque sea un poco esta ciudad, se da cuenta de lo hermosa que es por su diversidad. En Juárez hay zonas verdes para cultivar o lugares en donde solo se ve desierto en el horizonte. Escribe Prieto: “Por guardia tengo al desierto, / tengo por cerrojo el Bravo”. Dentro de la ciudad misma, Prieto descubre toda la variedad que existe por el simple hecho de ser una frontera. Un inesperado por aquello que puede ocurrir en un día con respecto al clima: “Si asoma el sol, estoy frito, / si hay hielo me agarrabato; / […] y cada gota es un charco / cuando pasajera nube / lanza la lluvia de tránsito”. Un lugar donde las diferentes culturas conviven todos los días. Están los extranjeros descansando para continuar su viaje, los que se quedan por poco o los que vivimos aquí, esperando cada sorpresa que brinda la ciudad. Guillermo Prieto probablemente se dio cuenta de la infinidad de cosas que se pueden hacer una vez que se está dentro de la ciudad, aunque no nos lo dice, quizá para que las hagamos nosotros mismos. Lo que sí hace es darnos indicios de lo que hay aquí: “Iba hablarte del invierno, / de la presa, del mercado, / de unos bailes primordiosos / en inglés y en castellano”.
Marcos Carrillo
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