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30 marzo, 2023

Category: carro

De Ciudad Juárez a Canadá, de James Dean a Breaking Bad

miércoles, 08 enero 2020 por juaritosliterario

La novela Northern lights, del escritor juarense Ángel Valenzuela, fue publicada en octubre de 2016 bajo el sello de Casa Editorial Abismos, con un corto prólogo (como deberían ser todos), de Alberto Fuguet y un epígrafe de la canción “Half A Person”, de The Smiths. Dos amigos inician un viaje para ver las auroras boreales en Canadá, partiendo desde la zona fronteriza de Ciudad Juárez-El Paso, atravesando Estados Unidos. Los motivos en ambos son diferentes: Demetrio quiere vivir su última gran aventura antes de casarse; Andrés lo acompaña solo para estar cerca de su amigo; a él no le interesa tanto el fenómeno atmosférico, ya que se siente atraído por otra luminiscencia: “Veo el brillo en sus ojos [los de Demetrio] y es como estarlas viendo ahora mismo, las luces del norte”. Como en cualquier road movie, el playlist no puede faltar: M83, Arcade Fire, The Lumineers. Andrés, protagonista y narrador, es un joven homosexual, caviloso, inteligente e incluso romántico, que se ve a sí mismo como al Little Bastard, enfilado hacia la catástrofe, y a Demetrio como a James Dean. Su amigo, por otro lado, es alto, atlético, atractivo para la mayoría, con un carácter más relajado, que guarda la mariguana entre un libro de Lorca y otro de Baudelaire. Mientras Andrés desea visitar Marfa, debido a sus “calles viejas y polvorientas, luces extrañas en medio de la noche oscura, artistas exiliados” y por ser el lugar donde se filmó Giant, donde aparece el ya mencionado actor James Dean; “A Demetrio sólo le interesaba hacer fotos en los sitios de Breaking Bad […]. Parece que el espíritu de Jesse Pinkman se hubiera apoderado de él”.

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Lee aquí la novela

Durante el viaje van descubriendo, más que lugares inusitados, aspectos desconocidos de ellos mismos, para después reconocerse, milla a milla, de una nueva manera, llevando su amistad a cruzar fronteras en más de un sentido. Así que la frontera juega un papel muy importante en el ensamblaje de la novela; a través de ella, la voz narrativa deambula entre los recuerdos de la niñez y adolescencia con los que vamos conociendo más acerca de los protagonistas. La mayoría de estas evocaciones toman lugar en Ciudad Juárez: “Ocasionalmente nos saltábamos alguna clase y nos íbamos a tomar tecates al Chamizal”; o bien, sobre la vista del cielo en el desierto: “Salimos justo cuando comienza la puesta de sol. Delante de nosotros, la carretera y una vista incomparable: las montañas se recortan contra el cielo que de a poco va adquiriendo tonos magenta y naranja. No hay atardeceres más bonitos que los de este desierto de Chihuahua, me cae”.

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Crédito fotográfico: Oksana Portillo

El mismo paisaje también provoca reflexiones más hondas: “porque esta frontera tan puteada por los gringos, por la maquila, el narco y por el mismo gobierno todavía saca fuerzas de no sé dónde para regalarnos este espectáculo majestuoso”. Sobre los médanos, Andrés dialoga (solo en su consciencia) con su amigo: “Luego, habíamos quedado de ir a las dunas de Samalayuca un fin de semana, ¿recuerdas?”. Y sobre la afluente que divide a las ciudades, también rememora: “Cuando era niño y había día de campo, solía quedarme horas sentado frente al Río Bravo […]. Ahora el río está muy seco”. Antes, lleno de agua y ahora de cemento: “En su lugar hay un triste canal de concreto que sirve de trinchera a los mojados que huyen de la migra”, aunque algunas familias todavía acuden al río los fines de semana como antaño era tan común. Dado que Andrés nos habla de sus recuerdos en Juárez, tan cercanos a nuestro tiempo, y que, con la mención de Facebook y Google, nos damos cuenta de que la historia se ubica, aproximadamente, en la primera década de este siglo.

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Crédito fotográfico: Julio César Aguilar

Los lugares mencionados, por su parte, también corresponden acertadamente con los que nosotros vemos y/o vimos: “La Carretera Panamericana. Así se le conoce también en Juárez, aunque los afanes urbanizadores la hayan transformado en la Avenida Tecnológico”; y el Chamizal, uno de los lugares más visitados para acampar y realizar actividades de ocio. Lo mismo sucede en las dunas de Samalayuca y con el imperecedero cielo de la frontera que nos regala una preciosa vista. Andrés tiene una opinión clara sobre las fronteras: “Qué antinaturales son […]. Las físicas y las metafóricas. Me parecen obscenas. Un atentado contra la humanidad. […]. Pienso que uno mismo construye su patria.” Hacia el final, nuestro narrador se reconoce como una hormiga en un mundo gigantesco, pero a salvo, viendo lasnorthern lights: “Todo parece insignificante ante la magnitud de este espectáculo. Las fronteras, lo prejuicios. El lenguaje, incluso, me parece insignificante y absurdo”. En menos de 120 páginas, el escritor Ángel Valenzuela da espacio a la ternura, la pasión homoerótica, la vitalidad de una historia de carretera, pero, sobre todo, a la amistad de dos jóvenes que están a punto de iniciarse en la vida adulta y encuentran en este viaje la mejor ruta de escape.

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Crédito fotográfico: Oksana Portillo

Gibrán Lucero

narrativasiglo XXI
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  • Publicado en carro, Desierto, El Chamizal, Frontera, Río Bravo, Samalayuca, Viaje
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Otro Moloch norteño

miércoles, 15 mayo 2019 por juaritosliterario

La primera novela del escritor chihuahuense, Daniel Espartaco Sánchez, nos habla de una generación que creció, ansió y experimentó durante los años 90 para fracasar con estrépito en la siguiente década. Autos usados apareció a finales del 2012, al cuidado de Random House Mondadori, cuando el autor ya gozaba de cierta fama a nivel nacional. El texto se estructura en cuatro capítulos de diferente extensión, así como de desigual interés e incluso calidad, siendo las dos primeras partes las que guardan el meollo del asunto. Elías, un joven de 16 años, anhela adquirir un auto de segunda mano, símbolo de bienestar, insignia móvil de prestigio frente a amigos y señoritas. Ante preguntas trascendentales –“¿Qué quería hacer con mi vida?”– en una época en donde todo luce tan visceral, la respuesta no se presta a cavilación: “Para comenzar, nunca más caminar de noche a lo largo de la avenida Tecnológico”; él se refiere a Chihuahua capital, pero la aspiración también aplica para la metrópoli juarense: “comprar uno de aquellos automóviles norteamericanos que pasaban la frontera de manera ilegal y se vendían en el bazar debajo del puente de la avenida Vallarta”, como se hace en la Curva de los Aztecas, ahí por el Hoyo. “Autos de lujo, algunos fabricados antes de la crisis de los combustibles, fruto de una civilización que había conquistado el mundo gracias al tamaño de sus vehículos; autos que llegaron a vendernos un sueño americano reciclado y más barato”.

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Lee aquí la novela

Rescato el estilo fluido de la prosa de Espartaco, ya que aporta un tono íntimo, familiar, casi confesional. A pesar de que el espacio central de la novela no es Juárez, por lo que quedaba fuera de los objetivos de este blog, seguí leyendo. Comparto con el autor referentes y visiones de aquellos quienes disfrutaron su adolescencia en los 90’s. A través del protagonismo de Elías, recordé el idealismo de las primeras citas, la conflictiva interacción con los padres y las tragedias efímeras compartidas con los amigos. Aunque en lo particular, jamás me interesó conducir un auto, como sí lo hace el protagonista con su Ford Fairmont 1980, las voces que habitan las páginas de la novela nos hablan de una juventud con aspiraciones inmediatas –un viaje a Amarillo, Texas, por ejemplo–, de una generación que se ve amedrentada por un contexto social cambiante. Con todo, Elías se abstrae y se vuelve uno con el paisaje: “Camiones, procesión interminable que llegaba desde el norte, de lugares como Nebraska, Dakota del Norte, Colorado. Extendida sobre el valle, la ciudad era un embalse de luces heladas al pie de las minas de cal en la serranía del oriente, donde se trabajaba a todas horas y cuyas sirenas me gustaba escuchar por las noches, cuando no tenía sueño, junto con el tren que pasaba a la una y media de la madrugada en un lamento prolongado, como el de un bisonte, un animal fantástico”.

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El contraste entre décadas aludido al inicio, 1990 vs 2000, se refuerza con las coordenadas espaciales principales: norte y centro del país, polos de acción y de contraste para un personaje que abandona el terruño para probar fortuna como narrador en la capital del país, “gracias a una beca del Centro Mexicano de Escritores. Cada miércoles seis jóvenes promesas de la literatura mexicana nos sentábamos a la mesa donde estuvieron Rulfo, Arreola, Fuentes, todos los héroes de la literatura que nos dieron patria”. En este punto, la novela de crecimiento amplía su horizonte; lo que gana en geografía, lo pierde en cercanía respecto al lector. Las vivencias dejan de ser particulares; el mismo título del tercer capítulo, “Hombre que cae”, alude a la tragedia de las Torres Gemelas que el mundo vio por televisión. Un matrimonio fallido y las anécdotas de un comunista en una lejana tercera persona son el signo de la adultez de Elías, que sirve en la narración como el preámbulo de la vuelta a Chihuahua.

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«Moloch”, la última parte del libro, la de menor extensión y la más desconectada de la historia debido al registro tangencial que aporta la visión del protagonista, cede la premisa original de la novela ante la tendencia a ubicar a la bestia, signada con el 666, en territorios septentrionales. No cuestiono el poder avasallador de la violencia. La intimidad de la historia de Elías –convertido ahora en testigo–, se extiende hacia un panorama colectivo donde el país entero sufre la escalada del narcotráfico. Los daños colaterales calan en varios niveles: desde el miedo que provoca atravesar el norte por carretera, hasta el relato sobre los levantones perpetrados por el crimen organizado. La alusión a Ciudad Juárez, aunque intrascendente en la narración, no podía faltar. Rosalinda, antigua novia de Elías, reaparece en la central de autobuses de Chihuahua para ponerlo al día respecto a su tragedia familiar, enfatizando el encuentro que sostuvo cara a cara con un sicario profesional, encarnación del mal que sugiere el sentido bíblico con el que cierra la novela de Daniel Espartaco. “Las armas podían hablar en el lenguaje de la violencia y el poder, pero en la actitud del hombre había algo más escalofriante”.

Urani Montiel

narrativasiglo XXI
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Introspección en manada

jueves, 28 febrero 2019 por juaritosliterario

“¡Hay novelas que impactan hondo!”, grité a mitad del callejón. No obtuve respuesta y a nadie convencí, pero insisto y lo confirmo ahora que escribo la misma sentencia en silencio. Quizá el impacto sea incuestionable para el autor, sobre todo cuando explora el género autobiográfico, lugar idóneo para modelar, componer y ensayar versiones de un “yo” que coincide y se desdobla en el narrador protagonista, portavoz de la materia prima de su propio ser ficticio. La novela del estrafalario y polémico abogado chicano Óscar Zeta Acosta viene a cuento y sirve de ejemplo. Sobra decir que La autobiografía de un búfalo prieto, publicada originalmente en inglés en 1972, me gustó sobremanera; podría extenderme en palabras y horas para que todos la lean. Así que en estas líneas me ciño a la agenda de nuestro proyecto y de paso ofrezco unas notas en torno de la obra. ¿Cómo se construye la espacialidad juarense y qué funciones cumple en el entramado narrativo?

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Lo primero a contextualizar es que estamos frente a una novela de viaje que ocurre específicamente a lo largo de la carretera (road novel). Inicio: San Francisco. Punto de llegada: El Paso/Ciudad Juárez. Motivo: hallar las raíces de la “pinche identidad”. Durante el trayecto, e incluso antes de que comience la travesía sobre el Plymouth verde modelo 65, Óscar va dejando al descubierto su personalidad, al grado de desnudarla por completo. Por medio de interlocuciones que sostiene consigo mismo, con un par de exóticas figuras que lo acompañan como sombras o con otros personajes, el Búfalo prieto da cuenta de su condición presente bajo el filtro de las circunstancias pretéritas. Pareciera que todo impulso a sus 33 años –tiempo de revelaciones y catarsis– fuera una reacción en cadena de sus primeros pasos en el Segundo Barrio, en El Paso, o de la transición de niño a adolescente vivida en Riverbank, California. “Con la cabeza llena de drogas estimulantes, el pene marchito y una lata en la mano, mis nudillos enrojecen a causa de la firmeza con la cual sostengo el volante mientras conduzco a toda prisa a través de las montañas y el desierto en busca de mi pasado…”.169 Plymouth 65 belvedere.jpg

Aún falta algo más para entender a este “indio salvaje que corre destruyendo frenéticamente todo lo que encuentra a su paso”. Los años 60’s, la década de la droga (dope decade) y sus ávidos consumidores: beatniks, hippies y snobs, a quienes nuestro bisonte remeda y desprecia. No así a los estupefacientes, o a cualquier tipo de sustancia que lo incite a continuar con el viaje, tanto el que se mide en millas como el que experimenta con anfetaminas y budweiser. De hecho, La autobiografía de un búfalo prieto vio la luz solo unos meses después que Miedo y asco en Las Vegas, del escritor Hunter S. Thompson, quien aparece como el personaje de King en la novela del chicano; mientras que la desaliñada figura de Óscar Zeta Acosta, con el alias del abogado Dr. Gonzo, recorre Las Vegas junto con el periodista Raoul Duke. Cuando la palabra escrita transmite el efecto o alcance de un psicotrópico debe afinar el punto de vista de quien cuenta, así como ajustar a detalle los referentes, ya que la correlación entre el significado y su imagen se desestabiliza y zarandea a merced del alucín. Todos los personajes secundarios en La autobiografía de un búfalo prieto sirven de retén y perspectiva para asimilar un mundo que se construye sobre sus propias referencias a medida que uno avanza en la lectura.

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La versión al español, a cargo de Argelia Castillo Cano, apareció 22 años después del original, en la colección Paso del Norte, del sello editorial Grijalvo, la cual publicaba “libros representativos de una minoría étnica que busca una expresión propia… un lenguaje inédito, una forma de resistencia cultural a través de la literatura”. Existen otras traducciones al castellano que ahora cuentan con buena distribución en línea, pero con escaso tino al momento de las equivalencias de sentido. La editorial Traficante de sueños, por ejemplo, titula al libro como Autobiografía de un búfalo pardo. Esta selección sobre la paleta de color marrón deja fuera la etiqueta racial del brownie y, por tanto, el sentido crucial de la obra, el cual se evidencia cuando el protagonista cruza la frontera y entra a Ciudad Juárez. En cambio, ser prieto en México aún conserva el desprecio socarrón, cuando no la designación ofensiva.

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Al final del camino, en el capítulo 16, Óscar llega en autobús a El Paso, “el lugar donde nací, para ver si podía encontrar ahí lo que estaba buscando. Aún quería saber quién era realmente yo”. Sale de la céntrica estación y deambula por una topografía emocional que apenas alcanza a distinguir. El viejo cine de barrio había cedido el predio para varios establecimientos de baratijas. Las calles Durango y San Francisco cambiaron su fisonomía. Tras contener el llanto frente a la casa donde alguna vez vivió, decide abordar el tranvía con destino a Ciudad Juárez. La experiencia del cruce es fenomenal, no sólo porque todos los sentidos del narrador se aguzan, sino por los nervios que experimenta al no traer papeles para entrar al país. Cuando el agente aduanal entra al vagón, supone lo peor: “me arrestaría… por el hecho de fingir ser mexicano. ¿Existía acaso ese cargo?” El uniformado pasa de largo. Ese 9 de enero de 1968, la populosa avenida Juárez recibió al Búfalo con los brazos abiertos. “Todas las caras eran oscuras. La gama iba desde la tez morena clara hasta la piel prieta”. Música, bellas mujeres en la zona roja, bares, proxenetas y hoteles. Sin embargo, el idilio del reencuentro concluye cuando se acaban las monedas, “justo cuando creía que me había vuelto mexicano en la cama de unas rameras”. Juaritos entonces, le da un duro revés. “La ciudad del pecado y de las luces multicolores” muestra otra faceta: cárcel, escarmiento y corrupción.

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Tras la faena para regresar a su país de origen, Óscar, bajo una letal pesadumbre, recurre a su hermano y le confiesa su fracaso: “un hijo de puta afirmó que yo no era mexicano, mientras que otro dijo que tampoco era norteamericano… por tanto, no tengo raíces en ninguna parte”. Durante esa llamada telefónica, en el vestíbulo el Grand Hotel del centro de El Paso, escuchó hablar del Brown Power, del poder mestizo de La Raza en East L.A., su próximo destino. “La bomba explota en mi cabeza”. Epifanía. Óscar Acosta está a punto de convertirse en Zeta, “el abogado chicano más famoso del mundo que había contribuido a dar inicio a la última revolución”, de la cual, por cierto, hay novela: La revuelta del pueblo cucaracha. El búfalo “es el animal que todo el mundo ha masacrado. Tanto los vaqueros como los indios”. El examen dentro del foro interno de la conciencia ha arrojado resultados: “me doy cuenta de que no soy mexicano ni norteamericano. Ni católico ni protestante. Soy chicano por estirpe y Búfalo Prieto por elección”. El narrador entonces, hace un llamado: “Esto es, damas y caballeros, lo que quería plantearles. A menos que permanezcamos unidos, los búfalos prietos nos extinguiremos”. Y ahora sí, a temer a las manadas.

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Carlos Urani Montiel

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Fotorreportero encuentra cuerpo en Samalayuca

lunes, 04 diciembre 2017 por juaritosliterario

Aunque el escritor Willivaldo Delgadillo nació en Los Ángeles (1960) sus fuentes de inspiración para Garabato vienen de esta frontera en donde ahora reside. La novela, publicada por la editorial Samsara (2014), está dividida en cuatro partes; en cada una de ellas nos cuenta la historia de Basilio Muñoz, quien va a un congreso literario en Berlín a nombre de Billy Garabato, ya que éste no puedo asistir y cuyas obras Basilio desconoce (o irá conociendo); al final de las tres primeras partes se incluye una novela que, según la historia, están escritas por Billy Garabato. Una de ellas se titula De alba roja, que narra los acontecimientos por los que tuvo que pasar Pep Ramírez, un fotorreportero de El Diario de la Frontera que viaja de Juárez hasta Samalayuca “para dar cobertura a un asesinato en las dunas”.

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Lee aquí la novela dentro Garabato

Se trata de un cuerpo en el interior de un viejo auto. Pep llega primero que nadie a la escena del crimen; “Trabaja de manera apresurada” antes de que arribe la policía y los paramédicos. “Sin embargo, antes de irse cambia de lente y prácticamente se monta en el cadáver; con detenimiento ajusta el 85 mm para captar el rostro de la víctima”. Tras cumplir con su labor regresa de vuelta directo a su trabajo. Los problemas para nuestro protagonista inician cuando al día siguiente le dicen que ese cuerpo, al que fotografió el día anterior, ha desaparecido, y él es el único testigo que lo llegó a ver. El periódico, para no involucrarlo en esta seria encrucijada, decide darle unas vacaciones pero en el trascurso de los días Pep se dará cuenta que está más implicado de lo que creía.

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Probablemente en la actualidad las noticias sobre los acontecimientos que pasan en nuestra ciudad nos llegan desde distintas plataformas digitales, pero en otros tiempos el periódico impreso era el medio de comunicación, comprado comúnmente en los cruces para informarse de los últimos sucesos que habían acontecido en la ciudad. El Diario, Norte Digital, El Fronterizo, Juárez Hoy, son algunos de los periódicos que actualmente siguen dándonos las noticias (aunque se suela pensar que sólo informan desgracias) que constantemente acontecen en Ciudad Juárez. Delgadillo en su novela nos muestra las acechanzas que recorren la frontera, las cuales se parecen a la desazón que experimentamos actualmente. Estas problemáticas se convierten en encabezados para llegar hasta nosotros a través de las instituciones encargadas de publicar la información de forma periódica, veraz y oportuna, como en este caso El Diario de la Frontera, para el cual trabaja Pep, nuestro protagonista. “De alba roja”, además de mostrarnos el peligro al que se enfrenta el antiguo Paso del Norte, también nos describe el riesgo que implica el trabajo de fotorreportero. Estos problemas, por los que está pasando el periodismo en nuestra realidad, son la fuente de inspiración para la historia de Pep y su desafortunado hallazgo en las dunas.

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Quizás para muchos que viven en esta frontera ya no es novedad ver una noticia en el periódico o en el noticiero informándonos que han encontrado un cuerpo en tal lugar de la ciudad; estas notas llegan a nosotros gracias a los reporteros y/o fotógrafos que por su trabajo tienen que ir directo a la escena del crimen para tomar nota e imágenes para después dar parte al periódico en que trabajan. Muchos casos se han reportado de periodistas asesinados o que tuvieron que abandonar la ciudad porque sufrieron amenazas de muerte sólo por ejercer su trabajo que ahora es visto como uno de los oficios más peligrosos y como un ejemplo, además, de la falta de libertad de expresión a la que ellos, como voceros de la sociedad, se enfrentan. A raíz de esto, actualmente existe la Red de periodistas de Ciudad Juárez, una agrupación que se formó en 2011 para la prevención de riesgos contra periodistas y sirve como plataforma para exigir justicia a sus colegas caídos, no sólo locales, sino para todos los del país. Resulta paradójico que lo más inverosímil en “De alba roja”, no sea la diatriba experimentada por la lente del fotógrafo, sino el modelo del Volkswagen abandonado en el desierto.

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Mayra Fabiola Mendoza Muñiz

narrativasiglo XXI
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