En orden riguroso
“Botas texanas” es una crónica urbana; dentro de ella se encuentran inmersos los temas del cruce de fronteras y el feminicidio. La narradora y articulista Nadia Villafuerte, autora del texto, nació en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas en 1978. Fue becaria del FONCA y de la Fundación para las Letras Mexicanas en el 2003 y 2006 respectivamente. La crónica se narra desde una voz femenina en primera persona; la protagonista ronda los 30 años de edad y vive en El Paso, Texas. La trama se va formando mediante una visita que realiza a Ciudad Juárez con el motivo de conseguir unas botas vaqueras: “cuando me sentía sola –que era la mayor parte de las veces– me acordaba de la frase de Wilde: las mujeres tontas lloran, las inteligentes van de compras”. Luego de adquirir las dichosas botas “rústicas color chocolate” y otras cosas (un uniforme de mesera, una peluca, un libro de viaje) y de detenerse a comer cualquier cosa, cae la noche y se dispone a regresar en ruta a su casa, pero tras quedarse dormida en el autobús habría de sufrir “en orden riguroso la violación y la muerte” a manos del chofer.
La voz narrativa parece familiar, aunque va adquiriendo tintes dramáticos al final de la crónica. La acción determinante para que inicie la historia es el cruce fronterizo. Y aunque no establece a ciencia cierta si la entrada a México se hace en algún puente en especial, sí nos delinea imágenes y juicios precisos: “La frontera, no solo el traspatio en que la ciudad vecina arrojaba su escoria, sino el fundo que elegía el país para mostrar su quemadura extensa, la prueba de que las geografías revientan por las costuras”. Aparece también el centro de Juárez como otro lugar insignia en el cuerpo del relato. La caminante narra la disposición espacial a partir de su recorrido (“Recorrí el mercado, los sitios de pulgas, las plazas con mercancía de segunda”), las sensaciones producidas por varios aromas y sus predilecciones: “Prefería estar en México, prefería su sonrisa acechante en vez de quedarme en un edificio gringo cuyo orden y progreso solo conseguían deprimirme”. Sin duda, el feminicidio cae con todo su peso sobre la lectura, e ilustra el peligro en la ciudad, sobre todo a altas horas de la noche para una mujer. “El siseo del motor me extendió sus brazos y cuando me tuvo rendida, me despertó para advertirme que estaba frente a la vastedad silenciosa y bajo la noche lacada en negro”.
Al tener poco menos de un mes radicando en esta ciudad y no contar con el dominio de su geografía urbana, me ha sido difícil relacionar tangiblemente los espacios que describe Villafuerte en su texto, pero por otra parte me ha servido para ubicar dichos lugares. Desde antes de llegar a Juárez, uno ya conoce la forma en la que se ha estereotipado la urbe, tanto a nivel nacional como internacional, y dentro de los porqués aparece el feminicidio, tema que una corriente literaria ha hecho suyo. “Botas texanas” ostenta la peculiaridad e impacto que produce el giro de una crónica urbana hacia lo fantástico, al menos en el plano narrativo (y ojalá esto ocurra solo en la ficción), de un personaje que nos cuenta su experiencia juarense más allá de la muerte.
Mario Balderrama
septiembre, 2016
Un microcosmos llamado Juárez
Road To Ciudad Juárez. Crónicas y relatos de la frontera es una obra compilada, a cargo de Antonio Moreno, que apareció en la escena de las letras en 2014. Se trata de una serie de crónicas y relatos, como bien anuncia el título, desde dos perspectivas o coordenadas distintas: una exterior y otra interior; es decir, desde el extranjero y la ciudad misma. En esta ocasión, tomaré únicamente en cuenta el relato que presenta Blas García Flores, oriundo de la ciudad, titulado “La ciudad chicle y sus héroes menores”. En él, el autor abre el panorama con un diálogo de Roberto Villalobos, quien afirmaba, al caminar “por la banqueta de la López Mateos” que la ciudad bien podría ser la capital del chicle.
Después, continúa el relato con una introducción: “Ciudad Juárez 1982: Los tres de la Plaza de Armas”, donde Blas García nos presenta a “tres héroes menores apabullados por la miseria, las minusvalías corporales y una aparente locura”: Duraflex, El Guanayudita y un pintor mutilado. Estos personajes se desprenden de la realidad del autor al haber recorrido el trayecto por la calle Hidalgo hacia la escuela Jesús Urueta durante su infancia; por lo tanto, no son una construcción ficticia de una trama, más bien son una memoria latente del que toma la pluma. Cada uno son hombres con una característica principal: la desgracia. Duraflex es un mendigo funámbulo sinrazón. Guanayudita, un limosnero devoto de la Iglesia y de los gringos, además carente de los extremos de los pies. Y, por último, un paisajista mutilado especializado en acuarela.
La memoria hecha relato se presta para llevar a cabo una construcción del espacio geográfico, de la ciudad del autor, y del cual se desprende un producto literario, ya que la narración está llena de referencias a lugares de antaño y personas que alguna vez estuvieron presentes, mezclada con los recuerdos de una de las etapas más significativas de cualquier ser humano, es decir, la niñez. Es durante el trayecto recorrido del niño/escritor que observa e interioriza referentes como: mercados, la Misión y la Catedral, monumentos, la Plaza y cines. Estos últimos han sufrido bastante: el Reforma se hizo mercado; el Coliseo cambió de nombre y de programación; o simplemente se derrumbaron o abandonaron como el Premier, el Plaza y el Victoria. Suerte similar corren algunos personajes citadinos que suelen llamar la atención de los transeúntes para ser socorridos, cuando no despreciados. Posteriormente, en el texto, los espacios se exteriorizan en un ejercicio literario donde el referente urbano del autor nos permite conocer, además de reflexionar sobre un sector específico de Ciudad Juárez, el Centro, a principios de la década de los 80’s del siglo XX.
El espacio expresado por el autor me lleva a creer que trata de una literatura comprometida con la otra sociedad juarense. Con aquellos que no están llamados a cumplir una obligación con los dioses pero tampoco con los hombres. Blas García de alguna forma los revindica y les da la posición de héroes menores y ya no de marginados. No son un Hércules o Eneas, pero bien vale la pena observarlos, describirlos; en el fondo caracterizan pensamientos y sentimientos de todo transeúnte: un anhelo por encontrar la suerte, un desprecio hacia las personas y la satisfacción de continuar a pesar de las limitantes.
Cynthia Lara Avendaño
- Publicado en Centro, Ciudad, Vida cotidiana
De Mónica o el Revólver: López Landó y la Ciudad
La limitada pero bien estructurada obra de Jorge López Landó (Ciudad Juárez, 1973) incluye tanto narrativa a dos voces, como poesía que explora aspectos recurrentes en la vida de su yo lírico: las mujeres, la memoria y la ciudad. Periodista, narrador, redactor, tuitero, “Beatnik por ósmosis y licántropo por contagio”, acérrimo fanático de la Sci-Fi y de la ópera magna de George Lucas, Jorge López Landó es una de las voces frescas en la poesía juarense contemporánea. Entre sus publicaciones tenemos libros de poemas con un hilo de nomenclatura particular, el nombre de su amada: De Mónica o el revólver, Mónica odia el bossa nova (pero los fines de semana baila swing) y Mónica abre el rompecabezas de fuego (y descubre que aún hay jazz).
Su rango poético en estos libros mantiene tres ejes permanentes: la presencia femenina, la memoria y el espacio urbano en donde se desenvuelven todas las manifestaciones anteriores. Reivindicado como beatnik, la pluma de López Landó no es nada barroca, ni exhaustiva; su obra mantiene más bien la simplicidad y rebeldía de hacer de lo sencillo un acto poético. En De Mónica o el revólver (2011), por ejemplo, elabora un pastiche del poema “Walking around” de Neruda:
Allí entonces la cotidianeidad de un transeúnte fronterizo se hila en la voz poética de un migrante; esa situación de incertidumbre ante el cruce, ese eterno retorno de quien se da un baño de congestión territorial. El fondo denunciante que acaso se puede percibir inofensivo, carga consigo una alta dosis de crítica a una problemática inherente en las fronteras norteñas. El poema “Calle” del mismo libro, desciende a un grado no con la generalidad de la ciudad entera, sino solo de una parte, la calle, escenario natural citadino donde puede comenzar la decadencia o la opulencia: “¿Qué es esto si no un poco de miseria / por la cual pasar sin ser reconocido? / Basta saberse ignorado por todos / para sufrir el tiempo de espera por una puta, / por una cerveza o un camión. / Calle, reino de tiempos y olvidos, tómame una vez más”.
En la poesía de López Landó se mantiene una dinámica de reflexión, un forcejeo natural con el entorno, así como el proceso de engullimiento ante la decadencia urbana.
Paroxismos del lenguaje
Además de las asumidas referencias a la tradición beat, su verso también se difumina entre la pirotecnia lingüística de la tradición chicana. En “Reflexión de un cigarrero puchador” encontramos esa habla que caracterizó a los pachucos de otras décadas y cuya estela irradia menor brillo en la charla de hoy en día: “Vivan los tacos en la border cruzando el puente de la Juárez / donde las leidis güeritas le ponen con los mexican curios sin rajarse / nomás por mera curiosidá al estar bien pedas y aflojar un cacho de ass. / Esos tacos con harta salsa después de andar lukin for a gringa loca / pa’ ver si se arman los piquetes o ya de perdis un lenguazo”.
Aquí encontramos otros elementos significativos de la cosmovisión urbana y de la leyenda negra en la frontera: línea – güeritas – mexican curios – tacos – sexo. La secuencia semántica ayuda a determinar una crítica sistémica a la decadencia urbana. En distinta estrofa aparecen otros personajes:
En el poema “Downtown Juárez weekend motel” se aprecia una sensibilidad a la cotidianeidad urbana, a ese manto cataclísmico que representa la noche fronteriza: el intercambio de calores, el consumo de alcohol, el cuerpo como recinto de contrastes, lo inevitable, lo necesario.
Al final, la línea, el centro de la ciudad, la decadencia y la necesidad de viajar se revuelven en una misma repetición, en un hastío constante donde sólo esos lapsus de desenfreno estimulan el escape lento de la frustración, de la impotencia, del desasosiego. La ciudad en la pluma de López Landó es un entorno más allá del bien y el mal, un escenario ambivalente, contrastante, un espacio que necesita ser reflexionado a través de sus microentornos con memoria, como el construido “En el puente”: “Paso sin ver, / juro a medias / con dedos cruzados / tras la espalda. / Llego, es mi turno. / ¿Qué traes? Nada. / ¿Adónde vas? De “chopin”. / ¿De quién es el carro? Mío. / Bájate y abre el cofre, / ahora la cajuela. / Sí señor, / no señor. / Sí, señor. / Pásale. / Chinga a tu madre gringo de mierda, / ¿no sabes que hubo un tiempo / en el que Texas y otros estados / nos pertenecían?”
De Mónica o el Revólver forma parte de un tríptico en donde se exploran los recuerdos, los espacios y la mujer (aquellas que vinieron antes de la mujer). Como poeta, López Landó se abre en la expresión; su oficio mantiene la misma poética más cercana a la liturgia que a lo profano, clara influencia beat. ¿Si vendrá una cuarta? No lo sé. Eso quisiera.
Míkel F. Deltoya
- Publicado en Avenida Juárez, Centro, Ciudad, Vida cotidiana
Pancho Villa para niños (de la bola)
Pancho Villa y los niños de La Bola, de Antonio Zúñiga, forma parte, junto con Una luna de pinole, del libro Chihuahua para niños. Su estreno corrió a cargo del grupo Alborde Teatro A.C., dentro del marco del Primer Festival Chihuahua Tierra de Encuentro 2005, dirigido por Rodolfo Guerrero. La obra dramática explora el tema de la Revolución mexicana donde interviene Pancho Villa como uno de los protagonistas principales de esta lucha civil.
La construcción de la biografía del Centauro del Norte remite a una serie de imaginarios opuestos, elaborados tanto por sus defensores como por sus atacantes. Dentro de esta serie de multipersonalidades creadas desde la tradición oral, la música popular y documentos históricos, Zúñiga tiene el acierto de recrear un personaje desde la visión y el recuerdo de un pequeño. De esta forma, inusual y novedosa, se abre una panorámica donde un niño muestra a otros su propia perspectiva de la historia. El dramaturgo propone, sin prejuicios, una pluralidad en el personaje que va desde la estampa tradicional del revolucionario hasta presentarlo como un cuentacuentos. Desde este punto de vista, el teatro posibilita la resignificación de los signos existentes y las ilustraciones de monografía.
En Pancho Villa y los niños de La Bola intervienen doce personajes, pero también se hace mención de algunos animales que saltan a escena solo cuando las acotaciones o algún actor lo indican: “(Pájaro de patas rojas, pájaro de patas amarillas, pavorreal, gorrioncillo pecho amarillo, gallina con sus pollitos, garza rosa, dos gallos, búho, gallina búlica gorriones, dos cuervos, pájaro chilero, paloma mensajera, urogallo)”. Por medio de los recuerdos el viejo, el joven y el niño recrean algunos pasajes de la Revolución desde su propia perspectiva. En consecuencia, sobresalen esos pequeños detalles que es complicado que detecten los historiadores. La obra infanto-juvenil desarrolla varias historias: desde el nacimiento y niñez del protagonista; la inesperada llegada de Torcuata como amiga de Ercilia, la madre de Alfredo; el relato del pequeño José León y el de Pancho Villa dirigido a él y a otros niños; y la anécdota de Rosa, una chiquilla que juega y platica con una persona que ha sido fusilada en la calle (muy a lo Cartucho).
Para construir un relato congruente con los recuerdos de Alfredo, el protagonista, el autor se vale de algunas imágenes fotográficas representativas del movimiento revolucionario, como las de La Bola, aquellos que se sumaron a las fuerzas sin saber muy bien por qué. De esta forma se recrean estampas, a manera de álbum de recuerdos que corresponden a ese período en la historia de México, en donde Ciudad Juárez fue pieza clave, en relación con los personajes de la obra infanto-juvenil: Villa montado sobre su caballo; las mujeres que tienen sus hijos en medio del sonido de cañones (Ercilia); los niños en medio de la violencia (Rosa, José León); y la más conocida, proveniente del archivo Casasola, donde una Soldadera cuelga de un vagón de tren (Torcuata). Así, dentro de la obra, los protagonistas de la Revolución ya no son personas ajenas y anónimas; ahora tienen una cercanía y un nombre, y le ofrecen un punto de vista a la joven, quien se sitúa como actriz y espectadora frente a la historia. En consecuencia, el público joven se ve orillado a reconstruir y ajustar su posición frente al movimiento revolucionario que conoce a partir de la formalidad de la escuela.
Malú Rodríguez
- Publicado en Centro
Historias de una ciudad devastada
Adriana Candia, autora de Café cargado (2005), ha participado en varios proyectos y publicaciones relacionados con la situación de la mujer en esta franja fronteriza, por ejemplo en El silencio que la voz de todas quiebra: mujeres y víctimas de Ciudad. La sinopsis de la primera obra de la escritora juarense comienza afirmando que “En este libro de cuentos las mujeres aparecen con una vitalidad fascinante”. Sin embargo, a mi parecer, no todos los textos se centran en ellas, simplemente recorren la vida cotidiana que cualquier hombre o mujer podría tener. “Café cargado”, por ejemplo, describe la ruptura de una joven pareja en un restaurante desde el cual “Los transeúntes podían observarlos bien viniendo de la oficina de Telégrafos o de la avenida Lerdo”; un rompimiento como cualquier otro, con sus debidas lágrimas, súplicas y gritos.
Los 17 textos que componen el cuentario se dividen en dos partes: El libro de los amores imposibles y el de las obsesiones. “Ángeles y mulas” inaugura el primero; sin embargo, más que un amor imposible trata la historia de dos vidas frustradas. Gerardo y Luciana Maybé trabajan de “mulas”; él cruza droga a Estados Unidos con el estómago cargado de cápsulas llenas de heroína; ella tiene un trabajo de cuenta dinero y cada tercer día deposita en el banco millones de pesos. Ambos corren peligro constantemente, por eso sus ángeles –Miguel y Gabriel respectivamente– siempre están al pendiente de ellos. Gerardo, dentro del negocio del narcotráfico, ha llegado a su máxima realización, ya que antes de “hacerla de “mula”… no tenía ni en qué caerse muerto”; ahora posee la casa de sus sueños y “Si se pudiera medir la felicidad, diríamos que Gerardo alcanza el grado máximo en esos momentos”; mientras, su madre le sirve un plato de papas con chile colorado. En cambio, Luciana se encuentra constantemente desilusionada; no le gusta su trabajo y está enojada de vivir su día a día con miedo; toda esta rabia la descarga escribiendo siempre el mismo poema: “Mi ciudad es un campo de guerra devastado / cuerpos lacerados por venganzas y placeres. / Locos, bestias: / El poder es un demonio astuto / ¿Cómo puede alguien siquiera… / decir amor en estas tierras?”
El final de la narración, bastante trágico, ocurre en el centro de la ciudad; Miguel y Gabriel “parecen padrinos de un duelo a la espera de los batientes. El uno recargado en el arbotante del semáforo en la Avenida Juárez; el otro en el poste de la calle Francisco Villa”. Luciana debe depositar un maletín lleno de dinero en la sucursal bancaria de enfrente. Los ángeles ya saben lo que ocurrirá pero no depende de ellos salvarlos del inminente asalto: “No es mi tarea la decisión. Sobre usted pesa la justicia y la integridad… o será cosa de él”. La elección de ese “él”, un hombre cualquiera –el jovencito de la limpieza– vence a la protección divina: Gerardo, casi a punto de huir ante lo que estaba presenciando, “No llama a su ángel de la guarda, ni siquiera alcanza a ver al empleado de la limpieza del banco, un joven delgado que también lo ha visto todo y casi en el instante en que el matón de la camioneta roja saca la pistola, él corre y empuja a Gerardo sobre Luciana”.
Ahora bien, la crítica Luz Aurora Pimentel asegura que la creación de un mundo narrativo constituye un contrato de inteligibilidad, el cual dependerá de la relación entre el universo diegético (el de ficción) y el mundo real. Así, los espacios representados, al concordar con distintos modelos (del mundo social, económico, de la personalidad individual y de las relaciones entre el individuo y la sociedad) que organizan el relato, siempre significan algo. “Un texto que propone modelos-reflejo tiende a estar inscrito en espacios reconocibles, con un alto grado de referencialidad, mientras que los textos subversivos, que proponen modelos de actividad humana discordantes, tienden a distorsionar el espacio mismo sobre el cual se proyecta”. En “Ángeles y mulas”, el modelo que propone Candía se da hasta el final y no lo realiza ninguno de los personajes principales sino el chico de la limpieza del banco; por lo mismo, en la conclusión del cuento se dan las referencias espaciales más exactas.
Juárez se convierte aquí en una ciudad devastada, cuya seguridad se le va de las manos incluso a las mismas figuras celestiales. Sin embargo, la confianza en ellas no ha desaparecido por completo –quizá nunca ocurra– entre sus pobladores. Basta para comprobarlo caminar por la renovada Avenida 16 de septiembre y toparse con el “Abrazo monumental”, escultura que a la iglesia católica le resultó bastante incómoda y controversial.
Amalia Rodríguez
- Publicado en 16 de Septiembre, Centro, Muerte, Narcotráfico
Olvido, fracaso y “Plan Maestro”
“La noche no progresa. Abro un libro y pretendo poblar las horas con situaciones ajenas que me lleven de la mano, con amabilidad, por las páginas de otras vidas. Fracaso.” Estas líneas con las que inicia el cuento “Callejón Sucre” de la escritora Rosario Sanmiguel conjugan ese sentimiento que una como lectora experimenta a lo largo de los siete textos que conforman su primer cuentario: entrar en el interior de los personajes –en su mayoría femeninos– y recorrer junto a ellos la frontera entre Ciudad Juárez y El Paso (de los otros relatos ya nos ocuparemos después). Una área muy bien delimitada por la autora, ya que como ella misma afirma “es el espacio que mejor conozco”.
El protagonista de “Callejón Sucre” recorre las calles de esta ciudad a las tres y media de la madrugada pues necesita salir del hospital donde está internada desde hace tiempo Lucía; precisa hacer algo para que la noche progrese, pero “Me dirijo sin convicción hacia la avenida Lincoln. Mujeres perfumadas pasean por las calles, me hacen imposible olvidar el olor de las sábanas hervidas que envuelven el amado cuerpo de Lucía”. Se va al centro, a “la avenida Juárez colmada de bullicio, de vendedores de cigarrillos en las esquinas, de automóviles afuera de las discotecas, de trasnochadores. A ambos lados de la calle los anuncios luminosos se disputan la atención de los que deambulan en busca de un lugar donde consumir el tiempo. Yo me bajo en el Callejón Sucre, frente a la puerta del Monalisa”. Aún ahí –sobre todo ahí– le es imposible alejarse de su realidad: el baile de una bella mujer oriental le recuerda a “Lucía trepada en esa tarima. La veo danzar. Veo sus finos pies, sus tobillos esbeltos; pero también viene a mi memoria la enorme sutura que ahora le marca el vientre. Recuerdo las sondas, sueros y drenes que invaden su cuerpo”. Es decir, fracasa en su intento de olvidar aunque sea por un momento, por ello no le queda más que volver y “esperar que transcurra otra noche”.
Hace ya algunos años, desde que el Gobierno Municipal decidió “renovar” el Centro Histórico –en el 2007 se llamó Plan Maestro de Rehabilitación Social y Urbana del Centro Histórico, ahora, a partir del 2014, Plan Maestro de Desarrollo Urbano del Centro Histórico de Ciudad Juárez-, se destruyeron –“transformaron”– algunas de las calles más representativas –y “peligrosas” en cuanto a las actividades que ahí se daban– del centro de la ciudad, entre ellas La Mariscal, lugar donde se ubicaba el Monalisa (antes esquina Begonias y Santos Degollado). Sin embargo, lo que queda de esta reconfiguración del espacio urbano es nostalgia al ver lo que fue un lugar representativo de nuestro entorno convertido en terrenos vacíos. Creo que de la misma manera en que le ocurrió al personaje de “Callejón Sucre”, este intento por borrar una realidad patente fracasó: ¿Es ahora más seguro caminar por ese lugar?, ¿se han acondicionado, a partir de eso, nuevos espacios que impulsen las actividades propias de la zona Centro?, ¿con eso se rescató la memoria colectiva y recupero algún patrimonio?, ¿ha mejorado la accesibilidad y movilidad de la zona?, ¿mejoró la imagen urbana? Lo único que pasó fue que las trabajadoras sexuales, dejadas a la deriva, tuvieron que buscar un nuevo lugar dónde laborar; y que, claro, ahora es un lugar mucho más solitario y peligroso.
Como última nota es importante aclarar que el Callejón Sucre no existe como tal. Solo hay una calle llamada Antonio José de Sucre que se encuentra muy cerca del área de hospitales de la ciudad y de la avenida Lincoln.
Amalia Rodríguez
- Publicado en Avenida Juárez, Centro, Vida cotidiana