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17 abril, 2021

Category: Ciudad

De misión a presidio y del polvo a la pólvora

domingo, 03 enero 2021 por juaritosliterario

Un grupo nutrido de escritores y periodistas ofrecen en Crónica del desierto: Ciudad Juárez de 1659 a 1970 una aproximación a la evolución sufrida por el territorio norte de Chihuahua, desde la antigua misión franciscana al establecimiento de la identidad fronteriza que permanece en la actualidad. Aunque la publicación de Raúl Flores Simental, Efrén Gutiérrez Roa y Oscar Martín Vázquez Reyes fue auspiciada por el ITESM campus Juárez y la UACJ, el contenido del texto está lejos del confinamiento bibliotecario que representa un escrito especializado (aunque sí la adquisición material del libro… es inconseguible). Por el contrario, su alcance apela al mayor número de lectores posible, por lo que este blog ofrece el documento de manera íntegra. El recuento histórico establece una distancia considerable entre el receptor y el lenguaje académico. En un intento por aligerar el contenido para una audiencia más general, el texto se ve auxiliado por un resumen de trescientas palabras, aproximadamente una por cada año de historia cubierto en el libro. De igual manera, cuadros entresacados con datos de interés y citas de textos históricos otorgarán conocimiento al lector que solo se acerque con una hojeada. También con el objetivo de ser más explícitos en cuanto a la geografía, son incluidas ilustraciones de la ubicación de las misiones (jesuitas y franciscanas), de los primeros habitantes y los mercados, al igual que la división territorial contemporánea.

Lee aquí el libro

Imperaba la ignorancia sobre el norte de la Nueva España; cuanto más aumentaba esa carencia de saber, de manera proporcional se ensanchaba el caudal de misterios y leyendas sobre ese desolado territorio. Lejos de la ruta principal que nacía en la capital novohispana, los sumas, mansos y jumanos habitaban lo que se convertiría en una de las más importantes puertas septentrionales del virreinato. Impulsados al descubrimiento de ciudades ficticias, hechas de oro puro, según sus informantes, la expedición que habría de concluir en lo que hoy es Socorro, Texas, fue dirigida por Juan de Oñate. Al conquistador zacatecano le siguieron los franciscanos, orden cuyo interés social y religioso dio origen a un desarrollo considerable en la región. La misión de Nuestra Señora de Guadalupe de los Mansos del Paso del Norte, acompañada de un presidio (decenios más tarde) para mantener el orden, actuó principalmente como conexión a Santa Fe. Los siglos no le cayeron bien al asentamiento; población moderada y recursos a cuentagotas deterioraron el mantenimiento de las misiones. La violencia consumió el territorio y se temió más a los moradores originarios que al expansionismo del vecino. Así lo escriben los autores: “La inseguridad en el norte del país era tan grave que, a mediados del siglo XIX, los pobladores temían más a una ataque de los bien armados indios que a la guerra con Estados Unidos, porque los primeros contaban con armas de fuego que los hacían temibles.” Traficantes anglosajones de armas y edificios gubernamentales desatendidos adornaron el paisaje. El Paso del Norte se encaminó al periodo de reforma bajo una economía extremadamente frágil y dependiente de extranjeros.

Sin duda, los cronistas cumplen con sintetizar, de manera efectiva, decenas de años y responder en la medida de lo posible a la constante cuestión del hombre del norte en cuanto a su entorno. Si hay algo que ha de cautivar al lector de este conjunto de crónicas es la paradójica dualidad de los inmensos cambios que ha experimentado Ciudad Juárez, acompasado de la drástico alteración en la huella urbana y sus actividades económicas. De los cinco mil habitantes en tiempos de colonia a millones en la actualidad. De pequeños mercados con escasos productos a uno de los principales establecimientos de la industria maquiladora. El espacio juarense como punto de reunión de viajeros de norte a sur o viceversa. La evolución es evidente, sin embargo, salta a la vista el establecimiento de relaciones a través del tiempo. Entre los edificios apropiados en 2009 (ahora abandonados) por el ejército mexicano al terminar la cruzada contra el narco, existe contacto con las unidades de caballería ligera que, al decaer el sistema de presidios, empezaron a robar. Los traficantes de armas provenientes de Estados Unidos que abastecían a los apaches se asemejan al polémico operativo “Rápido y Furioso” que armó a cárteles mexicanos. Y principalmente el miedo de un pueblo que abandona el temor de una guerra en contra de agentes extranjeros y se sumerge en un conflicto bélico con sus propios habitantes. Pero no todo es malo… Aún se llega rápido a Santa Fe desde el norponiente de la ciudad.

Eduardo Andrés Juárez Estrada

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Subí al campanario para ondear la bandera del recuerdo

sábado, 21 noviembre 2020 por juaritosliterario

I

A los 60 años, Raúl Flores Simental (1953) publicó su primer libro: Crónicas del siglo pasado, Ciudad Juárez, su vida y su gente (UACJ). Es una obra que gira en torno a una triple convicción: a) Todo tiempo pasado es (literariamente) mejor; b) Todo lo contemporáneo es (literalmente) un fastidio; y c) Todo lo marginal (del Ayer) subsiste y resiste al Caos del nuevo milenio. Simental comenzó a publicar sus crónicas en El Fronterizo, en 1983. Su primer texto se titula: “La revendedora” (incluido en Crónicas), acerca de una mujer que compra tortillas y las vende en el Mercado Juárez. Ella es ciega y no cuenta el dinero que recibe: confía en todos. Es también símbolo de la orfandad social y la codependencia para sobrevivir. Si tales significados son demostrables, entonces las crónicas de Simental trascenderán localismos, como textos alegóricos. Simental será nuestro Georges Perec sociologizado, alquimista que convierte lo Infraordinario en Imaginario Colectivo.

II

A los 30 años, Simental creó una Voz Narrativa dedicada a rememorar el pasado y fiscalizar el presente. Si a los “Tiempos Idos” se los llevó el apocalipsis, queda el almacén de anécdotas dichas en tono de Abuelo memorioso, gracioso y regañón. Esa Voz Narrativa podría llamarse Don Retro. Lo que importa es su Expresión, su Estilo: claridad, brevedad, humor, elocuencia y empatía. ¿Cómo es Juárez para el cronista? En “De la Morfín a la Jilotepec” dice: esta es una ciudad que al crecer reduce sus distancias. En “Chaparrita y pretenciosa” anota: todo comercio cabe en una calle sabiéndolo acomodar, “así, en tan solo una cuadra, el paseante puede satisfacer su hambre, corregir su miopía, dulcificar su espíritu, arreglar sus líos con la justicia, reparar su Olivetti, desponchar su auto, hacerse un retrato al óleo o embellecerse”. En “Oculta Belleza” la ciudad es la personificación de lo feo: “chaparrona, polvorienta, plantada en el desierto y con un clima difícil de aguantar”, pero la gente llega y se queda, se va quedando (concluye). En “Primavera y otoño”, nos recuerda el cronista, el ecosistema es también caprichoso: se empeña en modificar sus ciclos estacionales: “la primavera entra cuando le da su gana, el invierno se despide a la hora en que se le ocurre, el verano se prolonga varios meses y el otoño parece haber desaparecido”. Y en “Capirotada”, la amada Ciudad es un escaparate kitsch: Gobierno y burguesía han creado calles que permanecen en un estado permanente de re-destrucción, los edificios mueren sin ser terminados, el centro es un cúmulo de ruinas y monigotes que pretenden ser estatuas. Pese a ello, Simental vuelve a repetirnos: “la belleza de esta Ciudad es tan profunda y espiritual que aguanta eso y más”. Su esencia (la memoria colectiva) perdura entre las construcciones mileniard desechables: yo te saludo ciudad en permanente obra negra.

Lee aquí las crónicas

III

A la Ciudad de Don Retro, la habitan dos tipos de personajes: los del siglo pasado y los del nuevo milenio. O mejor: los tradicionalistas y los egoístas (cf. “Les vale”). Los tradicionalistas tratan bien a los marginados (cf. “Doña Lupe”), ayudan a presos, indígenas, migrantes, locos, ancianos y un largo etcétera (que incluye a perros callejeros). Los egoístas, por su parte, levantan horrores arquitectónicos, destruyen costumbres solidarias y acaban con los recursos sencillos y prácticos de una ciudad con eternas carencias. Los tradicionalistas aman la cocina popular; los egoístas comen chatarra (se agringan, se complican, se tecnifican para estar a la moda).

IV

¿Quiénes son los marginados de Juárez? Los hombres que vendían gelatinas por las calles (“De a veinte y cincuenta”); las mujeres que iban a inyectar al enfermo hasta su casa (“Jeringa y sonrisa”); las mujeres que cruzaban al El Paso para trabajar de criadas (“Fieles pasajeras”); los tríos de rancheros que iban de cantina en cantina ofreciendo una canción (“Con el viento a favor”). Esa inmensa mayoría que aparece vendiendo paletas los veranos, banderitas en septiembre, tamales y flores en noviembre, buñuelos en diciembre; esos que aparecen y desaparecen sincronizados a las estaciones y las costumbres sociales, gobernados por un “Calendario exacto” (para usar el título de la crónica).

V

El lado extremo de la pobreza: los bebitos de las que venden mercancía en puentes y avenidas. En “Y ahí seguirán”, el cronista los describe así: permaneces calladitos, inmóviles todo el día en las espaldas de sus madres que se dedican a vender baratijas por el centro y los puentes de la ciudad. Los funcionarios del Juárez Nuevo, por su parte, los quieren desterrar porque “afean a las calles y ahuyentan el turismo”. Y se valen de la fuerza represiva: “desde ese mundito silencioso y cálido, los niñitos no entienden el porqué de los gases, empujones y mentadas” de la policía. Ellos reciben los golpes destinados a sus madres y miran asombrados el nuevo mundo, ese que los saluda con el puñetazo de la modernidad.

VI

Más allá de la pobreza económica, viven los socialmente muertos: los locos, esos que vagan por las calles de Juárez. En “Loco amor”, el cronista recuerda a “la Camelia” una mujer que solía vagar por las calles de Juaritos; la vemos en el momento en que su novio se suicida, tirándose a las ruedas del tren: un drama que es parte de los mitos juarenses. En “Hijos de nadie”, los locos “aparecen un día en cualquier calle o en cualquier esquina. Pueden ir arrastrando una cobija o un bote; pueden llevar un costal a cuestas o usar tres abrigos, uno encima de otro”. Los tantos locos de la ciudad, como el que subía a los postes para saludar a los viandantes, o el que escribía mensajes ilegibles en las paredes, o el que se creía un auto veloz y corría por las calles del Pasado. Los seres que ahora son solo material de la literatura fronteriza: mitos urbanos.

VII

En las crónicas de Flores Simental, hay una buena dosis de divertimentos literarios; están (por ejemplo) los cantineros que “cuenta charras”, los expertos en “relatos fantasiosos, en anécdotas increíbles” y que tiene un público predispuestos a la carcajada fácil (cf. “Igual”). También figuran los Mitómanos de Juanga: “Por lo menos quinientos nativos de estas tierras son amigos de la hermana; otros cuatro mil conocieron alguna vez a la famosa Meche; cerca de un cuarto de millón de fronterizos lo oyeron cantar en el Noa Noa; unos cuantos –cerca de 400– conocen el lugar donde se mete cuando está de visita en esta ciudad; más de dos mil señoras platican frecuentemente con él y cerca de 86 mil juarenses reciben eventualmente una llamada suya desde donde se encuentre”. Los Mitómanos de Juanga son únicos: son nada más la ciudad entera inventando “charras” sobre su Divo cantautor.

VIII

Adriana Candia anota en su “Prólogo” que las crónicas de Flores Simental son nostálgicas y lúdicas, y que reivindican al ser social marginal. Señala que las 127 composiciones sirven de “homenaje a nuestra forma de vivir”; son una expresión de amor por Juárez. De acuerdo: gracias a su estilo, el cronista logra transmitirnos empatía por ciertos juarenses (el Ayer es Sublime, el Ahora es Caos y Amnesia). Solo la Memoria de los Infraordinarios (a la manera Perec) ondean la bandera de la nostalgia (y así resisten). §

José Manuel García-García

jmgarcia@nmsu.edu

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Always say thank you: Trini

miércoles, 04 noviembre 2020 por juaritosliterario

UNA NOVELA CHICANA DE LA PASEÑA ESTELA PORTILLO TRAMBLEY

Hasta el día 3 de agosto de 2019, El Paso, Texas era conocido por ser una de las ciudades más seguras de los Estados Unidos de América. El tiroteo, sucedido en una tienda familiar, en Walmart, dejó alrededor de veinte muertos y más de cuarenta heridos. El asesino tenía como objetivo acabar con la vida de la mayor cantidad de hispanos posible, sin importar si nacieron en territorio estadounidense o venía del otro lado del Bravo. Desde su separación de México, El Paso ha sido una ciudad mayormente poblada por inmigrantes mexicanos.

Oriunda de El Paso, Estela Portillo Trambley fue la primera autora chicana en publicar un libro que contenía y exponía su propia obra literaria. Era hija de una pareja de mexicanos que se conoció en El Paso. Él era un mecánico originario de Jalisco; y ella, una maestra de piano nacida en el estado de Chihuahua, experta en historias detectivescas. Aunque en su hogar siempre se habló en español, Estela prefirió escribir en inglés gran parte de su escritura creativa, entre estas su novela Trini, publicada en 1986, misma que narra la historia de vida de Trini, una indígena rarámuri que crece en las barrancas de la Sierra Tarahumara y, con el tiempo, se ve obligada a trabajar como empleada doméstica, sin papeles, en los Estados Unidos, para reunir suficiente dinero y comprar su propia tierra. Ella tiene la ambición de sembrar las semillas de su padre. Es posible encontrar una copia de este libro en la Universidad de Texas en El Paso, y sus manuscritos pueden consultarse en la colección Nettie Lee Benson de la Universidad de Texas en Austin, numerosas hojas escritas a máquina sin muchas correcciones.

Lee aquí el capítulo 15 de la novela

Los escenarios de la novela no son estáticos. Además de las barrancas en la serranía, Trini se desarrolla en Ciudad Juárez y El Paso, donde tiene lugar el cruce ilegal de la protagonista. En este momento de la historia, Trini se encuentra indecisa y temerosa. Acaba de confesarle a Tonio, con quien tiene una pequeña hija, que se ha embarazado de otro hombre, Sabochi, durante su ausencia. A pesar de eso, Tonio permanecerá a su lado con la promesa de que, después de trabajar un tiempo como bracero en California, regresará para ayudarla a comprar la propiedad que desea. Se despedirán en el Puente Internacional; él se llevará a la niña, y Trini caminará de regreso por la Avenida Juárez pensando en que el dinero que ambos reúnan será para la tierra y sólo para la tierra. Han acordado que ella trabajará en El Paso mientras él regresa, antes de que su embarazo se lo impida. Una vez que cruce, Trini se esfuerza arduamente a la orden de su patrona, la gringa, trapeando pisos, planchando ropa, bañando y alimentando a los niños, al tiempo que le preguntan los nombres de las cosas en español. Un día, la gringa le explica con gestos que a causa del avanzado embarazo no puede seguir trabajando en su casa. Le paga por sus servicios, le regala dos bolsas de mercado llenas de ropa y la deja en el Puente Santa Fe (el mismo por donde entró), donde le indica, también con señas, que sólo tiene que caminar para cruzar.

El Puente Internacional Paso del Norte (también llamado Santa Fe) conserva el nombre que reunió alguna vez a las ciudades hermanas de Juárez y El Paso, antes de la revolución de Texas y la consecuente cesión de territorios mexicanos nuestros vecinos. Si bien en el pasado era posible cruzar a voluntad, poco a poco se fueron endureciendo las políticas de ingreso. Se diseñaron nuevos órdenes sociales para proteger los intereses de los estadounidenses y los oficiales de migración –la border patrol– comenzaron a vigilar movimientos, actitudes y apariencias, implantando en los cuerpos y mentes de las personas una relación de poder. Los inmigrantes indocumentados no son bienvenidos. En los discursos oficiales nunca se reconocen las contribuciones de su trabajo, ocupados, como Toni, en cosechar los campos gigantescos de California, también llamada Oaxacalifornia, debido a la gran cantidad de indígenas oaxaqueños que viven en ella. Todavía es común que, con discreción, los estadounidenses contraten personas mexicanas para cuidar a sus familiares o limpiar sus casas, al igual que Trini. Cuando las personas hacen algo por uno, se acostumbra decir “Gracias”, pero eso crearía lazos y fortalecería unas relaciones que Estados Unidos cree no necesitar.

Crédito de fotografía: José Luis González

María Rascón

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Un obituario celebra nuestro horror ante la muerte

miércoles, 28 octubre 2020 por juaritosliterario

I

Mario Lugo. Empezar a morir (plaquette, 1995). La muerte, el suicido, la soledad acompañada, la miseria (in)feliz, la “pareja ideal” en la etapa de la decrepitud biológica. Lugo: experto en la reconstrucción de los Últimos Días, en la condescendencia hacia la agonía ajena (pensada como propia). Empezar a morir es una noveleta hiper-breve (27 capítulos cortos) donde el tema es un prolongado memento mori, una vaga reflexión de lo efímero que es la vida, de la decrepitud y la prolongada agonía (que cobardemente llamamos “la tercera edad”).

II

Manuel y Carmen. Carmen y Manuel, dos personajes en las cercanías de la muerte. En el primer capítulo, Lugo nos adelanta el final: ella muere de un ataque cardiaco; Manuel, tiempo después, se suicida ahorcándose (muere “con dignidad”, afirma el narrador). A partir del desenlace, los subsiguientes capítulos son un inventario de los últimos momentos de la enamorada pareja. Una reconstrucción que es documental de una depresión que es descripción cursi. Manuel y Carmen. Carmen y Manuel, sin el suicidio del viudo, sus vidas serían literariamente infraordinarias. La auto-eutanasia fue la escalera de Jacob hacia la trascendencia humana o, al menos, a su literaturización (que en medio de la pobreza, ya es ganancia).

Lee aquí la novela

III

Manuel es un personaje simple: anciano que trabaja, que se desvive por la esposa enferma, que logra reflexionar sencilleces en su jardín de fantasía (las flores ocultan su miseria espantosa). A ratos se dedica al inventario de su patio: chácharas, objetos acumulados, insectos simbólicos (“la araña pasea sobre el vacío. Como equilibrista que pisa sobre el aire en un despliegue de magia”), el calor del sol, el silencio. Carmen (por su parte) limpia la casa, le ofrece el cafecito matinal a su amado esposo (rito feliz: “Te sale muy bien, Carmen. Ella preguntaba: ¿Quieres más?”) Carmen recordando a su hijo Feliciano que lo mataron cerca de su casa (“no encontró puerta abierta”).

IV

Manuel y Carmen, durmiendo juntos (“cada apareamiento se convirtió en una señal de lejanía. Por eso al terminar se daban la espalda”). Carmen soñando (a sus años) con otro viejo amor. Manuel (a sus años) anclado en la melancolía al ver a su esposa dormida, desnuda (“la visión de un pubis pobre en pelambre y una hendidura descompuesta en una raya mal trazada, interrumpida por los labios vaginales ligeramente pálidos” que contrastaba con un recuerdo: “la visión de ese plácido lugar alguna vez excitante y delicioso… donde chupó tantas veces las ansias, frescas entonces”). Carmen y las premoniciones de su muerte: encontró sobre la cómoda la figurita de porcelana que había perdido años atrás, encontró en el colchón la última carta de su hijo, y encontró también el banquito de su (verdadero amor) Bernardino. Y días después, sufrió la caída, supo del sabor del barro de su piso recién lavado y del dolor en el pecho y del último latido de su corazón. La muerte le llegó llenándola de imágenes del pasado, fragmentos huyendo del gran almacén de los recuerdos. Luego, el vacío, la mueca senil de la muerte. La nada.

V

Empezar a morir: noveleta para alimentar la depresión, ese gris estado donde todo es mayúsculo, doloroso y recursivo. La idea seduce, pero no convence: lo sublime nace de las anécdotas de lo humilde, lo inmóvil, lo grave ante los pasos de la muerte, el resignado vivir cotidiano que es la antesala del Fin. Empezar a morir es (sobre todo) un breve y deprimente obituario. §

José Manuel García-García

(NMSU)

≡ ≡ ≡   jmgarcia@nmsu.edu   ≡ ≡ ≡

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La realidad oculta bromas

miércoles, 07 octubre 2020 por juaritosliterario

Micromentario

[1] Sorpresa al final del túnel

En el 2010, Blas García Flores publicó Carta del Apóstol San Blas a los parralenses (Ficticia, ICHICULT). Es un cuentario producto de su experiencia talleril. El título es engañoso, juguetón: en realidad no hay cartas, son cuentos juarenses y Blas todavía no es nuestro primer santo. David Ojeda (el gurú de ciertos locales) elogió a Blas por su “alta capacidad para activar desenlaces contundentes”. Y sí, Blas es bueno en materia de sorpresas (que en la microficción es la gratificación instantánea, el gozo del twist antes del punto final. Un vistazo sumario a algunos de sus breves cuentos:

[2] Yo soy otrx

“Ramona Jiménez”. Un personaje que no recuerda nada de la noche anterior (cf. The Hungover) cree haber “cogido con una puta”, que huyó robándole ropa y carro. Encuentra solo trapos dispersos por el piso y una credencial: “Ramona Jiménez”. Su amnesia se prolonga un par de párrafos, pero al mirase al espejo descubre la verdad: “Me puse de pie y descubrí con horror mi verdad: figura delgada, cabello corto, senos pequeños, pezones grandes, sexo rasurado, caderas anchas, nalgas celulíticas. Ramona Jiménez, dije con suave timbre. Soy una puta. Otra vez comencé a llorar”. En la calle, Ramona recupera el recuerdo de sus gustos sexuales (“recordé cómo me gustaban los rancheros gordos que fumaban”) y reafirma su identidad (inestable) y su destino: la amnesia es un efecto de sus vicios: mañana (sin duda) repetirá ese memento patético de apego a la vida.

Lee aquí algunos cuentos
[3] Con final triste

“Fuego en el Km 27” es un microrrelato que cito completo y sin comentarios: “La relación entre Denisse y Fernando era excelente: más de dieciocho años juntos; infieles discretos, expertos en los desayunos sabatinos; amantes del box. Como todas las parejas, habían tenido sus problemas, nada que el sexo anal no pudiera resolver. Ahora regresaban de su casa de campo, contentos, perfectos. No dejaban de acariciarse, de mirarse profundamente, perdiéndose en los ojos del otro. Por eso chocaron”.

[4] Onán perseguido

“Crápula”. Un adolescente (encerrado en un colegio de monjas) tiene un grave problema: es un masturbador compulsivo. Pero la monja superiora lo vigila (también: compulsivamente). Un día, por accidente, el joven descubre que puede hacer desaparecer las pruebas del delito: aprende a beberse lo que apenas desecha y así, al final de este cuento, es un joven normal y feliz. (Con un poco de ingenio todo tiene solución, diría la moraleja si la hubiera).

[5] Estos eran dos gays…

“Parque Borunda” consta de varios microrrelatos, uno de ellos es el testimonio de Fermín Rebolledo, que en lugar de hablar sobre la muerte del presidente municipal José Borunda (asesinado de un bombazo), decide narrar (¿a la policía?) otra cosa: su experiencia erótica con Juanito. Dice Rebolledo: Borunda “me descubrió en la oficina cuando le estaba despachando mi chorizo a Juanito, el jotito de la empresa. Ya les traía ganas a esas nalguitas. Nos quedamos después de la jornada y hasta se vistió de mujer para mí, se veía espectacular mi Juana”. No estamos ante una narrativa homoerótica, sino ante su parodia; la premisa es machista: la sexualidad gay es ridiculizable.

[6] El neocostumbrista eres tú

Al igual que muchos autxres juarenses de los últimos 20 años, Blas García escribe sobre varios personajes marginales locales. Mencionaré solo a tres: (1) El músico Hombre Liga, que tocaba un imaginario tololoche usando ligas. Se instalaba frente el cine Coliseo y tocaba su imaginaria canción: “Los latigazos en el labio eran fuertes; las heridas se terminaban de abrir. Usaba saliva y solo saliva como remedio. Cantaba con dientes rojos” y “no se iba hasta que todas las ligas que traía eran usadas. Se alejaba en voz baja decía: nací el 18 de marzo. Nunca me dejan entrar a este cine. Exprópiese”. (2) El entrañable Guanayudita. Era un hombre que pedía dinero diciendo “one-ayudita, plis”. (3) El Pintor Sin Brazos, que todos los días, por muchos años, se sentaba en la plaza a hacer sus dibujos en acuarela: “sus pinceles limpísimos; el caballete viejo pero resistente; overol de mezclilla, camiseta blanca, escapulario de la Virgen del Carmen y guaripa de palma”. Personajes entrañables para el juarense de los años 80 o 90.

[7] Risas y trozemas

Blas repite algunas estrategias narrativas en su libro: (a) la fragmentación: en “Ramona Jiménez” es la fractura de la memoria; en el relato del arcángel Miguel, la mutilación del dragón (cada cabeza que cae es un microcuento); y en “Parque Borunda” (el texto más largo) la fragmentación es doble: el bombazo hace imposible la recuperación de los cuerpos mutilados, y a nivel estructural, el cuento mismo es una pedacería de voces narrativas. Otra estrategia: (b) la trama fársica, que incluye el humor sicalíptico y el humor satírico: los personajes “con sabor local” se convierten en parodias de lo pintoresco urbano. Y por último (c): a través de la sorpresa final, Blas acostumbra al lector a un cierto horizonte de expectativas. El riesgo: un fracaso inmediato si la sorpresa no cumple con ellas. Esas tres estrategias, sin embargo, relegan el neocostumbrismo de Blas a segundo término. §

José Manuel García-García

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Adios, amigos, come back again

martes, 22 septiembre 2020 por juaritosliterario

Es difícil encontrar en los estantes de una biblioteca mexicana títulos de autoría chicana como The Last Tortilla & other Stories (University of Arizona Press, 1999), una antología de cuentos escritos por Sergio Troncoso, nacido en Ysleta, Texas, un pequeño pueblo que, con los años, se anexaría a la ciudad de El Paso como un nuevo suburbio. A diferencia de la primera generación de autores chicanos, Troncoso no persigue la reivindicación social de los mexicoamericanos en su literatura y tampoco escribe en spanglish, aunque en ocasiones salpica su inglés con palabras en español como en el título de la antología, The Last Tortilla. En una entrevista que le hiciera Raymundo Elí Rojas declaró que, para él, lo más importante era escribir sin reglas, sin guías, de la forma más sincera posible, sin agentes ni jefes que influyeran en su escritura: “It’s never been about the money. I don´t give a shit about the money. It´s been about writing good work. I don’t care about anything else (…) Honestly, if they let me do what I want to do, I’m happy”.

En cuanto al relato “Angie Luna”, con el que abre el cuentario, escrito primero con papel y lápiz, diríase que pertenece a ese tipo de historias que tienen mucho que ver con la vida, aun si eso significa extraviar el clímax. Víctor, el narrador protagonista, es un joven mexicoamericano que no conoce muy bien el español. Trabaja en La Popular, una tienda de ropa localizada en el centro de El Paso y allí conoce a Angie Luna, una compañera de trabajo que vive en Ciudad Juárez. Es una mujer mayor que él, con un cuerpo espectacular, semejante al de Marilyn Monroe. Entre ellos surge un vínculo amoroso que conecta a Víctor con sus raíces mexicanas, pero no durará mucho, pues él tiene que partir pronto para estudiar en Massachusetts.

Lee aquí el cuento

Antes de conocer a Angie Luna, Víctor no había explorado Ciudad Juárez verdaderamente. Para llevarla a su casa, cruza por el Puente Libre, siguiendo por la av. 16 de septiembre. Angie vive con dos hermanas más en una pequeña casa que acaban de comprar. Sueñan con ser ciudadanas americanas, aprender a hablar bien inglés y comprarse una casa en El Paso. Gracias a Angie, Víctor conoce el Parque Central, del que sólo había leído en alguna revista. Poco a poco comienza a reconocer las calles principales: avenida Juárez, la Lerdo, la Reforma. Permanecer a salvo en la ciudad lo hace preguntarse si sus padres le habrán advertido que Juárez era un lugar peligroso sólo porque creían que no podría valerse por sí mismo fuera de Gringolandia. Víctor tiene la oportunidad de conocer, incluso, a un poeta de la Universidad de Juárez, quien lee su trabajo después de cenar en una fiesta, poemas sobre amor, aflicción, coraje y la vida en la pobreza. Aunque al principio Víctor se siente desorientado y un tanto fuera de lugar entre espacios que le son desconocidos y personas que, a diferencia de él, son completamente mexicanas, no le toma mucho tiempo sentirse parte de ese mundo; ríe, besa, conversa y canta rancheras y baladas, a pesar de que en un primer momento le resultara difícil comprender la letra en español. 

 

Desde hace mucho los habitantes de El Paso no cruzan a Ciudad Juárez, no la conocen y no tienen ganas de conocerla, les asusta. La nuestra no es una ciudad preparada para recibir a los turistas, los pasos peatonales están despintados, las calles del centro se ven sucias, las fachadas tienen peladuras y, muchas veces, sus ventanas están rotas. Pero eso sí, los botes de basura están recién pintados con el logo del partido Independiente afeando todavía más el centro con su multiplicación. ¿Qué le pasó a la ciudad de las postales de 1970? Daban ganas de caminar entre sus calles, los edificios estaban presentables, había tranvías y hasta un chistoso letrero que despedía a los visitantes norteamericanos diciendo “Adios, amigos, come back again” dispuesto por el Patronato de turismo en Ciudad Juárez. Mi padre solía decir que hay más gente buena que mala; por esa gente buena seguimos habitando en una ciudad que estuvo a punto de destruir la furia. Ojalá pronto las cosas sean diferentes, incluso mejores que antes. 

María del Carmen Rascón Castro

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Tantos deseos para un destino

jueves, 17 septiembre 2020 por juaritosliterario

Micromentario 1

[1] Una distopía interior

Miguel De La Cruz, El vestido de la reina Kitsch (Santa Fe, NM: Brown Buffalo Press, 2019). Es una colección de 28 relatos breves. Cada relato exige varias interpretaciones posibles. Todo sucede en un país llamado Juárez (& lugares aledaños). Los personajes comparten la soledad, el desamparo, la desesperanza; abandonados, viven un distopía predestinada, íntima, cotidiana.

[2] Memento erótico

“Domingo”. En este relato dos personajes imaginan una relación sexual inefable, irrealizable. Ella es una hermosa enfermera; él, un hombre inválido, mutilado. Para ambos, el placer radica en la fantasía: sus posibilidades. La realización erótica es sólo un evento pospuesto, un juego de silencios y miradas. Solo importan los pensamientos, el carrusel de caricias dichas a un oído imaginario. Él piensa: “me imagino enterrándome bajo la arena de su tez”. Ella piensa: “Escurre su jugo albino, mi pecho se agita al brotar de su entrepierna abultada”. Pero la realidad es otra: “desde que estoy en el hospicio ella me visita los domingos. La gangrena ha ido carcomiéndome la prudencia, mi enfermera lo sabe, por eso sonríe”. El autoerotismo es también la agonía en el espejo de la Conciencia.

Lee aquí unos cuentos
[3] La quimera del deseo

Encerrado en su desesperación, busca la manera de salir de pobre: su método es poco práctico: destruir la casa que alquila. No es nihilismo habitacional, es una búsqueda de un tesoro oculto. Cuando lo encuentre, pagará la renta y buscará a sus hijos. Mientras, afuera, lo vigilan “esculturas humanoides regadas por el patio”. En sus breves momentos de ocio, con ellas conversa. Así es el personaje del relato “La búsqueda”: la pobreza produce el vacío total de la Cordura.

[4] Los rituales sin razón

Los Locos de la gran Ciudad, los dispersos marcados con la letra L, venerados en la memoria literaria: quién no recuerda al loco rompetuberías (relato “La búsqueda”), a la loca llamada Camelia (relato “Velarde”), al loco que se volvió ídem porque su familia se había gastado sus ahorros (relato “Al sol seguía”), al loco que expulsaron de la escuela y ahora vive entre el amor y el autismo (relato “Lengua de caracol”). Literatura museográfica, balance de los daños que el mundo realiza a los Diferentes, a los que andan al margen de la razón y sobreviven como pueden en su Inconducta Social. Después de todo, ellos son la herencia literaria de Erasmo de Róterdam (Elogio de la Locura); son el asombro (efecto del psicoanálisis amateur); son la criba del darwinismo vital. Los locos deambulan por las calles de la Ciudad, desaparecen, y un día regresan como protagonistas de una historia contada desde un observatorio literario. Sin embargo, la perspectiva es gris, como la nostalgia.

[5] Un futuro preestablecido

La otra marca secreta de los marginales: el determinismo inalterable. Ejemplo: un lector de Rayuela bautiza a su hijo con “el nombre maldito” de Rocamadour. Las consecuencias son obvias: muerte prematura del nene. Jugada literaria de consecuencias irónicamente intuidas. Sin embargo, el determinismo del arcano literario es menor al destino divino: es Dios el único poder que fija con su dedo las formas venideras de la muerte. Tal es el caso de “Señal” donde se cuenta lo siguiente: “En aquel tiempo, Dios hizo el surco con su dedo: hoy, el coche de mi hijo se desplomó en el barranco”. En 21 palabras el relato afirma el ciclo humano: horma del capricho de lo Eterno.

[6] Lo triste del kitsch

Los amargos recuerdos de una mujer: su hermosura infantil, su figura en el espejo, su triunfo en un concurso de belleza, la noche en que mamá la dejó prestada a un hombre, sus inicios en la renta de su cuerpo, los beneficios económicos, la pérdida de su esposo, de su hija, sus vicios, sus angustias ante el tiempo que le quita juventud a su figura. Y ese empeño en reproducir a solas aquel concurso, cuando era “La reina kitsch” y vestía de estridente flor del baldío, justo donde comienza el muladar.

[7] Esta distopía interior

También hay relatos del lado De Allá: así conocemos al Despistado que escribe una carta al Batman Chicano; que escribe y sueña con expulsar a los recién llegados (las “sombras” centroamericanas), esos cholos que “arañan las paredes”, “marcan territorio”, comen “comida con grasa excesiva”. Es el Asimilado que imita el ladrido del Supremacista Blanco. Por contraste, el relato “Lucía”, habla de la mujer que va de Juárez a El Paso, a trabajar de empleada doméstica. Un mal día se forma en la fila equivocada: por ello le quitan el pasaporte y pierde la posibilidad de engañar por unos días más a la miseria (esa forma hogareña de vivir en la distopía).

[8] Un chicano fronterizo

Miguel De La Cruz (El Paso, Texas, 1984) tiene en El vestido de la reina kitsch su segunda colección de textos breves. Su primer libro lo publicó en el 2013: Memorias de un camaleón (NMSU, Arenas Blancas). De La Cruz ha sido fiel a la economía verbal y a la idea de que una conclusión feliz es simplemente una falsa certidumbre.

José Manuel García-García

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“Pero si casi no hay juarenses”

jueves, 23 julio 2020 por juaritosliterario

De entre los recuentos bibliográficos realizados por José Manuel García, llamó mi atención un libro escrito por una periodista juarense y publicado en la frontera en 1991, imposible de conseguir, pero bien resguardado en Colecciones especiales de la UACJ (Fondo Chihuahua). Además, la columna de Juaritos Literario en SinEmbargo.mx de este sábado, escrita por el mismo profesor emérito de NMSU, tratará sobre la escritura de otra autora fronteriza, Adriana Candia, quien colmó los diarios juarenses desde la década de los 80’s con sus crónicas literarias. Ambas noticias me sirven de contexto y pretexto para reseñar, y, sobre todo, para ofrecer algunas de las entrevistas incluidas en el libro titulado Juarenses, de Cecilia Ester Castañeda, dedicado “A todos los que dan vida a la frontera donde he crecido…”. La publicación, impresa por la editorial El Labrador, “que se encontraba en la Ave. Malecón frente a donde ahora están las oficinas del Gobierno del Estado” (me aclara la escritora), se compone de una sugerente “Introducción” y 33 entrevistas que muestran un abanico de distintos perfiles, oficios e intereses de los residentes de Ciudad Juárez.

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Lee aquí el libro

En la parte preliminar, Cecilia Ester Castañeda recuerda la respuesta que recibía cuando comentaba el tema del libro en que estaba trabajando: “Pero si casi no hay juarenses”. Razón suficiente para que se empeñara en sacar a la luz “la divergencia de opiniones respecto al significado del gentilicio local. ¿Exactamente qué es un juarense?” Ella entiende que si el actual millón y medio “de personas que respiran, comen, trabajan y duermen en Cd. Juárez no entra en esa categoría estamos ante un caso de desarraigo”. La misma condición geopolítica de una ciudad de paso, de asilo momentáneo o de resguardo durante el camino genera que el concepto de población sea tan variado y oscile entre la “frontera más fabulosa y bella del mundo” y un paraje cubierto por “cantinas y maquilas”. La periodista, locutora, traductora y socióloga también comparte parte del proceso de investigación y la metodología para retratar la vida fronteriza a través de diferentes voces en ambos lados del Bravo. “El resultado es este libro, un capítulo en la búsqueda de mis raíces”, una invitación para actuar desde la apropiación y el afecto.

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Bienvenida esta obra, escribió a inicios de la década los 90 el arquitecto José Diego Lizárraga (debajo de un retrato de Cecilia tomado por Carmen Amato), “para quienes amamos a este terruño polvoriento, de clima extremoso, de penetración basural (que no cultural) de su vecino del norte”. Los héroes de esta “estructura inarmónica, antiestética, heterogénea” que llamamos nuestra casa, continúa el antiguo director del Museo de Arte de Ciudad Juárez, “no están en bronces, tal vez sólo en adobes”. Retomo esta última referencia para cerrar la reseña con mi entrevista favorita, la de la artista plástica bifronteriza Mago Gándara, quien se preciaba de utilizar en sus obras la materia prima de la zona, y añoraba que: “Si hay plantas gemelas para el negocio, ¿por qué no puede haber plantas gemelas de galerías o centros culturales?” La Casa Estudio Cui, en donde concluye nuestra ruta literaria Tenayokan: la ciudad de Mago (coorganizada con el mismo Museo de Arte), aún conserva las piezas y la fuerza intacta de ese anhelo, “el legado de una lucha solitaria por impulsar la vida artística en la frontera”.

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Urani Montiel

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Invierno, mariposas y ciudades

jueves, 16 abril 2020 por juaritosliterario

César Silva Márquez (Ciudad Juárez, 1974), poeta y narrador, ha sido becario en múltiples ocasiones del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Chihuahua. Su obra De mis muertas (2005) obtuvo el Premio Binacional de Novela Joven Frontera de Palabras (Border of Words), su cuentario Hombres de nieve consiguió el Premio Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí en el 2011, y La balada de los arcos dorados ganó el Premio Bellas Artes de Novela José Rubén Romero dos años después. Además, ha publicado ABCdario (2000), Si fueras en mi sangre un baile de botellas (2004), Juárez Whiskey (2013) y Jardín de invierno (2017), libro en el que a continuación me centraré.

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Publicado por Bonobos dentro de la Colección Reino de Nadie, Jardín de invierno se divide en tres apartados: “viajes”, “interludio con personajes” y “alcohol”, además de las secciones “Misiva” y “10 años después” que solo contienen un poema. En la primera parte imperan las postales; en las cuales el yo lírico reflexiona y contrapone su estado anímico con lugares e imágenes de distintas geografías en las que se encuentra. En el poema “frente a los jardines de luxemburgo”, por ejemplo, la voz poética cabila en torno al tiempo trascurrido y su presente: “pienso en lo que he visto / en los últimos días / y sé que necesitaré 20 años más / para nombrar este presente”. Así, su pesimismo empaña la visión del río parisino: “porque hoy el sena es tan sólo / una trenza de río, un agua sin reflejo”. El texto concluye con la resignación a través de la bebida: “los vidrios beben / mientras / yo bebo”.

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Lee aquí el poemario 

Algo similar se presenta en “del viaje”, ahora en otra latitud, Montreal, Canadá. Estos versos se constituyen del contraste entre los múltiples escenarios de la ciudad y sus marcadas estaciones temporales: “un día la seca nieve cubre mapa y horas / otro, el sol es perfecto y mujeres se tatúan la cintura”. Como en el poema anterior, aparecen los espacios bohemios: “en los bares las mujeres desnudas / hablan francés italiano y español”; y concluye también con una reflexión, pero ahora acerca de un pasado que vivió a destiempo: “yo tenía 25 años / pero la ciudad era más joven”.

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La segunda parte del poemario posee una naturaleza más heterogénea. Mientras que “abuela en cama de hospital” retrata la convivencia a la que se ven obligados los parientes cuando un integrante de la familia muere: “niños que sigo sin reconocer / me nombraron tío por ser hijos de mis primos”; en “poema de las últimas cosas” hay una numeración de nombres de mujeres como entes ficcionales: “beatriz se hizo polvo a media página / leticia en 35 líneas mientras me esperaba desnuda y ebria”. También aparecen algunas preguntas respecto a su paradero textual, “¿hacia qué palabra se mudaron? / ¿qué libro habitan?”, y a su conformación ficcional: “entre dientes de adjetivos, verbos y sujetos / círculos de canciones a medias / páginas como tranvías a nueva jersey o más allá”. Por su parte, “zhora muere en blade runner” es un ejercicio de écfrasis referencial que, sin embargo, no logra ofrecer una propuesta estética equiparable a la vibrante escena de la película de Ridley Scott.

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El último apartado comienza con “naturaleza muerta con cerveza”, poema en el cual aparece efectivamente el tópico que define esta parte: la bebida embriagante. El texto refiere a una lista que describe, en su trasfondo lírico (casi publicitario), los beneficios de este líquido: “la cerveza es un buen desinfectante de verduras / no causa enfisema, cura ganglios y arregla gargantas”. En “mercado juárez” aparece “la cerveza como carnada”, convirtiendo al espacio que rodea a la voz lírica en uno que podría habitar cualquiera: “algo en el traspatio / donde la fiesta significa / un bar a media acera”; es decir, el emblemático mercado de la frontera representa un lugar iluminado por la cotidianidad, donde “cada trago incendia / la madera del saludo”.

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En el poema que pertenece a la sección “Misiva” el ambiente se antoja de nuevo bohemio, aunque ahora con tintes más decadentes, además de una manifiesta línea entre los dos grupos protagónicos, quienes se acercan a la burla.: “hombres vestidos de mujer”, dentro de los cuales se cuenta el yo lírico pues “mis amigos abrazan / a la delgadísima / y ella los besa y se muerde las uñas”; y “mujeres que fingen serlo y se tropiezan cuando buscan el baño”.

Por último, en “10 años después”, se encuentra “hombre en oficina”, una pequeña odisea de escape del tedio a través de la imagen. Dividido en cuatro partes, el texto comienza con la estela de un pájaro y el recuerdo de una multitud de mariposas que detonan una serie de cuadros: un travelling cinematográfico que halla los momentos precisos en los que el tedio y la cotidianidad se tornan poéticos: “desde esta ventana / que por las mañanas el sol / aja la piel de mi brazo derecho / he visto al mundo ser muchos” […] “se escuchan el reloj y el zumbido de las máquinas calentando el aire / el claxon como clavo en medio de una madera de quietud”. En la segunda parte se ilumina un cerrar de ojos en un ambiente onírico costero que tiene “el barco más grande del mundo / que se aleja con la velocidad del caracol / [y] es un tambor apenas tocado por los dedos de un niño”. La tercera fracción, por su parte, radica en el abrir de ojos: “atrás quedaron las mariposas y la ciudad por la que daría un brazo”. Por último, llega el fin de la espera, la hora más deseada y “la lluvia entonces marca la hora de salida”.

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Esta composición es, a mi parecer, la que más se destaca en el libro en cuanto a su calidad lírica. En él aparece un hombre “normal”, un oficinista que compone poesía a partir de ciertos momentos cotidianos, como la espera para salir del trabajo; mientras que en los demás textos resulta evidente el oficio de escritor del yo lírico, es decir,  alguien que acostumbra moverse en espacios poéticos habituales o bohemios (“frente a los jardines de luxemburgo”), y por ello escribe sobre el alcohol (“naturaleza con cerveza”) o sobre su propio oficio (“poema de las últimas cosas”). En este sentido, confiese que me hubiera gustado leer un poemario con los atributos que caracterizaron solo al último texto.

Gibrán Lucero

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Mi lugar favorito

jueves, 19 marzo 2020 por juaritosliterario

La sangre hermana, incluso la derramada. Ciudad Juárez tiene más en común con ciudades en guerra que con las urbes más cercanas; encontraríamos más similitudes con alguna ciudad en medio oriente que con la que se encuentra saltando el río. Los niveles de violencia lo dejan claro: mientras que nuestra localidad por años estuvo en el top de la inseguridad mundial, El Paso siempre ha sido reconocido como uno de los lugares más seguros de Estados Unidos. Por ello, pese a ciertas cosas que nos unen, solemos acercamos a quienes comparten las mismas cicatrices de violencia y conflicto, como Madera, pues resulta más fácil hablar entre iguales. Normalizamos hablar de balas, de pistolas, de cuerpos que mutilaron, de a quién mataron en la mañana. Cuando visitamos otro espacio, siempre terminamos por contestar, a alguien, quien sea, la misma pregunta: “¿Qué tan feo está allá?”. “Bien”, “Lo normal”, contestamos ante la costumbre; defendemos el terruño incluso si no lo merece.

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Crédito de fotografía: José Luis González

Pertenezco a una de las ciudades más violentas del mundo, crecí y he comenzado a madurar en Ciudad Juárez. Mi lugar favorito en el mundo es también una zona conflictiva, tomada por el narco, dirían algunos. ¿Qué tan feo está Juárez? A veces respondo esta pregunta con otra: ¿Qué tan feo está Madera?”. La cuestión resultaría sencilla si no tuviera un trasfondo más allá de la mera estética. La población serrana tiene la fama (bien ganada) de ser una zona “caliente”, una base importante de operaciones del narco. Basta googlear un poco para encontrar notas sobre episodios de violencia en un municipio en el cual, hace una década, habitaban poco más de 15 mil habitantes. Esta semana hubo varios. Probablemente existen puntos más conflictivos dentro del mismo del estado, como la frontera; sin embargo, esta tiene más de un millón de habitantes, y la lógica matemática indica que, a mayor población la violencia aumenta. Por ello, a veces pesa más la palabra que los hechos, y la letanía “Madera, la violenta” se vuelve una distinción importante en medio del bosque. Con tan pocos habitantes resulta más fácil desaparecer en manos del narco, en poblados pequeñitos pero absolutamente tomados, en Las Varas, por ejemplo.

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Sobre la sección municipal llamada Las Varas existen crónicas que lo narran como el sitio más peligroso del estado, la clásica tierra de nadie. Resulta sencillo imaginárselo idéntico a la imagen hollywoodense del viejo oeste: con sus “saloon”, sus caballos amarrados a vigas de madera y vaqueros esperando a que su adversario saque la pistola para disparar primero. No me atrevería ir a este espacio de día de campo pues la integridad puede más que la curiosidad, pero he pasado por ahí y es exactamente igual a varios pequeños poblados distribuidos por las carreteras de Chihuahua, con nada espectacular más que la mirada de asombro de quienes te ven adentrarte en un vehículo por la noche. Esta idea de la violencia sobre una ciudad hace que Madera y Juárez se hermanen, ya que comparten la espera de la muerte. Aunque no todo recae en la amenaza constante de la posible bala en el pecho; es decir, quizá se normalizó la violencia, pero cuando se vive bajo fuego los cerillos asustan muy poco.34 Las Varas.jpg

La violencia en esta región de Chihuahua no es reciente. Así se muestra en la novela Las Mujeres del Alba (2010) de Carlos Montemayor, donde se narran los hechos ocurridos después del asalto al cuartel de Madera el 23 de septiembre de 1965 por ocho guerrilleros (la primera campaña de guerrilla de inspiración socialista), quienes demandaban tierra y justicia. La obra póstuma del escritor parralense funciona como registro literario de un suceso poco conocido de la historia mexicana, quizá por ocurrir en un sitio tan alejado y pequeño. Aparece también como un brillante acto polifónico de un relato que hurga en nuestros sentimientos e historias. Esta novela podría ser escrita de nuevo, con una nueva dirección, pero con el mismo propósito. En el futuro, alguien se sentirá obligado, así como en su momento le ocurrió a Montemayor, a darle voz a las mujeres que experimentan la violencia como víctimas pasivas. Será la población femenina de Ciudad Juárez, por ejemplo, quien cuente lo que ha sufrido durante años, aguardando noticias sobre su familiar, esperando saber si su esposo murió o está vivo, a que las aguas se calmen para poder salir.

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En Las Mujeres del Alba, los personajes son sometidos a la terrible incertidumbre de no saber qué pasó y quiénes exactamente murieron, ya que el ejército decide ocultar los cuerpos. Dentro del calvario, la idea de la muerte como un acto de heroísmo les ofrece un poco de consuelo: el fin de la vida de sus seres queridos ocurrió en la búsqueda de un cambio que jamás se dio. Para quienes perdieron a un hijo, un marido, un hermano o a un padre durante la continua violencia en Ciudad Juárez resulta complicado pensar que sucedió por un bien o alguna razón, más bien se culpa a la suerte de salir por la calle y estar en el lugar y momento equivocado.  Ya no existe el héroe creado por la idea del cambio; en su lugar se padece el horror del sufrimiento por convicción gubernamental.

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Entre 1965 y la actualidad hay cosas que no cambian: el gobierno es el mismo, indolente frente al sufrimiento de la gente e indiferente a la exigencia política y a la sensibilidad de los deudos ante sus muertos. Acá a nadie se respeta y cualquier cuerpo puede terminar en una fosa común construida por el ejército o por el narco o por la mezcla de ambos, ese narco-ejército que lleva desde el calderonato patrullando el país. Por ello, la reedición de Las Mujeres del Alba el año pasado llega en un momento social y político justo. Nos recuerda, no solo la importancia y la voz de las mujeres, sino también ese horror cotidiano que significa la espera después de la violencia, así sea una sola noche, como en el asalto al cuartel de Madera, o años enteros como ocurre en estas ciudades norteñas que solo han sido carne de cañón de un sistema fallido y a punto de sucumbir. Creo que para quienes viven en la localidad serrana y/o en la frontera de Chihuahua la primera frase de la novela de Montemayor resulta sumamente cercana y propia: «“Son ellos”, pensé desde que oí el primer disparo».

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Crédito de fotografía: José Luis González

César Graciano

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Juaritos Literario 2021

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