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Publicaciones de la categoría: Av. López Mateos

Una balada para Juaritos

10 Martes Sep 2019

Posted by juaritosliterario in Av. López Mateos, Centro, Ciudad, Club 15, El Recreo, Muerte

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narrativa, siglo XXI

César Silva Márquez (Ciudad Juárez, 1974) publicó su última novela, La balada de los arcos dorados, en la Editorial Almadia; la cual trata la historia del periodista Luis Kuriaky, quien debe lidiar con su adicción a la cocaína al mismo tiempo que se ve envuelto, de manera personal, en los homicidios que trata de resolver. Mientras la policía y el reportero investigan los crímenes, la prensa crea varias hipótesis de los posibles responsables, que incluyen zombis, vampiros y héroes justicieros. El texto no ha sido abordado por la academia de manera formal, pero en ciertos programas académicos de la Licenciatura en Literatura y la Maestría de Estudios Literarios de la UACJ, la ubican en el género de Literatura del Norte y, posiblemente, en el subgénero de la novela negra.

Cesar Silva

En La balada de los arcos dorados, la ciudad subyace como personaje secundario, ya que interactúa con los protagonistas de una manera menos macabra y violenta; se deja recorrer y canta las canciones que salen en la radio, come comida chatarra y baila baladas pegaditas con sus habitantes. Al igual que en la Edad Media se empleó este género musical para contar hazañas y aventuras de los héroes de la época; por ello, César Silva narra la historia de un periodista, el cual, por el simple hecho de ejercer su profesión, se convierte en una especie de héroe moderno.  Sin embargo, lo mismo que si se tratara de una “balada moderna”, también encontramos la dialéctica del amor y  el desamor en una danza casi imperceptible entre la vida y la muerte, siempre en romance; hay un baile entre los fantasmas del pasado y el presente que se mueven al compás de una tonada triste. De igual forma, aparece una danza melancólica entre la realidad y la ficción, en la que ambas bailan tan pegaditas que llegan a confundir al espectador y por un momento no sabemos cuál es cuál.

15 SilvaM - arcos dorados.jpg

Lee aquí la novela

Silva esboza un pequeño homenaje a la cultura pop, esa cultura moderna de consumo que permite que sus productos se vuelvan ídolos de una sociedad ávida de ser rescatada de las garras oscuras de la realidad.  Así, Juárez se convierte en una suerte de Ciudad Gótica, donde sus más valientes habitantes juegan el papel de héroes nocturnos que, como el hombre murciélago, se encuentran dispuestos a vengarse de aquellos que los han dañado.  Los personajes de esta balada, el detective, la muchacha (porque siempre debe haber una en las historias) y el mismo periodista, sustituyen a esos sujetos con capa que combaten el mal; cada uno desde su trinchera, camuflajeados de tal forma que puedan confundirse con vampiros, zombis o tigres.188 McDonalds-Triunfo.png

Mientras César Silva narra las historias de esos vengadores  de carne y hueso que actúan desde las sombras y que comen hamburguesas de McDonald´s,  al mismo tiempo lleva al lector de paseo por las calles de Juaritos. Una ciudad convertida en un emblema de polis violenta y que engrosará, si no es que ya lo hace, la lista iconográfica contracultural de occidente, como  la  caída de las torres gemelas o la muerte de Sharon Tate a manos de Charles Manson, sucesos que, dicho sea de paso, son mencionadas en esta baladita.  En ese ride que Cesar ofrece, uno pasea por los lugares imprescindibles de la vida nocturna. De esta manera,  el Bar 15 con sus afiches de encueratrices, el Recreo y su Don Tony, el Bar Kentuky e incluso el Yankees parecen ser ya personajes urbanos en las novelas, cuentos o charras que se han escrito sobre esta frontera. La balada de los arcos dorados, en su homenaje oculto al pop, no pudo dejarlos pasar de largo y hacerlos parte de una lugar donde de pronto y de la nada pueden aparecer vampiros, zombies o ejecutados. Como música de fondo, para ambientar ese paseíto y para no desentonar en lo pop, se antoja que Frank Sinatra cante “Strangers in the night” o que Javier Solís entone “Sombras nada más”.

Patricia Arellano

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Híkuri intelectual

07 Viernes Jul 2017

Posted by juaritosliterario in Av. López Mateos, Ciudad, Migración / llegada

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narrativa, siglo XX

La sala de colecciones especiales de la biblioteca central de la UACJ a eso de las cuatro de la tarde es el ambiente idóneo para compartir lecturas, juicios sobre libros y referencias literarias; una novela, no. Mi opinión general sobre La mujer que no fui o memorias de un insomne es negativa, lo cual normalmente me orilla a guardar silencio, ya que resulta mucho más sencillo echar escupitajos que emitir un digno aplauso. Así que me detendré en breve a explicar por qué no me gustó la novela de Rogelio Treviño, bajo la advertencia de que mi opinión es parcial y que este tipo de escritura –de exploración, existencial y a unos tachones de ser borrador– tiene el potencial de abrazar a un sinfín de lectores, justo como aquél que me recomendó el libro en la biblioteca Carlos Montemayor y quien debió haber escrito esta entrada. El título de la obra, publicada en 1998 por el ICHICULT en la colección Solar, encierra un doble recorrido: la imposibilidad del ser (o encarnar a todos) y los recuerdos de alguien en vela. El planteamiento me parece atractivo, pero ante la paradoja del cruce de caminos, el escritor se echa a andar simultáneamente por ambos senderos al amparo de todo lo que ha leído. Y eso me fastidia, aunque me hizo recordar a la “Cumbiera intelectual”, de Kevin Johansen, canción en la que un personaje femenino, ese sí muy bien construido, presume de todo su librero, tal como el bagaje que Treviño esparce por aquí y en cualquier resquicio para el regodeo de su culto lector. El compendio bibliográfico y el alarde quitan peso a la experimentación narrativa y evitan la introspección de un narrador-protagonista en su empeño por ser genérico a partir de experiencias vividas por otros. “Es cierto. Conocerse es horrorizarse”.

106 Trevino - Mujer que no fui

Lee aquí la novela

La secuencia mejor lograda conjuga la juerga de un escritor en Ciudad Juárez con sus intentos por concretar una novela. Sin embargo, estas secciones no guardan relación con el título del libro ni con el intento de abstraer la voz narrativa hacia la indeterminación: ni mujer, ni hombre, ni buen narrador. ¡Bueno, ya! El protagonista llega a Juárez procedente de la Ciudad de México tras su divorcio por una simple razón: estar cerca de sus hijas. Confieso que yo hago lo mismo cada mes, pero en dirección contraria. Después de esta fortuita coincidencia, la novela me empezó a hablar y ya no pude parar. “Nuestras hijas no sabían la distancia abierta, cada vez más abierta en el insoportable abismo de los cuerpos.” El poema “Invierno”, en la página 29, encierra toda la fuerza emocional de una múltiple separación. En ese momento, el conflicto interno del personaje se multiplica: después de librarse del “cuadrilátero de la almohada” deja de escribir y deambula entre la introspección y las calles de un invierno juarense. “Camino por la López Mateos, no hay mucho tráfico, el día está nublado. Veo a la gente como detrás de un vidrio, veo sus ojos nublados como el día.”

106 Facebook esquina

Por otra parte, pienso que la amistad funciona como un hilo conductor de la novela, ya que el protagonista encuentra cobijo con sus camaradas, y al final nos enteramos, por medio de un juego metaficcional, que el autor le dejó su texto a un amigo quien decidió publicarlo a inicios de los 90’s. La esquina de la Av. López Mateos y la calle Melquiades Alanís se convierte en el epicentro de la acción. Una generación de artistas bohemios chihuahuenses, y demás extravagancias del beatnik norteño, se dan cita en un departamento desde donde nuestro personaje se aventura siempre en compañía hacia varios lances en busca del íntimo remedio, la escritura, o su paliativo, cualquier vicio.

106 Lopez Mateos Melquiades.jpg

El espacio citadino transitado en La mujer que no fui aparece como una hoja en blanco a la que todo escritor teme y se enfrenta. El trayecto que realiza la pluma a través del entramado urbano juarenses refleja el bullicio en donde la unidad se confunde con la multitud, con el roce de cuerpos y sombras que dialogan en movimiento entre sí, con todos y con nadie. A medida que la voz narrativa se individualiza y los demás personajes adquieren nombre propio, como Rodolfo Haro, Nazareth, Heber y Luna, la novela nos cuenta la travesía del protagonista en busca de inspiración, la cual llega no en Juárez, sino en Camargo. Este pasaje también es llamativo, no tanto por el alucín causado por el peyote, bien logrado a nivel descriptivo, ni por la ceremonia con la que se logra el encuentro con el nombre verdadero, aquel que no se escribe a pesar de haber hallado su grafía. Lo que me interesa apunta hacia el esfuerzo por consolidar una literatura regional orgánica que se mantiene vigente y en construcción por voces foráneas que se adentraron en la sierra tarahumara, como Joseph Neumann o Antonin Artaud, y dejaron testimonio escrito en donde se hallaron a sí mismos en territorio extranjero. A esta línea de conciliación pertenece Rogelio Treviño, quien recoge el saber rarámuri a través de su alter ego que ingiere la planta sagrada: el híkuri. Y antes que él, José Vicente Anaya, en 1978, ya había ofrecido en verso el resultado de la misma bocanada. En la última novela de Alejandro Páez Varela, Oriundo Laredo también aprende de este “cactus de mucha tradición en el norte de México”. La enseñanza vital en La mujer que no fui o memorias de un insomne, tanto a nivel compositivo como interpretativo, queda cifrada en la siguiente cita de la misma obra: “el híkuri no da lo que no traes; no en vano los tarahumares y los yaquis le llaman «corrector de vida»”.106 Hikuri

Carlos Urani Montiel

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