Esto es Juárez, amigo
“Después de todo otra persona había sido ejecutada en Ciudad Juárez”. Todos los que vivimos aquí tenemos un conocido o un familiar que estuvo en contacto con los estragos sufridos tras la ola de violencia que azotó a nuestra ciudad hace apenas unos cuantos años. Israel Terrón Holtzeimer conoce muy bien esta situación y decidió reflejarla en su primera novela Artemisa café, la cual fue publicada en 2012 por el Fondo Editorial Tierra Adentro. El autor egresó de la carrera de psicología en la UACJ; es músico, fotógrafo y dibujante de cómics. La historia se desarrolla en dos escenarios: la Ciudad de México y la frontera. El país está de cabeza tras el surgimiento de un grupo terrorista denominado Los Leopardos, que tiene como líder a una tal Artemisa. A pesar de que se mantienen activos a través de las redes sociales, enviando mensajes tanto a seguidores como a detractores, nadie tiene claro quiénes son. La identidad de Artemisa se mantiene oculta; sin embargo, el objetivo es claro: acabar con la corrupción política y la impunidad de las autoridades mexicanas a través de asesinatos y atentados a determinados puntos estratégicos. Paralelo a esto, la novela cuenta la historia de Federico Rascón y Diana, un policía federal y una adicta a la heroína, quienes llevan una vida desordenada bajo el lema: “El dolor lo justifica todo”.
Hace algunos años, caminar por las calles de Ciudad Juárez causaba a sus habitantes una gran incertidumbre. Con el alto índice de asesinatos, secuestros y asaltos a mano armada, resultaba complicado moverse por la ciudad. Muchos preferían quedarse en casa. Los enfrentamientos entre bandas delictivas y la policía afectaban colateralmente a personas inocentes. La urbe se hallaba en profunda crisis. Artemisa Café representa e ilustra este tema de una manera cruda y directa. Distingo tres espacios en donde se desarrolla la acción referente a la frontera: una pizzería, la avenida Tecnológico y el aeropuerto. Federico dice que la pizzería tiene un nombre formado por tres palabras que parece trabalenguas, por lo que creo que se refiere a Peter Piper Pizza. En este espacio ocurre una balacera que acaba con la vida de tres agentes federales que acompañaban al protagonista, mientras él se había regresado al local a dejar propina a la chica del otro lado del mostrador; “nunca había visto unos ojos tan lindos en toda mi vida”. Fuera de la ficción, esto aún ocurre en nuestra ciudad (incluso recientemente). Los enfrentamientos se dan en espacios públicos, familiares, a plena luz del día, lo que ha provocado que algunas personas se hayan desensibilizado al punto de verlo como algo normal… otro muerto más. “Esto es Juárez, amigo”, como se titula el capítulo cinco. El otro espacio, la avenida Tecnológico, es una de las arterias más concurridas, ya que conecta de norte a sur varios puntos de la ciudad. Es probable que Israel Terrón haya ubicado las acciones sobre estas coordenadas para reflejar el poco miedo de los grupos delictivos ante las autoridades y cómo la ciudadanía convive con estas situaciones de manera cotidiana.
Cuando los espacios literarios son descritos por un autor que convive y se siente identificado con ellos, logra transmitir a sus lectores sensaciones que persiguen el consenso. Al leer Artemisa Café es inevitable la empatía, no solo respecto al contexto social, sino a los espacios y la manera en que los habitamos. Es frecuente en Juárez encontrar calles que en algún punto cambian de nombre. El agente Aura, por ejemplo, le pregunta a Federico si “Montes Urales era la misma calle que Avenida Jilotepec”. Otro de los elementos que podemos identificar en nuestra ciudad es la pinta de mensajes o imágenes en los cerros, como en algún momento lo fue Benito Juárez o la famosísima frase: “La biblia es la verdad, léela”. También resulta común escuchar hablar sobre los proyectos que el Gobierno Municipal echa a andar, como el Camino Real, para pronto abandonarlos, o el transporte semimasivo que, al final, sí recorre la ciudad, con visos de extender sus rutas. Todos estos espacios nos dan identidad ciudadana; al identificarlos en alguna obra literaria los sentimos un poco más nuestros.
[wpvideo FIRs8TkT]Daniel Malaquías
- Publicado en Av. Tecnológico, Camino Real, Ciudad, Muerte, Narcotráfico
Juaritos commuters
El prefijo trans sirve a la perfección para estudiar el “a través” de todo lo que cruza en ida y vuelta la frontera, de tal forma que la integración regional puede ser alcanzada por medio de individuos pasaporteados que literalmente viven en ambos países, sosteniendo, de pasada en pasada, su economía. Los fenómenos transfronterizos (cross-border, también llamados) contemplan la continua interacción de actores e instituciones en torno a dos o más núcleos de asentamientos colindantes a un límite internacional. La mirada bifronteriza desacredita toda visión que respete las jurisdicciones, que omita la porosidad entre municipios y condados, y que intente dar cuenta de una problemática desde su propio lado de la frontera, sin atravesarla. La franja ampliada atiende características y procesos particulares en contextos en donde la interrelación trasnacional, la diplomacia y la negociación reducen su escala de análisis, para hacer de la materia civil su objeto de estudio.
No obstante, la asimetría de poder también es una variable que refleja las diferencias entre dos sistemas económicos. La legibilidad de los contrastes sienta las bases para que una región transfronteriza supere obstáculos ideológicos convencionales: “invasión subrepticia”, “reconquista silenciosa” o “bomba demográfica”. La eventual correlación de las fuerzas de mercado genera una dinámica trans, que a nivel de migración y economía induce evoluciones, solidaridades y convergencias tales, que se crea un espacio de transición entre ambos o, mejor dicho, sobre ambos lados de la frontera. El movimiento pendular de los commuters (gente que duerme en una ciudad distinta de donde trabaja o estudia) resulta un caso ejemplar.
El esfuerzo cruzado promueve cambio y riqueza sobre una extensión territorial que fertiliza una identidad cultural heterogénea. El escritor juarense Alejandro Páez Varela así entiende la región Chihuahua-Texas: un todo orgánico con la disposición y vigor de ser núcleo, eje y nodo central para el negocio, el cruce y reingreso de poblaciones, el juego lingüístico, las compañías hermanas, el interés académico, la división de clases y el establecimiento de conflictos culturales. La novela Oriundo Laredo (2016) recrea este escenario por el que circulan habitantes y trabajadores temporales, migran tenacidades y una que otra tragedia, así como un cúmulo de historias interconectadas por el arraigo a la tierra desde antes que fuera frontera. Las continuas referencias al Camino Real de Tierra Adentro, al Ferrocarril Central Mexicano y a la Revolución patentan la tradición del cruce de una zona permeable durante más de cinco siglos.
Anteriormente, en su trilogía Los libros del desencanto, Páez Varela ya había prefigurado la dinámica del mismo espacio. Liborio Labrada, protagonista de El reino de las moscas (2012), experimenta en el cuerpo de su pareja, Ana, este territorio: “Le desabroché la camisa y me dejó ver, desde la montaña Franklin, que el valle de Nuevo México es el mismo que el de Chihuahua, hasta Palomas y Columbus; que se funden, que tienen las mismas nubes, las mismas depresiones a las que sólo pega el sol de mediodía”. Curiosamente, en Corazón de Kaláshnikov (2009), que inicia la trilogía, el narrador dejó fuera un pequeño texto sobre otra experiencia orgánica: la de comer. Para el 2014, una vez publicadas las tres novelas, Alfaguara reedita la primera y compila al final, con título propio, cuatro pasajes inéditos. Una nota a pie aclara que “Scrap es un término muy común en la maquiladora; se refiere a desechos industriales. Así decidió el autor llamar a los siguientes textos, piezas aisladas que se quedaron –por decisión suya– fuera de la primera edición de Corazón de Kaláshnikov”.
Entiendo a la perfección por qué Páez Varela desechó estos cuatro fragmentos en la versión original. No añaden nada a la trama central, ni abonan para la construcción de los protagonistas. “Así era en esos años” quizá tenga mayor valor debido a las noticias sobre los orígenes de El Sheik. Además, afirmar que “Juárez es una ciudad de desechos. Desechos se viste, desechos se come: se es un desecho”, seguro podría alejar simpatías y desviar la imagen que delinea sobre su ciudad natal. Así que una vez leída la trilogía y con el prefijo trans a cuento, bien vale la pena leer “Colitas de pavo”, primer texto añadido que rememora los orígenes y la receta de este peculiar lonche (aún me cuesta no decirle torta), a finales de los 70 “En la esquina de Ramón Corona y Galeana, en el centro de la ciudad”. Las “colas del cócono en la salmuera que sobra de las latas de los chiles curtidos” ejemplifican a la perfección una dinámica transfronteriza que hace de los entresijos (a peni o a daime la libra) un manjar en tierras juarenses. Lo mismo ocurre con los neumáticos que cimientan casas en los barrancos, la ropa de las segundas, los “cerrajeros”, “enmendadores profesionales de la chatarra”, o con los pasajes inéditos de una injustificada segunda edición.
Carlos Urani Montiel
- Publicado en Camino Real, Cruce, Frontera, La línea, Vida cotidiana