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Publicaciones de la categoría: El Paso

Subí al campanario para ondear la bandera del recuerdo

21 Sábado Nov 2020

Posted by juaritosliterario in Ciudad, El Paso, Juárez Nuevo, Mercado Juárez, Vida cotidiana

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narrativa, siglo XXI

I

A los 60 años, Raúl Flores Simental (1953) publicó su primer libro: Crónicas del siglo pasado, Ciudad Juárez, su vida y su gente (UACJ). Es una obra que gira en torno a una triple convicción: a) Todo tiempo pasado es (literariamente) mejor; b) Todo lo contemporáneo es (literalmente) un fastidio; y c) Todo lo marginal (del Ayer) subsiste y resiste al Caos del nuevo milenio. Simental comenzó a publicar sus crónicas en El Fronterizo, en 1983. Su primer texto se titula: “La revendedora” (incluido en Crónicas), acerca de una mujer que compra tortillas y las vende en el Mercado Juárez. Ella es ciega y no cuenta el dinero que recibe: confía en todos. Es también símbolo de la orfandad social y la codependencia para sobrevivir. Si tales significados son demostrables, entonces las crónicas de Simental trascenderán localismos, como textos alegóricos. Simental será nuestro Georges Perec sociologizado, alquimista que convierte lo Infraordinario en Imaginario Colectivo.

II

A los 30 años, Simental creó una Voz Narrativa dedicada a rememorar el pasado y fiscalizar el presente. Si a los “Tiempos Idos” se los llevó el apocalipsis, queda el almacén de anécdotas dichas en tono de Abuelo memorioso, gracioso y regañón. Esa Voz Narrativa podría llamarse Don Retro. Lo que importa es su Expresión, su Estilo: claridad, brevedad, humor, elocuencia y empatía. ¿Cómo es Juárez para el cronista? En “De la Morfín a la Jilotepec” dice: esta es una ciudad que al crecer reduce sus distancias. En “Chaparrita y pretenciosa” anota: todo comercio cabe en una calle sabiéndolo acomodar, “así, en tan solo una cuadra, el paseante puede satisfacer su hambre, corregir su miopía, dulcificar su espíritu, arreglar sus líos con la justicia, reparar su Olivetti, desponchar su auto, hacerse un retrato al óleo o embellecerse”. En “Oculta Belleza” la ciudad es la personificación de lo feo: “chaparrona, polvorienta, plantada en el desierto y con un clima difícil de aguantar”, pero la gente llega y se queda, se va quedando (concluye). En “Primavera y otoño”, nos recuerda el cronista, el ecosistema es también caprichoso: se empeña en modificar sus ciclos estacionales: “la primavera entra cuando le da su gana, el invierno se despide a la hora en que se le ocurre, el verano se prolonga varios meses y el otoño parece haber desaparecido”. Y en “Capirotada”, la amada Ciudad es un escaparate kitsch: Gobierno y burguesía han creado calles que permanecen en un estado permanente de re-destrucción, los edificios mueren sin ser terminados, el centro es un cúmulo de ruinas y monigotes que pretenden ser estatuas. Pese a ello, Simental vuelve a repetirnos: “la belleza de esta Ciudad es tan profunda y espiritual que aguanta eso y más”. Su esencia (la memoria colectiva) perdura entre las construcciones mileniard desechables: yo te saludo ciudad en permanente obra negra.

Lee aquí las crónicas

III

A la Ciudad de Don Retro, la habitan dos tipos de personajes: los del siglo pasado y los del nuevo milenio. O mejor: los tradicionalistas y los egoístas (cf. “Les vale”). Los tradicionalistas tratan bien a los marginados (cf. “Doña Lupe”), ayudan a presos, indígenas, migrantes, locos, ancianos y un largo etcétera (que incluye a perros callejeros). Los egoístas, por su parte, levantan horrores arquitectónicos, destruyen costumbres solidarias y acaban con los recursos sencillos y prácticos de una ciudad con eternas carencias. Los tradicionalistas aman la cocina popular; los egoístas comen chatarra (se agringan, se complican, se tecnifican para estar a la moda).

IV

¿Quiénes son los marginados de Juárez? Los hombres que vendían gelatinas por las calles (“De a veinte y cincuenta”); las mujeres que iban a inyectar al enfermo hasta su casa (“Jeringa y sonrisa”); las mujeres que cruzaban al El Paso para trabajar de criadas (“Fieles pasajeras”); los tríos de rancheros que iban de cantina en cantina ofreciendo una canción (“Con el viento a favor”). Esa inmensa mayoría que aparece vendiendo paletas los veranos, banderitas en septiembre, tamales y flores en noviembre, buñuelos en diciembre; esos que aparecen y desaparecen sincronizados a las estaciones y las costumbres sociales, gobernados por un “Calendario exacto” (para usar el título de la crónica).

V

El lado extremo de la pobreza: los bebitos de las que venden mercancía en puentes y avenidas. En “Y ahí seguirán”, el cronista los describe así: permaneces calladitos, inmóviles todo el día en las espaldas de sus madres que se dedican a vender baratijas por el centro y los puentes de la ciudad. Los funcionarios del Juárez Nuevo, por su parte, los quieren desterrar porque “afean a las calles y ahuyentan el turismo”. Y se valen de la fuerza represiva: “desde ese mundito silencioso y cálido, los niñitos no entienden el porqué de los gases, empujones y mentadas” de la policía. Ellos reciben los golpes destinados a sus madres y miran asombrados el nuevo mundo, ese que los saluda con el puñetazo de la modernidad.

VI

Más allá de la pobreza económica, viven los socialmente muertos: los locos, esos que vagan por las calles de Juárez. En “Loco amor”, el cronista recuerda a “la Camelia” una mujer que solía vagar por las calles de Juaritos; la vemos en el momento en que su novio se suicida, tirándose a las ruedas del tren: un drama que es parte de los mitos juarenses. En “Hijos de nadie”, los locos “aparecen un día en cualquier calle o en cualquier esquina. Pueden ir arrastrando una cobija o un bote; pueden llevar un costal a cuestas o usar tres abrigos, uno encima de otro”. Los tantos locos de la ciudad, como el que subía a los postes para saludar a los viandantes, o el que escribía mensajes ilegibles en las paredes, o el que se creía un auto veloz y corría por las calles del Pasado. Los seres que ahora son solo material de la literatura fronteriza: mitos urbanos.

VII

En las crónicas de Flores Simental, hay una buena dosis de divertimentos literarios; están (por ejemplo) los cantineros que “cuenta charras”, los expertos en “relatos fantasiosos, en anécdotas increíbles” y que tiene un público predispuestos a la carcajada fácil (cf. “Igual”). También figuran los Mitómanos de Juanga: “Por lo menos quinientos nativos de estas tierras son amigos de la hermana; otros cuatro mil conocieron alguna vez a la famosa Meche; cerca de un cuarto de millón de fronterizos lo oyeron cantar en el Noa Noa; unos cuantos –cerca de 400– conocen el lugar donde se mete cuando está de visita en esta ciudad; más de dos mil señoras platican frecuentemente con él y cerca de 86 mil juarenses reciben eventualmente una llamada suya desde donde se encuentre”. Los Mitómanos de Juanga son únicos: son nada más la ciudad entera inventando “charras” sobre su Divo cantautor.

VIII

Adriana Candia anota en su “Prólogo” que las crónicas de Flores Simental son nostálgicas y lúdicas, y que reivindican al ser social marginal. Señala que las 127 composiciones sirven de “homenaje a nuestra forma de vivir”; son una expresión de amor por Juárez. De acuerdo: gracias a su estilo, el cronista logra transmitirnos empatía por ciertos juarenses (el Ayer es Sublime, el Ahora es Caos y Amnesia). Solo la Memoria de los Infraordinarios (a la manera Perec) ondean la bandera de la nostalgia (y así resisten). §

José Manuel García-García

jmgarcia@nmsu.edu

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Always say thank you: Trini

04 Miércoles Nov 2020

Posted by juaritosliterario in Avenida Juárez, Ciudad, Cruce, El Paso, Frontera, puente

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narrativa, siglo XX

UNA NOVELA CHICANA DE LA PASEÑA ESTELA PORTILLO TRAMBLEY

Hasta el día 3 de agosto de 2019, El Paso, Texas era conocido por ser una de las ciudades más seguras de los Estados Unidos de América. El tiroteo, sucedido en una tienda familiar, en Walmart, dejó alrededor de veinte muertos y más de cuarenta heridos. El asesino tenía como objetivo acabar con la vida de la mayor cantidad de hispanos posible, sin importar si nacieron en territorio estadounidense o venía del otro lado del Bravo. Desde su separación de México, El Paso ha sido una ciudad mayormente poblada por inmigrantes mexicanos.

Oriunda de El Paso, Estela Portillo Trambley fue la primera autora chicana en publicar un libro que contenía y exponía su propia obra literaria. Era hija de una pareja de mexicanos que se conoció en El Paso. Él era un mecánico originario de Jalisco; y ella, una maestra de piano nacida en el estado de Chihuahua, experta en historias detectivescas. Aunque en su hogar siempre se habló en español, Estela prefirió escribir en inglés gran parte de su escritura creativa, entre estas su novela Trini, publicada en 1986, misma que narra la historia de vida de Trini, una indígena rarámuri que crece en las barrancas de la Sierra Tarahumara y, con el tiempo, se ve obligada a trabajar como empleada doméstica, sin papeles, en los Estados Unidos, para reunir suficiente dinero y comprar su propia tierra. Ella tiene la ambición de sembrar las semillas de su padre. Es posible encontrar una copia de este libro en la Universidad de Texas en El Paso, y sus manuscritos pueden consultarse en la colección Nettie Lee Benson de la Universidad de Texas en Austin, numerosas hojas escritas a máquina sin muchas correcciones.

Lee aquí el capítulo 15 de la novela

Los escenarios de la novela no son estáticos. Además de las barrancas en la serranía, Trini se desarrolla en Ciudad Juárez y El Paso, donde tiene lugar el cruce ilegal de la protagonista. En este momento de la historia, Trini se encuentra indecisa y temerosa. Acaba de confesarle a Tonio, con quien tiene una pequeña hija, que se ha embarazado de otro hombre, Sabochi, durante su ausencia. A pesar de eso, Tonio permanecerá a su lado con la promesa de que, después de trabajar un tiempo como bracero en California, regresará para ayudarla a comprar la propiedad que desea. Se despedirán en el Puente Internacional; él se llevará a la niña, y Trini caminará de regreso por la Avenida Juárez pensando en que el dinero que ambos reúnan será para la tierra y sólo para la tierra. Han acordado que ella trabajará en El Paso mientras él regresa, antes de que su embarazo se lo impida. Una vez que cruce, Trini se esfuerza arduamente a la orden de su patrona, la gringa, trapeando pisos, planchando ropa, bañando y alimentando a los niños, al tiempo que le preguntan los nombres de las cosas en español. Un día, la gringa le explica con gestos que a causa del avanzado embarazo no puede seguir trabajando en su casa. Le paga por sus servicios, le regala dos bolsas de mercado llenas de ropa y la deja en el Puente Santa Fe (el mismo por donde entró), donde le indica, también con señas, que sólo tiene que caminar para cruzar.

El Puente Internacional Paso del Norte (también llamado Santa Fe) conserva el nombre que reunió alguna vez a las ciudades hermanas de Juárez y El Paso, antes de la revolución de Texas y la consecuente cesión de territorios mexicanos nuestros vecinos. Si bien en el pasado era posible cruzar a voluntad, poco a poco se fueron endureciendo las políticas de ingreso. Se diseñaron nuevos órdenes sociales para proteger los intereses de los estadounidenses y los oficiales de migración –la border patrol– comenzaron a vigilar movimientos, actitudes y apariencias, implantando en los cuerpos y mentes de las personas una relación de poder. Los inmigrantes indocumentados no son bienvenidos. En los discursos oficiales nunca se reconocen las contribuciones de su trabajo, ocupados, como Toni, en cosechar los campos gigantescos de California, también llamada Oaxacalifornia, debido a la gran cantidad de indígenas oaxaqueños que viven en ella. Todavía es común que, con discreción, los estadounidenses contraten personas mexicanas para cuidar a sus familiares o limpiar sus casas, al igual que Trini. Cuando las personas hacen algo por uno, se acostumbra decir “Gracias”, pero eso crearía lazos y fortalecería unas relaciones que Estados Unidos cree no necesitar.

Crédito de fotografía: José Luis González

María Rascón

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Adios, amigos, come back again

22 Martes Sep 2020

Posted by juaritosliterario in Ciudad, El Paso, Frontera, Parque Central

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narrativa, siglo XX

Es difícil encontrar en los estantes de una biblioteca mexicana títulos de autoría chicana como The Last Tortilla & other Stories (University of Arizona Press, 1999), una antología de cuentos escritos por Sergio Troncoso, nacido en Ysleta, Texas, un pequeño pueblo que, con los años, se anexaría a la ciudad de El Paso como un nuevo suburbio. A diferencia de la primera generación de autores chicanos, Troncoso no persigue la reivindicación social de los mexicoamericanos en su literatura y tampoco escribe en spanglish, aunque en ocasiones salpica su inglés con palabras en español como en el título de la antología, The Last Tortilla. En una entrevista que le hiciera Raymundo Elí Rojas declaró que, para él, lo más importante era escribir sin reglas, sin guías, de la forma más sincera posible, sin agentes ni jefes que influyeran en su escritura: “It’s never been about the money. I don´t give a shit about the money. It´s been about writing good work. I don’t care about anything else (…) Honestly, if they let me do what I want to do, I’m happy”.

En cuanto al relato “Angie Luna”, con el que abre el cuentario, escrito primero con papel y lápiz, diríase que pertenece a ese tipo de historias que tienen mucho que ver con la vida, aun si eso significa extraviar el clímax. Víctor, el narrador protagonista, es un joven mexicoamericano que no conoce muy bien el español. Trabaja en La Popular, una tienda de ropa localizada en el centro de El Paso y allí conoce a Angie Luna, una compañera de trabajo que vive en Ciudad Juárez. Es una mujer mayor que él, con un cuerpo espectacular, semejante al de Marilyn Monroe. Entre ellos surge un vínculo amoroso que conecta a Víctor con sus raíces mexicanas, pero no durará mucho, pues él tiene que partir pronto para estudiar en Massachusetts.

Lee aquí el cuento

Antes de conocer a Angie Luna, Víctor no había explorado Ciudad Juárez verdaderamente. Para llevarla a su casa, cruza por el Puente Libre, siguiendo por la av. 16 de septiembre. Angie vive con dos hermanas más en una pequeña casa que acaban de comprar. Sueñan con ser ciudadanas americanas, aprender a hablar bien inglés y comprarse una casa en El Paso. Gracias a Angie, Víctor conoce el Parque Central, del que sólo había leído en alguna revista. Poco a poco comienza a reconocer las calles principales: avenida Juárez, la Lerdo, la Reforma. Permanecer a salvo en la ciudad lo hace preguntarse si sus padres le habrán advertido que Juárez era un lugar peligroso sólo porque creían que no podría valerse por sí mismo fuera de Gringolandia. Víctor tiene la oportunidad de conocer, incluso, a un poeta de la Universidad de Juárez, quien lee su trabajo después de cenar en una fiesta, poemas sobre amor, aflicción, coraje y la vida en la pobreza. Aunque al principio Víctor se siente desorientado y un tanto fuera de lugar entre espacios que le son desconocidos y personas que, a diferencia de él, son completamente mexicanas, no le toma mucho tiempo sentirse parte de ese mundo; ríe, besa, conversa y canta rancheras y baladas, a pesar de que en un primer momento le resultara difícil comprender la letra en español. 

 

Desde hace mucho los habitantes de El Paso no cruzan a Ciudad Juárez, no la conocen y no tienen ganas de conocerla, les asusta. La nuestra no es una ciudad preparada para recibir a los turistas, los pasos peatonales están despintados, las calles del centro se ven sucias, las fachadas tienen peladuras y, muchas veces, sus ventanas están rotas. Pero eso sí, los botes de basura están recién pintados con el logo del partido Independiente afeando todavía más el centro con su multiplicación. ¿Qué le pasó a la ciudad de las postales de 1970? Daban ganas de caminar entre sus calles, los edificios estaban presentables, había tranvías y hasta un chistoso letrero que despedía a los visitantes norteamericanos diciendo “Adios, amigos, come back again” dispuesto por el Patronato de turismo en Ciudad Juárez. Mi padre solía decir que hay más gente buena que mala; por esa gente buena seguimos habitando en una ciudad que estuvo a punto de destruir la furia. Ojalá pronto las cosas sean diferentes, incluso mejores que antes. 

María del Carmen Rascón Castro

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“Hay cosas que no se olvidan, que no se olvidan, de nuestra vida”

31 Viernes Jul 2020

Posted by juaritosliterario in El Paso, Frontera, Narcotráfico, Plaza Cervantina, puente, Samalayuca

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narrativa, siglo XX

Barlovento, “costado de un buque que está hacia
el lado de donde viene el viento…”
Guido Gómez de Silva

Son las diez en una fría mañana de noviembre, un hombre se pone el casco y los guantes, va ataviado con una chamarra de cuero, botas y bufanda, acaba de terminar su clase de literatura en la universidad de Ciudad Juárez. Colmado de la satisfacción que le dan sus alumnos con preguntas, amabilidad y necesidad de aprender, se dirige a su clase de las once en El Paso a bordo de su motocicleta Suzuki 450 por el puente de las Américas. Muchos pensamientos rondan su mente: la clase del Chuco le estresa, pero es la que paga las cuentas; sus colegas increpándole cómo puede vivir en un país tan corrupto y la larga fila que le espera para cruzar. La relajante canción que tocan en la 92 F.M. junto con el cigarro logran tranquilizarlo al llegar al puente. El frío le congela la cara, entonces decide pasarse por entre los carros de la fila entre rayadas de madre para llegar al otro lado de la frontera. Este hombre es Ricardo, el yo narrativo autoficcional de Ricardo Aguilar Melantzón en la novela A barlovento, publicada en 1999 por la Universidad Iberoamericana Laguna, en la colección Papeles de Familia, que le viene ad hoc, por describir algunos pormenores de los allegados al protagonista: Rosi, su esposa, y sus hijas Rosita y Gabi, que a lo largo de la novela van creciendo y vemos cambiar. Esta evolución ocurre, sobre todo, en Ricardo, narrador en la mayor parte de la obra. Dividida en cuatro partes, la narrativa de Aguilar Melantzón toma vuelo conforme las páginas se suceden y cuando uno menos se da cuenta, atestigua que la novela va empujada por la fuerza de los silfos.

205 AguilarM Barlovento.png

Lee aquí la novela

Los cuatro rumbos en que se secciona la novela cuentan con capítulos, pocas veces titulados y, a veces, sin continuidad evidente, ya que se intercalan en distintas unidades temporales. Durante una parte, hay una visita a países europeos donde nuestro protagonista no termina de sentirse a gusto: Portugal, España, Italia. Hay un trajinar entre estos viajes y episodios en Ciudad Juárez donde el ojo de Aguilar Melantzón es su mejor herramienta a la hora de narrar la cotidianidad: una bolería por la Plaza Cervantina, las dunas de Samalayuca con descripciones que alcanzan lo poético: “el desierto me había puesto contento, las arenas de los médanos de Samalayuca son de una belleza extraordinaria muy parecida a la de la piel humana”. O bien, comparando aquellas ciudades con la suya: “Nos decíamos asombrados que Atenas se parecía mucho a Juaritos, medio mal trazada y como que desparpajada y a cierta hora como el tráfico es exactamente el mismo que te encuentras por la Vicente Guerrero y Mariscal”. Aunque el profesor y escritor Ricardo Aguilar Melantzón fuera estadounidense de nacimiento (El Paso, 1947), no cabe duda de que jamás se identificó como tal (chicano en todo caso), y de eso su novela sirve de testimonio, en donde más que como mexicano, se deja ver como juarense y lo que eso implica: ser fronterizo.

205 Santiago Arau Samalayuca.jpg

Lo suyo es el ir y venir, pero por las últimas páginas cuando debe establecerse en los Estados Unidos, su vida se vuelve monótona y ni siquiera puede escribir: “Me da mucho miedo pensar que ya no puedo o que ya se me olvidó cómo. Acá no hay nadie por ninguna parte. La raza no camina por la calle. Se sube a su ranfla y jala para cualquier lado que vaya”. Añora este lado de la frontera: “las blancas sonrisas de los compas, que se avientan tacos de barbacoa, burritos, chicharrones, […], unos refrescos de óranch o manzanita california, […]. Acá no hay nada de eso. La Rosi me pregunta que qué ondas, que si la raza acá está muerta o qué”. Y a ratos, volver a Juaritos: “En un acto de desesperación, de artero exilio, agarramos el carro y salimos corriendo a todo lo que daba, cruzamos la frontera y llegamos rechinando llanta hasta donde están las señoras que hacen gorditas frente a la iglesia de la Insurgentes sólo para sentir que no se habían perdido, que no habían desaparecido para siempre”.

205 Santiago Arau Puente Libre

El arraigo que tiene nuestro narrador por Ciudad Juárez no le impide ver que el espacio y las condiciones están cambiando constantemente en la urbe, en su mayoría para mal: el narcotráfico deja ver sus estragos… delincuencia y destrucción del patrimonio cultural: “Hoy me metí a las dos tiendas que están donde era el lobby de Cine Plaza, quería ver qué les habían hecho a las estatuas de mármol blanco de hombres y mujeres desnudos”; “mi Rosi chica me dice que por furia o porque ya ni las películas pornográficas atraían a la clientela morbosa, lo cierto es que ya el Cine Victoria está en ruinas”. Imágenes que bien coinciden con nuestra actualidad. Y nos dejan esta importante reflexión: “pero nunca sale uno a su propia ciudad a tomarle fotos a su propia geografía, […] a lo que lo define a uno, el Monumento a Juárez, el Cine Alameda, el Puente Internacional, las calles de acá, de allá. Luego desaparece algún edificio, algún lugar importante y uno se queja de que ya no está y de que ya no se acuerda cómo era”.

205 Constitución.jpg

Marco Ojeda: calle Constitución, a mitad de la cuadra, entre Insurgentes y 18 de marzo

También retrata el cambio en espacios donde guarda preciados recuerdos: “Hoy entré a la casa de la Constitución, donde viví de niño. […]. Aquí a la mitad de la cuadra entre insurgentes y 18 de Marzo, es ahora una peletería, entré después de cuarentaitrés años”. Si el personaje y/o la persona de Ricardo Aguilar Melantzón volvió para querer recordar, regresar y encontrar “alguna huella” de lo que allí vivió, yo volví motivado por la lectura de una novela que habla de un hombre de letras que viaja en moto, que habla de su ciudad, que también es la mía. Volví unos veinte años después que el personaje, aun a sabiendas de la bruma que hay entre realidad y ficción, recordando los versos de Tropicalísimo Apache que dicen que hay cosas que no se olvidan en esta vida, como Ricardo Aguilar Melantzón no olvidó nunca Ciudad Juárez cuando se encontró lejos.

Gibrán Lucero

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Bailarín bajo el peso de la lluvia

04 Lunes May 2020

Posted by juaritosliterario in Bar, El Paso, Frontera, Segundo Barrio, Sinembargo

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narrativa, siglo XX

Juárez con Jota (2 de 10)

En la primera entrega de esta decena de ensayos –dedicada a la novela Vereda del norte, compuesta en 1937 por el escritor juarense José Urbano Escobar– mencioné la homofobia y los crímenes de odio cometidos contra lesbianas, gays, bis y trans. Dichos actos, también dije, nos recuerdan que las innegables contribuciones de la comunidad LGBT a la cultura universal han sido siempre acalladas y relegadas por motivos religiosos, sociales o raciales. La monografía de Efraín Rodríguez Ortiz, Crímenes de odio por homofobia: los otros asesinatos de Ciudad Juárez (2010) sirve de guía para comprender cómo el varón tradicional, proveniente de un sistema patriarcal, pierde sus referentes cuando interactúa con sexualidades no convencionales. Al ponerse en crisis su propia identidad, “el masculino no sabe y no quiere saber otras maneras de reaccionar que no sean a través de la violencia”. En este segundo texto, retomo el recuento cronológico de la creación literaria con temática queer en la zona fronteriza de Ciudad Juárez-El Paso. Así pues, toca el turno a la opera prima del narrador paseño Arturo Islas: El Dios de la lluvia: una historia del desierto.

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Lee aquí la obra

El libro, publicado originalmente en inglés en 1984 en Palo Alto, California, y aún sin traducir al español, traza la genealogía de una familia de origen mexicano que se asienta en un nuevo hogar al otro lado del Bravo, primero en Nuevo México, pero pronto se mudan a la frontera, al Segundo Barrio en El Paso, Texas. A pesar de que Miguel Chico (alter ego del autor) y su padre protagonizan la historia del linaje Ángel –así se apellidan, aunque le quitan la tilde–, un capítulo de la novela, “Rain Dancer”, se centra en el tío Félix, también conocido por sus empleados como el “Jefe Joto”. Su asesinato es brutal; la escena donde su hermano, Miguel Grande, debe reconocer en la sala forense el amasijo de carne en que quedó reducido desconcierta a todos los personajes, pero sobre todo, al lector, sin importar que desde la página seis ya se había anunciado su muerte. El crimen perpetuado en contra de Félix Ángel, además de generar un punto de quiebre en el ritmo de la novela –y en la misma tradición de la literatura chicana–, ilustra el estigma de ser homosexual en una época en la que el homicidio parece más tolerable.

Arturo Islas nació en El Paso en 1938; prolífico poeta, académico, ensayista y escritor de cuentos, es reconocido por sus dos novelas concluidas, que planeaban ser una trilogía: Almas migrantes (1991), secuela de El Dios de la lluvia. Su prematura muerte, en 1991 a causa del sida, truncó una carrera productiva e influyente en las letras latinas (o latinoamericanas), más allá de la veta chicana. Islas fue un escritor reflexivo, dedicado y consciente de un estilo que vertió en distintos registros; promovió, además, un sentido de responsabilidad hacia la comunidad con sus colegas –profesores y escritores–, estudiantes y críticos. Durante su carrera profesional, como profesor en el Departamento de Inglés de la Universidad de Stanford, formó una extensa colección de documentos, registros y bibliografía sobre estudios mexicanos, desde lo prehispánico hasta lo chicano. Como escritor de la frontera entre El Paso y Ciudad Juárez, hay que ubicarlo en la vanguardia en el tratamiento de dualidades sociales, lingüísticas y cognitivas. Uno de los nietos de Mamá Chona, matriarca de la familia Ángel, expresa: “Estamos en la frontera entre una tierra que nos ha olvidado y otra que no nos entiende. […] ¿Qué pues hemos de hacer nosotros, educados como espalda mojadas y con alma migrante?” Su compromiso artístico lo llevó a profundizar en la estética y la psicología de la creatividad gay, una exploración que chocaba con su formación tradicional, ligada al catolicismo. Como pensador homosexual, Islas superó límites, fronteras y roles establecidos, siendo el abanderado de la literatura queer escrita por chicanos.

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Una primera versión de la novela que aquí me ocupa se llamó Día de los muertos (1976), lo cual se hubiera prestado a una interpretación exclusivamente étnica o folclorista. En cambio, El Dios de la lluvia dispara varias lecturas y juegos intertextuales, incluso con el subtítulo: Una historia del desierto. “A cambio de ofrendas y de sacrificios –en particular de niños–, Tláloc otorgaba a los hombres todo lo necesario para la vida” (Guilhem Olivier), para fundar nuevos pueblos, como el que se asentó en el Lago de Texcoco. Esta deidad, una de las más antiguas de Mesoamérica, actúa para otorgar el valor, el mando, es decir, el poder, razón por la cual uno de sus nombres era “El Dador”. En el capítulo final de la novela, aparece un canto atribuido a Nezahualcóyotl, transcrito por el primogénito de Mamá Chona –el primer Miguel Ángel– quien murió en las calles de San Miguel de Allende a inicios de la Revolución a causa de una bala perdida: “Toda la redondez de la tierra es un sepulcro: no hay cosa que sustente que con título de piedad no la esconda y entierre. Corren los ríos, los arroyos, las fuentes y las aguas, y ningunas retroceden para sus alegres nacimientos: aceléranse con ansia para los vastos dominios de Tláloc, el Dios de la lluvia, y cuanto más se arriman a sus dilatadas márgenes tanto más van labrando las melancólicas urnas para sepultarse”.[1] A sus 32 años, Mamá Chona enterró a su hijo, y con él toda su alegría; jamás perdonó a México por la infortunada muerte; el movimiento armado la orilló, junto con su marido, a desplazarse hacia el norte para cruzar la frontera y nunca volver.

La zaga de los hijos y nietos de Mamá Chona entreteje los hilos narrativos de la novela, dividida en seis capítulos y precedida por unos versos de Pablo Neruda: “Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta” (“Alturas de Macchu Picchu”). El grueso de la acciones en El Dios de la lluvia ocurre en la década de los 60’s, justo cuando el movimiento chicano estalló como contienda social. La lucha por los derechos civiles de la población de origen mexicano en Estados Unidos transformó a fondo su propia conceptualización, así como su actuar en muchos terrenos, incluyendo el ideológico. Las representaciones simbólicas, asumidas por las letras, conjugan un talante político y militante, al tiempo que delinean múltiples situaciones de subordinación ante la sociedad dominante. Sin embargo, veinte años después, es decir, cuando Arturo Islas intenta publicar su novela, los lemas activistas –“Sí se puede!” y “Viva la raza!”– han conformado la agenda de una literatura apologética, con un profundo sentido nacionalista y un acentuado orgullo étnico. No es de extrañar, entonces, que una obra alejada de las imágenes positivas o redentoras incomodara los discursos de identidad chicana. Fue así que Quinto Sol, la principal editorial de este tipo de literatura, rechazó el manuscrito de El Dios de la Lluvia por alejarse del molde prestablecido. Seguramente, las acciones en torno a figuras homosexuales, en un momento de histeria ante el VIH (referido como “la plaga” hacia 1985), fue suficiente para que la novela se considerara negativa.

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La construcción de Félix me parece fascinante tanto por lo complejo y problemático que resulta trazar la personalidad y función de un personaje poliédrico. Detecto, por lo menos, cinco aristas que concurren en su figura: sabemos de él a través de lo que juzga su familia, una posición ambigua, ya que si bien todos conocen su homosexualidad, no la aceptan; su hermano Miguel, por ejemplo, opina que “All good dancers are queer”; sin embargo, recuerda con gran cariño la costumbre de Félix de salir a bailar bajo la lluvia cuando eran niños. Otra opinión nos la dan sus empleados, y aquí la imagen entra en conflicto, ya que, por un lado, Félix trabaja en una fábrica como enganchador de mano de obra barata. Él acepta la labor de coyote “con la condición de que estos hombres fueran inmediatamente considerados candidatos para la ciudadanía estadounidense”. Pero, por otro lado, él también se encarga de las examinaciones: pruebas físicas que le permitían palpar los genitales de los jóvenes obreros. El acosos en tal situación de poder era inminente; en esos días, “contemplando tanta belleza con la maravilla y el asombro de una novia, su único deseo era tocarlos y sostenerlos en sus manos con ternura”. La mayoría de los trabajadores olvidaba la experiencia, aunque “de vez en cuando se referían a sus espaldas, pero con cierto afecto como el Jefe Joto”.

El narrador omnisciente de la novela, la tercera voz que delinea al personaje, es la más importante. El cuarto capítulo, dedicado en exclusivo para Félix, nos presenta la estampa de alguien cercano y sensible a la naturaleza: “amaba los momentos tranquilos al anochecer, tanto como el olor del desierto justo antes y después de una tormenta eléctrica cuando el cielo, cargado de rayos, se volvía fresco con la fragancia del mezquite, la salvia blanca y la pimienta silvestre”. Ahí nos enteramos cómo cortejó a Angie, con quien se casó y procreó a cuatro hijos. Llama la atención que, aunque desde niño mostró comportamientos que podrían atribuirse al ser-gay, se aparta por completo de la heterosexualidad una vez que nace su hijo JoEl, quien, debido a sus constantes pesadillas, duerme con sus padres. “Mientras los tres dormían juntos con mayor frecuencia, Félix perdió su pasión por Angie, y se despertaba durante la noche sosteniendo contra el pecho a JoEl en su lado de la cama. Sus sentimientos protectores por el niño lo dejaron perplejo y desorientado porque parecían más fuertes que su deseo por su esposa”.

La violencia con la que es liquidado y lo que provoca el crimen en sus hijos Magdalena (Lena) y JoEl constituyen, respectivamente, la cuarta y quinta línea que ciñen al personaje. Félix frecuentaba un bar en el centro de El Paso en donde solía conocer a sus parejas ocasionales. Ahí conoció a su asesino, un militar de 18 años, con quien partió rumbo a un paraje más privado. “Estaban en el auto de Félix, en un cañón del desierto en el lado este de la montaña, y solo hablaron brevemente antes de que el chico lo pateara hasta matarlo”. La notica la recibió Miguel Grande, oficial de la policía quien por ese entonces buscaba su ascenso en la dependencia. Él se encargó de mantener discreción ante la familia y los medios. Lena insistió en saber la verdad y forzó a que su tío indagara y buscara la pena para el culpable; sin embargo, “El abogado pensó que era inútil someter a la familia a la vergüenza y bochorno de tal investigación. El joven soldado había actuado en «defensa propia y justificadamente», dadas las circunstancias, y no había razón para enjuiciarlo. Ya había sido trasladado a otra base”. Miguel Grande permaneció en silencio; Lena estupefacta. “Maldito hipócrita”, le dijo; “Unos meses después, se alegró de saber que su tío no había sido elegido jefe, pensando que eso lo obligaría a comprender cómo era realmente la vida de los mexicanos de «clase baja» en la tierra que garantizaba la justicia bajo la ley para todos”.

La representación de la sexualidad de Félix lo convierte en una figura única para los estudios chicanos y queer. El paradigma del armario que predomina en las construcciones de personajes gay no tiene nada que ver con Félix. Tal disyunción no solo sorprende por el crimen de odio cometido por homofobia, sino por sus expresiones transgresivas de homosexualidad, formadas por una red de dinámicas de poder entrelazadas, asociadas con sentimientos étnicos, sociales y, por supuesto, con la inseguridad masculina.

Carlos Urani Montiel
Ciudad Juárez, 26 de julio de 2019

[1] El canto original aparece en un tratado de 1778, Tardes americanas, compilado por fray José Joaquín Granados y Gálvez.

Texto publicado originalmente en Sinembargo.mx

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El reflejo del Brown Buffalo

24 Lunes Feb 2020

Posted by juaritosliterario in Avenida Juárez, El Paso, Sin categoría, Viaje

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narrativa, siglo XX

La autobiografía de un búfalo prieto (The Autobiography of a Brown Buffalo) es el primero de dos libros publicados por Oscar “Zeta” Acosta, un abogado y escritor chicano que desapareció en Mazatlán, Sinaloa, en 1974. Algunos se preguntan si se suicidó; corrían rumores de que el FBI estaba tras él debido a su activismo político. La autobiografía gira en torno a la vida del jurista Acosta, antes de agregarse la distintiva “Zeta” y convertirse en defensor legal de los militantes chicanos en East Los Angeles, durante los años 60.

El recorrido de este “indio salvaje que corre destruyendo frenéticamente todo lo que encuentra a su paso” comienza a partir de su infancia y adolescencia en Riverbank, California, concluyendo con el regreso a su ciudad natal, El Paso, Texas, después de haber pasado unos días en Ciudad Juárez. Antes de que la literatura chicana se consolidara, al grado de ser tendencia o incluso moda, era prácticamente imposible que una editorial estadounidense se interesara en publicarla. Una novela temprana, versión de Romeo y Julieta entre okies (residentes de Oklahoma) y chicanos, fue rechazada por tres editoriales que, si bien elogiaron la escritura de Acosta, pensaron que la temática no era aceptable. La historia del Búfalo prieto se imprimió en 1972, el mismo año en que se publicaron las obras de otros dos importantes escritores chicanos, Bless Me Ultima, de Rudolfo Anaya y Occupied America: A History of Chicanos, de Rodolfo Acuña.

169 Acosta - Autobiografia bufalo.jpg

Lee aquí la novela

Oscar Acosta reflexiona constantemente sobre su identidad. Es hijo de una pareja pobre de inmigrantes mexicanos; su color de piel moreno (brownie), su apellido, lo mantienen exiliado de una sociedad angloamericana a la que no puede acceder. Las mujeres de ojos azules, símbolo de la belleza a la que aspira, le resultan inaccesibles. No sólo la familia de ellas se opone a esas relaciones amorosas, también la policía. En México reconoce, por fin, su color en la piel de los otros. Caminando por la avenida Juárez encuentra productos nacionales, sandalias de Torreón, sombreros de Michoacán, dulces de camote, joyería y trabajos artesanales de los indios de las montañas sonorenses. “Todos caminaban a lo largo de las calles provistas de luces multicolores, en medio de tortas, tacos, tamales, elotes y cualquier clase de alimento cuyo precio no rebasaba un solo dólar”.

Su cabeza da vueltas; atento a la belleza femenina de las mujeres morenas, de facciones indígenas, de pelo negro que lo deslumbran, concluye que podría casarse con cualquiera. Alice Joy y Jane Addison, las niñas blancas que amó en la infancia dejan de importarle. En las habitaciones detrás de la Cantina de la Revolución, dos voluptuosas prostitutas le enseñan a ser un mexicano de verdad. Con ellas pasa una semana entera, hasta que una pelea con quien le renta la habitación y otro empleado lo lleva a la piedrera, la cárcel de Juárez. En el hotel, cuestionan sus raíces, su tono de español, su ser por completo. “-Pues parece mexicano, pero ¿quién sabe?”, “-Dile que si no le gusta… [el frío en su cuarto] ¡que se vaya a la chingada!” Entre multas para ser puesto en libertad y cobros injustificados de policías corruptos, Acosta se queda sin dinero. De regreso a El Paso, sin cartera, discute con los oficiales para que le permitan cruzar; ellos le advierten: “-Bien. Pero te sugiero que la próxima vez traigas contigo alguna identificación. No pareces norteamericano, ¿sabes? Su identidad se resquebraja. No es de aquí, ni tampoco de allá; solo el desamparo lo cobija. Entonces, y de repente, la revelación. “La bomba explota en mi cabeza. Luces intermitentes. Estrellas. Veo todo con claridad”. El protagonista se identifica con el brown buffalo, ese enorme mamífero perseguido y masacrado por cowboys e indios por igual, pero quizá le teman a las manadas, al Brown Power.

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Sólo los mexicoamericanos o chicanos saben lo que se siente nacer en un territorio hostil, dominado por otros moradores que ocuparon territorio por la fuerza. A pesar de su población, En Estados Unidos su comunidad sigue siendo una minoría, entre tantas otras, cuya literatura no termina de introducirse en el canon occidental; no se enseña en las escuelas más allá de la franja fronteriza y su distribución es insuficiente, sin importar la gran calidad de su escritura. Además, la orientación monolingüe limita el ejercicio público de otras lenguas. Oscar “Zeta” Acosta dejó de hablar español alrededor de los ocho años. Su visita a Ciudad Juárez lo hizo sentir, al menos por un tiempo, en casa, igual a los demás. No obstante, los abusos e insultos de los que fue víctima a causa de su lengua, el inglés, que lo identificaba como ciudadano norteamericano, terminaron por desilusionarlo. Este ser-en-medio no podía depender de paisanos juarense y mucho menos de los anglos; el chicano debía defenderse a sí mismo y entre los suyos. “En el momento presente, en este día lluvioso de enero de 1968, me doy cuenta de que no soy mexicano ni norteamericano. Ni católico ni protestante. Soy chicano por estirpe y Búfalo Prieto por elección”.

María del Carmen Rascón Castro

Texto publicado originalmente en Sinembargo

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La infancia a DIARIO

10 Sábado Ago 2019

Posted by juaritosliterario in Ciudad, El Paso, Lenguaje, Vida cotidiana

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narrativa, siglo XXI

Julia asiste a la primaria en donde sus compañeras se burlan porque los diarios han pasado de moda: “eso es de viejitas o de señoras aburridas”. A ella poco le importa; escribe porque sí, bajo un solo pacto: “Yo, aquí en este diario, voy a decir la verdad y me voy a oponer a ella. He / di / cho.” A veces solo espera que se acabe la jornada para que, al caer la noche, anote lo acontecido. Pero a veces hay días sin interés, así que cuando abre el diario “creo que no hay de qué escribir y termino escribiendo más que nunca. Es que hay historias que no se planean, salen nomás, salen de tus dedos con energía de rayo y de pronto no puedes parar de escribir. Es como si alguien te dictara párrafos enteros de tu vida y tu escribequetescribe”. La historia contenida en la novela Todo eso es yo, en cambio, se encuentra bien meditada y apunta hacia diferentes niveles o instancias de tránsito: de la infancia a la adolescencia, en el caso de la protagonista, quien pregunta, duda, revienta de coraje, se encierra y experimenta el despertar sexual; de la convivencia en las calles, junto con los vecinos en la cuadra, al temor ciudadano en el que se sumergió (sumergieron) Ciudad Juárez hace apenas unos años; de la inocencia al pánico de heredar cierta dosis de maldad; de la residencia sin sobresaltos en este lado al refugio que algunos juarenses –solo unos pocos– hallaron en El Paso, lugar en donde termina la narración urdida por la escritora sonorense Sylvia Aguilar Zéleny.

186 AguilarZ - Todo eso es yo.jpg

Lee aquí la novela

Todo eso es yo recibió el Premio Nacional de Novela 2014, otorgado por el Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes. En los prolegómenos, la autora, actual residente del otro lado de la frontera, en El Paso, agradece el apoyo del programa Creadores con Trayectoria otorgado por la Secretaría de Cultura Federal y el Instituto Sonorense de Cultura para poder escribir el texto. La lectura que más me convence y que le da sentido al libro entero es aquella que ubica al propio ejercicio creativo –es decir, a la redacción palabra tras palabra de un discurso que se dirige, en segunda persona, al “Querido diario”– en la médula de la composición literaria. Me parece que, en un contexto de exacerbada violencia, en donde la fatalidad se apila en nuestras calles, lo menos que uno puede hacer es cuestionarse sobre el alcance, respuesta y beneficio de lo que sea que uno haga… empleo, oficio u ocio. A esta simple labor, los narradores de Ciudad Juárez han suscrito novelas de alta complejidad, experimentales, no lineales ni en pos de una fábula secuenciada. Siembra de nubes de Oswaldo Zavala (2011), Los días y el polvo de Diego Ordaz (2011), Garabato de Willibaldo Delgadillo (2014) y El monstruo mundo de Azucena Hernández (2017) han hecho de la escritura –lo metaficcional– un pilar en sus composiciones, dudando de ella, poniéndola en crisis a la par de una realidad que se desmorona. Al inicio del tercer y último capítulo de Todo eso es yo, Julia ha extraviado su diario. “Un año entero perdido. Un año entero en páginas a la basura.” Su madre pensó que era peligroso, algún tipo de evidencia. “Y ahora empiezo esta libreta. Iba a escribirlo todo otra vez, todo lo que pasó. Lo de la colonia, lo de las elecciones [las del 2006]. Lo de Papá, claro, lo de Papá. Pero no tiene caso. No quiero volver a vivirlo. Porque escribir es volver a vivir, o eso decía mi maestra de quinto.”

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La novela corta también explora otros temas y técnicas, recurrentes en la prosa de Aguilar Zéleny, a partir del contacto entre la protagonista y su núcleo familiar y escolar. En la edición física, publicada por el gobierno de Tamaulipas a mediados de 2016, la tipografía se complementa con elementos gráficos –rayones, dibujos, una carta de tarot (la de la estrella) y hasta una fotografía– que ilustran con humor y frescura ciertos pasajes. Por otra parte, los personajes femeninos encarnan obsesiones y padecimientos: la mamá secunda a su marido, vive para él y le duele tanto lo ocurrido que se desentiende de sus hijos; la tía acalla y disimula, es buena con los suyos, pero su práctica del catolicismo coquetea con el fanatismo; la Bis pierde la memoria, sus capacidades disminuyen, día con día parece más una niña, al contrario de su bisnieta que no para de crecer, captar e interpelar a su enmarañado entorno: “¿Qué les hacen a las Muertas de Juárez para que queden sólo sus osamentas?” La relación con su hermano menor es entrañable; aunque ambos sienten miedo, ella no lo exterioriza. “No le digo nada. Acaricio la espalda de Willy y lo acomodo en mis brazos. A veces creo que yo soy su mamá.” La atracción por el mundo masculino queda bien reflejada a través de distintos personajes que le provocan inquietud y deseo: Pedro (amigo de la familia), el primo Jonas y Barry, el chico cool de Wiggs Middle School. La otra figura varonil es el padre de Julia, de quien se sabe poco e imaginamos mucho: “Mi Papá es un fantasma. Un fantasma que flota en la vida de mi Mamá. En la mía. En la de Willy.”

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Ciudad Juárez agoniza en Todo eso es yo, novela de crecimiento o iniciación que vapulea la infancia de una pequeña que lo va perdiendo todo. Aunque su campo de acción es, ciertamente limitado, ya que ocupa el interior de la casa y los espacios escolares, estos aparecen asediados por una fuerza exterior, similar a una bala perdida que silencia cualquier pulsión. Cuando su maestra fallece, “Nos dijeron como en todos lados dicen cuando matan a alguien: se murió. Sólo eso, se murió. En el frente de la escuela pusieron un gran moño negro, la verdad es que en muchos lugares de la ciudad hay moños negros, ¿quién hará esos moños negros? qué negociazo ha de ser.” De un día para otro los vecinos desaparecieron, no hicieron mudanza. “Ni pío hicieron”. Hasta dejaron al Califas, el gato que pronto se convirtió en la nueva mascota de Willy y Julia, hasta que ellos también tuvieron que dejarlo todo.

186 Califas.jpgUrani Montiel

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Una misión hacia El Chuco

21 Viernes Jun 2019

Posted by juaritosliterario in Cruce, El Paso, Frontera, La línea, Migración / llegada, Narcotráfico, Strip-club

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narrativa, siglo XXI

Bordeños es una novela corta escrita por Francisco Serratos en 2014, publicada por el Fondo Editorial Tierra Adentro. El texto retrata la historia de dos amigos: Faco y Polo (el primero, estudiante de arte; el segundo, un delincuente) que, después de estar muy unidos en su infancia, cada uno toma caminos diferentes, hasta que la vida los separa por completo. Una noche fría, muchos años después, los dos jóvenes se reencuentran. Polo, que se había convertido en todo un criminal (ayudaba a inmigrantes a cruzar ilegalmente a Estados Unidos), reconoce a su viejo amigo, que ahora era un estudiante de arte con mucha visión. Inmediato al reencuentro, terminan pasando la noche en un hotel con dos mujeres. A la mañana siguiente, se revela el conflicto central de la novela: Polo es amenazado por hombres armados que le exigen dinero que, según él, su jefe había robado; Faco conoce a Isamar, una chica colombiana que llegó a la frontera “de pasada” mientras juntaba dinero para cruzar al otro lado; Polo decide viajar a Seattle para huir de sus deudores, así que les pide ayuda a la improvisada pareja para encontrar un automóvil y escapar; después, Faco regresará a su vida normal e Isamar irá en busca de su prima en Estados Unidos.

182 Serratos bordenos.jpg

Lee aquí la novela

La novela tiene lugar en las ciudades vecinas: Juárez y El Paso. Como es costumbre, este tipo de relatos que ocurren entre estos dos espacios siempre incluyen a personajes que cumplen con el estereotipo del inmigrante que llega a Juárez “de pasada” mientras busca cómo cruzar la frontera. También aparece esa  otra cualidad muy visitada en la literatura fronteriza: el cruce ilegal de personas hacia Estados Unidos. En este caso, Polo encarna el papel del “pollero” que tiene contactos en todas partes y, a cambio de una no tan módica cantidad de dinero, puede cruzar personas sin ningún tipo de problema; Isamar, por su parte, adquiere el papel del inmigrante que, debido a su falta de documentos legales, tiene que trabajar en algún bar o haciendo cualquier tipo de actividad lucrativa, no siempre tan lícita, mientras consigue el dinero suficiente para embarcarse de lleno en el american dream. Desde luego, no siempre estos inmigrantes consiguen lo que quieren, al menos no tan fácil como Isamar, quien, finalmente, al ayudar a Polo, termina por beneficiarse a sí misma, aunque estuvo casi dos años trabajando en Juárez, embriagando clientes, “más si son gringos”.

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Bordeños es una novela corta y disfrutable, aunque no deja de contener rasgos estereotípicos de la literatura sobre Ciudad Juárez, la cual, casi como canon, siempre cae en dos tópicos: el narcotráfico y el cruce ilegal a Estados Unidos. Como la mayoría de los habitantes de esta ciudad, he cruzado a El Paso (legalmente, claro) desde muy temprana edad, y en más de una ocasión me ha tocado ver que retengan a alguna persona por no llevar documentos, o que salvajemente alguien irrumpa corriendo, intentando sortear a los oficiales de inmigración. Por ello, quizá la novela resulta tan cliché, porque es la realidad que se vive día a día en la frontera. También estoy seguro de que historias como las de Faco y Polo hay muchas, algunas menos exitosas que otras, pero dignas de ser plasmadas en papel por alguien que simplemente esté dispuesto a escuchar y a encontrar la literariedad en la vida real.

Armando Góngora Moreno
mayo, 2017

 

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Introspección en manada

28 Jueves Feb 2019

Posted by juaritosliterario in Avenida Juárez, carro, Cruce, El Paso, Frontera, Viaje

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narrativa, siglo XX

“¡Hay novelas que impactan hondo!”, grité a mitad del callejón. No obtuve respuesta y a nadie convencí, pero insisto y lo confirmo ahora que escribo la misma sentencia en silencio. Quizá el impacto sea incuestionable para el autor, sobre todo cuando explora el género autobiográfico, lugar idóneo para modelar, componer y ensayar versiones de un “yo” que coincide y se desdobla en el narrador protagonista, portavoz de la materia prima de su propio ser ficticio. La novela del estrafalario y polémico abogado chicano Óscar Zeta Acosta viene a cuento y sirve de ejemplo. Sobra decir que La autobiografía de un búfalo prieto, publicada originalmente en inglés en 1972, me gustó sobremanera; podría extenderme en palabras y horas para que todos la lean. Así que en estas líneas me ciño a la agenda de nuestro proyecto y de paso ofrezco unas notas en torno de la obra. ¿Cómo se construye la espacialidad juarense y qué funciones cumple en el entramado narrativo?

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Lo primero a contextualizar es que estamos frente a una novela de viaje que ocurre específicamente a lo largo de la carretera (road novel). Inicio: San Francisco. Punto de llegada: El Paso/Ciudad Juárez. Motivo: hallar las raíces de la “pinche identidad”. Durante el trayecto, e incluso antes de que comience la travesía sobre el Plymouth verde modelo 65, Óscar va dejando al descubierto su personalidad, al grado de desnudarla por completo. Por medio de interlocuciones que sostiene consigo mismo, con un par de exóticas figuras que lo acompañan como sombras o con otros personajes, el Búfalo prieto da cuenta de su condición presente bajo el filtro de las circunstancias pretéritas. Pareciera que todo impulso a sus 33 años –tiempo de revelaciones y catarsis– fuera una reacción en cadena de sus primeros pasos en el Segundo Barrio, en El Paso, o de la transición de niño a adolescente vivida en Riverbank, California. “Con la cabeza llena de drogas estimulantes, el pene marchito y una lata en la mano, mis nudillos enrojecen a causa de la firmeza con la cual sostengo el volante mientras conduzco a toda prisa a través de las montañas y el desierto en busca de mi pasado…”.169 Plymouth 65 belvedere.jpg

Aún falta algo más para entender a este “indio salvaje que corre destruyendo frenéticamente todo lo que encuentra a su paso”. Los años 60’s, la década de la droga (dope decade) y sus ávidos consumidores: beatniks, hippies y snobs, a quienes nuestro bisonte remeda y desprecia. No así a los estupefacientes, o a cualquier tipo de sustancia que lo incite a continuar con el viaje, tanto el que se mide en millas como el que experimenta con anfetaminas y budweiser. De hecho, La autobiografía de un búfalo prieto vio la luz solo unos meses después que Miedo y asco en Las Vegas, del escritor Hunter S. Thompson, quien aparece como el personaje de King en la novela del chicano; mientras que la desaliñada figura de Óscar Zeta Acosta, con el alias del abogado Dr. Gonzo, recorre Las Vegas junto con el periodista Raoul Duke. Cuando la palabra escrita transmite el efecto o alcance de un psicotrópico debe afinar el punto de vista de quien cuenta, así como ajustar a detalle los referentes, ya que la correlación entre el significado y su imagen se desestabiliza y zarandea a merced del alucín. Todos los personajes secundarios en La autobiografía de un búfalo prieto sirven de retén y perspectiva para asimilar un mundo que se construye sobre sus propias referencias a medida que uno avanza en la lectura.

169 Acosta portada ingles

La versión al español, a cargo de Argelia Castillo Cano, apareció 22 años después del original, en la colección Paso del Norte, del sello editorial Grijalvo, la cual publicaba “libros representativos de una minoría étnica que busca una expresión propia… un lenguaje inédito, una forma de resistencia cultural a través de la literatura”. Existen otras traducciones al castellano que ahora cuentan con buena distribución en línea, pero con escaso tino al momento de las equivalencias de sentido. La editorial Traficante de sueños, por ejemplo, titula al libro como Autobiografía de un búfalo pardo. Esta selección sobre la paleta de color marrón deja fuera la etiqueta racial del brownie y, por tanto, el sentido crucial de la obra, el cual se evidencia cuando el protagonista cruza la frontera y entra a Ciudad Juárez. En cambio, ser prieto en México aún conserva el desprecio socarrón, cuando no la designación ofensiva.

169 Acosta - Autobiografia bufalo.jpg

Lee aquí la novela

Al final del camino, en el capítulo 16, Óscar llega en autobús a El Paso, “el lugar donde nací, para ver si podía encontrar ahí lo que estaba buscando. Aún quería saber quién era realmente yo”. Sale de la céntrica estación y deambula por una topografía emocional que apenas alcanza a distinguir. El viejo cine de barrio había cedido el predio para varios establecimientos de baratijas. Las calles Durango y San Francisco cambiaron su fisonomía. Tras contener el llanto frente a la casa donde alguna vez vivió, decide abordar el tranvía con destino a Ciudad Juárez. La experiencia del cruce es fenomenal, no sólo porque todos los sentidos del narrador se aguzan, sino por los nervios que experimenta al no traer papeles para entrar al país. Cuando el agente aduanal entra al vagón, supone lo peor: “me arrestaría… por el hecho de fingir ser mexicano. ¿Existía acaso ese cargo?” El uniformado pasa de largo. Ese 9 de enero de 1968, la populosa avenida Juárez recibió al Búfalo con los brazos abiertos. “Todas las caras eran oscuras. La gama iba desde la tez morena clara hasta la piel prieta”. Música, bellas mujeres en la zona roja, bares, proxenetas y hoteles. Sin embargo, el idilio del reencuentro concluye cuando se acaban las monedas, “justo cuando creía que me había vuelto mexicano en la cama de unas rameras”. Juaritos entonces, le da un duro revés. “La ciudad del pecado y de las luces multicolores” muestra otra faceta: cárcel, escarmiento y corrupción.

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Tras la faena para regresar a su país de origen, Óscar, bajo una letal pesadumbre, recurre a su hermano y le confiesa su fracaso: “un hijo de puta afirmó que yo no era mexicano, mientras que otro dijo que tampoco era norteamericano… por tanto, no tengo raíces en ninguna parte”. Durante esa llamada telefónica, en el vestíbulo el Grand Hotel del centro de El Paso, escuchó hablar del Brown Power, del poder mestizo de La Raza en East L.A., su próximo destino. “La bomba explota en mi cabeza”. Epifanía. Óscar Acosta está a punto de convertirse en Zeta, “el abogado chicano más famoso del mundo que había contribuido a dar inicio a la última revolución”, de la cual, por cierto, hay novela: La revuelta del pueblo cucaracha. El búfalo “es el animal que todo el mundo ha masacrado. Tanto los vaqueros como los indios”. El examen dentro del foro interno de la conciencia ha arrojado resultados: “me doy cuenta de que no soy mexicano ni norteamericano. Ni católico ni protestante. Soy chicano por estirpe y Búfalo Prieto por elección”. El narrador entonces, hace un llamado: “Esto es, damas y caballeros, lo que quería plantearles. A menos que permanezcamos unidos, los búfalos prietos nos extinguiremos”. Y ahora sí, a temer a las manadas.

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Carlos Urani Montiel

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El (re)corrido de Dante

15 Jueves Nov 2018

Posted by juaritosliterario in El Paso, Frontera, Migración / llegada

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narrativa, siglo XXI

Eduardo González Viaña es un escritor, periodista y catedrático de origen peruano, defensor de los derechos del migrante hispano en Estados Unidos. El corrido de Dante ha sido galardonada con el premio latino internacional 2007 de EE. UU. La novela relata la historia de Dante Celestino, un migrante de origen mexicano que vive con su hija Emma en un pequeño pueblo del estado de Oregón llamado Mount Angel. Luego de la muerte de su esposa, Dante se tornará un padre insoportablemente sobreprotector con su hija, hasta que ella decide escapar de su lado durante su fiesta de quince años con un grupo de jóvenes que, sobre sus motocicletas, irrumpen durante la celebración tan extravagante que su padre ha organizado. Dante está decidido a recuperar a su hija, de modo que emprende una búsqueda incansable al lado de su burro Virgilio con quien viajará por gran parte de los Estados Unidos, y se encontrará con una serie de curiosos personajes, de los cuales algunos lo ayudan en su misión, y otros lo intentan desviar. Estos curiosos encuentros reflejarán en un nivel didáctico la realidad del modus vivendi de los migrantes hispanos en un territorio que no siempre los acepta.

160 GonzalezV - Corrido Dante.jpg

Lee aquí la novela

Los protagonistas de la novela recorren una inmensa cantidad de espacios a lo largo del país americano, de Oregón hasta Las Vegas y más arriba; sin embargo, la geografía mexicana también aparece a través de los recuerdos de Dante. Él mismo relata los trágicos y difíciles momentos que vivió para lograr cruzar por primera vez la frontera, así como el rudo trayecto que anduvo desde su natal Michoacán hasta El Paso. Aunque estos momentos en los que el lector se introduce en la memoria de Dante son esporádicos y aleatorios, dejan una clara idea de los distintos paisajes por donde el personaje ha pasado. El contexto que más sobresale abarca las calles y barrios de Estados Unidos; por ello, los puntos destacables de la obra de Gonzales Viña son la descripción del ambiente entre las altas y las bajas clases económicas del país, las constantes luchas y desacuerdos generacionales y las distintas ideas culturales que convergen dentro de un solo lugar.

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Ahora bien, ¿cómo se relaciona el espacio de Ciudad Juárez con la historia de El corrido de Dante? La respuesta resulta bastante sencilla, pues esta frontera siempre ha sido un lugar de paso para miles de migrantes, tanto del sur de México como de Latinoamérica; es decir, representa la unión con una de las naciones más poderosas del mundo. Por tal motivo en nuestro territorio se pueden encontrar muchas historias parecidas a las de la obra, donde la ciudad se menciona momentáneamente, pero conlleva una gran de importancia para todos aquellos que buscan el sueño americano. En realidad, si lo pensamos bien, historias semejantes a las de Dante ocurren casi a diario por la calles de Juárez, aunque pasen desapercibidas.

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Merlina Isabel Franco

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