De Ciudad Juárez a Canadá, de James Dean a Breaking Bad
La novela Northern lights, del escritor juarense Ángel Valenzuela, fue publicada en octubre de 2016 bajo el sello de Casa Editorial Abismos, con un corto prólogo (como deberían ser todos), de Alberto Fuguet y un epígrafe de la canción “Half A Person”, de The Smiths. Dos amigos inician un viaje para ver las auroras boreales en Canadá, partiendo desde la zona fronteriza de Ciudad Juárez-El Paso, atravesando Estados Unidos. Los motivos en ambos son diferentes: Demetrio quiere vivir su última gran aventura antes de casarse; Andrés lo acompaña solo para estar cerca de su amigo; a él no le interesa tanto el fenómeno atmosférico, ya que se siente atraído por otra luminiscencia: “Veo el brillo en sus ojos [los de Demetrio] y es como estarlas viendo ahora mismo, las luces del norte”. Como en cualquier road movie, el playlist no puede faltar: M83, Arcade Fire, The Lumineers. Andrés, protagonista y narrador, es un joven homosexual, caviloso, inteligente e incluso romántico, que se ve a sí mismo como al Little Bastard, enfilado hacia la catástrofe, y a Demetrio como a James Dean. Su amigo, por otro lado, es alto, atlético, atractivo para la mayoría, con un carácter más relajado, que guarda la mariguana entre un libro de Lorca y otro de Baudelaire. Mientras Andrés desea visitar Marfa, debido a sus “calles viejas y polvorientas, luces extrañas en medio de la noche oscura, artistas exiliados” y por ser el lugar donde se filmó Giant, donde aparece el ya mencionado actor James Dean; “A Demetrio sólo le interesaba hacer fotos en los sitios de Breaking Bad […]. Parece que el espíritu de Jesse Pinkman se hubiera apoderado de él”.
Durante el viaje van descubriendo, más que lugares inusitados, aspectos desconocidos de ellos mismos, para después reconocerse, milla a milla, de una nueva manera, llevando su amistad a cruzar fronteras en más de un sentido. Así que la frontera juega un papel muy importante en el ensamblaje de la novela; a través de ella, la voz narrativa deambula entre los recuerdos de la niñez y adolescencia con los que vamos conociendo más acerca de los protagonistas. La mayoría de estas evocaciones toman lugar en Ciudad Juárez: “Ocasionalmente nos saltábamos alguna clase y nos íbamos a tomar tecates al Chamizal”; o bien, sobre la vista del cielo en el desierto: “Salimos justo cuando comienza la puesta de sol. Delante de nosotros, la carretera y una vista incomparable: las montañas se recortan contra el cielo que de a poco va adquiriendo tonos magenta y naranja. No hay atardeceres más bonitos que los de este desierto de Chihuahua, me cae”.
El mismo paisaje también provoca reflexiones más hondas: “porque esta frontera tan puteada por los gringos, por la maquila, el narco y por el mismo gobierno todavía saca fuerzas de no sé dónde para regalarnos este espectáculo majestuoso”. Sobre los médanos, Andrés dialoga (solo en su consciencia) con su amigo: “Luego, habíamos quedado de ir a las dunas de Samalayuca un fin de semana, ¿recuerdas?”. Y sobre la afluente que divide a las ciudades, también rememora: “Cuando era niño y había día de campo, solía quedarme horas sentado frente al Río Bravo […]. Ahora el río está muy seco”. Antes, lleno de agua y ahora de cemento: “En su lugar hay un triste canal de concreto que sirve de trinchera a los mojados que huyen de la migra”, aunque algunas familias todavía acuden al río los fines de semana como antaño era tan común. Dado que Andrés nos habla de sus recuerdos en Juárez, tan cercanos a nuestro tiempo, y que, con la mención de Facebook y Google, nos damos cuenta de que la historia se ubica, aproximadamente, en la primera década de este siglo.
Los lugares mencionados, por su parte, también corresponden acertadamente con los que nosotros vemos y/o vimos: “La Carretera Panamericana. Así se le conoce también en Juárez, aunque los afanes urbanizadores la hayan transformado en la Avenida Tecnológico”; y el Chamizal, uno de los lugares más visitados para acampar y realizar actividades de ocio. Lo mismo sucede en las dunas de Samalayuca y con el imperecedero cielo de la frontera que nos regala una preciosa vista. Andrés tiene una opinión clara sobre las fronteras: “Qué antinaturales son […]. Las físicas y las metafóricas. Me parecen obscenas. Un atentado contra la humanidad. […]. Pienso que uno mismo construye su patria.” Hacia el final, nuestro narrador se reconoce como una hormiga en un mundo gigantesco, pero a salvo, viendo lasnorthern lights: “Todo parece insignificante ante la magnitud de este espectáculo. Las fronteras, lo prejuicios. El lenguaje, incluso, me parece insignificante y absurdo”. En menos de 120 páginas, el escritor Ángel Valenzuela da espacio a la ternura, la pasión homoerótica, la vitalidad de una historia de carretera, pero, sobre todo, a la amistad de dos jóvenes que están a punto de iniciarse en la vida adulta y encuentran en este viaje la mejor ruta de escape.

Crédito fotográfico: Oksana Portillo
Gibrán Lucero
- Publicado en carro, Desierto, El Chamizal, Frontera, Río Bravo, Samalayuca, Viaje
De los cimientos a nuestros días
Ignacio Esparza Marín no nació en Ciudad Juárez; sin embargo, desde su llegada en los años treinta, sintió un gran cariño y afecto por la frontera, por la manera hospitalaria en que fue recibido, la misma historia biográfica de muchas personas que llegan en busca de mejores oportunidades y ya no regresan a su lugar de origen. Juaritos adopta con premura. Así lo narra el autor en el “Preámbulo”. La Monografía histórica de Ciudad Juárez, publicada por la imprenta Lux, ubicada en la Calzada Hermanos Escobar y Honduras, se conforma por dos tomos; el primero, del que aquí me ocupo, apareció en 1986; y el segundo, cinco años después. Esparza Marín, cronista de la ciudad, nos invita a conocer la raíces de Juárez, todos aquellos sucesos históricos que le llevaron a ser el espacio que habitamos en la actualidad.
En orden cronológico, relata la vida de los primeros moradores, indígenas nómadas de los que resulta difícil rastrear las huellas de su cultura; las primeras expediciones de conquista que se realizaron por el área septentrional de la Nueva España, dirigidas por Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Juan de Oñate, Antonio de Espejo, entre algunos otros; así como el establecimiento de los primeros asentamientos en El Paso del Norte; la presencia del presidente Benito Juárez y su gabinete en 1865; y distintos sucesos relacionados con la Revolución mexicana. Así que el lector podrá localizar en la Monografía información sobre temas diversos: conquista, evangelización, rebeliones de los indios-pueblo, minería (fiebre del oro), ferrocarril, costumbres antiguas, servicios públicos como transporte, electrificación y teléfonos, la depresión económica y varios datos de amplia valía para el acervo histórico de la ciudad.
El centro de la ciudad (y también sus alrededores) es un lugar en el que encontramos vestigios de la historia, como el monumento a Benito Juárez, considerado una joya arquitectónica que data del año 1910, o la Misión de Guadalupe, fundada en 1659 por Fray García de San Francisco. El historiador también nos cuenta los problemas que hubo en Estados Unidos a causa de los irreprimibles deseos de nuestros vecinos que iban más allá de los límites morales, acudiendo a cantinas, casas de juego clandestinas y de asignación. La prohibición en Estados Unidos causó que todas esas actividades se movieran a este lado de la frontera. Así es como empezó a ganar popularidad la avenida Juárez y parte de la 16 de Septiembre, destacando lugares como el cabaret La linterna verde, el Kentucky Bar o el Keno, casa de juego ubicada en la Lerdo. Otro de los espacios que menciona la Monografía es El Chamizal, el cual fue causa de una nutrida controversia entre ambas naciones pues no acordaban a quién pertenecía este territorio, debido a las frecuentes crecientes del Río Bravo, frontera natural y antes movediza. Fue el mismo Benito Juárez quien tomó la iniciativa de reclamar esas tierras, concedidas a México hasta junio de 1962. Actualmente El Chami es el lugar de encuentro de muchas familias, quienes aprovechan los parques para organizar reuniones o festejar algún cumpleaños. El exhipódromo, nos cuenta Esparza Marín, cerró a causa de una orden del Gobierno Federal, que prohibía establecimientos que estuvieran relacionados con las apuestas. El mercado Cuauhtémoc, por su parte, tuvo gran dinámica en la depresión americana pues se vendían artículos de alfarería para los turistas estadounidenses.
Actualmente, la plaza Benito Juárez es un espacio que ha sido aprovechado por los ciudadanos como punto de reunión de diferentes expresiones culturales a través de eventos que se realizan cada fin de semana. “La primera piedra fue colocada a la cinco de la tarde del día 15 de octubre de 1909, por el General Porfirio Díaz, quien había llegado a esta población para tener una entrevista con el entonces presidente de los Estados Unidos, Mr. William H. Taft.” El Bazar del Monu es conocido por ofrecer, todos los domingos, artículos de diferente índole que tienen algún significado histórico, desde libros, discos, pinturas, artesanías, etc. La historia de Ciudad Juárez ha sobrevivido a pesar de los malos tiempos, nos da identidad y nos recuerda cómo es que surgió todo lo que conocemos hoy en día. Al caminar por las calles del centro o entrar en un bar siempre encontraremos personas dispuestas a contarnos la historia de aquellos lugares. A pesar del paso de los años (y de los incidentes que han ocurrido en su interior), el mercado Cuauhtémoc, ubicado en el cruce de las calles Vicente Guerrero y Mariscal, sigue en funcionamiento ofreciendo a sus clientes una variedad de productos herbolarios, artesanales, ropa, discos pirata, etc. Muchos de los que vivimos en esta frontera hemos comprado algún platillo en los puestos de comida. Gracias a estos espacios es posible conservar la memoria de tiempos lejanos en los que se establecieron los cimientos de la ciudad.
Daniel Malaquías
Chamizal: mil días de campo y uno que otro fantasma
“Al que tiene mujer hermosa, / o castillo en frontera, / o viña en carretera, / nunca le falta guerra”. Este es el refrán popular que abre el cuentario Trivium fronterizo, escrito por Míkel F. Deltoya y publicado por la Editorial Chimichurri en 2016. El primer cuento (y en el que me centraré) se titula simplemente “Chamizal”. Al escuchar (o en este caso, leer) este nombre, no pude evitar pensar en días de campo con toda la familia: niños jugando, perros corriendo, pero no es de eso de lo que trata este cuento. El protagonista es un sujeto sin nombre que no nos habla a nosotros sino a su amada Griselda. De inmediato nos damos cuenta de la realidad: él está muerto. Le dice a “Griseldita” que deambula por las calles de la ciudad y que la observa mientras tiene sexo con otros hombres. Le cuenta también del día en que murió, debajo de un árbol en el Chamizal, y que desde entonces, ha ido vagando por Ciudad Juárez, visitando lugares emblemáticos como la Avenida 16 de Septiembre y la Catedral (“la cate”, como la llama). Amor, celos y muerte se mezclan en este espléndido, aunque corto cuento.
La acción de “Chamizal” se desarrolla mayormente en la casa de Griselda mientras nuestro protagonista sin nombre le habla. Es durante ese momento en el que nos encontramos con otros espacios (como algunos que ya mencioné). Noto que el personaje, al inicio del cuento, describe la ciudad como “plagada de espejismos y muerte”. Sabemos que tristemente nuestra bella frontera siempre ha tenido calificativos de este tipo. Por último, sirviendo como lugar ceremonial en el que el protagonista se separó de la vida, tenemos el parque que da nombre al cuento. Será recordando el lugar la manera en la que esta alma en pena descubre cuál es la deuda, la cuenta pendiente que lo mantiene atado a este plano existencial. Como nota personal, en más de una ocasión he escuchado a alguien decir que tiene ganas de “ponerse una peda” en el Chamizal a media noche para llorar a un viejo amor. Esto es justamente lo que hace el protagonista. Quizás sea el hecho de estar apartado de todos o el misticismo que involucra estar rodeado de la naturaleza (bien podríamos decir que es una de las zonas más verdes de la ciudad), o alguna otra razón, pero el hecho es que Deltoya eligió este ambiente no solo para titular su ficción, sino para que también funcionara –como ya dije– a manera de lugar ceremonial.
Antes de concluir, describo una escena en específico en la que el protagonista habla a Griselda acerca de “las muchachas, esas que me topo de repente en la plaza”. Me parece interesante la manera en la que describe, según mi entender, a las mujeres víctimas de feminicidios en la ciudad. No es mi intención hacer una reflexión basada en la posible existencia de los fantasmas de estas muchachas vagando por la ciudad, pero me parece una forma muy cruda y triste de plasmar una realidad en la que todos hemos sido afectados (especialmente, claro, estas muchachas y sus familias). En fin, la ciudad seguirá albergando miles de historias que están ahí, esperando ser contadas. ¿Quién sabe si en algún momento, en algún lugar de esta ciudad, ronda el fantasma de un hombre que llora por su muerte y el destino de su amada? No puedo dejar de invitar a escuchar a estos lugares, estas historias que van tejiendo a base de amores, desamores, borracheras, pasiones y, ¿por qué no?, uno que otro fantasma.
Armando Góngora Moreno
- Publicado en El Chamizal, Frontera