La Chaveña: una vía pendiente
Tan lejos del centro, Juárez se ha caracterizado por su multifuncionalidad: misión, villa, presidio, paso del norte, refugio, capital del país, plaza en disputa (y por tanto heroica), sitio idóneo para iniciar campañas. Esta historia de fortaleza que por siglos ha guardado sueños, exilios y esperanzas no puede desprenderse del proceso de reparto y concentración de heredades. La división –y venta– territorial en partidos, luego en ejidos, barrios y colonias, origen de la actual configuración urbana, deviene de elementos estructurales, económicos, políticos y sociales que responden a las particularidades de la región. La distancia respecto a la capital, el carácter fronterizo, la llegada del tren (hacia finales de 1882), la apertura y cierre de la zona libre, la proliferación de cantinas y restaurantes, los movimientos armados, la maquiladora y la expansión de la mancha urbana son las pulsaciones que participaron en la formación de ciudad. Sin duda, la memoria de la propiedad de la tierra y sus vaivenes debe ser contada. Las investigaciones de Guadalupe Santiago Quijada, profesora de la UACJ, esclarecen la evolución, en términos de particiones y posesión, de estos lares. Ella confirma que “El establecimiento de ferrocarril contribuyó, aunque de manera selectiva, por su diseño centralista, a la integración de la economía nacional con la ampliación de los mercados y la rearticulación de los espacios territoriales” (Propiedad de la tierra en Ciudad Juárez, 1888 a 1935).
¿Qué ofrece la literatura frente al acontecer y ajetreo citadinos? La crónica urbana. Definida como una narración lineal de sucesos, pretende convencer a través de una escritura sencilla y de una experiencia verificable. Recién Antonio nos contaba algo respecto, y agrego que la “literatura ciudadana” cuenta noticias y traza escenarios que se confunden con el espacio, de tal suerte que su lectura nos invita a recorrer la metrópoli real y participar dentro de ella. La pluma del cronista retrata a cada paso costumbres, figuras y anécdotas perceptibles en las mismas arterias y vías. No obstante, fijar por escrito el vértigo de las calles siempre será subjetivo. Juárez cuenta con dignos representantes de este género mutable y movedizo: Ricardo Aguilar Melantzón, Adriana Candia, Emilio Gutiérrez de Alba, Raúl Flores Simental, entre otros. Mención aparte merece la antología Road to Ciudad Juárez: crónicas y relatos de la frontera, de la que hemos tratado en abundancia. En esta ocasión me quiero centrar en la escritura de David Pérez López, periodista zacatecano radicado en la frontera desde 1980, en donde se desempeñó como columnista y caricaturista (bajo el seudónimo de Sax) en El diario. El libro en cuestión se titula Ciudad Juárez: crónicas pendientes, y es toda una joya. Así debe leerse: con cuidado y cierta fascinación ante el destello de lo cotidiano. Fue publicado por el Municipio en el otoño de 2005, pocos meses antes de su muerte.
Los doce capítulos que componen estas crónicas se dedican en exclusivo a la ciudad (calles, puentes, edificios, diversiones, etc.) y funcionan como una segunda parte de un libro anterior: Historias cercanas (relatos ignorados de la frontera). La Chaveña aparece varias veces mencionada, ya sea por las viejas glorias de sus gimnasios de barriada o por alguna que otra rebelión frustrada; sin embargo, en el capítulo sobre “Barrios” tiene un apartado para ella sola. Como ya se mencionó, la llegada del ferrocarril –a finales del XIX– implementó los primeros sesgos urbanos, pues con él arribaron cientos de trabajadores que se instalaron en las nacientes colonias. Así surgió La Chaveña, asentada alrededor de la Casa Redonda (taller ferroviario) y cuyo nombre proviene, según el cronista (65), de la importancia de un par de Chávez durante aquella época. Yo prefiero la versión de la propietaria del rancho, Blasa Almeida de Chávez. Atravesada por las calles Libertad, 5 de febrero y la Velarde (“el mall del pueblo”), con su legendaria Pila (erigida entre 1895 y 1908 por el escultor Julio Corredor de la Torre), la Escuela Revolución (1939, desde entonces en remodelación), el panteón municipal y los famosos Cerrajeros (1950), esta zona guarda memoria del viejo Juárez. Pese a la mala fama adquirida después del fallido traslado de la zona roja, en la década de los 40, sus vecinos se caracterizan por su apego al barrio, hospitalidad y productividad económica.
David Pérez López también recoge testimonios de viva voz, como el de Carmen Flores de Galaviz (véase la firma del mural del arriba), quien a sus 72 años de residir en la colonia frente a la emblemática fuente recuerda que: “Ya no son las cosas tan bonitas como antes, pero yo de aquí no salgo; es mi barrio, mi colonia. Mis hijos viven en otro lado y me quieren llevar. Pero yo aquí me quiero quedar; todo era más bonito, más tranquilo. Cuando estaba la antigua Pila, mucha gente venía y se sentaba en unas bancas que había; incluso algunos vecinos sacaban sus sillas para descansar y tomar el fresco. Arriba estaban unos leones de cantera que echaban agua. Mi papá llegaba de su trabajo y ponía unos aparatos para que las personas escucharan música de 5 de la tarde a 10 de la noche. Eso ya no se estila”. Si bien es cierto que el Municipio debe reactivar los espacios públicos y solventar pleitos sobre propiedades privadas en ruinas, también queda pendiente la organización vecinal para mantener la armonía y limpieza de sus calles. Cuando pasaba el camión de la basura en el barrio de donde vengo, Valle de Aragón (en Nezahualcóyotl, Estado de México), no había escusa suficiente ni tamaña apatía para que después de bajar las bolsas de mi departamento, no cargara con todas las que me encontrara a mi paso. ¿De qué sirve limpiar de puertas para adentro?
Urani Montiel
- Publicado en Escuela Revolución, La Chaveña, Los herrajeros, Vida cotidiana
Del latín re-cordis
Empiezo esta entrada hablando de palabras para definir la nostalgia. Para los griegos, nostos significa regreso. Algos es dolor, sufrimiento. La nostalgia: el sufrimiento causado por el deseo incumplido de regresar. En su novela La ignorancia, Kundera explora este concepto para describir esa sensación de estar lejos de casa debido al exilio. Pero se puede sentir homesick aun aquí, porque los espacios, los lugares y las ciudades cambian como nosotros. Y otros, como yo, nos sentimos incapaces de regresar debido a que nacimos en el “tiempo equivocado”. A los de mi generación (y a los foráneos) nos atacan de forma recurrente con ese monstruo de la nostalgia: textos, reflexiones, estados en Facebook, fotografías. Siempre igual y llegando a la misma conclusión: en otros tiempos, Ciudad Juárez fue mejor. Cuáles tiempos, nunca lo sabré con precisión, pero todos parecen almacenar un tesoro sobre el pasado de esta ciudad, como si guardaran piedras valiosas solo para ellos y unos cuantos curiosos. Antes de la violencia y las desapariciones. Antes de este Juárez convaleciente, deprimido, superviviente, heroico. Así, no hay lectura local en la que no me invadan unas ganas por construir, con mis impresionantes dotes de Licenciado en literatura, una máquina del tiempo para conocer ese Juaritos pasado y hermoso. Lo haría con cierta desconfianza. Quizá ocurra lo mismo que en aquella película de Woody Allen donde en ese trayecto hacia el pasado, los mismos habitantes de aquella ciudad idealizada añoraban tiempos anteriores. Así es esto, un viaje interminable. Menos mal que, sin afanes cientificistas, tenemos la imaginación para recorrer, desde esa suerte de “memoria” que es la literatura, aquella no-ciudad.
Quizá el género literario que se vincula directamente con el pasado real, tal vez debido a su impacto en el presente, sea la crónica urbana. No busca, entonces, la veracidad de los sucesos descritos, sino su impacto en el lector. Hay algo verosímil y convincente. También reproduce una tendencia por andar, explorar una espacialidad real, la ciudad, en este caso. El cronista urbano desea representar en su escritura la geografía y arquitectura de la urbe, así como sus historias particulares y generales: sus personajes y lugares insignia, sus leyendas y anécdotas curiosas. Pero ante todo el compromiso del cronista está con el pasado. Su propósito es fijar un testimonio, finalmente, aunque sea inmediato y, por lo tanto, efímero. Tal sería el caso de las columnas que se publican en los periódicos que, si se cuenta con algo de suerte y talento para narrar, luego se reunirán en libros. Esto último ocurre con Crónicas del siglo pasado. Ciudad Juárez, su vida y su gente (2013), de Raúl Flores Simental, una colección bastante amplia de textos (y años) cuyo hilo temático esencialmente es Ciudad Juárez.
Desde el subtítulo, se demuestra a Juaritos como una presencia viva y cambiante, contenedora de historias, espacios y personajes dignos de mención. El libro golpea con la nostalgia. Muchas crónicas inician con un “Hace años”, “Muchos años atrás” o “Los días anteriores”. El cronista escribe y recuerda. El pasado impregna cada uno de los textos, en un afán del autor por regresar a aquellos tiempos, aunque sea desde la imaginación. Otra técnica visible en las crónicas reunidas es la forma de destacar, entre un paisaje general, algo particular, literario incluso, que remite al poema en prosa de Baudelaire, propiamente urbano y moderno. El cronista observa un escenario donde los elementos conviven en una paz general hasta que uno de ellos realiza algo maravilloso o es en sí mismo extraordinario.
Por ejemplo, en la crónica “Sin corazón” se describe primero un panorama donde destacan las “viejas escuelas” de Ciudad Juárez, construidas de adobe y con altos muros. Sabemos que ya no se hacen así. Desde el inicio, Flores Simental nos introduce en un ambiente de antaño, de escenarios irrepetibles. Una vez inmersos, se destaca algo particular de aquellos edificios: un lugar amplio donde se reunían los maestros y alumnos para eventos especiales. No tenían un nombre general. Según el cronista, la sabiduría popular los denominó “salones de actos” y en ellos se realizaban también eventos públicos. Llegaron incluso a fungir como teatros, cines y sitio para graduaciones, entre otros sucesos espectaculares. Estaban situados en el centro de las escuelas, como corazón de piedra. El más espectacular de todos era el de la escuela Revolución Mexicana, ubicada en la legendaria colonia Chaveña. Fundada por Gustavo Talamantes e inaugurada el 17 de mayo de 1939 por Lázaro Cárdenas, cuyo busto destaca en el centro del lugar, de dicha primaria se cuenta que en su inauguración estuvieron grandes figuras chihuahuenses que participaron en el movimiento armado (y de ahí el nombre). También la gente rumora que por sus pasillos se escuchan los rechinidos de zapatos que corren y las risas de los niños de un Juárez espectral que ya no existe. Hoy los patios de las escuelas han prescindido y eliminado de los salones de actos. Se han quedado, afirma el escritor, sin corazón. En el caso de la escuela Revolución, su corazón se llenó de fantasmas.
Antonio Rubio
- Publicado en Escuela Revolución, La Chaveña, Vida cotidiana