Cuentos únicos y secundarios: nota primera
Al igual que ciertos autores, hay lectores que piensan sobre el proceso de interpretación y apropiación de lo escrito. Cuando leo por gusto, como ahora, soy esa clase de lector. En mi imaginario, lectura y viaje son sinónimos, de ahí que, como los que viajan e insisten en visitar lugares que podrían conocer a través de las referencias al alcance (mapas, libros, estadísticas fotografías y documentales) yo me aferré a la experiencia de lectura. La relación subjetiva entre el texto y el lector, más allá de la descripción o la crítica, da como resultado lo que una visita en persona, una colección de impresiones particulares, que, aunque intransferibles, son dignas de ser comentadas, porque solo a través de ellas puede expresarse efectivamente lo que ha dejado la lectura: la vivencia de lo escrito en una primera persona que no es la del autor o la de la voz poética. Esta es la relación que he querido mantener con los textos y en este sentido, mi comentario sobre Cuentos únicos y secundarios (2017) no aspira a la reseña, sino a la narración de una experiencia lectora, una crónica de viaje.
El cuentario, editado por la UACJ tras haber merecido el premio Voces al sol, propone una colección de historias que reflexionan sobre los motivos y el proceso de la escritura a través de un ejercicio metatextual donde, de manera más evidente que en otras obras, el lector, que analiza las relaciones presentes en cada historia, las interpreta y ajusta a su contexto; es también creador y, por lo tanto, documentará en su lectura una ruta distinta. En las primeras páginas, Graciano escribe una nota con tres advertencias:
- El libro es una antología de cuentos. La primera parte, como el subtítulo adelanta, está compuesta por textos únicos de autores fallecidos antes de poder escribir otra cosa. La segunda la conforman textos de autores vivos que, por alguna razón, no volverán a escribir. En este apartado se incluye un texto de César Graciano.
- Todos los autores son ficticios. Las correspondencias con la realidad, si las hubiera, están al servicio de la ficción.
- La selección de cuentos no pretende reflejar la realidad de su tiempo, sino únicamente hacer disfrutar, en la medida de lo posible.
Hechas estas previsiones, el lector encuentra al inicio de cada relato una ficha biográfica de quien lo escribió. El origen de los autores-personajes es diverso; hay entre ellos una estudiante extranjera (Mónica Jáuregui), un indocumentado mexicano (Braudel Castro) y un poeta judío estadounidense (Ezra Eldar), todos asesinados en Ciudad Juárez. De igual manera se dibujan distintos perfiles profesionales: un periodista (Ilán Ruvalcaba), quien es, posiblemente, el alter ego de César Graciano en el cuentario; un bolero que antes fue maquinista de trenes (Camilo Eusebio Carranza) y un actor de cine Hollywoodense (Michel Cera), entre otros.
César Graciano nació en noviembre de 1994. Su texto asume, de manera natural (aunque no intencional, como él mismo aclara) las características de su tiempo, hecho que lo convierte en una de las primeras representaciones literarias del Juárez posterior a la guerra contra el narcotráfico (2006-2011) desde la perspectiva de un autor cuya infancia transcurrió en los años del conflicto. La visión del momento es interesante porque determina una percepción cinematográfica, estetizada de la violencia y un imaginario donde son frecuentes las sensaciones de confinamiento, espera, desolación e indiferencia. El viaje que emprende el lector a través de la lectura de estas páginas es hacia una ciudad globalizada con ánimo de posguerra. Así en el cuento “Humo”, un personaje de nombre Jack, con ascendencia norteamericana y asentado en Juárez por mal azar del destino, descubre la ciudad como: “la parte más agotadora del camino, un monstruo dentro del que se vive”. Porque según sabemos a través del narrador: “El desierto le ha comido las esperanzas y le ha quemado la piel. Eso nos ha pasado a todos pero estamos acostumbrados al pasar del tiempo lento y terroso, con tolvaneras que se llevan las ganas de estar aquí y se llevan las ganas de no estar aquí, dejándonos indiferentes”.
Sintomática de la aldea global es también la intención de diversidad sobre la que se articula el conjunto y que se deja advertir en las preferencias y la forma de experimentar la sexualidad. En “Algo parecido al amor”, por citar un ejemplo, aparece un personaje bisexual que intenta llenar a través de las relaciones físicas y sentimentales un viejo vacío emotivo. También hay una pareja heterosexual conformada por dos dramaturgos: Carola Lavín y Luis Carlos Mendoza, quienes sostienen una relación tóxica que desencadena en la muerte de él y en el internamiento de ella en un centro psiquiátrico. Otro de los cuentos narra la historia de un joven homosexual de 17 años que, tras ser echado de su casa, se dedica a la prostitución y a la pornografía. Las edades y experiencias de los personajes, sus preocupaciones e intereses varían drásticamente, pero lo que es un hecho, es que cada uno resulta de una detallada construcción psicológica. En un principio me costó imaginar cómo logró descripciones verosímiles de personajes tan distintos. La respuesta, pienso, estuvo en la decisión de entablar un diálogo entre la biografía de los autores ficticios y sus respectivos cuentos. De esta manera, la variedad de voces que resuena en el libro es posible gracias a esa estructura que echa mano, por momentos, del registro lingüístico del periodismo. Así, el cuentario alberga una doble investigación: la del reportero en busca de historias que contar y la del escritor que intenta tender puentes entre las experiencias emotivas de sus personajes y la propia vivencia.

Crédito fotográfico: José Luis González
Entre los temas que se abordan figuran algunos cercanos a la realidad de Ciudad Juárez, urbe a la que, de una u otra manera se vinculan todos los cuentos. Se habla por ejemplo de la migración, el narcotráfico y el feminicidio. Y en cuanto a lo universal, se tocan de manera breve aunque efectiva el miedo de morir y el tedio de estar vivo, el reconocimiento del fracaso y la sensación de vértigo ante la plenitud, la empatía y el perdón, los celos hacia el amigo, el amor que muta en odio y locura. Temas tratados a veces con limpieza impecable, como en “Humo” o desde la convergencia entre una estética cercana al gore y una belleza pictórica, en “Ver nevar”, pero nunca con superficialidad. El cautiverio, la ansiedad y la violencia que resulta de ellos son descritos por Graciano en medio de paisaje blanco, cubierto por la nieve, que en el imaginario convencional remitirían a sensaciones distintas: “En aquel tiempo, así como hoy, todo era blanco. Se veía caer la nieve por días. Llegaba un momento en el cual el encierro ofuscaba las mentes. Fue en una de esas nevadas que se conoció el caso de la mujer que mató a su esposo y descuartizó el cuerpo, miembro a miembro, hasta hacerlo entrar en una bolsa negra de plástico. Cuando le preguntaron por qué lo hizo sólo contestó: «Estaba harta de estar encerrada»”.
Alguna vez, durante un debate sobre el proceso creativo escuché a César Graciano defender la opinión de que para escribir es necesaria, en primera instancia, una decisión formal, esto es, saber cómo ha de expresarse una idea, incluso antes de su nacimiento, a través de la escritura. También había quienes pensaban lo opuesto: que para escribir era necesario, primero, algo por decir. Yo estuve de acuerdo con esta segunda opinión, sin que dejara de parecerme interesante el comentario de Graciano y, sobre todo, la seguridad con la que sostenía su argumento. Me pregunté, sin embargo, cómo sería posible más allá del discurso. Cómo, en términos concretos, se podría determinar una forma para una materia poética inexistente. Los días pasaron y seguí dudando. Lo único que estaba claro es que existían dos tipos de procesos creativos: los que se gestaban a partir de un cómo, y los que se avenían a un qué. Ahora que he leído su primer libro, creo entender su intención. En este sentido, Cuentos únicos y secundarios puede leerse como un manifiesto en que la estructura es una previsión, una forma de disponer el espacio para una experiencia todavía incomunicada, antes que esta trastoque, por fuerza de su irrupción, el orden. Por eso creo que Graciano, o al menos el autor ficcional, nos ha mentido en su introducción, que el suyo no será un libro de cuentos secundario, ni esta su única nota.
Nabil Valles Dena
- Publicado en Ciudad, Feminicidios, Migración / llegada, Narcotráfico, Sin categoría, Vida cotidiana
La ciudad de los muertos (o el espacio inconcreto)
De acuerdo con información de El Universal, en un reportaje firmado por Julio Alejandro Quijano en 2010, Antonio Zúñiga es el primer dramaturgo juarense en abordar el tema de los feminicidios. Su obra Estrellas enterradas comenzó a escribirse en 1994, apenas un año después de que los hechos adquirieran visibilidad mediática alrededor del mundo. El texto, sin embargo, fue publicado hasta 2003 por el Fondo Editorial Tierra Adentro. Sin razones para la demora en la publicación, ni declaraciones del autor acerca de su proceso de escritura, lo que se puede inferir sobre la tardía aparición de la pieza es que el tema impuso al texto un tiempo de maduración mayor, un silencio necesario en una época en que se adjudicó al arte un alcance de transformación social más allá de sus posibilidades reales, limitadas, desde mi punto de vista, a otro tipo de transformaciones: la catarsis personal a través del ritual de la escritura y, en ciertos casos, cuando el mensaje se comunica efectivamente, la “comunión” con el otro, como bien diría Zúñiga. Pero las revoluciones ideológicas y la convivencia pacífica implican otros procesos, al margen del aporte que las artes puedan significar.
La representación, en la que participan tres actores (dos hombres y una mujer) narra sobre una escenografía compuesta por varios montículos de arena y un poste de luz, la desaparición, violación y asesinato de dos adolescentes. Teófilo, el responsable de estos crímenes, es un electricista que aparece junto a su sobrino Obed, quien también evidencia consecuencias psicológicas de abuso en la caracterización de un personaje con lapsos de afasia, pérdida de memoria y torpeza motriz. En escena, los dos hombres trabajan para llevar la luz eléctrica a un pueblo vecino, con todas las condiciones en contra: oscuridad, viento y arena obstaculizan la labor y la visión en una ciudad que se erige en medio del desierto. Sin embargo, la sensación de inmovilidad planteada por el dramaturgo es, hasta el momento, soportable para el espectador en un espacio en el que las calles, casas, fábricas y referentes cotidianos, son de sobra conocidos para los personajes. Más adelante, esta sensación de seguridad se desvanece.
En una jornada de trabajo similar a la de la noche en que se sitúa la acción dramática, Obed recuerda la violación de “la güerita”, una niña de diez años secuestrada por su tío; después piensa en el abuso que él mismo sufrió y le atormenta la idea de que su hermana –desaparecida hace tiempo– haya tenido el mismo destino que la infante en su memoria. El único medio de comunicación entre las figuras es un pequeño radio que, a la manera de las ficciones de horror, consigue captar una psicofonía. Mediante el aparato, Obed se comunica con Bety, de 17 años, que perdió la vida al salir de su trabajo en la maquiladora. Para acortar el camino de regreso a su casa, la chica subió a un auto aceptando el favor de un desconocido y aunque el resto de la historia no supone ninguna sorpresa (sino el paso por una dolorosa inscripción en la memoria de la ciudad) lo que sí cambia en el texto dramático es la representación del espacio en que suceden los acontecimientos. A partir de esta escena, hay un desplazamiento de un ámbito real, tangible, hacia otro que es etéreo, metafísico. Ya desde el título de la pieza, Zúñiga anuncia la concepción de una doble ciudad: terrenal, ahí donde la habitan los vivos y subterránea, donde el halo de otras estrellas ilumina el espacio de indeterminación en que residen los muertos. La imagen del desierto convoca una visión de amplitud, pero el extravío y el mareo descrito por Bety al momento de ser asesinada, así como la falta de referentes concretos de ubicación a la que se enfrenta el lector/espectador, producen una sensación opresiva, contraria a la apertura del paisaje.
Una cruz pintada sobre el poste proyecta en el suelo una sombra horizontal, que aparece cada vez que la voz de Bety se escucha en la radio. El juego de luces y sombras es aquí una metáfora de la ciudad de nuestros muertos y su residencia anónima, sin bordes ni señalamientos de llegada: el no lugar de la muerte. En condiciones normales (¿o debería decir ideales?) es posible identificar una tumba en el camposanto, una urna en el mausoleo o, en el último de los casos, una fosa común. Un buen número de los fallecidos en esta ciudad no conserva el derecho a un lugar específico, eso que la costumbre y la religión llaman “la última morada”. Nuestras muertas habitan un espacio inconcreto; no hay lápidas que recuerden sus nombres ni direcciones para visitarlas. En la mayoría de los casos, los cuerpos cercenados, dispersos en el desierto, no son siquiera continentes para la propia muerte. A cada una pertenece –como mucho– una cruz pintada en un poste y la sombra que proyecta.
El día que fue asesinada, Bety llevaba unas zapatillas de color azul eléctrico. Perdió una mientras luchaba contra su captor, y Obed la encontró entre los montículos de arena. Si ella volvió, no fue para reclamar justicia. A saber, la muerte irremediablemente es algo que nos sucede a los vivos. En el montaje de Zúñiga, Bety vuelve a la escena en busca de su zapato –como dicen que vuelven los muertos fuera de las ficciones, para recuperar alguna pertenencia. Su objetivo es, como está dicho en la obra, emprender la mudanza definitiva hacia la muerte, pero quizá también asentar su paso por el mundo en una materialidad concreta. Un par de zapatos, no un nombre propio, ni un cuerpo reconstruido para un velorio. Un par de zapatos: único espacio habitable en la vida, eso que sí llegó a pertenecerle.
Nabil Valles Dena
- Publicado en Desierto, Feminicidios, Muerte
Ayes de dolor
“Juárez, Juaritos” es un cuento del escritor sinaloense Élmer Mendoza, reconocido como el principal expositor de la novela negra mexicana contemporánea; dicho texto, del cual ya se ha hablado en el blog, forma parte de una compilación de crónicas y relatos realizada por el académico Antonio Moreno. El cuento, bastante experimental, relata la historia de una pareja de almas errantes, que, a pesar de la inmaterialidad de sus cuerpos, viven una vida común, una como la de cualquier otro, con necesidades y gustos ordinarios. Tanto el narrador –de quien no se menciona el nombre–, como su esposa Leonor son entes que han coexistido entre ensoñaciones y los actos de represión que parecen inmemoriales: “Nos tirábamos al piso o entre la maleza cuando éramos niños. Nos tiramos en el 68, en el 72, en 1910 y en 1810. En el 48 y 1521. Ahora estábamos allí en medio de un feroz tiroteo.” En Ciudad Juárez estos personajes interactúan con otras entidades descarnadas. Temporalmente, la trama se fija en la primera década del nuevo siglo, durante los momentos en que el fuego cruzado era el pan nuestro de cada día.
El espacio literario coincide con la mancha urbana de la ciudad fronteriza. A través de la narración del protagonista, percibimos que desde la intimidad de su vivienda, sintoniza su radio para captar noticias locales sobre personajes tan icónicos como Juan Gabriel. A medida que el tiempo del relato pasa, también acontecen diversas situaciones en la urbe relacionadas con la nota roja, deportiva, sobre espectáculos y feminicidios, así como con las constantes balaceras a plena luz del día. ¡Vaya collage! Juárez, como objeto literario, sirve de lienzo a las acciones de protagonistas, sus contrarios y figuras anónimas que completan el escenario. La correlación existente entre el espacio geográfico y los hechos narrados es tan estrecha que incluso se duplica desde el título mismo del relato, centrado no en el lugar, sino en sus problemáticas.
Afortunadamente, en la actualidad, la ciudad ya no se encuentra bajo el caos descrito en el relato. La reactivación del centro histórico ha sido un acertado paso en la reconstrucción de la ciudad. Ahora, a diferencia de lo que retrata Élmer Mendoza, se puede ir al cine sin que exista el riesgo de tirarse al piso para salvar la vida; sin embargo, siempre a donde se voltee, se podrá ver la silueta de las almas de todas esas jóvenes arrancadas de sus hogares, removidas del tiempo, o al menos sentir su energía que busca justicia a través de sus seres queridos. Ellas ya pertenecen a esa parte de la historia de Juárez, al vergonzoso e impotente legado que se transmitirá dentro y fuera de nuestras fronteras. Una parte del folklore local que debió haber sido un sueño.
- Publicado en Ciudad, Feminicidios, Muerte, Vida cotidiana
En orden riguroso
“Botas texanas” es una crónica urbana; dentro de ella se encuentran inmersos los temas del cruce de fronteras y el feminicidio. La narradora y articulista Nadia Villafuerte, autora del texto, nació en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas en 1978. Fue becaria del FONCA y de la Fundación para las Letras Mexicanas en el 2003 y 2006 respectivamente. La crónica se narra desde una voz femenina en primera persona; la protagonista ronda los 30 años de edad y vive en El Paso, Texas. La trama se va formando mediante una visita que realiza a Ciudad Juárez con el motivo de conseguir unas botas vaqueras: “cuando me sentía sola –que era la mayor parte de las veces– me acordaba de la frase de Wilde: las mujeres tontas lloran, las inteligentes van de compras”. Luego de adquirir las dichosas botas “rústicas color chocolate” y otras cosas (un uniforme de mesera, una peluca, un libro de viaje) y de detenerse a comer cualquier cosa, cae la noche y se dispone a regresar en ruta a su casa, pero tras quedarse dormida en el autobús habría de sufrir “en orden riguroso la violación y la muerte” a manos del chofer.
La voz narrativa parece familiar, aunque va adquiriendo tintes dramáticos al final de la crónica. La acción determinante para que inicie la historia es el cruce fronterizo. Y aunque no establece a ciencia cierta si la entrada a México se hace en algún puente en especial, sí nos delinea imágenes y juicios precisos: “La frontera, no solo el traspatio en que la ciudad vecina arrojaba su escoria, sino el fundo que elegía el país para mostrar su quemadura extensa, la prueba de que las geografías revientan por las costuras”. Aparece también el centro de Juárez como otro lugar insignia en el cuerpo del relato. La caminante narra la disposición espacial a partir de su recorrido (“Recorrí el mercado, los sitios de pulgas, las plazas con mercancía de segunda”), las sensaciones producidas por varios aromas y sus predilecciones: “Prefería estar en México, prefería su sonrisa acechante en vez de quedarme en un edificio gringo cuyo orden y progreso solo conseguían deprimirme”. Sin duda, el feminicidio cae con todo su peso sobre la lectura, e ilustra el peligro en la ciudad, sobre todo a altas horas de la noche para una mujer. “El siseo del motor me extendió sus brazos y cuando me tuvo rendida, me despertó para advertirme que estaba frente a la vastedad silenciosa y bajo la noche lacada en negro”.
Al tener poco menos de un mes radicando en esta ciudad y no contar con el dominio de su geografía urbana, me ha sido difícil relacionar tangiblemente los espacios que describe Villafuerte en su texto, pero por otra parte me ha servido para ubicar dichos lugares. Desde antes de llegar a Juárez, uno ya conoce la forma en la que se ha estereotipado la urbe, tanto a nivel nacional como internacional, y dentro de los porqués aparece el feminicidio, tema que una corriente literaria ha hecho suyo. “Botas texanas” ostenta la peculiaridad e impacto que produce el giro de una crónica urbana hacia lo fantástico, al menos en el plano narrativo (y ojalá esto ocurra solo en la ficción), de un personaje que nos cuenta su experiencia juarense más allá de la muerte.
Mario Balderrama
septiembre, 2016
Arminé Arjona: la memoria hecha poesía
Una de las metas principales de Juaritos Literario ha sido la lucha contra los artilugios del olvido. De ahí la importancia y urgencia de la materialización de la memoria, la cual concretamos desde la misma búsqueda, digitalización y reproducción de los textos literarios, hasta la aprehensión y transmisión de las distintas situaciones, sentimientos, espacios, críticas, etc. que en ellos se retratan. ¿Por qué nos interesa esto? Porque pertenecer a una comunidad, más allá de cuestiones geográficas, lingüísticas y religiosas, tiene que ver con el hecho de compartir –y por tanto conocer y transmitir– un pasado común y a partir de él cimentar el presente con miras al porvenir. Aunque no siempre signifique que queramos recordar ese pasado que nos caracteriza. Varias entradas atrás Antonio, hablando justamente del tema que aquí nos concierne, señaló el sentimiento que a muchos de nosotros nos recorre al escribir este tipo de líneas: “mis dedos desfallecen cuando ahora me toca describir, a partir del escalofrío, el miedo de aquellos territorios trágicos”. No por esto hay que dejar de hacerlo.
Ahora bien, la imagen de Juárez se ha fijado desde hace tiempo en un discurso que gira en torno a la violencia. Por ello, existe un gran debate alrededor del tema de la literatura que se erige sobre este aspecto de la frontera, acusándola, en ocasiones, de tremendismo, oportunismo o amarillismo. Ciertamente, durante la primera década del presente siglo surgió un alza considerable en la producción de este tipo de obras, lo que representa uno de los puntos a criticar; sin embargo, también habría que cuestionar el otro extremo: la cantidad de años que pasaron para que alguien –no solo desde el ámbito literario– levantara la voz en contra de los múltiples y cada vez más constantes asesinatos de mujeres en la ciudad, los cuales iniciaron –oficial y literariamente– en 1993. El silencio que la voz de todas quiebra apareció en noviembre del 99, mismo año en que se publicó Mujeres de la brisa de Joaquín Cosío. Por su parte, los poemarios de Micaela Solís y Arminé Arjona se editaron ya entrado el nuevo milenio; no obstante, fueron las primeras en abordar, con un tono bastante desgarrador y crítico, la temática que volvió famosa a la ciudad. Aquí me centraré solo en esta última poeta.
Juárez, tan lleno de sol y desolado (2005) reúne una serie de poemas escritos entre septiembre de 1997 y el 2002. En ellos, la crítica de la autora se vuelca no solo hacia el feminicidio, sino –y esta es la parte que considero más importante– hacia la apatía e indolencia de la sociedad ante esta situación: “Y todos nos vamos / volviendo asesinos / con la indiferencia / con el triste modo / en que las juzgamos”. La autora mezcla aquí –al igual que en sus producciones posteriores– su talento y perspicacia literaria con un quehacer social bastante activo. Arjona se involucró en Voces sin Eco desde su surgimiento (1998), uno de los primeros grupos integrado por madres directamente afectadas que alzó la voz debido a la falta de respuestas convincentes por parte de las autoridades. Es decir, la poeta no se limita a criticar y juzgar, desde un discurso de resistencia, la problemática que percibe y sufre a su alrededor, sino que participa en la búsqueda de soluciones, de justicia…o al menos de un respiro.
Arminé Arjona describe una ciudad violentada “bajo un sol cubierto de vergüenza”; una vergüenza que, sin embargo, nos concierne a todos como sociedad; por eso, ante el hecho de que “La ciudad está descuartizada: / cada quien su trozo de violencia”. Como acabo de mencionar, lo que a la poeta le interesa resaltar es la indiferencia o insensibilidad de las personas ante sucesos tan atroces: “Hay miserias que cierran / nuestros ojos / y los ciegan brutal / como candados / Hay silencios que ahogan / lentamente / callando gritos / y reclamos”. Todo esto lo hace a partir de una apropiación, tanto del espacio como de una voz colectiva en cuanto a víctimas y victimarios; es decir, habla desde un “nosotros”, lo que permite que la crítica social emitida no se sienta tan lejana ni abyecta. Por otro lado, Arjona no se conforma con apropiarse de su ciudad a través de las palabras, sino que interviene en ella directamente con las “pintas” que realiza en paredes y murales. De esta manera, por medio de breves frases poéticas, la artista nos hace percibir –o ver desde otra perspectiva– la terrible cotidianidad de la violencia en la que estamos inmersos y los mecanismos que la permiten.
Como juarenses pertenecemos a una comunidad cuyo contexto –lamentablemente– se encuentra sumergido desde hace muchos años en un ambiente de violencia. No obstante, Ciudad Juárez se puede definir tanto por esos bellos atardeceres que lo caracterizan como por lo que significa el caer de la noche: representa un lugar lleno de sol y de vida y al mismo tiempo un espacio desolado, impregnado por la oscuridad, el miedo y la muerte. Aquí uno puede enamorarse, divertirse, trabajar, estudiar, vivir; sin embargo, lo que no deberíamos permitirnos como sociedad es dejar de escuchar, olvidar o ser indiferente a esos gritos que desgarran día a día nuestra ciudad, pues hacerlo implica negar una parte importante de la realidad. No dejemos que la memoria se haga polvo, ni que el olvido ponga bajo tierra nuestro duelo.
Amalia Rodríguez
- Publicado en Ciudad, Feminicidios, Muerte
La tienda de la esquina
Quien no ha recorrido las calles del centro histórico de El Paso, no conoce por completo Ciudad Juárez, ya que no es más que una extensión territorial juarense: cientos de habitantes mexicanos invadiendo las calles, locales de comida mexicana por doquier. Por momentos pareciese que el español es el idioma natal. Eso sí, hay una gran diferencia: calles libres de los montones de basura acumulados por los transeúntes inconscientes a los que se les hace fácil dejar alguna basurilla por donde caminan, seguros de no recibir ningún tipo de castigo. Recorrer las calles de la vecina ciudad es vagar por las calles de Juárez teniendo que cruzar antes por un puente que esconde debajo un extinto río, para luego afirmar ante un malhumorado y prepotente oficial de migración: “No traigo nada que declarar. Únicamente voy de compras aquí al centro y me devuelvo rápido”. Cuando se habla de una tienda ubicada en el centro de El Paso, se puede imaginar con facilidad a alguna de las tantas tiendas ubicadas sobre la avenida 16 de Septiembre, como sucede en “De última moda” de Rubén Moreno Valenzuela, historia publicada en Río Bravo Blues (2003) y que se centra en una tienda de ropa para mujeres, The Popular, ubicada en la avenida Mesa, esquina con San Antonio.
En particular para alguien, como yo, que vive en Ciudad Juárez, tierra marcada por la ola de violencia que azotó a la frontera en los años 90, un cuento en donde el tema central es la desaparición repentina de una mujer en la ciudad de El Paso invita a asociar este hecho con el fenómeno de las desaparecidas de la región. Si bien las causas son totalmente distintas, el resultado es el mismo: una mujer de la cual se desconoce su paradero. De un momento a otro su ausencia está ya en boca de todos, la noticia corre rápido. Sin embargo, su ubicación no ocurre de la misma forma, al contrario, se desenvuelve con una inquietante lentitud. Nadie parece tener información que pueda ayudar a localizarla. Los motivos de la desaparición parecen ser provocados por un elemento sobrenatural, advertida previamente por una serie de pesadillas que en apariencia dictan su futuro: terminar atrapada en uno de los oscuros sótanos de The Popular.
Luis Caraveo, esposo de Mónica, pasa de tener una vida de ensueño al ser propietario de una exitosa empresa, poseedor de una casa en un fraccionamiento exclusivo y pareja de una atractiva mujer, a dejar la comodidad en la que se encuentra para buscar a su esposa, quien se halla en una situación de inestabilidad emocional provocada por las pesadillas en donde ella misma se convierte en un maniquí. Luis emprende la búsqueda de su pareja con la esperanza de encontrarla en un lapso corto de tiempo y sin ningún rastro de daño. No obstante, su aventura terminará por dar un giro inesperado. Esta situación me hace pensar en la cantidad de familiares de las desaparecidas de Juárez que han visto estos sucesos como una pesadilla y cuántas veces no han dudado sobre si sus extravíos no son provocados por un factor sobrenatural, a raíz de sus múltiples visitas con las autoridades, quienes incompetentes en el desempeño de su labor son incapaces de brindar cualquier tipo de información. No queda más que pensar que una fuerza extraña se las ha llevado consigo y pueden encontrarse en cualquier tienda de la esquina.
Alejandro Estrada
- Publicado en Cruce, El Paso, Feminicidios
Dancing on corpses’ ashes
Un personaje-tipo en la literatura es el equivalente a un estereotipo social; es decir, una representación mental de un conjunto de características de uno o varios individuos que pertenecen a grupos específicos. Son repositorios de información lista para ser activada desde la enunciación o escritura de su apelativo que hace de una cualidad o adjetivo una etiqueta parecida al nombre propio. El Héroe, el Mago o Hechicero y la Dama en apuros son solo unos cuantos ítems de una larga, pero limitada, lista. Cuando el lector identifica a una de estas figuras, ancladas a modelos estables y comportamientos previamente delineados, espera que haya cierta novedad que las guíe hacia la diferencia y que genere tensión entre lo establecido y su voltereta, entre la denuncia y la promoción, entre la crítica y la afrenta, entre el retrato de costumbres de una determinada localidad y su tradición escrita. ¿Serán las Muertas de Juárez un personaje-tipo? Aclaro que lo que aquí escribo se limita exclusivamente a la ficción literaria y producción artística, a los mundos y caracteres que cobran vida a través de las palabras. La realidad fue escalofriante y sigue quitando el aliento.
La psicología social se ha detenido en la formación de estereotipos y detalla tres principios que guían su estudio. El primero explica que ayudan a que una situación tenga sentido; su creación es una instancia del proceso cognitivo de clasificar. El siguiente los define como un mecanismo que reduce energía. Si un individuo considera a varias personas como miembros de un solo grupo, entonces ahorra tiempo y esfuerzo, ya que logra disminuir la diversidad social. El tercer principio implica que estas imágenes se forman según puntos de vista o normas aceptadas por una comunidad, es decir, por consenso. Estos procedimientos contemplan que la capacidad individual de almacenamiento y procesamiento de información es limitada, pero que sabe adaptarse a un ecosistema cultural complejo (y a veces inexplicable), tomar atajos, reducir el exceso de detalle y optar por el conocimiento previo; lo cual tiene sus riesgos, ya que es el camino a percepciones erróneas, a prejuicios o a categorías de fácil uso y explotación. La literatura incorpora estos resultados ya que tanto los estereotipos sociales como los personajes-tipo son construcciones mentales que generan en la imaginación una colección de creencias compartidas y juicios subjetivos sobre una agrupación determinada. La ventaja es que cada poeta o compositor goza de libertad para manipular a sus personajes.
Entonces sí. La mujer asesinada –las Muertas de Ciudad Juárez en plural– es un personaje tipo y colectivo que ronda y colma las páginas de la literatura del norte de México. ¿Pero cuándo apareció por vez primera? ¿En qué momento las cruces rosas fueron la parte por el todo de nuestra metrópolis? No deja de sorprenderme que el boom creativo (tal vez editorial) y académico de los feminicidios se dio 10 años después de los primeros hallazgos. Enero de 1993 es el punto de arranque, aunque pudo haber más decesos mucho antes. A partir de esa fecha, cadáveres, fosas y desapariciones marcaron una secuencia que a cuenta gotas se hizo cotidiana. ¿Y la protesta? ¿Y el arte? Hubo un tiempo en donde no había redes sociales en estos medios. Quizá la ciudad estaba en estado de shock o tal vez no le importó. De verdad me gustaría escuchar respuestas. Lo cierto es que hasta 1999, seis años después, la literatura tuvo algo que decir por medio de proyectos colectivos. Uno fue El silencio que la voz de todas quiebra (del cual en breve nos ocuparemos), registro periodístico que incorpora ficciones para dar sentido a tanta ausencia. Y “Mujeres de la brisa”, poemario de José Joaquín Cosío incluido en Cíbola: cinco poetas del norte. Años más tarde, bien entrados en los dos miles, el feminicidio, flamante incorporación al lenguaje jurídico, se volvió un lugar común, trayendo consigo un aluvión de huesos en el desierto, Antígonas, elegías, estrellas enterradas y 2660 y tantas obras.
Como en algún punto tengo que llegar a una obra y aprovechando la semana –que ya van dos– dedicada a las canciones, me ocupo, por último, de un grupo paseño, At the Drive-in, banda emblemática para todos aquellos que creíamos que el punk-rock era la respuesta. La primera vez que los escuché poco me importó que fueran de El Paso; eran gabachos (aunque de raíces boricuas), hacían ruido y le daban con todo. Pronto pasaron a las filas del “modelo a seguir” de mi grupo. En marzo del 2000 lanzaron el álbum Relationship of Command, que incluye “Invalid Litter Dept.” Toda la energía de los texanos se concentra en esta canción que delata a un Departamento de basura inservible, operado del lado mexicano de la frontera por políticos, policía y prensa. La danza sobre la ceniza de los cuerpos se vuelve explícita en el video, grabado por completo en locaciones juarenses. Lo sombrío de las imágenes viene acompañado de subtítulos que relatan la historia que bien conocemos. Así como la periodista Diana Washington Valdez (de quien aparece una noticia en el video), At the Drive-in alzó la voz desde fuera de Ciudad Juárez y en cada punto de su gira. La mirada internacional volcó su atención sobre estos homicidios, caracterizados por lo común de las víctimas (pronto convertidas en estereotipo), y fue entonces que valió la pena la denuncia.
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Carlos Urani Montiel
- Publicado en Ciudad, Feminicidios, Muerte, música
Polémico corrido fronterizo
En las últimas décadas la frontera de Ciudad Juárez se ha dado a conocer mundialmente por los feminicidios. Un fenómeno transnacional que se dio a raíz de la implementación de las maquiladoras por el tratado NAFTA (Tratado de Libre Comercio de Norte América) en ciudades colindantes entre México y Estados Unidos. Mujeres desaparecidas y “huesos en el desierto” fue un suceso polémico que inició en 1993 y debido a que las investigaciones de las autoridades no resolvieron nada se convirtió en una injusticia hacia los derechos humanos. Al ser la mayoría de ellas operadoras de la maquila, la justicia ante la resolución de los sucedido fue un problema que se asilenció con mentiras ya que las ganancias de las empresas extranjeras estaban de por medio.
En el 2004 la banda norteña Los Tigres del Norte, formada por los hermanos Hernández, utilizó una vez más el corrido (balada) como herramienta de denuncia en voz de las madres y familiares de las desaparecidas. La difusión del “reclamo del pueblo” en busca de una solución para las “varias miles de muertas en panteones clandestinos” conllevó al grupo a cantar por las mujeres juarenses. Con el título “Las mujeres de Juárez”, el corrido escrito por Paulino Vargas llegó a colocarse en el primer lugar de ventas en México y Estados Unidos. El álbum Pacto de sangre, compuesto por 14 canciones sobre temas de denuncia y mensajes de esperanza y alegría, se hizo galardón del Disco de Oro.
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“Las mujeres de Juárez”, vocalizada por Jorge Hernández, narra con un tono de protesta y denuncia social el asesinato de muchas mujeres trabajadoras. Al mismo tiempo, presenta un cuestionamiento del porqué la mujer es la víctima de dichos actos de violencia y la incapacidad de encontrar y castigar a los culpables. El corrido fronterizo se cantó en México, Estados Unidos y otros países del mundo revelando una temática que para las autoridades tenía que ser censurada. “La cruda verdad”, como se dice en el corrido, sembró la duda sobre quiénes estaban involucrados en los feminicidios de Ciudad Juárez. El llamado de atención hace hincapié en el hecho de que “las muertas de Juárez son vergüenza nacional” y en la manera en que la ley no actúa pero da justificaciones machistas, donde el pueblo es quien debe luchar ante la violencia de género presente en la frontera.
A pesar de haber sido un corrido con la intensión de ayudar, como lo mencionó el líder del grupo norteño, futuros proyectos relacionados al tema tuvieron que ser cancelados por incomodidades de las autoridades y supuestas quejas de algunas madres de las víctimas. Ante todo el mundo los versos del corrido se convirtieron en elementos representativos de Ciudad Juárez y la presentaron como la ciudad más peligrosa para las mujeres. La nueva fama de la frontera comenzó a darse a conocer y, por lo mismo, a ausentarse el turismo. Sin embargo, “Las mujeres de Juárez” llegó a oídos de asociaciones de los derechos de la mujer y, tal como era el propósito principal de la creación de este corrido, se abrió un diálogo necesario para proteger a las mujeres de la frontera entre las autoridades, la población fronteriza y las asociaciones de derechos humanos.
Sylvia Fernández Quintanilla
- Publicado en Ciudad, Feminicidios, música
Días sin cuenta
“Día 730” fue escrita en el año 2010 por Wilfran Castillo, pero alcanzó la fama al ser interpretada, en versión tejana-norteña, por el grupo Intocable, quienes la incluyeron en su disco Highway del año pasado. El tema de la canción llegó al compositor colombiano luego de que encontrara un periódico de México con una palabra desconocida para él: feminicidio. La letra busca concientizar sobre este hecho tan propio de Ciudad Juárez. Por tanto, la pieza no trata sobre “la frontera más fabulosa y bella del mundo”, sino que resalta los momentos en los que la ciudad era vista como un lugar inseguro para las mujeres (que en su mayoría eran las que sufrían y resentían las olas de violencia). El contenido de la canción pudo haber sido la historia de más de 600 mujeres que han salido de sus casas buscando oportunidades de trabajo, o bien la de aquellas sustraídas de sus hogares y familias con engaños y que han perdido la vida en esta frontera. Los datos oficiales de la fiscalía en Chihuahua sobre mujeres desaparecidas son, por lo general, inexactos y se extienden hasta nuestros días. “Día 730” es una canción muy cruda, pero refleja bien los momentos tan tormentosos por los que han pasado las madres de las víctimas.
[wpvideo Rz61TWyK]Durante el periodo en el que Ciudad Juárez fue atacada por la violencia se dio a conocer mundialmente el fenómeno de los feminicidios. Las víctimas tenían una serie de características comunes: edad, aspecto físico y nivel socioeconómico. La gran mayoría laboraba en el sector industrial, en las maquiladoras de nuestra urbe, con extensas jornadas por poco más de 67 pesos diarios. Las maquilas sirvieron de foco de atracción a las mujeres de las zonas más pobres y poco pobladas de Juárez, así como de inmigrantes que se acercaban a la frontera con la esperanza de cruzar a Estados Unidos. Estas mujeres carecían de derechos laborales y de buenas condiciones de trabajo; por eso, cuando una mujer desaparecía no llamaba la atención de nadie, ya que era normal que hubiese podido abandonar el trabajo. Lo increíble es que a casi todas las empleadas de las maquiladoras les es familiar algún caso de una chica desaparecida.
Si ponemos atención a la letra de la canción nos damos cuenta de que la necesidad y la falta de trabajo son las principales características de las mujeres desaparecidas y asesinadas, mujeres que salen a la calle a trabajar; hijas, hermanas y madres que se aventuran a buscar un mejor futuro para ellas y sus familias. El sector de la maquila es la principal fuente de trabajo para cientos de mujeres en nuestra ciudad, de las cuales la mayoría cumple con un horario de seis de la mañana a seis de la tarde, momentos en los que las calles se empiezan a despoblar.
Priscila Nicole Ortega Torres
- Publicado en Feminicidios, Maquila, música