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17 abril, 2021

Category: Frontera

Always say thank you: Trini

miércoles, 04 noviembre 2020 por juaritosliterario

UNA NOVELA CHICANA DE LA PASEÑA ESTELA PORTILLO TRAMBLEY

Hasta el día 3 de agosto de 2019, El Paso, Texas era conocido por ser una de las ciudades más seguras de los Estados Unidos de América. El tiroteo, sucedido en una tienda familiar, en Walmart, dejó alrededor de veinte muertos y más de cuarenta heridos. El asesino tenía como objetivo acabar con la vida de la mayor cantidad de hispanos posible, sin importar si nacieron en territorio estadounidense o venía del otro lado del Bravo. Desde su separación de México, El Paso ha sido una ciudad mayormente poblada por inmigrantes mexicanos.

Oriunda de El Paso, Estela Portillo Trambley fue la primera autora chicana en publicar un libro que contenía y exponía su propia obra literaria. Era hija de una pareja de mexicanos que se conoció en El Paso. Él era un mecánico originario de Jalisco; y ella, una maestra de piano nacida en el estado de Chihuahua, experta en historias detectivescas. Aunque en su hogar siempre se habló en español, Estela prefirió escribir en inglés gran parte de su escritura creativa, entre estas su novela Trini, publicada en 1986, misma que narra la historia de vida de Trini, una indígena rarámuri que crece en las barrancas de la Sierra Tarahumara y, con el tiempo, se ve obligada a trabajar como empleada doméstica, sin papeles, en los Estados Unidos, para reunir suficiente dinero y comprar su propia tierra. Ella tiene la ambición de sembrar las semillas de su padre. Es posible encontrar una copia de este libro en la Universidad de Texas en El Paso, y sus manuscritos pueden consultarse en la colección Nettie Lee Benson de la Universidad de Texas en Austin, numerosas hojas escritas a máquina sin muchas correcciones.

Lee aquí el capítulo 15 de la novela

Los escenarios de la novela no son estáticos. Además de las barrancas en la serranía, Trini se desarrolla en Ciudad Juárez y El Paso, donde tiene lugar el cruce ilegal de la protagonista. En este momento de la historia, Trini se encuentra indecisa y temerosa. Acaba de confesarle a Tonio, con quien tiene una pequeña hija, que se ha embarazado de otro hombre, Sabochi, durante su ausencia. A pesar de eso, Tonio permanecerá a su lado con la promesa de que, después de trabajar un tiempo como bracero en California, regresará para ayudarla a comprar la propiedad que desea. Se despedirán en el Puente Internacional; él se llevará a la niña, y Trini caminará de regreso por la Avenida Juárez pensando en que el dinero que ambos reúnan será para la tierra y sólo para la tierra. Han acordado que ella trabajará en El Paso mientras él regresa, antes de que su embarazo se lo impida. Una vez que cruce, Trini se esfuerza arduamente a la orden de su patrona, la gringa, trapeando pisos, planchando ropa, bañando y alimentando a los niños, al tiempo que le preguntan los nombres de las cosas en español. Un día, la gringa le explica con gestos que a causa del avanzado embarazo no puede seguir trabajando en su casa. Le paga por sus servicios, le regala dos bolsas de mercado llenas de ropa y la deja en el Puente Santa Fe (el mismo por donde entró), donde le indica, también con señas, que sólo tiene que caminar para cruzar.

El Puente Internacional Paso del Norte (también llamado Santa Fe) conserva el nombre que reunió alguna vez a las ciudades hermanas de Juárez y El Paso, antes de la revolución de Texas y la consecuente cesión de territorios mexicanos nuestros vecinos. Si bien en el pasado era posible cruzar a voluntad, poco a poco se fueron endureciendo las políticas de ingreso. Se diseñaron nuevos órdenes sociales para proteger los intereses de los estadounidenses y los oficiales de migración –la border patrol– comenzaron a vigilar movimientos, actitudes y apariencias, implantando en los cuerpos y mentes de las personas una relación de poder. Los inmigrantes indocumentados no son bienvenidos. En los discursos oficiales nunca se reconocen las contribuciones de su trabajo, ocupados, como Toni, en cosechar los campos gigantescos de California, también llamada Oaxacalifornia, debido a la gran cantidad de indígenas oaxaqueños que viven en ella. Todavía es común que, con discreción, los estadounidenses contraten personas mexicanas para cuidar a sus familiares o limpiar sus casas, al igual que Trini. Cuando las personas hacen algo por uno, se acostumbra decir “Gracias”, pero eso crearía lazos y fortalecería unas relaciones que Estados Unidos cree no necesitar.

Crédito de fotografía: José Luis González

María Rascón

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Adios, amigos, come back again

martes, 22 septiembre 2020 por juaritosliterario

Es difícil encontrar en los estantes de una biblioteca mexicana títulos de autoría chicana como The Last Tortilla & other Stories (University of Arizona Press, 1999), una antología de cuentos escritos por Sergio Troncoso, nacido en Ysleta, Texas, un pequeño pueblo que, con los años, se anexaría a la ciudad de El Paso como un nuevo suburbio. A diferencia de la primera generación de autores chicanos, Troncoso no persigue la reivindicación social de los mexicoamericanos en su literatura y tampoco escribe en spanglish, aunque en ocasiones salpica su inglés con palabras en español como en el título de la antología, The Last Tortilla. En una entrevista que le hiciera Raymundo Elí Rojas declaró que, para él, lo más importante era escribir sin reglas, sin guías, de la forma más sincera posible, sin agentes ni jefes que influyeran en su escritura: “It’s never been about the money. I don´t give a shit about the money. It´s been about writing good work. I don’t care about anything else (…) Honestly, if they let me do what I want to do, I’m happy”.

En cuanto al relato “Angie Luna”, con el que abre el cuentario, escrito primero con papel y lápiz, diríase que pertenece a ese tipo de historias que tienen mucho que ver con la vida, aun si eso significa extraviar el clímax. Víctor, el narrador protagonista, es un joven mexicoamericano que no conoce muy bien el español. Trabaja en La Popular, una tienda de ropa localizada en el centro de El Paso y allí conoce a Angie Luna, una compañera de trabajo que vive en Ciudad Juárez. Es una mujer mayor que él, con un cuerpo espectacular, semejante al de Marilyn Monroe. Entre ellos surge un vínculo amoroso que conecta a Víctor con sus raíces mexicanas, pero no durará mucho, pues él tiene que partir pronto para estudiar en Massachusetts.

Lee aquí el cuento

Antes de conocer a Angie Luna, Víctor no había explorado Ciudad Juárez verdaderamente. Para llevarla a su casa, cruza por el Puente Libre, siguiendo por la av. 16 de septiembre. Angie vive con dos hermanas más en una pequeña casa que acaban de comprar. Sueñan con ser ciudadanas americanas, aprender a hablar bien inglés y comprarse una casa en El Paso. Gracias a Angie, Víctor conoce el Parque Central, del que sólo había leído en alguna revista. Poco a poco comienza a reconocer las calles principales: avenida Juárez, la Lerdo, la Reforma. Permanecer a salvo en la ciudad lo hace preguntarse si sus padres le habrán advertido que Juárez era un lugar peligroso sólo porque creían que no podría valerse por sí mismo fuera de Gringolandia. Víctor tiene la oportunidad de conocer, incluso, a un poeta de la Universidad de Juárez, quien lee su trabajo después de cenar en una fiesta, poemas sobre amor, aflicción, coraje y la vida en la pobreza. Aunque al principio Víctor se siente desorientado y un tanto fuera de lugar entre espacios que le son desconocidos y personas que, a diferencia de él, son completamente mexicanas, no le toma mucho tiempo sentirse parte de ese mundo; ríe, besa, conversa y canta rancheras y baladas, a pesar de que en un primer momento le resultara difícil comprender la letra en español. 

 

Desde hace mucho los habitantes de El Paso no cruzan a Ciudad Juárez, no la conocen y no tienen ganas de conocerla, les asusta. La nuestra no es una ciudad preparada para recibir a los turistas, los pasos peatonales están despintados, las calles del centro se ven sucias, las fachadas tienen peladuras y, muchas veces, sus ventanas están rotas. Pero eso sí, los botes de basura están recién pintados con el logo del partido Independiente afeando todavía más el centro con su multiplicación. ¿Qué le pasó a la ciudad de las postales de 1970? Daban ganas de caminar entre sus calles, los edificios estaban presentables, había tranvías y hasta un chistoso letrero que despedía a los visitantes norteamericanos diciendo “Adios, amigos, come back again” dispuesto por el Patronato de turismo en Ciudad Juárez. Mi padre solía decir que hay más gente buena que mala; por esa gente buena seguimos habitando en una ciudad que estuvo a punto de destruir la furia. Ojalá pronto las cosas sean diferentes, incluso mejores que antes. 

María del Carmen Rascón Castro

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“Hay cosas que no se olvidan, que no se olvidan, de nuestra vida”

viernes, 31 julio 2020 por juaritosliterario

Barlovento, “costado de un buque que está hacia
el lado de donde viene el viento…”
Guido Gómez de Silva

Son las diez en una fría mañana de noviembre, un hombre se pone el casco y los guantes, va ataviado con una chamarra de cuero, botas y bufanda, acaba de terminar su clase de literatura en la universidad de Ciudad Juárez. Colmado de la satisfacción que le dan sus alumnos con preguntas, amabilidad y necesidad de aprender, se dirige a su clase de las once en El Paso a bordo de su motocicleta Suzuki 450 por el puente de las Américas. Muchos pensamientos rondan su mente: la clase del Chuco le estresa, pero es la que paga las cuentas; sus colegas increpándole cómo puede vivir en un país tan corrupto y la larga fila que le espera para cruzar. La relajante canción que tocan en la 92 F.M. junto con el cigarro logran tranquilizarlo al llegar al puente. El frío le congela la cara, entonces decide pasarse por entre los carros de la fila entre rayadas de madre para llegar al otro lado de la frontera. Este hombre es Ricardo, el yo narrativo autoficcional de Ricardo Aguilar Melantzón en la novela A barlovento, publicada en 1999 por la Universidad Iberoamericana Laguna, en la colección Papeles de Familia, que le viene ad hoc, por describir algunos pormenores de los allegados al protagonista: Rosi, su esposa, y sus hijas Rosita y Gabi, que a lo largo de la novela van creciendo y vemos cambiar. Esta evolución ocurre, sobre todo, en Ricardo, narrador en la mayor parte de la obra. Dividida en cuatro partes, la narrativa de Aguilar Melantzón toma vuelo conforme las páginas se suceden y cuando uno menos se da cuenta, atestigua que la novela va empujada por la fuerza de los silfos.

205 AguilarM Barlovento.png

Lee aquí la novela

Los cuatro rumbos en que se secciona la novela cuentan con capítulos, pocas veces titulados y, a veces, sin continuidad evidente, ya que se intercalan en distintas unidades temporales. Durante una parte, hay una visita a países europeos donde nuestro protagonista no termina de sentirse a gusto: Portugal, España, Italia. Hay un trajinar entre estos viajes y episodios en Ciudad Juárez donde el ojo de Aguilar Melantzón es su mejor herramienta a la hora de narrar la cotidianidad: una bolería por la Plaza Cervantina, las dunas de Samalayuca con descripciones que alcanzan lo poético: “el desierto me había puesto contento, las arenas de los médanos de Samalayuca son de una belleza extraordinaria muy parecida a la de la piel humana”. O bien, comparando aquellas ciudades con la suya: “Nos decíamos asombrados que Atenas se parecía mucho a Juaritos, medio mal trazada y como que desparpajada y a cierta hora como el tráfico es exactamente el mismo que te encuentras por la Vicente Guerrero y Mariscal”. Aunque el profesor y escritor Ricardo Aguilar Melantzón fuera estadounidense de nacimiento (El Paso, 1947), no cabe duda de que jamás se identificó como tal (chicano en todo caso), y de eso su novela sirve de testimonio, en donde más que como mexicano, se deja ver como juarense y lo que eso implica: ser fronterizo.

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Lo suyo es el ir y venir, pero por las últimas páginas cuando debe establecerse en los Estados Unidos, su vida se vuelve monótona y ni siquiera puede escribir: “Me da mucho miedo pensar que ya no puedo o que ya se me olvidó cómo. Acá no hay nadie por ninguna parte. La raza no camina por la calle. Se sube a su ranfla y jala para cualquier lado que vaya”. Añora este lado de la frontera: “las blancas sonrisas de los compas, que se avientan tacos de barbacoa, burritos, chicharrones, […], unos refrescos de óranch o manzanita california, […]. Acá no hay nada de eso. La Rosi me pregunta que qué ondas, que si la raza acá está muerta o qué”. Y a ratos, volver a Juaritos: “En un acto de desesperación, de artero exilio, agarramos el carro y salimos corriendo a todo lo que daba, cruzamos la frontera y llegamos rechinando llanta hasta donde están las señoras que hacen gorditas frente a la iglesia de la Insurgentes sólo para sentir que no se habían perdido, que no habían desaparecido para siempre”.

205 Santiago Arau Puente Libre

El arraigo que tiene nuestro narrador por Ciudad Juárez no le impide ver que el espacio y las condiciones están cambiando constantemente en la urbe, en su mayoría para mal: el narcotráfico deja ver sus estragos… delincuencia y destrucción del patrimonio cultural: “Hoy me metí a las dos tiendas que están donde era el lobby de Cine Plaza, quería ver qué les habían hecho a las estatuas de mármol blanco de hombres y mujeres desnudos”; “mi Rosi chica me dice que por furia o porque ya ni las películas pornográficas atraían a la clientela morbosa, lo cierto es que ya el Cine Victoria está en ruinas”. Imágenes que bien coinciden con nuestra actualidad. Y nos dejan esta importante reflexión: “pero nunca sale uno a su propia ciudad a tomarle fotos a su propia geografía, […] a lo que lo define a uno, el Monumento a Juárez, el Cine Alameda, el Puente Internacional, las calles de acá, de allá. Luego desaparece algún edificio, algún lugar importante y uno se queja de que ya no está y de que ya no se acuerda cómo era”.

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Marco Ojeda: calle Constitución, a mitad de la cuadra, entre Insurgentes y 18 de marzo

También retrata el cambio en espacios donde guarda preciados recuerdos: “Hoy entré a la casa de la Constitución, donde viví de niño. […]. Aquí a la mitad de la cuadra entre insurgentes y 18 de Marzo, es ahora una peletería, entré después de cuarentaitrés años”. Si el personaje y/o la persona de Ricardo Aguilar Melantzón volvió para querer recordar, regresar y encontrar “alguna huella” de lo que allí vivió, yo volví motivado por la lectura de una novela que habla de un hombre de letras que viaja en moto, que habla de su ciudad, que también es la mía. Volví unos veinte años después que el personaje, aun a sabiendas de la bruma que hay entre realidad y ficción, recordando los versos de Tropicalísimo Apache que dicen que hay cosas que no se olvidan en esta vida, como Ricardo Aguilar Melantzón no olvidó nunca Ciudad Juárez cuando se encontró lejos.

Gibrán Lucero

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“Pero si casi no hay juarenses”

jueves, 23 julio 2020 por juaritosliterario

De entre los recuentos bibliográficos realizados por José Manuel García, llamó mi atención un libro escrito por una periodista juarense y publicado en la frontera en 1991, imposible de conseguir, pero bien resguardado en Colecciones especiales de la UACJ (Fondo Chihuahua). Además, la columna de Juaritos Literario en SinEmbargo.mx de este sábado, escrita por el mismo profesor emérito de NMSU, tratará sobre la escritura de otra autora fronteriza, Adriana Candia, quien colmó los diarios juarenses desde la década de los 80’s con sus crónicas literarias. Ambas noticias me sirven de contexto y pretexto para reseñar, y, sobre todo, para ofrecer algunas de las entrevistas incluidas en el libro titulado Juarenses, de Cecilia Ester Castañeda, dedicado “A todos los que dan vida a la frontera donde he crecido…”. La publicación, impresa por la editorial El Labrador, “que se encontraba en la Ave. Malecón frente a donde ahora están las oficinas del Gobierno del Estado” (me aclara la escritora), se compone de una sugerente “Introducción” y 33 entrevistas que muestran un abanico de distintos perfiles, oficios e intereses de los residentes de Ciudad Juárez.

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Lee aquí el libro

En la parte preliminar, Cecilia Ester Castañeda recuerda la respuesta que recibía cuando comentaba el tema del libro en que estaba trabajando: “Pero si casi no hay juarenses”. Razón suficiente para que se empeñara en sacar a la luz “la divergencia de opiniones respecto al significado del gentilicio local. ¿Exactamente qué es un juarense?” Ella entiende que si el actual millón y medio “de personas que respiran, comen, trabajan y duermen en Cd. Juárez no entra en esa categoría estamos ante un caso de desarraigo”. La misma condición geopolítica de una ciudad de paso, de asilo momentáneo o de resguardo durante el camino genera que el concepto de población sea tan variado y oscile entre la “frontera más fabulosa y bella del mundo” y un paraje cubierto por “cantinas y maquilas”. La periodista, locutora, traductora y socióloga también comparte parte del proceso de investigación y la metodología para retratar la vida fronteriza a través de diferentes voces en ambos lados del Bravo. “El resultado es este libro, un capítulo en la búsqueda de mis raíces”, una invitación para actuar desde la apropiación y el afecto.

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Bienvenida esta obra, escribió a inicios de la década los 90 el arquitecto José Diego Lizárraga (debajo de un retrato de Cecilia tomado por Carmen Amato), “para quienes amamos a este terruño polvoriento, de clima extremoso, de penetración basural (que no cultural) de su vecino del norte”. Los héroes de esta “estructura inarmónica, antiestética, heterogénea” que llamamos nuestra casa, continúa el antiguo director del Museo de Arte de Ciudad Juárez, “no están en bronces, tal vez sólo en adobes”. Retomo esta última referencia para cerrar la reseña con mi entrevista favorita, la de la artista plástica bifronteriza Mago Gándara, quien se preciaba de utilizar en sus obras la materia prima de la zona, y añoraba que: “Si hay plantas gemelas para el negocio, ¿por qué no puede haber plantas gemelas de galerías o centros culturales?” La Casa Estudio Cui, en donde concluye nuestra ruta literaria Tenayokan: la ciudad de Mago (coorganizada con el mismo Museo de Arte), aún conserva las piezas y la fuerza intacta de ese anhelo, “el legado de una lucha solitaria por impulsar la vida artística en la frontera”.

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Urani Montiel

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Otras revoluciones: historias desconocidas del movimiento armado

viernes, 10 julio 2020 por juaritosliterario

De la Revolución Mexicana se suela hablar mucho sabiendo poco. Queda la historia romántica de un puñado de hombres –forajidos, marginados y santeras– que decidieron, como por arte de magia, lo imposible: tomar las armas y rebelarse contra un régimen criminal, progresistas (para pocos), deshumanizante, como lo fue el de Porfirio Díaz. El sesgo en la enseñanza de la Historia de nuestro país, así como la postura parcial tomada por las autoridades educativas al momento de enseñar dicha etapa, resulta en una pobre comprensión del evento que marcó un antes y un después en la historia del México democrático. Estos parteaguas necesitan la atención y trabajo de investigadores (ya sean historiadores o narradores) para comprender su hondura, matices y reveses.

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Los procesos, contextos y secuencias causales a partir del escrutinio de fuentes documentales son la materia prima de los historiadores, pero esas narrativas historiográficas están plagadas de vacíos indescifrables; es decir, terreno fértil para los escritores. La novela histórica sigue siendo un género inagotable de ficciones, de posibilidades que encaucen lo ya ocurrido desde el terreno de la consecuencia. Pensemos en las numerosas novelas sobre la Revolución, como las de Martín Luis Guzmán o Mariano Azuela. También figuran las de autores no-testimoniales, lejanos del tiempo convulso pero anclados a sus secuelas, como Carlos Fuentes y Jorge Ibargüengoitia. En el mismo acervo, pero desde otra perspectiva, más íntima y cercana a los que sufrían las balas resguardados desde sus hogares, contamos con la escritura de Nellie Campobello. Sin embargo, me pregunto ¿cuál es el punto medio entre el quehacer científico y el arte de los fabuladores? ¿Se puede hacer Historia desde la anomalía, desde la particularidad que oculta una quebradura en los días comunes? Encuentro algunas respuestas en el libro que me ocupa en este ensayo, el cual se ubica en una factura periodística y testimonial, a manera de crónica.

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Lee aquí el libro

Historias desconocidas de la Revolución mexicana en El Paso y Ciudad Juárez (Ciudad de México: Era, 2017), de David Dorado Romo, comenzó como la búsqueda exhaustiva, una cacería, de Pancho Villa llevada a cabo por el historiador, oriundo de José California. La casi obsesión que el mismo autor confiesa sentir por la figura del mítico y controversial militar mexicano le llevó a recorrer lugares tan distantes como Washington y la Ciudad de México. Además, optó como método de indagación caminar, es decir, transitar por los lugares que su sujeto de estudio solía frecuentar, y así, de alguna forma, merodear los gustos y costumbres que le ayudaran a reconstruir la vida de aquel hombre admirado por unos y odiado por otros. De esta manera, su recorrido por las calles de las dos ciudades fronterizas, separadas por un nuevo muro e innumerables discursos racistas y carentes de sentido, significó una aventura hostil, sobre todo del lado mexicano en donde un turista y un investigador son indistinguibles para aquellos individuos al margen de la ley. Pese a ello, la información obtenida sobre Villa arroja nuevas luces sobre su personalidad. Acontecimientos como sus encuentros y negociaciones con un espía alemán llamado Maximilian Kloss; su aversión al licor y preferencia por los postres y bebidas azucaradas, así como su gusto por las mujeres, teniendo a dos parejas viviendo a pocos metros una de otra. El objetivo principal Dorado Romo fue crear una psicografía de las dos ciudades, pero su búsqueda resultó en el hallazgo de material apasionante, invaluable, que otorga a la Revolución matices inéditos y da a las dos ciudades hermanas el papel que de verdad les corresponde en la historia binacional.

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Entre los sucesos más interesantes que el autor menciona en su libro publicado originalmente en inglés, bajo el sello de la editorial paseña Cinco Puntos Press, en 2005, destacan las constantes entradas y salidas de prisión de Ricardo Flores Magón y sus aún más constantes publicaciones “tercas”, como las nombra Romo, comenzando con El hijo del ahuizote hasta llegar al Tataranieto del ahuizote. Lo cierto es que los periodistas mexicanos refugiados del otro lado del Bravo desempeñaron su papel de informadores y agitadores, ya que en sus publicaciones motivaban la crítica al gobierno oligárquico que se había apoderado de México en aquel entonces. En El Paso, en vísperas de la Revolución, ser periodista era lo mismo que ser revolucionario. Como en nuestros tiempos, dicha labor no estaba exenta de riesgo, ya que la libertad de expresión tenía un límite y propasarlo implicaba el exilio, como bien lo sabía el célebre anarquista antes mencionado, y todos aquellos que vivieron en carne propia la censura, en ocasiones más implacable en el norte que en el sur de la frontera. Pocas veces concebimos a los periodistas el lugar que les corresponde, no solo como agitadores, sino como removedores de conciencias.

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Igual de interesante resulta la vida y obra de Teresita Urrea, nacida en Sinaloa pero cuyo impacto en El Paso y otros lugares del septentrión resultó importante para el movimiento revolucionario. A ella, La Santa de Cabora, se le atribuía el poder de sanación, la capacidad para realizar milagros y muchos otros prodigios dignos de cualquier beato o santo del panteón judeocristiano. Su voluntad de ayudar a los pobres, sin cobrar un solo peso o dólar, comenzó a hacer ruido en una sociedad que despreciaba a los pobres y los iba recluyendo en barrios, que aún hoy existen y están considerados como sitios históricos como El Segundo Barrio. El Paso Herald comparó a la Santa de Cabora, con el mismísimo Jesucristo, cuando su arribo a la ciudad texana, el 13 de junio de 1896, congregó a cientos de personas quienes acudieron a recibirla. Pensemos que Teresita Urrea también jugó un papel importante en el levantamiento de los tomochitecos contra el gobierno federal. Sus fieles acudían en peregrinaciones al Rancho Cabora, residencia de la Santa, a alabarle. Cuando las tropas de Porfirio Díaz comenzaron la ofensiva contra Tomóchic, el grito de guerra de sus pobladores, a pesar de la masacre, sacudió el devenir de la Historia: “¡Que viva el gran poder de Dios y la santa de Cabora!”

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La Batalla de Ciudad Juárez, ocurrida en marzo de 1911, fue todo un acontecimiento para los paseños, quienes pagaban por un palco en los mejores tejados de las casas cercanas a la frontera para presenciar desde las improvisadas plateas un acontecimiento en el que vidas humanas eran segadas. El recurso de convertir la guerra en un espectáculo tampoco es ajeno a nuestros tiempos, solo que en aquella época no teníamos internet ni redes sociales para transmitir en directo los conflictos desde el lugar en donde ocurrían, pero desde entonces ya existía la capitalización de las tragedias de guerra.

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Igual de interesante es la acción llevada a cabo por un músico local, Trinidad Concha, quien junto con su banda ofreció un concierto en el campamento de Madero en vísperas de la batalla. La música siempre ha sido parte de los movimientos sociales, sonando de fondo como el soundtrack del grupo de personas que toma las armas. Aunque el cantar por excelencia de la gesta revolucionario ha sido el corrido, asociado de manera inmediata a una figura con sombrero, cananas y bigote, al son de “La Adelita”, este estereotipo no concuerda con la banda de Trinidad Concha, quienes ejecutaban polkas, valses, mazurcas y marchas, música en boga en aquellos tiempos. Dorado Romo obtuvo esta información (datos, programas de mano y fotografías) de la mano de los descendientes de los artistas, específicamente de uno de los nietos -el padre Antonio Concha-, sacerdote de la iglesia del Sagrado Corazón, ubicada a unas cuadras del puente internacional Santa Fe.

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Tratar de resumir una obra tan extensa e interesante como Historias desconocidas de la Revolución resulta un ejercicio que inevitablemente dejará al lector de esta reseña a medias. Lo que no ocurrirá con la lectura o consulta del libro. Comencé, líneas arriba, diciendo que de ese movimiento armado se hablaba mucho y se sabía poco, pero para el autor esto no aplica. Supo ver en la cotidianeidad, en las actividades culturales, artísticas y de ocio de las dos ciudades hermanas un testimonio invaluable de aquel tiempo. No solamente fueron balazos, traiciones, campesinos armados y, al final, una bola en la que nadie sabía contra quién dirigía el fusil. También fueron anécdotas y una nutrida microhistoria, la que no se escribe desde arriba, sino de abajo, en el subterfugio del archivo personal. Aseguro la sorpresa de quien se adentre en las páginas de estas historias desconocidas; vaticino la curiosidad de quienes quieran comprobar que la Revolución Mexicana se gestó en el extranjero, a unos pasos de la frontera.

Ulises Guzmán

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De Veracruz para el norte

domingo, 05 julio 2020 por juaritosliterario

Crónicas desde el país vecino de Luis Arturo Ramos

Luis Arturo Ramos nació en Minatitlán, Veracruz, descrita en sus propias palabras como una metrópoli instalada en medio de la selva. Su producción literaria, abundante y multipremiada, contribuyó a que en 1992 se mudara a la comunidad fronteriza para ser profesor de escritura creativa en la Universidad de Texas en El Paso, donde continúa dando clases hasta la fecha. Ramos describe a El Paso como una ciudad multirracial y multilingüe, determinada, además, por la convivencia con el desierto y la presencia, presente y pasada, del y lo mexicano; una metrópoli significada por los contrastes, potenciados por la frontera entre dos países desiguales en economía e historia.

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Su obra Crónicas desde el país vecino, publicada en 1998 por la UNAM (a partir de la columna del autor en el semanario Punto y Aparte, en Xalapa), es una colección de textos breves que muestran la manera en que un ciudadano mexicano ve la vida en los Estados Unidos de América y en este territorio binacional que comprende la frontera entre Ciudad Juárez y El Paso. Al preguntarle en una entrevista si este libro podía ser considerado un ejemplo de la literatura chicana, me respondió que no sabría decirlo, porque al igual que otras de sus obras, lo escribió desde una perspectiva literaria y no étnica.

 

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Lee aquí la crónica “Hacia el país vecino”, de 1990

 

El tono de las crónicas es poético y pasa con suavidad de las impresiones subjetivas a las referencias históricas. Cuauhtémoc Cárdenas, Carlos Fuentes, Victoriano Huerta, Pancho Villa y Juan Gabriel son algunos de los sujetos reales descritos por Ramos, identificables sin esfuerzo por el mexicano promedio. Es un libro que está en contacto directo con México, aunque la mayoría de las crónicas se desarrollen en territorio estadounidense. Las palabras en inglés se cuelan apenas a través de la letra de una canción, en el habla de alguna mujer angloamericana y en las calcomanías de los coches. A la pregunta de qué efectos suscita en la escritura el bilingüismo, Ramos respondió que la construcción sintáctica del inglés y el uso de vocablos le sirven de recursos técnicos y literarios, pero que quizá más que el bilingüismo, le interesa el biculturalismo: “Todos los mexicanos, de frontera o no, fuimos incluidos y estimulados por la cultura popular, cinematográfica y literaria gringa”.

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Para cruzar al país vecino pasa por Ciudad Juárez. Su perspectiva tiene la frescura chancera y tropical del Istmo de Tehuantepec; en más de una ocasión, provoca en el lector una risotada, producto de la ironía. Cuenta que el Río Bravo o Grande, aunque angostito, ha sido llamado así “gracias a la misma licencia poética (o mercantil) que permitió que Nelson Ned fuera conocido como el gigante de la canción”. Juega con los nombres y las características de los puentes que hay en la ciudad, poniendo especial atención en los internacionales, diciendo que los hay sin sentido de orientación, como el Puente al Revés; con problemas de identidad, como el Puente que de Sur a Norte se llama Lerdo y de Norte a Sur, Stanton; y un Puente Negro que resiente la discriminación del racismo. Como turista, visita la casa de Juan Gabriel y recuerda la narración popular de que el cantante compró esa casa para su madre, quien trabajara en ella durante años como empleada doméstica de la familia Montelongo. Su narración nos ofrece una lectura distinta de lugares conocidos que soportan, tanto para el viajero de paso, como para el ciudadano promedio, una misma experiencia de vida, adquirida en la antesala desértica, despojada y tercermundista de la primera potencia del globo.

María del Carmen Rascón Castro

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Bailarín bajo el peso de la lluvia

lunes, 04 mayo 2020 por juaritosliterario

Juárez con Jota (2 de 10)

En la primera entrega de esta decena de ensayos –dedicada a la novela Vereda del norte, compuesta en 1937 por el escritor juarense José Urbano Escobar– mencioné la homofobia y los crímenes de odio cometidos contra lesbianas, gays, bis y trans. Dichos actos, también dije, nos recuerdan que las innegables contribuciones de la comunidad LGBT a la cultura universal han sido siempre acalladas y relegadas por motivos religiosos, sociales o raciales. La monografía de Efraín Rodríguez Ortiz, Crímenes de odio por homofobia: los otros asesinatos de Ciudad Juárez (2010) sirve de guía para comprender cómo el varón tradicional, proveniente de un sistema patriarcal, pierde sus referentes cuando interactúa con sexualidades no convencionales. Al ponerse en crisis su propia identidad, “el masculino no sabe y no quiere saber otras maneras de reaccionar que no sean a través de la violencia”. En este segundo texto, retomo el recuento cronológico de la creación literaria con temática queer en la zona fronteriza de Ciudad Juárez-El Paso. Así pues, toca el turno a la opera prima del narrador paseño Arturo Islas: El Dios de la lluvia: una historia del desierto.

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Lee aquí la obra

El libro, publicado originalmente en inglés en 1984 en Palo Alto, California, y aún sin traducir al español, traza la genealogía de una familia de origen mexicano que se asienta en un nuevo hogar al otro lado del Bravo, primero en Nuevo México, pero pronto se mudan a la frontera, al Segundo Barrio en El Paso, Texas. A pesar de que Miguel Chico (alter ego del autor) y su padre protagonizan la historia del linaje Ángel –así se apellidan, aunque le quitan la tilde–, un capítulo de la novela, “Rain Dancer”, se centra en el tío Félix, también conocido por sus empleados como el “Jefe Joto”. Su asesinato es brutal; la escena donde su hermano, Miguel Grande, debe reconocer en la sala forense el amasijo de carne en que quedó reducido desconcierta a todos los personajes, pero sobre todo, al lector, sin importar que desde la página seis ya se había anunciado su muerte. El crimen perpetuado en contra de Félix Ángel, además de generar un punto de quiebre en el ritmo de la novela –y en la misma tradición de la literatura chicana–, ilustra el estigma de ser homosexual en una época en la que el homicidio parece más tolerable.

Arturo Islas nació en El Paso en 1938; prolífico poeta, académico, ensayista y escritor de cuentos, es reconocido por sus dos novelas concluidas, que planeaban ser una trilogía: Almas migrantes (1991), secuela de El Dios de la lluvia. Su prematura muerte, en 1991 a causa del sida, truncó una carrera productiva e influyente en las letras latinas (o latinoamericanas), más allá de la veta chicana. Islas fue un escritor reflexivo, dedicado y consciente de un estilo que vertió en distintos registros; promovió, además, un sentido de responsabilidad hacia la comunidad con sus colegas –profesores y escritores–, estudiantes y críticos. Durante su carrera profesional, como profesor en el Departamento de Inglés de la Universidad de Stanford, formó una extensa colección de documentos, registros y bibliografía sobre estudios mexicanos, desde lo prehispánico hasta lo chicano. Como escritor de la frontera entre El Paso y Ciudad Juárez, hay que ubicarlo en la vanguardia en el tratamiento de dualidades sociales, lingüísticas y cognitivas. Uno de los nietos de Mamá Chona, matriarca de la familia Ángel, expresa: “Estamos en la frontera entre una tierra que nos ha olvidado y otra que no nos entiende. […] ¿Qué pues hemos de hacer nosotros, educados como espalda mojadas y con alma migrante?” Su compromiso artístico lo llevó a profundizar en la estética y la psicología de la creatividad gay, una exploración que chocaba con su formación tradicional, ligada al catolicismo. Como pensador homosexual, Islas superó límites, fronteras y roles establecidos, siendo el abanderado de la literatura queer escrita por chicanos.

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Una primera versión de la novela que aquí me ocupa se llamó Día de los muertos (1976), lo cual se hubiera prestado a una interpretación exclusivamente étnica o folclorista. En cambio, El Dios de la lluvia dispara varias lecturas y juegos intertextuales, incluso con el subtítulo: Una historia del desierto. “A cambio de ofrendas y de sacrificios –en particular de niños–, Tláloc otorgaba a los hombres todo lo necesario para la vida” (Guilhem Olivier), para fundar nuevos pueblos, como el que se asentó en el Lago de Texcoco. Esta deidad, una de las más antiguas de Mesoamérica, actúa para otorgar el valor, el mando, es decir, el poder, razón por la cual uno de sus nombres era “El Dador”. En el capítulo final de la novela, aparece un canto atribuido a Nezahualcóyotl, transcrito por el primogénito de Mamá Chona –el primer Miguel Ángel– quien murió en las calles de San Miguel de Allende a inicios de la Revolución a causa de una bala perdida: “Toda la redondez de la tierra es un sepulcro: no hay cosa que sustente que con título de piedad no la esconda y entierre. Corren los ríos, los arroyos, las fuentes y las aguas, y ningunas retroceden para sus alegres nacimientos: aceléranse con ansia para los vastos dominios de Tláloc, el Dios de la lluvia, y cuanto más se arriman a sus dilatadas márgenes tanto más van labrando las melancólicas urnas para sepultarse”.[1] A sus 32 años, Mamá Chona enterró a su hijo, y con él toda su alegría; jamás perdonó a México por la infortunada muerte; el movimiento armado la orilló, junto con su marido, a desplazarse hacia el norte para cruzar la frontera y nunca volver.

La zaga de los hijos y nietos de Mamá Chona entreteje los hilos narrativos de la novela, dividida en seis capítulos y precedida por unos versos de Pablo Neruda: “Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta” (“Alturas de Macchu Picchu”). El grueso de la acciones en El Dios de la lluvia ocurre en la década de los 60’s, justo cuando el movimiento chicano estalló como contienda social. La lucha por los derechos civiles de la población de origen mexicano en Estados Unidos transformó a fondo su propia conceptualización, así como su actuar en muchos terrenos, incluyendo el ideológico. Las representaciones simbólicas, asumidas por las letras, conjugan un talante político y militante, al tiempo que delinean múltiples situaciones de subordinación ante la sociedad dominante. Sin embargo, veinte años después, es decir, cuando Arturo Islas intenta publicar su novela, los lemas activistas –“Sí se puede!” y “Viva la raza!”– han conformado la agenda de una literatura apologética, con un profundo sentido nacionalista y un acentuado orgullo étnico. No es de extrañar, entonces, que una obra alejada de las imágenes positivas o redentoras incomodara los discursos de identidad chicana. Fue así que Quinto Sol, la principal editorial de este tipo de literatura, rechazó el manuscrito de El Dios de la Lluvia por alejarse del molde prestablecido. Seguramente, las acciones en torno a figuras homosexuales, en un momento de histeria ante el VIH (referido como “la plaga” hacia 1985), fue suficiente para que la novela se considerara negativa.

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La construcción de Félix me parece fascinante tanto por lo complejo y problemático que resulta trazar la personalidad y función de un personaje poliédrico. Detecto, por lo menos, cinco aristas que concurren en su figura: sabemos de él a través de lo que juzga su familia, una posición ambigua, ya que si bien todos conocen su homosexualidad, no la aceptan; su hermano Miguel, por ejemplo, opina que “All good dancers are queer”; sin embargo, recuerda con gran cariño la costumbre de Félix de salir a bailar bajo la lluvia cuando eran niños. Otra opinión nos la dan sus empleados, y aquí la imagen entra en conflicto, ya que, por un lado, Félix trabaja en una fábrica como enganchador de mano de obra barata. Él acepta la labor de coyote “con la condición de que estos hombres fueran inmediatamente considerados candidatos para la ciudadanía estadounidense”. Pero, por otro lado, él también se encarga de las examinaciones: pruebas físicas que le permitían palpar los genitales de los jóvenes obreros. El acosos en tal situación de poder era inminente; en esos días, “contemplando tanta belleza con la maravilla y el asombro de una novia, su único deseo era tocarlos y sostenerlos en sus manos con ternura”. La mayoría de los trabajadores olvidaba la experiencia, aunque “de vez en cuando se referían a sus espaldas, pero con cierto afecto como el Jefe Joto”.

El narrador omnisciente de la novela, la tercera voz que delinea al personaje, es la más importante. El cuarto capítulo, dedicado en exclusivo para Félix, nos presenta la estampa de alguien cercano y sensible a la naturaleza: “amaba los momentos tranquilos al anochecer, tanto como el olor del desierto justo antes y después de una tormenta eléctrica cuando el cielo, cargado de rayos, se volvía fresco con la fragancia del mezquite, la salvia blanca y la pimienta silvestre”. Ahí nos enteramos cómo cortejó a Angie, con quien se casó y procreó a cuatro hijos. Llama la atención que, aunque desde niño mostró comportamientos que podrían atribuirse al ser-gay, se aparta por completo de la heterosexualidad una vez que nace su hijo JoEl, quien, debido a sus constantes pesadillas, duerme con sus padres. “Mientras los tres dormían juntos con mayor frecuencia, Félix perdió su pasión por Angie, y se despertaba durante la noche sosteniendo contra el pecho a JoEl en su lado de la cama. Sus sentimientos protectores por el niño lo dejaron perplejo y desorientado porque parecían más fuertes que su deseo por su esposa”.

La violencia con la que es liquidado y lo que provoca el crimen en sus hijos Magdalena (Lena) y JoEl constituyen, respectivamente, la cuarta y quinta línea que ciñen al personaje. Félix frecuentaba un bar en el centro de El Paso en donde solía conocer a sus parejas ocasionales. Ahí conoció a su asesino, un militar de 18 años, con quien partió rumbo a un paraje más privado. “Estaban en el auto de Félix, en un cañón del desierto en el lado este de la montaña, y solo hablaron brevemente antes de que el chico lo pateara hasta matarlo”. La notica la recibió Miguel Grande, oficial de la policía quien por ese entonces buscaba su ascenso en la dependencia. Él se encargó de mantener discreción ante la familia y los medios. Lena insistió en saber la verdad y forzó a que su tío indagara y buscara la pena para el culpable; sin embargo, “El abogado pensó que era inútil someter a la familia a la vergüenza y bochorno de tal investigación. El joven soldado había actuado en «defensa propia y justificadamente», dadas las circunstancias, y no había razón para enjuiciarlo. Ya había sido trasladado a otra base”. Miguel Grande permaneció en silencio; Lena estupefacta. “Maldito hipócrita”, le dijo; “Unos meses después, se alegró de saber que su tío no había sido elegido jefe, pensando que eso lo obligaría a comprender cómo era realmente la vida de los mexicanos de «clase baja» en la tierra que garantizaba la justicia bajo la ley para todos”.

La representación de la sexualidad de Félix lo convierte en una figura única para los estudios chicanos y queer. El paradigma del armario que predomina en las construcciones de personajes gay no tiene nada que ver con Félix. Tal disyunción no solo sorprende por el crimen de odio cometido por homofobia, sino por sus expresiones transgresivas de homosexualidad, formadas por una red de dinámicas de poder entrelazadas, asociadas con sentimientos étnicos, sociales y, por supuesto, con la inseguridad masculina.

Carlos Urani Montiel
Ciudad Juárez, 26 de julio de 2019

[1] El canto original aparece en un tratado de 1778, Tardes americanas, compilado por fray José Joaquín Granados y Gálvez.

Texto publicado originalmente en Sinembargo.mx

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Donde trazamos la línea

miércoles, 11 marzo 2020 por juaritosliterario

Willivaldo Delgadillo nació en Los Ángeles, California en 1960. Quizás aquella ciudad estadounidense con tanta presencia latina anunciaba su relación futura con las fronteras, geopolíticas, lingüísticas y culturales, pues el escritor, periodista, traductor, catedrático y activista ha pasado su vida entre Ciudad Juárez y El Paso. Rescata las historias que han transitado por estos lugares y él mismo se ha vuelto, gracias a sus audaces textos, un referente en el ámbito bifronterizo, incluso un personaje. Su producción novelística se inauguró a finales de los noventa con la publicación de La virgen del barrio árabe (1997) –reeditada diez años después–, luego apareció La muerte de la tatuadora (2013), la cual se antoja una secuela por el espacio ficticio en que se sitúa. Garabato (2014) constituye la última de sus entregas y se diferencia de las anteriores en que tiene por escenarios lugares concretos: Alemania y el norte de México, Ciudad Juárez, el cual se ve como un zoológico o laboratorio experimental desde el extranjero. En esta ocasión me interesa abordar la tercera novela del autor, pues se encuentra motivada por el contexto de inseguridad y militarización que marcó al país entero, especialmente a esta geografía durante el mandato de Felipe Calderón. Recrea el terror que, pese a toda la tristeza y esfuerzo de la ciudadanía, no ha cesado y regresa con nueva piel y brío a infligir heridas.

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Garabato trata sobre la travesía de Basilio Muñoz durante un congreso de literatura mexicana en la nación europea. Lo convoca al evento el Consejo Nacional para la Cultura como sustituto de Billy Garabato, el escritor verdaderamente esperado, cuya ausencia sonora –declinar la invitación le convirtió de pronto en un misterio interesante de comentar–lo incita a sumergirse en la literatura de su coterráneo. En el encuentro se posicionan dos bandos con opiniones previamente formadas que mantenían continuos roces: los finolis del centro de México, quienes objetan que todo lo escrito en el septentrión resulta intrascendente debido a la pobre calidad estilística y líneas argumentales enfocadas en el narcotráfico, la vida de cantina y burdel, el spanglish y el rigor desértico; y los toscos, que, jugando al nomen omen, reclaman el valor de la escritura del entorno como registro histórico y critican la poca capacidad de los otros para apreciar todo lo que salga de provincia. Basilio, al enfrentarse a Maya Taylor (de juicio centralista), teórica “especializada” germana que nunca ha pisado Latinoamérica, no encuentra un lado desde el cuál posicionarse, ya que, si bien comparte lugar de origen con los toscos y Garabato, él mismo no puede negar la “etílica norteña”. Por ello, en pos de formarse una voz propia lee –y nosotros también– la trilogía: De alba roja, Moteles del corazón y Sicario en el jardín del pulpo.

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Los referentes de Delgadillo son reales. La discusión tiene años. En el 2004, Eduardo Antonio Parra contesta en el ensayo “El lenguaje de la narrativa del norte de México” a las invectivas dichas por Rafael Lemus en “Balas de salva: Notas sobre el narco en la narrativa mexicana”. El primero explica cómo, efectivamente, estas obras atrajeron cada vez a más clientes, pues los temas de armas, alcohol, drogas, mujeres, etcétera, excitan a las masas; no obstante, señala que existe en estas coordenadas obras que van más allá y continúan una tradición sin dejar de ser innovadores. La continuación del estereotipo ha dibujado la imagen de la sangre con tinta indeleble como único signo que nos conforma; pese a ello, resulta un beneficio que nuevos públicos se adentren en nuestros textos y formen su propio corpus hasta reconocer la existencia de dicha herencia. Sin embargo, no podemos dejar de lado que tanto para ojos de lectores asiduos, curiosos o “especializados” –ejemplificados en Taylor–, así como para los inexpertos –jóvenes o adultos– la sangre fresca pero insensible parece un espectáculo más. La mercancía existe por la demanda. El narco y la frontera aparecen en boca de todos y, en consecuencia, consciente o inconscientemente, los mismos escritores y pensadores lo asumen como un todo.

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Basilio Muñoz, en un inicio, representa a ese escritor que pretendiendo ser muy “consciente” y “crítico”, es más bien escéptico y no se atreve a asumir ni a rechazar alguna de las posturas anteriores. Ajeno, aburrido de leer los textos de sus congéneres, baja la cabeza cuando le señalan aquellos vicios (literarios y de autoría) en los que él también encaja. Sin embargo, el trabajo de reflexión al seguir la obra de Billy, cuya voz no se manifiesta sino a través del símbolo, lo encamina hacia la empatía y a un significado profundo, difícilmente expresable con palabras. La primera novela de Billy Garabato, De Alba Roja, cuenta la historia de un fotógrafo que se desplaza desde Ciudad Juárez hasta Samalayuca para cubrir un asesinato en las dunas; situación que termina convirtiéndolo en objeto de persecución y chivo expiatorio de las mismas instituciones que lo avalan. En la actualidad, la desaparición y otros riesgos experimenta la prensa no se han solucionado, pues los perseguidores a veces son los mismos. Pese a su importancia, esta primera novela no logra cambiar al protagonista.  Moteles del corazón, por su parte, aborda la anécdota de un hombre que circula sobre la Panamericana intentando acostarse con una mujer y encuentra riesgos y muerte en el camino. La segunda entrega de Garabato pone a dormir a Basilio. La prueba definitiva se encuentra en la última pieza, Sicario en el jardín del pulpo, cuyas líneas contaminan las del congreso en Berlín. Esta es la más compleja y rica en registros sociales, lingüísticos y emocionales. Un hombre que trabaja en una menudería junto a un puente citadino, narra el hallazgo de un colgado sobre el cual han dejado un mensaje claro y sin alternativas. El impacto lo saca de su trabajo y lo lleva a vagabundear y vivir la pobreza en las calles del centro urbano, hasta que un día se encuentra al dueño de una tienda de antigüedades y comienza a trabajar para él. La presencia de la violencia en todo su entorno y los consejos de su jefe cambian su perspectiva, aunque no su destino. El final de esta novela lo discuten Maya y Basilio, pero nosotros lo desconocemos. De súbito, un fragmento perdido se inserta en el marco de la acción principal. Somos doblemente mediados, pues no solo nos acercamos a tres novelas insertas en una mayor, sino que lo hacemos gracias a otro personaje.

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Una nueva mirada adquirida a través de la paulatina comprensión de las lecturas cambia a Basilio y lo lleva a tomar una postura clara, aunque con un lenguaje silencioso. La lección queda también para el lector de Garabato: hay que alejarse de esas bocas que “lo único que quieren es tener una escenografía para contar los cuentos que ya traen en la cabeza, a veces hasta le cambian el nombre a las calles y a las cosas”. “El miedo vende”; no obstante, pese al tema, Delgadillo traza una línea con la mercadotecnia, señalando que no está ahí para continuar con ese busssines. La trilogía del autor norteño Billy, la cual habla por él y subraya un cúmulo de referentes con la realidad fronteriza, permite interpretar que el mismo Delgadillo escribe porque tiene que hacerlo y lo hace solo cuando verdaderamente van a escucharlo. El silencio y las ausencias responden con fuerza a la violencia y su promoción y, al mismo tiempo, brindan la oportunidad a otros de descifrar las balas de modo distinto. Leer las pocas más de doscientas páginas vale la pena porque, conozcamos o no a la gente y las calles de Juárez, nuestra realidad exige que empaticemos con el sufrimiento de otros. Sin duda, la editorial Samsara, ubicada en el centro de México, cambió del bando de los finolis con la publicación de Garabato; después de todo, el término budista simboliza la oportunidad de volver a nacer. Finalmente Basilio regresa a su ciudad y nosotros nos reconectamos con las nuestras.

Grecia Márquez García

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De Ciudad Juárez a Canadá, de James Dean a Breaking Bad

miércoles, 08 enero 2020 por juaritosliterario

La novela Northern lights, del escritor juarense Ángel Valenzuela, fue publicada en octubre de 2016 bajo el sello de Casa Editorial Abismos, con un corto prólogo (como deberían ser todos), de Alberto Fuguet y un epígrafe de la canción “Half A Person”, de The Smiths. Dos amigos inician un viaje para ver las auroras boreales en Canadá, partiendo desde la zona fronteriza de Ciudad Juárez-El Paso, atravesando Estados Unidos. Los motivos en ambos son diferentes: Demetrio quiere vivir su última gran aventura antes de casarse; Andrés lo acompaña solo para estar cerca de su amigo; a él no le interesa tanto el fenómeno atmosférico, ya que se siente atraído por otra luminiscencia: “Veo el brillo en sus ojos [los de Demetrio] y es como estarlas viendo ahora mismo, las luces del norte”. Como en cualquier road movie, el playlist no puede faltar: M83, Arcade Fire, The Lumineers. Andrés, protagonista y narrador, es un joven homosexual, caviloso, inteligente e incluso romántico, que se ve a sí mismo como al Little Bastard, enfilado hacia la catástrofe, y a Demetrio como a James Dean. Su amigo, por otro lado, es alto, atlético, atractivo para la mayoría, con un carácter más relajado, que guarda la mariguana entre un libro de Lorca y otro de Baudelaire. Mientras Andrés desea visitar Marfa, debido a sus “calles viejas y polvorientas, luces extrañas en medio de la noche oscura, artistas exiliados” y por ser el lugar donde se filmó Giant, donde aparece el ya mencionado actor James Dean; “A Demetrio sólo le interesaba hacer fotos en los sitios de Breaking Bad […]. Parece que el espíritu de Jesse Pinkman se hubiera apoderado de él”.

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Durante el viaje van descubriendo, más que lugares inusitados, aspectos desconocidos de ellos mismos, para después reconocerse, milla a milla, de una nueva manera, llevando su amistad a cruzar fronteras en más de un sentido. Así que la frontera juega un papel muy importante en el ensamblaje de la novela; a través de ella, la voz narrativa deambula entre los recuerdos de la niñez y adolescencia con los que vamos conociendo más acerca de los protagonistas. La mayoría de estas evocaciones toman lugar en Ciudad Juárez: “Ocasionalmente nos saltábamos alguna clase y nos íbamos a tomar tecates al Chamizal”; o bien, sobre la vista del cielo en el desierto: “Salimos justo cuando comienza la puesta de sol. Delante de nosotros, la carretera y una vista incomparable: las montañas se recortan contra el cielo que de a poco va adquiriendo tonos magenta y naranja. No hay atardeceres más bonitos que los de este desierto de Chihuahua, me cae”.

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Crédito fotográfico: Oksana Portillo

El mismo paisaje también provoca reflexiones más hondas: “porque esta frontera tan puteada por los gringos, por la maquila, el narco y por el mismo gobierno todavía saca fuerzas de no sé dónde para regalarnos este espectáculo majestuoso”. Sobre los médanos, Andrés dialoga (solo en su consciencia) con su amigo: “Luego, habíamos quedado de ir a las dunas de Samalayuca un fin de semana, ¿recuerdas?”. Y sobre la afluente que divide a las ciudades, también rememora: “Cuando era niño y había día de campo, solía quedarme horas sentado frente al Río Bravo […]. Ahora el río está muy seco”. Antes, lleno de agua y ahora de cemento: “En su lugar hay un triste canal de concreto que sirve de trinchera a los mojados que huyen de la migra”, aunque algunas familias todavía acuden al río los fines de semana como antaño era tan común. Dado que Andrés nos habla de sus recuerdos en Juárez, tan cercanos a nuestro tiempo, y que, con la mención de Facebook y Google, nos damos cuenta de que la historia se ubica, aproximadamente, en la primera década de este siglo.

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Crédito fotográfico: Julio César Aguilar

Los lugares mencionados, por su parte, también corresponden acertadamente con los que nosotros vemos y/o vimos: “La Carretera Panamericana. Así se le conoce también en Juárez, aunque los afanes urbanizadores la hayan transformado en la Avenida Tecnológico”; y el Chamizal, uno de los lugares más visitados para acampar y realizar actividades de ocio. Lo mismo sucede en las dunas de Samalayuca y con el imperecedero cielo de la frontera que nos regala una preciosa vista. Andrés tiene una opinión clara sobre las fronteras: “Qué antinaturales son […]. Las físicas y las metafóricas. Me parecen obscenas. Un atentado contra la humanidad. […]. Pienso que uno mismo construye su patria.” Hacia el final, nuestro narrador se reconoce como una hormiga en un mundo gigantesco, pero a salvo, viendo lasnorthern lights: “Todo parece insignificante ante la magnitud de este espectáculo. Las fronteras, lo prejuicios. El lenguaje, incluso, me parece insignificante y absurdo”. En menos de 120 páginas, el escritor Ángel Valenzuela da espacio a la ternura, la pasión homoerótica, la vitalidad de una historia de carretera, pero, sobre todo, a la amistad de dos jóvenes que están a punto de iniciarse en la vida adulta y encuentran en este viaje la mejor ruta de escape.

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Crédito fotográfico: Oksana Portillo

Gibrán Lucero

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Puentes y más puentes

viernes, 20 diciembre 2019 por juaritosliterario

Resulta agradable ir a una biblioteca y encontrarse antologías interesantes; entre ellas, existe una con cierta peculiaridad que vale la pena revisar, Narrativa juarense contemporánea (2008), compilada por Margarita Salazar Mendoza. La actual coordinadora de la licenciatura en Literatura Hispanomexicana de la UACJ comenta en el prólogo que el libro surgió por dos motivos: dejar un registro de la gente que de forma regular escribe en nuestra región, y promover entre estudiantes de preparatoria y universidad el placer por la lectura de diversos textos narrativos juarenses. Además, explica que el título se escogió con fines de inclusión, ya que los diferentes escritores que se encuentran aquí no se limitan a un solo género, todos escriben de distintas maneras y con diversos propósitos, y en ocasiones combinan los géneros literarios. Lamentablemente las cuarenta voces reunidas no son muy conocidas dentro de la ciudad por la falta de circulación de sus obras, así que Narrativa juarense contemporánea, de alguna manera, contrarresta esta situación.

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Lee aquí el cuento

El escritor compilado en el que me detendré es Jorge Alberto López Gallardo, quien, según Salazar, “juarense y paseño, por vida y experiencia, deja excelentes muestras de la vida fronteriza en este cuento”. En “El Puente” encontramos una polifonía de voces, actividades comerciales, puntos de referencia y comportamientos de la gente que se pueden observar en cualquier cruce de Ciudad Juárez; por ello, el título hace referencia no solo a la conexión entre dos países, sino a la variedad de cultura y pensamiento que caracteriza a la frontera. El relato se divide en ocho secciones, las cuales abarcan el espacio de un puente o una calle en específico para desarrollar distintas historias que suceden durante una mañana, en horarios muy cercanos; es decir, ocurren simultáneamente, aunque el narrador se detiene en cada lugar para mostrar al lector cómo se desenvuelve la cotidianidad citadina. Otra característica que le otorga un valor más verosímil al texto de López Gallardo consiste en el raudal de diálogos de un conjunto de personajes carentes de nombre y cuyo lenguaje recae en lo informal y coloquial. Los protagonistas coinciden en ciertos temas, por ejemplo, hablan de sus recuerdos, de los problemas del presente, del clima, de las noticias o simplemente de lo que ven a su alrededor al pasar por esos puentes y calles.196 Puente Carlos Villareal.jpg

Lo particular de este cuento consiste en el retrato de situaciones que actualmente siguen ocurriendo en los puentes internacionales; pues, no solo juarenses, sino personas de distintos lugares de nuestro país y del vecino tienen contacto en esas monumentales construcciones. La diversidad cultural, como bien lo plasmó López Gallardo, se puede percibir perfectamente en estos sitios. Nada ha cambiado, cientos de personas se levantan temprano para tolerar largas filas de autos, cruzar al “otro lado” e ir a su trabajo, escuela o de compras. Estar arriba de un carro que apenas se mueve unos cuantos centímetros, da el tiempo suficiente para reflexionar sobre temas sociales, culturales, históricos o políticos, o simplemente analizar lo que nos deparara el día. Uno de los puentes que el cuento de Gallardo menciona es el Carlos Villarreal. Cada vez que paso por ahí veo lo mismo que uno de los personajes observó a través de su ventanilla mientras esperaba el avance de la línea: los caballos continúan imponentes y El Chamizal sigue en su sitio como representación del “único terreno que ha perdido Norteamérica en toda su historia”.196 Indomables (2).jpg

Nohemí Damián de Paz

 

 

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Juaritos Literario 2021

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