El delgado cristal que divide la frontera norte
Una de las características de la vida de los fronterizos, además de su abundancia cultural, consiste en la ambivalencia de vivir entre el lado nacional y el norteamericano. No es motivo de sorpresa encontrar a mexicanos viviendo en Estados Unidos, en un lugar tan cercano como El Paso, Texas, que han adoptado costumbres ajenas y dicen haber perdido su identidad, negando sus raíces. Este es precisamente uno de los temas que Carlos Fuentes aborda en La frontera de cristal (1995), novela compuesta por nueve cuentos. Aquí abordaré “La capitalina” y “La raya del olvido”, dos textos que, aunque independientes, se encuentran unidos por sus personajes y lugar de desarrollo. Ambas historias giran alrededor de la familia Barroso, perteneciente a la aristocracia de la ciudad de Campazas (representación literaria de Ciudad Juárez) y cuyos integrantes viven atrapados entre las costumbres de los dos países, los cuales, a pesar de su cercanía, están separados por un abismo consolidado, según Fuentes, a lo largo de 200 años.
En “La capitalina”, Michelina Laborde, recién llegada a Campazas, describe la ciudad como humilde y austera; sin embargo, le sorprenden los mercados y la gran variedad de artículos que en ellos se oferta, pues no esperaba encontrar tanta abundancia en el desierto. La protagonista del cuento, perteneciente a una familia de linaje venida a menos, visita a su padrino, Leonardo Barroso, y al entrar a su casa se asombra por las enormes rejas que se necesitan para proteger a la familia de la delincuencia. Observa con incredulidad la pérdida de libertad de los fronterizos, los ve como prisioneros dentro de sus propias casas y se cuestiona si ser rico significa condenarse a vivir así, encerrado en enormes residencias con barrotes en las ventanas y con lujosos carros que no se pueden lucir en las calles debido al temor. No obstante, esta forma de vida se compensa con lo monetario. La capitalina conoce a las mujeres adineradas de Campazas, señoras que pretenden parecer “gringas” tiñéndose el cabello rubio y utilizando pupilentes azules y que representan a esa clase social que utiliza la abundancia económica (accediendo a artículos “de marca” y mayor sofisticación) para confundirse con lo que no es.
Por su parte, en “La raya del olvido” se habla de las carencias de identidad y de igualdad que pueden experimentarse en la frontera. A manera de monólogo, Emiliano Barroso adquiere poco a poco conciencia del porqué se encuentra ahí, varado justo en la línea que divide a los dos países. Después de quedar impedido de sus habilidades físicas y motrices, dependió de los cuidados de sus hijos, lo cuales renegaban constantemente de su padre y de sus raíces. Residentes en Estados Unidos y al igual que muchos otros mexicanos en condiciones similares, los descendientes de Emiliano habían perdido su identidad y menospreciaban a sus paisanos. Además, presumían de sus trabajos mediocres, a pesar de que no les eran suficientes para ayudar a su padre moribundo y continuar con sus vidas sumidas en el consumismo. Por ello, se ven obligados a pedir ayuda a su tío Leonardo, quien les niega el apoyo alegando que su hermano no es su responsabilidad. Finalmente, más preocupados por mantener su “estilo de vida fronterizo”, abandonan a Emiliano Barroso a su suerte en las calles de Campazas.
A través de los cuentos de Carlos Fuentes es posible analizar diferentes perspectivas de Ciudad Juárez: la de unos cuantos juarenses para quienes la frontera significa mayores oportunidades de educación, trabajo y calidad de vida en comparación con otros lugares del país; la de los foráneos sorprendidos ante la abundancia en el desierto; y la de los “mexicanos-americanos”, aquellos que han atravesado el delgado cristal de la frontera. Una parte de los mexicanos que residen en Estados Unidos se sienten enamorados de la cultura americana y buscan ser parte de ella, imitando sus costumbres consumistas y adoptando un amor excesivo por los bienes materiales. Algunos fronterizos huyen de la delincuencia y se refugian en el país del norte, pero en el transcurso dejan sus costumbres, raíces y tradiciones, olvidan su verdadera identidad y piensan que si imitan a los norteamericanos y niegan a los suyos alcanzarán la “falsa libertad” que tanto buscan.
Diana Ivethe Silva Castro
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Fronteras y otros menesteres
“Las fronteras de verdad son aquellas que mantienen a los pobres apartados del pastel”, dice Manuel Rivas en su novela El lápiz del carpintero. Cuánta razón hay en pocas palabras. En nuestra frontera, sin duda, algo hay de pastel y de pobreza. José Ángel Leyva, en su crónica “Entre el miedo y la esperanza”, a partir de su visita a Ciudad Juárez y el Paso, realiza una comparación que ya es común en muchos de los visitantes de estas dos ciudades. Resulta estimulante remarcar las dicotomías a las que muy comúnmente estamos acostumbrados y de las que nos valemos para entender el mundo: odio-amor, vida-muerte y, en el caso de Leyva, caos-orden. A partir de ellas, el autor crea un mapa simbólico donde se contraponen dos urbes distintas y, sin embargo, cercanas. No nos dice nada nuevo, pero al mismo tiempo sí, pues al realizar su lectura, va agregando a la frontera a ese cúmulo de perspectivas y focalizaciones que surgen de todos los que pisan este y el otro suelo (y que, al fin y al cabo, son la misma realidad).
A partir de una breve experiencia (ya que fue invitado a un encuentro de escritores durante los años de la guerra contra el narco), el autor logra entrever algunos de los problemas más graves de Juárez: la violencia, la corrupción e incluso los desastres naturales. La esperanza no está aquí sino del otro lado del río, en la parte gringa; en el lado de acá tenemos tan sólo el miedo y la desolación. De este modo, Estados Unidos se convierte en el destino de la gloria hacia donde todos buscan dirigirse. Lo malo acá y lo bueno allá: Dios y el Diablo. Un asunto de suma importancia, desde mi parecer, que remarca Leyva es la lluvia. Todo elemento tiene su ying y su yang. La caída de agua toma dos formas: destruye y purifica. Hay que recordar para esto la lectura bíblica en donde un Dios cansado de sus errores borra las huellas con el agua: limpia y erradica. Para tratar este elemento hace mención del caso de la niña que cayó en un drenaje podrido y murió (olvidó contar la otra parte de la historia, la construcción del héroe que perdió la vida por ayudar al prójimo). En medio del terror de esta escena, busca la esperanza: “Pero la lluvia, pienso para borrar esta imagen terrible, hará florecer el desierto”. ¿Acaso será esto cierto?
Pese a todas las observaciones del autor, es clara en su escritura su condición foránea, lo cual contribuye a dar una lectura distinta (y en absoluto no menos digna), pues encontramos respuestas que demuestran su falta de cercanía con los asuntos concernientes a Juárez. Por ejemplo, nuevamente retomando el tema de los temporales, justifica los enormes desastres en infraestructura con la simpleza de que, como casi no llueve, no cuidamos esa cuestión. Sin embargo, creo que no es sólo eso, sino la falta de interés, la corrupción y la irresponsabilidad más que nada. Pues la lluvia no es tanta, pero existe y año tras año. José Ángel Leyva contribuye de este modo a crear una interpretación de una tierra y su naturaleza, su caos y su espejo de Oesed (El Paso). Los límites (de la imagen de nuestra ciudad en el ensayo), carencias y riquezas surgen a partir de su conocimiento del contexto juarense y paseño (por ejemplo, en ningún momento afirma a Juárez como una tierra de migrantes como el Paso, aun cuando lo es).
Otro tema interesante que rescata el autor es el de la comparación de los juarenses con los texanos de origen mexicano; remarca que aunque la gente que vive allá es la misma que acá, allá se comporta de mejor manera: cumple la ley. Leyva culpa de esto a los encargados de la legalidad en México; sin embargo, creo que hay algo más. Pienso que tiene que ver con asuntos de pertenencia e identidad: un sentirse en casa ajena y las condiciones que esto impone. Finalmente, Leyva tiene la posibilidad de analizar una tierra que pasa por uno de sus peores momentos enfrentándola y comparándola con su vecina. Esas fronteras, aunque invisibles, son esenciales: existen a través del comportamiento simbólico de los individuos que las conforman. De este modo volvemos a las dualidades: electrones-protones. Aunque nunca hay que olvidar que siempre existirá el término medio: neutrones. Así que en Juárez cabe la posibilidad tanto de la esperanza como del terror. Nosotros (incluidos los del El Paso) vivimos entre ambas valencias. Al final de la novela de Rafael Bernal, El fin de la esperanza (título engañoso), el nacimiento de un infante vuelve a restaurar la fe perdida, pues aun en la peor de las miserias, mientras haya vida, habrá esperanza, aun con sus distintas y hostiles máscaras.
Graciela Solórzano Castillo
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El desierto, lugar fantástico
Rubén Darío fue el padre del Modernismo y es tan importante su influencia en el pensamiento latinoamericano que hoy todavía miles de personas lo reconocen como una autoridad literaria. En este texto trataré sobre el homenaje que hace a México, específicamente al desierto del extremo norte y su frontera. Por azares del destino el poeta nicaragüense llega a territorio mexicano en septiembre de 1910, desembarcando en Veracruz como invitado especial del primer centenario de la Independencia. Por desgracia, tras los primeros indicios de la lucha revolucionaria en el país y los problemas políticos, se le niega el reconocimiento de invitado y tiene que salir de las costas veracruzanas siete días después de haber arribado. De cualquier forma, el poeta queda marcado por el trato del pueblo mexicano, por lo que decide componer un cuento, “Huitzilopoxtli”, publicado en 1914. Entre su extensa obra, es uno de los pocos textos con temática fantástica. Se trata entonces de una oda hacia los dioses prehispánicos que siguen estando entre nosotros, pues nunca desaparecieron. En la historia se lee la sorpresa de un periodista tras una noche de misterio y duda en la que se encuentra en el desierto después de haber cruzado la frontera de los Estados Unidos con México, al lado de un yanqui, llamado Perhaps, y un cura militar mexicano, el padre-general Reguera.
Dicen que las cosas son y no. Un poeta habla de una cosa para referirse a otra completamente diferente. Rubén Darío no es la excepción y “Huitzilopoxtli” lo demuestra. El cuento no describe una ubicación exacta donde sucede la historia; sin embargo, los pocos indicios que da son tan claros que se puede deducir. Los personajes viajen en carro y, de repente, cambian a mulas, “namás” por estar cruzando la frontera gringa y adentrarse en territorios de Villa, en una noche fría… síntomas del desierto de Chihuahua, específicamente en los cruces cercanos al Paso del Norte. Se trata de este ecosistema, sin importar que el periodista siempre hable del misterio de lo verde. Un bosque hondo donde no se puede ver o una selva “salvaje” en la que no para de escucharse su música siniestra: el aullido de coyotes que, curiosamente, no habitan ni selvas ni bosques, sino el norte del continente. El espacio opera como una metáfora “fantástica” donde los contrarios se unen. Antes el desierto fue vida, aún conserva el recuerdo de un mar antiguo. Sus misterios fluyen sin rumbo alguno y los personajes nos lo demuestran: el padre habla con los dioses antiguos; el yanqui protagoniza un sacrificio azteca y el periodista no sabe si lo que vio en realidad sucedió o fue inducido por la “yerba embrujadora” que se fumó.
Las personas que conocen un desierto o han estado en uno alguna vez de forma inesperada —¿por qué sería de otra forma, si dicen que un desierto nunca tiene piedad con quien lo habita o lo camina, y que todo lo arrebata?— como el de Samalayuca, justo a la salida de Ciudad Juárez, sabe que la sorpresa se encuentra a la vuelta de la mirada, como la característica principal de cualquier relato fantástico. Imaginemos que caminamos entre olas de arena, las cuales nos jalan cada vez más hacia abajo y, de pronto, se va la luna. Lo único que permanece para contemplar en esa inmensidad árida es una oscuridad bañada en estrellas hacia arriba y una baja melodía lúgubre con la que se comunican los animales. Tratar de escuchar los gritos del silencio es difícil, pero escuchar al desierto mucho más. No obstante, es posible y Darío nos lo demuestra relatando lo que hay en un lugar sin que nuestros ojos lo puedan ver. El cuento trata de dar a conocer esa inestabilidad que primero causa duda y después asombro. Así se vive en el desierto, con la sorpresa fantástica de que si lo vivido la noche anterior fue real o simple locura. El mensaje clave de “Huitzilopoxtli” es saber escuchar al desierto, pues contiene el origen de toda forma de vida, incluso las que se pierden en el tiempo.
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En orden riguroso
“Botas texanas” es una crónica urbana; dentro de ella se encuentran inmersos los temas del cruce de fronteras y el feminicidio. La narradora y articulista Nadia Villafuerte, autora del texto, nació en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas en 1978. Fue becaria del FONCA y de la Fundación para las Letras Mexicanas en el 2003 y 2006 respectivamente. La crónica se narra desde una voz femenina en primera persona; la protagonista ronda los 30 años de edad y vive en El Paso, Texas. La trama se va formando mediante una visita que realiza a Ciudad Juárez con el motivo de conseguir unas botas vaqueras: “cuando me sentía sola –que era la mayor parte de las veces– me acordaba de la frase de Wilde: las mujeres tontas lloran, las inteligentes van de compras”. Luego de adquirir las dichosas botas “rústicas color chocolate” y otras cosas (un uniforme de mesera, una peluca, un libro de viaje) y de detenerse a comer cualquier cosa, cae la noche y se dispone a regresar en ruta a su casa, pero tras quedarse dormida en el autobús habría de sufrir “en orden riguroso la violación y la muerte” a manos del chofer.
La voz narrativa parece familiar, aunque va adquiriendo tintes dramáticos al final de la crónica. La acción determinante para que inicie la historia es el cruce fronterizo. Y aunque no establece a ciencia cierta si la entrada a México se hace en algún puente en especial, sí nos delinea imágenes y juicios precisos: “La frontera, no solo el traspatio en que la ciudad vecina arrojaba su escoria, sino el fundo que elegía el país para mostrar su quemadura extensa, la prueba de que las geografías revientan por las costuras”. Aparece también el centro de Juárez como otro lugar insignia en el cuerpo del relato. La caminante narra la disposición espacial a partir de su recorrido (“Recorrí el mercado, los sitios de pulgas, las plazas con mercancía de segunda”), las sensaciones producidas por varios aromas y sus predilecciones: “Prefería estar en México, prefería su sonrisa acechante en vez de quedarme en un edificio gringo cuyo orden y progreso solo conseguían deprimirme”. Sin duda, el feminicidio cae con todo su peso sobre la lectura, e ilustra el peligro en la ciudad, sobre todo a altas horas de la noche para una mujer. “El siseo del motor me extendió sus brazos y cuando me tuvo rendida, me despertó para advertirme que estaba frente a la vastedad silenciosa y bajo la noche lacada en negro”.
Al tener poco menos de un mes radicando en esta ciudad y no contar con el dominio de su geografía urbana, me ha sido difícil relacionar tangiblemente los espacios que describe Villafuerte en su texto, pero por otra parte me ha servido para ubicar dichos lugares. Desde antes de llegar a Juárez, uno ya conoce la forma en la que se ha estereotipado la urbe, tanto a nivel nacional como internacional, y dentro de los porqués aparece el feminicidio, tema que una corriente literaria ha hecho suyo. “Botas texanas” ostenta la peculiaridad e impacto que produce el giro de una crónica urbana hacia lo fantástico, al menos en el plano narrativo (y ojalá esto ocurra solo en la ficción), de un personaje que nos cuenta su experiencia juarense más allá de la muerte.
Mario Balderrama
septiembre, 2016
Caminhando pela Juárez
É impressionante o quão longe nossa mente pode nos levar durante uma longa caminhada. A canção “Caminando por la Juárez”, escrita e interpretada pelo cantor Miguel Balboa, constitui um belo exemplo de algumas das poucas caminhadas que tive a sorte de realizar pela Avenida Juárez e por algumas outras ruas do centro histórico de Ciudad Juárez. Embora o videoclipe exiba alguns flashes das ruas adjacentes à Juárez, a canção não se propõe a descrever ou mencionar aspectos da paisagem local, levando-nos ao melancólico trajeto de um amante desiludido. Ao som do violão, Balboa nos brinda com uma história de amor que poderíamos considerar frustrada pela geografia. Dois amantes separados por uma fronteira que, mesmo em tempos de uma globalização que promete um mundo plenamente integrado, é capaz de barrar uma série de fluxos e trocas. O título da canção parece se referir ao mesmo tempo a uma condição e a um desejo do eu lírico. Nos primeiros versos, temos a impressão de que se encontra caminhando rumo ao norte, com a certeza de que não será capaz de ultrapassar o limite que o divide de seu amor. Nos refrões, o repetido clamor por uma caminhada, ainda que curta, pela Juárez nos deixa claro o anseio do poeta pelo reencontro.
Na história contada pela música, alguns aspectos gerais da fronteira são sinalizados. Um deles é a seletividade de sua permeabilidade: enquanto as cartas vindas do Norte são admitidas, a travessia do autor em direção a seu amor é barrada por sua condição de ilegal. Além disso, as referências a componentes da paisagem como ‘el puente’ ou ‘el muro’, que são inicialmente contrastantes, uma vez que, via de regra, o primeiro costuma conectar e o último separar, tendem a aproximá-los: neste caso, ambos são impeditivos do reencontro entre os amantes. As metáforas se mantêm no campo das generalidades, sem referências aos aspectos particulares à Avenida Juárez ou à zona centro, o que nos leva a reforçar a ideia de que a condição deste eu lírico é a de andarilho que, ao longo de sua jornada é levado por seus pensamentos a lugares ‘más allá’ de onde pisam seus pés. Mas não tão longe. A poesia nos leva e nos traz repetidamente, sem muita regularidade, para onde o poeta está e para onde este gostaria de estar, um movimento que faz todo sentido se pensarmos nas vezes que praticamos o envolvente e dialético exercício de pensar-caminhando/caminhar-pensando.

Créditos: Diana de la Riva
O poeta brasileiro Paulo Leminski, nascido no estado sulista de Curitiba, também costumava tecer pensamentos a partir de suas andanças pelo mundo. É sua a frase: “Andar e pensar um pouco, que só sei pensar andando. Três passos e minhas pernas já estão pensando”. Os temas destes pensamentos, no caso de Leminski, foram dos mais variados e seguramente ultrapassaram os lugares onde seus pés pisavam, mas dificilmente deixaram de contemplá-los em alguma medida. Nossos pensamentos têm a capacidade incrível de voar longe durante uma caminhada qualquer, porém são dificilmente capazes se descolar inteiramente de nosso trajeto. Enquanto caminhamos e pensamos, a paisagem grita, especialmente quando estamos longe de casa, passando por terras que não conhecemos bem, que não nos pertencem. “Caminando por la Juárez” é um convite a olhar para esta porção da fronteira desde uma experiência completamente dinâmica que, no fluxo de pensamentos do andarilho lírico, constrói uma paisagem onde a passagem redentora do amante em direção a seu amor é vetada. O convite é feito por um ‘foráneo’ que, assim como eu, parece ter experimentado caminhar-pensar pela emblemática Avenida Juárez e se deixar inspirar por uma paisagem que já presenciou muitos encontros e desencontros.
Larissa Santos
- Publicado en Avenida Juárez, Frontera, puente
¿Una frontera nos hace diferentes siendo lo mismo?
Antonio Moreno reúne en Road to Ciudad Juárez textos cuya selección se fundamenta bajo un filtro vivencial, que supone la condensación de experiencias en torno a “una ciudad con nombre de ciudad”, como escribe Luis Arturo Ramos en la solapa del libro. “Entre el miedo y la esperanza” es una crónica relatada por el poeta duranguense José Ángel Leyva, asiduo asistente al encuentro de escritores Literatura en el Bravo, en un tono que delata abiertamente el perfil de visitante concienzudo y comprometido socialmente. Mediante un acercamiento al comportamiento humano, expone los puntos ciegos de la imagen sobre la frontera que el colectivo guarda en su acervo de significación. Le revela al lector dos vías para interactuar con el texto: el reconocimiento propio dentro del american dream, que supone la pérdida parcial de la personalidad juarense (aunque este proceso ocurra solo cuando el individuo cruza la franja fronteriza) o bien, la perspectiva del sujeto que analiza la situación desde fuera, como es el caso del narrador. Así pues, Leyva resignifica la imagen del individuo fronterizo a través de una visión que proviene del exterior, pero viaja por la experiencia introspectiva de quien observa. Este juego de perspectivas es lo que particulariza a la crónica y mantiene un registro muy propio del escritor que visita. Un momento clave que cristaliza lo anterior es la metamorfosis que sufre quien cruza la frontera, el simple fenómeno que ocurre al pararse del otro lado. Es decir, el acto de ser otra persona en un lugar donde viven los que nada tienen que perder, los que no confían en su patria pues fue ella quien les ha quitado todo, los que han perdido la esperanza y se han acostumbrado a la violencia, pobreza, injusticias, al hurto y a la muerte, el hogar de los que han aceptado el miedo y lo han asumido como parte de su vida.
La periodista Ada Castells da continuidad a este carácter dual del ser fronterizo “¿Por qué si sois la misma gente, acá sois distintos, os comportáis de otro modo?”. Quizá en el fondo del absurdo, la justificación resida en la construcción propia de la persona. Desde el establecimiento de una ley fácilmente corruptible: “«Allá he tenido que pagarle a las autoridades por haber cometido o no una infracción, me han detenido para pedirme mordida», dice entre risas Irene. «Acá la policía no es lo mismo, si intentas sobornarla te llevan a la cárcel, si cometes una infracción pagas multas muy elevadas; aquí la ley es la ley», remata Irene con su español fronterizo”. Hasta las conductas sociales que evaden las reglas de convivencia y civilidad, pues en El Paso “nadie tira basura en las calles, nadie se pasa los semáforos en rojo, se detienen para dejar pasar al peatón, y numerosas conductas que la misma gente desecha al llegar a Ciudad Juárez. Una frontera nos hace diferentes siendo los mismos”. Y de todo, lo más preocupante es que la mayoría no son citadinos, sino latinos que se han quedado a vivir en ese lugar. Es una pena que nuestros propios hermanos se hayan ido de su patria, pero lo es más que regresen a desobedecer la ley. De cualquier manera, el autor también plasma la contraparte carnavalesca que, en cierta medida, funciona como una vía alternativa catártica para la población violentada. El escenario juarense se presta también para la liberación: un lugar donde se viene a divertir, a bailar, a cantar, a leer poesía en un festival cultural, a ser libre, ser quien en verdad se quiere ser y no aquello que la sociedad por nombre impuso.
Hasta ahora se ha hablado del cruce en un sentido unidireccional: de Ciudad Juárez a El Paso. Leyva plasma su asombro por el indiscriminado acceso de norte a sur, es decir que “cualquiera puede entrar a México, nuestra frontera está abierta a todo lo que venga de allá, sin requisitos, sin registro; estamos abiertos y expuestos a lo que entre del otro lado” ¿Acaso será esta ciudad tan insignificante que cualquier persona puede llegar y habitarla sin verse obligados a pensar en la ley? De cualquier manera, es esta la ruta que traza el recorrido del narrador, quien llega a todas estas reflexiones a raíz de su participación en el encuentro de escritores Literatura en el Bravo. En Ysleta Highschool, el 5to. Festival Internacional Chihuahua se llevó a cabo conforme a los planes del ICHICULT, dejando en claro el papel que juega la literatura dentro de una región socialmente inestable. Frente al cuestionamiento sobre “¿Cómo se puede mezclar la literatura, la cultura con las armas? ¿Cuál ganará esta batalla?” se evidencia la función que concilia a las letras con las circunstancias. El panorama de nuestra ciudad necesita ser reformulado: exige una sensibilización que, sin duda, se potencia a través de las artes. Debemos encontrar una reconexión con nuestra parte más humana que traslade a la nación del miedo a la esperanza.
Escucha a continuación un poema sobre una “imagen terrible” también referida en la crónica:
Kenia Iturralde
El purgatorio del norte
Hugo Salcedo escribió en 1989 El viaje de los cantores. El mismo año ganó el Premio Internacional de Teatro de Tirso de Molina otorgado por el Instituto de Cooperación Iberoamericana. La obra se basa en una tragedia real: el viernes 3 de julio de 1987 el periódico La Jornada publicó la nota “18 mexicanos muertos al intentar pasar a EU”, en donde describía el hallazgo en Sierra Blanca, Texas, de dieciocho cadáveres en un vagón de tren. Los hombres murieron por asfixia, ya que el vagón estaba sellado y la temperatura ambiental rondaba los cuarenta grados centígrados. Sólo se encontró a un sobreviviente. Los migrantes pretendían llegar a Dallas tras atravesar la frontera y abordar el tren en El Paso. El drama inicia con el recuerdo de esta noticia y posteriormente presenta los apartados “Nota para la puesta en escena”, “Escenografía” e “Itinerario del viaje”. El desarrollo de la acción se divide en diez escenas, las cuales, de acuerdo al autor, se pueden representar en orden o al azar.
El argumento se enfoca desde tres visiones: las mujeres que se quedan en Zacatecas, los migrantes fallecidos y quienes no han podido cruzar al otro lado y por tanto se encuentran varados en la frontera, donde se enteran tiempo después de la tragedia ocurrida. Paralelamente a estas perspectivas de las que parte Salcedo para estructurar su obra, resaltan tres espacios principales: el pueblo zacatecano, el vagón del tren y una plaza en Ciudad Juárez. Precisamente de estos últimos dos elementos quiero hablar aquí. Acotaciones como “En un terreno despoblado en Ciudad Juárez” y “En Ciudad Juárez, una esquina con muy poca iluminación” hacen que la urbe se transforme en un lugar oscuro, tenebroso y profético de la desgracia; en un espacio casi indeterminado y general, aunque más que eso, en un lugar mítico.
En la primera escena, Rigo, Martín y Lauro discuten sus experiencias pasadas al tratar de cruzar la frontera y la noticia de dieciocho migrantes muertos en un vagón. Durante la plática Rigo pone en la mesa una idea que será la que configure el espacio de la ciudad en el resto de la pieza: “¿Y si ya estamos tronados? […] Si ya, desde el otro día, al querer pasar la línea nos balacearon, y aquí estamos como pagando las culpas”. Juárez no sólo representa el límite con Estados Unidos sino también con la muerte; se ha convertido en un purgatorio, por ello, en la obra aparece como una especie de Comala en la que los muertos desconocen su condición y siguen empeñados en cruzar el Río Bravo. El cual, por cierto, se empareja al Aqueronte, ya que se describe a manera de un caudal inmundo del que muy seguido salen cadáveres flotando. Siguiendo esta analogía, los migrantes, entonces, son acarreados por el pollero/Caronte hacia su muerte definitiva.
Por otro lado, el tren en Juárez es una figura que lejos de facilitar la comunicación y el transporte, divide. Basta recordar esos días en lo que en plena tarde la enorme bestia de acero se detiene a la entrada del vecino país partiendo el centro de la ciudad en dos partes. Por minutos, que a veces parecen horas, la gente queda atrapada de un lado del tren y pondera si es mejor esperar o arriesgar la vida saltando entre el espacio de los vagones.
En El viaje de los cantores la llegada de la luz del sol provee a la ciudad de algo de realidad. Por ejemplo, es de día cuando unos policías federales interrogan a Jesús y José. En las escenas que representan esto se encuentran mayores referencias espaciales como una plaza, vendimia de fayuca y un vendedor de paletas. Si tuviera que apostar por un lugar específico, iría por la Plaza de Armas; ya que ahí se pueden encontrar a los migrantes recién deportados y a los que apenas emprenden su camino, siempre armados de tres cosas: una mochila, una cachucha y su dios.
Si bien la obra da para mucho más, esta reseña sólo pretende dar cuenta de la construcción de la urbe en la que la realidad, hablando en este caso sobre migración, siempre puede superar a la ficción. No extraña, por tanto, que incluso el Papa Francisco haya orado a la orilla del Río Bravo por aquellos que cruzan a diario esta frontera arriesgando su vida. En la imagen que se muestra a continuación, el padre Javier Calvillo, encargado de la Casa del Migrante, coloca zapatos usados por migrantes en el sitio de la oración.
Claudia Fernández Hernández
- Publicado en Cruce, Frontera, La línea, Migración / llegada, Plaza de Armas, tren
Topografía de la emoción
En un extraño ejercicio narrativo, a medio camino entre la estampa y la cartografía imaginaria, José Vasconcelos (1882-1959) traza “El mapa estético de América” (1933), relato singular en donde la geografía, el clima y las expresiones artísticas se mezclan para dar lugar a una topografía de la emoción: no Canadá, sino la pintura que puede desprenderse del flujo helado de sus ríos; no Estados Unidos, más bien el far west de Whitman, la arquitectura potencial de la aridez californiana (landscape arquitect); no México, mejor las danzas y ritmos ancestrales de la costa y el Istmo de Tehuantepec. Dentro de este curioso atlas, Vasconcelos también se detiene un momento en la línea fronteriza. Aquí, en estos “desiertos habitados” en los que “el pensamiento y la emoción todavía no se expresan”, puntualiza, pero “es de esperarse que el día que se produzca la cristalización nos vendrá de por allá un deslumbramiento”. ¿A qué se refieren estas sentencias que rayan en lo mesiánico?, ¿acaso son el equivalente diplomático de “La cultura termina donde comienza la carne asada”? O, por el contrario, ¿se trata de una apreciación auténtica, fruto de su educación familiar y los innumerables viajes que, sin duda, lo pusieron en contacto directo con la realidad del norte?
Ciertas respuestas pueden encontrarse en Ulises criollo, esa otra “topografía de la emoción” que, a partir de los vaivenes del recuerdo y una prosa fecunda de sensaciones e imágenes, da cuenta de dos tipos de historia, dos corrientes que en ocasiones se confunden: la vivencial, con las evocaciones de la infancia y adolescencia —las batallas de niños yanquis y mexicanos—, los amores clandestinos —María, la ardorosa de juventud; Adriana, el reemplazo de matrimonio—, las preferencias literarias —¿cuántos, al igual que el ex secretario de Educación, han odiado a Stendhal, Flaubert, Proust y Mallarmé, y renegado de los consejos de Alfonso Reyes?—; y la cronológica, mediante la remembranza de acontecimientos políticos —especialmente, la caída del porfirismo y el inicio de la Revolución— y la descripción de pueblos y ciudades —por ejemplo, Piedras Negras, Sásabe, Tlaxiaco, Campeche, Durango, Ciudad Juárez o Tacubaya, del lado mexicano; Eagle Pass, Washington, Nueva Orleans, Arizona, El Paso, Texas, del norteamericano..
Considerada como una especie de “autobiografía novelada”, Ulises criollo es el primer volumen de la tetralogía Memorias, la cual se compone de La tormenta (1936), El desastre (1938) y El proconsulado (1939). Escrita dos años después de que perdiera en las elecciones presidenciales de 1929 (¿Cárdenas amañó los votos?), mientras residía en España, fue publicada en forma de libro en 1935 por la editorial Botas, a cargo de Andrés Botas, residente de Austin, Texas. Éxito de ventas inmediato —Pitol le da el título de best-seller— y de clara influencia en autores de la época o posteriores —Octavio Paz, por ejemplo—, el texto está dividido en 111 pequeños capítulos, cada uno encabezado según el motivo que vaya a conducir la narración. En cuanto al título general de la obra, llama la atención el cambio que sufrió: de Odiseo en Aztlán, nombre que ostentó cuando se publicaba por entregas en la revista Bohemia, de Cuba, al moderno Ulises criollo, giro semántico que, aunque conserva la alusión al viaje, también incorpora un discurso estamentario e ideológico: ¿indicio, quizá, de su concepción poco afortunada hacia los grupos indígenas, a quienes suele tachar de “el elemento salvaje de su población”, o su polémica dirección de Timón, revista de orientación pronazi? Como quiera que sea —dejemos estas elucubraciones a los especialistas, colectivos y demás gremios sofisticados—, y amén de su extraordinaria riqueza en distintos planos, aquí solo me interesa destacar la manera en que Vasconcelos concibe a la frontera desde finales del siglo XIX hasta las primeras décadas del XX y, muy particularmente, el papel que le asigna a Ciudad Juárez y su relación con El Paso, Texas.
Aunque Vasconcelos suele establecer una distinción entre la ruralidad del lado mexicano (“La cocina fronteriza era muy primitiva”, “nuestras pobres antiguas tabernas del territorio mexicano”, “la libertad, la sonrisa, que eran la regla en el lado anglosajón, y la miseria, el recelo, el gesto policiaco que siguen siendo regla del lado mexicano”) y el urbanismo del norteamericano (“era un vértigo de construcciones, comercio, tráfico”, “la metrópoli del desierto, llamaban a El Paso las guías turísticas”, “calles asfaltadas, tranvías eléctricos, hoteles de viajeros, espaciosos y flamantes”), hay pasajes en donde se borran las diferencias sociales, como en “Siglo nuevo”, en el que la Misión de Ciudad Juárez es el foco que une “a los dos Pasos del Norte, el antiguo y el yanqui”. Asimismo, en “Hacia la independencia”, Vasconcelos describe que el “lujo de las cervecerías” de El Paso, próximas a imponerse en toda la franja, constituían ya el divertimento de “los ricachos de Juárez y aun los empleados”. Por otra parte, celebra, durante el Plan de San Luis, la autonomía y fuerza de trabajo de los mexicanos que entonces residían en Texas, pues “gracias a las libertades yanquis, se regían por sí solos y prosperaban”. Finalmente, me detengo en “Biblioteca del Congreso” y “Los arreglos de Ciudad Juárez”, capítulos en los que esta ciudad toma protagonismo por su importancia decisiva en los “rumbos de la Revolución”. Así, Vasconcelos, quien a la postre fue delegado maderista en Washington y recibía información del corresponsal Hopkins, escribe que “en Juárez ocurrían sucesos que rápidamente transformaban la historia patria. Una vieja dictadura caía…”. En contra de bandoleros como Orozco y Villa, insatisfechos con la conmiseración de Madero hacia los prisioneros de guerra, relata que la ciudad, escenario de los pactos, tuvo repercusión en el mundo.
A pesar de que la visión que Vasconcelos tiene sobre la realidad fronteriza pareciera muchas veces negativa, por sus prejuicios de clase, también contiene detalles que reivindican, e incluso enaltecen, ciertos aspectos de la región, esparcidos a lo largo de todo Ulises criollo, desde lo gastronómico hasta el flujo demográfico y comercial. En este sentido, casi un siglo después, todavía cabe preguntarse, ¿hemos deslumbrado lo suficiente?
Jesús Gamboa
- Publicado en El Paso, Frontera, Misión de Guadalupe
Caminos a Ciudad Juárez
Tras la pista de todo texto literario que haga referencia a la ciudad, un buen domingo de hace un par de años, en el Bazar del Monu, dimos con Road to Ciudad Juárez: crónicas y relatos de frontera. A este libro ya le hemos dedicado varias entradas en el blog (¡y las que faltan!). Así que ahora quiero detenerme en la concepción del mismo proyecto editorial que tenía como premisa la construcción de una imagen citadina a partir de una escritura colectiva que plasma historias sobre una escenografía compartida: Juaritos. La tarea no fue sencilla: conjugar en un solo libro a 33 escritores de diferentes latitudes agrupados en dos secciones, los extranjeros y los locales. Esta distinción inicial es un punto de partida para acceder a las crónicas y los relatos. Coincidencias y rupturas. Por medio de la ficcionalización de un yo cronista o a través de personajes que recorren las calles aledañas a la frontera, la prosa de los autores se apropia del territorio representado, en ocasiones limitándolo en un estrecho horizonte, pero en otras, multiplicándolo al grado de que al lector le surgen las ganas de experimentarlo.
Las “Coordenadas…” con las que el antologador, Antonio Moreno, sitúa al lector de las crónicas y relatos de frontera sustentan que “Latinoamérica empieza en Ciudad Juárez”. Esta idea fue expuesta en el ensayo “Nuestra América” por el último de los grandes libertadores, José Martí, al cartografiar, en 1891, la misma zona cultural que se extiende “del Bravo al Magallanes”. La percepción del vasto territorio geográfico de uno a otro extremo de la América hispana y en donde suenan al unísono varias familias lingüísticas se ha visto, dice Moreno, “contaminada por el estereotipo, la indiferencia y la ignorancia”. Las representaciones de Latinoamérica dan por hecho la mezcla y convivencia, pero en ellas también “cabe desafortunadamente la barbarie y el horror”. El diseño de la antología, explica su orquestador, buscaba emular la compilación Oriente empieza en el Cairo, aparecida en el entronque de siglos en la Colección Año Cero, donde ocho escritores en lengua castellana dieron testimonio, a través de “crónicas calidoscópicas o diarios de viaje”, de su visita a distintas capitales mundiales. En el 2008, Antonio Moreno comenzó las gestiones en UTEP de un proyecto similar. Desde ahí entró en contacto con varios escritores sudamericanos para imponer un carácter nómada al libro –a una mitad– con la inclusión de autores extranjeros, “trotamundos y pasajeros”, que estuvieran de paso por la frontera. El criterio de selección del otro 50% de “paseantes y trotacalles” lo componen mexicanos oriundos o residentes de Juárez. La superposición de mapas de la misma mancha urbana no busca “confrontar miradas para deducir posteriormente que la ajena es, en estos casos, más certera que la mirada autóctona”. Llama la atención esta advertencia unilateral, cuando normalmente el extranjero se lleva consigo, tras una corta estadía en cualquier lugar, una imagen citadina más cercana a la postal o al recuerdo que se fija con imán al refri.
El llamado a la escritura me parece loable e inteligente: “Dejamos de lado el revólver humeante y el cuchillo entre los dientes para explorar otros horizontes menos hostiles”. La convocatoria trae consigo una simple exhortación, difícil de malinterpretarse: “la violencia no podía ser en esta ocasión la protagonista”. El acento debía recaer hacia la manera simbólica con la cual el hombre a través de sus caminatas transforma el paisaje urbano a cada paso de un viaje (walkscapes, lo llaman por ahí). No obstante, las treinta y tantas voces que se dan cita en el libro de crónicas y relatos sobrepasan el limitado número de autores de la publicación modelo. Quizá esta cantidad provocó que las condiciones de participación fueran tan laxas y fácilmente eludibles. Muy pronto, el editor se dio cuenta “que cada quien hablaba de una ciudad distinta” y que el resorte emocional hacía que el paisaje urbano, colmado de lugares insignia o emblemáticos, se revistiera “de un ánimo alimentado por una imaginación puramente literaria”. Las miradas, evaluaciones y “varios de los rostros posibles de la ciudad” que promete Antonio Moreno son de corto alcance. No todos los escritos se ajustan a su buena voluntad ni a sus propósitos. Según él, dejó fuera las crónicas que exploraban perfiles “que ya han sido investigados como la violencia feminicida y la violencia entre narcos y militares”. De hecho, no todos los textos compilados fueron preparados ex profeso; algunos ya habían visto la luz en otros medios. Esto no tendría por qué ser reprochado, siempre y cuando se nos avisara cuáles son anteriores al esfuerzo de la edición y en qué momento fueron escritos.
En Road to Ciudad Juárez la pluma de cada autor hace uso de un paisaje urbano para echar a andar el móvil de sus escritos. Sin duda, la antología debe ser leída en sus dos secciones, pero recomiendo evitar (o recorrer como en campo minado) sus “Coordenadas…”. El libro promueve la convivencia de una miríada de perspectivas espaciales marcadas por la discontinuidad, la subjetividad y la fragmentación que posibilita el pasaje constante de un territorio, el propio de cada autor, a otro específico, Ciudad Juárez, independientemente del país del que procedan. Los textos en conjunto permiten una lectura a partir de las relaciones de dominio y apropiación del espacio. Este ejercicio de poder a través de la escritura debe ser entendido en sentido amplio, desde la constatación de efectos materiales más concretos hasta la fuerza más estrictamente simbólica. El andar dibuja un trazo en movimiento que va a la par con franjas y contornos definibles solo al momento en que transitamos por ellos. Caminar a través de una urbe pone también de manifiesto las fronteras interiores de la ciudad, así como la visión sesgada de quien la recorre y exhibe, al mismo tiempo, sus propios límites y fronteras imaginarias.
Carlos Urani Montiel