Topografía de la emoción
En un extraño ejercicio narrativo, a medio camino entre la estampa y la cartografía imaginaria, José Vasconcelos (1882-1959) traza “El mapa estético de América” (1933), relato singular en donde la geografía, el clima y las expresiones artísticas se mezclan para dar lugar a una topografía de la emoción: no Canadá, sino la pintura que puede desprenderse del flujo helado de sus ríos; no Estados Unidos, más bien el far west de Whitman, la arquitectura potencial de la aridez californiana (landscape arquitect); no México, mejor las danzas y ritmos ancestrales de la costa y el Istmo de Tehuantepec. Dentro de este curioso atlas, Vasconcelos también se detiene un momento en la línea fronteriza. Aquí, en estos “desiertos habitados” en los que “el pensamiento y la emoción todavía no se expresan”, puntualiza, pero “es de esperarse que el día que se produzca la cristalización nos vendrá de por allá un deslumbramiento”. ¿A qué se refieren estas sentencias que rayan en lo mesiánico?, ¿acaso son el equivalente diplomático de “La cultura termina donde comienza la carne asada”? O, por el contrario, ¿se trata de una apreciación auténtica, fruto de su educación familiar y los innumerables viajes que, sin duda, lo pusieron en contacto directo con la realidad del norte?
Ciertas respuestas pueden encontrarse en Ulises criollo, esa otra “topografía de la emoción” que, a partir de los vaivenes del recuerdo y una prosa fecunda de sensaciones e imágenes, da cuenta de dos tipos de historia, dos corrientes que en ocasiones se confunden: la vivencial, con las evocaciones de la infancia y adolescencia —las batallas de niños yanquis y mexicanos—, los amores clandestinos —María, la ardorosa de juventud; Adriana, el reemplazo de matrimonio—, las preferencias literarias —¿cuántos, al igual que el ex secretario de Educación, han odiado a Stendhal, Flaubert, Proust y Mallarmé, y renegado de los consejos de Alfonso Reyes?—; y la cronológica, mediante la remembranza de acontecimientos políticos —especialmente, la caída del porfirismo y el inicio de la Revolución— y la descripción de pueblos y ciudades —por ejemplo, Piedras Negras, Sásabe, Tlaxiaco, Campeche, Durango, Ciudad Juárez o Tacubaya, del lado mexicano; Eagle Pass, Washington, Nueva Orleans, Arizona, El Paso, Texas, del norteamericano..
Considerada como una especie de “autobiografía novelada”, Ulises criollo es el primer volumen de la tetralogía Memorias, la cual se compone de La tormenta (1936), El desastre (1938) y El proconsulado (1939). Escrita dos años después de que perdiera en las elecciones presidenciales de 1929 (¿Cárdenas amañó los votos?), mientras residía en España, fue publicada en forma de libro en 1935 por la editorial Botas, a cargo de Andrés Botas, residente de Austin, Texas. Éxito de ventas inmediato —Pitol le da el título de best-seller— y de clara influencia en autores de la época o posteriores —Octavio Paz, por ejemplo—, el texto está dividido en 111 pequeños capítulos, cada uno encabezado según el motivo que vaya a conducir la narración. En cuanto al título general de la obra, llama la atención el cambio que sufrió: de Odiseo en Aztlán, nombre que ostentó cuando se publicaba por entregas en la revista Bohemia, de Cuba, al moderno Ulises criollo, giro semántico que, aunque conserva la alusión al viaje, también incorpora un discurso estamentario e ideológico: ¿indicio, quizá, de su concepción poco afortunada hacia los grupos indígenas, a quienes suele tachar de “el elemento salvaje de su población”, o su polémica dirección de Timón, revista de orientación pronazi? Como quiera que sea —dejemos estas elucubraciones a los especialistas, colectivos y demás gremios sofisticados—, y amén de su extraordinaria riqueza en distintos planos, aquí solo me interesa destacar la manera en que Vasconcelos concibe a la frontera desde finales del siglo XIX hasta las primeras décadas del XX y, muy particularmente, el papel que le asigna a Ciudad Juárez y su relación con El Paso, Texas.
Aunque Vasconcelos suele establecer una distinción entre la ruralidad del lado mexicano (“La cocina fronteriza era muy primitiva”, “nuestras pobres antiguas tabernas del territorio mexicano”, “la libertad, la sonrisa, que eran la regla en el lado anglosajón, y la miseria, el recelo, el gesto policiaco que siguen siendo regla del lado mexicano”) y el urbanismo del norteamericano (“era un vértigo de construcciones, comercio, tráfico”, “la metrópoli del desierto, llamaban a El Paso las guías turísticas”, “calles asfaltadas, tranvías eléctricos, hoteles de viajeros, espaciosos y flamantes”), hay pasajes en donde se borran las diferencias sociales, como en “Siglo nuevo”, en el que la Misión de Ciudad Juárez es el foco que une “a los dos Pasos del Norte, el antiguo y el yanqui”. Asimismo, en “Hacia la independencia”, Vasconcelos describe que el “lujo de las cervecerías” de El Paso, próximas a imponerse en toda la franja, constituían ya el divertimento de “los ricachos de Juárez y aun los empleados”. Por otra parte, celebra, durante el Plan de San Luis, la autonomía y fuerza de trabajo de los mexicanos que entonces residían en Texas, pues “gracias a las libertades yanquis, se regían por sí solos y prosperaban”. Finalmente, me detengo en “Biblioteca del Congreso” y “Los arreglos de Ciudad Juárez”, capítulos en los que esta ciudad toma protagonismo por su importancia decisiva en los “rumbos de la Revolución”. Así, Vasconcelos, quien a la postre fue delegado maderista en Washington y recibía información del corresponsal Hopkins, escribe que “en Juárez ocurrían sucesos que rápidamente transformaban la historia patria. Una vieja dictadura caía…”. En contra de bandoleros como Orozco y Villa, insatisfechos con la conmiseración de Madero hacia los prisioneros de guerra, relata que la ciudad, escenario de los pactos, tuvo repercusión en el mundo.
A pesar de que la visión que Vasconcelos tiene sobre la realidad fronteriza pareciera muchas veces negativa, por sus prejuicios de clase, también contiene detalles que reivindican, e incluso enaltecen, ciertos aspectos de la región, esparcidos a lo largo de todo Ulises criollo, desde lo gastronómico hasta el flujo demográfico y comercial. En este sentido, casi un siglo después, todavía cabe preguntarse, ¿hemos deslumbrado lo suficiente?
Jesús Gamboa
- Publicado en El Paso, Frontera, Misión de Guadalupe
Caminos a Ciudad Juárez
Tras la pista de todo texto literario que haga referencia a la ciudad, un buen domingo de hace un par de años, en el Bazar del Monu, dimos con Road to Ciudad Juárez: crónicas y relatos de frontera. A este libro ya le hemos dedicado varias entradas en el blog (¡y las que faltan!). Así que ahora quiero detenerme en la concepción del mismo proyecto editorial que tenía como premisa la construcción de una imagen citadina a partir de una escritura colectiva que plasma historias sobre una escenografía compartida: Juaritos. La tarea no fue sencilla: conjugar en un solo libro a 33 escritores de diferentes latitudes agrupados en dos secciones, los extranjeros y los locales. Esta distinción inicial es un punto de partida para acceder a las crónicas y los relatos. Coincidencias y rupturas. Por medio de la ficcionalización de un yo cronista o a través de personajes que recorren las calles aledañas a la frontera, la prosa de los autores se apropia del territorio representado, en ocasiones limitándolo en un estrecho horizonte, pero en otras, multiplicándolo al grado de que al lector le surgen las ganas de experimentarlo.
Las “Coordenadas…” con las que el antologador, Antonio Moreno, sitúa al lector de las crónicas y relatos de frontera sustentan que “Latinoamérica empieza en Ciudad Juárez”. Esta idea fue expuesta en el ensayo “Nuestra América” por el último de los grandes libertadores, José Martí, al cartografiar, en 1891, la misma zona cultural que se extiende “del Bravo al Magallanes”. La percepción del vasto territorio geográfico de uno a otro extremo de la América hispana y en donde suenan al unísono varias familias lingüísticas se ha visto, dice Moreno, “contaminada por el estereotipo, la indiferencia y la ignorancia”. Las representaciones de Latinoamérica dan por hecho la mezcla y convivencia, pero en ellas también “cabe desafortunadamente la barbarie y el horror”. El diseño de la antología, explica su orquestador, buscaba emular la compilación Oriente empieza en el Cairo, aparecida en el entronque de siglos en la Colección Año Cero, donde ocho escritores en lengua castellana dieron testimonio, a través de “crónicas calidoscópicas o diarios de viaje”, de su visita a distintas capitales mundiales. En el 2008, Antonio Moreno comenzó las gestiones en UTEP de un proyecto similar. Desde ahí entró en contacto con varios escritores sudamericanos para imponer un carácter nómada al libro –a una mitad– con la inclusión de autores extranjeros, “trotamundos y pasajeros”, que estuvieran de paso por la frontera. El criterio de selección del otro 50% de “paseantes y trotacalles” lo componen mexicanos oriundos o residentes de Juárez. La superposición de mapas de la misma mancha urbana no busca “confrontar miradas para deducir posteriormente que la ajena es, en estos casos, más certera que la mirada autóctona”. Llama la atención esta advertencia unilateral, cuando normalmente el extranjero se lleva consigo, tras una corta estadía en cualquier lugar, una imagen citadina más cercana a la postal o al recuerdo que se fija con imán al refri.
El llamado a la escritura me parece loable e inteligente: “Dejamos de lado el revólver humeante y el cuchillo entre los dientes para explorar otros horizontes menos hostiles”. La convocatoria trae consigo una simple exhortación, difícil de malinterpretarse: “la violencia no podía ser en esta ocasión la protagonista”. El acento debía recaer hacia la manera simbólica con la cual el hombre a través de sus caminatas transforma el paisaje urbano a cada paso de un viaje (walkscapes, lo llaman por ahí). No obstante, las treinta y tantas voces que se dan cita en el libro de crónicas y relatos sobrepasan el limitado número de autores de la publicación modelo. Quizá esta cantidad provocó que las condiciones de participación fueran tan laxas y fácilmente eludibles. Muy pronto, el editor se dio cuenta “que cada quien hablaba de una ciudad distinta” y que el resorte emocional hacía que el paisaje urbano, colmado de lugares insignia o emblemáticos, se revistiera “de un ánimo alimentado por una imaginación puramente literaria”. Las miradas, evaluaciones y “varios de los rostros posibles de la ciudad” que promete Antonio Moreno son de corto alcance. No todos los escritos se ajustan a su buena voluntad ni a sus propósitos. Según él, dejó fuera las crónicas que exploraban perfiles “que ya han sido investigados como la violencia feminicida y la violencia entre narcos y militares”. De hecho, no todos los textos compilados fueron preparados ex profeso; algunos ya habían visto la luz en otros medios. Esto no tendría por qué ser reprochado, siempre y cuando se nos avisara cuáles son anteriores al esfuerzo de la edición y en qué momento fueron escritos.
En Road to Ciudad Juárez la pluma de cada autor hace uso de un paisaje urbano para echar a andar el móvil de sus escritos. Sin duda, la antología debe ser leída en sus dos secciones, pero recomiendo evitar (o recorrer como en campo minado) sus “Coordenadas…”. El libro promueve la convivencia de una miríada de perspectivas espaciales marcadas por la discontinuidad, la subjetividad y la fragmentación que posibilita el pasaje constante de un territorio, el propio de cada autor, a otro específico, Ciudad Juárez, independientemente del país del que procedan. Los textos en conjunto permiten una lectura a partir de las relaciones de dominio y apropiación del espacio. Este ejercicio de poder a través de la escritura debe ser entendido en sentido amplio, desde la constatación de efectos materiales más concretos hasta la fuerza más estrictamente simbólica. El andar dibuja un trazo en movimiento que va a la par con franjas y contornos definibles solo al momento en que transitamos por ellos. Caminar a través de una urbe pone también de manifiesto las fronteras interiores de la ciudad, así como la visión sesgada de quien la recorre y exhibe, al mismo tiempo, sus propios límites y fronteras imaginarias.
Carlos Urani Montiel
Sueños estacionados en el desierto
“La cámara” de Eduardo Lizalde, publicado por la UNAM en el cuentario homónimo en 1960, relata la historia de tres personajes que se encuentran atrapados en la cajuela de un carro después de tratar de cruzar la frontera de México hacia Estados Unidos. Un chofer desconocido se da a la fuga luego de que un oficial le preguntara sobre su carga. La ubicación donde reposa el auto es ignorada tanto por los tres hombres encerrados como por el lector. Hay una sugerencia geográfica mediante recuerdos, aunque nada queda concreto. Son interesantes las reflexiones y peripecias que sufren en la cámara para combatir los estragos de la sed y el hambre, además de los delirios y la muerte. Esto ocurre de manera gradual al transcurrir las horas y bajo el sol del desierto. El diálogo se transforma en un monólogo interno: el narrador pasa de tercera persona a una voz testigo. La cápsula hedionda se convierte, a la vez, en casa, tumba y libertad. La incapacidad del último superviviente para cometer suicidio en un espacio tan reducido demuestra al final que la muerte es “un oro que no se puede gastar”.
Uno de los tópicos recurrentes en “La cámara” es el tema del hambre. Cuando “el hombre de en medio” está en uno de sus sueños, imaginando y fantaseando sobre la comida, menciona un restaurante en Ciudad Juárez (sin nombrar cuál). En dicho establecimiento se le acerca un negro norteamericano a pedirle pan como limosna. Se reviste la escena con la segregación racial que imponía Estados Unidos sobre los afroamericanos durante los años 60. El narrador describe los camiones que llegaban los sábados a Ciudad Juárez con gente de color, igual que si la urbe fuera un vertedero de personas. Y así, consciente Lizalde de los problemas migratorios con el vecino país, señala sutilmente la problemática extranjera. Asimismo, critica la percepción que los estadounidenses tienen sobre la ciudad: “Somos su salón de fumar, su escupidera. Claro está que nos pagan bien por recoger su basura”. El sistema económico es el principal motivo de las muertes donde se verán involucrados los famosos polleros; pero también el motor y la esperanza que alarga la vida de estos personajes: la búsqueda de una ilusión. Mientras en ciudades como El Paso no se permite el escándalo, algunos sueños quedan sepultados en la cámara de un coche.
Lizalde se vale de los problemas que aquejaban a la población fronteriza hace más de 40 años: migración e inmigración, el sistema político y económico, la percepción de la mayoría sobre ambos países (una de progreso frente a otra tercermundista). No obstante, estamos en pleno 2017 y esto aún permanece en el imaginario de ambas culturas. Se aproxima una época donde las circunstancias sociales no esconden su raigambre. Las reformas de Donald Trump parecen plantear una nueva, o más extensa, segregación racial. La frontera comienza a volverse una columna peligrosa y la densidad demográfica ha llenado con carreteras los espacios desérticos. Sin embargo, lo que ha cambiado, más que una mejor calidad de vida para el país, es la seguridad de ambos estados para evitar estos conflictos repletos de escándalos. Se ha disipado la muerte del dólar pero se ha anunciado la del peso. Los sueños ahora no mueren asfixiados en el desierto, solo descansan bien estacionados en cualquier esquina.
Óscar Sánchez Torres
Chamizal: mil días de campo y uno que otro fantasma
“Al que tiene mujer hermosa, / o castillo en frontera, / o viña en carretera, / nunca le falta guerra”. Este es el refrán popular que abre el cuentario Trivium fronterizo, escrito por Míkel F. Deltoya y publicado por la Editorial Chimichurri en 2016. El primer cuento (y en el que me centraré) se titula simplemente “Chamizal”. Al escuchar (o en este caso, leer) este nombre, no pude evitar pensar en días de campo con toda la familia: niños jugando, perros corriendo, pero no es de eso de lo que trata este cuento. El protagonista es un sujeto sin nombre que no nos habla a nosotros sino a su amada Griselda. De inmediato nos damos cuenta de la realidad: él está muerto. Le dice a “Griseldita” que deambula por las calles de la ciudad y que la observa mientras tiene sexo con otros hombres. Le cuenta también del día en que murió, debajo de un árbol en el Chamizal, y que desde entonces, ha ido vagando por Ciudad Juárez, visitando lugares emblemáticos como la Avenida 16 de Septiembre y la Catedral (“la cate”, como la llama). Amor, celos y muerte se mezclan en este espléndido, aunque corto cuento.
La acción de “Chamizal” se desarrolla mayormente en la casa de Griselda mientras nuestro protagonista sin nombre le habla. Es durante ese momento en el que nos encontramos con otros espacios (como algunos que ya mencioné). Noto que el personaje, al inicio del cuento, describe la ciudad como “plagada de espejismos y muerte”. Sabemos que tristemente nuestra bella frontera siempre ha tenido calificativos de este tipo. Por último, sirviendo como lugar ceremonial en el que el protagonista se separó de la vida, tenemos el parque que da nombre al cuento. Será recordando el lugar la manera en la que esta alma en pena descubre cuál es la deuda, la cuenta pendiente que lo mantiene atado a este plano existencial. Como nota personal, en más de una ocasión he escuchado a alguien decir que tiene ganas de “ponerse una peda” en el Chamizal a media noche para llorar a un viejo amor. Esto es justamente lo que hace el protagonista. Quizás sea el hecho de estar apartado de todos o el misticismo que involucra estar rodeado de la naturaleza (bien podríamos decir que es una de las zonas más verdes de la ciudad), o alguna otra razón, pero el hecho es que Deltoya eligió este ambiente no solo para titular su ficción, sino para que también funcionara –como ya dije– a manera de lugar ceremonial.
Antes de concluir, describo una escena en específico en la que el protagonista habla a Griselda acerca de “las muchachas, esas que me topo de repente en la plaza”. Me parece interesante la manera en la que describe, según mi entender, a las mujeres víctimas de feminicidios en la ciudad. No es mi intención hacer una reflexión basada en la posible existencia de los fantasmas de estas muchachas vagando por la ciudad, pero me parece una forma muy cruda y triste de plasmar una realidad en la que todos hemos sido afectados (especialmente, claro, estas muchachas y sus familias). En fin, la ciudad seguirá albergando miles de historias que están ahí, esperando ser contadas. ¿Quién sabe si en algún momento, en algún lugar de esta ciudad, ronda el fantasma de un hombre que llora por su muerte y el destino de su amada? No puedo dejar de invitar a escuchar a estos lugares, estas historias que van tejiendo a base de amores, desamores, borracheras, pasiones y, ¿por qué no?, uno que otro fantasma.
Armando Góngora Moreno
- Publicado en El Chamizal, Frontera
Los mil y un expedientes de odio
“El odio racial no es la naturaleza humana;
el odio racial es el abandono de la naturaleza humana”.
Orson Wells
La historia podría resumirse como la inminente lucha del hombre contra la otredad. La diferencia (de raza, de género, de estatus socioeconómico, de lengua, de nacionalidad, etc.) ha generado la hostilidad desde los primeros momentos de la conciencia humana, ignorando el hecho de que son los matices lo que nos enriquecen como especie. Esta infinita guerra contra la otredad es el tema central de Expedientes de odio, de la escritora Selfa Chew. A lo largo de esta obra dramática somos testigos de distintos cuadros, imágenes que reflejan la dura realidad de las personas liminales, aquellos entes alosemióticos (fuera de una esfera significativa) a quienes la sociedad les muestra la espalda. Estos cuadros están numerados e inician por el 37, en el que una joven estadounidense, Katherine, le pide a su profesor que firme sus asistencias pues de lo contrario tendrá que estudiar en un terrible lugar llamado Ciudad Juárez; sus ideas al respecto de esta comunidad, aunque acertadas de cierta manera, reflejan el estigma negativo desde el cual una sociedad estadounidense interpreta en su imaginario a una urbe mexicana disminuida, pobre, diferente; en tanto que su profesor, de origen latino, termina por asumir el rol sumiso (quizá protector, desde su punto de vista), para evitar que la joven estadounidense llegue a la ciudad de la perdición
Sin embargo, Chew no se limita al ámbito local, pues extiende estos expedientes de odio más allá de las fronteras de ambos países para indagar en las vidas de personas en Los Ángeles, en Nueva York e incluso se preocupa por mencionar las guerras de Medio Oriente. Las fronteras no son territoriales, sino mentales. Así, los números de los cuadros ascienden hasta llegar a mil, número-sinécdoque a través de cual nos damos cuenta que las escenas son una ínfima parte de la historia contemporánea del odio. La constante de estos cuadros, fácilmente representables por separado, es el odio generado por la diferencia entre el sujeto y su sociedad. Entre los más destacables cabe señalar aquel en el que un niño llamado Jonny, quien vive en El Paso, teme por su familia después de que le propinan varios golpes de este lado de la frontera por considerarlo pocho; él cree que si alguna institución de servicios domésticos se entera de su situación culparán a su familia y le prohibirán visitar a su abuela en Ciudad Juárez. En este caso el tema de la violencia no solamente circunda en los moretones de Jonny, sino en la impotencia de proteger a su familia de una institución que paradójicamente busca su bienestar. Destaco esta escena por el hecho de mostrar los temas de la violencia y la liminalidad desde un punto de vista ambiguo, casi amoral, donde no es posible diferenciar los matices negros y oscuros de una compleja sociedad.
La crítica social hacia las instituciones está presente todo el tiempo, como en el cuadro donde se ponen en tela de juicio las ambiciones de los Zaragoza respecto a los terrenos de Lomas de Poleo, uno de los pablados más pobres y abandonados de la zona. En cuanto a El Paso, Chew levanta la voz por los habitantes latinos del Segundo Barrio, uno de los más antiguos de la ciudad y que en 2016 fue calificado como un lugar en peligro de extinción en Texas; en favor del progreso económico, un hombre llamado Bill (nombre por demás acertado) les promete a sus habitantes empleos y condiciones aceptables de vida si ceden sus hogares para la construcción de un Walmart y otras cadenas comerciales, pues les explica que a través del comercio local no podrán progresar. Todo sea por el bien del progreso y de Bill.
El último cuadro, el número mil, refleja a un muchacho, muerto en condiciones extrañas, llamado Pedro. Su hermana nos revela que su origen es chino-latino-americano: es el representante de aquellos hombres y mujeres que se encuentran al margen por sus condiciones diversas. No obstante, Pedro es el resultado de una multiculturalidad que convive en mejor o peor medida, constituyendo él mismo el núcleo de la humanidad: Pedro es la prueba de que todos podemos coexistir juntos a pesar de nuestras diferencias.
Jaime Cano Mendoza
- Publicado en Frontera
Hermes en el desierto
Guillermo Prieto dedicó su vida, desde la infancia, a realizar las labores del mismísimo Hermes: ir y venir por todas partes para transmitir el mensaje confinado. En este caso, Prieto, gracias a las diferentes labores que realizaba como persona pública (secretario, redactor de diferentes diarios, integrante de la Academia de Letrán, inspector, diputado, senador, incluso, negociante para concluir la guerra de los Tres años), pudo transmitirnos su mensaje por medio de su poesía. Fue en 1864, cuando fungía como administrador de correos para el presidente Juárez, que llega a Chihuahua a causa de los conflictos que tienen al país en completo caos. Una vez que el poeta se establece en el estado grande, se dispone a compilar su Cancionero, el cual ha llegado hasta nosotros por ser parte de la colección “Clásicos mexicanos” de la Universidad Veracruzana (1995) y editado por la doctora (maestra de casi todos) Ysla Campbell. La mayor parte de la obra incluida en el Cancionero —conformado por 51 poemas— fue escrita durante la estancia en varios lugares del estado de Chihuahua, por lo cual hay que mencionar que su poesía está marcada por las características específicas de la región. Así pues, un desierto, el brindis por la noche entre amigos, la flora y fauna, un clima bastante extremo o simplemente una región en donde nada se conoce y todo se duda, se convierten en temas principales para el poeta y su creación.
Aunque no todos los poemas hablan de la frontera y su ciudad —en realidad solamente uno fue escrito en honor al Paso del Norte (“Romance 1”)—, sí se puede destacar que el tema principal es la región. “Silencio y paz” habla de un pobre marinero —el poeta quizá— que está lejos de su puerto remando cada vez más hacia la misteriosa mar: “Por qué buscas audaz otras regiones, / cuando en la playa Dios te dio contento”, se pregunta el poeta quizá al darse cuenta de lo mucho que se adentra en este mar de arena que rodea no solo al Paso del Norte, sino a todo Chihuahua. Por otro lado, en “Bendito clima” se puede observar cómo todo extranjero (cualquier persona que no pertenezca al estado) sufre por las dificultades, extremidades y locuras que se viven en el clima de cualquier día en el desierto: “Bendito mil veces sea / un clima que, en sus extremos /, es la propuesta perpetua / contra los términos medios; / clima de pasión abierta, / o es la gloria o el infierno”. En fin, un sol medio despierto o dormido siempre te quema igual; un aire amargo con olor a muerte siempre toca tus cabellos y, sobre todo, un frío que mata lentamente en el desierto te hace dar cuenta que aún estás vivo. Guillermo Prieto se percató de esto a sus pocos días de convivir con un desierto: aquí nada es a medias.
Toda persona que pisa, aunque sea un poco esta ciudad, se da cuenta de lo hermosa que es por su diversidad. En Juárez hay zonas verdes para cultivar o lugares en donde solo se ve desierto en el horizonte. Escribe Prieto: “Por guardia tengo al desierto, / tengo por cerrojo el Bravo”. Dentro de la ciudad misma, Prieto descubre toda la variedad que existe por el simple hecho de ser una frontera. Un inesperado por aquello que puede ocurrir en un día con respecto al clima: “Si asoma el sol, estoy frito, / si hay hielo me agarrabato; / […] y cada gota es un charco / cuando pasajera nube / lanza la lluvia de tránsito”. Un lugar donde las diferentes culturas conviven todos los días. Están los extranjeros descansando para continuar su viaje, los que se quedan por poco o los que vivimos aquí, esperando cada sorpresa que brinda la ciudad. Guillermo Prieto probablemente se dio cuenta de la infinidad de cosas que se pueden hacer una vez que se está dentro de la ciudad, aunque no nos lo dice, quizá para que las hagamos nosotros mismos. Lo que sí hace es darnos indicios de lo que hay aquí: “Iba hablarte del invierno, / de la presa, del mercado, / de unos bailes primordiosos / en inglés y en castellano”.
Marcos Carrillo
- Publicado en calor / luz, Ciudad, Desierto, Frontera, Vida cotidiana
Make Aztlán Great Again
Después de culminar la licenciatura en literatura, entre diversas lecciones aprehendidas e ignoradas, llegué a la siguiente conclusión: toda la literatura remite a Don Quijote. Incluso las obras clásicas grecolatinas: Homero era un tipo manco y hambriento con mucha imaginación; así como la literatura porvenir: aquel futuro narrador que todavía balbucea la primera sílaba infantil ya está perfilando de forma inconsciente la obra cervantina de la próxima generación. No resulta sorprendente entonces que la literatura juarense tenga su propia versión de la obra maestra de Cervantes —para gozo de algunos académicos—: Las aventuras de Don Chipote o Cuando los pericos mamen, de Daniel Venegas, considerada por la crítica —escasa pero segura— como la primera novela chicana (aparecida en Los Ángeles en 1928). En realidad, don Chipote es fundacional en diversas temáticas abordadas: la migración a Estados Unidos, el cruce legal e ilegal, el racismo, el espanglish, la explotación de los mexicanos que viven su peculiar American dream… No obstante, hay dos temas que destacan en esta novela: el trayecto mítico y la construcción histórica de Ciudad Juárez durante los años 20 del siglo pasado.
La conciencia chicana surge gracias al establecimiento de las ciudades modernas fronterizas, las cuales protagonizarán un complejo momento histórico donde monstruos como Juárez empiezan a cargarse de significado simbólico, guardando relación con mito e identidad. Múltiples ensayos que abordan la cuestión (Alejandro Lugo o Gloria Anzaldúa), además de algunos novelistas (el mismo Venegas y Alejandro Páez Varela) indican que al chicano lo define la desubicación existencial vinculada a cuestiones identitarias: no se consideran mexicanos pero tampoco estadunidenses. De ahí que los teóricos y críticos, pertenecientes o no a esta comunidad, durante los años 60 encuentran su origen —el mito como identidad— en una ubicación imaginaria: Aztlán. Es importante mencionarlo ya que el trayecto mítico de don Chipote recorre precisamente esta zona que no existió, soñada pero también impuesta: es el pasado divino de los Aztecas, según invento de Tlacaélel. Lo último será un conflicto importante en la novela de Venegas: el abandono del espacio real-rural en búsqueda del mítico, ficticio, el Aztlán-USA que buscaban los españoles y después los mexicanos, o sea, las tierras de la riqueza y el bienestar donde “se barre el oro de las calles”.
El investigador Alejandro Lugo intuye que la identidad del chicano se asume más allá del espacio que lo reserva. Está más allá de toda la geografía: “We are Aztlán”. Imaginando entonces que don Chipote —los migrantes, obreros y braceros representados en él— es Aztlán, su identidad no será definida por su ubicación espacial sino por el trayecto mítico que ha realizado: antes de asumir costumbres gringas en Los Ángeles, lleva en su corazón y memoria lo que es: el recuerdo de su familia, la comida que su esposa le preparó para el trayecto, el dinero que gana labrando la tierra, su perro Sufrelambre y el español. Todo esto, progresivamente, se pierde desde su llegada a Ciudad Juárez.
Es la torrecita de la Misión —imagino, pues no se precisa este dato— lo primero que observa don Chipote al llegar a la urbe: un elemento religioso que remite sensaciones familiares y por eso desconoce que ha llegado a la frontera. No obstante, será el narrador quien construya, a manera de contraste, la imagen poderosa y real de Juárez a inicios del siglo pasado, aventurando así uno de los primeros vestigios en la literatura de la leyenda negra, la ciudad del pecado, la fiesta y el exceso que en Juaritos ya hemos explorado:
Debajo de esta intervención de connotaciones moralistas y aleccionadoras, encuentro el retrato obscuro e interesante de una construcción espacial simbólica e imaginaria: si el sur de Estados Unidos será la divina Aztlán, Ciudad Juárez —la frontera en sí— es el rostro maldito (verdadero) de este sueño: la pesadilla, pues. Una vez que don Chipote y Sufrelambre arriban a nuestra ciudad, sus conflictos y descalabros no se detendrán: lo discriminan en el puente, lo meten a la cárcel por dormir en las bancas de los parques, no entiende el espanglish y lo condenan a barrer… pero la basura de las calles. A fin de cuentas el American dream es solo eso: un montón de polvo que recorre los sueños de los incrédulos.
Antonio Rubio
- Publicado en Cruce, Frontera, Migración / llegada
¿Quién soy? Un español que compró una alfombra
Hace trece años, en 2004, se publicó en la editorial Anagrama la novela más importante del chileno Roberto Bolaño, 2666, al cuidado de Ignacio Echeverría. Pareciera que el escritor latinoamericano (nacido en Santiago de Chile, en 1953, criado en México y fallecido en España en 2003 en la hora nostálgica de la ciudad de Blanes, Barcelona) escribió más muerto que en vida. Cada lector que se acerca a su prosa y a su poesía se percata o se convence de que son varias las obras publicadas después de su muerte, siendo esta la más importante. Desde entonces se ha trabajado sin descanso, por lo que creo que no hay mucho que pueda decir que otros no hayan mencionado respecto a la obra póstuma. Es bien sabido que el trazo que el poeta hizo sobre su ciudad fronteriza tiene un carácter residual y discontinuo, como algunos especialistas lo han nombrado. También se habla de la violencia hacia las mujeres y criminalidad hasta el día de hoy impune, nada nuevo. 2666 tiene como objetivo narrar, en la ciudad ficticia de Santa Teresa, espejo calidoscópico de Ciudad Juárez, las desapariciones forzadas de miles de mujeres, a ellas que el olvido busca llevarse, pero que la memoria les devuelve a cada una su sentido. En dicho esbozo me aproximaré a “La parte de los críticos”. En este capítulo el lector conoce la historia de los crímenes conforme cuatro críticos literarios buscan a un perdido escritor europeo de la lejana y distante Alemania.
Ahora bien, con esta pequeña introducción a la obra es importante señalar un fragmento de la novela donde queda registro del Mercado Juárez. Ahí donde se habla, ya no del cuerpo violentado de los personajes ni las desapariciones que abundan en los silencios, sino de cómo el mismo espacio y edificio del mercado es alcanzado por la dominación y el olvido; las ruinas en las que viven cada uno de los puestos de comida, de máscaras, de figuras de barro, de catrinas, etc. es reflejo de lo que cada crítico vive y pierde: “Al día siguiente salieron a dar una vuelta por el mercado de artesanías, inicialmente concebido como lugar de comercio y de trueque para que la gente de Santa Teresa y a donde llegaban los artesanos y campesinos de toda la zona, llevando sus productos en carretas o a lomos de burro […] ahora se mantenía únicamente para turistas norteamericanos […] y que se marchaban de la ciudad antes de que anocheciera”.
Estas descripciones son eco de la vida social, vacía y decadente, en la que se sumergen los personajes; es decir, el espacio, así como los transeúntes y vendedores, son producto de una crisis ya no solamente interna sino colectiva. En este conflicto se viven diferentes periodos del proceso cultural que ha sufrido Ciudad Juárez. Existen ocasiones en donde los críticos literarios, Norton, Espinoza, Pelliter, Morini, viven un antagonismo que se acentúa cuando luchan, ya no consigo mismos o entre ellos, sino con la ciudad. Esta pelea que desata disputas y asuntos polémicos termina, en el mejor de los casos, en una definición falsa de lo que realmente buscan: “al final Pelliter adquirió por un precio irrisorio una figurilla de barro de un hombre sentado en una piedra leyendo el periódico. El hombre era rubio y en la frente le despuntaban dos pequeños cuernos de diablo. Espinoza, por su parte, le compró una alfombra india a una muchacha que tenía un puesto de alfombra y sarapes. La alfombra en realidad no le gustaba mucho”.
Los personajes, como los vendedores en el Mercado Juárez, se quedan en su trinchera; cada quien tiene caprichos mal disimulados y se pierden en un mercado en ruinas, inmutable a los ojos de la tragedia. Lo importante en todo esto –en esta búsqueda y lucha contra el olvido– sería entonces, como otros escritores han dicho, descubrir los valores del pasado que son vitales para el presente, incluso en este edificio que se mantiene de recuerdos. El Mercado es lugar que nutre el arte; ahí los vendedores amplifican el espacio y crean miniaturas que fecundan una cantera humana. El Mercado es un museo de figuras anónimas. Las catrinas de barro alcanzan a respirar y, sin embargo, ninguna es capaz de morir “porque están muertas en el molde mismo que les dio apariencias de vida”. La expresión de los críticos fenece antes de que el centro histórico de la ciudad gire y dé media vuelta para dar cara al vacío.
Los personajes de Bolaño están cimentados en la angustia de una ciudad que se desmorona. Cada paso es un acercamiento a los puestos trasegados en pisos de alquiler: “Cuando salió del bar se dirigió al mercado de artesanías. Algunos comerciantes estaban recogiendo sus mercaderías y levantando las mesas plegables […] Las calles del mercado estaban sucias, como si en lugar de artesanías allí vendieran comida hecha o frutas y verduras”. El Mercado en la novela es un eco y la sombra desgarrada de un sector social, como cada uno de los críticos, que lleva en sus espaldas su propia tragedia. Con el paso de los años este lugar ha terminado por derrumbarse y deformarse; con su penuria y rutina ha hecho de la inercia un arma. Pero, ¿cuál es la imagen del mercado que se construye en las páginas de 2666? La de un vasto mundo de pluralidades, donde no existen fronteras políticas, construido por pequeños puestos que asimilan una cadena de islas por descubrir, comunidades en donde los protagonistas son sus habitantes y ellos mismos le dan nombre al Mercado. Lo que cuenta Bolaño es un hábitat de fronteras en donde choca su pluralidad, es decir, “incontables patrias” que despiertan al mundo exterior y se funden con él… un mundo que le abre sus puertas a aquellos que vienen de otros abismos, siempre y cuando se salven, de algún modo, de sus propios sueños.
Joel Peña Bañuelos
- Publicado en Frontera, Mercado Juárez, Muerte
Juárez es the number one
I. No hay día que no se hable de Juan Gabriel en los programas de chisme que ve mi mamádesde que el 28 de agosto se anunció la noticia de su muerte. Antes dedicábamos las mañanas a la contemplación de sus videos gracias al descubrimiento de youtube. Y antes, cuando estaba preparándome para ir a la secundaria, ese lugar en el tiempo (el de mis recuerdos) era ocupado por los discos, los mismos discos: Chente, José Alfredo, Juanga… No fue sino hasta superar mi etapa de wanna be a rock n roll star cuando estas canciones que escuchaba desde la cotidianeidad del que oye como quien oye llover empezaron a comunicarme algo: versos que sin saberlo conocía, melodías que tarareaba por accidente… De ahí que el 28 de agosto del año pasado haya pronunciado sin arrepentimiento que una parte de Ciudad Juárez haya muerto junto con Juan Gabriel. No sé si algún día la gente saldrá a las calles para despedir con ese fervor carnavalesco a una persona en su transición a mito. En Juaritos nos interesa el rescate de la memoria y sus diversas manifestaciones, desde las instituciones hasta lo popular. Es inevitable pues elidir la visión de Ciudad Juárez en las letras del divo.
II. Quiero discutir dos perspectivas encontradas sobre la construcción de Ciudad Juárez en el imaginario lírico. Por un lado, cosa que he atestiguado como lector de las últimas entradas de este blog, está la perspectiva social-histórica. Al yo poético le interesa retratar situaciones realistas, en muchos casos trágicas, poderosas. Son ya tropos de un repertorio común la violencia, el narco, las desapariciones, el cruce legal e ilegal, las drogas, etcétera. Se busca, a fin de cuentas, reflejar un hecho de gran actualidad o ya de plano explorar las heridas del inconsciente urbano para combatir el olvido. He ahí que esta visión se contraponga con la perspectiva de Juan Gabriel, que prefiere elidir estas situaciones: es un punto de vista anclado en el optimismo.
[wpvideo 8eM5c6rZ]Juanga no pretende describir la espacialidad construida, física y visual, sino atmósferas y sentimientos: será en cierta forma ideal. Juárez, en algunas de sus canciones, es el destino, el punto de llegada, el hogar; todo lo demás son situaciones para realizar ese viaje. En su canción “Denme un ride” el deseo se expresa en un futuro a donde se llega, en una necesidad ontológica: “Soy un vagabundo y necesito un ride, / voy a Ciudad Juárez, quiero pronto llegar”. Otra característica que he escuchado sobre esta visión popular es su retrato de la gente, como él mismo lo describe en otra de sus canciones ya emblemáticas, “La frontera”: “La gente es más sencilla y más sincera, / me gusta cómo se divierten, cómo llevan / la vida alegre, positiva y sin problemas”. La gente fuera de la frontera es distinta, incluso hostil: “Nadie de mí se apiada, no me dan un aventón”, canta en “Denme un ride”.
En el caso de “El Noa Noa”, no hay una exploración espacial vinculada, he dicho, a lo visual. “Este es un lugar de ambiente” creo que se relaciona mejor a los aspectos auditivos del bar, así como al tacto: un lugar para divertirse, bailar y cantar. El coro comprueba mi hipótesis inicial: “Vamos al Noa Noa”. El yo poético prefiere compartir una experiencia acerca del destino antes que realizar una construcción precisa de un espacio real, incluso mítico gracias al propio Juan Gabriel.
Ese minimalismo intimista permaneció hasta su última composición sobre la ciudad cuando hace un año escribió “A Ciudad Juárez”, dedicada al Papa Francisco antes de su polémica visita a la ciudad. Su idealización sobre la gente y el espacio no cambia, pero me gusta que al menos en el primer verso existe una posibilidad de recorrido, de andar por la metrópolis: “Si usted camina por esas calles de Ciudad Juárez”. Quizá esta última composición haya sido concebida como un capricho entre deber político y mediático, pero su esencia de Juárez como destino sigue ahí, en el caminar. El viajero desea recorrer “la frontera más fabulosa y bella del mundo”, donde pese a las circunstancias terribles que suceden todos los días las personas siguen superando el miedo de la realidad. Hay un deseo por salir adelante, algo que los mueve. Se trata de un rostro, que en lo personal no identifico aún: me gusta creer en su posibilidad.
[wpvideo hk5PPEW4]III. Ayer caminé por la Juárez para tomar fotografías. En el pasado, Amalia habló de aquellos espacios que desaparecen: se construyen cosas nuevas o la ciudad deja que la herrumbre consuma sus recuerdos. Cuando llegué a lo que quedó del Noa Noa, habíase borrado ya el ambiente, la diferencia y el baile: un estacionamiento, un lugar para no estar. Afuera estaba la placa con las manos de Juanga, que hace unos meses intentaron robar: ayer solo vi el vestigio. Alguien, desde el estacionamiento Noa Noa, me grita. Quizá no se me permitía tomar fotografías. Quizá esté prohibida la permanencia de la imagen: la memoria. Mientras me alejo para capturar la última foto, pienso en los ciclos del espacio, tan parecidos a las personas que contiene. Alberto Aguilera Valadez, Adán Luna, Juan Gabriel, las cenizas de Juanga. Avenida 4 siglos-Avenida Juan Pablo II, Jilotepec-Manuel J. Clouthier, Eje norte-sur, Eje vial Juan Gabriel. Se hace la noche y el ambiente está en otro lugar que no visito.
Antonio Rubio
- Publicado en Avenida Juárez, Ciudad, Frontera, música
La frontera a través del cristal
Que se te vaya la existencia tras un sueño y dejes la mitad de tu salud tras la caza de una vida mejor. ¿Cuán mística es la búsqueda de ese bienestar? ¿Cuánta de la riqueza que se añora en esta realidad es una inversión para una vida mejor en el cielo? Entendamos al cielo como paraíso, como la trascendencia ulterior de nuestra limitada corporeidad. El pensamiento trasciende nuestras acciones y estas se perfilan entonces más grandes que nuestro ciclo vital. Los misioneros que buscaban la región de las Siete Ciudades de Oro al noroeste de México no encontraron sino páramos adversos habitados por grupos de nativo-americanos a quienes enseñaron el fervor a un nuevo dios. Los misioneros y exploradores no localizaron el oro legendario, pero en su lugar vencieron la adversidad y amalgamaron sus culturas. La ambición devino en humanitarismo y la aventura fue vasta, aun sin la recompensa metálica.
Alvar Núñez Cabeza de Vaca relata en su crónica las vicisitudes para sobrevivir y establecer contacto con los indígenas que lo aceptaron como uno más y al que trataron, a veces, como súper hombre. La supervivencia fue su más grande tesoro porque el tránsito en este mundo es breve y porque a través de esa concisión, un cristiano puede vencer al pecado y pretender que Dios lo recoja nuevamente en su seno. En el Nuevo Mundo la imitación de Cristo era cosa cotidiana y esparcir el evangelio entre hombres y mujeres era un regalo del cielo para aquellos pescadores de almas. La región más al norte de Tenochtitlan era una promesa mucho antes de que las fronteras mexicoamericanas fueran establecidas en tratados internacionales. En la región más septentrional de la Nueva España, ya se divisaba el espejismo de un porvenir abundante en oro a cambio de afrontar a la naturaleza y a los dueños de las tierras. Las siete ciudades de oro fueron siempre un espejismo, una especie de sueño americano por el que algunos estaban dispuestos a arriesgar más que el pellejo. La promesa al norte terminó en la afueras de Cíbola, una de las ciudades legendarias que en realidad no existieron nunca. La ruta de exploración finalizaba ahí porque más allá, al final del arcoíris, no se encontraba un caldero lleno de oro, sino el dorado fulgor del sol, siempre radiante, junto a su reflejo en las blancas arenas del desierto y el vasto arrullo del viento pronto convertido en tolvanera.
Calexico, banda norteamericana de rock, retoma y traduce el título de la novela de Carlos Fuentes, Frontera de cristal (1995), para su propio tema musical, más o menos basado en las historias fronterizas del escritor mexicano que se desenvuelven en gran parte en Ciudad Juárez. “Crystal Frontier” recrea, al sonido de trompetas de mariachi, la atmósfera necesaria para las historias de deseo y decepción que se entretejen en esta zona, otrora escenario de la lucha de vaqueros contra apaches. En el imaginario de la canción, fray Marcos (de Niza), Amalia (de la maquiladora) y Ramón se encuentran y desencuentran frente a frente en el cristal de esa frontera plagada de jornadas laborales, pobreza y balas perdidas. Una región bronca en donde se estrella el vuelo de muchos sueños y en cuyo suelo se extiende la posibilidad de hacer una vida… o recrearla mientras se tiene la oportunidad de entrar por alguna rasgadura en la malla que divide una ciudad de otra… “Both sides keeping a close eye / for a break in the line”.
[wpvideo ODmR7ZOX]“Ramon tightens up his leather belt, / and slips through a hole in the fence. / He can get you anything you want. / It might cost you a life, might cost you / the whole price of freedom here, / on the crystal frontier”. Quienes habitamos en este cruce de caminos sabemos que las historias trágicas de los personajes reales y ficticios se entretejen con otras tantas de esperanza, y que negar la existencia de unas sería traicionar el sustento de su contraparte. La tragedia de una ambición no cumplida y la fe puesta en un páramo lejano y sin misericordia son el origen y el destino de esta leyenda que aún no termina de contarse y que depende del color del cristal con que se mira.
Jesús Armando Molina Barraza
- Publicado en Ciudad, Frontera, Maquila, Migración / llegada