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9 febrero, 2023

Category: Hotel

Por un puñado de enanas

miércoles, 20 marzo 2019 por juaritosliterario

En muchos lugares se escribe la Historia: calles, plazas, monumentos y, sobre todo, en los límites de las ciudades o en los confines de los países. Cierto es que también se plasma en los libros de historia. Y parece que aquí –para el gusto de unos y el enfado de otros– se encuentra más vulnerable; incluso pierde la mayúscula. Ignacio Solares, nacido en esta frontera el 15 de enero de 1945 es, además de narrador, dramaturgo. En 1996 publica Columbus, donde reescribe la Historia desde el terreno de la ficción. Esta novela narra la invasión de Francisco Villa a Estados Unidos en 1916. Osadía a la que solamente se habían atrevido los ingleses, poco más de cien años antes. Luis Treviño cumple la función de narrador. A través de su diálogo, atiborrado de recuerdos y bebidas alcohólicas, conocemos, no solo los pormenores del ataque a Columbus, sino también detalles biográficos, como su intento de vocación religiosa en el seminario jesuita, su empleo en el hotel Versalles y un prostíbulo (¿en dónde más?) en Ciudad Juárez. Donde la Historia registra burdeles fronterizos visitados por norteamericanos, Solares agrega un detalle particular: “Se habían puesto de moda entre los gringos las enanas”. Cuando la Historia traza en el imaginario colectivo el perfil del Centauro del Norte, Columbus nos cuenta cómo Luis Treviño se disculpa con Villa por haberlo visto haciendo del baño, entre matorrales.

172 Solares - Columbus.png

Lee aquí la novela

Recién llegado de Chihuahua, Luis Treviño, comienza su vida laboral en un hotel de Juárez, otro lugar prototípico de la ciudad de paso. Complementa este trabajo con otro más, casi del mismo giro, durante los fines de semana, ubicado en la zona roja: “El burdel se conocía como el del Chino Ruelas en la Dieciséis, pero en realidad no estaba en la Dieciséis sino unas cuadras más adentro, en la Mariscal”. Las polkas norteñas, el humo del cigarro, la pianola o el fonógrafo, las bebidas y las sexoservidoras de corta estatura eran los ingredientes que hacían de aquel prostíbulo un lugar neutro entre diversos grupos, normalmente enfrentados a muerte. “Luego empezaban a llegar los clientes, en su mayoría gringos, aunque había de todo: villistas, carrancistas, colorados, pelones, campesinos, policías, comerciantes o estudiantes que convivían pacíficamente”. Conforme avanza su relato, el viejo Treviño va cayendo en el vicio que muchos juarenses practicamos (unos desde el recuerdo nítido y otros a partir de la imaginación) de recordar a una frontera que fue mucho mejor: “Aquel Juaritos sí que era entrañable, aunque te doliera en el alma verlo en manos de los gringos. Por eso lo empezaron a llamar La Babilonia pocha o el dump de los norteamericanos”.

172 Toma Ciudad puente

Además de los placeres ofrecidos en aquellos locales, a los que hay que sumar las casuchas de la calle Cobre, la ciudad ostenta en la novela otros atractivos para los norteamericanos: “corridas de toros con Gaona y Silveti, carreras de caballos estupendas, peleas de gallos a todas horas, casinos de juego.” Un Juárez que también se vende como escenario de la gresca civil: “La revolución también les divertía y les parecía folclórica… Los paseños se amontonaban en las riberas del Río Bravo para observar las batallas lo más cerca posible, aun con riesgo de su propia vida porque nunca faltaba una bala perdida que llegaba por ahí… una compañía de bienes raíces de El Paso promocionaba sus terrenos en venta como fuera de la zona de peligro y al mismo tiempo con una excelente vista del Juárez revolucionario”. ¿Y qué hacían nuestros paisanos? “De manera semejante, y aún con mayor riesgo, los juarenses nos congregábamos en las colinas del lado oeste de la ciudad, especialmente en un cerro que nos resultaba una atalaya ideal. Hasta niños y comida llevaban, como a un picnic.”

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Lejos del Juárez mítico y dorado de muchas décadas, la ciudad no ha podido recuperar su fama, aunque se ha hecho de otra… la Mariscal tampoco supo sobrevivir para perpetuar el oficio más antiguo del mundo. “Si me dejo llevar por el recuerdo, hasta la luz que veo es otra, totalmente otra, como depositándose más suavemente en la tierra y en el cielo”. Quizá hoy pasemos por ahí, no sin recordar ese pasado de fiestas y algarabía; pero, sobre todo, resulta imposible trazar ese recorrido sin pensar en el presente que vivimos. La imagen que plasmó Ignacio Solares de la Mariscal y sus cercanías hacia principios del siglo XX aún goza de cierta vigencia en la memoria colectiva de nuestro año, cosa que no sabemos si cambiará en algunas décadas. La tregua de la interminable noche juarense quién sabe a dónde se habrá ido; tal vez se regresó para la 16 de septiembre, como en un principio estaba el lugar del Chino Ruelas, o quizá se mudó de coordenada.

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Gibrán Lucero

narrativasiglo XX
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  • Publicado en 16 de Septiembre, Cantina, Frontera, Hotel, La Mariscal
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José en el Mictlán

miércoles, 13 marzo 2019 por juaritosliterario

¿Existe alguna relación entre la mitología azteca y la devastadora guerra del narcotráfico de nuestro país? ¿Acaso Xólotl camina entre nosotros? Estas son dos cuestiones, entre algunas otras, que nos surgirán al leer Los perros del fin del mundo de Homero Aridjis, publicado por Alfaguara en el 2012. La novela cuenta cómo José Navaja (quien va de los 66 a los 75 años), escritor de obituarios, después de leer sobre la supuesta muerte de su hermano sale en su búsqueda a pesar de tener que viajar a Ciudad Juárez, ciudad del terror, del narcotráfico y de la muerte. Antes de aventurarse, decide rondar por la Ciudad de México, igualmente llena de malvivientes, corruptos, asesinos y una plaga de perros; camina por las calles infestadas de personas y soldados, visita el Centro histórico y barrios de mala muerte. Se encuentra e interactúa con buchonas, sicarios, emos, punketos, narcopunketos y prostitutas (presencia la rifa de una virgen); sin embargo, en todas partes vislumbra a Alis, su esposa muerta.

171 Portada Aridjis

Lee aquí la novela

Su estancia en Ciudad Juárez es una travesía por la corrupción, asesinatos, secuestros, violaciones y narcotraficantes; muestra el desastre y lugar de mala muerte que fue. La búsqueda de su hermano, Lucas, le permite entrar al mundo del Señor de la frontera o de la Narcorrealidad. La ciudad donde la muerte camina por las calles e inclusive salta de carro en carro por cada balacera resulta una representación del óbito, ese camino hacia el inframundo donde, acompañado de un perro tanto en vida como en el deceso, José Navaja ve atrocidades comparables a su camino al Mictlán: se encuentra con víctimas de los crímenes y conoce ese mundo bajo que cohabita en Ciudad Juárez. Hace una relación asombrosa sobre el camino al inframundo y lo vivido en México (centrado en nuestra ciudad) y logra unificarlos en una sola realidad: “Si un perro ladra a un fantasma y cien perros repiten el ladrido, el fantasma se convierte en una realidad”.

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Ciudad Juárez es el espacio clave para una ficción de narcotráfico. Vivimos un ambiente que desoló a la ciudad: violencia en las calles, toques de queda, inseguridad y falta de confianza en las autoridades (en ocasiones eran parte del problema que nos invadió y que aún seguimos viviendo). José teme buscar a su hermano en el norte, por tanto que ha escuchado, por las noticias que ha leído y por las muertes que ha trabajado, al ser un escritor de obituarios. La primera locación es el aeropuerto, ya que realiza su viaje en avión, con sólo dos pasajeros. Se aloja en un hotel, Edén, ubicado cerca del aeropuerto, con un precio accesible. El siguiente lugar reconocible es el cementerio de San Rafael, donde busca a su hermano entre las tumbas. También se describe la situación de los cuerpos al ser enterrados con prisa, la intervención de sicarios que en el intento de matar a la familia impiden su entierro o su destino en la fosa común. El desierto de Samalayuca es el lugar donde se localiza la mansión del Señor de la frontera. Un recorrido ofrecido por dos policías en las calles del centro, la Mariscal, Mina, Globo, Grijalva y Noche Triste, da la oportunidad de mostrar lugares representativos de la ciudad: el hotel (al ser un lugar de paso), los bares (huella de su esplendor pasado), fábricas y terrenos baldíos. Otros lugares que aparecen son el antiguo cine Paso del Norte y una variedad de bares y calles que describen el ambiente de la ciudad.

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Como víctima de la violencia en Juárez, al igual que muchos otros, veo en Los perros del fin del mundo una realidad que, aunque queramos negar, forma parte de nuestras vidas. El gran salvajismo y realismo con que se relatan las escenas perpetuadas, aunque ficticias pero tomadas de hechos verdaderos, me traen esos recuerdos y situaciones vividas. Cuando era niño, alrededor de los once años, abandoné Juárez con la ilusión continua de volver, pero no sin llevarme mis experiencias. Al tener mis padres un comercio sufrieron de la dichosa “cuotaˮ y amenazas de muerte; viví balaceras cerca de mi escuela mientras estaba en clases, vi negocios llenos de agujeros por las balas y un día los soldados fueron por mí a la escuela, estaba en peligro de muerte porque mi padre activó la alarma en una visita de los recaudadores de la “cuotaˮ. Así como a mí me rememoró esos momentos a muchos más les pasará; seguimos en una ciudad violenta, aunque no igual que antes. Ahora es Cuauhtémoc, lugar al que me mudé, un campo de batalla del narcotráfico. La obra es en ocasiones repetitiva y se centra más en dejar una imagen de lo que fue (y es) Juárez que la historia en sí; sin embargo, al final combina muy bien esta descripción con la anécdota. Es recomendable leerla por el misticismo, la comedia y cierto morbo de entrar en ese mundo bajo; sin olvidar la visión de una cosmovisión azteca que perdura hasta nuestros días más cercanos.

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Luis Alonso Gómez García

narrativasiglo XXI
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  • Publicado en Bar, Centro, Desierto, Hotel, Muerte, Narcotráfico, Viaje
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Ángeles mensajeros

lunes, 18 diciembre 2017 por juaritosliterario

I. En el 2010, al entonces presidente municipal “Teto” Murguía le preguntaron, durante un evento religioso, si la violencia en la ciudad había descendido durante su administración. “Lo que se ve no se pregunta”, contestó, citando al “filósofo de Juárez”, Juan Gabriel. En aquel entonces vivíamos el cénit de la “guerra” que declaró Calderón contra los narcotraficantes que su gobierno apoyaba en la sombrita. Cuando los militares erraban por las avenidas y el toque de queda se impuso: todos en casa antes de las 10. Cuando los policías hacían un trabajo excelente atrapando a jóvenes jugando futbol en los parques. Cuando quince muchachos, estudiantes de preparatoria, fueron asesinados en Villas de Salvárcar. En fin, el año en que, hasta el hoy agonizante 2017, se registraron más feminicidios en esta frontera.

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En el evento mencionado, donde se confundieron políticos con sacerdotes, se aparecieron unos ángeles. Blancos, casi como ceniza, con alas enormes. Querían mandar un mensaje al Chapo Guzmán y sus sicarios: “Arrepiéntete de tus pecados”. No volaban, pero tenían la serenidad y la fe que solo otra especie de vuelo sutil puede otorgar. Eran muchachos de una iglesia en la periferia. Motivados por un mensaje humilde, realizaban su protesta (sin quererlo, política) en el silencio de las pancartas y se colocaban en distintos puntos de la ciudad para exponer su comunicado a los criminales y narcotraficantes, pero también a los policías y políticos corruptos. Confiaban en que Dios otorgaría el cambio positivo en los delincuentes corazones. Algo que Teto imaginaba citando a Juan Gabriel y pensando en cifras y estadísticas. Eran también (sin saberlo) la prueba de algo más complejo. Debido a circunstancias socialmente extremas, los hombres y mujeres afectados por las consecuencias de la violencia tenían dos opciones: convertirse en el ángel mensajero o en el sicario que toma un arma porque no tiene de otra.

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II. Inspirada en esta figura y en las posibilidades tanto políticas como simbólicas que ofrece, Selfa Chew escribió El ángel, texto incluido en su libro ganador del premio Voces al Sol, Cinco obras de teatro (2015). Doce cuadros y un epílogo, construidos sobre todo por medio de diálogos, destacan la búsqueda de la verdad. Cada una de las escenas consiste en dos o tres personajes “comunicándose”, ya sea por medio de una charla común, una entrevista o un interrogatorio. Esto recuerda un poco a las tragedias griegas en las que, por medio de la “plática”, se reconstruye un conflicto ya pasado y no resuelto. En virtud de subrayar lo último, en El ángel se omiten las acotaciones, elidiendo así la construcción precisa del espacio y tiempo que el lector imagina, gracias a los indicios, en un contexto por lo menos fronterizo. Además de la ausencia de didascalias extensas que ubiquen a la obra, los nombres generales de los personajes representan “arquetipos” (salvo en el caso de Castagnetti y Romero) que aumentan el significado simbólico. Los dos casos más notables son el del Reportero, cuya visión reivindica el sentido humano desvalorizado por la propia violencia en la que se encuentra inmerso de cierta forma y que guarda relación con la experiencia posible del habitante de Ciudad Juárez; y el de Ángel, que simboliza no solo a los jóvenes que tomaban la calle divulgando un mensaje religioso, sino a las distintas caras y vidas sometidas por el ambiente violento: “Morí muchas veces cuando era inmigrante, otras tantas siendo malandro. Resucité porque hubo otros ángeles sin alas que me dejaron ir a otras vidas, a veces más duras”. Aquí el mensajero se transforma en el ángel caído que, sin embargo, sale adelante gracias a otros de su mismo tipo. Es, a fin de cuentas, salvador y verdugo de sí. Quizá ha olvidado cómo volar, mas sabe que hay otras posibilidades para imaginar el vuelo.

129 Chew portada

Lee aquí la obra

III. En pocas escenas de El ángel se menciona cualquier tipo de espacialidad. Será trabajo del lector imaginar un escenario que pareciera invisible. No obstante, en uno de los últimos diálogos Ramón le cuenta a Castagnetti que Sahagún Baca, un narcotraficante que fue anteriormente comandante de la Policía Federal en Hermosillo, reservaba el sótano del Hotel Silvia’s para sus sesiones de tortura. Los vestigios de este lugar, que fue famoso durante los años ochenta hasta que se incendió una década después, se encuentran todavía entre la avenida 16 de Septiembre y la calle Argentina Sur. No hay indicios de que dicho sótano haya existido y que además haya servido para la tortura; sin embargo, ahora la naturaleza busca recuperar, de forma sutil y lenta, su reino perdido. Y si bien antes quizá haya servido como escenario de crímenes que muchos conocían pero pocos atrevían a denunciar, hoy es un cadáver donde brota la esperanza de las flores.

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Antonio Rubio

siglo XXIteatro
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  • Publicado en 16 de Septiembre, Feminicidios, Hotel, Muerte, Narcotráfico
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Rascón Banda en el Hotel Juárez

lunes, 25 abril 2016 por juaritosliterario

Los ilegales es una de las primeras obras escritas por el dramaturgo chihuahuense Rascón Banda. En ella se ponen en escena tanto los problemas causantes como las consecuencias de la migración en el norte del país. El punto culminante de la odisea que viven las tres parejas protagonistas es Ciudad Juárez, zona fronteriza que “se convertirá en un peligroso sándwich de desempleados.” Aparecen varios lugares representativos de la ciudad, por ejemplo, el puente internacional y el monumento a don Benito Juárez. Sin embargo, la mención al Hotel Juárez es la que ocupa aquí mi atención: es el punto de reunión de los polleros, donde el Enganchador reúne a un grupo de indocumentados para cruzar el río al día siguiente: “Estoy en el Hotel Juárez. Salimos a las cinco de la mañana.”

Rascon ilegales

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Ahora bien, en el 2001 el mismo autor escribió una obra titulada Hotel Juárez, cuyo tema central es el feminicidio. En ella el hotel funciona como una metáfora de la ciudad, con sus respectivas clasificaciones de clases sociales y de poder, las oportunidades para sobrevivir que cada una de ellas tiene y las relaciones existentes entre gobernantes, funcionarios, narcos, coyotes, etc. que permiten la perpetuación de toda clase de crímenes, en especial contra la mujer. El caso –verdadero– del Hotel Club Verde es un claro ejemplo,  ya que puso de manifiesto toda la red de corrupción e impunidad que opera en la ciudad. No ahondo aquí en el tema de las desapariciones y muertes femeninas en Juárez pues –lamentablemente– hay muchas otras obras que lo abordan y que tendrán su justa mención en este espacio. Volviendo a Los ilegales me parece importante mencionar que la nota del Informante que acompaña a la escena del Enganchador dice precisamente algo similar: “El 25 de mayo de 1979, fueron consignados por la Procuraduría General de la República, el Jefe de Población de San Luis Río Colorado, Sonora, y dos colaboradores, acusados de responsabilidad oficial y de complicidad con bandas de «polleros» que lograron pasar a más de 200 mil indocumentados hacia Estados Unidos.” Lo que me interesa resaltar de todo lo anterior es la imagen negativa que Rascón Banda le propició desde el inicio de su carrera dramática a este lugar, es decir, cuando comenzó a escribir Los ilegales al tiempo que estudiaba en la preparatoria El Chamizal. Imagen que se agudizó aún más con la publicación, dentro de la colección Teatro de Frontera, de la antología titulada Hotel Juárez. Dramaturgia de feminicidios (2008).

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La primera vez que leí Hotel Juárez me pregunté si realmente existiría este lugar. Debido a la poca información que logré conseguir y conociendo la intención metafórica de la obra di por terminada mi investigación sobre ello. Sin embargo, cuando vi la referencia al mismo lugar en una obra escrita veinte años atrás supe que este hotel tenía que existir, así que reanudé mis indagaciones –ahora incluyendo preguntas a familiares y conocidos– hasta que lo encontré, a escasos cien metros de la Avenida 16 de Septiembre (Avenida Lerdo 147); todo era cuestión de agudizar un poco más la vista.

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La imagen que me queda de este reciente hallazgo es bastante similar a la de Rascón. Para mí, las instalaciones del Hotel Juárez, el verdadero, ya en ruinas, representan uno de esos tantos lugares por los que no caminaría sola cuando cae la noche sobre esta ciudad.

Amalia Rodríguez

migraciónsiglo XXteatro
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EL PABLOTE EN EL RECREO

jueves, 24 marzo 2016 por juaritosliterario

Miguel Ángel Chávez Díaz de León nació en estas tierras en 1962. Policía de Ciudad Juárez (2012) es su primera incursión en la novela. La trama es simple (quizá demasiado): Pablo Faraón, el Pablote, un policía destituido de las calles y la acción, es el Comandante Amarillo de la Brigada Listón —eficaz en su trabajo de colocar antes que nadie la Cinta Amarilla—. Por otra parte Ruth, su pareja, es una mujer a quien la violencia le arrebató a su esposo y a su hija de cinco años. Luego del boom de la violencia en Ciudad Juárez, Pablo Faraón tendrá la desdicha de encontrarse en medio del fuego cruzado entre dos cárteles quienes deciden declararse la guerra, dejando a una ciudad desangrada y desesperanzada gracias a la presencia de la muerte y el miedo. Y solo Faraón tendrá la oportunidad de lograr un armisticio y quizá traer paz a la ciudad. La violencia expuesta en la novela es sin duda caricaturizada: incluso el narrador, para hiperbolizar sus comparaciones, hace analogías con las películas de Quentin Tarantino y Tomy y Daly.

Las Vegas night club

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Así los pasajes de violencia, que son bastantes, también caricaturizan los espacios. Un ejemplo es sin duda el clímax de la novela donde luego de decidir escapar de Ciudad Juárez y renunciar a la policía, Pablo y Ruth escuchan el quejido de las sirenas desde el hotel Fiesta Inn. Rápidamente se movilizan y presencian el horror: “En menos de cinco minutos nos acercamos. Ambulancias, unidades de la Policía Federal y del Ejército impedían el paso, media docena de vans del SEMEFO y dos camiones de bomberos completaban la escena dantesca. El Recreo ardía” (144). El Recreo, punto de reunión que a lo largo de Policía de Ciudad Juárez se expone como un lugar pequeño y agradable, arde por la noche: pasa de ser un lugar ameno a ser un espacio violentado por las circunstancias de la ciudad. La escena se presenta como dantesca, donde el lugar en llamas es contaminado con la presencia del ruido policiaco, por el olor de los cuerpos “chamuscados” y por la eliminación total de aquellos que festejaban. Nadie de los que yacían dentro sobrevive. Un atentado con bombas y explosiones busca a toda costa erradicar al líder del cártel enemigo, el Atoto, quien escapó porque quería ir al baño, en contraste con Vincent Vega en Pulp Fiction quien no escapa por haber ido. El bar de inmediato se transforma en “un lugar ausente”: “Aquello no era el Recreo, mi cantina favorita, solo la pared de la contra barra estaba de pie. Mesas, sillas y cuerpos chamuscados estaban regados entre escombros, las llamas y el humo” (145). El Recreo se reinterpreta y su despojo es ahora una pared que sobrevive entre el humo y las llamas. Los muertos también se reinterpretan: de seres humanos pasan a ser cifras: “53 muertos y contando” (144). Los lugares dejan de ser espacios y las personas se deshumanizan.

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Fundado en 1920, El Recreo fue de las pocas cantinas que soportaron la desolación en los años de la violencia en la ciudad; en la novela de Miguel Ángel Chávez, el narrador insiste en lo último. Ubicado en el cruce de 16 de septiembre y Francisco I. Madero, frente a la casa del Pablote, es un lugar que nace y vive de la leyenda y la Historia de la ciudad. Efigie de la bohemia y la poesía, la buena plática y el alcohol, se ha vuelto un espacio digno de culto en donde es común ver a pintores, periodistas, escritores, poetas y músicos: aquí bebieron Miguel Ángel Chávez y Joaquín Cosío, Susana Chávez y recientemente la banda de rock Tetas Lazzer. Sus mandamientos son inapelables. No hay mujeres detrás de la barra. Mariachi, rock, jazz, blues, Tin-Tan suelen escucharse en la Rockola más vieja de Juárez. Nunca se cierra después de la medianoche. Por fortuna, tampoco arde durante la madrugada.

Antonio Rubio

narrativasiglo XXI
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