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9 febrero, 2023

Category: La Chaveña

La ciudad como una rosa

domingo, 15 abril 2018 por juaritosliterario

No tiene página legal, editorial, o cualquiera de esos datos que quienes consultamos una obra y con la finalidad de hacer la ficha, buscamos de inmediato. Por lo impreso en la última hoja sabemos que se produjo en la imprenta Lux (en la Hermanos Escobar), en 1989. La portada contiene una composición geométrica en amarillo, azul y rojo con algunos claros; muestra en tinta negra el título de la obra, el autor y una imagen del mismo. La contraportada está vacía. Así es Cd. Juárez: la rosa de los vientos de Armando Borjón Parga. Luego de pasar el primer folio en blanco, otra imagen, ahora una fotografía de Borjón Parga, serio, de frente y en escala de grises nos da la bienvenida a interiores. Tampoco hay índice. De la página cinco a la siete leemos dos textos introductorios: “Epígrafe” firmado por Ignacio Esparza Marín y “A mis lectores…”. Las diez siguientes páginas en prosa brincan sin previo aviso de un tema a otro: datos biográficos y descriptivos del autor, historia de Ciudad Juárez, disertaciones sobre el hombre, la mujer, la poesía. Avanzados pocos renglones del folio 44, vemos el primero de los poemas líricos seleccionados: “Salutación”. A partir de este punto encontramos casi sin interrupción los versos al estilo tradicional con que el también llamado poeta chaveñero ejercitó la rima, el ritmo y diversas medidas. De vuelta a la prosa, un agradecimiento de Borjón y el “Colofón…” de Jorge Patlán Ruiz finalizan el recorrido, el cual queda impreso sobre hojas de notable calidad.

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Lee aquí parte del libro

La ciudad, cual protagonista, llena una gran cantidad de espacio. La narración autobiográfica de Borjón Parga se desarrolla principalmente en esta urbe. Los episodios históricos, también. Los poemas confirman la tendencia, con encabezados como “Mural de Ciudad Juárez”, “Contrastes de mi ciudad”, “Como las lomas de mi ciudad”, “Canto a mi ciudad”, “Trazo de mi ciudad”, “Aleluya de ser juarense”, “El Valle de Juárez”, “Soneto a Ciudad Juárez”, “La cárcel de mi ciudad” o “La Rosa de los Vientos”, que era como el autor llamaba a su tierra natal. La lente por momentos se aleja o se acerca. Hace lo primero al hablar del estado o del país (“Primero soy mexicano” y “Mi suelo chihuahuense”). En cambio, la perspectiva se interioriza cuando sus versos inflamados de orgullo ―mas no por ello exentos de un sentido crítico― hablan de su barrio, de la colonia más popular en este territorio fronterizo. “El Parque de la Chaveña”, “La Chaveña y sus puñales”, “Soy de la Chaveña”, “Así es mi barrio” y “La Pila de la Chaveña” dejan ver el amor, el orgullo y la nostalgia de Armando Borjón Parga. Poemas que fueron inspirados por la figura de Morelos, Villa, Agustín Lara y el lanzador José “Peluche” Peña.

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A diferencia de otros autores que han escrito sobre Ciudad Juárez, Armando Borjón Parga nació y vivió en esta mismísima frontera. Por ello, conocía avenidas, calles y callejones, el devenir cotidiano, la gente con sus usos y costumbres. Vio la luz en 1927 y creció junto con la mancha urbana que se extendía. Observó los cambios y dejó constancia de ello, a través de sus versos, desde los nueve años. No hay duda de que escribió de primera mano y reflejó fielmente lo que vio, con pinceladas de subjetividad identificables con facilidad. Falleció en 2010 y su obra quedó solo en el recuerdo de unos cuantos, pues el número de poetas o reporteros juarenses que lo rememoran es reducido. Incluso los habitantes de la Chaveña, quienes habitan sus domicilios y transitan a diario las vías del barrio bravo, ignoran la existencia del hombre que tanto cariño sintió por su terruño.

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Joel Abraham Amparán Acosta

poesíasiglo XX
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Rarámuris en la ciudad

lunes, 09 abril 2018 por juaritosliterario

 ¿Qué tanto conocemos y respetamos la cultura de nuestras hermanas tarahumaras? Forman parte de nuestra cotidianidad citadina –caminando despacio entre cientos de carros, esperando la luz roja de los semáforos – y, sin embargo, desconocemos sus tradiciones, sus ideas, creencias, lenguaje y, sobre todo, los problemas que enfrentan. Para solventar esta situación, en el 2012 Lorena Parra Parra (ralámuri) y Luz Belém Martínez Aguilera (chabochi) comenzaron un proyecto que inculca la protección, el rescate y la difusión de sus valores y tradiciones, y que busca minimizar esa mirada estigmatizada para lograr una inclusión y solidaridad a partir del contacto humano. ¿Cómo lograrlo? A través de la memoria y la escritura, pues “hay que recordar lo que platicaban los antepasados, así es como seremos más tarahumaras” (“El consejo de los nietos”, Batista). El resultado fue Cuentos del Álamo, una serie de 13 relatos que abordan la relación de los indígenas con lo urbano y los efectos que produce la modernidad. Por ello, no extraña que el título remita al origen y centro de su etnia, la naturaleza: “El árbol, en el resguardo de su sombra, se da como el punto de encuentro de vida, de la alegría, del compartir, del sufrir y del vivir del ralámuri.”

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Lee aquí el libro

El proyecto, apoyado por el Programa para el Desarrollo Integral de las Culturas de los Pueblos y las Comunidades Indígenas, se concentra en la comunidad rarámuri de la capital del estado, donde Parra Parra funge como gobernadora. No obstante, el cuento “Mujer de pantalones” –que aborda, precisamente, la vida de esta mujer– se extiende hasta la frontera y, además, la situación de los indígenas en ambas metrópolis resulta bastante similar. La colonia tarahumara en Juárez se localiza, desde hace 20 años, al poniente. La habitan alrededor de 80 familias procedentes de la sierra de Chihuahua, quienes luchan por conservar sus propias formas de participación comunitaria y política, en las cuales sobresale la intervención femenina. Por otro lado, es necesario resaltar que esta comunidad pervive y se desarrolla en medio de la discriminación, la violencia, la pobreza y, de un tiempo para acá, la drogadicción, tal como se narra en “Ramón”: “Nuestra siriame nos dijo que eso de drogarse era una mala costumbre que por desgracia nuestra gente había adoptado de las costumbres del chabochi cuando llegamos a sus ciudades.”

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Estos problemas y particularidades resaltan en “Mujer de pantalones”, relato que visibiliza una serie de discriminaciones en cuanto a género, raza y posición económica. Cuando María –o Lorena–  llegó a la ciudad, con menos de 6 años, su madre se dedicaba a lavar y planchar ropa ajena. En cierta ocasión, la acompañó a entregar un lote bastante grande a una casa de la calle Ponce de León en La Chaveña; como pago, la señora le dio solo un plato de papas. Fue la primera vez que la niña tuvo conciencia de las injusticias que sufriría por ser mujer e indígena. Reclamó, pero solo consiguió que la tacharan de malcriada. Más adelante, la protagonista menciona que el primer asentamiento tarahumara se estableció cerca de la calle Urquidi; sin embargo, un día, al volver de un viaje, ya no encontró a su familia porque el gobierno los movió al lugar que ahora ocupan, donde continúan padeciendo pobreza y hacinamiento. Ahora bien, al hablar de distintos tipos de discriminación hacia una persona entra en juego el concepto de interseccionalidad, el cual se entiende como una herramienta o una perspectiva teórica que nos ayuda a entender la manera en que diferentes conjuntos de identidades influyen sobre el acceso que se pueda tener o no a derechos y oportunidades. En el caso de María entre esas identidades que le posibilitan o le limitan ciertos derechos resaltan la raza, el género y su posición intelectual, social y económica. En la ciudad se le discrimina por ser indígena, en su familia sufrió violencia de género, su misma gente la rechazó por no hablar su lengua materna, y el gobierno la excluyó, junto con todo su grupo, de la participación social. No obstante, a pesar de todo esto, ella alcanzó una posición superior al convertirse en representante de su comunidad y romper paradigmas. Es decir, como consecuencia de sus múltiples identidades, algunas mujeres se ven empujadas a los márgenes, mientras que otras se benefician de posiciones más privilegiadas. La interseccionalidad, más allá de identificar cada forma de opresión, pretende que cada persona sea respetada. Cuentos del Álamo es un paso para lograrlo.

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A manera de posdata, pero en estrecha relación con lo anterior, me detendré en lo que sucedió hace varios meses, cuando el gerente del Kentucky Club le prohibió la entrada a la gobernadora tarahumara Rosalinda Guadalajara, quien había sido invitada a comer por personal del Sedesol. Las críticas resonaron, sobre todo, en las redes sociales; Profeco puso bajo investigación al famoso bar; algunos lo defendieron (el dueño del Asenzo) y otros decidieron no volver a entrar. La discriminación fue clara; las protestas y y la reprimenda completamente justificadas. Sin embargo, como la misma Rosalinda señaló en una entrevista posterior, hay que tener claro que el revuelo creado se debió a que ella es la gobernadora y que iba acompañada por funcionarios del municipio, pues situaciones como esta le suceden a diario a decenas de sus compañeras y ahí nadie dice algo: “Imagínese si le hubiera pasado a un miembro de la comunidad. No creo que ahorita estaría la gente interesada de lo que fuera a pasar.” Es decir, la representante rarámuri evidenció, gracias a su posición, una realidad que viven cientos de mujeres en la ciudad, quienes pocas veces tienen la posibilidad de reclamar o de que alguien interceda a su favor.

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En Juaritos Literario evidentemente estamos en contra de todo sesgo discriminatorio. El caso de Rosalinda Guadalajara ocurrió justo dos semanas antes de nuestra primera ruta literaria en torno a la Mariscal y la Juárez. La decisión de ingresar al Kentucky, tal como se tenía planeado desde antes, fue bastante criticada. No obstante, como proyecto creemos que más allá de entrar o no a un lugar que se reserva el derecho de admisión, nuestra forma de inclusión parte de nuestro propio quehacer profesional, y se dirige hacia el rescate, la difusión y el análisis de los textos que recuperan la memoria, las tradiciones, la identidad, el lenguaje y las disyuntivas de los pueblos indígenas, con quienes compartimos a diario nuestra ciudad.

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Amalia Rodríguez

narrativasiglo XXI
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La Chaveña: una vía pendiente

miércoles, 04 abril 2018 por juaritosliterario

Tan lejos del centro, Juárez se ha caracterizado por su multifuncionalidad: misión, villa, presidio, paso del norte, refugio, capital del país, plaza en disputa (y por tanto heroica), sitio idóneo para iniciar campañas. Esta historia de fortaleza que por siglos ha guardado sueños, exilios y esperanzas no puede desprenderse del proceso de reparto y concentración de heredades. La división –y venta– territorial en partidos, luego en ejidos, barrios y colonias, origen de la actual configuración urbana, deviene de elementos estructurales, económicos, políticos y sociales que responden a las particularidades de la región. La distancia respecto a la capital, el carácter fronterizo, la llegada del tren (hacia finales de 1882), la apertura y cierre de la zona libre, la proliferación de cantinas y restaurantes, los movimientos armados, la maquiladora y la expansión de la mancha urbana son las pulsaciones que participaron en la formación de ciudad. Sin duda, la memoria de la propiedad de la tierra y sus vaivenes debe ser contada. Las investigaciones de Guadalupe Santiago Quijada, profesora de la UACJ, esclarecen la evolución, en términos de particiones y posesión, de estos lares. Ella confirma que “El establecimiento de ferrocarril contribuyó, aunque de manera selectiva, por su diseño centralista, a la integración de la economía nacional con la ampliación de los mercados y la rearticulación de los espacios territoriales” (Propiedad de la tierra en Ciudad Juárez, 1888 a 1935).

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¿Qué ofrece la literatura frente al acontecer y ajetreo citadinos? La crónica urbana. Definida como una narración lineal de sucesos, pretende convencer a través de una escritura sencilla y de una experiencia verificable. Recién Antonio nos contaba algo respecto, y agrego que la “literatura ciudadana” cuenta noticias y traza escenarios que se confunden con el espacio, de tal suerte que su lectura nos invita a recorrer la metrópoli real y participar dentro de ella. La pluma del cronista retrata a cada paso costumbres, figuras y anécdotas perceptibles en las mismas arterias y vías. No obstante, fijar por escrito el vértigo de las calles siempre será subjetivo. Juárez cuenta con dignos representantes de este género mutable y movedizo: Ricardo Aguilar Melantzón, Adriana Candia, Emilio Gutiérrez de Alba, Raúl Flores Simental, entre otros. Mención aparte merece la antología Road to Ciudad Juárez: crónicas y relatos de la frontera, de la que hemos tratado en abundancia. En esta ocasión me quiero centrar en la escritura de David Pérez López, periodista zacatecano radicado en la frontera desde 1980, en donde se desempeñó como columnista y caricaturista (bajo el seudónimo de Sax) en El diario. El libro en cuestión se titula Ciudad Juárez: crónicas pendientes, y es toda una joya. Así debe leerse: con cuidado y cierta fascinación ante el destello de lo cotidiano. Fue publicado por el Municipio en el otoño de 2005, pocos meses antes de su muerte.

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Lee aquí el libro

Los doce capítulos que componen estas crónicas se dedican en exclusivo a la ciudad (calles, puentes, edificios, diversiones, etc.) y funcionan como una segunda parte de un libro anterior: Historias cercanas (relatos ignorados de la frontera). La Chaveña aparece varias veces mencionada, ya sea por las viejas glorias de sus gimnasios de barriada o por alguna que otra rebelión frustrada; sin embargo, en el capítulo sobre “Barrios” tiene un apartado para ella sola. Como ya se mencionó, la llegada del ferrocarril –a finales del XIX– implementó los primeros sesgos urbanos, pues con él arribaron cientos de trabajadores que se instalaron en las nacientes colonias. Así surgió La Chaveña, asentada alrededor de la Casa Redonda (taller ferroviario) y cuyo nombre proviene, según el cronista (65), de la importancia de un par de Chávez durante aquella época. Yo prefiero la versión de la propietaria del rancho, Blasa Almeida de Chávez. Atravesada por las calles Libertad, 5 de febrero y la Velarde (“el mall del pueblo”), con su legendaria Pila (erigida entre 1895 y 1908 por el escultor Julio Corredor de la Torre), la Escuela Revolución (1939, desde entonces en remodelación), el panteón municipal y los famosos Cerrajeros (1950), esta zona guarda memoria del viejo Juárez. Pese a la mala fama adquirida después del fallido traslado de la zona roja, en la década de los 40, sus vecinos se caracterizan por su apego al barrio, hospitalidad y productividad económica.

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David Pérez López también recoge testimonios de viva voz, como el de Carmen Flores de Galaviz (véase la firma del mural del arriba), quien a sus 72 años de residir en la colonia frente a la emblemática fuente recuerda que: “Ya no son las cosas tan bonitas como antes, pero yo de aquí no salgo; es mi barrio, mi colonia. Mis hijos viven en otro lado y me quieren llevar. Pero yo aquí me quiero quedar; todo era más bonito, más tranquilo. Cuando estaba la antigua Pila, mucha gente venía y se sentaba en unas bancas que había; incluso algunos vecinos sacaban sus sillas para descansar y tomar el fresco. Arriba estaban unos leones de cantera que echaban agua. Mi papá llegaba de su trabajo y ponía unos aparatos para que las personas escucharan música de 5 de la tarde a 10 de la noche. Eso ya no se estila”. Si bien es cierto que el Municipio debe reactivar los espacios públicos y solventar pleitos sobre propiedades privadas en ruinas, también queda pendiente la organización vecinal para mantener la armonía y limpieza de sus calles. Cuando pasaba el camión de la basura en el barrio de donde vengo, Valle de Aragón (en Nezahualcóyotl, Estado de México), no había escusa suficiente ni tamaña apatía para que después de bajar las bolsas de mi departamento, no cargara con todas las que me encontrara a mi paso. ¿De qué sirve limpiar de puertas para adentro?

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Urani Montiel

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Del latín re-cordis

lunes, 02 abril 2018 por juaritosliterario

Empiezo esta entrada hablando de palabras para definir la nostalgia. Para los griegos, nostos significa regreso. Algos es dolor, sufrimiento. La nostalgia: el sufrimiento causado por el deseo incumplido de regresar. En su novela La ignorancia, Kundera explora este concepto para describir esa sensación de estar lejos de casa debido al exilio. Pero se puede sentir homesick aun aquí, porque los espacios, los lugares y las ciudades cambian como nosotros. Y otros, como yo, nos sentimos incapaces de regresar debido a que nacimos en el “tiempo equivocado”. A los de mi generación (y a los foráneos) nos atacan de forma recurrente con ese monstruo de la nostalgia: textos, reflexiones, estados en Facebook, fotografías. Siempre igual y llegando a la misma conclusión: en otros tiempos, Ciudad Juárez fue mejor. Cuáles tiempos, nunca lo sabré con precisión, pero todos parecen almacenar un tesoro sobre el pasado de esta ciudad, como si guardaran piedras valiosas solo para ellos y unos cuantos curiosos. Antes de la violencia y las desapariciones. Antes de este Juárez convaleciente, deprimido, superviviente, heroico. Así, no hay lectura local en la que no me invadan unas ganas por construir, con mis impresionantes dotes de Licenciado en literatura, una máquina del tiempo para conocer ese Juaritos pasado y hermoso. Lo haría con cierta desconfianza. Quizá ocurra lo mismo que en aquella película de Woody Allen donde en ese trayecto hacia el pasado, los mismos habitantes de aquella ciudad idealizada añoraban tiempos anteriores. Así es esto, un viaje interminable. Menos mal que, sin afanes cientificistas, tenemos la imaginación para recorrer, desde esa suerte de “memoria” que es la literatura, aquella no-ciudad.

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Quizá el género literario que se vincula directamente con el pasado real, tal vez debido a su impacto en el presente, sea la crónica urbana. No busca, entonces, la veracidad de los sucesos descritos, sino su impacto en el lector. Hay algo verosímil y convincente. También reproduce una tendencia por andar, explorar una espacialidad real, la ciudad, en este caso. El cronista urbano desea representar en su escritura la geografía y arquitectura de la urbe, así como sus historias particulares y generales: sus personajes y lugares insignia, sus leyendas y anécdotas curiosas. Pero ante todo el compromiso del cronista está con el pasado. Su propósito es fijar un testimonio, finalmente, aunque sea inmediato y, por lo tanto, efímero. Tal sería el caso de las columnas que se publican en los periódicos que, si se cuenta con algo de suerte y talento para narrar, luego se reunirán en libros. Esto último ocurre con Crónicas del siglo pasado. Ciudad Juárez, su vida y su gente (2013), de Raúl Flores Simental, una colección bastante amplia de textos (y años) cuyo hilo temático esencialmente es Ciudad Juárez.

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Lee aquí algunas crónicas

Desde el subtítulo, se demuestra a Juaritos como una presencia viva y cambiante, contenedora de historias, espacios y personajes dignos de mención. El libro golpea con la nostalgia. Muchas crónicas inician con un “Hace años”, “Muchos años atrás” o “Los días anteriores”. El cronista escribe y recuerda. El pasado impregna cada uno de los textos, en un afán del autor por regresar a aquellos tiempos, aunque sea desde la imaginación. Otra técnica visible en las crónicas reunidas es la forma de destacar, entre un paisaje general, algo particular, literario incluso, que remite al poema en prosa de Baudelaire, propiamente urbano y moderno. El cronista observa un escenario donde los elementos conviven en una paz general hasta que uno de ellos realiza algo maravilloso o es en sí mismo extraordinario.

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Por ejemplo, en la crónica “Sin corazón” se describe primero un panorama donde destacan las “viejas escuelas” de Ciudad Juárez, construidas de adobe y con altos muros. Sabemos que ya no se hacen así. Desde el inicio, Flores Simental nos introduce en un ambiente de antaño, de escenarios irrepetibles. Una vez inmersos, se destaca algo particular de aquellos edificios: un lugar amplio donde se reunían los maestros y alumnos para eventos especiales. No tenían un nombre general. Según el cronista, la sabiduría popular los denominó “salones de actos” y en ellos se realizaban también eventos públicos. Llegaron incluso a fungir como teatros, cines y sitio para graduaciones, entre otros sucesos espectaculares. Estaban situados en el centro de las escuelas, como corazón de piedra. El más espectacular de todos era el de la escuela Revolución Mexicana, ubicada en la legendaria colonia Chaveña. Fundada por Gustavo Talamantes e inaugurada el 17 de mayo de 1939 por Lázaro Cárdenas, cuyo busto destaca en el centro del lugar, de dicha primaria se cuenta que en su inauguración estuvieron grandes figuras chihuahuenses que participaron en el movimiento armado (y de ahí el nombre). También la gente rumora que por sus pasillos se escuchan los rechinidos de zapatos que corren y las risas de los niños de un Juárez espectral que ya no existe. Hoy los patios de las escuelas han prescindido y eliminado de los salones de actos. Se han quedado, afirma el escritor, sin corazón. En el caso de la escuela Revolución, su corazón se llenó de fantasmas.

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Antonio Rubio

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Del Güero Mustang y otros rostros juarenses

martes, 31 enero 2017 por juaritosliterario

La construcción de la identidad regional implica, entre otras cosas, la cimentación de una historia y una memoria que confieran cierta estabilidad a la autodefinición de aquello que son y comparten. Para lograrlo, existen varias estrategias (según Jöel Candau); la que aquí nos interesa es la literatura y en este caso, las composiciones musicales. Julio Cortázar aseguraba en uno de sus ensayos que los escritores leídos más apasionadamente son aquellos que se empeñan en “hacer frente a la cuestión de la identidad cultural de sus pueblos y contribuir con las armas de la invención y la imaginación a volverla cada vez más honda y más completa.” Hace poco tiempo me topé con uno de esos autores que te obligan a reconocerte como miembro de una comunidad: Alejandro García, alias El Alejandro Chaveñero.

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La primera vez que escuché una canción de El Alejandro fue en el montaje de la obra Lights de Pilo Galindo. “El chaveñero” remite inmediatamente a una de las colonias más conocidas de Juárez, además de destacar otros espacios y elementos característicos de la región: “Puro Juaritos chaveñero, / como burritos, soy caguamero.” Aquí, el cantautor no se inclina por el lado negativo o positivo de la ciudad sino que al hablar desde su experiencia ambos aspectos se encuentran presentes: “En este Juárez ingrato, / se le arranca a cualesquiera, / el que no muere en el río / lo matan en la Pedrera. / Pero si llegas tranquilo / no te asustes soy tu hermano.” La imagen de la vida cotidiana en la frontera trae consigo aventuras, emociones y situaciones de toda índole. El Alejandro nos presenta su perspectiva, quizá desde su propia historia personal; no niega que Juárez sea un lugar peligroso, ingrato; sin embargo, para él (igual que para muchos de nosotros) en la ciudad persiste –sobre todo en los barrios más antiguos– un sentimiento de hermandad, de comunidad, a veces sostenido solo por la nostalgia de lo que un día fue: “Ese es mi Juárez viejito / y ahí no bajan bandera.”

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Ahora bien, un aspecto imprescindible de sus composiciones es que representan certeramente una de esas estrategias utilizadas como resguardo de la memoria colectiva, a partir de una apropiación (tanto del espacio, tiempo y personajes característicos de la urbe) individual. La temática del recuerdo y el olvido están presentantes en cada una de ellas. No por nada su cuñado, Ricardo Vigueras, lo califica como uno de aquellos guardianes de “la leche de la creación que es siempre recreación”; es decir, un poeta que crea a parir de la tradición pero también de su experiencia vital. El “Blues del Güero Mustang” lo ejemplifica bien. Le canta a un personaje icónico, a una leyenda de Juárez, que si bien muchos de nosotros no tuvimos la oportunidad de verlo deambular con su volante por las calles, al menos conocemos a alguien que sí la tuvo. La canción gira en torno a la nostalgia de estos últimos sobre la pérdida de ciertos espacios y personas: “Regreso a la esquina / de la Primavera, / ya no hay Güero Mustang, / ya no hay Club Palacios”. El autor sabe que lo único que queda son los recuerdos y la manera para evitar que se desvanezcan es plasmándolos en sus letras; así, aunque ya no haya Güero Mustang, este permanece en nuestra memoria: “Sigue el vagabundo / por el universo / repartiendo sueños / en su Mustang azul”.

 

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Hay que aceptar, por otro lado, que en bastantes ocasiones preferiríamos que algunos recuerdos se desvanecieran (olvidar al padre mentiroso, los malos amores o todas esas muertes que han asediado a la ciudad por muchos años). Sin embargo, este tipo de situaciones forman parte de nuestra existencia y entorno; por lo tanto, desecharlas o evadirlas sería como negar una porción de nuestra identidad, además, como lo señala el mismo Ale, pase lo que pase, aunque aseguremos el olvido, “las penas retoñan / y los recuerdos me enferman.” ¿La solución?: “Mis penas chaveñeras / yo las curo con unos fumes / y un buen pomito de ron” o crear un Colectivo Orgasmo como se lo propusó Arminé Arjona al escribir “La rola del orgasmo”.

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Alejandro García compone a partir de su experiencia en esta ciudad pero también recrea y participa en obras de otros artistas juarenses. Por ejemplo, interpreta la canción “Moriré en el río” del conocido Beto Lozano, acompañado del saxofón de Fortunato Pérez, dándole un enfoque en torno a todas las muertes ocurridas violentamente en Juárez y a nuestro deber de no olvidarlas (el video ayuda mucho para esto): “A ti no te lloraré / porque en mí has vivido, / y aunque no estés en el mundo / lo nuestro sigue en el río”.

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En lo personal, las composiciones e interpretaciones de este autor, las cuales te llevan de la mano hacia otros personajes importantes de Juárez –pasados y presentes– como Beto Lozano, Fortunato Pérez, Pilo Galindo, Arminé Arjona, el Güero Mustang y las incontables anécdotas provocadas por este “viejo, güero, loco”, me han ayudado a reconstruir e identificar parte de toda esa historia, memoria, espacios, ambientes, sentimientos y personas que constituyen un elemento imprescindible para la identidad juarense. Ahora sé bien quién es el “güero del volante”.

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Amalia Rodríguez

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La Chaveña de los pachucos (vista por una ralámuri)

sábado, 16 abril 2016 por juaritosliterario

Una advertencia al final de una antología de relatos tarahumaras, Cuentos del álamo, avisa que: “Todos los lugares, las personas y las circunstancias reales han sido modificadas ficticiamente para no afectar a ninguna de las partes”. ¿Qué tan drásticos habrán sido los cambios? No se tiene por seguro. Sin embargo, lo que es una certeza es que esta colección de relatos cuenta con la iniciativa de Lorena Parra Parra, Luz Belém Martínez Aguilera y otros tarahumaras que aportaron un granito de arena para su creación. Los cuentos nacieron de las experiencias colectivas e individuales de las comunidades indígenas en Chihuahua, tanto las citadinas como las serranas.

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Lee aquí el libro

 

El libro trata, a manera anecdótica y didáctica, sobre la relación que entablan sus personajes con lo urbano y los efectos que produce la modernidad en ellos. Todos los textos tienen, por lo regular, una denominación específica para sus municipios natales en la sierra; es decir, topónimos exactos de localidades serranas. Sin embargo, cuando se trata de espacios urbanos, rara vez se les menciona por un nombre específico; por lo común se les da un rótulo universal y ominoso que enfrasca una concepción escabrosa y triste que se tiene hacia el mundo metropolitano: “La Ciudad”.

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Allá fuera, más allá de la sierra, está la problemática e innominada ciudad, aquella que les espera pacientemente como una fuente de oportunidades y a la vez como la cuna para las cuitas de su raza. Pocas veces la imagen urbana aparece con una luz positiva en los cuentos, pues representa los puntos donde se diluye poco a poco su cultura, dando lugar a una crisis existencial. Sólo una vez se le da un nombre específico a una ciudad: Juárez y su imagen no es del todo negativa. El cuento titulado “Mujer con pantalones” abre con las remembranzas cariñosas de la que en el futuro se volverá una gobernadora tarahumara: “Todavía guardo recuerdos muy gratos y claros de cuando estábamos en Juárez. Tenía un muñeco que quería mucho, un micky mouse”.

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“La vida con mis padres siempre fue un ir y venir constante de la sierra a la ciudad”. María, nacida en Panalachi, en el municipio de Bocoyna, relata sus vivencias en algunas calles localizadas en la actual colonia Chaveña: “Vivíamos por la calle cuarenta junto al puente donde estaba el asentamiento de «los camilos»”. De entre sus recuerdos infantiles conserva un par de escenas. Lo que más le maravilló cuando acompañaba a su madre a vender wares en las banquetas fueron “los muchachos que en ese entonces se les llamaba «pachucos»: los veía bailar tipo breake-dance.” Por la calle Ponce de León, su madre “lavaba ropa por las casas y siempre le pagaban solo con un plato de sopa o frijoles, no le daban dinero”. María recuerda que en una ocasión su mamá trabajó demasiado, pero recibió solo un plato de papas. “Yo tenía poco menos de seis años pero ya sabía que eso no estaba bien, así que le reclame a la doña su actitud”. “Malcriada” se llevó por respuesta.

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Efectivamente, en Ciudad Juárez-El Paso “emergió el gran fenómeno juvenil transfronterizo que enmarcó los mundos de frontera: el pachuco, que surgió en 1939 en el barrio de la Chaveña” (Vida, muerte y resistencia en Ciudad Juárez, 2013); ahí en donde vivió alguna vez María, “Mujer de pantalones”, futura gobernadora y narradora tarahumara, quien retrata un pedazo de la vida diaria de la Chaveña.

Valerie Rodarte

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