Por un puñado de enanas
En muchos lugares se escribe la Historia: calles, plazas, monumentos y, sobre todo, en los límites de las ciudades o en los confines de los países. Cierto es que también se plasma en los libros de historia. Y parece que aquí –para el gusto de unos y el enfado de otros– se encuentra más vulnerable; incluso pierde la mayúscula. Ignacio Solares, nacido en esta frontera el 15 de enero de 1945 es, además de narrador, dramaturgo. En 1996 publica Columbus, donde reescribe la Historia desde el terreno de la ficción. Esta novela narra la invasión de Francisco Villa a Estados Unidos en 1916. Osadía a la que solamente se habían atrevido los ingleses, poco más de cien años antes. Luis Treviño cumple la función de narrador. A través de su diálogo, atiborrado de recuerdos y bebidas alcohólicas, conocemos, no solo los pormenores del ataque a Columbus, sino también detalles biográficos, como su intento de vocación religiosa en el seminario jesuita, su empleo en el hotel Versalles y un prostíbulo (¿en dónde más?) en Ciudad Juárez. Donde la Historia registra burdeles fronterizos visitados por norteamericanos, Solares agrega un detalle particular: “Se habían puesto de moda entre los gringos las enanas”. Cuando la Historia traza en el imaginario colectivo el perfil del Centauro del Norte, Columbus nos cuenta cómo Luis Treviño se disculpa con Villa por haberlo visto haciendo del baño, entre matorrales.
Recién llegado de Chihuahua, Luis Treviño, comienza su vida laboral en un hotel de Juárez, otro lugar prototípico de la ciudad de paso. Complementa este trabajo con otro más, casi del mismo giro, durante los fines de semana, ubicado en la zona roja: “El burdel se conocía como el del Chino Ruelas en la Dieciséis, pero en realidad no estaba en la Dieciséis sino unas cuadras más adentro, en la Mariscal”. Las polkas norteñas, el humo del cigarro, la pianola o el fonógrafo, las bebidas y las sexoservidoras de corta estatura eran los ingredientes que hacían de aquel prostíbulo un lugar neutro entre diversos grupos, normalmente enfrentados a muerte. “Luego empezaban a llegar los clientes, en su mayoría gringos, aunque había de todo: villistas, carrancistas, colorados, pelones, campesinos, policías, comerciantes o estudiantes que convivían pacíficamente”. Conforme avanza su relato, el viejo Treviño va cayendo en el vicio que muchos juarenses practicamos (unos desde el recuerdo nítido y otros a partir de la imaginación) de recordar a una frontera que fue mucho mejor: “Aquel Juaritos sí que era entrañable, aunque te doliera en el alma verlo en manos de los gringos. Por eso lo empezaron a llamar La Babilonia pocha o el dump de los norteamericanos”.
Además de los placeres ofrecidos en aquellos locales, a los que hay que sumar las casuchas de la calle Cobre, la ciudad ostenta en la novela otros atractivos para los norteamericanos: “corridas de toros con Gaona y Silveti, carreras de caballos estupendas, peleas de gallos a todas horas, casinos de juego.” Un Juárez que también se vende como escenario de la gresca civil: “La revolución también les divertía y les parecía folclórica… Los paseños se amontonaban en las riberas del Río Bravo para observar las batallas lo más cerca posible, aun con riesgo de su propia vida porque nunca faltaba una bala perdida que llegaba por ahí… una compañía de bienes raíces de El Paso promocionaba sus terrenos en venta como fuera de la zona de peligro y al mismo tiempo con una excelente vista del Juárez revolucionario”. ¿Y qué hacían nuestros paisanos? “De manera semejante, y aún con mayor riesgo, los juarenses nos congregábamos en las colinas del lado oeste de la ciudad, especialmente en un cerro que nos resultaba una atalaya ideal. Hasta niños y comida llevaban, como a un picnic.”
Lejos del Juárez mítico y dorado de muchas décadas, la ciudad no ha podido recuperar su fama, aunque se ha hecho de otra… la Mariscal tampoco supo sobrevivir para perpetuar el oficio más antiguo del mundo. “Si me dejo llevar por el recuerdo, hasta la luz que veo es otra, totalmente otra, como depositándose más suavemente en la tierra y en el cielo”. Quizá hoy pasemos por ahí, no sin recordar ese pasado de fiestas y algarabía; pero, sobre todo, resulta imposible trazar ese recorrido sin pensar en el presente que vivimos. La imagen que plasmó Ignacio Solares de la Mariscal y sus cercanías hacia principios del siglo XX aún goza de cierta vigencia en la memoria colectiva de nuestro año, cosa que no sabemos si cambiará en algunas décadas. La tregua de la interminable noche juarense quién sabe a dónde se habrá ido; tal vez se regresó para la 16 de septiembre, como en un principio estaba el lugar del Chino Ruelas, o quizá se mudó de coordenada.
Gibrán Lucero
- Publicado en 16 de Septiembre, Cantina, Frontera, Hotel, La Mariscal
Desnudista de una sola pierna
El riesgo de cualquier antología que cite a más de una decena de voces recae siempre en la disparidad de escrituras, en el compromiso y tiempo que cada implicado haya tenido para fijar su voz y adecuarla a la del resto. Asumido este riesgo –incluso dando por hecho la imposibilidad de sortearlo– el examen de este tipo de creaciones colectivas se dirige a la línea temática, capaz de convocar, conjugar miradas y alojar notas de disidencia sin romper una lectura orgánica. En estas líneas me detengo en la antología Querido: homenaje a Juan Gabriel, publicada bajo el sello editorial Mantarraya en junio de 2010, es decir, cuando el Divo de Juárez aún cantaba entre nosotros. La idea original del libro y la selección de textos corrió a cargo de Luis Felipe Fabre, Inti García Santamaría y Karen Plata; mientras que la edición, del promotor cultural Antonio Calera-Grobet. Veintidós poetas rinden homenaje, no siempre en verso, a la figura y trayectoria del ídolo y cantautor.
El poeta Fabre confiesa que “una tertulia y una rocola detonaron este proyecto editorial”, entendido como “un acto de justicia” que presume el objetivo de “difuminar las fronteras entre el espectáculo y la poesía; entre el arte y el diálogo culto”. La Academia Sueca, encargada de otorgar el Premio Nobel de Literatura, ya lo demostró hace un par de años con la nominación de Bob Dylan, quien también le ha cantado a esta frontera. En Querido: homenaje a Juan Gabriel, los textos incorporan el título de las canciones del Divo, desde sus grandes hits hasta otras menos sonadas: “El Noa Noa” de Dolores Dorantes, “El corazón del norte (Querida)”, “He venido a pedirte perdón” de Ulises Nazareno, “F word. Balada rítmica (La frontera)” de Julián Herbert, “Si quieres” de Ofelia Pérez-Sepúlveda, “Glamour eterno (Amor eterno)”, entre otros temas. Por mi parte, destaco y recomiendo cinco o seis composiciones –no más–, justo las que acabo de nombrar, así como el “Postfacio” de Erik Castillo, quien indaga en la figura del homenajeado, dejando de lado “el tesoro de la pura reivindicación de lo marginal… o el gesto ejemplar que nos hereda quien sí pudo compensar los estigmas existenciales y sociales”. El tributo se centra en la catarsis prodigada por el canto que cimbra los lugares interiores. Tal efecto se desborda “desde el inconsciente canción tras canción al abrigo de la versificación directa, urgida y, cuando más perfecta, devastadora”.
“Juan Gabriel se llama una estrella, me lo dijo mi madre / JG es una estrella escrita por una máquina que escribe estrellas” (Yaxkin Melchy). Fue en quien primero pensamos al momento de diseñar nuestra última caminata, Luminarias. Aunque detrás de una celebridad existe una producción cultural respaldada por potentes medios de comunicación que promueven la figura/estilo/voz de una individualidad, para que el artista alcance la aceptación popular más allá de una coordenada específica debe existir una incidencia social, así como una emotividad que impacte de lleno en el sentir de las personas. Diversas lecturas y apropiaciones giran en torno a la entrañable efigie del Divo de Juárez, desde las que culminan con la publicación de una antología poética hasta el repentino nombramiento de la Gran Plaza Juan Gabriel, inaugurada a finales de septiembre del 2016, a tan solo un mes del sensible fallecimiento. La rehabilitación de la calle Mariscal, frente al Gimnasio Neri Santos, a un costado del Museo de Tin Tán, incluyó la pavimentación de arterias aledañas, murales monumentales, iluminación, juegos infantiles, cruces peatonales, sombras y bancas para pasar el rato, así como una desafortunada escultura en bronce del hijo predilecto de la ciudad. A pesar de que el día de la ruta tuvimos que realizar la parada unos metros más adelante debido al concierto de una banda local liderada por una joven cantante, nos da gusto que la reactivación de la plaza incluya la expresión musical.
Urani Montiel
- Publicado en La Mariscal, música
Vestigios del esplendor
Gracias a su posición geográfica y a las consecuencias de la segunda guerra mundial, Ciudad Juárez se convirtió en la meca de la vida nocturna de los años posteriores al medio siglo. La llamada época de oro recuperó la famosa leyenda negra característica de la frontera. Varios espacios dan cuenta de ello. La Fiesta, uno de los más importantes y del cual todavía tenemos sus vestigios –ya en plena recuperación–, guarda en sus muros el esplendor –real o imaginado– de lo que un día fue la frontera, así como un sinfín de memorias que posicionan al edificio como el espacio más elegante y fantástico que tuvo la ciudad en el último siglo. En La Fiesta: recuerdos de una alegre y luminosa Ciudad Juárez del siglo XX, por ejemplo, el escritor y periodista Emilio Gutiérrez de Alba, a lo largo del prólogo, 77 secciones y un epílogo recrea a detalle y con un tono bastante nostálgico todos los pasajes y personajes que gestaron, elevaron y, finalmente, terminaron con la vida de este emblemático lugar.
El 9 de octubre de 1954, cuenta Gutiérrez de Alba, “en medio del resplandor de anuncios con luces de neón… La Fiesta brillaba como un faro”. Era el día de su inauguración. Tras más de 4 años de iniciar su construcción, los hermanos Efrén y Mariano Valle –propietarios del inmueble, así como también del Guadalajara de Noche– abrieron las puertas de su lujoso teatro y cabaret, el cual se caracterizaba por ofrecer espectáculos con estrellas de gran renombre internacional, solo comparables a los shows de las Vegas. La réplica del calendario azteca y el apremiante sonido de las campanas que presidia cada función, atestiguaron el paso del Kingston Trio, Los Churumbeles de España, el famoso quinteto los Vagabundos, Frank Sinatra, Earl Grant, Don Cornell, Linda Darnell, el saxofonista Rar Rodríguez, Luisito Rey, María Félix, Reina Vélez y David de Montecarlo, entre muchos otros grupos y artistas. En cuanto a la construcción y el diseño, fue el ingeniero zacatecano Manuel Cardona el responsable de ejecutar en una obra colosal la idea de los hermanos Valle. El trabajo de los acabados de cantera estuvo a cargo de Jacinto “El bizco Chinto” Castro, quien también había trabajado en el Cine Victoria. Por su parte, Pablo Montalvo se encargó del trabajo de pintura y acabado de la estructura. Resaltan en el diseño del edificio, además del calendario mencionado, una fuente tallada que replica la localizada en el Palacio del Conde Santiago de Calimaya, lo pilares estilo barroco, los azulejos de talavera española de las escaleras, la réplica de la entrada de la Real y Pontificia Universidad de México, las ventanas con remate de cantera, y tres relieves que muestran la evolución del Zócalo capitalino y al mismo tiempo tres años imprescindibles de la historia nacional: 1519 por la conquista española; 1810, año en que inició la Independencia; y 1954, fecha en que se inauguró La Fiesta. Tanto así era el orgullo que los propietarios y visitantes sentían por el lugar.
Por desgracia, La Fiesta cerró sus puertas en 1974. La razón, según cuenta la esposa de Mariano Valle, radicó en los problemas que empezaron a tener con las autoridades, las excesivas multas que pedían y la caza incesante a los asistentes. El turismo extranjero comenzó a disminuir notablemente y, junto al él, los recursos económicos, lo cual provocó tensión con los sindicados de meseros y de músicos. “El negocio ya no daba para nada… Aquel gobierno corrupto aceleró el fin de la época de oro de los espectáculos en Ciudad Juárez”, afirmaba la viuda de Valle a Gutiérrez de Alba. Poco tiempo después, el local se rentó como mueblería por más de 30 años, hasta que en el 2008, debido al Plan Maestro de Desarrollo Urbano del Centro Histórico de Ciudad Juárez, La Fiesta se encontró al borde de la demolición. Gracias a la organización de varios grupos de maestros y civiles, entre ellos el presidido por José Luis Hernández y su página El Juárez de Ayer, se logró salvar el edificio. Hoy es propiedad de Francisco Yepo, dueño de la Nueva Central, cuyo objetivo consiste en remodelarlo, pero conservando el concepto original. El nuevo proyecto implica, según el nuevo dueño, abrir un restaurante-cabaret o salón de eventos “para que, las nuevas generaciones conozcan un poco de la Época dorada de Juárez”. Probablemente suceda en julio del próximo año.
Los vestigios que aún conservamos de La Fiesta y, sobre todo, el afán de un grupo de personas que se niegan a perder parte de su historia como juarenses y que intentan adecuarla a la época actual, se configuran como elementos imprescindibles (y loables) para mantener una identidad comunitaria. En lo personal, agradezco la oportunidad de poder compartir y comparar con mi padre la experiencia de pisar aquellos lugares que hace bastantes años fueron testigos de su juventud y alegría. Los recuerdos de quienes vivieron la época de oro fronteriza, transmitidos de forma oral o puestos en papel, como el caso de Gutiérrez de Alba, nos ayudan a recrear un tiempo pasado lleno de gloria, pero también a imaginar un futuro igual o mejor.
Amalia Rodríguez
- Publicado en Baile, La fiesta, La Mariscal
Julio Cortázar, casi esquina con la Mejía
El Mago Septién afirmaba que “el boxeo es toda la vida retacada en apenas tres minutos”. Una nota en La Jornada de julio del 2009, uno de los años más violentos en Juárez, daba noticia de que el campeón mundial de boxeo, el Mantequilla Nápoles, residía en esta frontera y que tenía un gimnasio en la calle Ignacio Mejía, en donde ahí y en los alrededores empezaban a escasear los jóvenes. En esa misma entrevista el púgil comentaba con dejo de nostalgia: “Yo ya no existo… Yo ya no soy nadie”. Ese reportaje se convirtió en hallazgo ante los ojos del director y dramaturgo Jorge A. Vargas, quien fue armando un proyecto colectivo para que su compañía de teatro, Línea de Sombra, vinera a la ciudad a documentar el destino y el estado del atleta cubano, desde la perspectiva del hombre que era en ese entonces porque sólo desde el ahora es posible construir la historia. Esa búsqueda encaminada hacia un viejo boxeador dio un viraje y se dirigió, de forma introspectiva, hacia cada uno de los actores, quienes hicieron una residencia en Juárez.
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Baños Roma from Teatro Linea de Sombra on Vimeo.
El Mantequilla Nápoles llegó a la capital mexicana a sus 21 años y se hospedó cerca de Salto del Agua en un antiguo Hotel, el Virreyes. Hay críticos deportivos que rankean a la “pantera negra” entre los 10 mejores de toda la historia. Para sus vecinos de la Costa Rica, él es el número uno. Tras vapulear a Curtis Coke en junio de 1969, y obtener el título mundial en peso welter, el presidente Gustavo Díaz Ordaz lo felicitó y le dijo que pidiera lo que quisiera. Y el Mantequilla obtuvo su mayor anhelo: la nacionalidad mexicana, con lo se ganó la fama y el aprecio popular mucho más allá del ring. Incluso grabó La venganza de la Llorona, junto a El enmascarado de plata. El boxeador vino a Ciudad Juárez invitado por el Canal 44 para entrenar a la Cobra Soto, un peleador local, y decidió quedarse. Le gusta tomarse fotos y fumar puros con todo y el celofán (según los actores).
Hace más de 40 años, en 1974, el cubano enfrentó al argentino Carlos Monzón en París. A ese encuentro, en donde el Mantequilla Nápoles perdió el desafío por el campeonato mundial de pesos medios, asistieron famosas figuras, amantes del boxeo, como los actores Alain Delon (quien además montó el espectáculo en su calidad de promotor) y la despampanante Brigitte Bardot. Pero hubo otro espectador al filo de su butaca, un escritor compatriota del vencedor, Julio Cortazar, quien nos relata la pelea en “La noche de Mantequilla” (publicado en Alguien que anda por ahí, libro prohibido durante la dictadura argentina hacia finales de los 70’s). El cuento, alabado por Gabriel García Márquez, utiliza las gradas como un punto seguro para que dos mafiosos argentinos intercambien un maletín lleno de dinero sin llamar la atención. Uno de ellos, Estévez, no puede evitar ver la pelea y entusiasmarse por la victoria de Monzón. Pero el otro, extrañamente, le iba al Mantequilla. Algo andaba mal. La operación falló. Estévez entregó el dinero a un policía encubierto y tendrá que pagar. Un ajuste de cuentas… Julio Cortázar… París… Ciudad Juárez… Baños Roma… el excampeón.
El proyecto teatral de Línea de Sombra consistió en documentarse, en intercambiar palabras alrededor de las calles del gimnasio, remodelar el inmueble, entrevistarse con los allegados del entrenador (como con su esposa, Berta) y acercarse a la experiencia del mundo del boxeo. Para los promotores del deporte, el que usa los guantes es solo la masa corporal y de ahí la importancia a la ceremonia del pesaje. Todo su gramaje se vuelve patente al acercarse violento a la lona. En este “espectáculo del desplome” la carrera (o más bien, la caída) del boxeador inicia desde el primer round y hasta su retiro, siempre pegado contra las cuerdas. Como si la vida fuera, opina mi amigo Marlon Martínez, “un constante pleito contra un contrincante del que se conoce apenas su peso pero no sus fortalezas ni debilidades y mucho menos la sospecha de una dimensión humana detrás”.
El espectáculo multimedia de Jorge A. Vargas también escenifica la experiencia de la compañía durante su residencia en Juárez: noches de bares por la Guerrero y la Juárez, experiencias personales y uno que otro incidente con la policía. El montaje reflexiona sobre el fenómeno ocurrido en la Mariscal: su derrumbe sin rehabilitación, un proyecto urbano trazado, como lo hace una actriz, con las patas. Con la pérdida del espacio público, con las banquetas desoladas, varias cantinas fueron cerrando y la música fue paulatinamente perdiendo su volumen. Los habitantes se guardaban el saludo, evitaban las calles y trasladaron la fiesta a sus casas, de lleno hacia lo privado, “pero en el espacio íntimo floreció el canto”. Prueba de ello es el karaoke, tan de moda en este norte, como también lo es el teatro que no ha bajado la guardia ni el telón. El mejor testigo fue el montaje de Baños Roma que aplaudí en el Teatro experimental Octavio Trías en el 2013. Hay un sinfín de contrafuerzas, como la de quienes en esta esquina hacen su propia lucha.
Urani Montiel
- Publicado en Ciudad, La Mariscal, Migración / llegada, música, Vida cotidiana
Re-significación del espacio urbano: ires y venires de la Mariscal
¿Qué significa andar por Ciudad Juárez? ¿Cómo se ve y se vive la ciudad? Uno de los cometidos principales de nuestro blog es que cada autor se ocupe, sí, de los espacios de ficción y sus equivalentes reales pero también de su experiencia al recorrerlos. Juaritos Literario incluye, entonces, a distintos actores de acuerdo a la apropiación y arraigo sobre el ambiente citadino que pretendemos promover: autores que plasmaron en un texto literario sus vivencias y memorias respecto a un lugar determinado; lectores –en sí cualquier ciudadano– que se acercan a estas lecturas y a partir de ellas, así como de sus propios recuerdos y experiencias, redefinen su imagen de la ciudad; y, por último, los blogueros, quienes asumimos la responsabilidad de resaltar la relación entre el aspecto literario y el urbanístico, sin olvidar que también formamos parte del mismo hábitat. De esta manera iremos abonando respuestas a las preguntas iniciales.
Ahora bien, ante la pregunta, ¿qué hacer –en el caso concreto de nuestro proyecto– con los lugares que ya no existen pero que perviven en el imaginario colectivo a través de distintas narraciones e historias sobre ellos?, la respuesta la encuentro un tanto sencilla y, por lo mismo, quizá incompleta. Los mismos textos literarios nos dicen cómo eran estos espacios antes, cómo eran vistos, configurados y representados por aquellos que los habitaron (en ocasiones también ayuda la memoria fotográfica). Callejón Sucre (para Rosario Sanmiguel), por ejemplo, el bar Panamá (Paraguay en Páez Varela), el Virginia’s (según Enrique Cortazar) o la antigua calle Ignacio Mariscal tuvieron un significado para quienes los vivieron o transitaron cuando existían. Los autores que los plasmaron en sus obras dan cuenta de lo anterior. Pero ¿qué significan actualmente para una como lectora y caminante de esas calles que han cambiado o desaparecido?
El auge de las avenidas Ignacio Mariscal y Benito Juárez surgió durante la época del prohibicionismo en Estados Unidos: la conocida “leyenda negra” de las ciudades fronterizas. Sin embargo, los bares, cantinas, casas de juego y prostitución localizados en las calles mencionadas comenzaron a decaer con el crecimiento y constante policentralización de la ciudad, es decir, con el inicio del PRONAF y posteriormente del PIF. La solución que las autoridades encontraron para remedira esto fue un programa de revitalización del centro histórico que comprendía la compra y demolición de cuadras enteras de dicha zona. Hace varios meses, cuando aún no comenzaba la construcción de la Gran Plaza Juan Gabriel, pero sí se había derrumbado todo lo que había en la Mariscal, califiqué al Plan Maestro de Desarrollo Urbano del Centro Histórico de Ciudad Juárez (2014) como un intento fallido por borrar una realidad patente, que solo había hecho de esa calle representativa de nuestro entorno un lugar mucho más solitario y peligroso, simples terrenos vacíos. Al día de hoy –lo descubrí con agrado hace pocas semanas– la visión cambió.
La reconfiguración de este espacio urbano (llamado Reserva Mariscal) tiene, como todo, sus aspectos negativos y positivos. Graciela Manjarrez y Jaime Bailleres en “Caminar y ver la ciudad”, por ejemplo, afirman que proyectos así, “de intenciones pragmáticas y coyunturales, con intereses comerciales o de mayor rentabilidad económica, modifican tradiciones añejas sin advertir o respetar la apropiación que le dan los lugareños”. La Mariscal actual ya no es la Mariscal; las dinámicas que se daban y surgían ahí cambiaron o se desplazaron a otro lugar. Con la destrucción de todo lo que la conformaba se ha perdido parte de la memoria colectiva y del patrimonio que significaba dicho espacio. Aunque solo fue una parte, ya que la otra queda en las historias, narraciones, poemas, leyendas que puedan contarse sobre esta calle. Sin embargo, creo que para lograr re-imaginar todo lo anterior es necesario, o al menos preferible, transitar por los lugares que ya no son pero que dejaron su huella de alguna manera. “Ver y leer la ciudad como una práctica de visualidad, es una alternativa de expansión del conocimiento para comprender lo que los originarios de un lugar han dejado de observar” (Manjarrez y Bailleres) o les han quitado. Así, la literatura ayuda a comprender el ser, actuar y estar en la ciudad y, al mismo tiempo, le da nuevo sentido a los pasos de la transeúnte. Ahora, cada vez que camino junto a los recientes murales pintados frente a la plaza Juan Gabriel, trato de imaginar en dónde estaba el Callejón Sucre; o cómo funcionaban esos establecimientos en los que cualquier cosa podía pasar y que hasta la fecha siguen siendo una especie de tabú.
Una de las huellas es el poema de Adriana Martell titulado “De la Mariscal y sus tardes” (2004). En él aún se habla de una “ciudad de locos”, “de ciegos que mascan alcohol en la taberna”, de los “frailes” y “cuerpos heroicos” que visitaban el emblemático paraje. Sin embargo, aquí también se remite a un tiempo anterior, a una añoranza: “una flor de sol que se desliza de sueños / en el momento breve en que su forma de curvas recuerda al pasado / porque de esa calle la ciudad se alimenta de oro”.
¿Qué depara el paisaje a la vuelta de la esquina o página? El espacio citadino cambia constantemente; la construcción simbólica y apropiación que se haga de él “se da desde lógicas de interacción, representación, narrativas y prácticas de los individuos” (Salazar Gutiérrez). Por ello es importante no olvidar cómo se vio, vivió y representó la ciudad pero siempre pensando en lo que significa actualmente para nosotros habitar Ciudad Juárez.
Nota final. Ignacio Mariscal fue un periodista, hombre de política, escritor y poeta nacido en Oaxaca el año de 1829. Participó en el gobierno de Benito Juárez y Porfirio Díaz. En 1882 ocupó la silla No. XVI de la Academia Mexicana de la Lengua. Entre sus escritos literarios se encuentra Poesías (1911), obra póstuma que reúne tantos su lírica como traducciones de otros poetas. Entre estas últimas destaco unos versos de “Godiva”, de Alfred Tennyson: “Que nadie, hasta después del mediodía, / a estar en sitio público se atreva, / ni a verla cuando pase, y que en las casas / se ha de quedar la población entera / en tanto que ella cruce por la calle, / cerradas las ventanas y las puertas”.
Amalia Rodríguez
- Publicado en La Mariscal, Vida cotidiana