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6 marzo, 2021

Category: Maquila

La ciudad de los sueños

miércoles, 06 noviembre 2019 por juaritosliterario

Dosis letradas, antología publicada en el 2008, reúnen textos narrativos y líricos escritos por Roberto Espíndola, Juan Carlos Esquivel y José Ángel Valenzuela, ex becarios del taller literario del INBA en Ciudad Juárez. El compendio, coordinado por José Manuel García García, surgió como un proyecto cultural dentro de los programas académicos de la Asociación de médicos egresados de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (AMEUACJ) en el marco de la celebración de su vigésimo quinto aniversario; no obstante, cuenta con solo una edición, de escasa difusión. El texto del que hablaré a continuación se titula Electreros y Voltanatos, de Esquivel. El protagonista, un joven llamado Crisantemo que vive en el poblado de San Buenaventura, Chihuahua, estudió la preparatoria en Nuevo Casas Grandes, ante la irrevocable decisión del padre, con el propósito de forjarse como técnico electricista, debido a que en su pueblo se había instalado una maquiladora; sin embargo, por dificultades de ubicación, la planta se fue del lugar. Frente a la necedad de una carrera técnica, Don Joaquín financió la instalación de un taller, en donde su hijo podría servir. Allí Crisantemo descubrió su sexualidad y se avocó a autocomplacer su cuerpo, ideando la perfecta combinación entre electricidad y deseo. Por tanto, el tema general del relato consiste en el despertar erótico de un joven, quien manifiesta su amor por personas del mismo sexo.

194 GarciaG - Dosis letrada.jpg

Lee aquí el cuento

Después de un tiempo, Crisantemo intenta mudarse a Ciudad Juárez con la intención de estudiar la preparatoria y poder ser libre. En este sentido, resulta interesante la relación pueblo-conservador/ciudad-liberal, debido a que se convierte en una dicotomía entre la aceptación y la negación. El autor construye al lugar como una urbe en donde los individuos pueden revelar su sentido de identidad y pertenencia, expresando su amor sin prejuicios ni ataduras. Aunque su presencia en el cuento es pasajera, me detengo en el espacio citadino debido a su importancia y funcionalidad dentro de la construcción de la narración aludida. A lo largo de la historia, Juárez ha tenido un constante flujo migratorio de diversas partes de la República Mexicana, en especial de pueblos vecinos. Las personas llegan a la frontera con aspiraciones netamente productivas, pues la mayoría proviene de familias pobres y conservadoras. No obstante, cuando se ubican en una zona en donde nadie los conoce, con códigos culturales distintos y habitada por una gran cantidad de personajes, las preocupaciones y limitantes se evaporan, ya que se rodean de gente con la que pueden coincidir y compartir deseos. La confluencia de diferentes personalidades hace de la ciudad un lugar digno de ser contado, pues allí convergen relatos tan conmovedores como singulares.

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Los habitantes de este municipio pueden coincidir en catalogarlo como un violento y sangriento festín, donde si transitas solo por las noches te asaltan o matan. Mi experiencia no ha sido funesta ni tampoco benéfica; no obstante, concuerdo con uno de los motivos que lo caracteriza: la frontera nos insta a pasar nuestra estancia tratando de descubrirnos e intentando averiguar qué nos une a esta tierra. En la narración se presenta como homóloga de libertad; sin embargo, esto no es del todo verídico. A pesar de que Chihuahua es uno de los estados de México que permiten el matrimonio entre parejas homosexuales, la apertura no ha sido completa; pues los crímenes de odio por homofobia no desaparecen (situación que resulta irónica si sabemos que Juan Gabriel es el divo por excelencia de Ciudad Juárez). Aunque cabe resaltar que no existe una represión directa, ya que cada junio se celebra la marcha del orgullo LGBTTTQ, a la cual, por su carácter carnavalesco, asisten diversos jóvenes, adultos, ancianos y niños. Su ubicación como frontera hace de nuestra ciudad un espacio dedicado a la interacción cultural, lingüística e ideológica, en donde las posibilidades para ser libres se abren cada vez más.

Cristian Alexis Muñoz Rubio

 

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Solo quedan las fachadas

jueves, 07 febrero 2019 por juaritosliterario

Después de publicar la serie (que todos citan, pero nadie compila) Relatos al vacío en revistas de México y España, Carmen Galán Benítez enfocó su interés en el norte de México para construir su primera novela. Con Tierra marchita (2000), la escritora aborda distintas problemáticas citadinas en un periodo que va de los años treinta hasta poco antes del año de publicación, y que tiene incidencias desde Tijuana hasta Oaxaca. Según la solapa de la edición a cargo del Fondo Editorial Tierra Adentro (del CONACULTA), de este texto también existe un guion cinematográfico; sin embargo, la obra de Carmen no goza de difusión ni el mundo virtual ni en el de papel. Me parece que en este libro la transición es uno de los elementos más remarcables, ya que la lectura obliga a realizar un recorrido cronológico a través de una genealogía que inicia con el nacimiento de las hermanas Rivas, Isabel y Aurora, quienes dieron sus primeros pasos en La Lagunilla, barrio histórico de la Ciudad de México, para asentarse, ya en su madurez en la zona El Paso-Ciudad Juárez. Al mismo tiempo, el lector deberá seguir a los personajes a lo largo de sus peripecias por la República. Por último, los caracteres retratados en la historia también reflejan un desarrollo psicológico conforme avanza la trama: ninguno de ellos permanece estático, hecho comprobable al final del texto. Los temas que trata la escritora se centran en las consecuencias a las que se enfrentan las esferas sociales, desde las más altas hasta las marginales, mediante estampas de individuos y puntos geográficos implicados en circunstancias impetuosas o “procesos conflictivos”, como dice Carlos Montemayor.

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Lee aquí la novela

Entiendo este concepto de estampa como una especie de fracción del todo que se elige para acentuar aspectos específicos y minimizar elementos circundantes con la finalidad de realzar personajes y espacios determinados. El ejercicio no mutila, sino que concentra la atención del lector en detalles que se ajustan a la mirada de quien fabricó la ficción. Si bien esta idea resulta una propuesta de lectura interesante, en algunas ocasiones dichas estampas dejan la sensación de estar inconexas con su entorno. Una muestra de ello es la incidencia de Joel y Elena (alter ego de la autora), una pareja de periodistas que solo entran en contacto con el resto de los personajes en dos ocasiones. Su mayor aportación a la historia central es una disertación que él sostiene con Cuca, la cual comienza como una reflexión en torno a las desapariciones de mujeres en la ciudad, pero termina a manera de debate sobre la desmitificación del discurso oficial acerca de las drogas (y su consumo). Por otra parte, las estampas de lugares retratados en la novela aparecen delineados por quienes los habitan: la periferia a donde Toño huye está cohabitada por personas de su calaña, drogadictos que posteriormente terminan viviendo en la colonia Altavista. En esa misma zona, Luz encuentra afinidades con su vecina y compañera en la maquiladora RCA, Georgina. Lo interesante de la novela reside en la variedad de ciudades implicadas, así como también la forma en que Carmen voltea hacia las áreas urbanas que menos presencia tienen dentro de la narrativa local, para mostrar que la tierra marchita se extiende sobre paisaje teñido de sangre.

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Pese a esta estructura de pasajes intercalados y con saltos temporales, el relato sitúa su coordenada clave en Ciudad Juárez; la visión sobre la frontera oscila entre concebirla como un lugar de oportunidades, no siempre hacia el progreso. Además, existe un retrato de los espacios aledaños al citadino que son emblemáticos para los juarenses, como Samalayuca. Resultan igualmente importantes las zonas de la periferia metropolitana, las cuales —tanto en la realidad como en la ficción— son escenario de numerosos crímenes por la desprotección de las autoridades, como sucede en Anapra y la Carbonífera. Esta misma perspectiva se refuerza a partir de la ciudad vecina y contraparte, El Paso. Los personajes que tienen acceso al territorio norteamericano figuran dentro de la hegemonía del mundo literario descrito: profesionistas (como el abogado y el administrador que trabajan para una de las mafias protagónicas), empresarios internacionales, narcotraficantes y, desde luego, esposas e hijos de todos los anteriores. El tema de la migración se problematiza a través de Cuca, quien es auxiliada por los Bencomo cuando Isabel, mujer bien posicionada gracias a las diligencias de su marido, la observa de la mano de su hija “en la esquina de Montana Avenue y el freeway”, sabiendo que “en cualquier momento pasaría la migra y esa mujer sería deportada al lugar en el que todos aprendieron a vivir sin ella aún antes de que se marchara”.

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Laura Sarahí Robledo

narrativasiglo XX
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La frontera a través del cristal

lunes, 16 enero 2017 por juaritosliterario

Que se te vaya la existencia tras un sueño y dejes la mitad de tu salud tras la caza de una vida mejor. ¿Cuán mística es la búsqueda de ese bienestar? ¿Cuánta de la riqueza que se añora en esta realidad es una inversión para una vida mejor en el cielo? Entendamos al cielo como paraíso, como la trascendencia ulterior de nuestra limitada corporeidad. El pensamiento trasciende nuestras acciones y estas se perfilan entonces más grandes que nuestro ciclo vital. Los misioneros que buscaban la región de las Siete Ciudades de Oro al noroeste de México no encontraron sino páramos adversos habitados por grupos de nativo-americanos a quienes enseñaron el fervor a un nuevo dios. Los misioneros y exploradores no localizaron el oro legendario, pero en su lugar vencieron la adversidad y amalgamaron sus culturas. La ambición devino en humanitarismo y la aventura fue vasta, aun sin la recompensa metálica.

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Alvar Núñez Cabeza de Vaca relata en su crónica las vicisitudes para sobrevivir y establecer contacto con los indígenas que lo aceptaron como uno más y al que trataron, a veces, como súper hombre. La supervivencia fue su más grande tesoro porque el tránsito en este mundo es breve y porque a través de esa concisión, un cristiano puede vencer al pecado y pretender que Dios lo recoja nuevamente en su seno. En el Nuevo Mundo la imitación de Cristo era cosa cotidiana y esparcir el evangelio entre hombres y mujeres era un regalo del cielo para aquellos pescadores de almas. La región más al norte de Tenochtitlan era una promesa mucho antes de que las fronteras mexicoamericanas fueran establecidas en tratados internacionales. En la región más septentrional de la Nueva España, ya se divisaba el espejismo de un porvenir abundante en oro a cambio de afrontar a la naturaleza y a los dueños de las tierras. Las siete ciudades de oro fueron siempre un espejismo, una especie de sueño americano por el que algunos estaban dispuestos a arriesgar más que el pellejo. La promesa al norte terminó en la afueras de Cíbola, una de las ciudades legendarias que en realidad no existieron nunca. La ruta de exploración finalizaba ahí porque más allá, al final del arcoíris, no se encontraba un caldero lleno de oro, sino el dorado fulgor del sol, siempre radiante, junto a su reflejo en las blancas arenas del desierto y el vasto arrullo del viento pronto convertido en tolvanera.

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Calexico, banda norteamericana de rock, retoma y traduce el título de la novela de Carlos Fuentes, Frontera de cristal (1995), para su propio tema musical, más o menos basado en las historias fronterizas del escritor mexicano que se desenvuelven en gran parte en Ciudad Juárez. “Crystal Frontier” recrea, al sonido de trompetas de mariachi, la atmósfera necesaria para las historias de deseo y decepción que se entretejen en esta zona, otrora escenario de la lucha de vaqueros contra apaches. En el imaginario de la canción, fray Marcos (de Niza), Amalia (de la maquiladora) y Ramón se encuentran y desencuentran frente a frente en el cristal de esa frontera plagada de jornadas laborales, pobreza y balas perdidas. Una región bronca en donde se estrella el vuelo de muchos sueños y en cuyo suelo se extiende la posibilidad de hacer una vida… o recrearla mientras se tiene la oportunidad de entrar por alguna rasgadura en la malla que divide una ciudad de otra… “Both sides keeping a close eye / for a break in the line”.

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“Ramon tightens up his leather belt, / and slips through a hole in the fence. / He can get you anything you want. / It might cost you a life, might cost you / the whole price of freedom here, / on the crystal frontier”. Quienes habitamos en este cruce de caminos sabemos que las historias trágicas de los personajes reales y ficticios se entretejen con otras tantas de esperanza, y que negar la existencia de unas sería traicionar el sustento de su contraparte. La tragedia de una ambición no cumplida y la fe puesta en un páramo lejano y sin misericordia son el origen y el destino de esta leyenda que aún no termina de contarse y que depende del color del cristal con que se mira.

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Jesús Armando Molina Barraza

poesíasiglo XX
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Días sin cuenta

jueves, 12 enero 2017 por juaritosliterario

“Día 730” fue escrita en el año 2010 por Wilfran Castillo, pero alcanzó la fama al ser interpretada, en versión tejana-norteña, por el grupo Intocable, quienes la incluyeron en su disco Highway del año pasado. El tema de la canción llegó al compositor colombiano luego de que encontrara un periódico de México con una palabra desconocida para él: feminicidio. La letra busca concientizar sobre este hecho tan propio de Ciudad Juárez. Por tanto, la pieza no trata sobre “la frontera más fabulosa y bella del mundo”, sino que resalta los momentos en los que la ciudad era vista como un lugar inseguro para las mujeres (que en su mayoría eran las que sufrían y resentían las olas de violencia). El contenido de la canción pudo haber sido la historia de más de 600 mujeres que han salido de sus casas buscando oportunidades de trabajo, o bien la de aquellas sustraídas de sus hogares y familias con engaños y que han perdido la vida en esta frontera. Los datos oficiales de la fiscalía en Chihuahua sobre mujeres desaparecidas son, por lo general, inexactos y se extienden hasta nuestros días. “Día 730” es una canción muy cruda, pero refleja bien los momentos tan tormentosos por los que han pasado las madres de las víctimas.

[wpvideo Rz61TWyK]

Durante el periodo en el que Ciudad Juárez fue atacada por la violencia se dio a conocer mundialmente el fenómeno de los feminicidios. Las víctimas tenían una serie de características comunes: edad, aspecto físico y nivel socioeconómico. La gran mayoría laboraba en el sector industrial, en las maquiladoras de nuestra urbe, con extensas jornadas por poco más de 67 pesos diarios. Las maquilas sirvieron de foco de atracción a las mujeres de las zonas más pobres y poco pobladas de Juárez, así como de inmigrantes que se acercaban a la frontera con la esperanza de cruzar a Estados Unidos. Estas mujeres carecían de derechos laborales y de buenas condiciones de trabajo; por eso, cuando una mujer desaparecía no llamaba la atención de nadie, ya que era normal que hubiese podido abandonar el trabajo. Lo increíble es que a casi todas las empleadas de las maquiladoras les es familiar algún caso de una chica desaparecida.

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Si ponemos atención a la letra de la canción nos damos cuenta de que la necesidad y la falta de trabajo son las principales características de las mujeres desaparecidas y asesinadas, mujeres que salen a la calle a trabajar; hijas, hermanas y madres que se aventuran a buscar un mejor futuro para ellas y sus familias. El sector de la maquila es la principal fuente de trabajo para cientos de mujeres en nuestra ciudad, de las cuales la mayoría cumple con un horario de seis de la mañana a seis de la tarde, momentos en los que las calles se empiezan a despoblar.

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Priscila Nicole Ortega Torres

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Blancos paisajes que matan

lunes, 10 octubre 2016 por juaritosliterario

Desde hace varias décadas Juárez es una ciudad maquiladora por excelencia; sin embargo, el auge de la representación de esta realidad en la literatura local es mucho más reciente. A excepción de Mujer alabastrina (1985), los textos concernientes a la maquila comenzaron a surgir a finales de la primera década del presente siglo y la mayoría de ellos se reunieron en Manufractura de sueños (2012). Elpidia García Delgado participa en esta antología con el relato “Wyxwayubs”, el cual formó parte, dos años después, de su cuentario Ellos saben si soy o no soy. Las veintidós narraciones –divididas en “Maquilas que matan” y “Cofres de cascabeles”– retratan de manera íntima y personal –hay que destacar que la autora trabajó en esta industria bastante tiempo– el mundo dentro de la maquiladora así como los estragos que causa en la vida de cualquier persona. Es decir, Elpidia García se une a esos escritores –aunque quizá ella es la más importante en cuanto a esta temática dentro de la literatura juarense– que, según palabras de Élmer Mendoza, “Les duele percibir cómo un ser humano, posiblemente una raza, se pierde para siempre entre filamentos brillantes y luces de neón”.

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Y este es el tema que me interesa resaltar: la pérdida de identidad causada por el extenuante y monótono trabajo de operador. Pero primero me detendré en el título del cuentario: un verso del poema «Ellos» de Mario Benedetti levemente modificado, el cual forma parte de una de sus obras más conocidas, Poemas de la oficina. Aquí, el poeta uruguayo dedica su discurso al ambiente urbano y logra cifrar en verso el universo de la oficina. “Ellos saben si soy o si no soy” se refiere a la diferencia existente entre jefes y empleados en el caso particular de la burocracia montevideana de los años 50’s. Elpidia García recoge este contexto de subordinación, enajenación e inconformidad para traerlo a la industria y sociedad juarense de los últimos casi 60 años (el Programa de Industrialización Fronteriza comenzó en 1964). Por otro lado, el título también responde al tema de la deshumanización que impregna todo el libro, sobre todo el cuento inaugural, “Escalera rota”: “En realidad, no conozco sus nombres, me llegaron de pronto y se los puse. El mío lo he olvidado. Lo olvido todos los días hasta que René y Otoniel me llaman Marcela cuando los encuentro y entonces lo recuerdo; luego dejo de hacerlo en cuanto se alejan”. La voz narrativa corresponde a una mujer que, lo sabemos después de varias líneas, murió en la fábrica al igual que sus otros dos compañeros. Sin embargo, la historia contada bien podría retratar la de cualquier otro obrero aún vivo: el proceso laboral a que son sometidos, la sensación de encierro, la monotonía y el cansancio que solo los canturreos medio desvanecen. “La música humaniza el paisaje de maquinarias en funcionamiento”.

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“El conciliábulo de los halcones” pone en relieve el tema de las enfermedades provocadas por la maquinaria a que son expuestos los operadores. En Sangre joven. Las maquiladoras por dentro, Sandra Arena dedica una sección a la cuestión de la salud a partir de testimonios de mujeres trabajadoras: “Todo el tiempo que está uno dentro de la planta siente que la nariz le arde y el ambiente lo nota uno espeso. Cuando una sale a la calle siente que por fin respira. ¡Que vives!” La labor que realiza Adrián, protagonista del cuento, lo mantiene constantemente expuesto a respirar el poliéster con que se llenan las almohadas ahí fabricadas. No obstante, otras 30 costureras, al igual que él, poco a poco sufren las extremas consecuencias de inhalar los filamentos del mismo material: convertirse en halcones (así como se oye) después de que “cesaron la música, las bromas, sólo se escucha el sonido arrullador de las máquinas de coser y el silbido del aire a presión de la rellenadora de Adrián”. El narrador, un gerente de producción, es quien se da cuenta de los tenebrosos cambios, aunque nadie le cree: primer síntoma de locura o pérdida de control de los nervios –o apreciación de la deshumanización a la que incluso él estaba expuesto–. “De pronto me pareció que el tiempo se detenía sobre ellos en ese paisaje blanco. Me detuve a observarlos. Se movían como cosas vivientes ralentizadas, obligando torpemente a los miembros entumecidos a funcionar”. Sin embargo, esta situación a nadie le importa porque, como bien se dice en uno de los testimonios de Sangre joven: “Ese es el problema, hay muchísima gente buscando chamba, por eso a ellos no les interesa la salud de la gente”.

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El cuento que más resalta el carácter deshumanizante y enajenador de las maquilas es “Wyxwayubas”, el cual me hizo pensar en paisajes futuristas como los de Un mundo feliz o la película Sleep Dealer: Felizardo “siguió a los demás sin salir de su asombro por un pasillo iluminado en el suelo como los de los aviones. Cruzaron una puerta automática y entraron en un espacioso salón. La blancura de las paredes los cegó y tuvieron que aviserar momentáneamente sus ojos. Se formaron en fila para recibir las charolas con alimentos”. Una droga, la nepentina, permite que el trabajo se haga adecuadamente y que los operadores ni siquiera sientan los estragos de la jornada: “Al comenzar el turno, lo primero que haces es presionar el botón. Con la microinyección, una sustancia te permite trabajar concentrado en tu trabajo. No puedes desviar la atención, por más que quieras. Y lo mejor de todo es que aunque estés de pie por nueve horas no sientes ningún tipo de cansancio, te hace sentir muy bien. A mí me encanta. ¡Hasta se me olvida lo poco que me pagan!”. El dueño de la empresa, Keith Poppy ha encontrado la solución… bueno, en la ficción existe la posibilidad de manejar la situación al antojo del autor, pero ¿no es esto algo similar a todos los intentos de mantener contentos a los trabajadores con días de campo los fines de semana, campeonatos deportivos, fiestas –con bastante alcohol– fuera y dentro de las plantas?

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Sea con cierto estilo fantástico, realista o incluso de ciencia ficción, las narraciones recopiladas en Ellos saben si soy o no soy muestran los estragos –muchas veces fatídicos– que ocasiona la industria maquiladora en el cuerpo, mente y economía de los trabajadores. Ahora bien, la cuestión del espacio aquí no sobra sino que excede la especificación de cualquier lugar. Los relatos de García abarcan cualquier maquila de nuestra urbe, de igual manera que cualquier persona podría verse reflejada en esos níveos paisajes que matan.

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Amalia Rodríguez

narrativasiglo XXI
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Psycho Killer: las alas de Otilia

sábado, 10 septiembre 2016 por juaritosliterario

La canción más célebre de los indómitos Talking Heads versa sobre una persona en apariencia “normal” que, sin embargo, no puede soportar sus constantes cambios de ánimo: “I’m tense and nervous and I can’t relax”. La explosión en el coro, imagino, es la voz de los testigos-perseguidos quienes contemplan con temor la liberación del psicópata. Las series de televisión, por otra parte, han tratado de reflejar esa doble apariencia de sus personajes con tendencias psicópatas. El más claro ejemplo: Walter White. Otro más reciente es la construcción imaginaria de Pablo Escobar en Narcos. En su aparente cotidianeidad, resguardan el placer por el mal; cumplen sus deseos sin importar qué o quién obstaculice. Lo terrible, y quizá sumamente humano, es la empatía secreta que sentimos por este tipo de figuras que exploran y confirman la complejidad del ser, quien no guarda extremos a la hora de abrazar tanto el bien como el mal. Nuestro juicio sobre estos dos conceptos es una construcción ideológica. Tanto en Breaking Bad como en Narcos contemplamos ese otro perfil, más íntimo: el de la familia. El espectador los conoce a profundidad. Así pues, al club de Heisenberg y Escobar se suma Dafni Otilia (sin ese trasfondo familiar complejo), protagonista de “El laurel del sol” de Ricardo Vigueras, cuento incluido en A vuelta de rueda tras la muerte (65-90) y también en Manufractura de sueños con el título “La princesa de Arbolillo”.

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La narración se construye a partir de contrastes. Existen varios puntos de vista para construir la historia de un personaje más bien silencioso, arrastrado por las acciones descritas: Otilia es imaginada primero por un narrador seco, duro; luego, recordada con ternura y amor por el taxista Blasillo a través de un diálogo. La tercera persona balzaciana y la memoria de Blasillo se intercalan estimuladas por un mismo motivo: una nota del PM. A los psicópatas los hermana el placer por la violencia. El narrador de “El gato negro” lo describe mejor: “Hacer el mal por amor al mal”. En el cuento de Vigueras esto queda claro desde un inicio, al describir la preferencia por el nombre salvaje en contraste con el otro, más dulce. Luego viene el gusto por hombres duros. Ese extraño amor violento, sadomasoquista, que sentirá y realizará por un juarense la llevará a la frontera, cuyo espacio corrompido por un aura trágica la enamorará. Después llegará el abandono de su amante, el miedo, la soledad y la condena a recoger condones usados en una cama que antes abrazaba su cuerpo desnudo. Terrible cosa el destino: este es el primer desplome de Otilia, quien ve esfumarse su sueño de convertirse en una asesina al lado de Aníbal, los natural born killers de la frontera.

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Otilia habita espacios íntimos relacionados, más bien, a su apariencia exterior, a su lado Dafni. Curiosamente estos lugares, como el baño de la maquila, las habitaciones del motel, el cuarto del otro son violentados por acciones que ella misma desemboca. Su otro yo, su perfil psicópata, degusta de marcarlos con sangre y asesinato. La ciudad aquí imaginada lleva este estigma: ni siquiera los espacios tranquilos tienen su salvación. Por ello el abandono, la soledad; edificios, barrios, casas y negocios se levantan en el más injusto olvido: “El olor a miedo y a muerte que rondaba por Juárez y levitaba sobre sus barrios y negocios abandonados la excitaba”.

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Otilia, al igual que Walter White y Escobar, cree haber alcanzado, en algún punto de su existencia, la más grande cumbre. Al lado de su amante, después de haber satisfecho el placer más grande de su vida (desmembrar a un hombre), sufre un destino terrible e irónico. Aquí el narrador, quien antes había descrito espacios renombrados, como el motel Las once mil vírgenes (seudónimo muy de Apollinaire) o la maquila Forward Input, aventura dos referencias espaciales localizables. Primero, aparecen las dos cabezas de “Los amantes decapitados” en “un departamento del fraccionamiento Rosario”; y luego, los cuerpos que “habían aparecido dos días antes dentro de una zanja en las cercanías de Plaza Misiones, a escasos metros del consulado de Estados Unidos y de los más lujosos hoteles de la ciudad”. El destino de Otilia se reduce a la más insignificante y amarillista primera plana del PM. Se le niega además ese lado salvaje y poderoso: “una tal Dafni Martínez, oriunda de Arbolillo”. Al igual que Medusa, su cuerpo fue separado de su cabeza en una representación del horror al que los juarenses abrazaban con cierta “cotidianeidad”. Justo cuando Otilia alcanzaba la libertad en el más jugoso de los placeres, el sol derrite sus alas con la misma hoja.

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Antonio Rubio

narrativasiglo XXI
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Arminé Arjona y la identidad femenina juarense

miércoles, 27 julio 2016 por juaritosliterario

La escritora Arminé Arjona nació en Ciudad Juárez hacia 1958 y ha dedicado su quehacer literario a evidenciar la encarnizada suerte de esta urbe fronteriza. Un interesante texto de su autoría aparece en la antología titulada Manufractura de sueños: literatura sobre la maquila en Ciudad Juárez (2012); misma que según sus editores –Ricardo Vigueras y José Juan Aboytia– es un tributo a una tierra que “Nunca ha sido lo que quiso ser [pues] Otras voluntades, que no fueron las de sus habitantes, modificaron siempre su existencia”. La obra se compone de siete capítulos y el poema de Arjona inaugura el segundo de ellos denominado “Maquiladonnas”. “Juana de Asbaje, a la mujer que trabaje”, es efectivo desde el primer verso debido a la carga histórica y social que han adquirido con el pasar de los años las redondillas a los “Hombres necios” escritas por sor Juana Inés de la Cruz durante el siglo XVII. Ya lo indicó Octavio Paz en Las trampas de la fe: ese poema fue “una ruptura histórica y un comienzo”, el comienzo del hablar femenino en “nombre propio”; por lo tanto, no es extraño que a más de tres siglos de su composición la poeta juarense retorne al eco replicante de la monja para denunciar la explotación y la mala remuneración que reciben aquellos que trabajan en las maquiladoras. Algo de sorna, de homenaje y, sobre todo, de protesta se topa el lector en esta sugestiva reflexión parafrástica: “Maquilas necias que explotáis / a la mujer sin razón, / sin ver que sois la ocasión / de tanto parque industrial”.

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Lee aquí el «Prólogo» de Élmer Mendoza, la «Introducción» y el poema

La ridiculización de la tradición poética novohispana divierte al lector y al mismo tiempo lo conduce a una serie de valores insertos en el imaginario colectivo relacionados con el texto original y con sor Juana: voluntad inquebrantable, lucha por los ideales, transgresión, inquietud intelectual y defensa de la dignidad de la mujer. Desde luego, el ahínco feminista que ha sido detectado en las redondillas del XVII ejerce su influencia sobre la autora, quien en más de una ocasión se ha expresado en contra de las desapariciones de mujeres, los feminicidios y el vivir con miedo que estos hechos han generado. La vulnerabilidad de las trabajadoras, su temor a caminar solas por las calles, el indigno sueldo que reciben y, en fin, las circunstancias injustas que atraviesan son el motor del ingenio: “Siempre tan necios andáis / a que saquen el nivel, / a una culpáis por buey, / y a otra por fácil culpáis”. En la introducción de la antología Sangre mía / Blood of Mine (2013), la cual reúne textos relacionados con la violencia, el género y la identidad, Jennifer Rathbun y Juan Armando Rojas Joo refieren que este tipo de poesía marca “el surgimiento del trabajo comprometido que ha formado parte de un debate socio-político, tanto emocional como intelectual, sobre la construcción de una identidad femenina juarense”. El poema de Arjona que ahí se recoge se titula “Solo son mujeres” y con potencia manifiesta la voz lírica: “En esta frontera / el decir mujeres / equivale a muerte / enigma y silencio”.

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Lee aquí la «Introducción» y el poema

El ánimo contestatario de Arminé Arjona es una constante en sus escritos; incluso disfruta exteriorizar su sentir en algunos muros resquebrajados de la ciudad. Los títulos Juárez tan lleno de sol y desolado (2004) y Delincuentos: historias del narcotráfico (2005) ayudan a entender por qué su producción literaria se ha convertido en clamor contra la indiferencia y el olvido. La valía del tema que despliega Manufractura es innegable; claro está que la maquiladora es un motor económico de esta ciudad y un fenómeno social que trae consigo, entre otras cosas, la migración y la pluralidad cultural; sin embargo, más allá de eso, es también un contenedor de historias que a través de una mirada creativa pueden configurarse estéticamente. Las industrias se alzan como gigantes que trazan el paisaje urbano y en cuyo interior habitan, el esfuerzo, el cansancio y los sueños de miles de trabajadores.

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“Juana de Asbaje, a la mujer que trabaje”, consiste en un ejercicio de relectura y adaptación a la realidad juarense que conserva, además de la estructura, la esencia irónica e inconformista del poema raíz y su impulso primario: la lucha contra el silencio. Está el lector ante un claro ejemplo de que –con algo de suerte– las manifestaciones artísticas dan su fruto en las conciencias ajenas ocasionando que en lugar de aislarse de los problemas, los individuos puedan asumirlos como propios. La autora fronteriza ostenta la poesía como memoria en un juego intertextual que derrumba el discurso del bienestar social que los sectores hegemónicos de la sociedad proclaman; el mensaje no puede ser más claro: Ciudad Juárez sobrevive, pugna y crea.

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Diana Rubio

poesíasiglo XXI
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De las cantinas a la maquiladora

jueves, 30 junio 2016 por juaritosliterario

Víctor Bartoli escribió en el verano de 1985 Mujer alabastrina, su única obra y por la cual obtuvo el Premio Chihuahua. Por cuestiones más bien burocráticas se publicó hasta el 98, lo que explica que dentro de la trama de la novela se presente uno de los casos de feminicidio en Lomas de Poleo y el Lote Bravo. Es decir, el autor tuvo bastante tiempo para modificarla e insertar nuevas situaciones, incluso las ediciones posteriores –a cargo de Arca de Saidah Editores– también presentan bastantes cambios respecto a la primera, sobre todo en la cuestión del lenguaje, lo que le quita gran parte de su esencia original al texto.

Sin título

Lee aquí la novela

¿Por qué mujer alabastrina? En la película basada en esta obra –la cual poco tiene que ver con la “cultura maquilera” que tan bien supo reflejar Bartoli– uno de los personajes ofrece una definición: “Alabastrina quiere decir puta”. Sentencia que no hace otra cosa que reafirmar aquel estigma de la “maquiloca” que ha estado desde hace mucho tiempo presente en los discursos hegemónicos de los medios de comunicación, de los políticos e incluso de algunos círculos académicos. Creo que, más bien, el adjetivo tiene que ver con lo translúcido: “Hoja o lámina delgada de alabastro yesoso o espejuelo, que, por su traslucidez, suele usarse en las claraboyas de los templos en lugar de vidriera” (RAE). Y es que la novela se compone de tres voces, tres mujeres –La Güera, Chuya y Cata– que cuentan su vida, podría decirse que sin tapujos, en esta urbe fronteriza. Todos los viernes las amigas se juntaban en el Hawaian Club –en el Malibú no porque “era de lo piorcito”– para platicar, para distraerse; “Su encuentro viernesino era un rito involuntario. Repetitivo y frenético. Casi animalesco. Necesario para retener la voluntad de vivir. Les mantenía en pie, frente a una indiferencia humana inmerecida”. De esta manera nos enteramos de sus primeros amores y respectivos embarazos, de sus borracheras de juventud en bares de la Juárez y cabarets como El Bajarí, de la manera en que tuvieron que entrar a trabajar a la maquila y el tormento que esto significaba: “Es una chinga tener que levantarse todos los días a la cinco de la mañana; pelearse por alcanzar un lugarcito en la rutera pa’ poder llegar a tiempo; esperarse hasta las once de la mañana pa’ tragar algo a pesar de que te gruñen las tripas; aguantarse el olor a puritito azufre todo el santo día, porque las herramientas con que trabajas queman una cosa que así huele; desesperarse por el chingado ruido que retumba en los oídos y casi te los hace sangrar”. Las maquilas principales de aquellos años –60’s y 70’s– eran la “Acapulco Feichon” (Insurgentes y López Mateos) y la “Alen Bradley” (Parque Industrial Bermúdez), donde terminan por conocerse las tres compañeras de parranda.

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Salones de baile como el Hawaian Club en la Avenida Juárez o el Malibú, actualmente el estacionamiento de Hipermart San Lorenzo, se convirtieron en los nuevos espacios para los trabajadores de maquila, sobre todo mujeres. Jorge Balderas Domínguez analiza minuciosamente en “Ese obscuro objeto de deseo: las obreras en los antros de Ciudad Juárez” (Entre las duras aristas de las armas. Violencia y victimización en Ciudad Juárez) cómo las empleadas de la maquila a finales de los años 60 comenzaron a apropiarse del espacio público fronterizo y de esta manera transgredieron las fronteras de la cultura política patriarcal; además, afirma que estos espacios de diversión han sido cajones de registro de historias individuales y colectivas de grupos sociales, de clases, de identidades juveniles, estudiantiles y laborales de distintas generaciones, desde los cuales ha sido posible analizar la vida cotidiana de los habitantes de la frontera y, al mismo tiempo, la formación de lo que él llama “cultura maquilera”. Por otro lado, Limas Hernández en la misma antología habla de la maquila como un dispositivo de segregación y exclusión para cientos de miles de habitantes, ya que al instalarse en Juárez obligó a la ciudad a reestructurarse de manera que la configuración del espacio público y de la gestión del desarrollo no conllevaron políticas que garantizarán el goce de bienes de desarrollo y derechos sociales para la mayoría de la población. Existe una gran diferencia, afirma Limas, entre el oriente –industrializado– y el poniente de la ciudad, una configuración aún más agresiva para ciertas “categorías culturales” como la mujer. La obra del autor juarense describe bien esta situación: “Pa’ ellas ya nada era igual: Ciudad Juárez devino en una jungla donde a causa de su sexo, y el placer que éste le da al hombre, fueron condenadas como su presa perenne”.

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Bares, salones de baile, discotecas, y drives inn se convirtieron así en una válvula de escape a la problemática social y las mujeres se apropiaron de su espacio. En una entrevista, Bartoli se cuestiona “¿Acaso las mentes humanas son caóticas de suyo o las ciudades imprimen en ellas su propio desorden?… Y pienso que si es cierto aquello que dice que somos la suma de una serie inagotable de detalles, las ciudades –como espacios en que nos enjaulan– nos constriñen dentro de su propia lógica… El hecho lamentable es que en las manos de aquellos quienes diseñan los programas urbanos, también –aunque, indirectamente– se hallan nuestras mentes, en un estado inerme absoluto, sin que nos enteremos siquiera… En tanto que en mi natal Ciudad Juárez, la ciudad está diseñada para embrutecernos. Nos hallamos inmersos en la cultura del apaleo de la autoestima de la mayoría de los ciudadanos. Vivimos en medio de la basura, para que no olvidemos que valemos poco o nada… Sobre todo hacia el poniente de la misma, en donde viven los trabajadores… ¿Sabes cómo denominan los urbanistas este sector poblacional?… Bueno, pues “el dormitorio”, porque sus vecinos día tras día deben dirigirse hacia el oriente –en donde hay más inversión pública en calles pavimentadas, iluminación, vigilancia policíaca, para trabajar durante su jornada–; y por la noche, regresar a sus barrios deteriorados por el abandono, para dormir”. Nuestras protagonistas viven en la Colonia Bellavista, a un lado del centro de Juárez y su área de trabajo es el Parque Industrial Bermúdez; es decir, tienen que cruzar casi toda la ciudad por las madrugadas y las tardes en un malogrado y peligroso transporte de personal. No es que se justifique la vida de estas mujeres pero adentrándonos en su cotidianeidad comprendemos un poco más sus andares.

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Y sí, es otra entrada sobre bares pero si en Juaritos Literario nos gusta hablar sobre esto es porque a los autores juarenses les gusta hablar sobre cantinas y bares, lo cual no es arbitrario ya que todo lo dicho por ellos deviene de una “base histórico-social que ha abierto la posibilidad a la presentación de una literatura de esa zona” (Rodríguez Lozano): la llegada de la maquila, por ejemplo, o la creación de la leyenda negra de las ciudad fronterizas después de la Ley Seca estadounidense… simple y llana historia.

Amalia Rodríguez

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  • Publicado en Avenida Juárez, Bar, Contratación, Lenguaje, Maquila
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Juaritos Literario 2021

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