De misión a presidio y del polvo a la pólvora
Un grupo nutrido de escritores y periodistas ofrecen en Crónica del desierto: Ciudad Juárez de 1659 a 1970 una aproximación a la evolución sufrida por el territorio norte de Chihuahua, desde la antigua misión franciscana al establecimiento de la identidad fronteriza que permanece en la actualidad. Aunque la publicación de Raúl Flores Simental, Efrén Gutiérrez Roa y Oscar Martín Vázquez Reyes fue auspiciada por el ITESM campus Juárez y la UACJ, el contenido del texto está lejos del confinamiento bibliotecario que representa un escrito especializado (aunque sí la adquisición material del libro… es inconseguible). Por el contrario, su alcance apela al mayor número de lectores posible, por lo que este blog ofrece el documento de manera íntegra. El recuento histórico establece una distancia considerable entre el receptor y el lenguaje académico. En un intento por aligerar el contenido para una audiencia más general, el texto se ve auxiliado por un resumen de trescientas palabras, aproximadamente una por cada año de historia cubierto en el libro. De igual manera, cuadros entresacados con datos de interés y citas de textos históricos otorgarán conocimiento al lector que solo se acerque con una hojeada. También con el objetivo de ser más explícitos en cuanto a la geografía, son incluidas ilustraciones de la ubicación de las misiones (jesuitas y franciscanas), de los primeros habitantes y los mercados, al igual que la división territorial contemporánea.
Imperaba la ignorancia sobre el norte de la Nueva España; cuanto más aumentaba esa carencia de saber, de manera proporcional se ensanchaba el caudal de misterios y leyendas sobre ese desolado territorio. Lejos de la ruta principal que nacía en la capital novohispana, los sumas, mansos y jumanos habitaban lo que se convertiría en una de las más importantes puertas septentrionales del virreinato. Impulsados al descubrimiento de ciudades ficticias, hechas de oro puro, según sus informantes, la expedición que habría de concluir en lo que hoy es Socorro, Texas, fue dirigida por Juan de Oñate. Al conquistador zacatecano le siguieron los franciscanos, orden cuyo interés social y religioso dio origen a un desarrollo considerable en la región. La misión de Nuestra Señora de Guadalupe de los Mansos del Paso del Norte, acompañada de un presidio (decenios más tarde) para mantener el orden, actuó principalmente como conexión a Santa Fe. Los siglos no le cayeron bien al asentamiento; población moderada y recursos a cuentagotas deterioraron el mantenimiento de las misiones. La violencia consumió el territorio y se temió más a los moradores originarios que al expansionismo del vecino. Así lo escriben los autores: “La inseguridad en el norte del país era tan grave que, a mediados del siglo XIX, los pobladores temían más a una ataque de los bien armados indios que a la guerra con Estados Unidos, porque los primeros contaban con armas de fuego que los hacían temibles.” Traficantes anglosajones de armas y edificios gubernamentales desatendidos adornaron el paisaje. El Paso del Norte se encaminó al periodo de reforma bajo una economía extremadamente frágil y dependiente de extranjeros.

Sin duda, los cronistas cumplen con sintetizar, de manera efectiva, decenas de años y responder en la medida de lo posible a la constante cuestión del hombre del norte en cuanto a su entorno. Si hay algo que ha de cautivar al lector de este conjunto de crónicas es la paradójica dualidad de los inmensos cambios que ha experimentado Ciudad Juárez, acompasado de la drástico alteración en la huella urbana y sus actividades económicas. De los cinco mil habitantes en tiempos de colonia a millones en la actualidad. De pequeños mercados con escasos productos a uno de los principales establecimientos de la industria maquiladora. El espacio juarense como punto de reunión de viajeros de norte a sur o viceversa. La evolución es evidente, sin embargo, salta a la vista el establecimiento de relaciones a través del tiempo. Entre los edificios apropiados en 2009 (ahora abandonados) por el ejército mexicano al terminar la cruzada contra el narco, existe contacto con las unidades de caballería ligera que, al decaer el sistema de presidios, empezaron a robar. Los traficantes de armas provenientes de Estados Unidos que abastecían a los apaches se asemejan al polémico operativo “Rápido y Furioso” que armó a cárteles mexicanos. Y principalmente el miedo de un pueblo que abandona el temor de una guerra en contra de agentes extranjeros y se sumerge en un conflicto bélico con sus propios habitantes. Pero no todo es malo… Aún se llega rápido a Santa Fe desde el norponiente de la ciudad.

Eduardo Andrés Juárez Estrada
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De los cimientos a nuestros días
Ignacio Esparza Marín no nació en Ciudad Juárez; sin embargo, desde su llegada en los años treinta, sintió un gran cariño y afecto por la frontera, por la manera hospitalaria en que fue recibido, la misma historia biográfica de muchas personas que llegan en busca de mejores oportunidades y ya no regresan a su lugar de origen. Juaritos adopta con premura. Así lo narra el autor en el “Preámbulo”. La Monografía histórica de Ciudad Juárez, publicada por la imprenta Lux, ubicada en la Calzada Hermanos Escobar y Honduras, se conforma por dos tomos; el primero, del que aquí me ocupo, apareció en 1986; y el segundo, cinco años después. Esparza Marín, cronista de la ciudad, nos invita a conocer la raíces de Juárez, todos aquellos sucesos históricos que le llevaron a ser el espacio que habitamos en la actualidad.
En orden cronológico, relata la vida de los primeros moradores, indígenas nómadas de los que resulta difícil rastrear las huellas de su cultura; las primeras expediciones de conquista que se realizaron por el área septentrional de la Nueva España, dirigidas por Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Juan de Oñate, Antonio de Espejo, entre algunos otros; así como el establecimiento de los primeros asentamientos en El Paso del Norte; la presencia del presidente Benito Juárez y su gabinete en 1865; y distintos sucesos relacionados con la Revolución mexicana. Así que el lector podrá localizar en la Monografía información sobre temas diversos: conquista, evangelización, rebeliones de los indios-pueblo, minería (fiebre del oro), ferrocarril, costumbres antiguas, servicios públicos como transporte, electrificación y teléfonos, la depresión económica y varios datos de amplia valía para el acervo histórico de la ciudad.
El centro de la ciudad (y también sus alrededores) es un lugar en el que encontramos vestigios de la historia, como el monumento a Benito Juárez, considerado una joya arquitectónica que data del año 1910, o la Misión de Guadalupe, fundada en 1659 por Fray García de San Francisco. El historiador también nos cuenta los problemas que hubo en Estados Unidos a causa de los irreprimibles deseos de nuestros vecinos que iban más allá de los límites morales, acudiendo a cantinas, casas de juego clandestinas y de asignación. La prohibición en Estados Unidos causó que todas esas actividades se movieran a este lado de la frontera. Así es como empezó a ganar popularidad la avenida Juárez y parte de la 16 de Septiembre, destacando lugares como el cabaret La linterna verde, el Kentucky Bar o el Keno, casa de juego ubicada en la Lerdo. Otro de los espacios que menciona la Monografía es El Chamizal, el cual fue causa de una nutrida controversia entre ambas naciones pues no acordaban a quién pertenecía este territorio, debido a las frecuentes crecientes del Río Bravo, frontera natural y antes movediza. Fue el mismo Benito Juárez quien tomó la iniciativa de reclamar esas tierras, concedidas a México hasta junio de 1962. Actualmente El Chami es el lugar de encuentro de muchas familias, quienes aprovechan los parques para organizar reuniones o festejar algún cumpleaños. El exhipódromo, nos cuenta Esparza Marín, cerró a causa de una orden del Gobierno Federal, que prohibía establecimientos que estuvieran relacionados con las apuestas. El mercado Cuauhtémoc, por su parte, tuvo gran dinámica en la depresión americana pues se vendían artículos de alfarería para los turistas estadounidenses.
Actualmente, la plaza Benito Juárez es un espacio que ha sido aprovechado por los ciudadanos como punto de reunión de diferentes expresiones culturales a través de eventos que se realizan cada fin de semana. “La primera piedra fue colocada a la cinco de la tarde del día 15 de octubre de 1909, por el General Porfirio Díaz, quien había llegado a esta población para tener una entrevista con el entonces presidente de los Estados Unidos, Mr. William H. Taft.” El Bazar del Monu es conocido por ofrecer, todos los domingos, artículos de diferente índole que tienen algún significado histórico, desde libros, discos, pinturas, artesanías, etc. La historia de Ciudad Juárez ha sobrevivido a pesar de los malos tiempos, nos da identidad y nos recuerda cómo es que surgió todo lo que conocemos hoy en día. Al caminar por las calles del centro o entrar en un bar siempre encontraremos personas dispuestas a contarnos la historia de aquellos lugares. A pesar del paso de los años (y de los incidentes que han ocurrido en su interior), el mercado Cuauhtémoc, ubicado en el cruce de las calles Vicente Guerrero y Mariscal, sigue en funcionamiento ofreciendo a sus clientes una variedad de productos herbolarios, artesanales, ropa, discos pirata, etc. Muchos de los que vivimos en esta frontera hemos comprado algún platillo en los puestos de comida. Gracias a estos espacios es posible conservar la memoria de tiempos lejanos en los que se establecieron los cimientos de la ciudad.
Daniel Malaquías
En las vértebras de tus roquedales
José Urbano Escobar (1889-1958) fue un escritor nacido en Ciudad Juárez, que estudió en la primer década del siglo XX en el colegio de Palmore y en el Instituto Científico y Literario, ambos en Chihuahua. Cuando estalló la Revolución participó del lado de Orozco. Décadas después impartió clases de educación física en varias escuelas del país, hasta que llegó su última hora debido a una embolia. Entre 1936 y el año siguiente, redactó un par de novelas: El evangelio de Judas de Keryoth y Vereda del norte, ambas inéditas hasta que el Municipio de Juárez apoyó el proyecto editorial de Adriana Candia, quien las editó y realizó la introducción de los dos textos en un solo volumen, el segundo de la Colección Precursores. En esta entrada, solo me voy a enfocar en Vereda del norte, dividida en 20 capítulos que tratan sobre la situación y circunstancias de San Francisco del Oro a principio del siglo XX. Un narrador omnisciente se encarga de describir espacios y desarrollar la trama a través del protagonista Ricardo García, quien, en plena pubertad, se encuentra en una encrucijada por encontrar su identidad, ya sea en lo más oscuro de una mina, o en los más cálidos bosques, siempre acompañado de su curiosidad y un naciente amigo. La búsqueda de la identidad sexual de los jóvenes se ve interrumpida por el movimiento armado que arriba al pueblo a través de la prensa.
Ciudad Juárez aparece en Vereda del norte como símbolo de esperanza y de oportunidades, pero también de realidad y de tristeza. Hacia el final de la novela, Ricardo ha perdido mucho, desde su padre que se unió a la lucha con más agallas que pericia, hasta su entrañable amigo, Teófilo Domínguez. El pueblo minero ha quedado desolado, por lo que la menguada familia de Ricardo tiene que viajar a Chihuahua, para luego seguir la travesía por tren hacia la frontera, en búsqueda de una mejor situación. En la antesala de su llegada, aparece un retrato de “Arenales estériles. Médanos fulvos. Sedientos. Sinuosidades azules de montañas lejanas”, imágenes que contrastan con el ambiente serrano del inicio, así como la situación del protagonista en su pueblo natal. Los espacios en esta novela tienen fines utilitarios establecidos a favor de la trama. Chihuahua y Ciudad Juárez representan la vida urbana en tiempos álgidos, un transcurrir donde la justicia se malinterpreta con los ajusticiamientos.
La frontera que existe actualmente entre Ciudad Juárez y el Paso es utilizada como filtro para miles y miles de personas que van de un país a otro, de manera legal, con varios propósitos (trabajo, diversión o compras); todos los juarenses transfronterizos tienen presente que hay que volver, que la casa no se abandona si no hay necesidad. Gracias a Vereda del norte vemos a la misma ciudad desde la perspectiva de un joven rodeado por diferentes crisis –tanto la social como la existencial–, entendiendo así su mentalidad, como también el carácter político. Mediante su narrativa, Escobar nos presenta una situación en la que su protagonista abandonará el terruño, junto con su familia, una vez que la armonía se ha quebrado. El lazo que parece más fuerte en la novela, el que tiene con Teófilo, también se rompe de forma abrupta y dramática cerca de la Misión de Guadalupe. Espero haber despertado la curiosidad acerca de estos personajes y sobre la variedad de historias que tuvieron que abordar el tranvía y cruzar los arenales antes de adentrarse a Juárez, para detenerse en el cauce del Río Bravo. Tal pareciera que conforme se seca el río, resurgen historias del pasado, como si la esencia de cada ficción marcada en cada gota desvanecida nunca se perdiera, todo gracias a la literatura de hombres capaces de poner en perspectiva nuestra ciudad, escenario propicio para todo tipo de revolucionarios, incluyendo jóvenes listos para encontrarse a sí mismos justo en la frontera.
Oscar Daniel Hernández Acosta
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Bosquejo de Juárez, antes de ser ciudad
La escritora Maude Mason Austin, nacida en 1862 en Tennessee, vivió y murió en la vecina ciudad de El Paso. Su novela ‘Cension: A Sketch of Paso del Norte fue compuesta hacia 1895, año en que apareció por entregas en la revista Harper’s Weekly. De inmediato, unos meses después, el sello editorial Harper & Brothers la publicó en un solo volumen. Se trata de una joya de la literatura juarense, de esas que guarda celosa nuestra historia literaria, así como Las aventuras de don Chipote o Cuando los pericos mamen, pieza seminal de las letras chicanas, compuesta por Daniel Venegas en 1928, o Vereda del norte, novela de la Revolución de temática homosexual, escrita por José U. Escobar en 1937. No obstante, ‘Cension las antecede por varias décadas y se debe al genio de una mujer decimonónica que vio en esta frontera el germen para su creación, es decir, la primera novela regional de Ciudad Juárez.
Los sucesos que ocurren en ‘Cension (con todo y apóstrofe por ser la contracción del nombre de la protagonista) retratan la vida campirana del antiguo Paso del Norte, y cómo la relación de vecindad en la región funciona desde entonces, mostrando que ambas ciudades dependen una de otra en varios sentidos, principalmente el económico. Los personajes de la novela son campesinos que tienen presente y celebran su herencia mexicana; sin embargo, el contacto y roce entre ambas culturas también se evidencia a través de un retrato de costumbres, tan común en la novela del siglo XIX, en donde “el otro” adquiere tintes pintorescos. No es de extrañar que toda palabra o frase en castellano sea resaltada en cursivas, todo un tesoro del léxico norteño.
La novelista nos presenta la vida de ‘Cension (seguramente Ascensión en español), una joven que junto con su familia vive en las inmediaciones de Paso del Norte. Si bien la trama resulta predecible en cuanto a la solución moralista de la relación amorosa entre la inocente y el canalla de Eduardo Lerma, el bosquejo del trajín regional está bien logrado y merece ser leído. También hay que destacar que el grueso de las acciones ocurre en el lado mexicano. La historia se desarrolla en el marco de las festividades de un aniversario más de la Independencia nacional. En ese septiembre de 1888, la villa se iba a convertir en ciudad, por lo que se develó el busto de Benito Juárez, que fue instalado en la Plaza de Armas, frente a la Misión de Guadalupe. Actualmente, la escultura de bronce, quizá procedente de Italia, se encuentra en el salón de actos de la Escuela Primaria Lic. Benito Juárez (calle Profra. María Martínez y Oro). La develación del busto de Benito Juárez se debió a la iniciativa de Lauro Carillo, gobernador de Chihuahua, quien sugirió el cambio de nombre de la villa, como un tributo al prócer en relación con la importancia que tuvo en el país. La entrada del ferrocarril detonó el furor citadino y echó por tierra “el nombre de un lugar que ya tenía trescientos años de vida”.
El ambiente festivo sirve de inflexión para el clímax de la trama, ya que propicia encuentros, aglomeraciones y el enredo que se develará gracias a la intervención de Pablo, hermano de ‘Cension. Antes de dicha anagnórisis, hay un pasaje que sirvió de pretexto para detenernos en la Plaza de Toros Alberto Balderas (así nombrada en 1957 tras la muerte y en homenaje al torero capitalino). El ruedo junto a la Misión de Guadalupe, justo en donde ahora se ubica el Mercado Cuauhtémoc, se veía rebasado en cuanto a su capacidad en graderías, por lo que, en una época de transformaciones como la retratada en la novela, se trasladó al predio en la actual calle Francisco Villa (o Ferrocarril), esquina con Abraham González. El Colectivo Juaritos Literario se pronuncia en contra de la práctica taurina; la reconocemos como una tradición que debería, de una vez por todas, quedarse en el pasado. Cuando nos encontramos con una ilustración de ‘Cension en plena fiesta brava supimos que era el momento para hablar de las corridas de toros, anzuelo turístico para el entretenimiento, que aderezaban toda celebración civil o religiosa en el Paso del Norte.
Al centro del ruedo el matador atraviesa el órgano vital de la bestia. La gente estalla en júbilo. De forma paralela (y un tanto extraña), Eduardo Lerma desprecia e incluso finge no ver a ‘Cension, quien también se siente acribillada, por lo que decide retirarse malherida de la plaza. Maude Mason Austin bosqueja una villa que, desde antes de ser ciudad, deslumbraba a los foráneos y se aprovechaba de los cándidos. El Paso del Norte luce como un lugar lleno de vida, bailes, juegos de azar (en su mayoría ilegales) y espectáculos, una población que disfruta de la diversidad cultural, impulsada por un incesante y lucrativo tráfico de capitales.
Urani Montiel
Postdata: Existe una traducción y edición anotada, hecha por Josué Ortiz Luna, con la que obtuvo el grado de maestro en Cultura e Investigación Literaria, en la UACJ en 2012.
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El último oasis
Uno de los incentivos de Juaritos Literario consiste en la remembranza de sitios que han visto crecer a nuestra ciudad; lugares cargados de una gran historia que conservan alguna huella, desde el mismo nombre, que da cuenta de los andares de Juárez y, en muchos casos, de toda la nación. La nostalgia entra aquí en juego, pues representa la respuesta común a cualquier tipo de cambio. Aunque comúnmente se relacione este sentimiento con un aspecto negativo, no siempre es así. La misma terminología del concepto indica que se refiere a un “dolor o anhelo” (algos) por “regresar a casa” (nostos) o, en general, al pasado. El hecho de experimentar nostalgia, entonces, no siempre resulta doloroso, también puede ser agradable y conmovedor, ya que a partir de recordar y reflexionar sobre lo que teníamos antes, se abre la posibilidad de encontrar la confianza y la manera para enfrentarnos a lo que hay ahora o lo que se avecina, así como aumentar la autoestima y el arraigo social. Por ello, nos es apremiante rememorar aquellas vivencias significantes que compartimos con otros como sociedad. En nuestro caso, dichas experiencias se basan en espacios determinados y textos que los retratan y llenan de vitalidad.
En 1847 –un año antes de la firma del tratado Guadalupe-Hidalgo– se publicó en Inglaterra Aventuras en México de George F. Ruxton. Cien años después apareció la primera traducción, quizá porque la idea del connacional no quedaba muy bien parada, y así se justificaba lo que sucedería unos meses después de su escritura: “Si los mexicanos poseen una sola virtud, y espero que así lo sea, deben tenerla guardada en algún secreto rincón de su “sarape” […] Espero que, por su propio bien sacará rápidamente de su escondrijo solitario la luz de esta virtud disimulada, si no, dentro de muy poco tiempo será absorbido por la potente flama que el anglosajón parecer estar dispuesto a esparcir sobre el oscuro México”. Aunque duela, la visión extranjera sobre nuestro país y quienes lo habitamos resulta necesaria para comprender la posición en la que ahora nos encontramos. Por ejemplo, textos como el de Ruxton exhiben un país lleno de carencias, insensatez e inestabilidad política; de esta forma, la pérdida de casi la mitad del territorio nacional aquel febrero de 1848 parecería el resultado más obvio y positivo para todos –tal como lo caviló el general Santa Anna.
Otro punto interesante en el que se detiene el viajero inglés es el territorio norteño, pues su descripción forma parte de la estampa que hasta el momento impregna el imaginario universal; aquel que siempre nos ha calificado como bárbaros. Ruxton afirma que “la ciudad de Durango puede ser considerada como la última Tule de la zona civilizada de México. Más allá, hacia el norte y el noroeste, continúan las enormes y despobladas planicies de Chihuahua […] En los oasis que se encuentran allí se reúnen las tribus salvajes que continuamente descienden a las haciendas cercanas, hurtando caballos y mulas y asesinando bárbaramente a los campesinos desarmados”. Ahora bien, pese a la imagen negativa, resalta la idea de los oasis. Cuando Ruxton llega a la villa de El Paso del Norte, luego de repasar la historia de su fundación –aunque con algunos datos erróneos–, describe a la zona como un valle de gran riqueza, “rodeado de huertos y viñas bien cultivados y jardines que descansan sobre el río”. Es decir, a pesar de la idea que recrea sobre el norte, rescata y se admira del paisaje de lo que ahora constituye el centro histórico de Ciudad Juárez. Un espacio que ha cambiado drásticamente, pues al día de hoy –al menos para las nuevas generaciones– pensar en huertos, viñas, un caudaloso río o la sierra de Juárez, resulta casi imposible ante la sequedad y aridez que pervive a nuestro alrededor.
La descripción de Ruxton se efectúa desde la plaza ubicada frente a las instalaciones del antiguo presidio (el cual albergó al poder político desde 1685 hasta 1983) y queda enmarcada por una anécdota donde el airado escritor sale bien librado solo al mostrar sus documentos de identidad. Casi dos décadas después de la visita de este peculiar personaje a la frontera, el lugar que lo recibió fue también el punto de llegada del Benemérito de las Américas y el gabinete del Estado mexicano. Desde entonces, y en honor a quienes acompañaron al presidente en su lucha contra el imperio francés, el cabildo ordenó nombrar a este sitio Plaza del Batallón de los Supremos Poderes (antes conocida como Plaza del Fundador). Por razones desconocidas, pasó siglo y medio para que el nombre se oficializara. El alcalde Enrique Serrano Escobar develó en septiembre de 2014 una placa, a espaldas de la Misión de Guadalupe, para conmemorar la orden de Benito Juárez de izar la bandera cada lunes como muestra de patriotismo. Sin duda, aquel paisaje que mostró el autor extranjero funcionó también como oasis para otros personajes y episodios imprescindibles de la historia nacional. Por ello, conocer el cambio de la imagen del lugar que ahora habitamos, aunque recreada desde una visión extranjera y pretérita, forma parte de esa larga configuración por la que ha pasado Ciudad Juárez y que nos define actualmente.
Amalia Rodríguez
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¿Qué desató la furia de los Mansos?
Dentro del imaginario novohispano, el septentrión prometía grandes riquezas. La leyenda medieval de las siete ciudades se mezcló con la tradición oral prehispánica y los expedicionarios se dirigieron hacia esa región del virreinato en busca de las míticas ciudades de Cíbola y Quivira, abundantes en minas y ricas en oro y turquesas. Lejos de localizar tales maravillas, quienes se aventuraron hacia el norte, soldados, inversionistas y frailes franciscanos (cuya misión consistía en la evangelización de los naturales), hallaron un territorio árido, un río bravo y se encontraron de frente con los grupos que habitaban la región: zumanos, apaches, piros, janos, mansos, entre otros. En La furia de los Mansos, obra ganadora del Premio Nacional de Dramaturgia Víctor Hugo Rascón Banda del 2007 y publicada al siguiente año por el Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León, el juarense Edeberto “Pilo” Galindo recrea, a partir de documentos históricos, el encuentro, la convivencia, la problemática de la evangelización y la rebelión de los indios mansos en contra de los españoles en la región del Paso del Norte.
La pieza se encuentra estructurada en un acto dividido en trece escenas, las cuales están distribuidas en dos periodos: antes y después de la construcción de la Misión de Nuestra Señora de Guadalupe de los Mansos. En ella, el dramaturgo realiza una reelaboración histórica de lo que sucedió en la región tomando momentos y acontecimientos específicos. Las primeras siete escenas abordan algunos pasajes sobre la desafortunada expedición de Alvar Núñez Cabeza de Vaca, antesala de múltiples entradas al norte desde 1535 y de la toma posesión de la provincia de Nuevo México a finales del siglo XVI.
A partir de la escena VIII y hasta el final de la obra, la acción tiene como escenario de fondo la Misión (desde su fundación en 1659). En este segundo periodo, Pilo Galindo sitúa el conflicto del texto dramático y expone con crudeza la violencia con la que los indios mansos fueron sometidos por soldados y frailes, para trabajar o ser convertidos. La Misión de Nuestra Señora de Guadalupe de los Mansos lleva este nombre porque fueron los miembros de esa etnia quienes la construyeron. En la obra, mientras los indios acarrean material para la construcción, un solado le pega a un niño. Los militares son sumamente crueles con los mansos; golpean a infantes y adultos por igual: con varas en la cara, latigazos en la espalda y puntapiés por no acatar alguna orden e incluso llegan a matarlos a golpes por robar un par de mazorcas. Aunque la acción más atroz que se propone para la escena son las “perradas”, en las que mastines persiguen, aterrorizan y matan a los indios solo para divertir al ejército. La muerte de un pequeño que es destrozado por los animales será parte del detonante de la rebelión por venir.
Aunque algunos frailes no ven con buenos ojos el maltrato infringido por los soldados, también tratan a los mansos como servidumbre. Siempre y cuando se convirtieran, los frailes les ofrecen alimento y trabajo; mientras que aquellos que resisten la conversión son perseguidos y calificados de malos, salvajes, paganos y traidores. El proceso de evangelización que recrea Galindo es bastante cruel. En la escena XII, “La conversión de los mansos”, la acotación indica que en el escenario “un número bastante regular de indos mansos están colgados. Han sido pasados por la horca. Sus cuerpos se mecen pesados. Otra cantidad de mansos observan atónicos el dantesco espectáculo. Dos cabezas arrancadas de sus cuerpos se observan en picotas a la vista de todos”. Mientras que un fraile, sobre el templete de la orca, dice “¡Este es el juicio del mundo, el castigo de Dios para todos los infieles y para todos los hostiles que se niegan a abrazar y venerar la santa cruz! ¡Para todos los paganos y rebeldes que prefieren seguir la idolatría a Satanás!” (84).
A pesar de la situación, muchos indios resistieron la conversión. Galindo le otorga gran fuerza a un personaje, Chiquito, un indio manso que “apenas aparece en las crónicas de aquellos años y [de quien] existen pocos datos”, pero quien, se dice, organizó la primera rebelión del norte contra la evangelización. Chiquito reniega de Dios, pero desea la paz y seguir cantando a Himama-pao, la luna. Sorpresivamente, los frailes aceptan. Más adelante, cuando una madre quiere recoger el cuerpo de su hijo que está entre los colgados y no la dejan, Chiquito se aparece, reclama y enfrenta a los frailes: “Dios tuyo malo… Dios tuyo no quiere manso… Dios tuyo mata manso… Manso mata Dios…”. También reclama la promesa de paz que los frailes habían hecho, evidenciando su falsedad e incongruencia. Chiquito no quiere besar la cruz porque los frailes han abusado demasiados de ellos: “Manso acá… manso allá… manso trai esto … manso ve … manso viene … manso levanta … manso deja … manso no come… y manso siempre hace y siempre deja… y levanta y lleva … manso siempre caso, siempre mico, siempre bueno … siempre manso” (88). El reclamo se extiende: “¡Y tú siempre pega manso … mata hija … hermano … mujer, mata niño!” (89), porque no es cierto que el dios de los frailes, ni los frailes mismos los quieran, porque los mansos están cansados de tanta servidumbre, de tanto abuso. En ese momento, “Los frailes se asustan e intentan replegarse en dirección de la Misión de Guadalupe… Chiquito extrae de su ropa un cuchillo de hoja grande de pedernal”. Chiquito degüella a uno de los frailes y tomando la cruz de palo, injuria: “Dios no quiere manso… manso no quiere Dios. Dios mata manso… (rompe con su pie la cruz de palo) manso mata Dios…!”. Esta violencia representa la furia de los mansos, nombre que, como apunta el autor, se volvería una contradicción.
En la obra de Galindo, la Misión de Nuestra Señora de Guadalupe de los Mansos es un lugar en proceso de construcción, levantado en un tiempo que nos parece lejano. Un espacio cargado de violencia, símbolo de muchas conquistas. La Historia nos cuenta que la Misión se asentó en uno de los pasos estratégicos para los españoles del siglo XVII y creció hasta convertirse en una de las más importantes de toda la región. Se fundó en 1659; la construcción de la capilla finalizó en 1668. Es el templo más antiguo que existe en el norte de México y es la “piedra angular de lo que hoy es Ciudad Juárez”. Anexa al templo, se construyó la Catedral, consagrada hasta 1941.
La furia de los mansos, como toda obra dramática, fue escrita para ser representada. Sin embargo presenta un reto para cualquier director que quiera montarla. Me encantaría ver cómo se resuelven algunas cuestiones técnicas, de escenografía y representación. Por ejemplo, marcar las diferentes épocas, el número tan alto de personajes que intervienen, las cabelleras escalpadas, animales devorados, carros de carga y caravanas, perros que destrozan a un pequeño, los cuerpos de los ahorcados, la construcción de la Misión. En suma, es una obra maravillosa, que sorprende por la agilidad con la que las escenas se suceden y van creando un panorama histórico en la mente del espectador; además de que explora un tema poco llevado al teatro que es la problemática de la evangelización en la zona norte de nuestro país.
Almendra Ochoa
- Publicado en Catedral, Fundación, Misión de Guadalupe
Ciudad menor
Blas García Flores es gestor cultural y escritor “born and raised” en Ciudad Juárez; su participación en la antología preparada por Antonio Moreno no es incidental, pues la urbe fronteriza sirve de escenario y personaje recurrente en su obra literaria, como en Carta del apóstol san Blas a los parralenses (2010), cuentario que incluye una versión del texto que aquí me ocupa. Supongo que su producción que no ha pasado por la imprenta se comparte y tallerea en el Colectivo Zurdo Mendieta. En la crónica ficcional “La ciudad chicle y sus héroes menores”, el paseante y trota-calle construye en una caminata por el centro, un Juárez que en los 80’s aún no estaba bajo el estigma de la violencia, y si lo estaba, el niño que toma la mano de su madre mientras van “por la calle Hidalgo, hacia la escuela Jesús Urueta” lo ignora o no le importa. Justamente esa es la premisa de la compilación: dar cuenta de el “avistamiento determinado por referentes y referencias personales o inmediatos… en el que muchos lectores verán la celebración de un Juárez en flagrante contradicción con la Nota Roja”.
Para hablar de la ciudad, el narrador-personaje primero dibuja a la gente que la habita, que puebla las zonas más sombrías, y a quienes (al no ser funcionales para el sistema) son minimizados en una urbe que tiene su propio itinerario y donde lo que el autor llama “héroes menores” no tiene cabida. Estas figuras no se acercan a Agamenón de Troya, ni a James Bond en Londres o Batman en Ciudad Gótica, y pareciera que esta desdeñada y empequeñecida ciudad está condenada al héroe del abandono, al de “la fuerza mínima”, al amputado, al ignorado y al que se “mea encima como chico” (así, igual a lo que ya decía Fito Páez en “Al lado del camino”).
El primer héroe, Duraflex, es el centinela que vigila los bancos del centro, las materias primas, la esquina entre Mariscal y Morelos y la Plaza de Armas y que, “mientras observaba el piso buscando como halcón, repasaba mentalmente las melodías del programa del día” y así prepara su espectáculo. Pareciera que el infante es el único testigo de la batalla que libra este héroe menor y que tiene como némesis al Cine Reforma pues, como dice el personaje “nunca le dejan entrar”. Este recinto, frontera para el Duraflex, ha mutado en los recuerdos de los niños como el que narra la misma crónica. En Juárez, quienes iban a la escuela en el centro reconstruyen el espacio de los cines Reforma, Premier, Coliseo y Alameda, ahora convertidos en escombros y de los que se dice con nostalgia, eran un lugar donde se veían dos películas el mismo día por el precio de una (matiné), donde el sabor de las palomitas se mezclaba con el de los chocolates derretidos por el calor, y las películas tenían un intermedio para que los proyeccionistas pudieran cambiar los rollos. Otras veces, el recuerdo es un chiste, pues en el mismo lugar que por las tardes era para familias, en las noches proyectaba películas queer y pornografía para adultos.
El segundo héroe menor, Guanayudita, es el Caronte que vigila la calle Guerrero (el nombre es pura coincidencia) y que por una módica cantidad (en dólares, obviamente) permitía a los “gringochos” de El Paso y Las Cruces pasear frente a la iglesia donde tenía permiso de la máxima autoridad moral, es decir el Sacristán, para mendigar. Acostumbrado a beber caguamas y bailar con las mujeres en cantinas, Guanayudita también se convierte en todos los hombres del centro que, como él, pagan de 5 a 10 pesos por un baile con las ficheras, que seleccionan en las rockolas canciones de Juan Gabriel y que se orinan o desmayan en las calles del centro por la fatiga, el calor y la cerveza. La Misión de Guadalupe, la Plaza de Armas y la Catedral no podrían ser retratadas por otro que no recordara a la imagen de Diego Rivera. Situado bajo los arcos de la Plaza de Armas, el pintor reflejaba los únicos lugares que estaban en paz en una ciudad llena de ruido y estruendo, donde la avenencia le es dada solo a los fieles y quienes compran las pinturas de quien no usa sus manos para trabajar. El Pintor es el héroe extinto pues ya no hay nadie para pintar estos lugares, tampoco hay quien se detenga y los observe.
La tesis que presenta Blas García es que cualquiera puede tener rostro de héroe y formar una resistencia hacia la urbanización que devora a quien no puede detenerse a observar el detalle en el paisaje. Estos hombres comunes y corrientes se quedan cortos y no alcanzan a ser los héroes anunciados pues no logran sobrevivir a Juárez y tampoco son capaces de salvar nada, ni siquiera a ellos mismos. Aun con la “benevolencia de niño” que se presume, los vicios y manchas de la sociedad penetraron la figura de estos personajes que fracasan en el intento que tenemos todos de rescatar lo positivo (o lo menos malo). Aun así, saltan varias preguntas: ¿Dónde está el antihéroe? ¿Qué es lo que Duraflex, Guanayudita y el Pintor rescatan entre la basura de las ligas, los dólares y las acuarelas? ¿Qué héroes mayores los retratan y a qué carencia ciudadana responden?
Fernanda Avendaño
- Publicado en Cantina, Centro, Ciudad, La Mariscal, Misión de Guadalupe, Plaza de Armas, Vida cotidiana
Caminero del destino
Durante casi tres siglos el origen de nuestra ciudad permaneció envuelto en un halo legendario. Uno de los primeros en ahondar, desde una perspectiva histórica, sobre el tema fue Monseñor Carlos F. Enríquez. Los frutos de su investigación se encuentran en Historia de la Misión de Nuestra Señora de Guadalupe: su templo y sus cambios (1984). El texto comienza con un poema dedicado al fundador del antiguo Paso del Norte: fray García de San Francisco, en donde resalta su importancia para la evangelización y, desde su perspectiva, la salvación de los habitantes de estas tierras salvajes. Las siguientes líneas se enfocan en la imagen de este personaje a partir de las palabras de otro hombre de fe.
Hacia el siglo XVII la conquista misional comienza en el septentrión novohispano; los indígenas emergen dentro de una nueva sociedad: la novohispana, regida por la Iglesia. Fray García de San Francisco vislumbró el Kairós (el momento oportuno) para profundizar en el encuentro espiritual con este sector humano que reclamaba el reconocimiento de sus derechos individuales y colectivos; querían ser tomados en cuenta en la catolicidad con su propia cosmovisión, sus valores y su identidad particular. La condición de neófito superaba a la de bárbaro o idólatra. El franciscano reconoció en ellos innumerables riquezas culturales, grandes valores y convicciones; los cuales, desde la perspectiva de la fe, eran y son fruto de las semillas del Verbo; es decir, estaban ya presentes y obraban desde antes en esos pueblos nativos; por ello, “tu palabra se quebraba / en el viento / y vaciaba las sombras / de las dormidas almas / que en fondo de las dunas / ansiosas te esperaban”.
Fray García fue un evangelizador incansable y con gran celo apostólico. El servicio pastoral a la vida plena de los grupos indígenas exigía anunciar la palabra de Dios denunciando las situaciones del pecado, las estructuras de muerte, la violencia y las injusticias internas y externas. Jesucristo es la plenitud de la revelación para todos los pueblos y el centro fundamental de referencia para discernir los valores y las deficiencias de todas las culturas. Por ello, el mayor tesoro que el misionero pudo ofrecer fue que los indígenas llegaran al encuentro de la fe cristiana: “despertar las sombras / dormidas en las almas / de aquellos hombres de barro tierno”. Es importante, entonces, reconocer su testimonio de vida, su trabajo evangelizador y la creatividad pastoral que lo llevó a fundar la única misión de estas tierras lejanas que ha perdurado en pie hasta la fecha; aquella que “como flor del monte / nació en tu fantasía / una iglesia esbelta / fermento de masa nueva […] donde las voces / nunca se apagaran”.
María, su patrona, fue quien le enseñó a caminar sin cansarse –como lo hizo ella al visitar a su prima Santa Isabel– hasta lo inhóspito de estas tierras duras y desérticas, y así realizar su trabajo de siervo y marchar sin detenerse más allá de cualquier paisaje plagado de inconvenientes. Por ello, en su honor dedicó el recinto que concretizó todos sus esfuerzos a Nuestra Señora de Guadalupe.
Sandra Isais Casas
- Publicado en Desierto, Fundación, Misión de Guadalupe
Topografía de la emoción
En un extraño ejercicio narrativo, a medio camino entre la estampa y la cartografía imaginaria, José Vasconcelos (1882-1959) traza “El mapa estético de América” (1933), relato singular en donde la geografía, el clima y las expresiones artísticas se mezclan para dar lugar a una topografía de la emoción: no Canadá, sino la pintura que puede desprenderse del flujo helado de sus ríos; no Estados Unidos, más bien el far west de Whitman, la arquitectura potencial de la aridez californiana (landscape arquitect); no México, mejor las danzas y ritmos ancestrales de la costa y el Istmo de Tehuantepec. Dentro de este curioso atlas, Vasconcelos también se detiene un momento en la línea fronteriza. Aquí, en estos “desiertos habitados” en los que “el pensamiento y la emoción todavía no se expresan”, puntualiza, pero “es de esperarse que el día que se produzca la cristalización nos vendrá de por allá un deslumbramiento”. ¿A qué se refieren estas sentencias que rayan en lo mesiánico?, ¿acaso son el equivalente diplomático de “La cultura termina donde comienza la carne asada”? O, por el contrario, ¿se trata de una apreciación auténtica, fruto de su educación familiar y los innumerables viajes que, sin duda, lo pusieron en contacto directo con la realidad del norte?
Ciertas respuestas pueden encontrarse en Ulises criollo, esa otra “topografía de la emoción” que, a partir de los vaivenes del recuerdo y una prosa fecunda de sensaciones e imágenes, da cuenta de dos tipos de historia, dos corrientes que en ocasiones se confunden: la vivencial, con las evocaciones de la infancia y adolescencia —las batallas de niños yanquis y mexicanos—, los amores clandestinos —María, la ardorosa de juventud; Adriana, el reemplazo de matrimonio—, las preferencias literarias —¿cuántos, al igual que el ex secretario de Educación, han odiado a Stendhal, Flaubert, Proust y Mallarmé, y renegado de los consejos de Alfonso Reyes?—; y la cronológica, mediante la remembranza de acontecimientos políticos —especialmente, la caída del porfirismo y el inicio de la Revolución— y la descripción de pueblos y ciudades —por ejemplo, Piedras Negras, Sásabe, Tlaxiaco, Campeche, Durango, Ciudad Juárez o Tacubaya, del lado mexicano; Eagle Pass, Washington, Nueva Orleans, Arizona, El Paso, Texas, del norteamericano..
Considerada como una especie de “autobiografía novelada”, Ulises criollo es el primer volumen de la tetralogía Memorias, la cual se compone de La tormenta (1936), El desastre (1938) y El proconsulado (1939). Escrita dos años después de que perdiera en las elecciones presidenciales de 1929 (¿Cárdenas amañó los votos?), mientras residía en España, fue publicada en forma de libro en 1935 por la editorial Botas, a cargo de Andrés Botas, residente de Austin, Texas. Éxito de ventas inmediato —Pitol le da el título de best-seller— y de clara influencia en autores de la época o posteriores —Octavio Paz, por ejemplo—, el texto está dividido en 111 pequeños capítulos, cada uno encabezado según el motivo que vaya a conducir la narración. En cuanto al título general de la obra, llama la atención el cambio que sufrió: de Odiseo en Aztlán, nombre que ostentó cuando se publicaba por entregas en la revista Bohemia, de Cuba, al moderno Ulises criollo, giro semántico que, aunque conserva la alusión al viaje, también incorpora un discurso estamentario e ideológico: ¿indicio, quizá, de su concepción poco afortunada hacia los grupos indígenas, a quienes suele tachar de “el elemento salvaje de su población”, o su polémica dirección de Timón, revista de orientación pronazi? Como quiera que sea —dejemos estas elucubraciones a los especialistas, colectivos y demás gremios sofisticados—, y amén de su extraordinaria riqueza en distintos planos, aquí solo me interesa destacar la manera en que Vasconcelos concibe a la frontera desde finales del siglo XIX hasta las primeras décadas del XX y, muy particularmente, el papel que le asigna a Ciudad Juárez y su relación con El Paso, Texas.
Aunque Vasconcelos suele establecer una distinción entre la ruralidad del lado mexicano (“La cocina fronteriza era muy primitiva”, “nuestras pobres antiguas tabernas del territorio mexicano”, “la libertad, la sonrisa, que eran la regla en el lado anglosajón, y la miseria, el recelo, el gesto policiaco que siguen siendo regla del lado mexicano”) y el urbanismo del norteamericano (“era un vértigo de construcciones, comercio, tráfico”, “la metrópoli del desierto, llamaban a El Paso las guías turísticas”, “calles asfaltadas, tranvías eléctricos, hoteles de viajeros, espaciosos y flamantes”), hay pasajes en donde se borran las diferencias sociales, como en “Siglo nuevo”, en el que la Misión de Ciudad Juárez es el foco que une “a los dos Pasos del Norte, el antiguo y el yanqui”. Asimismo, en “Hacia la independencia”, Vasconcelos describe que el “lujo de las cervecerías” de El Paso, próximas a imponerse en toda la franja, constituían ya el divertimento de “los ricachos de Juárez y aun los empleados”. Por otra parte, celebra, durante el Plan de San Luis, la autonomía y fuerza de trabajo de los mexicanos que entonces residían en Texas, pues “gracias a las libertades yanquis, se regían por sí solos y prosperaban”. Finalmente, me detengo en “Biblioteca del Congreso” y “Los arreglos de Ciudad Juárez”, capítulos en los que esta ciudad toma protagonismo por su importancia decisiva en los “rumbos de la Revolución”. Así, Vasconcelos, quien a la postre fue delegado maderista en Washington y recibía información del corresponsal Hopkins, escribe que “en Juárez ocurrían sucesos que rápidamente transformaban la historia patria. Una vieja dictadura caía…”. En contra de bandoleros como Orozco y Villa, insatisfechos con la conmiseración de Madero hacia los prisioneros de guerra, relata que la ciudad, escenario de los pactos, tuvo repercusión en el mundo.
A pesar de que la visión que Vasconcelos tiene sobre la realidad fronteriza pareciera muchas veces negativa, por sus prejuicios de clase, también contiene detalles que reivindican, e incluso enaltecen, ciertos aspectos de la región, esparcidos a lo largo de todo Ulises criollo, desde lo gastronómico hasta el flujo demográfico y comercial. En este sentido, casi un siglo después, todavía cabe preguntarse, ¿hemos deslumbrado lo suficiente?
Jesús Gamboa
- Publicado en El Paso, Frontera, Misión de Guadalupe
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