La realidad oculta bromas
Micromentario
[1] Sorpresa al final del túnelEn el 2010, Blas García Flores publicó Carta del Apóstol San Blas a los parralenses (Ficticia, ICHICULT). Es un cuentario producto de su experiencia talleril. El título es engañoso, juguetón: en realidad no hay cartas, son cuentos juarenses y Blas todavía no es nuestro primer santo. David Ojeda (el gurú de ciertos locales) elogió a Blas por su “alta capacidad para activar desenlaces contundentes”. Y sí, Blas es bueno en materia de sorpresas (que en la microficción es la gratificación instantánea, el gozo del twist antes del punto final. Un vistazo sumario a algunos de sus breves cuentos:
[2] Yo soy otrx“Ramona Jiménez”. Un personaje que no recuerda nada de la noche anterior (cf. The Hungover) cree haber “cogido con una puta”, que huyó robándole ropa y carro. Encuentra solo trapos dispersos por el piso y una credencial: “Ramona Jiménez”. Su amnesia se prolonga un par de párrafos, pero al mirase al espejo descubre la verdad: “Me puse de pie y descubrí con horror mi verdad: figura delgada, cabello corto, senos pequeños, pezones grandes, sexo rasurado, caderas anchas, nalgas celulíticas. Ramona Jiménez, dije con suave timbre. Soy una puta. Otra vez comencé a llorar”. En la calle, Ramona recupera el recuerdo de sus gustos sexuales (“recordé cómo me gustaban los rancheros gordos que fumaban”) y reafirma su identidad (inestable) y su destino: la amnesia es un efecto de sus vicios: mañana (sin duda) repetirá ese memento patético de apego a la vida.
[3] Con final triste“Fuego en el Km 27” es un microrrelato que cito completo y sin comentarios: “La relación entre Denisse y Fernando era excelente: más de dieciocho años juntos; infieles discretos, expertos en los desayunos sabatinos; amantes del box. Como todas las parejas, habían tenido sus problemas, nada que el sexo anal no pudiera resolver. Ahora regresaban de su casa de campo, contentos, perfectos. No dejaban de acariciarse, de mirarse profundamente, perdiéndose en los ojos del otro. Por eso chocaron”.
[4] Onán perseguido“Crápula”. Un adolescente (encerrado en un colegio de monjas) tiene un grave problema: es un masturbador compulsivo. Pero la monja superiora lo vigila (también: compulsivamente). Un día, por accidente, el joven descubre que puede hacer desaparecer las pruebas del delito: aprende a beberse lo que apenas desecha y así, al final de este cuento, es un joven normal y feliz. (Con un poco de ingenio todo tiene solución, diría la moraleja si la hubiera).

“Parque Borunda” consta de varios microrrelatos, uno de ellos es el testimonio de Fermín Rebolledo, que en lugar de hablar sobre la muerte del presidente municipal José Borunda (asesinado de un bombazo), decide narrar (¿a la policía?) otra cosa: su experiencia erótica con Juanito. Dice Rebolledo: Borunda “me descubrió en la oficina cuando le estaba despachando mi chorizo a Juanito, el jotito de la empresa. Ya les traía ganas a esas nalguitas. Nos quedamos después de la jornada y hasta se vistió de mujer para mí, se veía espectacular mi Juana”. No estamos ante una narrativa homoerótica, sino ante su parodia; la premisa es machista: la sexualidad gay es ridiculizable.
[6] El neocostumbrista eres túAl igual que muchos autxres juarenses de los últimos 20 años, Blas García escribe sobre varios personajes marginales locales. Mencionaré solo a tres: (1) El músico Hombre Liga, que tocaba un imaginario tololoche usando ligas. Se instalaba frente el cine Coliseo y tocaba su imaginaria canción: “Los latigazos en el labio eran fuertes; las heridas se terminaban de abrir. Usaba saliva y solo saliva como remedio. Cantaba con dientes rojos” y “no se iba hasta que todas las ligas que traía eran usadas. Se alejaba en voz baja decía: nací el 18 de marzo. Nunca me dejan entrar a este cine. Exprópiese”. (2) El entrañable Guanayudita. Era un hombre que pedía dinero diciendo “one-ayudita, plis”. (3) El Pintor Sin Brazos, que todos los días, por muchos años, se sentaba en la plaza a hacer sus dibujos en acuarela: “sus pinceles limpísimos; el caballete viejo pero resistente; overol de mezclilla, camiseta blanca, escapulario de la Virgen del Carmen y guaripa de palma”. Personajes entrañables para el juarense de los años 80 o 90.

Blas repite algunas estrategias narrativas en su libro: (a) la fragmentación: en “Ramona Jiménez” es la fractura de la memoria; en el relato del arcángel Miguel, la mutilación del dragón (cada cabeza que cae es un microcuento); y en “Parque Borunda” (el texto más largo) la fragmentación es doble: el bombazo hace imposible la recuperación de los cuerpos mutilados, y a nivel estructural, el cuento mismo es una pedacería de voces narrativas. Otra estrategia: (b) la trama fársica, que incluye el humor sicalíptico y el humor satírico: los personajes “con sabor local” se convierten en parodias de lo pintoresco urbano. Y por último (c): a través de la sorpresa final, Blas acostumbra al lector a un cierto horizonte de expectativas. El riesgo: un fracaso inmediato si la sorpresa no cumple con ellas. Esas tres estrategias, sin embargo, relegan el neocostumbrismo de Blas a segundo término. §
José Manuel García-García
- Publicado en Ciudad, Parque Borunda, Vida cotidiana
Juárez dinamita: entre historia y fantasía
La historia del antiguo Paso del Norte ha estado envuelta en un halo legendario, misterioso y, en ocasiones, muy cercano a lo fantástico. No podía ser de otra forma, pues la lejanía del centro, su carácter fronterizo y transeúnte desde su fundación, la proliferación de cantinas y prostíbulos, los movimientos revolucionarios, la maquiladora y la expansión de la mancha urbana, todo ello con sus consecuentes desbordes de violencia, son parte de las pulsaciones que participaron en la formación de la ciudad. Una memoria que sin duda debe ser contada. Así como lo hicieron, en 1994, un trío de periodistas, Raúl Flores Simental, Efrén Gutiérrez Roa y Óscar Vázquez Reyes al publicar Crónica en el desierto: Ciudad Juárez de 1659 a 1970. Este texto, cuyo objetivo consiste en “ofrecer a todo tipo de lector una panorámica general de la historia de esta ciudad”, se conforma por varias cápsulas informativas en las que los autores muestran determinados momentos o circunstancias que definieron el rumbo y la esencia de lo que hoy es Juárez. Uno de ellos fue la muerte del presidente José Borunda.
El Parque Borunda (del que ya he hablado en otra entrada) se inauguró en febrero de 1941 en honor al alcalde asesinado tres años antes. Un suceso que cimbró a toda la ciudad, por lo que Flores Simental y su equipo le dedican un par de páginas entre sus crónicas. La explosión en la antigua Presidencia, ocurrida el 1º de abril de 1938, aparece en el capítulo titulado “Años violentos”, donde se contextualizan los grandes cambios y tensiones que sufrió México durante los años 30, así como las consecuencias que trajeron a esta frontera la depresión estadounidense junto con su Ley Seca. Eran tiempos de gran pasión política y disputas por el poder; la expropiación petrolera acababa de suceder (marzo de 1938), y en Juárez este ambiente se reflejó en graves problemas económicos, sociales y políticos que cerraron la década con el homicidio de dos figuras públicas. El 12 de marzo de 1938, el senador Ángel Posada fue asesinado en un hotel por el exgobernador Rodrigo M. Quevedo. Días después, el Presidente Municipal José Borunda murió debido al estallido de una bomba que le fue enviada por correo desde Chihuahua, aparentemente, por la misma familia Quevedo.
Ahora bien, la disposición textual del libro me resulta algo complicada, aunque cumple su función de ofrecer cápsulas informativas. Hay un par de columnas principales donde se narra la información general, y en ellas se insertan cuadros (a manera de notas periodísticas pero que rompen drásticamente la lectura principal) que abarcan sucesos específicos. Por ejemplo, en “La bomba en el paquete” nos enteramos, a través de los recuerdos del entonces secretario presidencial Humberto Robles, de todo lo sucedido durante los momentos previos y posteriores a la explosión: la llegada del conserje Domingo Barraza con el bulto, la posición en la que quedó el alcalde, sus últimas palabras, etc. Más abajo, en otro apartado, se describen las actividades luctuosas, pues al imponente funeral asistió “prácticamente toda la población de Juárez”.
Sin duda, la pluma del cronista resulta fundamental para forjar la identidad de una comunidad. Todos conocemos el Parque Borunda, pero pocos somos conscientes de la línea de sucesos que subyace detrás de él y de su nombre, y que por momentos pareciera sacada de una película del viejo oeste donde hay que lidiar con “Barras y balas” o enfrentarse a “La ciudad más perversa” –otros títulos de Crónica en el desierto –. Solo a través de textos como el de estos autores podemos llenar, poco a poco, ciertos vacíos de nuestra memoria colectiva (aunque a veces resulten bastante violentos), y ver “que a pesar de lo árido del paisaje –o justamente por eso– Ciudad Juárez tiene una historia cercana a la fantasía”.
Amalia Rodríguez
- Publicado en Muerte, Parque Borunda, Presidencia Municipal
Cielo color durazno
¿Cuándo fue la última vez que recorrí las calles de mi vecindario o colonia simplemente para escuchar mis pensamientos? Durante mis primeros días en Ciudad Juárez las referencias sobre el viejo centro no fueron muy agradables, así que cuando comencé a leer el cuento “Paisaje en verano” la sensación fue de confidencia hacia Cecilia, la protagonista, pues me emocionaba seguir de cerca sus sentimientos y cavilaciones al caminar por esta área de la urbe. Rosario Sanmiguel es autora del libro de ensayos – aún inédito– De la historia a la ficción, la novela Árboles o apuntes de viaje (2007) y el cuentario Callejón Sucre y otros relatos (1994), en donde encontramos una relación de historias que permiten vislumbrar aspectos de la vida en la frontera. En el 2008 se publicó una edición en inglés de este último a cargo de John Pluecker, con el título Under the bridge: stories from the border. En el caso que aquí me ocupa –del que ya se ha escrito anteriormente–, la escritora narra la historia de una estudiante de secundaria con ideales, preocupaciones y una personalidad específicas: “su actitud hacia las autoridades de la escuela cambió. Si no eran capaces de escuchar no merecían respeto”. Bajo esta nueva forma de ser, un buen día Cecilia decidió salirse de la escuela para recorrer una de las zonas que probablemente todo juarense conoce, mientras imaginaba sus propios relatos que iba desarrollando conforme avanzaba por las calles citadinas.
Una de las calles que más me gusta es la 16 de Septiembre, incluso un día se me ocurrió preguntar si era tan antigua como yo pensaba, pues las fachadas de algunos de sus edificios me llamaban mucho la atención. Y sí. Esta avenida en algún momento se llamó calle del Comercio, hasta que Benito Juárez propuso que se cambiara su nombre por el que ahora lleva. Aquí encontramos la Secundaria Federal No. 1, “esa construcción ocrácea sitiada por la espesa fronda de álamos añosos” que funciona como el espacio narrativo principal de “Paisaje en verano”, pues funciona como el punto de enlace hacia otros sitios fundamentales como la zona céntrica. Sin duda, la lectura de este cuento provoca las ganas de recorrer de nuevo ese trayecto que seguramente todo juarense ha recorrido, pero esta vez consientes de la imaginación que se puede desprender de él al transitar por calles que son indispensables para conectar a la ciudad, como la avenida Insurgentes y la 5 de Mayo; el relato de Sanmiguel y las historias de Cecilia dan prueba de ello.
Otro de los lugares que construyen el espacio narrativo es el Parque Borunda, inaugurado el 28 de febrero de 1941; ese lugar lleno de familias los domingos, donde se aprecian las nubes del cielo que se pintan de color durazno cuando comienza el atardecer, mientras los niños hacen línea para subirse a los juegos y los adultos esperan que les despachen un elote o un hot-dog. Rosario Sanmiguel tomó este sitio y sus calles aledañas para entregar un cuento que transmite ese anhelo de salir a pasear durante la hora dorada de la tarde para sentir la vida en la ciudad y ver cómo “El sol incendiaba el follaje de los árboles, quemaba los techos de las casas a la orilla del camino”.
Sabina Victoria Díaz Salvador
- Publicado en 16 de Septiembre, Centro, Parque Borunda, Vida cotidiana
La silueta en el Parque Borunda
Hay a mi parecer tres facetas creativas de la crítica en la literatura. La primera será la académica y, por tanto, la que menos impacto tiene puesto que quienes la leen son sus mismos miembros. Luego viene el comentario o ensayo de opinión con mayor alcance, pero circundado por el prejuicio, el compadrazgo y la mentira de los mismos reseñistas o “críticos” que, en general, cumplen con el propósito de vender el libro. Al final tenemos la crítica desde la ficción, a mi gusto la más efectiva. Como lector, uno deposita su confianza en la verdad de las palabras. Cuando un libro parodia, ironiza o desestabiliza un discurso literario imperante pone a prueba al mismo lenguaje. De esta manera uno puede darse cuenta si determinada manifestación artística sigue funcionando o no. Esta tarea que parece descomunal y compleja es la que se propone, de manera genial, Garabato (2014), la última y más ambiciosa novela de Willivaldo Delgadillo.
Garabato no solo es la reconstrucción espacial, histórica y social de Ciudad Juárez, sino un retrato sobre su cultura, sobre las peripecias de su literatura y sobre el mismo discurso que la rodea. Esto lo encuentro en su estructura narrativa. La novela se divide en dos partes: las peripecias de Basilio Muñoz en un congreso de literatura celebrado en Berlín donde sobresale la ausencia del novelista juarense más reconocido, Billy Garabato. Sus tres novelas son la efigie de cierta escritura practicada con menos audacia en Ciudad Juárez. No me desengaño del todo y pienso que el autor juega con las discusiones tan efímeras, pero en boga, sobre la cuestión de la literatura del norte y más humildemente la juarense. El mismo nombre de Billy Garabato representa esta unión de dos puntos de vista. Por un lado, existe una escritura más hermética, simbólica si se quiere, ajena al contexto espacial de esta localidad en donde el más claro ejemplo es el mismo Willivaldo Delgadillo en sus novelas anteriores (Garabato será precisamente su primer retrato literario de Juárez). Por otro lado, despunta una producción más vinculada a la literatura del narcotráfico, que sufre este estigma de ser “menos literaria”, que carece de reflexión sobre sí misma, pero que está repleta de acción y otras virtudes más “perezosas”, artísticamente hablando (cuestión de gustos). Del último ejemplo, nuestra frontera puede ofrecer varios ejemplos desafortunados que me ahorro enumerar. Sin embargo, es por ello que el nombre del célebre novelista, Billy, los funde y el narrador se permite parodiar sus discursos. Nace así el “garabato”, fisión entre literatura y periodismo. Hay quien puede ver en el caos de un trazado irregular una suerte de belleza.
Y sobre periodistas trata el primer ejercicio novelístico de Billy Garabato. “De alba roja” narra las desventuras de Pep, quien trabaja como fotógrafo para El diario de la frontera. Luego de una llamada que lo dirige hacia un cadáver en las afueras de Juárez, Pep toma una serie de fotografías que serán el spotlight del día siguiente: Muerte en las dunas. Después vendrá la mala suerte, ya que la policía señala que el cadáver ha “desaparecido”. Esto último traerá como consecuencia una segunda desaparición: la del propio protagonista, que sale de vacaciones (forzadas) y se encuentra a su regreso con la noticia de su desvanecimiento. No cuento más. Lo que pretende explorar Garabato en esta primera propuesta no es el elemento violento, sino una denuncia a ciertas prácticas del periodismo no solo local: el reportero se juega, además de la vida, su identidad. Asimismo, señala esta deshumanización en el quehacer periodístico, su falta de ética. Entonces, “De alba roja” describe a un hombre que contempla su propia desaparición: los medios mismos se encargan de “desaparecerlo”.
La ciudad no le perdona a Pep su partida. Los conflictos involuntarios y azarosos lo llevarán a buscar un proceso de “abandono” de sí, pero también de deserción de “los territorios invisibles”. El inicio del capítulo 11 de la primera novela corta incluida en Garabato destaca por su melancolía, puesto que para desprenderse de sí, de su historia, del tiempo y espacio que lo contienen y lo han “desaparecido”, Pep debe trascender su pasado por medio de los recuerdos de la infancia. En su condición de fantasma, la ciudad le abruma con sus murmullos: “Anduvo por las aceras del centro escuchando las voces de las personas. Algunos se dirigían a él para ofrecerle algún servicio o vendimia. Los taxistas murmuraban los nombres de prostíbulos y casas de masaje”. Aquí las cosas han perdido ya su nombre. Tienen ese hálito de espectro, de anonimato, de soledad: “Escuchó la música que salía de tugurios, las risas de las mujeres que pasaban a su lado y las invitaciones de las pupilas a la puerta de los hoteles de mala muerte”. Entonces Pep sigue caminando. Y recuerda. Recuerda una caja que guarda su vida, sus primeros pasos, su día de bautismo, una tarde en el circo, la primera comunión, esa figura infantil en el Parque Borunda que sostiene un algodón de azúcar. Toda su infancia contenida en un libro amarillento. Todos los que fue él y ya no es. Salir de esta cárcel de papel amarillo y viejo es lo que busca Pep para encontrar una trascendencia esperanzadora que ya no será narrada.

Crédito de fotografía: José Luis González
Antonio Rubio
- Publicado en Centro, Ciudad, Narcotráfico, Parque Borunda
Borunda: parque, historia y leyenda
Reflexionar sobre la identidad juarense implica hablar de lugares que todo miembro de la comunidad reconoce; el Parque Borunda es uno de ellos, pues con más de 70 años de antigüedad continúa albergando cientos de sonrisas a diario. Se inauguró en febrero de 1941 en honor al alcalde José Borunda Escorza, asesinado tres años antes. Y esta es la historia que Blas García Flores nos relata en el cuento “Parque Borunda”, el cual forma parte de Carta del Apóstol San Blas a los parralenses (2010). Aquí, el autor hace un recuento de todo lo sucedido la mañana de la explosión tomando como protagonista no al efímero Presidente Municipal (solo duró tres meses en el gobierno) sino a la otra víctima de este atentado, una, dirían ahora, colateral: el conserje y mensajero de la presidencia, Domingo Barraza.
La narración se divide en tres secciones. La primera describe el paso a paso de la mañana de Barraza hasta el momento en que estalló la bomba en el despacho del alcalde aquel 1º de abril de 1938. De aquí destaco la aparición de su hija, Claudia Delfina, pues existe la leyenda –o al menos así lo cuenta Don Chendo en sus recorridos dominicales por la vieja presidencia– de que esta niña murió de tristeza tiempo después y aún toca la puerta del Centro Municipal de las Artes buscando a su padre, sin soltar la muñeca que este le había regalado por su cumpleaños. Debo confesar que tras leer las líneas iniciales del relato me emocionó pensar que por fin había encontrado esta historia en un registro textual… sin embargo, todo quedo ahí. La segunda parte es una descripción de las dificultades que tuvo el funerario al reconstruir los cuerpos de Borunda y Barraza: “Perches comentaba a sus amigos que Domingo Barraza tenía el funeral que seguramente no merecía, pero que le había tocado”, por aquello de las confusiones al armar de nuevo, pedazo por pedazo, a ambos individuos. Por último, se incluye la declaración de varias personas que vivieron de cerca el atentando y conocían de alguna manera a las víctimas.
Un aspecto interesante del cuento radica en que el autor va introduciendo, a través de la cotidianidad matutina del conserje y de los relatos de estos últimos personajes, datos específicos e históricos que contextualizan el ambiente –incluso político y nacional– en que se dio este terrible suceso (justo dos semanas antes Lázaro Cárdenas había declarado la expropiación petrolera). Sin embargo, a pesar de todo tipo de suposición política, el asesinato del presidente José Borunda –quien pertenecía al Bloque Izquierdista del Norte, que luego formó parte del Partido de la Revolución Mexicana– jamás se resolvió, o si se hizo nunca se compartió la información. Lo único que nos queda, y con esto termina el relato del García, “es un parque que lleva su nombre donde venden hot dogs y los mejores elotes de la ciudad.” Como se ve, el título del texto resulta un tanto engañoso, pues toda la acción ocurre en el centro de la ciudad y al espacio que aquí nos ocupa en realidad solo le dedica las últimas tres líneas; no obstante, eso que nos quedó representa uno de los lugares más importantes que como juarenses podemos presumir.
Ahora bien, la verdad es que ya desde la administración de Borunda se estaba trabajando en la emancipación de algunos terrenos para construir un centro recreativo. Su sucesor Octavio Escobar se encargó de completar la tarea y en marzo de 1939 se indemnizó a los propietarios para la edificación del campo deportivo “José Borunda E.” (que inicio con una alberca olímpica) en honor al fallecido personaje y en reconocimiento por haber iniciado la obra. Fue el joven Teófilo Borunda quien lo inauguró oficialmente el 28 de febrero de 1941. Poco a poco los espacios aledaños se fueron construyendo: la Secundara Federal no. 1 se instaló, por ejemplo, en 1947, la Biblioteca Tolentino, la Estación de bomberos no. 2, el Auditorio Benito Juárez, el Jardín de Niños Agustín Melgar y los Burritos Tony, un par de años después. Sin duda, al igual que el Parque Central y el Chamizal, este centro de convivio y recreación constituye uno de los pulmones por los que respira Ciudad Juárez.
Amalia Rodríguez
- Publicado en Centro, Parque, Parque Borunda, Presidencia Municipal