La protagonista, la ciudad y sus amigas
De la narradora Helia Hatfield, conocemos poco e ignoramos el resto. No estamos seguros de su filiación laboral actual y si siga escribiendo. Hace unos meses, en una de nuestras rutas literarias (ver video más abajo), Amalia le dedicó una parada completa, justo en el kiosco de la Plaza de Armas, sitio que sirve de fondo al texto “Ana y su intento de memorizarse un poema de Salvador Díaz Mirón: «Ojos que nunca me veis»”, donde la intertextualidad y la caminata por el centro juegan un papel neural. Pensamos que quizá podríamos ponernos en contacto con la escritora, o hacerle saber que sus libros nos han puesto en movimiento. En la obra que ofrecemos a continuación, publicada hace casi 10 años, se lee lo siguiente: “nació en Chilpancingo, Guerrero. Es doctora en Filosofía con especialización en Literatura y Cultura latinoamericana. Obtuvo una maestría en Literatura latinoamericana en la Universidad Estatal de Nuevo México y dos licenciaturas: una en Español y otra en Comunicación en Medios Visuales en la Universidad de Texas en El Paso. Ha publicado en la Revista Mexicana de Literatura Contemporánea, y en el 2010 publicó La representación del ejército mexicano en literatura y cine, en Rosario, Argentina. Actualmente imparte clases en la Universidad Estatal de Nuevo México”.
Por los caminos del norte no está compuesto en su totalidad por “relatos”, en la acepción más tradicional del término “cuento”. El libro se divide en cuatro secciones: “La puerta del Norte” (la que me parece la mejor), “La frontera visible” (de mucha menor extensión), “Frontera invisible” y “La puerta Sur”. En total, suman más de 50 textos fragmentarios que, a manera de rompecabezas, van dando forma a un mosaico de múltiples historias de personajes femeninos que viajan, llegan, parten, se establecen, trabajan en la maquila, viven y –en funestas ocasiones– mueren en su intento por cruzar distintas fronteras. Todas ellas comparten la voluntad y el deseo de cambio y trascendencia. La exploración de los distintos perfiles femeninos vuelve a este cuentario/anecdotario/compilación (como gusten llamarlo) un ejemplar único en la literatura regional, en este caso juarense. El imaginario popular, respaldado en diversas plataformas que difunden la identidad citadina, suele ensalzar a un prototipo de ser que es fronterizo/a de manera inherente. Este ente juarense de cepa desdeña sus orígenes, quizá por desconocerlos, y no titubea al señalar al elemento foráneo o extranjero como el causante de cualquier malestar. El muestrario de Helia Hatfield sirve de contrapeso.
La presencia de Ana, la protagonista del texto de Hatfield, es parpadeante a lo largo de la composición. Va y viene sin aviso o intención aparente. Resulta interesante seguirle la pista, reconstruir su viaje e historia, para encontrarla, al final del libro, bien plantada en el espacio público, junto a otras, codo a codo con sus amigas: “Después de que me dejé poseer por ciudades del sur y del norte, descubrí que las mujeres nos multiplicábamos. Sí, vivíamos en las alegres tardes de las plazas públicas y comercios, sonreíamos en las fiestas y en los salones de las escuelas. Somos las semillas que rompen los pavimentos para poder florecer […] En el Norte, Ciudad Juárez se vistió de blanco, las chicas salieron a las calles con pancartas que decían: «Di no a la violencia», «Alto al feminicidio», «Respeto a las mujeres». Las mujeres desaparecidas como la fotografía se revelaron en pancartas, La calle las alberga, hay cientos de fotografías que te ven e insisten en decirte que están esperando justicia. Son ojos de mujer que ven y palpan el corazón de otras. Son guerreras que seguirán luchando por sobrevivir en tu memoria. Durante la marcha, los chicos guardaron silencio; en ese momento eran sólo espectadores”.
Urani Montiel
- Publicado en Centro, Feminicidios, Frontera, Plaza de Armas, Vida cotidiana
Proyecciones y Victoria
Los años han hecho del Cine Victoria la representación más genuina de una lejana época de oro. Las actuales generaciones añoramos los espacios que hace más de medio siglo divirtieron a nuestros padres. Es difícil imaginar el complejo a su máxima capacidad: 1,700 cinéfilos acomodados en tres columnas, de 15 hileras cada una, que se extendían desde las entradas hasta la pantalla panorámica. Su rehabilitación lleva años en pausa; el proyecto tenía previsto convertirlo en la filial de la Cineteca Nacional. Sin embargo, a pesar de su estado, las instalaciones no se encuentran en el abandono total; la fachada ha recuperado su color y el interior ha sido limpiado, por lo que varios grupos han realizado diversas actividades culturales dentro del edificio. El año pasado, por ejemplo, en el marco del Festival Nellie Campobello, se llevó a cabo un espectáculo de danza contemporánea. También formó parte de Luminarias, nuestra última ruta en Juaritos Literario.
El espacio no sólo cobra vida con las esporádicas visitas, también regresa en el tiempo por medio de las narraciones que lo vuelven parte del paisaje urbano. La juarense Emma Vázquez Ríos, por ejemplo, lo rememora en su “Crónica de un tiempo vivo”, antologada en Ciudad de cierto (2004). El texto es producto de la tercera edición del Taller Literario del INBA de Ciudad Juárez. Se trata de un proyecto de formación de creadores de amplia tradición, comenzó en la década de los 80, y reconocimiento; así lo expresa el editor de la antología, José Manuel García-García. En “Crónica de un tiempo vivo”, Emma apela a la memoria cuando, casi treinta años después de andar a diario por la avenida 16 de septiembre, camina en compañía de su hija. Los antiguos negocios que sobrevivieron al paso del tiempo, como “el café donde van los viejitos”, la transportan al Juárez de la década de los 70.
El texto tiene su punto de partida en un recuerdo de la infancia: la escuela en que estudiaba cuando tenía 12 años. La cronista narra el recorrido que hacía al lado de su padre. Salía de su casa, en la colonia Niños Héroes, y bajaba por la 16 hasta la Cerrada del Teatro. El cuadro era siempre el mismo tanto de ida como de regreso: propagandas pegadas en los negocios que anunciaban los próximos espectáculos de artistas como María Victoria o Irma Serrano. Además de los negocios, como el Café Central, Tortas Nico y Zapaterías Tres Hermanos, su atención era atraída por uno de los principales espacios de entretenimiento de la época: el cine. El primero en cruzarse en su camino era el Alcázar, ubicado entre la 16 de septiembre y Noche Triste, frente a la Plaza de Armas. En aquellos días, las carteleras ofrecían a sus visitantes películas como El Santo contra las momias de Guanajuato, estrenada en 1972. Además, aumentaban su aforo con promociones de matiné: tres o dos películas por el mismo precio. Esto provocaba que las salas se vieran abarrotadas por estudiantes que, como cuenta Emma, “se zorreaba[n] las clases para ver películas”.
A tan sólo una cuadra, en la calle Ugarte, se encontraba el Cine Edén, a la altura de donde hoy está Coppel. Más allá de lo que el espacio representa, la crónica recoge un elemento peculiar que sobrevivió en la memoria de Emma después de tres décadas: el mal olor que el lugar expedía. Esta característica no se limitaba al Cine Edén; era común en la mayoría de las salas de la época por la humedad y el deterioro de los edificios. El recuerdo provoca que la crónica se tambalee entre la nostalgia y el alivio de haber dejado atrás aquella época. Los pestilentes olores que brotaban de las calles, los hombres ebrios dormidos en las banquetas y las mujeres saliendo de los bares hacían de sus recorridos matutinos una pesadilla. Sin embargo, la melancolía se apodera de ella al reflexionar sobre la situación social que marcó a Juárez desde los 90. Antes, señala Emma, no se hablaba de “mujeres jóvenes encontradas muertas, ni de ejecutados”.
El último cine que se encontraba en su camino, antes de la llegada a la escuela, fue uno de los de mayor prestigio del siglo pasado. Se trata del emblemático Cine Victoria. El edificio abrió sus puertas en 1945. En el estreno, se proyectó Las abandonadas, una película mexicana en la que actuaron Dolores del Río y Pedro Armendáriz. Tanto la arquitectura como la calidad del equipo cinematográfico hicieron de esta sala una de las más populares de la época. La pantalla medía 10 metros. Sus proyecciones abarcaron filmes nacionales y extranjeros, como E.T. Hubo una temporada en la que sólo transmitieron cintas infantiles. Finalmente, cerró sus puertas a principios de la década de los 80. Desde hace unos años se ha anunciado constantemente su rescate. Durante la administración de Reyes Ferriz se habló de una inversión para convertirlo en teatro. Después, Serrano Escobar continuó con la idea de su recuperación. El plan continúa en pie. A pesar de que las instalaciones no son del dominio público, las continuas promesas han provocado que habitantes de la ciudad realicen protestas para exigir su rehabilitación. La familia Devlyn, propietaria del lugar, comenzó hace dos años su restauración. A pesar de que ha sido víctima de incendios en más de una ocasión, el interior, aún alberga los doce murales originales que recrean la vida de algunos estados de la República. A la entrada, al costado derecho, uno de los murales hace referencia a la capital del país.
Por la zona, además de los ya mencionados Edén y Alcázar, también se encontraban el Cine Plaza, ubicado sobre la 16 de septiembre, donde ahora encontramos las tiendas departamentales de Milano y Waldo’s. También estaban los cines Reforma, en el lugar en que hoy está el mercado del mismo nombre; el Coliseo, en la ahora Plaza del Periodista; el Dorado, en la avenida Lerdo, con el famoso anuncio de cine para adultos; y el Premier, en donde estaban las instalaciones del Canal 5. Lamentablemente, el trazado urbano y la modernidad acabaron con la época de oro de la cinematografía juarense: las antiguas salas fueron sustituidas por cadenas comerciales alejadas del centro. El cine moderno se expandió con rapidez: apareció en los 70 y en tan sólo dos décadas ya habían más de 50 salas casi idénticas, sin personalidad. Sin embargo, lo nuevo no tardó en ser viejo y las grandes cadenas, como Multicinemas y Cinemark, fueron sustituidas por otras. Hace apenas unos meses, por ejemplo, la oferta cinematográfica volvió al centro con Cinépolis. Por fortuna, el viejo concepto de proyección en una sola sala aún no desaparece: La Cineteca, El Cinito e incluso cineclubs ciudadanos lo mantienen con vida.
Alejandra Gómez
- Publicado en 16 de Septiembre, Cine Victoria, Plaza de Armas, Vida cotidiana
El pachuco que camelló para sus carnales
Pese a la temprana edad en la que se encontraba Alejandro Páez Varela cuando se publicó Tin Tan, la historia de un genio sin lámpara (1990), presenta una tesis en estado germinal que aún sigue trabajando en sus obras de madurez. La idea de un “país-de-en-medio” da cabida al desarrollo del mítico arquetipo del pachuco: la franja fronteriza, punto de encuentro y “cuna de la cultura que no es totalmente mexicana, y mucho menos norteamericana”. De tal suerte que la visión descentralizadora, característica del trabajo del autor, se cristaliza como un hilo que amalgama sus publicaciones. Este hecho es comprobable en su última novela, Oriundo Laredo (2016), donde se plasma una visión multicultural que constituye esa zona intermedia y que busca explicitar la vastedad de grupos raciales/sociales que coexisten en un mismo espacio.
Según me parece, lo notable en la historia de un genio sin lámpara, además del esfuerzo que supone esbozar la imagen paradigmática de un personaje fronterizo a través de anécdotas, es el retrato de una Ciudad Juárez de época, donde los espacios se fusionan con la memoria, creando una imagen con tintes melancólicos: “todavía se recuerda las alas de las palomas aplaudiéndole a la Banda Municipal, cuando tocaba en el kiosco frente a la Catedral. Las palomas volaban del suelo a las dos torres y de las dos torres al techo del desaparecido kiosco”. La obra se compone de ocho capítulos y uno último que dedica a la urbe y a su gente. El trabajo documental homenajea a “un auténtico valor hecho en Ciudad Juárez; un arquitecto de grandezas”, como se lee en el prólogo.
“La intención no es biográfica”, advierte Páez Varela. Una observación que nos permite reconocer la auto-conciencia sobre las limitantes de su escrito, al tiempo que se aleja de la deseable objetividad en un texto con nociones biográficas, ya que atiborra el libro de constantes (y algunos verdaderamente innecesarios) enaltecimientos que dejan la sensación de estar leyendo al presidente del club de fans de Tin Tan. Por otra parte, la edición del libro por el H. Ayuntamiento del Municipio de Juárez deja qué desear, sobre todo, cuando se tiene que desandar lo andado porque los signos de puntuación alteran involuntariamente el sentido de las oraciones. Sin embargo, pasando por alto la verborrea y la incómoda distribución de los párrafos (que en realidad corresponden a una oración cada punto y aparte), el acercamiento a la vida del comediante gira en torno a lo sustancial de su figura: su trabajo y el legado que aun figura, no solo dentro del medio artístico, sino del ambiente fronterizo en la vecindad México-Estados Unidos. Hacia el noveno capítulo, la mirada se concentra enteramente en el espacio y quienes lo habitan; el eje central se localiza en monumentos y personajes, revelando la innegable realidad que, latente, conforma la identidad citadina. El armado de algunos pasajes tilda en lo poético sin llegar a lo exacerbado y es que, a fin de cuentas, la propuesta radica en algo más allá de los alcances de una semblanza: “Se intenta tocar, sentir y entender en un respiro, un corazón que palpitó 58 años ininterrumpidos de acción, de alegría, de hartas cosas”.
Un acierto innegable en la estructura del libro es su construcción a partir de anécdotas, rasgo que convierte la lectura en una conversación familiar gracias a la misma fluidez narrativa que ahora se puede leer en sus novelas. A la par que se retrata la personalidad del Pachuco de oro, funciona también como una memoria que reconstruye la infraestructura juarense de 1930-40 y da cuenta de lugares que ya no existen. Un ejemplo de ellos es el restaurante “La gota de leche” que se encontraba en la calle Vicente Guerrero. La anécdota que se refiere en el texto sitúa a Tin Tan como quien invita a comer a sus amigos, independientemente si tiene o no para pagar la comida, de ahí que, en alguna ocasión, se encontró con un niño de la calle y lo invitó a dicho local. Al finalizar los alimentos, Germán Valdés pretextó que el dinero estaba en el carro y debía ir por él; sin embargo, se retiró del lugar sin pagar.
La leyenda de este pintoresco personaje no solo se nutrió por su contribución a la época de oro del cine mexicano, sino también por la extrañeza que generaba, misma que fue atrayendo las miradas hacia la estrafalaria figura del pachuco. Para mantener fidelidad a los testimonios que recoge, Páez Varela conserva los registros lingüísticos fronterizos tal cual, por ello, palabras como parquear o guachar solidifican la idea de una personalidad labrada a la orilla del Río Bravo. Para dejar abierta la posibilidad de lectura a cualquier persona, el libro incluye un “pequeño diccionario” de la lengua fronteriza. El conjunto de estos elementos hace de Tin tan, la historia de un genio sin lámpara un texto que ayuda a entender la particularidad del icónico Germán Genaro Cipriano Gómez Valdés Castillo y, además, la de los pachucos de hoy, seres fronterizos “que no solo eran unos desorientados, sino seres con una particularidad: la de ser ellos”.
Laura Sarahí Robledo
- Publicado en Catedral, Ciudad, Plaza de Armas
El purgatorio del norte
Hugo Salcedo escribió en 1989 El viaje de los cantores. El mismo año ganó el Premio Internacional de Teatro de Tirso de Molina otorgado por el Instituto de Cooperación Iberoamericana. La obra se basa en una tragedia real: el viernes 3 de julio de 1987 el periódico La Jornada publicó la nota “18 mexicanos muertos al intentar pasar a EU”, en donde describía el hallazgo en Sierra Blanca, Texas, de dieciocho cadáveres en un vagón de tren. Los hombres murieron por asfixia, ya que el vagón estaba sellado y la temperatura ambiental rondaba los cuarenta grados centígrados. Sólo se encontró a un sobreviviente. Los migrantes pretendían llegar a Dallas tras atravesar la frontera y abordar el tren en El Paso. El drama inicia con el recuerdo de esta noticia y posteriormente presenta los apartados “Nota para la puesta en escena”, “Escenografía” e “Itinerario del viaje”. El desarrollo de la acción se divide en diez escenas, las cuales, de acuerdo al autor, se pueden representar en orden o al azar.
El argumento se enfoca desde tres visiones: las mujeres que se quedan en Zacatecas, los migrantes fallecidos y quienes no han podido cruzar al otro lado y por tanto se encuentran varados en la frontera, donde se enteran tiempo después de la tragedia ocurrida. Paralelamente a estas perspectivas de las que parte Salcedo para estructurar su obra, resaltan tres espacios principales: el pueblo zacatecano, el vagón del tren y una plaza en Ciudad Juárez. Precisamente de estos últimos dos elementos quiero hablar aquí. Acotaciones como “En un terreno despoblado en Ciudad Juárez” y “En Ciudad Juárez, una esquina con muy poca iluminación” hacen que la urbe se transforme en un lugar oscuro, tenebroso y profético de la desgracia; en un espacio casi indeterminado y general, aunque más que eso, en un lugar mítico.
En la primera escena, Rigo, Martín y Lauro discuten sus experiencias pasadas al tratar de cruzar la frontera y la noticia de dieciocho migrantes muertos en un vagón. Durante la plática Rigo pone en la mesa una idea que será la que configure el espacio de la ciudad en el resto de la pieza: “¿Y si ya estamos tronados? […] Si ya, desde el otro día, al querer pasar la línea nos balacearon, y aquí estamos como pagando las culpas”. Juárez no sólo representa el límite con Estados Unidos sino también con la muerte; se ha convertido en un purgatorio, por ello, en la obra aparece como una especie de Comala en la que los muertos desconocen su condición y siguen empeñados en cruzar el Río Bravo. El cual, por cierto, se empareja al Aqueronte, ya que se describe a manera de un caudal inmundo del que muy seguido salen cadáveres flotando. Siguiendo esta analogía, los migrantes, entonces, son acarreados por el pollero/Caronte hacia su muerte definitiva.
Por otro lado, el tren en Juárez es una figura que lejos de facilitar la comunicación y el transporte, divide. Basta recordar esos días en lo que en plena tarde la enorme bestia de acero se detiene a la entrada del vecino país partiendo el centro de la ciudad en dos partes. Por minutos, que a veces parecen horas, la gente queda atrapada de un lado del tren y pondera si es mejor esperar o arriesgar la vida saltando entre el espacio de los vagones.
En El viaje de los cantores la llegada de la luz del sol provee a la ciudad de algo de realidad. Por ejemplo, es de día cuando unos policías federales interrogan a Jesús y José. En las escenas que representan esto se encuentran mayores referencias espaciales como una plaza, vendimia de fayuca y un vendedor de paletas. Si tuviera que apostar por un lugar específico, iría por la Plaza de Armas; ya que ahí se pueden encontrar a los migrantes recién deportados y a los que apenas emprenden su camino, siempre armados de tres cosas: una mochila, una cachucha y su dios.
Si bien la obra da para mucho más, esta reseña sólo pretende dar cuenta de la construcción de la urbe en la que la realidad, hablando en este caso sobre migración, siempre puede superar a la ficción. No extraña, por tanto, que incluso el Papa Francisco haya orado a la orilla del Río Bravo por aquellos que cruzan a diario esta frontera arriesgando su vida. En la imagen que se muestra a continuación, el padre Javier Calvillo, encargado de la Casa del Migrante, coloca zapatos usados por migrantes en el sitio de la oración.
Claudia Fernández Hernández
- Publicado en Cruce, Frontera, La línea, Migración / llegada, Plaza de Armas, tren
De arenales, desiertos y parques
Verónica Grossi, poeta originaria de Guadalajara y actual profesora de lenguaje, cultura y literatura en la Universidad Greensboro del Norte de Carolina, deja una aportación de imágenes narrativas en la antología Road to Ciudad Juárez. “Paso del norte” es el título de su contribución, la cual puede ser descrita como un conjunto de lugares, colores, cuadros, momentos y personajes que habitan esta ciudad-desierto; y en donde puede apreciarse un desfile de memorias significantes surgidas a través de la visita de la autora a Ciudad Juárez. Así, entre la poesía y la narrativa, Grossi crea una imagen plástica de lo vivido durante lo que parece una corta estancia en la ciudad.
En este relato, la cronista describe una de las zonas emblemáticas de la ciudad: el parque frente a la catedral. Allí, en la Plaza de Armas, existe un gran kiosco habitado por excéntricos personajes, tales como un hombre gordo de sucia barba pidiendo limosna debido a que su hinchada pierna enferma le impide trabajar, una señora embozada contando su triste historia, parejas besándose, niños jugando o escritores declamando sus poemas (la misma Grossi y sus compañeros forman parte de este último grupo). También se habla del desierto y de las conocidas “rodadoras” que lo distinguen, así como de sus colores característicos: café, rojo y amarillo ocre. Por otro lado, Juárez representa para Grossi el hogar de su abuela, a la cual describe sonriente sobre almohadas blancas bordadas; de esta manera, la ciudad toma una significación cálida, amena. Finalmente, aparece el puente, imagen acompañada por adolescentes cruzándolo a diario para ir a la escuela y olvidar las flaquezas de su ciudad.
La autora se detiene en la Plaza de Armas, un sitio que ha significado varias cosas a lo largo de mi vida. De niña simbolizaba una zona de peligro, pues el “robachicos” siempre acechaba por ahí; como adolescente era el lugar idóneo para escabullirme cuando me iba de pinta con amigos de secundaria; ahora representa, de alguna manera, todo lo anterior, pero además un espacio para la cultura. Me identifico con la imagen dibujada por la autora al describir los personajes que habitan esta zona y la diversidad de propósitos a los que ha servido por tantos años la plaza: pedimentos de limosnas, organización y promoción de eventos religiosos, culturales y artísticos, interacción social, instalación de comercios, por mencionar solo algunos. Ciertamente es un lugar clave en la ciudad, el cual, al parecer, nunca cambia. Incluso los personajes que lo habitan parecen siempre los mismos: el evangelista predicando de salvación, el mendigo de barba larga pidiendo limosna en la banca junto a la fuente de “Tin tan”, las señoras caminando apresuradas para tomar “la ruta”, el vendedor de juguetes “chinos” traídos de El Paso, los niños corriendo y algún escritor regalando folletos de poesía.
Esmeralda Vaquera
- Publicado en Ciudad, Desierto, Parque, Plaza de Armas, polvo