INICIA SESIÓN CON TU CUENTA

¿HAS PERDIDO TU CONTRASEÑA?

¿HAS PERDIDO TUS DETALLES?

¡UN MOMENTO, YA ME ACUERDO!

Juaritos Literario

  • LOGIN
  • Inicio
  • Proyecto
  • ¿Quiénes somos?
  • Participa
  • Rutas
    • Aquí a la vuelta… de página
    • Callejones en proscenios
  • Noticias
  • Producción
    • Taller Boreal
    • Artículos
    • Conferencias
  • Odonimus
  • Inicio
  • Feminicidios
  • Archivo de categoría"Feminicidios"
6 marzo, 2021

Category: Feminicidios

2666 representaciones del dolor

jueves, 03 septiembre 2020 por juaritosliterario

José A. Sánchez es, además de profesor e investigador, autor de libros sobre estética y prácticas artísticas contemporáneas en literatura, cinematográficas y, principalmente, artes escénicas, en donde su trabajo ha tenido mucho mayor impacto, tanto en España como en toda Latinoamérica. Es doctor en Filosofía y catedrático de la Facultad de Bellas Artes de Cuenca (Universidad de Castilla-La Mancha). Entre sus publicaciones se encuentran: Brecht y el expresionismo (1992), Dramaturgias de la imagen (1994), La escena moderna (1999), Cuerpos sobre blanco (2003) y Prácticas de lo real en la escena contemporánea (2007). Fundador y director del Archivo Virtual de Artes Escénicas (AVAE) y miembro de Artea, así como director de Cairon: Revista de Estudios de danza (2007-2011) y codirector del Máster en Práctica Escénica y Cultura Visual (2009-2016) en colaboración con el Museo Reina Sofía.

Su libro Ética y representación –publicado en 2016 en la editorial mexicana Paso de Gato, con el auspicio de, por lo menos, una decena de instituciones educativas y culturales–, tiene su antecedente en ideas que José A. Sánchez venía desarrolló desde comienzos de comienzos de la década pasada, gracias a un año sabático, y que culminó a inicios de 2015. Durante ese periodo, el autor fue acumulando lecturas y experiencias que le servirían (y cambiarían) el contenido de su monografía. El contacto con la compañía peruana Yuyachkani fue determinante. Investigadores, académicos y creadores de teatro son quienes más provecho sacarán de esta investigación, material especializado, que, no obstante, se deja leer también por espectadores de teatro o lectores avezados que encontrarán entre las páginas conceptos y argumentos en torno a 43 distintos temas, mucho más allá del par que ostenta en el título.

En el apartado “Historia de este libro”, el crítico nos ofrece un itinerario sobre la composición sintética y (originalmente) sucinta de una publicación de más de 350 páginas. Algo se atravesó en su escritura: “Imagino que la relectura de Los detectives salvajes y, sobre todo, la lectura de 2666 de Roberto Bolaño desbarató los planes. Concluí la lectura en Hamburgo, sin tener ni idea de que el parque por el que paseaba esos días era el mismo en que el viejo Archimboldi conversó con Alexander fürst Pückler mientras saboreaba un helado, y donde Bolaño abandonó a su personaje en la víspera de que tomara un avión rumba a México. Fue sin duda una de las experiencias de lectura más intensas que he tenido en los últimos años” (338).

En el capítulo titulado “Documento y monumento”, en la sección número 19 de Ética y representación, el autor reflexiona en torno a la utilización del dolor real en la representación literaria; él habla, específicamente, del caso de 2666, novela póstuma de Roberto Bolaño, en la que Ciudad Juárez aparece con el nombre de Santa Teresa. Además, la monumental obra contiene un capítulo de más de 300 páginas construido a partir de informes forenses, en donde se identifica a las víctimas de feminicidio: “La parte de los crímenes”. Algunas de las preguntas con las que abre el capítulo son: “¿Representar el dolor consecuencia del mal no constituye una estetización intolerable, que incluso puede llegar a prolongar el crimen mismo? ¿Por qué no actuar en contra del mal en vez de representarlo o representar el dolor de las víctimas? La representación, al mismo tiempo que combate el silenciamiento de los crímenes, ¿no amplía también su potencia simbólica?”

Sánchez escribe acerca de la cuestión que se planteaba Susan Sontag en Ante el dolor de los demás (2003), donde la escritora estadounidense, de origen judío, pregunta sobre los efectos de la reproducción de fotografías de guerra que daban testimonio del horror y la legitimidad de su utilización. Para Sontag: “hay imágenes del horror que sólo deberían ser vistas por aquellos que pueden hacer algo por aliviar o evitar la repetición del dolor que representan”. José A. Sánchez piensa que la práctica artística construida sobre el dolor de otros debería surgir de la afección y no del interés. En este sentido, “Roberto Bolaño decidió que el feminicidio impune y la culpabilidad del Estado en el que se había formado como escritor reclamaban su trabajo de ficción”. Sánchez le reconoce a Bolaño el dar “centralidad literaria” a los hechos que el Estado mexicano se empeñaba en minimizar, además de hacer un “monumento disidente” que representa no una historia oficial, sino una marcada por el feminicidio impune.

Fotografía de José Luis González

En esta ciudad fronteriza, en la que vivo, las representaciones artísticas a partir del dolor real son una constante. No podría decir, como Sánchez, que alguna de ellas constituye un “monumento disidente”, porque ese ya lo ocupa la Cruz de clavos que hay en la Avenida Juárez, así como también las cruces sobre fondo rosa que sobrepuestas en muchos postes de la ciudad. Habiendo tantas representaciones ficcionales que tienen esa misma “centralidad literaria” que le atribuye Sánchez a 2666, no es estoy seguro si la de Bolaño es (o fue) “un reto a la moral imperante”. Tristeza, rabia e impotencia he sentido al ser lector o espectador en estas representaciones del dolor. El feminicidio impune representado en la literatura, el cine o las artes escénicas es duro de contemplar: ha brincado de la realidad a la ficción; uno recorre las páginas o asiste al cine o al teatro sabiendo que se vas a romper. Sin embargo, me gustaría volver a escribir la proposición de Sontag: “hay imágenes del horror que sólo deberían ser vistas por aquellos que pueden hacer algo por aliviar o evitar la repetición del dolor que representan”.

¿Qué sucedería si alguna de las representaciones ficcionales del feminicidio en Ciudad Juárez fuera vista por las autoridades o dependencias a quienes corresponde su solución? Me las imagino como público o lectores de estas obras. ¿Saldrían ilesos o se sentirían afectados? Y si es así, ¿harán algo por aliviar el dolor de la/os demás?

Gibrán Lucero

narrativasiglo XXI
Leer más
  • Publicado en Feminicidios, Sinembargo
No Comments

Camino a la utopía

martes, 28 julio 2020 por juaritosliterario

No estoy seguro si los hombres tengan mucho más qué decir en la literatura. Pienso que la mayoría siguió los patrones que ciertas figuras de finales de los sesenta pusieron como estándar. En Ciudad Juárez, fue en la década de los ochenta que la voz masculina se impuso como un canon forzado, más con poder que con calidad literaria; ni hablar de la crítica. En cambio, a nivel global han sido las mujeres quienes desde hace un par de décadas marcan los rumbos de la literatura, de la narrativa, de la poesía, del ensayo. No solo la forma, sino el contenido. Esos temas que han quedado durante años rezagados, casi invisibles para el hombre que escribe, se volvieron poco a poco los temas que las mujeres han comenzado a tratar.

Pienso, centrándome en México, en Fernanda Melchor, cronista y narradora veracruzana. En su primera novela, Falsa liebre, toma el horror del trópico (porque, contrario a lo que se cree, el horror es global y no solo un asunto del desierto), para narrarlo sin mucho artificio, más con una cadencia decimonónica que con el muchas veces petulante estilo del siglo XXI. En poesía, recuerdo un largo listado de mujeres que han tomado la forma y el fondo en función de la literatura, para subvertirlo todo y volverse, ellas, la base de la poética mexicana de inicio de siglo. Juana Adcock, con un diálogo entre varios idiomas, encuentra fosas que trazan la anatomía de la violencia en Manca, editado por la FETA en 2013; Yolanda Segura, en O reguero de hormigas, se apropia de un color para desdoblar gradualmente todos los rostros que la sangre puede tener; Iveth Luna, por ejemplo, hizo un trazo diferente para mostrar, con metáforas soterradas, la violencia que se vive siendo mujer: desde lo más íntimo hasta lo global. Sería fácil alargarme con nombres, pero lo que busco en estas líneas es re-entender una parte de la literatura juarense. En el ámbito local, hay mujeres que han venido delineando, de maneras diversas, una poética diferente de la forma común en que se había convertido la poesía. Ya no son los congales, ni las copias a los ya de por sí misóginos manifiestos nalgaístas; percibo ahora en la poesía juarense una mirada mucho más interior a la mujer misma; dos ejemplos de esta nueva poética, ambos con aciertos y errores: Nabil Valles y Karen Cano. Entre el “Tengo veinticuatro años y la edad matinal de los ancianos / que ven amanecer, en las lindes del tiempo, / cada día más temprano” y el “Nací en el 90 / empecé a llorar a las 6 en punto / a los 26 no descubro cómo dejar de hacerlo”, respectivamente.

El horror de la violencia en Juárez se volvió, de cierta forma, en un asunto que los hombres “aprendieron” (así, entre comillas) a manejar en sus textos. No es tanto el deber-ser del poeta, si es que podemos –que se puede– hablar de una ética poética, sino un ansia de no quedarse fuera de la narrativa de los hechos que influían en la sociedad: la violencia puede ser un circo y vender con tanta avidez como se quiera. De esto ya ha escrito Antonio Rubio en su ensayo sobre la antología Desierto en escarlata. Si hablamos de poesía, no son solo un intento, hallaremos los de un gran porcentaje de escritores que buscaron tomar esa bandera para generar versos, que no siempre fueron su mejor producción.

La otra poética que las mujeres han explorado es la del horror, como en “Rento casa” de Arminé Arjona: “Zona Residencial / cochera electrónica / 4 recámaras  3 baños / jacuzzi  alfombrada / amplio patio / donde fácilmente caben / l5 a l8 muertos”. Esta escritora juarense ha sido una de las que, desde una poética del horror, ha generado su propia línea literaria. El escarnio con el que se narra la violencia se vuelve el epicentro de un andar poético y artístico, sumado a una denuncia social. Otras dos mujeres de las que podría hablar en relación con la violencia y el horror en la literatura local son Jazmín Cano y Micaela Solís. La primera se acerca sin tabús a la violencia, tanto como mito fundador como eclosionador de la sociedad y de la propia persona, lo cual se puede ver en Miedo (Sangre Ediciones, 2018).

Micaela Solís, por otro lado, no solo conjuga la denuncia social con la poesía, sino que sus hallazgos con el lenguaje son más que destellos de una lírica pura y luminosa. Creo que localmente no se ha puesto a la altura necesaria a la literatura escrita por mujeres. En cambio, se ha alimentado a la poesía juarense con los mismos clichés que existen desde finales de los ochenta. Micaela Solís escribió Elegía en el desierto: in memoriam en 1997, poemario pensado como un performance, o para enunciarse en voz alta, poesía en crisis, escribe ella misma al inicio del libro. En el 99, salió de imprenta El silencio que la voz de todas quiebra, libro colectivo que me parece toral para comprender el horror de la frontera. Ambas publicaciones toman como eje el feminicidio y el infanticidio, temas que, a pesar de ser esta zona geográfica la de mayor estigma, pareciera casi eliminado de la literatura; en cambio, la misoginia de ciertos versos ya rancios, que no lograron sobrevivir ni una década, son lo que representa a la poética juarense.

07 Elegía..jpg

Lee aquí el poemario

El trabajo de Micaela es una costura invisible. Eduardo Milán, poeta uruguayo, conceptualiza que cierta poesía latinoamericana está marcada por el signo de la utopía, sobre todo en la década de los setenta y ochenta. Milán asegura que en la década anterior al cambio de milenio se perdió ese anhelo, convirtiéndose en la poesía del después: la pos-utopía. Sin embargo, Elegía del desierto no va hacia ella, ni tampoco es poesía del después, sino de un presente horroroso. Poesía que escrita en el 97 (y publicada hasta el 2004 por la UACJ), podría estar hecha diez años después, en el 2007, o justo ayer, y seguiría teniendo esa lamentable frescura. De no ser por la narrativa del horror, sería de festejarse que algunos versos logren tener una presencia viva en cualquier época. La poesía de amor y muerte lo logran, pero a su favor tiene la universalidad del tema. En Elegía no es solo que el feminicidio siga siendo un tema en la frontera; sino que esos descubrimientos de verdadera poesía le dan una vitalidad envidiable con relación a sus coetáneos. Reconozco que dentro del trabajo de Micaela Solís hay una contra-utopía, una suerte de denuncia. La utopía traza el camino, pero la realidad quizá marca el de la poesía.

Ignoro el proceso de creación de esta poesía en crisis. Lo que veo, desde una mirada a la forma, es una repetición de versos: “A su cumbre infernal / alzábanse mis gritos como llamas / y todos los oídos fueron sordos; / les era necesaria la escala de mi sueño / a él / y al otro / y al otro / y al otro / y a todos…, / para cumplir exacto mi designio, / tanto más hondo como frágil la escala de mi cuerpo. / Al peso de la culpa no volverán a ver la luz, / su patria es el abismo”. Como performance, la duplicación genera una serie de fonemas que el espectador comienza a reconocer, incluso sin su significado. Los sonidos se vuelven parte de la atmósfera. Las mismas sílabas generan no solo un ritmo interno, sino que dotan de reconocimiento lo que se dicen. Interpreto la repetición en el poemario como un símil a la violencia. Se repite y se repite y se repite…

Traspasar la realidad al texto no siempre es afortunado. Un feminicidio debería pertenecer al campo de la imaginación y no a una triste realidad que se vuelve verso, y después denuncia y después catarsis. Darle visibilidad a libros como Elegía en el desierto, a sus temas, no solo nos reabre un eterno debate como sociedad, sino que desde el ámbito literario, sobre todo en la frontera, nos plantea una duda, que lleva cierto tiempo dando vueltas. ¿Realmente se le dio la voz y la batuta de la literatura a quien se lo merecía? Necesitamos, y merecemos, repensar la tradición escrita en Ciudad Juárez, para entender los caminos, y, ahora sí, encaminarnos a la utopía, al menos literaria.

César Graciano

Texto publicado originalmente en Sinembargo,mx 

00 sinembargo-logo.jpg

poesíasiglo XXI
Leer más
  • Publicado en Feminicidios, Muerte, Sinembargo
No Comments

Doscientas once ballenas y un desierto

jueves, 23 enero 2020 por juaritosliterario

Desde hace tiempo, resulta casi inevitable que dentro de la literatura en México los temas de la corrupción, la violencia y la crueldad sean monedas de uso corriente, tal como lo apunta la narradora chihuahuense Liliana Pedroza en una entrevista que le realizó Vicente Alfonso. La ganadora del Premio Nacional de Cuento Joven Julio Torri 2009 presenta en varias de sus obras una crítica respecto a estos problemas sociales que continúan brotando en nuestro país. El cuentario Vida en otra parte (2009) reúne textos que poseen como factor común el confundir la realidad con la ficción de tal manera que “se amalgaman, se persiguen, en un juego de espejos en el que hombres y mujeres, sea cual sea su condición, pueden verse reflejados”. En “Samalayuca”, una de las narraciones reunidas, el personaje principal es una joven mujer, Amalia. El breve relato aborda el tema del femicidio, aunque lo hace de manera implícita gracias a su gran habilidad poética.

199 Pedroza-VIda otra parte.png

Lee aquí el cuento

En la entrevista mencionada, Pedroza señaló que uno de los lugares del norte que sigue en la lucha contra las violencias de género es Ciudad Juárez, a la cual calificó como un “laboratorio de la violencia” en donde “las autoridades estatales y municipales no [hacen] nada por mejorar esta situación”. Esta empatía, sin duda, sembró la creación de su cuento. El lugar al que se refiere el título se encuentra a unos kilómetros del sur de Juárez; sin embargo, el espacio que se describe puede corresponder a cualquier sitio de la región. La zona desértica en la que se ambienta la narración, aparece insoportable por el clima en verano, a tal grado que incluso se identifica como el lugar idóneo para la violencia y la crueldad. En un inicio, Amalia describe ciertas alucinaciones que percibe a través de su ventana: doscientas once ballenas azules, tres cangrejos rojos, gaviotas y algunos caballos de mar. La protagonista evoca imágenes de animales marinos, quizá, por su apremiante necesidad de refrescarse; no obstante, todo lo que ve e imagina es, en realidad, un presagio de su desaparición sin explicación alguna. Dejará atrás “su ropa empapada de agua con sal” y unas ballenas azules (policías estatales y municipales), gaviotas (helicópteros) y caballos de mar (unidades militares) buscarán con insistencia a tres cangrejos rojos (culpables).

199 mujer desierto.jpg

Las percepciones de Amalia representan lo que tantas víctimas han deseado: búsqueda de justicia. Resulta lamentable que las autoridades de Ciudad Juárez no sean capaces ni muestren interés para resolver estas situaciones de violencia e impunidad que perjudican, principalmente, a la comunidad femenina. Sobre el tema se ha escrito e investigado mucho, desde el ámbito sociológico, periodístico y literario; los movimientos y grupos feministas trabajan día con día para exigir justicia en los casos de feminicidio y un verdadero cambio social y político que permita la eliminación de todo tipo de violencias de género. No obstante, por desgracia, las noticias continúna alimentándose de asesinatos de mujeres y pesquisas de jóvenes desaparecidas. Los casos más recientes que han cimbrado a nuestra comunidad, el de Dana Lizeth Lozano e Isabel Cabanillas, nos muestran la urgencia por generar una reflexión en torno al tipo de sociedad en la que vivimos, en donde la concientización, la empatía, la fortaleza y la solarización entre mujeres resultan imprescindibles para sobrevivir. Ya que, si bien la situación en esta frontera no ha cambiado para la comunidad femenina, aún pervive una insaciable sed de justicia y un acérrimo anhelo de que, algún día, podremos existir libremente.

199 Desierto cuadro.jpg

Nohemí Damián de Paz

narrativasiglo XXI
Leer más
  • Publicado en calor / luz, Desierto, Feminicidios, Samalayuca
No Comments

Una ciudad que devora

martes, 28 mayo 2019 por juaritosliterario

La prosa de El monstruo mundo se constituye a partir de breves secuencias, cuyo propósito recae en un antiguo dilema metalingüístico: “Las palabras, todas, comprendían una falsa propuesta, un indicio no logrado; su escollo a veces parecía no decir nada.” ¿Nombrar soluciona algo frente al caos que predomina en nuestra realidad? Azucena Hernández se sumerge en esta pregunta a través de una narración fragmentada por “artificiales estados opiáceos” y el devenir citadino de una mujer.  Su historia encarna una errática violencia interna que proviene de la monotonía y el hastío de sobrevivir en un mundo por momentos completamente deshumanizante. De la nouvelle –así se subtitula– publicada en el 2016 bajo el sello editorial Ars Communis, me interesa abordar dos aspectos, los cuales, finalmente, ayudan a resolver la duda planteada: el cuerpo femenino y el espacio habitado.

179 Herández-Monstruo.png

Lee aquí la novela

La protagonista no presume de un nombre. Dentro de la narración, únicamente Bill, dueño de un decadente bar, lo posee. Otro personaje importante es D., pero conocer solo su inicial indica que, por ser una especie de extensión de ella, su identidad se difumina, se va desvaneciendo. En su deambular por la ciudad durante una noche llena de drogas, prostitución y muerte, poco antes de encontrar “el desprecio total en un guiñapo de una mujer”, afirma que “los nombres no son importantes, pudo haber sido cualquiera”. No obstante, las múltiples violencias que cotidianamente recaen en los cuerpos femeninos comienzan con la insistencia por invisibilizar su presencia. Por ello, más allá de centrarse en el despojo corporal (aunque sí aparezca la descripción de la causa y el resultado de un feminicidio), la novelista muestra la deshumanización de nuestro mundo a través de los estragos que padece la mente de alguien que se enfrenta a esta situación. Por tanto, si bien es cierto que cualquier habitante de esta u otra ciudad pude sucumbir ante el apremiante caos, la pregunta inicial, ¿el nombrar soluciona algo?, se convierte en un problema de género. Pues, aunque la premisa que ronda en todo el texto consiste en la vacuidad del lenguaje, el mismo hecho de escribir la novela, su final y el desdoblamiento de la autora en la “prostituta Nena” demuestran lo contrario: necesitamos, como mujeres, nombrarnos para comenzar a ocupar un lugar desde el que se pueda combatir la fiereza de la realidad.

179 Women in the city.jpg

Ahora bien, el espacio en el que sucede el enfrentamiento entre la mujer y su entorno signa su misma existencia. Es decir, la estructura de una ciudad como Juárez nos constriñe dentro de su propia lógica; pues, si bien es cierto que como habitantes la vamos construyendo diario, las relaciones –sociales, políticas, económicas, urbanas– que se crean en y a partir de ella, en su mayoría múltiples, caóticas o mal diseñadas, impactan abiertamente la identidad individual: “Frente a mi casa jugaban los niños pobres, y yo más pobre aún, carecía de palabras para invitarme a sus juegos. Frente a mi casa se drogaban los jóvenes que comenzaban a tronchar las flores de la muerte joven. Y pasaban los borrachos a altas horas de la noche salpicados de estrellas en los ojos. Y la prostituta Nena (se llamaba Azucena), gorda y vieja fichaba en los burdeles azules de Barrio Azul. Y muchos terminábamos siendo criminales, drogadictos o putas, porque había que ir tirando, desprenderle gajos jugosos a la vida pero la vida sólo nos daba miasmas”.

179- Tapias 1

Crédito de fotografía: Ana Iram

La espacialidad, por tanto, tiene una fuerte presencia en la narración, aunque la misma protagonista (y autora) intente negarlos o trascenderlos. Todo comienza en su habitación; luego, su devenir se extiende a otras áreas de la ciudad, sus calles, el viejo centro, un bar, un cementerio. Así, a pesar de que el espacio se expande conforme avanza el texto, la protagonista no puede desprenderse de la asfixia que implica existir en un sitio donde el único viaje supuestamente libre se da a través de las drogas; sin embargo, al final todo termina en vacío: “Un golpe de euforia que en un segundo gastó su potencial dinámico; después nada, el mundo era una pared descascarada”. Los nombres son lo único que nos queda, sobre todo en una ciudad en donde la falta de memoria y la normalización de una violencia encarecida, nos devora día a día, como lo hizo con Ana, Pamela, Marisela, Verónica, Laura, Beatriz, Claudia, Alma, Patricia…

179 - tapias 2.jpg

Amalia Rodríguez

 

narrativasiglo XXI
Leer más
  • Publicado en Centro, Ciudad, Feminicidios, Viaje, Vida cotidiana
No Comments

Un viento que se lleva la vida

martes, 05 marzo 2019 por juaritosliterario

Desde hace un par de años, Elpidia García se ha colocado en un alto escalón de la narrativa juarense, irrumpiendo con éxito en la escena mexicana. Ellos saben si soy o no soy (2014) reúne sus primeros cuentos, los cuales la posicionan como la autora más importante y prolífica en cuanto a la temática de la maquiladora. Ese mismo año obtuvo el premio Voces al Sol, gracias a otra serie de relatos que conforman Polvareda (2015), donde aún predomina la cuestión de la industria ensambladora, ya sea de fondo o directamente en el desarrollo de sus personajes. En el 2018 gana el premio Bellas Artes de Cuento Amparo Dávila por El hombre que mató a Dedos Fríos y otros relatos. Hace un par de días se presentó el libro bajo el sello editorial de Lectorum y el INBA. Los quince cuentos, afirma Ricardo Vigueras en la contraportada, “hilvanan un tapiz de la vida cotidiana en la frontera entre México y Estados Unidos. En ese recurrente territorio mítico (desde el Western que preside las dos primeras historias), feminicidios, desaparecidos, delincuencia y tráfico de drogas quedan retratados.” En esta ocasión me enfocaré en “Peregrinos”, narración que trasciende la cotidianidad hacia un espacio más allá de la vida y muerte.

 

 

[wpvideo TM9UwnqI]

“Las tolvaneras no cesan”

Ciudad Juárez, por mucho tiempo, ha sido azotada por la violencia. Miles de casas abandonadas lo demuestran. El Valle, por ejemplo, quedó poco a poco reducido a la miseria y el desamparo debido a una incesante lucha de grupos delictivos. Las noticas lo pregonan; quienes vivimos aquí lo experimentamos, sufrimos y entendemos más a fondo. Elpidia García recurre a su experiencia como habitante de esta frontera para expresar las consecuencias –emocionales y corporales– de una guerra que al parecer no tiene fin. ¿Los culpables? “Los uniformados, los trajeados, o los otros, sus dizque enemigos: los de los cárteles.” ¿Las víctimas? “Cientos de hombres y mujeres [que] avanzan con pasos torpes en la misma dirección. La mirada, errante, pero fija en el extremo opuesto del sendero, empecinada en llegar a alguna parte.” Isaura, su hija Yolanda, Josefina y Arturo representan a ese tumulto de personas que por una u otra razón han sucumbido ante los estragos de una estructura política y social que no permite tiempos de calma: la madre que nunca dejará de buscar a su hija, incluso en la muerte; la joven que forma parte de un grupo interminable de mujeres desaparecidas, violadas, asesinadas; la activista que no se cansará de exigir justicia, ni aun cuando le arrebaten su último aliento; la víctima colateral, cuyo único error fue ayudar o estar en el momento equivocado.

170 madres-feminicidio

“El viento amainó de pronto”

“Peregrinos” comienza con la descripción de un ambiente por completo desértico y desolado: “El color del cielo, ultrajado, muestra la pérdida de azul convertido a pardo. Las casas están solas, sus habitantes, huidos.” A lo largo de toda la narración hay una semántica que impera: palabras y frases referentes al viento y polvo aparecen constantemente como síntomas de “un sueño de pesadilla”. Si bien desde el inicio se menciona el Valle de Juárez, creo que la cuestión del espacio excede la especificación de cualquier lugar. Es decir, aunque esta zona en especial se haya caracterizado por un paulatino abandono, el cuento de Elpidia conjuga a toda una ciudad y sus habitantes que se han acostumbrado a traer polvo en las orejas y la boca, ver rodadoras cruzando las calles, sortear los fuertes coletazos de aire y escuchar el inquietante golpeteo de la violencia. Ahora bien, esta cotidianidad aparente, de pronto trasciende nuestro contexto, pues los peregrinos, a los que finalmente se unen Isaura y Josefina, recorren una especie de río Leteo para alcanzar la paz que les habían robado: “El viento amainó de pronto. El polvo se asentó en los caminos y las rodadoras dejaron de huir y se quedaron quietas.” De  manera bastante explícita se esclarece el panorama: un mundo fantasmal, que no por ello deja de contener reminiscencias reales y concretas, como el homenaje a Josefina Reyes, Susana Chávez, Marisela Escobedo y tantas otras mujeres que han sido asesinadas solo por exigir humanidad, respeto y justicia.

170- desierto

“Te vas ángel mío”

Otro aspecto que resalta en el cuento es el musical, sobre todo, al escuchar la versión narrada y cantada por la misma autora, acompañada de Mónica Guerra. “Te vas ángel mío”, de Cornelio Reyna, aparece como la pieza que impregna de un tono aún más desesperanzador el relato: “Oiga, qué canción más triste. Y con este clima, como que se siente una peor, ¿no?” No obstante, también sirve de aliciente para que Yolanda vuelva a los brazos de su madre. El mensaje que deja entonces “Peregrinos” es claro: existe una esperanza pero solo alcanzable en un espacio irreal. Quienes murieron pueden seguir su camino y encontrar la paz; sin embargo, aquí solo queda silencio, obscuridad y tumbas –en el mejor de los casos– a donde ir a llorar nuestras pérdidas:

Pero ay cuando vuelvas
no me hallarás aquí,
irás a mi tumba
y allí rezarás por mí.
Verás unas letras escritas ahí
con el nombre y la fecha
y el día en que fallecí.

Amalia Rodríguez

narrativasiglo XXI
Leer más
  • Publicado en Ciudad, Desierto, Feminicidios, Muerte, Narcotráfico, polvo
No Comments

Gritos que desgarran o un silencio compartido

martes, 27 febrero 2018 por juaritosliterario

Un instante habrá,
tal vez un grito,
un mínimo hilo que desate la voz.
Mientras tanto,
el canto rueda cuesta abajo de la vida.
Micaela Solís, Elegía en el desierto

La última década del siglo pasado se convirtió en un estigma para esta frontera; su símbolo continúa vivo en las calles de la región. Cientos de cruces negras sobre un fondo rosa nos recuerdan constantemente –basta googlear un simple “Ciudad Juárez” para dar con ellas– que permanecemos inmersos en una crisis social, donde la crueldad, la apatía, la indolencia y la conformidad continúan desgarrando un sin fin de voces y cuerpos. Hoy, al menos, tenemos esa insignia que no permite borrar sucesos tan dolorosos; sin embargo, no siempre fue así. Las primeras víctimas oficiales de feminicidio estuvieron envueltas en una nube de silencio, mentiras y acusaciones. Transcurrió más de un lustro (el primer asesinato se registró en 1993) para que alguien –a excepción de las madres– levantara la voz en contra de los múltiples y cada vez más constantes crímenes en contra de mujeres juarenses. En 1999 comenzaron a aparecer textos, literarios y periodísticos, que abordaban esta temática: Mujeres de la brisa de Joaquín Cosío y El silencio que la voz de todas quiebra, el cual surgió de “la impotencia y la frustración” de un grupo de escritoras ante la falta de humanidad y dignidad con que se trataba a las “muertas de Juárez” –el mismo término lo ejemplifica.

136 cruces negras

La palabra “muertas”, a pesar de ser un buen gancho mediático, reduce centenas de vidas a un montón de huesos en el desierto y, además, oculta el carácter violento con que llegaron a ese estado. No niego el hecho de que, en ocasiones, verlas de esta forma ayuda a (sobre) vivir en un lugar cuyos estándares de seguridad resultan mínimos, pues al ser un simple número o estadística no hay posibilidad de que me reconozca en ellas; sin embargo, la realidad siempre nos vence. “Las muertas de Juárez” son personas reales, jóvenes quienes, al igual que mi hermana, salían a trabajar o estudiar en las madrugadas; madres, como la mía, que tenían que recorrer grandes distancias para llevar el sustento a su casa; mujeres, en fin, como cualquiera de nosotras, con un nombre, una familia, un rostro y un alma. “¿Cómo salvar la dignidad de esas muchachas, laceradas hasta después de su muerte?” Esta fue la pregunta que motivó a Rohry Benítez, Adriana Candia, Patricia Cabrera, Guadalupe de la Mora, Josefina Martínez, Isabel Velázquez y Ramona Ortiz a investigar y recrear, durante sus reuniones semanales del S Taller de 1999, la vida de siete mujeres “que no merecían ni morir asesinadas; ni quedar en la memoria colectiva como una fotografía de la nota roja”. Historias, escogidas al azar entre los 137 casos registrados hasta ese momento, que intercalaron entre una serie de notas periodísticas, estadísticas y análisis sobre el entorno político, social y económico de la ciudad. De esta manera, a través de dos vertientes, una objetiva y la otra de carácter más literario, el lector deambula entre la impotencia, la tristeza y un creciente enojo hacia las autoridades y la misma sociedad.

28945649_10160272351335235_1593410178_o

Lee aquí el texto

El silencio que la voz de todas quiebra posee, a mi parecer, dos méritos especiales: ser de los primeros discursos que rompieron un mutismo apremiante y su forma de re-unir –nunca debieron separarse– el drama humano de siete familias con una realidad de la que todos somos responsables. La consigna es clara: dar la palabra a las víctimas; su objetivo, también: denunciar no solo la masacre, sino toda la censura, corrupción y negligencia en que se vio envuelta. Las palabras de la madre de Elizabeth Castro lo demuestran: “Lo peor de todo es no saber qué pasa, ir de oficina en oficina, tener que suplicar para que nos atiendan.” La intercalación de notas de periódico, slogans de campañas políticas, citas de gobernantes, alcaldes y procuradores, documentos expedidos por la Comisión Nacional de Derechos Humanos y otros estudios demuestran lo irracional del contexto en que se desenvolvieron los primeros feminicidios. Ejemplos: un montón de informes de la Fiscalía confusos y hasta sarcásticos, sentencias como “Son muy pocas, es lo normal”, “Ellas son las provocadoras” o “Sería muy difícil que alguien que saliera a la calle cuando está lloviendo no se mojara”, y un par de expertos criminólogos asegurando que la policía judicial de Chihuahua y sus instalaciones estaban “a la altura del trabajo policiaco y de investigación forense de Estados Unidos.”  Luego, lo absurdo de todo esto se convierte, casi al instante, en un dolor latente, pues las autoras reconstruyen, a través de la memoria de familiares, diarios y poemas, la vida de Sagrario González Flores, Argelia Salazar Crispín, Silvia Rivera Hernández, Adriana Torres Márquez, Elizabeth Castro García, Eréndira Ponce Hernández y Olga Carrillo Pérez. El título del texto, entonces, se materializa, ya que resulta inevitable que la voz de quienes leemos sus palabras y silencios se nos quiebre o un nudo se amotine en nuestras gargantas.

136 Silvia 2

Imagen tomada de Ecos del desierto

“¿El final?” No lo tiene. Veinte años después, las noticias siguen llenas de mujeres violadas, desaparecidas o asesinadas. Cuando se terminó de escribir El silencio, el caso de Abdel Latif Sharif Sharif junto con el de “Los ruteros” estaba en su auge como espectáculo mediático, lo cual demuestra la contradicción entre una realidad patente y la forma de pensar y actuar (o no) de muchos de sus habitantes: “Sharif continúa recluido en la ciudad de Chihuahua sentenciado por un asesinato. En Ciudad Juárez fueron 137 mujeres asesinadas entre 1993 y 1998 y por lo menos otras 15 en lo que va de 1999. Sin embargo, no son pocos los juarenses que piensan que su comunidad es hoy un lugar más seguro.” ¿Ha cambiado algo desde entonces? Sí. Los silencios se aminoran. Justo por las fechas en que se redactó y publicó este libro, madres directamente afectadas –entre ellas la de Sagrario y Silvia– comenzaron a alzar la voz ante la falta de respuestas convincentes por parte de las autoridades. Así, el grito de Voces sin Eco, primera organización no gubernamental de apoyo a familiares, se convirtió en un símbolo mundial: las cruces negras con fondo rosa.

136 Voces

Imágenes tomadas de Ecos del desierto

Actualmente existen diversos trabajos que evidencian y humanizan esta situación. Un proyecto importante, sobre todo por la relación y continuidad que encuentro respecto a lo aquí abordado, es Ecos del desierto, dirigido por Alejandra Aragón, que tiene el objetivo de “visibilizar el aporte de las madres de víctimas de feminicidio en la denuncia de la violencia de género y a favor de los derechos de las mujeres” a través de ocho reportajes que abarcan los años de 1995 a 2013. Su contribución fotográfica y documental resulta de suma valía para comprender el contexto que ya se vislumbraba en las líneas de El silencio. Por su parte, Ellas tiene nombre. Cartografía digital de feminicidios “muestra la ubicación geográfica donde fueron asesinadas, abandonadas y/o encontradas” algunas víctimas de 1993 a la fecha. El aumento de los puntos rojos entre el mapa publicado por S Taller y el que registra el último feminicidio (febrero de 2018) en la página de Ivonne Ramírez provoca un escalofrío sobre mi espalda… Por desgracia, como en los versos de Micaela Solís, utilizados en el epígrafe, continuamos en un canto que “rueda cuesta abajo de la vida”. No obstante, cada vez son más esos mínimos hilos que desatan la voz, provocados por una memoria colectiva que lucha contra los artilugios del olvido y el silencio.

136 Mapa feminicidios 1999

Cartografía de feminicidios – 1999

136 Mapa feminicidios 2018

Cartografía de feminicidios – 2018

 Amalia Rodríguez Isais

narrativasiglo XX
Leer más
  • Publicado en Ciudad, Feminicidios, Muerte
No Comments

Ángeles mensajeros

lunes, 18 diciembre 2017 por juaritosliterario

I. En el 2010, al entonces presidente municipal “Teto” Murguía le preguntaron, durante un evento religioso, si la violencia en la ciudad había descendido durante su administración. “Lo que se ve no se pregunta”, contestó, citando al “filósofo de Juárez”, Juan Gabriel. En aquel entonces vivíamos el cénit de la “guerra” que declaró Calderón contra los narcotraficantes que su gobierno apoyaba en la sombrita. Cuando los militares erraban por las avenidas y el toque de queda se impuso: todos en casa antes de las 10. Cuando los policías hacían un trabajo excelente atrapando a jóvenes jugando futbol en los parques. Cuando quince muchachos, estudiantes de preparatoria, fueron asesinados en Villas de Salvárcar. En fin, el año en que, hasta el hoy agonizante 2017, se registraron más feminicidios en esta frontera.

129 Antonio-protesta

En el evento mencionado, donde se confundieron políticos con sacerdotes, se aparecieron unos ángeles. Blancos, casi como ceniza, con alas enormes. Querían mandar un mensaje al Chapo Guzmán y sus sicarios: “Arrepiéntete de tus pecados”. No volaban, pero tenían la serenidad y la fe que solo otra especie de vuelo sutil puede otorgar. Eran muchachos de una iglesia en la periferia. Motivados por un mensaje humilde, realizaban su protesta (sin quererlo, política) en el silencio de las pancartas y se colocaban en distintos puntos de la ciudad para exponer su comunicado a los criminales y narcotraficantes, pero también a los policías y políticos corruptos. Confiaban en que Dios otorgaría el cambio positivo en los delincuentes corazones. Algo que Teto imaginaba citando a Juan Gabriel y pensando en cifras y estadísticas. Eran también (sin saberlo) la prueba de algo más complejo. Debido a circunstancias socialmente extremas, los hombres y mujeres afectados por las consecuencias de la violencia tenían dos opciones: convertirse en el ángel mensajero o en el sicario que toma un arma porque no tiene de otra.

angel mensajero 2

II. Inspirada en esta figura y en las posibilidades tanto políticas como simbólicas que ofrece, Selfa Chew escribió El ángel, texto incluido en su libro ganador del premio Voces al Sol, Cinco obras de teatro (2015). Doce cuadros y un epílogo, construidos sobre todo por medio de diálogos, destacan la búsqueda de la verdad. Cada una de las escenas consiste en dos o tres personajes “comunicándose”, ya sea por medio de una charla común, una entrevista o un interrogatorio. Esto recuerda un poco a las tragedias griegas en las que, por medio de la “plática”, se reconstruye un conflicto ya pasado y no resuelto. En virtud de subrayar lo último, en El ángel se omiten las acotaciones, elidiendo así la construcción precisa del espacio y tiempo que el lector imagina, gracias a los indicios, en un contexto por lo menos fronterizo. Además de la ausencia de didascalias extensas que ubiquen a la obra, los nombres generales de los personajes representan “arquetipos” (salvo en el caso de Castagnetti y Romero) que aumentan el significado simbólico. Los dos casos más notables son el del Reportero, cuya visión reivindica el sentido humano desvalorizado por la propia violencia en la que se encuentra inmerso de cierta forma y que guarda relación con la experiencia posible del habitante de Ciudad Juárez; y el de Ángel, que simboliza no solo a los jóvenes que tomaban la calle divulgando un mensaje religioso, sino a las distintas caras y vidas sometidas por el ambiente violento: “Morí muchas veces cuando era inmigrante, otras tantas siendo malandro. Resucité porque hubo otros ángeles sin alas que me dejaron ir a otras vidas, a veces más duras”. Aquí el mensajero se transforma en el ángel caído que, sin embargo, sale adelante gracias a otros de su mismo tipo. Es, a fin de cuentas, salvador y verdugo de sí. Quizá ha olvidado cómo volar, mas sabe que hay otras posibilidades para imaginar el vuelo.

129 Chew portada

Lee aquí la obra

III. En pocas escenas de El ángel se menciona cualquier tipo de espacialidad. Será trabajo del lector imaginar un escenario que pareciera invisible. No obstante, en uno de los últimos diálogos Ramón le cuenta a Castagnetti que Sahagún Baca, un narcotraficante que fue anteriormente comandante de la Policía Federal en Hermosillo, reservaba el sótano del Hotel Silvia’s para sus sesiones de tortura. Los vestigios de este lugar, que fue famoso durante los años ochenta hasta que se incendió una década después, se encuentran todavía entre la avenida 16 de Septiembre y la calle Argentina Sur. No hay indicios de que dicho sótano haya existido y que además haya servido para la tortura; sin embargo, ahora la naturaleza busca recuperar, de forma sutil y lenta, su reino perdido. Y si bien antes quizá haya servido como escenario de crímenes que muchos conocían pero pocos atrevían a denunciar, hoy es un cadáver donde brota la esperanza de las flores.

129 Hotel Silvia's

Antonio Rubio

siglo XXIteatro
Leer más
  • Publicado en 16 de Septiembre, Feminicidios, Hotel, Muerte, Narcotráfico
No Comments

La frontera, un viaje sin regreso

viernes, 10 noviembre 2017 por juaritosliterario

Nadia Villafuerte nació en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, el 18 de agosto de 1978. Con estudios en periodismo y música, obtuvo la beca del FONCA en el programa Jóvenes Creadores 2003 y tres años después la de la Fundación para las Letras Mexicanas. Dentro de su producción literaria podemos encontrar títulos como Preludio (2002), Barcos en Houston (2005), ¿Te gusta el látex, cielo? (2008), Palabras mayores. Nuevas Narrativas Mexicana (2015), Presidente, por favor (2005) y la novela Por el lado salvaje. Uno de sus intereses temáticos recae en la cuestión del género, perspectiva que se refleja en “Botas Texanas”, relato compilado por Antonio Moreno en Road to Ciudad Juárez (2014). Aquí la autora habla sobre la naturaleza de una ciudad fronteriza que funciona como el escenario perfecto para que una mujer triste, pesimista y melancólica encuentre, aparte de sus botas texanas, un montón de cosas más: un uniforme de mesera, una peluca azul, un libro y un viaje que lo cambiará todo.

103 Villafuerte - Botas texanas

Lee aquí el relato

Villafuerte muestra una urbe “capaz de recibirte amorosamente y clavarte un cuchillo al dar la espalda”; es decir, el espacio que reconstruye se visualiza bajo una naturaleza dinámica, siempre en movimiento, pero con un aliento trágico insoslayable: “y de hecho, toda Juárez se me había revelado como una barranca en cuyos bordes florecían los buitres de carroña”. La protagonista se traslada por la zona céntrica, pasando por mercados, plazas y tiendas de segunda mano para comprar algunos artículos de interés a precios de oportunidad, entre ellos, el libro Cómo viajar sin mucha plata. Por la mañana, con sus olores, la ciudad se atesta de vida; sin embargo, con el comienzo de la obscuridad llegan sombras palpables de inseguridad, depravación y muerte. Todo esto propicia el escenario para que la protagonista, envuelta en sentimientos de soledad, aburrimiento y monotonía, encuentre el detonante perfecto para tropezar ¿accidentalmente? con su deceso. Irónicamente, la ciudad le ofrece un boleto para viajar de una forma en la que no necesitará plata ni equipaje.

124 Centro día

El escenario del texto se desenvuelve en la zona céntrica. No obstante, considero que la visión de este lugar va acorde con la depresión del personaje, es decir, solo se muestra lo peor de la ciudad. La autora resalta la imagen negativa de Ciudad Juárez (pero se queda un tanto corta con el ambiente real del centro, por ejemplo, no es cosa fácil encontrar pasteles de crema en la vía pública como sí lo sería la rebanada de flan con su fresa y adorno de crema batida enfrente de Catedral) y la complementa con el imaginario social que se ha creado en torno a ella para crear el escenario perfecto en el cual se desarrollará esta fatídica historia. La frontera se convierte, una vez más, en un espacio lleno de muerte y pesadillas, en donde el día de una chica que solo quiere pasar el tiempo y comprarse unas botas vaqueras puede terminar, de un momento a otro, en tragedia; o más bien, convertirse en un viaje sin regreso, como el de cientos de mujeres asesinadas en el desierto, hacia ese lugar en donde “cientos de fantasmas serpenteaban el Río Grande o el llano de Leteo o como se llamase”.

124 noche juarez

José Ricardo Medina

narrativasiglo XXI
Leer más
  • Publicado en Centro, Feminicidios, Frontera, Muerte
No Comments

Detrás de la cortina

jueves, 02 noviembre 2017 por juaritosliterario

Sergio González Rodríguez nació en la Ciudad de México en el año de 1950 y tiene apenas unos meses que falleció. El autor es reconocido por sus escritos acerca de los feminicidios en tierra juarense en la década de los 90. Al respecto, su obra principal es Huesos en el desierto, construida a partir de publicaciones en el periódico Reforma. Del libro, una crónica periodística con secuencias narrativas que van develando el proceso de una indagación, me llama la atención el segundo capítulo: “El mapa difícil”. Se dice que la figura patriarcal era la dominante en aquellos años por lo que a la mujer se le tomaba como una criatura dependiente a la cual proteger. Cuando la industria maquiladora comenzó su apogeo en la ciudad y las mujeres eran remuneradas por su trabajo, un rencor masculino surgió dando origen a la antítesis femenina. Ya no eran concebidas como las progenitoras, ni se percibía su estereotipo de pureza, lo que inició su identificación como un objeto que gusta del sexo, así como el desencadenamiento de la violencia en su contra. La imagen de Ciudad Juárez se presentaba en marquesina como la oferta de una vida mejor, pero detrás de esa cortina se desataba el contrabando, la violencia de género y la inmigración. Esta estampa fue pronto internacionalizada.

123 GonzalezR - Huesos desierto

Lee aquí los dos primeros capítulos

Ciudad Juárez, para los mismos ciudadanos, es una urbe con calles llenas de baches, terrenos baldíos, con zonas urbanas polarizadas: unas muy pobres y otras opulentas. Por otro lado, la gente que se encuentra fuera de la ciudad la ve como un enlace, un puente hacia el país. En el texto se habla acerca de los soldados de Fort Bliss, cuando cruzaban la frontera con destino a una zona de descanso y distracción del deber durante la Segunda Guerra Mundial. Más tarde se transformó esta zona en el espacio propicio para el intercambio de armas y venta de drogas, sostenido debido a la falta de empleo para la población joven quien buscaba su propio sustento económico. Esta gran frontera fue inspiración para González Rodríguez por todo lo ocurrido en estas tierras; la localidad se divide en distintas zonas que, a su vez, son controladas por diversas figuras dueñas de grandes extensiones y propiedades. A finales del siglo XX la violencia femenina constituía parte de la sociedad juarense, aunque también llegó a afectar a los hombres, sobre todo a la población infantil. La crueldad de estas acciones ha quedado impune, ya que, afirma el autor, las mismas autoridades se vieron envueltas con los criminales y cubrieron los delitos.

123 Virgen monu

Lo que se narra en este capítulo de Huesos en el desierto marca el comienzo de la época en la que aflora el crimen organizado en la ciudad. Vivir en el entrecruce de siglos implicó una preocupación siempre constante debido a la incertidumbre de amanecer al siguiente día. Ser mujer y formar parte de esta sociedad significa desconfiar de todos a tu alrededor pues no adviertes totalmente quién es una amenaza y quién no, una desventaja de género aún vigente en esta franja fronteriza. La existencia de personas provenientes de otras zonas del país, especialmente del sur, fue asociada a estos procesos ilegales. Francisco Javier Llera Pacheco fue citado en el texto como argumento que sustenta el punto anterior: “los problemas de aquella frontera no venían de procesos locales, «sino de fuerzas externas»”. Para poder coincidir plenamente con lo que Sergio González describe, hay que, por una parte, haber experimentado en carne propia el ambiente que retrata y, por otra, desconfiar de los medios de comunicación pues no son objetivos completamente, lo que afecta a los habitantes por la sensación de ser engañados y reprimidos por un temor que ojalá fuera pasajero.

123 Las calles son nuestras

Lilian Idaly Vigil

narrativasiglo XX
Leer más
  • Publicado en Feminicidios, Frontera, Muerte
No Comments

Cuentos únicos y secundarios: nota primera

viernes, 20 octubre 2017 por juaritosliterario

Al igual que ciertos autores, hay lectores que piensan sobre el proceso de interpretación y apropiación de lo escrito. Cuando leo por gusto, como ahora, soy esa clase de lector. En mi imaginario, lectura y viaje son sinónimos, de ahí que, como los que viajan e insisten en visitar lugares que podrían conocer a través de las referencias al alcance (mapas, libros, estadísticas fotografías y documentales) yo me aferré a la experiencia de lectura. La relación subjetiva entre el texto y el lector, más allá de la descripción o la crítica, da como resultado lo que una visita en persona, una colección de impresiones particulares, que, aunque intransferibles, son dignas de ser comentadas, porque solo a través de ellas puede expresarse efectivamente lo que ha dejado la lectura: la vivencia de lo escrito en una primera persona que no es la del autor o la de la voz poética. Esta es la relación que he querido mantener con los textos y en este sentido, mi comentario sobre Cuentos únicos y secundarios (2017) no aspira a la reseña, sino a la narración de una experiencia lectora, una crónica de viaje.

121 Cuentos únicos y secundarios

Lee aquí el libro

El cuentario, editado por la UACJ tras haber merecido el premio Voces al sol, propone una colección de historias que reflexionan sobre los motivos y el proceso de la escritura a través de un ejercicio metatextual donde, de manera más evidente que en otras obras, el lector, que analiza las relaciones presentes en cada historia, las interpreta y ajusta a su contexto; es también creador y, por lo tanto, documentará en su lectura una ruta distinta. En las primeras páginas, Graciano escribe una nota con tres advertencias:

  1. El libro es una antología de cuentos. La primera parte, como el subtítulo adelanta, está compuesta por textos únicos de autores fallecidos antes de poder escribir otra cosa. La segunda la conforman textos de autores vivos que, por alguna razón, no volverán a escribir. En este apartado se incluye un texto de César Graciano.
  2. Todos los autores son ficticios. Las correspondencias con la realidad, si las hubiera, están al servicio de la ficción.
  3. La selección de cuentos no pretende reflejar la realidad de su tiempo, sino únicamente hacer disfrutar, en la medida de lo posible.

Hechas estas previsiones, el lector encuentra al inicio de cada relato una ficha biográfica de quien lo escribió. El origen de los autores-personajes es diverso; hay entre ellos una estudiante extranjera (Mónica Jáuregui), un indocumentado mexicano (Braudel Castro) y un poeta judío estadounidense (Ezra Eldar), todos asesinados en Ciudad Juárez. De igual manera se dibujan distintos perfiles profesionales: un periodista (Ilán Ruvalcaba), quien es, posiblemente, el alter ego de César Graciano en el cuentario; un bolero que antes fue maquinista de trenes (Camilo Eusebio Carranza) y un actor de cine Hollywoodense (Michel Cera), entre otros.

121 César Graciano

César Graciano nació en noviembre de 1994. Su texto asume, de manera natural (aunque no intencional, como él mismo aclara) las características de su tiempo, hecho que lo convierte en una de las primeras representaciones literarias del Juárez posterior a la guerra contra el narcotráfico (2006-2011) desde la perspectiva de un autor cuya infancia transcurrió en los años del conflicto. La visión del momento es interesante porque determina una percepción cinematográfica, estetizada de la violencia y un imaginario donde son frecuentes las sensaciones de confinamiento, espera, desolación e indiferencia. El viaje que emprende el lector a través de la lectura de estas páginas es hacia una ciudad globalizada con ánimo de posguerra. Así en el cuento “Humo”, un personaje de nombre Jack, con ascendencia norteamericana y asentado en Juárez por mal azar del destino, descubre la ciudad como: “la parte más agotadora del camino, un monstruo dentro del que se vive”. Porque según sabemos a través del narrador: “El desierto le ha comido las esperanzas y le ha quemado la piel. Eso nos ha pasado a todos pero estamos acostumbrados al pasar del tiempo lento y terroso, con tolvaneras que se llevan las ganas de estar aquí y se llevan las ganas de no estar aquí, dejándonos indiferentes”.

121 Briseno - Despues tormenta

Crédito fotográfico: Alex Briseño

Sintomática de la aldea global es también la intención de diversidad sobre la que se articula el conjunto y que se deja advertir en las preferencias y la forma de experimentar la sexualidad. En “Algo parecido al amor”, por citar un ejemplo, aparece un personaje bisexual que intenta llenar a través de las relaciones físicas y sentimentales un viejo vacío emotivo. También hay una pareja heterosexual conformada por dos dramaturgos: Carola Lavín y Luis Carlos Mendoza, quienes sostienen una relación tóxica que desencadena en la muerte de él y en el internamiento de ella en un centro psiquiátrico. Otro de los cuentos narra la historia de un joven homosexual de 17 años que, tras ser echado de su casa, se dedica a la prostitución y a la pornografía. Las edades y experiencias de los personajes, sus preocupaciones e intereses varían drásticamente, pero lo que es un hecho, es que cada uno resulta de una detallada construcción psicológica. En un principio me costó imaginar cómo logró descripciones verosímiles de personajes tan distintos. La respuesta, pienso, estuvo en la decisión de entablar un diálogo entre la biografía de los autores ficticios y sus respectivos cuentos. De esta manera, la variedad de voces que resuena en el libro es posible gracias a esa estructura que echa mano, por momentos, del registro lingüístico del periodismo. Así, el cuentario alberga una doble investigación: la del reportero en busca de historias que contar y la del escritor que intenta tender puentes entre las experiencias emotivas de sus personajes y la propia vivencia.

121 Pepe - Christian Torres

Crédito fotográfico: José Luis González 

Entre los temas que se abordan figuran algunos cercanos a la realidad de Ciudad Juárez, urbe a la que, de una u otra manera se vinculan todos los cuentos. Se habla por ejemplo de la migración, el narcotráfico y el feminicidio. Y en cuanto a lo universal, se tocan de manera breve aunque efectiva el miedo de morir y el tedio de estar vivo, el reconocimiento del fracaso y la sensación de vértigo ante la plenitud, la empatía y el perdón, los celos hacia el amigo, el amor que muta en odio y locura. Temas tratados a veces con limpieza impecable, como en “Humo” o desde la convergencia entre una estética cercana al gore y una belleza pictórica, en “Ver nevar”, pero nunca con superficialidad. El cautiverio, la ansiedad y la violencia que resulta de ellos son descritos por Graciano en medio de paisaje blanco, cubierto por la nieve, que en el imaginario convencional remitirían a sensaciones distintas: “En aquel tiempo, así como hoy, todo era blanco. Se veía caer la nieve por días. Llegaba un momento en el cual el encierro ofuscaba las mentes. Fue en una de esas nevadas que se conoció el caso de la mujer que mató a su esposo y descuartizó el cuerpo, miembro a miembro, hasta hacerlo entrar en una bolsa negra de plástico. Cuando le preguntaron por qué lo hizo sólo contestó: «Estaba harta de estar encerrada»”.

121 Nieve capilla

Alguna vez, durante un debate sobre el proceso creativo escuché a César Graciano defender la opinión de que para escribir es necesaria, en primera instancia, una decisión formal, esto es, saber cómo ha de expresarse una idea, incluso antes de su nacimiento, a través de la escritura. También había quienes pensaban lo opuesto: que para escribir era necesario, primero, algo por decir. Yo estuve de acuerdo con esta segunda opinión, sin que dejara de parecerme interesante el comentario de Graciano y, sobre todo, la seguridad con la que sostenía su argumento. Me pregunté, sin embargo, cómo sería posible más allá del discurso. Cómo, en términos concretos, se podría determinar una forma para una materia poética inexistente. Los días pasaron y seguí dudando. Lo único que estaba claro es que existían dos tipos de procesos creativos: los que se gestaban a partir de un cómo, y los que se avenían a un qué. Ahora que he leído su primer libro, creo entender su intención. En este sentido, Cuentos únicos y secundarios puede leerse como un manifiesto en que la estructura es una previsión, una forma de disponer el espacio para una experiencia todavía incomunicada, antes que esta trastoque, por fuerza de su irrupción, el orden. Por eso creo que Graciano, o al menos el autor ficcional, nos ha mentido en su introducción, que el suyo no será un libro de cuentos secundario, ni esta su única nota.

Nabil Valles Dena

 

narrativasiglo XXI
Leer más
  • Publicado en Ciudad, Feminicidios, Migración / llegada, Narcotráfico, Sin categoría, Vida cotidiana
No Comments
  • 1
  • 2
  • 3

Juaritos Literario 2021

SUBIR