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26 febrero, 2021

Category: Vida cotidiana

El camino hacia San Lorenzo

lunes, 08 febrero 2021 por juaritosliterario

La obra San Lorenzo, los que cuentan su historia: memoria histórica y tradición oral (1997), de Dolores Araceli Arceo Guerrero, abarca datos de archivo, fuentes primarias y material etnográfico sobre la zona de San Lorenzo. La coordinadora de la Licenciataria en Historia e investigadora de la UACJ recopila los sucesos que han pasado desde tiempos remotos hasta los actuales, con ayuda de personas que han vivido ahí y han sido testigos de los cambios que han marcado a la ciudad entera. Este libro, además de contar la evolución de una zona urbana, nos da conocer cómo eran sus pobladores originales, las fuerzas políticas independentistas y las revueltas revolucionarios que pasaron por San Lorenzo. El trabajo de Araceli ahonda en la vida cotidiana de los habitantes en torno al templo, para que conozcamos sus pulsaciones y verdades ocultas. Desde la microhistoria, se nos narran hechos en voz de quienes se animaron a revelar su biografía. Hay eventos notables para toda la región, pero también figuran los pequeños cambios que, a la postre, aumentaron de escala, como la producción de vino en la ley seca (contrabando hacia tierras americanas) y la llegada de Emiliano Zapata para la guerra. Quienes se encargan de relatarnos la mayoría de los hechos dentro del texto son la familia Martínez, ya que ha vivido en esa zona desde los inicios del siglo XX.

Lee aquí el libro

Los testimonios están ligados al espacio que les dio origen y cauce; así ocurre con el relato sobre la construcción de la iglesia, las operaciones de un populoso salón de fiestas o la: Relación del viaje que hizo Nicolás de Lafora a los presidios internos situados en la frontera de la América septentrional en 1777. Araceli Arceo guía a sus lectores; nos brinda una sólida perspectiva para vislumbrar el cambio en el paisaje que nos rodea. El templo y santuario, del que don José (personaje que destaca dentro del libro) cuenta que su padre fue uno de los trabajadores quienes la construyeron, sigue en pie y en funciones. El inmueble es el mejor retrato de la pervivencia de los vecinos en relación con la materialidad de sus creencias y espiritualidad. Además del santuario, el parque que se ubica justo en frente aún sigue siendo un lugar de solaz. San Lorenzo, tanto el templo como el libro en cuestión, sirven de tronco al árbol genealógico de familias y generaciones que han visitado (incluso en peregrinación) o que se han avecindado en las inmediaciones de la zona.

El nombre de San Lorenzo nos es común a los habitantes de Juárez, ya sea por la iglesia, por ser patrono de la Ciudad, la calle que corre frente al santuario o, incluso, la plaza comercial. La obra reseñada explica qué había en esa zona tan transitada: desde terregales hasta plantaciones forestales. La prosa del libro traza el camino hacia los tiempos en que los misioneros franciscanos pisaron estas tierras, hacia la gente que optó por ocupar la tierra antes de ser nombrada San Lorenzo, e incluso hacia los esclavos que estuvieron ahí. La investigadora comparte también sus fuentes, no solo las refiere: textos antiguos transcritos (ahora digitalizados) que resguardan la historia y el reconocimiento dado a una zona habitada en distintos tiempos.

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Jessica Nayeli Talavera Ibarra

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  • Publicado en San Lorenzo, Vida cotidiana
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Micromentario: la memoria también se pierde en los pasillos del olvido

miércoles, 27 enero 2021 por juaritosliterario

I

En el 2005 publiqué Don Rómulo Escobar: artículos y ensayos, 1896-1946. Incluí los 30 artículos de las “Memorias de Paso del Norte”. Eran breves textos que don Rómulo envió al Boletín de la Sociedad Chihuahuense de Estudios Históricos en los años 1939 a 1946.

II

Las Memorias de Rómulo son nostalgias concisas (no exentas de humor ranchero), anécdotas en serie: historias familiares (el padre como figura patriótica), descripciones de los hombres de antes (que eran los absolutamente honestos), relatos de las diversiones pueblerinas y de aquella antigua economía basada en el cambalache agrícola. El narrador de estas crónicas es un científico desplazado por las invenciones instantáneas de la modernidad: desea ignorar las nuevas calles, los nuevos nombres, olvidar a los jóvenes que no honran con su existencia el sagrado ayer. Y, sin embargo, leyéndolo, uno tiene una impresión de primera mano de lo que fueron los paseños-juarense del siglo XIX, los que se auxiliaron del Río Bravo para crear una economía de frutos estacionales: personajes sencillos que vivieron momentos de estoicismo circunstancial: hambrunas, guerras (contra los apaches), pobreza agraria y una ecología a merced de climas extremos. Paso a reseñar algunas de las crónicas / memorias de don Rómulo.

Lee aquí los textos

III

(1) “Mano Güero”. La primera crónica (publicada en abril de 1939) trata sobre un indígena local, popular por su pasado guerrero contra los apaches. Al niño Rómulo le vendió un escudo (por un poco de vino) y muchos años después, el joven Rómulo conversó brevemente con él. Luego, para el Rómulo anciano fue un recuerdo entrañable. (2) La crónica “Don Pablo Federico” traza la figura del “alcalde de aguas”, personaje patriarcal [palabra del agrícola siglo XIX] respetado, que sabía de la justa distribución del agua para los sembradíos y que aparecía donde era más requerido: ahí estaba pacificando disputas de labradores, realizando vigilancias nocturnas o crepusculares. Don Rómulo lo recuerda como parte mimética del paisaje: su figura la podía ver “a la hora en que salta el lucero, cuando canta sus murmullos el agua que pasa por nuestras acequias, cuando se llena la tabla y se abren las sangrías para regar la siguiente, cuando se está cuidando a los rebalses sin más ruido en el aire que el del agua que pasa, el de los perros que cuidan y el de los gallos que saludan al nuevo día”. Don Pablo es la omnipresencia que supo preservar la armonía entre ciclos ecológicos y vidas humanas (leve dibujo poético de un anciano que recuerda una vivencia infantil).

IV

(3) “La cueva del ermitaño” trata de un misterioso personaje que vivía en el Cerro Bola, era italiano, vivía del auxilio de los piadosos lugareños. Redactó un cuaderno de memorias que “estaban escritas con pésima clase de plumas, con las peores clases de tintas y creo que hasta pedazos de carbón y almagre”. El cuaderno se perdió en la “vieja casona” de la familia Escobar. Un día, el hombre se marchó y fue muerto a manos de los apaches (en su travesía hacia San Antonio, Texas). Rómulo se pregunta: “¿Cuánto habría sufrido en la vida para llegar a la cima de la tristeza y de la misantropía un hombre que no era un hombre inculto sino más bien un desgraciado?” (4) “Los Uranga” muestra personajes temerarios que tenían el negocio de las diligencias Paso del Norte a Chihuahua: “Desde que se divisaba en el camino la polvareda que venía haciendo el coche, salía la gente de sus casas para presenciar la llegada. Las mulas sudadas y trabajadas, los pasajeros empolvados y con caras de dicha y en el pescante el cochero y el sota, símbolos de valor y de la habilidad que habían traído a los viajeros a feliz término”. Don Rómulo escribió también de otros miembros de la reciedumbre ranchera: los canoeros Acosta (que tenían unas plataformas para cruzar carretas por el Río Bravo); el Coronel Joaquín Terrazas, que derrotó a los apaches y del que Rómulo narra una anécdota: el día en que un conductor de tren le exigió un boleto para un familiar que lo acompañaba: “si en aquellos momentos había un tren que recorriera aquellas vastas llanuras, era debido nada menos que a aquel hombre a quien se le cobraba un pasaje de un niño”.

V

También escribió de los sacerdotes conservadores. El cura Borrajo que prefirió destruir los badajos de las campanas que prestárselos a los constitucionalistas. El cura Ortiz del que narra lo siguiente: “Cuando la guerra con los norteamericanos al liberarse la primera batalla con el coronel Doniphan en Temascalitos (cerca de Las Cruces, Nuevo México), el cura Ortiz andaba socorriendo a los heridos y confesando a los moribundos. De pronto, un grupo de soldados americanos se dirige hacia él. El manso Cura tiró el crucifijo que llevaba, tomó el fusil de uno de los heridos y parapetándose tras el cuerpo de un caballo muerto, comenzó a disparar contra los invasores”. En las crónicas de Don Rómulo no hay odio, escribe de los Curas con el gusto que otorga el indulto personal de rencillas pretéritas entre liberales y conservadores.

VI

Son pocas las crónicas dedicadas a los eventos sociales, enumero: (a) La creación del Teatro local gracias a la afición operística de don Espiridión Provencio. (b) Las Ferias a las que acudían gentes de toda la región para vender sus productos agrícolas y asistir al circo y jugar carreras y “chuzas” (bolos), comer “orejones”, matar liebres a garrotazos (evento que[ describe don Rómulo con un gusto particular) y otras diversiones que, anota melancólicamente, “al recordarlas me parece que la sociedad sencilla y unida de aquellos tiempos ha cambiado mucho; que aquellas costumbres de pueblo chico, aislado por desiertos, eran mejores que las que nos han traído los ferrocarriles; que las gentes de aquellos tiempos eran mejores”. Su juicio ético es sobre todo una demarcación sentimental, un dictado de identidad y pertenencia.

VII

La última crónica de don Rómulo Escobar, “La chuza” (noviembre de 1946) no abandona el tono festivo (estamos ante un escritor consumado), pero ya resulta incapaz de abandonar el tono de caducidad generacional. Lo cierto es que don Rómulo fue un autor prolijo, publicó enciclopedias de agronomía, infinidad de artículos sobre agricultura y cultura ranchera, y escribió de 1896 a 1936 una serie de ensayos que tituló Eslabonazos (editados luego en un libro con el mismo nombre). Esperó tres años para volver a escribir y lo hizo recreando sus Memorias que se convirtieron en las únicas crónicas escritas por un juarense anclado en el siglo XIX.

José Manuel García-García (NMSU)

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De misión a presidio y del polvo a la pólvora

domingo, 03 enero 2021 por juaritosliterario

Un grupo nutrido de escritores y periodistas ofrecen en Crónica del desierto: Ciudad Juárez de 1659 a 1970 una aproximación a la evolución sufrida por el territorio norte de Chihuahua, desde la antigua misión franciscana al establecimiento de la identidad fronteriza que permanece en la actualidad. Aunque la publicación de Raúl Flores Simental, Efrén Gutiérrez Roa y Oscar Martín Vázquez Reyes fue auspiciada por el ITESM campus Juárez y la UACJ, el contenido del texto está lejos del confinamiento bibliotecario que representa un escrito especializado (aunque sí la adquisición material del libro… es inconseguible). Por el contrario, su alcance apela al mayor número de lectores posible, por lo que este blog ofrece el documento de manera íntegra. El recuento histórico establece una distancia considerable entre el receptor y el lenguaje académico. En un intento por aligerar el contenido para una audiencia más general, el texto se ve auxiliado por un resumen de trescientas palabras, aproximadamente una por cada año de historia cubierto en el libro. De igual manera, cuadros entresacados con datos de interés y citas de textos históricos otorgarán conocimiento al lector que solo se acerque con una hojeada. También con el objetivo de ser más explícitos en cuanto a la geografía, son incluidas ilustraciones de la ubicación de las misiones (jesuitas y franciscanas), de los primeros habitantes y los mercados, al igual que la división territorial contemporánea.

Lee aquí el libro

Imperaba la ignorancia sobre el norte de la Nueva España; cuanto más aumentaba esa carencia de saber, de manera proporcional se ensanchaba el caudal de misterios y leyendas sobre ese desolado territorio. Lejos de la ruta principal que nacía en la capital novohispana, los sumas, mansos y jumanos habitaban lo que se convertiría en una de las más importantes puertas septentrionales del virreinato. Impulsados al descubrimiento de ciudades ficticias, hechas de oro puro, según sus informantes, la expedición que habría de concluir en lo que hoy es Socorro, Texas, fue dirigida por Juan de Oñate. Al conquistador zacatecano le siguieron los franciscanos, orden cuyo interés social y religioso dio origen a un desarrollo considerable en la región. La misión de Nuestra Señora de Guadalupe de los Mansos del Paso del Norte, acompañada de un presidio (decenios más tarde) para mantener el orden, actuó principalmente como conexión a Santa Fe. Los siglos no le cayeron bien al asentamiento; población moderada y recursos a cuentagotas deterioraron el mantenimiento de las misiones. La violencia consumió el territorio y se temió más a los moradores originarios que al expansionismo del vecino. Así lo escriben los autores: “La inseguridad en el norte del país era tan grave que, a mediados del siglo XIX, los pobladores temían más a una ataque de los bien armados indios que a la guerra con Estados Unidos, porque los primeros contaban con armas de fuego que los hacían temibles.” Traficantes anglosajones de armas y edificios gubernamentales desatendidos adornaron el paisaje. El Paso del Norte se encaminó al periodo de reforma bajo una economía extremadamente frágil y dependiente de extranjeros.

Sin duda, los cronistas cumplen con sintetizar, de manera efectiva, decenas de años y responder en la medida de lo posible a la constante cuestión del hombre del norte en cuanto a su entorno. Si hay algo que ha de cautivar al lector de este conjunto de crónicas es la paradójica dualidad de los inmensos cambios que ha experimentado Ciudad Juárez, acompasado de la drástico alteración en la huella urbana y sus actividades económicas. De los cinco mil habitantes en tiempos de colonia a millones en la actualidad. De pequeños mercados con escasos productos a uno de los principales establecimientos de la industria maquiladora. El espacio juarense como punto de reunión de viajeros de norte a sur o viceversa. La evolución es evidente, sin embargo, salta a la vista el establecimiento de relaciones a través del tiempo. Entre los edificios apropiados en 2009 (ahora abandonados) por el ejército mexicano al terminar la cruzada contra el narco, existe contacto con las unidades de caballería ligera que, al decaer el sistema de presidios, empezaron a robar. Los traficantes de armas provenientes de Estados Unidos que abastecían a los apaches se asemejan al polémico operativo “Rápido y Furioso” que armó a cárteles mexicanos. Y principalmente el miedo de un pueblo que abandona el temor de una guerra en contra de agentes extranjeros y se sumerge en un conflicto bélico con sus propios habitantes. Pero no todo es malo… Aún se llega rápido a Santa Fe desde el norponiente de la ciudad.

Eduardo Andrés Juárez Estrada

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Subí al campanario para ondear la bandera del recuerdo

sábado, 21 noviembre 2020 por juaritosliterario

I

A los 60 años, Raúl Flores Simental (1953) publicó su primer libro: Crónicas del siglo pasado, Ciudad Juárez, su vida y su gente (UACJ). Es una obra que gira en torno a una triple convicción: a) Todo tiempo pasado es (literariamente) mejor; b) Todo lo contemporáneo es (literalmente) un fastidio; y c) Todo lo marginal (del Ayer) subsiste y resiste al Caos del nuevo milenio. Simental comenzó a publicar sus crónicas en El Fronterizo, en 1983. Su primer texto se titula: “La revendedora” (incluido en Crónicas), acerca de una mujer que compra tortillas y las vende en el Mercado Juárez. Ella es ciega y no cuenta el dinero que recibe: confía en todos. Es también símbolo de la orfandad social y la codependencia para sobrevivir. Si tales significados son demostrables, entonces las crónicas de Simental trascenderán localismos, como textos alegóricos. Simental será nuestro Georges Perec sociologizado, alquimista que convierte lo Infraordinario en Imaginario Colectivo.

II

A los 30 años, Simental creó una Voz Narrativa dedicada a rememorar el pasado y fiscalizar el presente. Si a los “Tiempos Idos” se los llevó el apocalipsis, queda el almacén de anécdotas dichas en tono de Abuelo memorioso, gracioso y regañón. Esa Voz Narrativa podría llamarse Don Retro. Lo que importa es su Expresión, su Estilo: claridad, brevedad, humor, elocuencia y empatía. ¿Cómo es Juárez para el cronista? En “De la Morfín a la Jilotepec” dice: esta es una ciudad que al crecer reduce sus distancias. En “Chaparrita y pretenciosa” anota: todo comercio cabe en una calle sabiéndolo acomodar, “así, en tan solo una cuadra, el paseante puede satisfacer su hambre, corregir su miopía, dulcificar su espíritu, arreglar sus líos con la justicia, reparar su Olivetti, desponchar su auto, hacerse un retrato al óleo o embellecerse”. En “Oculta Belleza” la ciudad es la personificación de lo feo: “chaparrona, polvorienta, plantada en el desierto y con un clima difícil de aguantar”, pero la gente llega y se queda, se va quedando (concluye). En “Primavera y otoño”, nos recuerda el cronista, el ecosistema es también caprichoso: se empeña en modificar sus ciclos estacionales: “la primavera entra cuando le da su gana, el invierno se despide a la hora en que se le ocurre, el verano se prolonga varios meses y el otoño parece haber desaparecido”. Y en “Capirotada”, la amada Ciudad es un escaparate kitsch: Gobierno y burguesía han creado calles que permanecen en un estado permanente de re-destrucción, los edificios mueren sin ser terminados, el centro es un cúmulo de ruinas y monigotes que pretenden ser estatuas. Pese a ello, Simental vuelve a repetirnos: “la belleza de esta Ciudad es tan profunda y espiritual que aguanta eso y más”. Su esencia (la memoria colectiva) perdura entre las construcciones mileniard desechables: yo te saludo ciudad en permanente obra negra.

Lee aquí las crónicas

III

A la Ciudad de Don Retro, la habitan dos tipos de personajes: los del siglo pasado y los del nuevo milenio. O mejor: los tradicionalistas y los egoístas (cf. “Les vale”). Los tradicionalistas tratan bien a los marginados (cf. “Doña Lupe”), ayudan a presos, indígenas, migrantes, locos, ancianos y un largo etcétera (que incluye a perros callejeros). Los egoístas, por su parte, levantan horrores arquitectónicos, destruyen costumbres solidarias y acaban con los recursos sencillos y prácticos de una ciudad con eternas carencias. Los tradicionalistas aman la cocina popular; los egoístas comen chatarra (se agringan, se complican, se tecnifican para estar a la moda).

IV

¿Quiénes son los marginados de Juárez? Los hombres que vendían gelatinas por las calles (“De a veinte y cincuenta”); las mujeres que iban a inyectar al enfermo hasta su casa (“Jeringa y sonrisa”); las mujeres que cruzaban al El Paso para trabajar de criadas (“Fieles pasajeras”); los tríos de rancheros que iban de cantina en cantina ofreciendo una canción (“Con el viento a favor”). Esa inmensa mayoría que aparece vendiendo paletas los veranos, banderitas en septiembre, tamales y flores en noviembre, buñuelos en diciembre; esos que aparecen y desaparecen sincronizados a las estaciones y las costumbres sociales, gobernados por un “Calendario exacto” (para usar el título de la crónica).

V

El lado extremo de la pobreza: los bebitos de las que venden mercancía en puentes y avenidas. En “Y ahí seguirán”, el cronista los describe así: permaneces calladitos, inmóviles todo el día en las espaldas de sus madres que se dedican a vender baratijas por el centro y los puentes de la ciudad. Los funcionarios del Juárez Nuevo, por su parte, los quieren desterrar porque “afean a las calles y ahuyentan el turismo”. Y se valen de la fuerza represiva: “desde ese mundito silencioso y cálido, los niñitos no entienden el porqué de los gases, empujones y mentadas” de la policía. Ellos reciben los golpes destinados a sus madres y miran asombrados el nuevo mundo, ese que los saluda con el puñetazo de la modernidad.

VI

Más allá de la pobreza económica, viven los socialmente muertos: los locos, esos que vagan por las calles de Juárez. En “Loco amor”, el cronista recuerda a “la Camelia” una mujer que solía vagar por las calles de Juaritos; la vemos en el momento en que su novio se suicida, tirándose a las ruedas del tren: un drama que es parte de los mitos juarenses. En “Hijos de nadie”, los locos “aparecen un día en cualquier calle o en cualquier esquina. Pueden ir arrastrando una cobija o un bote; pueden llevar un costal a cuestas o usar tres abrigos, uno encima de otro”. Los tantos locos de la ciudad, como el que subía a los postes para saludar a los viandantes, o el que escribía mensajes ilegibles en las paredes, o el que se creía un auto veloz y corría por las calles del Pasado. Los seres que ahora son solo material de la literatura fronteriza: mitos urbanos.

VII

En las crónicas de Flores Simental, hay una buena dosis de divertimentos literarios; están (por ejemplo) los cantineros que “cuenta charras”, los expertos en “relatos fantasiosos, en anécdotas increíbles” y que tiene un público predispuestos a la carcajada fácil (cf. “Igual”). También figuran los Mitómanos de Juanga: “Por lo menos quinientos nativos de estas tierras son amigos de la hermana; otros cuatro mil conocieron alguna vez a la famosa Meche; cerca de un cuarto de millón de fronterizos lo oyeron cantar en el Noa Noa; unos cuantos –cerca de 400– conocen el lugar donde se mete cuando está de visita en esta ciudad; más de dos mil señoras platican frecuentemente con él y cerca de 86 mil juarenses reciben eventualmente una llamada suya desde donde se encuentre”. Los Mitómanos de Juanga son únicos: son nada más la ciudad entera inventando “charras” sobre su Divo cantautor.

VIII

Adriana Candia anota en su “Prólogo” que las crónicas de Flores Simental son nostálgicas y lúdicas, y que reivindican al ser social marginal. Señala que las 127 composiciones sirven de “homenaje a nuestra forma de vivir”; son una expresión de amor por Juárez. De acuerdo: gracias a su estilo, el cronista logra transmitirnos empatía por ciertos juarenses (el Ayer es Sublime, el Ahora es Caos y Amnesia). Solo la Memoria de los Infraordinarios (a la manera Perec) ondean la bandera de la nostalgia (y así resisten). §

José Manuel García-García

jmgarcia@nmsu.edu

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Un obituario celebra nuestro horror ante la muerte

miércoles, 28 octubre 2020 por juaritosliterario

I

Mario Lugo. Empezar a morir (plaquette, 1995). La muerte, el suicido, la soledad acompañada, la miseria (in)feliz, la “pareja ideal” en la etapa de la decrepitud biológica. Lugo: experto en la reconstrucción de los Últimos Días, en la condescendencia hacia la agonía ajena (pensada como propia). Empezar a morir es una noveleta hiper-breve (27 capítulos cortos) donde el tema es un prolongado memento mori, una vaga reflexión de lo efímero que es la vida, de la decrepitud y la prolongada agonía (que cobardemente llamamos “la tercera edad”).

II

Manuel y Carmen. Carmen y Manuel, dos personajes en las cercanías de la muerte. En el primer capítulo, Lugo nos adelanta el final: ella muere de un ataque cardiaco; Manuel, tiempo después, se suicida ahorcándose (muere “con dignidad”, afirma el narrador). A partir del desenlace, los subsiguientes capítulos son un inventario de los últimos momentos de la enamorada pareja. Una reconstrucción que es documental de una depresión que es descripción cursi. Manuel y Carmen. Carmen y Manuel, sin el suicidio del viudo, sus vidas serían literariamente infraordinarias. La auto-eutanasia fue la escalera de Jacob hacia la trascendencia humana o, al menos, a su literaturización (que en medio de la pobreza, ya es ganancia).

Lee aquí la novela

III

Manuel es un personaje simple: anciano que trabaja, que se desvive por la esposa enferma, que logra reflexionar sencilleces en su jardín de fantasía (las flores ocultan su miseria espantosa). A ratos se dedica al inventario de su patio: chácharas, objetos acumulados, insectos simbólicos (“la araña pasea sobre el vacío. Como equilibrista que pisa sobre el aire en un despliegue de magia”), el calor del sol, el silencio. Carmen (por su parte) limpia la casa, le ofrece el cafecito matinal a su amado esposo (rito feliz: “Te sale muy bien, Carmen. Ella preguntaba: ¿Quieres más?”) Carmen recordando a su hijo Feliciano que lo mataron cerca de su casa (“no encontró puerta abierta”).

IV

Manuel y Carmen, durmiendo juntos (“cada apareamiento se convirtió en una señal de lejanía. Por eso al terminar se daban la espalda”). Carmen soñando (a sus años) con otro viejo amor. Manuel (a sus años) anclado en la melancolía al ver a su esposa dormida, desnuda (“la visión de un pubis pobre en pelambre y una hendidura descompuesta en una raya mal trazada, interrumpida por los labios vaginales ligeramente pálidos” que contrastaba con un recuerdo: “la visión de ese plácido lugar alguna vez excitante y delicioso… donde chupó tantas veces las ansias, frescas entonces”). Carmen y las premoniciones de su muerte: encontró sobre la cómoda la figurita de porcelana que había perdido años atrás, encontró en el colchón la última carta de su hijo, y encontró también el banquito de su (verdadero amor) Bernardino. Y días después, sufrió la caída, supo del sabor del barro de su piso recién lavado y del dolor en el pecho y del último latido de su corazón. La muerte le llegó llenándola de imágenes del pasado, fragmentos huyendo del gran almacén de los recuerdos. Luego, el vacío, la mueca senil de la muerte. La nada.

V

Empezar a morir: noveleta para alimentar la depresión, ese gris estado donde todo es mayúsculo, doloroso y recursivo. La idea seduce, pero no convence: lo sublime nace de las anécdotas de lo humilde, lo inmóvil, lo grave ante los pasos de la muerte, el resignado vivir cotidiano que es la antesala del Fin. Empezar a morir es (sobre todo) un breve y deprimente obituario. §

José Manuel García-García

(NMSU)

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La realidad oculta bromas

miércoles, 07 octubre 2020 por juaritosliterario

Micromentario

[1] Sorpresa al final del túnel

En el 2010, Blas García Flores publicó Carta del Apóstol San Blas a los parralenses (Ficticia, ICHICULT). Es un cuentario producto de su experiencia talleril. El título es engañoso, juguetón: en realidad no hay cartas, son cuentos juarenses y Blas todavía no es nuestro primer santo. David Ojeda (el gurú de ciertos locales) elogió a Blas por su “alta capacidad para activar desenlaces contundentes”. Y sí, Blas es bueno en materia de sorpresas (que en la microficción es la gratificación instantánea, el gozo del twist antes del punto final. Un vistazo sumario a algunos de sus breves cuentos:

[2] Yo soy otrx

“Ramona Jiménez”. Un personaje que no recuerda nada de la noche anterior (cf. The Hungover) cree haber “cogido con una puta”, que huyó robándole ropa y carro. Encuentra solo trapos dispersos por el piso y una credencial: “Ramona Jiménez”. Su amnesia se prolonga un par de párrafos, pero al mirase al espejo descubre la verdad: “Me puse de pie y descubrí con horror mi verdad: figura delgada, cabello corto, senos pequeños, pezones grandes, sexo rasurado, caderas anchas, nalgas celulíticas. Ramona Jiménez, dije con suave timbre. Soy una puta. Otra vez comencé a llorar”. En la calle, Ramona recupera el recuerdo de sus gustos sexuales (“recordé cómo me gustaban los rancheros gordos que fumaban”) y reafirma su identidad (inestable) y su destino: la amnesia es un efecto de sus vicios: mañana (sin duda) repetirá ese memento patético de apego a la vida.

Lee aquí algunos cuentos
[3] Con final triste

“Fuego en el Km 27” es un microrrelato que cito completo y sin comentarios: “La relación entre Denisse y Fernando era excelente: más de dieciocho años juntos; infieles discretos, expertos en los desayunos sabatinos; amantes del box. Como todas las parejas, habían tenido sus problemas, nada que el sexo anal no pudiera resolver. Ahora regresaban de su casa de campo, contentos, perfectos. No dejaban de acariciarse, de mirarse profundamente, perdiéndose en los ojos del otro. Por eso chocaron”.

[4] Onán perseguido

“Crápula”. Un adolescente (encerrado en un colegio de monjas) tiene un grave problema: es un masturbador compulsivo. Pero la monja superiora lo vigila (también: compulsivamente). Un día, por accidente, el joven descubre que puede hacer desaparecer las pruebas del delito: aprende a beberse lo que apenas desecha y así, al final de este cuento, es un joven normal y feliz. (Con un poco de ingenio todo tiene solución, diría la moraleja si la hubiera).

[5] Estos eran dos gays…

“Parque Borunda” consta de varios microrrelatos, uno de ellos es el testimonio de Fermín Rebolledo, que en lugar de hablar sobre la muerte del presidente municipal José Borunda (asesinado de un bombazo), decide narrar (¿a la policía?) otra cosa: su experiencia erótica con Juanito. Dice Rebolledo: Borunda “me descubrió en la oficina cuando le estaba despachando mi chorizo a Juanito, el jotito de la empresa. Ya les traía ganas a esas nalguitas. Nos quedamos después de la jornada y hasta se vistió de mujer para mí, se veía espectacular mi Juana”. No estamos ante una narrativa homoerótica, sino ante su parodia; la premisa es machista: la sexualidad gay es ridiculizable.

[6] El neocostumbrista eres tú

Al igual que muchos autxres juarenses de los últimos 20 años, Blas García escribe sobre varios personajes marginales locales. Mencionaré solo a tres: (1) El músico Hombre Liga, que tocaba un imaginario tololoche usando ligas. Se instalaba frente el cine Coliseo y tocaba su imaginaria canción: “Los latigazos en el labio eran fuertes; las heridas se terminaban de abrir. Usaba saliva y solo saliva como remedio. Cantaba con dientes rojos” y “no se iba hasta que todas las ligas que traía eran usadas. Se alejaba en voz baja decía: nací el 18 de marzo. Nunca me dejan entrar a este cine. Exprópiese”. (2) El entrañable Guanayudita. Era un hombre que pedía dinero diciendo “one-ayudita, plis”. (3) El Pintor Sin Brazos, que todos los días, por muchos años, se sentaba en la plaza a hacer sus dibujos en acuarela: “sus pinceles limpísimos; el caballete viejo pero resistente; overol de mezclilla, camiseta blanca, escapulario de la Virgen del Carmen y guaripa de palma”. Personajes entrañables para el juarense de los años 80 o 90.

[7] Risas y trozemas

Blas repite algunas estrategias narrativas en su libro: (a) la fragmentación: en “Ramona Jiménez” es la fractura de la memoria; en el relato del arcángel Miguel, la mutilación del dragón (cada cabeza que cae es un microcuento); y en “Parque Borunda” (el texto más largo) la fragmentación es doble: el bombazo hace imposible la recuperación de los cuerpos mutilados, y a nivel estructural, el cuento mismo es una pedacería de voces narrativas. Otra estrategia: (b) la trama fársica, que incluye el humor sicalíptico y el humor satírico: los personajes “con sabor local” se convierten en parodias de lo pintoresco urbano. Y por último (c): a través de la sorpresa final, Blas acostumbra al lector a un cierto horizonte de expectativas. El riesgo: un fracaso inmediato si la sorpresa no cumple con ellas. Esas tres estrategias, sin embargo, relegan el neocostumbrismo de Blas a segundo término. §

José Manuel García-García

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Tantos deseos para un destino

jueves, 17 septiembre 2020 por juaritosliterario

Micromentario 1

[1] Una distopía interior

Miguel De La Cruz, El vestido de la reina Kitsch (Santa Fe, NM: Brown Buffalo Press, 2019). Es una colección de 28 relatos breves. Cada relato exige varias interpretaciones posibles. Todo sucede en un país llamado Juárez (& lugares aledaños). Los personajes comparten la soledad, el desamparo, la desesperanza; abandonados, viven un distopía predestinada, íntima, cotidiana.

[2] Memento erótico

“Domingo”. En este relato dos personajes imaginan una relación sexual inefable, irrealizable. Ella es una hermosa enfermera; él, un hombre inválido, mutilado. Para ambos, el placer radica en la fantasía: sus posibilidades. La realización erótica es sólo un evento pospuesto, un juego de silencios y miradas. Solo importan los pensamientos, el carrusel de caricias dichas a un oído imaginario. Él piensa: “me imagino enterrándome bajo la arena de su tez”. Ella piensa: “Escurre su jugo albino, mi pecho se agita al brotar de su entrepierna abultada”. Pero la realidad es otra: “desde que estoy en el hospicio ella me visita los domingos. La gangrena ha ido carcomiéndome la prudencia, mi enfermera lo sabe, por eso sonríe”. El autoerotismo es también la agonía en el espejo de la Conciencia.

Lee aquí unos cuentos
[3] La quimera del deseo

Encerrado en su desesperación, busca la manera de salir de pobre: su método es poco práctico: destruir la casa que alquila. No es nihilismo habitacional, es una búsqueda de un tesoro oculto. Cuando lo encuentre, pagará la renta y buscará a sus hijos. Mientras, afuera, lo vigilan “esculturas humanoides regadas por el patio”. En sus breves momentos de ocio, con ellas conversa. Así es el personaje del relato “La búsqueda”: la pobreza produce el vacío total de la Cordura.

[4] Los rituales sin razón

Los Locos de la gran Ciudad, los dispersos marcados con la letra L, venerados en la memoria literaria: quién no recuerda al loco rompetuberías (relato “La búsqueda”), a la loca llamada Camelia (relato “Velarde”), al loco que se volvió ídem porque su familia se había gastado sus ahorros (relato “Al sol seguía”), al loco que expulsaron de la escuela y ahora vive entre el amor y el autismo (relato “Lengua de caracol”). Literatura museográfica, balance de los daños que el mundo realiza a los Diferentes, a los que andan al margen de la razón y sobreviven como pueden en su Inconducta Social. Después de todo, ellos son la herencia literaria de Erasmo de Róterdam (Elogio de la Locura); son el asombro (efecto del psicoanálisis amateur); son la criba del darwinismo vital. Los locos deambulan por las calles de la Ciudad, desaparecen, y un día regresan como protagonistas de una historia contada desde un observatorio literario. Sin embargo, la perspectiva es gris, como la nostalgia.

[5] Un futuro preestablecido

La otra marca secreta de los marginales: el determinismo inalterable. Ejemplo: un lector de Rayuela bautiza a su hijo con “el nombre maldito” de Rocamadour. Las consecuencias son obvias: muerte prematura del nene. Jugada literaria de consecuencias irónicamente intuidas. Sin embargo, el determinismo del arcano literario es menor al destino divino: es Dios el único poder que fija con su dedo las formas venideras de la muerte. Tal es el caso de “Señal” donde se cuenta lo siguiente: “En aquel tiempo, Dios hizo el surco con su dedo: hoy, el coche de mi hijo se desplomó en el barranco”. En 21 palabras el relato afirma el ciclo humano: horma del capricho de lo Eterno.

[6] Lo triste del kitsch

Los amargos recuerdos de una mujer: su hermosura infantil, su figura en el espejo, su triunfo en un concurso de belleza, la noche en que mamá la dejó prestada a un hombre, sus inicios en la renta de su cuerpo, los beneficios económicos, la pérdida de su esposo, de su hija, sus vicios, sus angustias ante el tiempo que le quita juventud a su figura. Y ese empeño en reproducir a solas aquel concurso, cuando era “La reina kitsch” y vestía de estridente flor del baldío, justo donde comienza el muladar.

[7] Esta distopía interior

También hay relatos del lado De Allá: así conocemos al Despistado que escribe una carta al Batman Chicano; que escribe y sueña con expulsar a los recién llegados (las “sombras” centroamericanas), esos cholos que “arañan las paredes”, “marcan territorio”, comen “comida con grasa excesiva”. Es el Asimilado que imita el ladrido del Supremacista Blanco. Por contraste, el relato “Lucía”, habla de la mujer que va de Juárez a El Paso, a trabajar de empleada doméstica. Un mal día se forma en la fila equivocada: por ello le quitan el pasaporte y pierde la posibilidad de engañar por unos días más a la miseria (esa forma hogareña de vivir en la distopía).

[8] Un chicano fronterizo

Miguel De La Cruz (El Paso, Texas, 1984) tiene en El vestido de la reina kitsch su segunda colección de textos breves. Su primer libro lo publicó en el 2013: Memorias de un camaleón (NMSU, Arenas Blancas). De La Cruz ha sido fiel a la economía verbal y a la idea de que una conclusión feliz es simplemente una falsa certidumbre.

José Manuel García-García

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Contra la pretensión del olvido

jueves, 23 julio 2020 por juaritosliterario

Uno: Contra la pretensión del olvido

  1. Candia es la precursora de la crónica breve fronteriza desde la perspectiva femenina.
  2. Sus crónicas (publicadas en los periódicos de los años 80) unen literatura y periodismo; estilo personal y giros idiomáticos juarenses; unen el ensayo y la descripción (a veces lírica) de un evento o de un personaje alegórico.
  3. El libro Mujeres eternas: crónicas de Adriana (2016), se puede leer como el archivo de una época y como la perspectiva literaturizada de una realidad. Dualismo textual: relatos literarios y literalidad testimonial.

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Lee aquí las crónicas

  1. El artículo periodístico es útil y efímero: tiene fecha de caducidad; al cumplir su papel informador pasa a ser archivo para el antropólogo social y para el historiador.
  2. El texto literario, en cambio, busca trascender a través de un personaje memorable: una escena debe ser breve y perfecta. Un texto literario si es malo se olvida pronto; si es bueno (como son las crónicas de Adriana), se queda en la atmósfera interior de sus lectores.
  3. Leemos la crónica urbana para enterarnos de un suceso clave o de un personaje emblemático que representa una época, y para disfrutar de una perspectiva estética (lo que todavía llamamos ‘el estilo literario’) que ha sabido condensar un momento real en palabras precisas.
  4. Recordemos: en Ciudad Juárez hubo varios cronistas importantes que publicaron sus artículos en libros: Armando B. Chávez (El pensamiento y obra de ilustres chihuahuenses, 1976; Riqueza cultural y artística de Ciudad Juárez, Chihuahua, 1985); Ignacio Esparza Marín (Historia de la imprenta, 1978; Monografía histórica de Ciudad Juárez, 1986-1991); David Pérez López (Historias cercanas, 2004; Los años vividos, 2005), Raúl Flores Simental (Crónica en el desierto, 1994; Crónicas del siglo pasado, 2013), así como otros periodistas que escribieron sobre la vida nocturna juarense.
  5. Raúl Flores Simental es el que le da a la crónica juarense la categoría de excelencia literaria, con un estilo conciso, ameno, didáctico, y una propuesta emocional precisa: podemos ver el pasado a través del prisma de su nostalgia y su humor irónico.
  6. Adriana Candia escribió en su prólogo a Crónicas del siglo pasado lo siguiente: Flores Simental nos regala: un “tesoro de instantáneas’, ‘cápsulas de información’, ‘retratos de los juarenses en determinado momento o circunstancia’, ‘donde aparece la esencia de lo que hemos sido y somos’, con un dominio de ‘la frase, la palabra y la imagen exacta’, con ‘una gran dosis de nostalgia’, y ‘el toque lúdico’, ‘con su particular uso del lenguaje y la elección de una imagen especial arrancada del mismo pueblo’, son retratos de ‘personajes, costumbres, rituales y pasajes urbanos.”

Candia mujeres eternas (3)

  1. Con las crónicas de Flores Simental, apunta Adriana, “podíamos suspirar, sonreír, emocionarnos o simplemente vernos reflejados en unos cuantos pincelazos que pocas veces alcanzaron la extensión de dos cuartillas’. Su obra es ‘un compendio para la sociología o la microhistoria’ y un ‘cofre literario’, ‘una gran herencia, nuestro espejo.”
  2. En el libro de Adriana los personajes femeninos son alegorías de la víctima social: la sirvienta que cruza todos los días a El Paso, la mujer que vive las falsas oportunidades del subempleo, la que se renta para el baile, la luchadora, la que vende ropa usada, la indígena indigente, la soñadora que vive en la miseria absoluta.
  3. Adriana se enfoca en un personaje para hablarnos del ‘tejido social’ general; sus protagonistas son partes de un todo y ese todo es un contexto ‘disfuncional’: el irónico ‘mejor de los mundos posibles’ volteriano, el lugar que nos tocó vivir y dar un testimonio literario.
  4. Las crónicas de Adriana ejerce la crítica cultural femenina: literatura ‘de género’, feminismo de facto, sí, pero desde la sátira: da gusto leer la mofa que Adriana ejerce contra la misoginia, la hipocresía oficial y el lenguaje encrático adocenado (esa gramática de lo mediocre celebrado por el poder). La sátira exige un lenguaje carnavalesco (a la manera Monsiváis), la literaturización de la palabra cotidiana revirada contra el enemigo cultural.

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  1. Subrayo una estrategia literaria de Adriana: la brevedad. Son textos breves porque así lo exigía el formato periodístico: la media cuartilla o una cuartilla y media es la medida, el espacio que ‘generosamente’ ofrecen los diarios locales. Adriana logró hacer de ese problema la solución: en un mínimo de palabras, darle un máximo de significados. La economía obligó a la precisión, a la concisión, sobre todo a la densidad de ideas y comentarios.
  2. De las 42 crónicas, sólo dos exceden las 800 palabras: “Las tropas de entonces” con 863 palabras, y “Pasajeros con destino…” con 891 palabras. En cambio, la mayoría de las micro-crónicas constan de 300/350 palabras, las más breves: “Canto, sudor y lágrimas” tiene 265 palabras, “Descubrió la espera”, 303 palabras, y “Una de vaqueros”, 313 palabras.
  3. Otras características son la precisión de frases y uso de parodias contra el lenguaje dominante (el lenguaje tevecrático de la época). El riesgo consiste en parodiar en un país donde apenas se conocen las referencias culturales-literarias (las referencias intertextuales, las citas (o)cultas que aparecen en cada una de las crónicas de Adriana. Hay que tener un conocimiento de la cultura de la época para gozar de las sátiras propuesta por la autora, esto lo sabe ella, de allí su glosario incluido en la última sección del libro).
  4. La crónica breve es un estilo, un género, y también un vehículo para expresar una ideología personal: la crítica social. La mayoría de las crónicas de Adriana son denuncias de una forma de injusticia; los personajes sirven de alegorías de la condición marginal. Detrás del humor literario está la responsabilidad de tratar temas serios en formatos breves, de anécdotas pensadas para hablar de lo que los sociólogos llaman ‘la subalternidad fronteriza’.
  5. No es un humor ‘facilista’, es un humor que a veces se vale de la retórica subtextual (escondida, ya lo mencioné) y extratextual (relacionada con otro texto de la época). Son crónicas breves donde se condensa la simpatía por las víctimas sociales, la admiración por el ingenio de la sobrevivencia y contra la apatía de los que han originado esta condición sociopolítica.
  6. También son crónicas de una fuerte emoción nostálgica. La nostalgia es una forma de sentir el pasado, lo vivido como una forma exclusiva y a la vez compartida. Entendemos la nostalgia de Adriana en sus imágenes de (por ejemplo) un amanecer cubierto de nieve. Nieve que de una pincelada eliminó la fealdad de la ciudad construida a retazos, con las sobras del país vecino. La nostalgia es también literariamente selectiva y colectiva.
  7. Los recuerdos de Adriana son ahora nuestros.

Candia mujeres eternas (4)

Dos: Las voces de nuestra ciudad

  1. Hablaré brevemente sobre algunas de las crónicas de Adriana, las que reflejan crítica social y las que hablan de una profunda emoción nostálgica.

A) La micro crónica “Mazahua”, es la historia de una mujer indígena que llegó a Juárez huyendo de la miseria del campo mexicano; ahora vive en la miseria de la urbe juarense. Pobre y nostálgica “se acordó de aquel paisaje de Toluca que miraba cada mañana al despertarse. Un cielo amplio y limpio bordeando el cerro y sus verdores, confundiéndose con el humo de las casitas recién despiertas.” Su vida en Juárez es la de un personaje invisible, presencia ignorada, vida anclada en lo más amargo de la agonía social.

B) La micro crónica “Las que se van” es la historia de una joven que decide irse a Estados Unidos; sus planes, el suspenso sostenido del viaje, el cruce al otro país y su trabajo rutinario, cumplen el ciclo de un destino emblemático. La vida del personaje es la vida de millones de mujeres emigrantes: “Escribe de vez en cuando, llora alguna ocasión, trabaja diez horas diarias y piensa poco en volver porque ahora ya lo sabe: Como ilegal nunca tendrá la fortuna con la que una vez soñó regresar.” Es otro personaje más que vive más allá de la marginalidad: ella es el resultado de una sociedad que necesita esclavos desechables o deportables si acaso exigen algo tan remoto como es una existencia humanamente decorosa.

C) La micro crónica “Ranazos, y quebradoras” es la descripción lúdica, humorística y también lírica de las reinas del costalazo, las luchadoras: “¡Chíngala! ¡Chíngala!’, silbidos, aplausos, ‘¡Mátala Canalla!’, ‘¡Mátala para que aprenda!’. Silbidos, piedritas, cáscaras de cacahuate, pedazos de naranjas, semillas y toda una colección de restos de comida masticables reciben a las mujeres luchadoras en la escena.” El ambiente adecuado para el espectáculo de lo estrafalario que los culturalmente pobres tienen por desfogue: “Suenan los ranazos, las planchas y las quebradoras; la asistencia aúlla, el réferi también patea y lucha, pero ellas siguen fingiendo sin hacerse daño; un último maromeo acaba con la pelea, los que pagaron se quejan y protestan con otra lluvia de cascarazos, pero ya hay vencedora y las dos sonríen mientras se encaminan al vestidor. Adentro se dan la mano, reciben sus 30 mil y el espectáculo sigue afuera.” Gracias a la descripción, la enumeración de acciones rápidas que ocurren en el cuadrilátero, los que conocemos ese espectáculo recordamos otros momentos del pancracio épico, y al mismo tiempo, gracias a la destreza literaria de la cronista, apreciamos haber presenciado un momento grave y patético del Arte del Costalazo.

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  1. Ahora cito y comento tres ejemplos de las crónicas de la nostalgia literaria de la autora:

A) La primera, tal vez la más representativa del estilo de Adriana, se llama “Huele a lluvia”, es una crónica que se aleja del comentario social y se sumerge en los recuerdos personales, los recuerdos de niñez, que (entendámoslo así) es un recuerdo colectivo, un recuerdo ‘que hace comunidad’, como dijeran los sociólogos. ¿Qué juarense (de los años anteriores a la invasión a los cerros del poniente) no disfrutó de la lluvia de los veranos, sus olores a campo? “El inconfundible perfume a gobernadora y tierra húmeda eran el único, pero feliz anuncio de aquellas lluvias de verano repentinas; aroma de milagro sobre la tierra reseca, moribunda, ya para finales de junio; sólo unos momentos antes de los chaparrones que llenaban de alegría, aunque sea unos minutos, el lomerío y el desierto de Ciudad Juárez.” A unos el sabor, el olor a una magdalena les da para la búsqueda del tiempo perdido, a otros un olor a tierra mojada les da para recordar lo mejor de los tiempos de ayer.

B) “Casa con pájaros” es otra crónica o microrrelato que habla de aquellos ancianos que llegaron a Ciudad Juárez con sus costumbres campiranas, viviendo en casas con patios llenos de flores y tardes de conversaciones pausadas, y el constante escándalo de las aves en sus amplias jaulas: “La pareja gastaba las horas cuidando gorriones de plumaje simple, pero hermoso canto; cotorros habladores que sabían silbar y decir dos o tres palabras; loros, pajaritos de amor amarillos, azules y verdes y muchas aves más con plumajes bellos que comían frutas y semillas.” Momentos que muchos juarenses vivimos, pero de los que sólo una autora guarda en la memoria colectiva de la crónica.

C) “A la puerta” es micro crónica dedicada a los vendedores ambulantes, los que ofrecían con sus gritos (gama de estilos) las yerbas medicinales, la golosinas, los tamales: “Todos estos hombres hacían un alto en nuestras sencillas vidas por unos minutos cada día; pero se quedaron en los recuerdos de aquellas calles polvorientas. ¿A dónde habrán ido ellos y cómo habremos quedado en su memoria?” La memoria es una imagen poblada con frases que describen momentos, esos que Adriana vivió, que ahora vivimos a través de sus palabras.

Candia mujeres eternas (2)

  1. Las características de una crónica perfecta fueron descritas por Adriana en su prólogo al libro de Flores Simental. Puedo decir que sus palabras se aplican también a Mujeres eternas, su propia obra: brevedad, literaturización, elección de personajes y eventos claves que perfilan en su microcosmos una ciudad y su interminable duplicación de destinos paralelos, similares, agónicos y nostálgicos.
  2. Ante la gravedad de la vida efímera (parece decirnos Adriana) sólo nos queda dejarla bien escrita. Tales son nuestras memorias, al fin y al cabo: juarenses.

José Manuel García García
(Profesor Emérito, NMSU)

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Invierno, mariposas y ciudades

jueves, 16 abril 2020 por juaritosliterario

César Silva Márquez (Ciudad Juárez, 1974), poeta y narrador, ha sido becario en múltiples ocasiones del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Chihuahua. Su obra De mis muertas (2005) obtuvo el Premio Binacional de Novela Joven Frontera de Palabras (Border of Words), su cuentario Hombres de nieve consiguió el Premio Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí en el 2011, y La balada de los arcos dorados ganó el Premio Bellas Artes de Novela José Rubén Romero dos años después. Además, ha publicado ABCdario (2000), Si fueras en mi sangre un baile de botellas (2004), Juárez Whiskey (2013) y Jardín de invierno (2017), libro en el que a continuación me centraré.

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Publicado por Bonobos dentro de la Colección Reino de Nadie, Jardín de invierno se divide en tres apartados: “viajes”, “interludio con personajes” y “alcohol”, además de las secciones “Misiva” y “10 años después” que solo contienen un poema. En la primera parte imperan las postales; en las cuales el yo lírico reflexiona y contrapone su estado anímico con lugares e imágenes de distintas geografías en las que se encuentra. En el poema “frente a los jardines de luxemburgo”, por ejemplo, la voz poética cabila en torno al tiempo trascurrido y su presente: “pienso en lo que he visto / en los últimos días / y sé que necesitaré 20 años más / para nombrar este presente”. Así, su pesimismo empaña la visión del río parisino: “porque hoy el sena es tan sólo / una trenza de río, un agua sin reflejo”. El texto concluye con la resignación a través de la bebida: “los vidrios beben / mientras / yo bebo”.

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Lee aquí el poemario 

Algo similar se presenta en “del viaje”, ahora en otra latitud, Montreal, Canadá. Estos versos se constituyen del contraste entre los múltiples escenarios de la ciudad y sus marcadas estaciones temporales: “un día la seca nieve cubre mapa y horas / otro, el sol es perfecto y mujeres se tatúan la cintura”. Como en el poema anterior, aparecen los espacios bohemios: “en los bares las mujeres desnudas / hablan francés italiano y español”; y concluye también con una reflexión, pero ahora acerca de un pasado que vivió a destiempo: “yo tenía 25 años / pero la ciudad era más joven”.

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La segunda parte del poemario posee una naturaleza más heterogénea. Mientras que “abuela en cama de hospital” retrata la convivencia a la que se ven obligados los parientes cuando un integrante de la familia muere: “niños que sigo sin reconocer / me nombraron tío por ser hijos de mis primos”; en “poema de las últimas cosas” hay una numeración de nombres de mujeres como entes ficcionales: “beatriz se hizo polvo a media página / leticia en 35 líneas mientras me esperaba desnuda y ebria”. También aparecen algunas preguntas respecto a su paradero textual, “¿hacia qué palabra se mudaron? / ¿qué libro habitan?”, y a su conformación ficcional: “entre dientes de adjetivos, verbos y sujetos / círculos de canciones a medias / páginas como tranvías a nueva jersey o más allá”. Por su parte, “zhora muere en blade runner” es un ejercicio de écfrasis referencial que, sin embargo, no logra ofrecer una propuesta estética equiparable a la vibrante escena de la película de Ridley Scott.

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El último apartado comienza con “naturaleza muerta con cerveza”, poema en el cual aparece efectivamente el tópico que define esta parte: la bebida embriagante. El texto refiere a una lista que describe, en su trasfondo lírico (casi publicitario), los beneficios de este líquido: “la cerveza es un buen desinfectante de verduras / no causa enfisema, cura ganglios y arregla gargantas”. En “mercado juárez” aparece “la cerveza como carnada”, convirtiendo al espacio que rodea a la voz lírica en uno que podría habitar cualquiera: “algo en el traspatio / donde la fiesta significa / un bar a media acera”; es decir, el emblemático mercado de la frontera representa un lugar iluminado por la cotidianidad, donde “cada trago incendia / la madera del saludo”.

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En el poema que pertenece a la sección “Misiva” el ambiente se antoja de nuevo bohemio, aunque ahora con tintes más decadentes, además de una manifiesta línea entre los dos grupos protagónicos, quienes se acercan a la burla.: “hombres vestidos de mujer”, dentro de los cuales se cuenta el yo lírico pues “mis amigos abrazan / a la delgadísima / y ella los besa y se muerde las uñas”; y “mujeres que fingen serlo y se tropiezan cuando buscan el baño”.

Por último, en “10 años después”, se encuentra “hombre en oficina”, una pequeña odisea de escape del tedio a través de la imagen. Dividido en cuatro partes, el texto comienza con la estela de un pájaro y el recuerdo de una multitud de mariposas que detonan una serie de cuadros: un travelling cinematográfico que halla los momentos precisos en los que el tedio y la cotidianidad se tornan poéticos: “desde esta ventana / que por las mañanas el sol / aja la piel de mi brazo derecho / he visto al mundo ser muchos” […] “se escuchan el reloj y el zumbido de las máquinas calentando el aire / el claxon como clavo en medio de una madera de quietud”. En la segunda parte se ilumina un cerrar de ojos en un ambiente onírico costero que tiene “el barco más grande del mundo / que se aleja con la velocidad del caracol / [y] es un tambor apenas tocado por los dedos de un niño”. La tercera fracción, por su parte, radica en el abrir de ojos: “atrás quedaron las mariposas y la ciudad por la que daría un brazo”. Por último, llega el fin de la espera, la hora más deseada y “la lluvia entonces marca la hora de salida”.

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Esta composición es, a mi parecer, la que más se destaca en el libro en cuanto a su calidad lírica. En él aparece un hombre “normal”, un oficinista que compone poesía a partir de ciertos momentos cotidianos, como la espera para salir del trabajo; mientras que en los demás textos resulta evidente el oficio de escritor del yo lírico, es decir,  alguien que acostumbra moverse en espacios poéticos habituales o bohemios (“frente a los jardines de luxemburgo”), y por ello escribe sobre el alcohol (“naturaleza con cerveza”) o sobre su propio oficio (“poema de las últimas cosas”). En este sentido, confiese que me hubiera gustado leer un poemario con los atributos que caracterizaron solo al último texto.

Gibrán Lucero

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Puentes y más puentes

viernes, 20 diciembre 2019 por juaritosliterario

Resulta agradable ir a una biblioteca y encontrarse antologías interesantes; entre ellas, existe una con cierta peculiaridad que vale la pena revisar, Narrativa juarense contemporánea (2008), compilada por Margarita Salazar Mendoza. La actual coordinadora de la licenciatura en Literatura Hispanomexicana de la UACJ comenta en el prólogo que el libro surgió por dos motivos: dejar un registro de la gente que de forma regular escribe en nuestra región, y promover entre estudiantes de preparatoria y universidad el placer por la lectura de diversos textos narrativos juarenses. Además, explica que el título se escogió con fines de inclusión, ya que los diferentes escritores que se encuentran aquí no se limitan a un solo género, todos escriben de distintas maneras y con diversos propósitos, y en ocasiones combinan los géneros literarios. Lamentablemente las cuarenta voces reunidas no son muy conocidas dentro de la ciudad por la falta de circulación de sus obras, así que Narrativa juarense contemporánea, de alguna manera, contrarresta esta situación.

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Lee aquí el cuento

El escritor compilado en el que me detendré es Jorge Alberto López Gallardo, quien, según Salazar, “juarense y paseño, por vida y experiencia, deja excelentes muestras de la vida fronteriza en este cuento”. En “El Puente” encontramos una polifonía de voces, actividades comerciales, puntos de referencia y comportamientos de la gente que se pueden observar en cualquier cruce de Ciudad Juárez; por ello, el título hace referencia no solo a la conexión entre dos países, sino a la variedad de cultura y pensamiento que caracteriza a la frontera. El relato se divide en ocho secciones, las cuales abarcan el espacio de un puente o una calle en específico para desarrollar distintas historias que suceden durante una mañana, en horarios muy cercanos; es decir, ocurren simultáneamente, aunque el narrador se detiene en cada lugar para mostrar al lector cómo se desenvuelve la cotidianidad citadina. Otra característica que le otorga un valor más verosímil al texto de López Gallardo consiste en el raudal de diálogos de un conjunto de personajes carentes de nombre y cuyo lenguaje recae en lo informal y coloquial. Los protagonistas coinciden en ciertos temas, por ejemplo, hablan de sus recuerdos, de los problemas del presente, del clima, de las noticias o simplemente de lo que ven a su alrededor al pasar por esos puentes y calles.196 Puente Carlos Villareal.jpg

Lo particular de este cuento consiste en el retrato de situaciones que actualmente siguen ocurriendo en los puentes internacionales; pues, no solo juarenses, sino personas de distintos lugares de nuestro país y del vecino tienen contacto en esas monumentales construcciones. La diversidad cultural, como bien lo plasmó López Gallardo, se puede percibir perfectamente en estos sitios. Nada ha cambiado, cientos de personas se levantan temprano para tolerar largas filas de autos, cruzar al “otro lado” e ir a su trabajo, escuela o de compras. Estar arriba de un carro que apenas se mueve unos cuantos centímetros, da el tiempo suficiente para reflexionar sobre temas sociales, culturales, históricos o políticos, o simplemente analizar lo que nos deparara el día. Uno de los puentes que el cuento de Gallardo menciona es el Carlos Villarreal. Cada vez que paso por ahí veo lo mismo que uno de los personajes observó a través de su ventanilla mientras esperaba el avance de la línea: los caballos continúan imponentes y El Chamizal sigue en su sitio como representación del “único terreno que ha perdido Norteamérica en toda su historia”.196 Indomables (2).jpg

Nohemí Damián de Paz

 

 

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