El camino hacia San Lorenzo
La obra San Lorenzo, los que cuentan su historia: memoria histórica y tradición oral (1997), de Dolores Araceli Arceo Guerrero, abarca datos de archivo, fuentes primarias y material etnográfico sobre la zona de San Lorenzo. La coordinadora de la Licenciataria en Historia e investigadora de la UACJ recopila los sucesos que han pasado desde tiempos remotos hasta los actuales, con ayuda de personas que han vivido ahí y han sido testigos de los cambios que han marcado a la ciudad entera. Este libro, además de contar la evolución de una zona urbana, nos da conocer cómo eran sus pobladores originales, las fuerzas políticas independentistas y las revueltas revolucionarios que pasaron por San Lorenzo. El trabajo de Araceli ahonda en la vida cotidiana de los habitantes en torno al templo, para que conozcamos sus pulsaciones y verdades ocultas. Desde la microhistoria, se nos narran hechos en voz de quienes se animaron a revelar su biografía. Hay eventos notables para toda la región, pero también figuran los pequeños cambios que, a la postre, aumentaron de escala, como la producción de vino en la ley seca (contrabando hacia tierras americanas) y la llegada de Emiliano Zapata para la guerra. Quienes se encargan de relatarnos la mayoría de los hechos dentro del texto son la familia Martínez, ya que ha vivido en esa zona desde los inicios del siglo XX.
Los testimonios están ligados al espacio que les dio origen y cauce; así ocurre con el relato sobre la construcción de la iglesia, las operaciones de un populoso salón de fiestas o la: Relación del viaje que hizo Nicolás de Lafora a los presidios internos situados en la frontera de la América septentrional en 1777. Araceli Arceo guía a sus lectores; nos brinda una sólida perspectiva para vislumbrar el cambio en el paisaje que nos rodea. El templo y santuario, del que don José (personaje que destaca dentro del libro) cuenta que su padre fue uno de los trabajadores quienes la construyeron, sigue en pie y en funciones. El inmueble es el mejor retrato de la pervivencia de los vecinos en relación con la materialidad de sus creencias y espiritualidad. Además del santuario, el parque que se ubica justo en frente aún sigue siendo un lugar de solaz. San Lorenzo, tanto el templo como el libro en cuestión, sirven de tronco al árbol genealógico de familias y generaciones que han visitado (incluso en peregrinación) o que se han avecindado en las inmediaciones de la zona.

El nombre de San Lorenzo nos es común a los habitantes de Juárez, ya sea por la iglesia, por ser patrono de la Ciudad, la calle que corre frente al santuario o, incluso, la plaza comercial. La obra reseñada explica qué había en esa zona tan transitada: desde terregales hasta plantaciones forestales. La prosa del libro traza el camino hacia los tiempos en que los misioneros franciscanos pisaron estas tierras, hacia la gente que optó por ocupar la tierra antes de ser nombrada San Lorenzo, e incluso hacia los esclavos que estuvieron ahí. La investigadora comparte también sus fuentes, no solo las refiere: textos antiguos transcritos (ahora digitalizados) que resguardan la historia y el reconocimiento dado a una zona habitada en distintos tiempos.

Jessica Nayeli Talavera Ibarra
- Publicado en San Lorenzo, Vida cotidiana
Micromentario: la memoria también se pierde en los pasillos del olvido
I
En el 2005 publiqué Don Rómulo Escobar: artículos y ensayos, 1896-1946. Incluí los 30 artículos de las “Memorias de Paso del Norte”. Eran breves textos que don Rómulo envió al Boletín de la Sociedad Chihuahuense de Estudios Históricos en los años 1939 a 1946.
II
Las Memorias de Rómulo son nostalgias concisas (no exentas de humor ranchero), anécdotas en serie: historias familiares (el padre como figura patriótica), descripciones de los hombres de antes (que eran los absolutamente honestos), relatos de las diversiones pueblerinas y de aquella antigua economía basada en el cambalache agrícola. El narrador de estas crónicas es un científico desplazado por las invenciones instantáneas de la modernidad: desea ignorar las nuevas calles, los nuevos nombres, olvidar a los jóvenes que no honran con su existencia el sagrado ayer. Y, sin embargo, leyéndolo, uno tiene una impresión de primera mano de lo que fueron los paseños-juarense del siglo XIX, los que se auxiliaron del Río Bravo para crear una economía de frutos estacionales: personajes sencillos que vivieron momentos de estoicismo circunstancial: hambrunas, guerras (contra los apaches), pobreza agraria y una ecología a merced de climas extremos. Paso a reseñar algunas de las crónicas / memorias de don Rómulo.
III
(1) “Mano Güero”. La primera crónica (publicada en abril de 1939) trata sobre un indígena local, popular por su pasado guerrero contra los apaches. Al niño Rómulo le vendió un escudo (por un poco de vino) y muchos años después, el joven Rómulo conversó brevemente con él. Luego, para el Rómulo anciano fue un recuerdo entrañable. (2) La crónica “Don Pablo Federico” traza la figura del “alcalde de aguas”, personaje patriarcal [palabra del agrícola siglo XIX] respetado, que sabía de la justa distribución del agua para los sembradíos y que aparecía donde era más requerido: ahí estaba pacificando disputas de labradores, realizando vigilancias nocturnas o crepusculares. Don Rómulo lo recuerda como parte mimética del paisaje: su figura la podía ver “a la hora en que salta el lucero, cuando canta sus murmullos el agua que pasa por nuestras acequias, cuando se llena la tabla y se abren las sangrías para regar la siguiente, cuando se está cuidando a los rebalses sin más ruido en el aire que el del agua que pasa, el de los perros que cuidan y el de los gallos que saludan al nuevo día”. Don Pablo es la omnipresencia que supo preservar la armonía entre ciclos ecológicos y vidas humanas (leve dibujo poético de un anciano que recuerda una vivencia infantil).
IV
(3) “La cueva del ermitaño” trata de un misterioso personaje que vivía en el Cerro Bola, era italiano, vivía del auxilio de los piadosos lugareños. Redactó un cuaderno de memorias que “estaban escritas con pésima clase de plumas, con las peores clases de tintas y creo que hasta pedazos de carbón y almagre”. El cuaderno se perdió en la “vieja casona” de la familia Escobar. Un día, el hombre se marchó y fue muerto a manos de los apaches (en su travesía hacia San Antonio, Texas). Rómulo se pregunta: “¿Cuánto habría sufrido en la vida para llegar a la cima de la tristeza y de la misantropía un hombre que no era un hombre inculto sino más bien un desgraciado?” (4) “Los Uranga” muestra personajes temerarios que tenían el negocio de las diligencias Paso del Norte a Chihuahua: “Desde que se divisaba en el camino la polvareda que venía haciendo el coche, salía la gente de sus casas para presenciar la llegada. Las mulas sudadas y trabajadas, los pasajeros empolvados y con caras de dicha y en el pescante el cochero y el sota, símbolos de valor y de la habilidad que habían traído a los viajeros a feliz término”. Don Rómulo escribió también de otros miembros de la reciedumbre ranchera: los canoeros Acosta (que tenían unas plataformas para cruzar carretas por el Río Bravo); el Coronel Joaquín Terrazas, que derrotó a los apaches y del que Rómulo narra una anécdota: el día en que un conductor de tren le exigió un boleto para un familiar que lo acompañaba: “si en aquellos momentos había un tren que recorriera aquellas vastas llanuras, era debido nada menos que a aquel hombre a quien se le cobraba un pasaje de un niño”.

V
También escribió de los sacerdotes conservadores. El cura Borrajo que prefirió destruir los badajos de las campanas que prestárselos a los constitucionalistas. El cura Ortiz del que narra lo siguiente: “Cuando la guerra con los norteamericanos al liberarse la primera batalla con el coronel Doniphan en Temascalitos (cerca de Las Cruces, Nuevo México), el cura Ortiz andaba socorriendo a los heridos y confesando a los moribundos. De pronto, un grupo de soldados americanos se dirige hacia él. El manso Cura tiró el crucifijo que llevaba, tomó el fusil de uno de los heridos y parapetándose tras el cuerpo de un caballo muerto, comenzó a disparar contra los invasores”. En las crónicas de Don Rómulo no hay odio, escribe de los Curas con el gusto que otorga el indulto personal de rencillas pretéritas entre liberales y conservadores.
VI
Son pocas las crónicas dedicadas a los eventos sociales, enumero: (a) La creación del Teatro local gracias a la afición operística de don Espiridión Provencio. (b) Las Ferias a las que acudían gentes de toda la región para vender sus productos agrícolas y asistir al circo y jugar carreras y “chuzas” (bolos), comer “orejones”, matar liebres a garrotazos (evento que[ describe don Rómulo con un gusto particular) y otras diversiones que, anota melancólicamente, “al recordarlas me parece que la sociedad sencilla y unida de aquellos tiempos ha cambiado mucho; que aquellas costumbres de pueblo chico, aislado por desiertos, eran mejores que las que nos han traído los ferrocarriles; que las gentes de aquellos tiempos eran mejores”. Su juicio ético es sobre todo una demarcación sentimental, un dictado de identidad y pertenencia.

VII
La última crónica de don Rómulo Escobar, “La chuza” (noviembre de 1946) no abandona el tono festivo (estamos ante un escritor consumado), pero ya resulta incapaz de abandonar el tono de caducidad generacional. Lo cierto es que don Rómulo fue un autor prolijo, publicó enciclopedias de agronomía, infinidad de artículos sobre agricultura y cultura ranchera, y escribió de 1896 a 1936 una serie de ensayos que tituló Eslabonazos (editados luego en un libro con el mismo nombre). Esperó tres años para volver a escribir y lo hizo recreando sus Memorias que se convirtieron en las únicas crónicas escritas por un juarense anclado en el siglo XIX.
José Manuel García-García (NMSU)
micronomia1.blosgspot.com
- Publicado en El Paso, Río Bravo, Vida cotidiana
De misión a presidio y del polvo a la pólvora
Un grupo nutrido de escritores y periodistas ofrecen en Crónica del desierto: Ciudad Juárez de 1659 a 1970 una aproximación a la evolución sufrida por el territorio norte de Chihuahua, desde la antigua misión franciscana al establecimiento de la identidad fronteriza que permanece en la actualidad. Aunque la publicación de Raúl Flores Simental, Efrén Gutiérrez Roa y Oscar Martín Vázquez Reyes fue auspiciada por el ITESM campus Juárez y la UACJ, el contenido del texto está lejos del confinamiento bibliotecario que representa un escrito especializado (aunque sí la adquisición material del libro… es inconseguible). Por el contrario, su alcance apela al mayor número de lectores posible, por lo que este blog ofrece el documento de manera íntegra. El recuento histórico establece una distancia considerable entre el receptor y el lenguaje académico. En un intento por aligerar el contenido para una audiencia más general, el texto se ve auxiliado por un resumen de trescientas palabras, aproximadamente una por cada año de historia cubierto en el libro. De igual manera, cuadros entresacados con datos de interés y citas de textos históricos otorgarán conocimiento al lector que solo se acerque con una hojeada. También con el objetivo de ser más explícitos en cuanto a la geografía, son incluidas ilustraciones de la ubicación de las misiones (jesuitas y franciscanas), de los primeros habitantes y los mercados, al igual que la división territorial contemporánea.
Imperaba la ignorancia sobre el norte de la Nueva España; cuanto más aumentaba esa carencia de saber, de manera proporcional se ensanchaba el caudal de misterios y leyendas sobre ese desolado territorio. Lejos de la ruta principal que nacía en la capital novohispana, los sumas, mansos y jumanos habitaban lo que se convertiría en una de las más importantes puertas septentrionales del virreinato. Impulsados al descubrimiento de ciudades ficticias, hechas de oro puro, según sus informantes, la expedición que habría de concluir en lo que hoy es Socorro, Texas, fue dirigida por Juan de Oñate. Al conquistador zacatecano le siguieron los franciscanos, orden cuyo interés social y religioso dio origen a un desarrollo considerable en la región. La misión de Nuestra Señora de Guadalupe de los Mansos del Paso del Norte, acompañada de un presidio (decenios más tarde) para mantener el orden, actuó principalmente como conexión a Santa Fe. Los siglos no le cayeron bien al asentamiento; población moderada y recursos a cuentagotas deterioraron el mantenimiento de las misiones. La violencia consumió el territorio y se temió más a los moradores originarios que al expansionismo del vecino. Así lo escriben los autores: “La inseguridad en el norte del país era tan grave que, a mediados del siglo XIX, los pobladores temían más a una ataque de los bien armados indios que a la guerra con Estados Unidos, porque los primeros contaban con armas de fuego que los hacían temibles.” Traficantes anglosajones de armas y edificios gubernamentales desatendidos adornaron el paisaje. El Paso del Norte se encaminó al periodo de reforma bajo una economía extremadamente frágil y dependiente de extranjeros.

Sin duda, los cronistas cumplen con sintetizar, de manera efectiva, decenas de años y responder en la medida de lo posible a la constante cuestión del hombre del norte en cuanto a su entorno. Si hay algo que ha de cautivar al lector de este conjunto de crónicas es la paradójica dualidad de los inmensos cambios que ha experimentado Ciudad Juárez, acompasado de la drástico alteración en la huella urbana y sus actividades económicas. De los cinco mil habitantes en tiempos de colonia a millones en la actualidad. De pequeños mercados con escasos productos a uno de los principales establecimientos de la industria maquiladora. El espacio juarense como punto de reunión de viajeros de norte a sur o viceversa. La evolución es evidente, sin embargo, salta a la vista el establecimiento de relaciones a través del tiempo. Entre los edificios apropiados en 2009 (ahora abandonados) por el ejército mexicano al terminar la cruzada contra el narco, existe contacto con las unidades de caballería ligera que, al decaer el sistema de presidios, empezaron a robar. Los traficantes de armas provenientes de Estados Unidos que abastecían a los apaches se asemejan al polémico operativo “Rápido y Furioso” que armó a cárteles mexicanos. Y principalmente el miedo de un pueblo que abandona el temor de una guerra en contra de agentes extranjeros y se sumerge en un conflicto bélico con sus propios habitantes. Pero no todo es malo… Aún se llega rápido a Santa Fe desde el norponiente de la ciudad.

Eduardo Andrés Juárez Estrada
- Publicado en Ciudad, Misión de Guadalupe, Vida cotidiana
Subí al campanario para ondear la bandera del recuerdo
I
A los 60 años, Raúl Flores Simental (1953) publicó su primer libro: Crónicas del siglo pasado, Ciudad Juárez, su vida y su gente (UACJ). Es una obra que gira en torno a una triple convicción: a) Todo tiempo pasado es (literariamente) mejor; b) Todo lo contemporáneo es (literalmente) un fastidio; y c) Todo lo marginal (del Ayer) subsiste y resiste al Caos del nuevo milenio. Simental comenzó a publicar sus crónicas en El Fronterizo, en 1983. Su primer texto se titula: “La revendedora” (incluido en Crónicas), acerca de una mujer que compra tortillas y las vende en el Mercado Juárez. Ella es ciega y no cuenta el dinero que recibe: confía en todos. Es también símbolo de la orfandad social y la codependencia para sobrevivir. Si tales significados son demostrables, entonces las crónicas de Simental trascenderán localismos, como textos alegóricos. Simental será nuestro Georges Perec sociologizado, alquimista que convierte lo Infraordinario en Imaginario Colectivo.
II
A los 30 años, Simental creó una Voz Narrativa dedicada a rememorar el pasado y fiscalizar el presente. Si a los “Tiempos Idos” se los llevó el apocalipsis, queda el almacén de anécdotas dichas en tono de Abuelo memorioso, gracioso y regañón. Esa Voz Narrativa podría llamarse Don Retro. Lo que importa es su Expresión, su Estilo: claridad, brevedad, humor, elocuencia y empatía. ¿Cómo es Juárez para el cronista? En “De la Morfín a la Jilotepec” dice: esta es una ciudad que al crecer reduce sus distancias. En “Chaparrita y pretenciosa” anota: todo comercio cabe en una calle sabiéndolo acomodar, “así, en tan solo una cuadra, el paseante puede satisfacer su hambre, corregir su miopía, dulcificar su espíritu, arreglar sus líos con la justicia, reparar su Olivetti, desponchar su auto, hacerse un retrato al óleo o embellecerse”. En “Oculta Belleza” la ciudad es la personificación de lo feo: “chaparrona, polvorienta, plantada en el desierto y con un clima difícil de aguantar”, pero la gente llega y se queda, se va quedando (concluye). En “Primavera y otoño”, nos recuerda el cronista, el ecosistema es también caprichoso: se empeña en modificar sus ciclos estacionales: “la primavera entra cuando le da su gana, el invierno se despide a la hora en que se le ocurre, el verano se prolonga varios meses y el otoño parece haber desaparecido”. Y en “Capirotada”, la amada Ciudad es un escaparate kitsch: Gobierno y burguesía han creado calles que permanecen en un estado permanente de re-destrucción, los edificios mueren sin ser terminados, el centro es un cúmulo de ruinas y monigotes que pretenden ser estatuas. Pese a ello, Simental vuelve a repetirnos: “la belleza de esta Ciudad es tan profunda y espiritual que aguanta eso y más”. Su esencia (la memoria colectiva) perdura entre las construcciones mileniard desechables: yo te saludo ciudad en permanente obra negra.
III
A la Ciudad de Don Retro, la habitan dos tipos de personajes: los del siglo pasado y los del nuevo milenio. O mejor: los tradicionalistas y los egoístas (cf. “Les vale”). Los tradicionalistas tratan bien a los marginados (cf. “Doña Lupe”), ayudan a presos, indígenas, migrantes, locos, ancianos y un largo etcétera (que incluye a perros callejeros). Los egoístas, por su parte, levantan horrores arquitectónicos, destruyen costumbres solidarias y acaban con los recursos sencillos y prácticos de una ciudad con eternas carencias. Los tradicionalistas aman la cocina popular; los egoístas comen chatarra (se agringan, se complican, se tecnifican para estar a la moda).
IV
¿Quiénes son los marginados de Juárez? Los hombres que vendían gelatinas por las calles (“De a veinte y cincuenta”); las mujeres que iban a inyectar al enfermo hasta su casa (“Jeringa y sonrisa”); las mujeres que cruzaban al El Paso para trabajar de criadas (“Fieles pasajeras”); los tríos de rancheros que iban de cantina en cantina ofreciendo una canción (“Con el viento a favor”). Esa inmensa mayoría que aparece vendiendo paletas los veranos, banderitas en septiembre, tamales y flores en noviembre, buñuelos en diciembre; esos que aparecen y desaparecen sincronizados a las estaciones y las costumbres sociales, gobernados por un “Calendario exacto” (para usar el título de la crónica).

V
El lado extremo de la pobreza: los bebitos de las que venden mercancía en puentes y avenidas. En “Y ahí seguirán”, el cronista los describe así: permaneces calladitos, inmóviles todo el día en las espaldas de sus madres que se dedican a vender baratijas por el centro y los puentes de la ciudad. Los funcionarios del Juárez Nuevo, por su parte, los quieren desterrar porque “afean a las calles y ahuyentan el turismo”. Y se valen de la fuerza represiva: “desde ese mundito silencioso y cálido, los niñitos no entienden el porqué de los gases, empujones y mentadas” de la policía. Ellos reciben los golpes destinados a sus madres y miran asombrados el nuevo mundo, ese que los saluda con el puñetazo de la modernidad.
VI
Más allá de la pobreza económica, viven los socialmente muertos: los locos, esos que vagan por las calles de Juárez. En “Loco amor”, el cronista recuerda a “la Camelia” una mujer que solía vagar por las calles de Juaritos; la vemos en el momento en que su novio se suicida, tirándose a las ruedas del tren: un drama que es parte de los mitos juarenses. En “Hijos de nadie”, los locos “aparecen un día en cualquier calle o en cualquier esquina. Pueden ir arrastrando una cobija o un bote; pueden llevar un costal a cuestas o usar tres abrigos, uno encima de otro”. Los tantos locos de la ciudad, como el que subía a los postes para saludar a los viandantes, o el que escribía mensajes ilegibles en las paredes, o el que se creía un auto veloz y corría por las calles del Pasado. Los seres que ahora son solo material de la literatura fronteriza: mitos urbanos.

VII
En las crónicas de Flores Simental, hay una buena dosis de divertimentos literarios; están (por ejemplo) los cantineros que “cuenta charras”, los expertos en “relatos fantasiosos, en anécdotas increíbles” y que tiene un público predispuestos a la carcajada fácil (cf. “Igual”). También figuran los Mitómanos de Juanga: “Por lo menos quinientos nativos de estas tierras son amigos de la hermana; otros cuatro mil conocieron alguna vez a la famosa Meche; cerca de un cuarto de millón de fronterizos lo oyeron cantar en el Noa Noa; unos cuantos –cerca de 400– conocen el lugar donde se mete cuando está de visita en esta ciudad; más de dos mil señoras platican frecuentemente con él y cerca de 86 mil juarenses reciben eventualmente una llamada suya desde donde se encuentre”. Los Mitómanos de Juanga son únicos: son nada más la ciudad entera inventando “charras” sobre su Divo cantautor.
VIII
Adriana Candia anota en su “Prólogo” que las crónicas de Flores Simental son nostálgicas y lúdicas, y que reivindican al ser social marginal. Señala que las 127 composiciones sirven de “homenaje a nuestra forma de vivir”; son una expresión de amor por Juárez. De acuerdo: gracias a su estilo, el cronista logra transmitirnos empatía por ciertos juarenses (el Ayer es Sublime, el Ahora es Caos y Amnesia). Solo la Memoria de los Infraordinarios (a la manera Perec) ondean la bandera de la nostalgia (y así resisten). §

José Manuel García-García
- Publicado en Ciudad, El Paso, Juárez Nuevo, Mercado Juárez, Vida cotidiana
Un obituario celebra nuestro horror ante la muerte
I
Mario Lugo. Empezar a morir (plaquette, 1995). La muerte, el suicido, la soledad acompañada, la miseria (in)feliz, la “pareja ideal” en la etapa de la decrepitud biológica. Lugo: experto en la reconstrucción de los Últimos Días, en la condescendencia hacia la agonía ajena (pensada como propia). Empezar a morir es una noveleta hiper-breve (27 capítulos cortos) donde el tema es un prolongado memento mori, una vaga reflexión de lo efímero que es la vida, de la decrepitud y la prolongada agonía (que cobardemente llamamos “la tercera edad”).
II
Manuel y Carmen. Carmen y Manuel, dos personajes en las cercanías de la muerte. En el primer capítulo, Lugo nos adelanta el final: ella muere de un ataque cardiaco; Manuel, tiempo después, se suicida ahorcándose (muere “con dignidad”, afirma el narrador). A partir del desenlace, los subsiguientes capítulos son un inventario de los últimos momentos de la enamorada pareja. Una reconstrucción que es documental de una depresión que es descripción cursi. Manuel y Carmen. Carmen y Manuel, sin el suicidio del viudo, sus vidas serían literariamente infraordinarias. La auto-eutanasia fue la escalera de Jacob hacia la trascendencia humana o, al menos, a su literaturización (que en medio de la pobreza, ya es ganancia).
III
Manuel es un personaje simple: anciano que trabaja, que se desvive por la esposa enferma, que logra reflexionar sencilleces en su jardín de fantasía (las flores ocultan su miseria espantosa). A ratos se dedica al inventario de su patio: chácharas, objetos acumulados, insectos simbólicos (“la araña pasea sobre el vacío. Como equilibrista que pisa sobre el aire en un despliegue de magia”), el calor del sol, el silencio. Carmen (por su parte) limpia la casa, le ofrece el cafecito matinal a su amado esposo (rito feliz: “Te sale muy bien, Carmen. Ella preguntaba: ¿Quieres más?”) Carmen recordando a su hijo Feliciano que lo mataron cerca de su casa (“no encontró puerta abierta”).
IV
Manuel y Carmen, durmiendo juntos (“cada apareamiento se convirtió en una señal de lejanía. Por eso al terminar se daban la espalda”). Carmen soñando (a sus años) con otro viejo amor. Manuel (a sus años) anclado en la melancolía al ver a su esposa dormida, desnuda (“la visión de un pubis pobre en pelambre y una hendidura descompuesta en una raya mal trazada, interrumpida por los labios vaginales ligeramente pálidos” que contrastaba con un recuerdo: “la visión de ese plácido lugar alguna vez excitante y delicioso… donde chupó tantas veces las ansias, frescas entonces”). Carmen y las premoniciones de su muerte: encontró sobre la cómoda la figurita de porcelana que había perdido años atrás, encontró en el colchón la última carta de su hijo, y encontró también el banquito de su (verdadero amor) Bernardino. Y días después, sufrió la caída, supo del sabor del barro de su piso recién lavado y del dolor en el pecho y del último latido de su corazón. La muerte le llegó llenándola de imágenes del pasado, fragmentos huyendo del gran almacén de los recuerdos. Luego, el vacío, la mueca senil de la muerte. La nada.

V
Empezar a morir: noveleta para alimentar la depresión, ese gris estado donde todo es mayúsculo, doloroso y recursivo. La idea seduce, pero no convence: lo sublime nace de las anécdotas de lo humilde, lo inmóvil, lo grave ante los pasos de la muerte, el resignado vivir cotidiano que es la antesala del Fin. Empezar a morir es (sobre todo) un breve y deprimente obituario. §
José Manuel García-García
(NMSU)
≡ ≡ ≡ jmgarcia@nmsu.edu ≡ ≡ ≡
- Publicado en Ciudad, Muerte, Vida cotidiana
La realidad oculta bromas
Micromentario
[1] Sorpresa al final del túnelEn el 2010, Blas García Flores publicó Carta del Apóstol San Blas a los parralenses (Ficticia, ICHICULT). Es un cuentario producto de su experiencia talleril. El título es engañoso, juguetón: en realidad no hay cartas, son cuentos juarenses y Blas todavía no es nuestro primer santo. David Ojeda (el gurú de ciertos locales) elogió a Blas por su “alta capacidad para activar desenlaces contundentes”. Y sí, Blas es bueno en materia de sorpresas (que en la microficción es la gratificación instantánea, el gozo del twist antes del punto final. Un vistazo sumario a algunos de sus breves cuentos:
[2] Yo soy otrx“Ramona Jiménez”. Un personaje que no recuerda nada de la noche anterior (cf. The Hungover) cree haber “cogido con una puta”, que huyó robándole ropa y carro. Encuentra solo trapos dispersos por el piso y una credencial: “Ramona Jiménez”. Su amnesia se prolonga un par de párrafos, pero al mirase al espejo descubre la verdad: “Me puse de pie y descubrí con horror mi verdad: figura delgada, cabello corto, senos pequeños, pezones grandes, sexo rasurado, caderas anchas, nalgas celulíticas. Ramona Jiménez, dije con suave timbre. Soy una puta. Otra vez comencé a llorar”. En la calle, Ramona recupera el recuerdo de sus gustos sexuales (“recordé cómo me gustaban los rancheros gordos que fumaban”) y reafirma su identidad (inestable) y su destino: la amnesia es un efecto de sus vicios: mañana (sin duda) repetirá ese memento patético de apego a la vida.
[3] Con final triste“Fuego en el Km 27” es un microrrelato que cito completo y sin comentarios: “La relación entre Denisse y Fernando era excelente: más de dieciocho años juntos; infieles discretos, expertos en los desayunos sabatinos; amantes del box. Como todas las parejas, habían tenido sus problemas, nada que el sexo anal no pudiera resolver. Ahora regresaban de su casa de campo, contentos, perfectos. No dejaban de acariciarse, de mirarse profundamente, perdiéndose en los ojos del otro. Por eso chocaron”.
[4] Onán perseguido“Crápula”. Un adolescente (encerrado en un colegio de monjas) tiene un grave problema: es un masturbador compulsivo. Pero la monja superiora lo vigila (también: compulsivamente). Un día, por accidente, el joven descubre que puede hacer desaparecer las pruebas del delito: aprende a beberse lo que apenas desecha y así, al final de este cuento, es un joven normal y feliz. (Con un poco de ingenio todo tiene solución, diría la moraleja si la hubiera).

“Parque Borunda” consta de varios microrrelatos, uno de ellos es el testimonio de Fermín Rebolledo, que en lugar de hablar sobre la muerte del presidente municipal José Borunda (asesinado de un bombazo), decide narrar (¿a la policía?) otra cosa: su experiencia erótica con Juanito. Dice Rebolledo: Borunda “me descubrió en la oficina cuando le estaba despachando mi chorizo a Juanito, el jotito de la empresa. Ya les traía ganas a esas nalguitas. Nos quedamos después de la jornada y hasta se vistió de mujer para mí, se veía espectacular mi Juana”. No estamos ante una narrativa homoerótica, sino ante su parodia; la premisa es machista: la sexualidad gay es ridiculizable.
[6] El neocostumbrista eres túAl igual que muchos autxres juarenses de los últimos 20 años, Blas García escribe sobre varios personajes marginales locales. Mencionaré solo a tres: (1) El músico Hombre Liga, que tocaba un imaginario tololoche usando ligas. Se instalaba frente el cine Coliseo y tocaba su imaginaria canción: “Los latigazos en el labio eran fuertes; las heridas se terminaban de abrir. Usaba saliva y solo saliva como remedio. Cantaba con dientes rojos” y “no se iba hasta que todas las ligas que traía eran usadas. Se alejaba en voz baja decía: nací el 18 de marzo. Nunca me dejan entrar a este cine. Exprópiese”. (2) El entrañable Guanayudita. Era un hombre que pedía dinero diciendo “one-ayudita, plis”. (3) El Pintor Sin Brazos, que todos los días, por muchos años, se sentaba en la plaza a hacer sus dibujos en acuarela: “sus pinceles limpísimos; el caballete viejo pero resistente; overol de mezclilla, camiseta blanca, escapulario de la Virgen del Carmen y guaripa de palma”. Personajes entrañables para el juarense de los años 80 o 90.

Blas repite algunas estrategias narrativas en su libro: (a) la fragmentación: en “Ramona Jiménez” es la fractura de la memoria; en el relato del arcángel Miguel, la mutilación del dragón (cada cabeza que cae es un microcuento); y en “Parque Borunda” (el texto más largo) la fragmentación es doble: el bombazo hace imposible la recuperación de los cuerpos mutilados, y a nivel estructural, el cuento mismo es una pedacería de voces narrativas. Otra estrategia: (b) la trama fársica, que incluye el humor sicalíptico y el humor satírico: los personajes “con sabor local” se convierten en parodias de lo pintoresco urbano. Y por último (c): a través de la sorpresa final, Blas acostumbra al lector a un cierto horizonte de expectativas. El riesgo: un fracaso inmediato si la sorpresa no cumple con ellas. Esas tres estrategias, sin embargo, relegan el neocostumbrismo de Blas a segundo término. §
José Manuel García-García
- Publicado en Ciudad, Parque Borunda, Vida cotidiana
Tantos deseos para un destino
Micromentario 1
[1] Una distopía interiorMiguel De La Cruz, El vestido de la reina Kitsch (Santa Fe, NM: Brown Buffalo Press, 2019). Es una colección de 28 relatos breves. Cada relato exige varias interpretaciones posibles. Todo sucede en un país llamado Juárez (& lugares aledaños). Los personajes comparten la soledad, el desamparo, la desesperanza; abandonados, viven un distopía predestinada, íntima, cotidiana.
[2] Memento erótico“Domingo”. En este relato dos personajes imaginan una relación sexual inefable, irrealizable. Ella es una hermosa enfermera; él, un hombre inválido, mutilado. Para ambos, el placer radica en la fantasía: sus posibilidades. La realización erótica es sólo un evento pospuesto, un juego de silencios y miradas. Solo importan los pensamientos, el carrusel de caricias dichas a un oído imaginario. Él piensa: “me imagino enterrándome bajo la arena de su tez”. Ella piensa: “Escurre su jugo albino, mi pecho se agita al brotar de su entrepierna abultada”. Pero la realidad es otra: “desde que estoy en el hospicio ella me visita los domingos. La gangrena ha ido carcomiéndome la prudencia, mi enfermera lo sabe, por eso sonríe”. El autoerotismo es también la agonía en el espejo de la Conciencia.
[3] La quimera del deseoEncerrado en su desesperación, busca la manera de salir de pobre: su método es poco práctico: destruir la casa que alquila. No es nihilismo habitacional, es una búsqueda de un tesoro oculto. Cuando lo encuentre, pagará la renta y buscará a sus hijos. Mientras, afuera, lo vigilan “esculturas humanoides regadas por el patio”. En sus breves momentos de ocio, con ellas conversa. Así es el personaje del relato “La búsqueda”: la pobreza produce el vacío total de la Cordura.
[4] Los rituales sin razónLos Locos de la gran Ciudad, los dispersos marcados con la letra L, venerados en la memoria literaria: quién no recuerda al loco rompetuberías (relato “La búsqueda”), a la loca llamada Camelia (relato “Velarde”), al loco que se volvió ídem porque su familia se había gastado sus ahorros (relato “Al sol seguía”), al loco que expulsaron de la escuela y ahora vive entre el amor y el autismo (relato “Lengua de caracol”). Literatura museográfica, balance de los daños que el mundo realiza a los Diferentes, a los que andan al margen de la razón y sobreviven como pueden en su Inconducta Social. Después de todo, ellos son la herencia literaria de Erasmo de Róterdam (Elogio de la Locura); son el asombro (efecto del psicoanálisis amateur); son la criba del darwinismo vital. Los locos deambulan por las calles de la Ciudad, desaparecen, y un día regresan como protagonistas de una historia contada desde un observatorio literario. Sin embargo, la perspectiva es gris, como la nostalgia.

La otra marca secreta de los marginales: el determinismo inalterable. Ejemplo: un lector de Rayuela bautiza a su hijo con “el nombre maldito” de Rocamadour. Las consecuencias son obvias: muerte prematura del nene. Jugada literaria de consecuencias irónicamente intuidas. Sin embargo, el determinismo del arcano literario es menor al destino divino: es Dios el único poder que fija con su dedo las formas venideras de la muerte. Tal es el caso de “Señal” donde se cuenta lo siguiente: “En aquel tiempo, Dios hizo el surco con su dedo: hoy, el coche de mi hijo se desplomó en el barranco”. En 21 palabras el relato afirma el ciclo humano: horma del capricho de lo Eterno.
[6] Lo triste del kitschLos amargos recuerdos de una mujer: su hermosura infantil, su figura en el espejo, su triunfo en un concurso de belleza, la noche en que mamá la dejó prestada a un hombre, sus inicios en la renta de su cuerpo, los beneficios económicos, la pérdida de su esposo, de su hija, sus vicios, sus angustias ante el tiempo que le quita juventud a su figura. Y ese empeño en reproducir a solas aquel concurso, cuando era “La reina kitsch” y vestía de estridente flor del baldío, justo donde comienza el muladar.

También hay relatos del lado De Allá: así conocemos al Despistado que escribe una carta al Batman Chicano; que escribe y sueña con expulsar a los recién llegados (las “sombras” centroamericanas), esos cholos que “arañan las paredes”, “marcan territorio”, comen “comida con grasa excesiva”. Es el Asimilado que imita el ladrido del Supremacista Blanco. Por contraste, el relato “Lucía”, habla de la mujer que va de Juárez a El Paso, a trabajar de empleada doméstica. Un mal día se forma en la fila equivocada: por ello le quitan el pasaporte y pierde la posibilidad de engañar por unos días más a la miseria (esa forma hogareña de vivir en la distopía).
[8] Un chicano fronterizoMiguel De La Cruz (El Paso, Texas, 1984) tiene en El vestido de la reina kitsch su segunda colección de textos breves. Su primer libro lo publicó en el 2013: Memorias de un camaleón (NMSU, Arenas Blancas). De La Cruz ha sido fiel a la economía verbal y a la idea de que una conclusión feliz es simplemente una falsa certidumbre.

José Manuel García-García
- Publicado en Ciudad, Vida cotidiana
Puentes y más puentes
Resulta agradable ir a una biblioteca y encontrarse antologías interesantes; entre ellas, existe una con cierta peculiaridad que vale la pena revisar, Narrativa juarense contemporánea (2008), compilada por Margarita Salazar Mendoza. La actual coordinadora de la licenciatura en Literatura Hispanomexicana de la UACJ comenta en el prólogo que el libro surgió por dos motivos: dejar un registro de la gente que de forma regular escribe en nuestra región, y promover entre estudiantes de preparatoria y universidad el placer por la lectura de diversos textos narrativos juarenses. Además, explica que el título se escogió con fines de inclusión, ya que los diferentes escritores que se encuentran aquí no se limitan a un solo género, todos escriben de distintas maneras y con diversos propósitos, y en ocasiones combinan los géneros literarios. Lamentablemente las cuarenta voces reunidas no son muy conocidas dentro de la ciudad por la falta de circulación de sus obras, así que Narrativa juarense contemporánea, de alguna manera, contrarresta esta situación.
El escritor compilado en el que me detendré es Jorge Alberto López Gallardo, quien, según Salazar, “juarense y paseño, por vida y experiencia, deja excelentes muestras de la vida fronteriza en este cuento”. En “El Puente” encontramos una polifonía de voces, actividades comerciales, puntos de referencia y comportamientos de la gente que se pueden observar en cualquier cruce de Ciudad Juárez; por ello, el título hace referencia no solo a la conexión entre dos países, sino a la variedad de cultura y pensamiento que caracteriza a la frontera. El relato se divide en ocho secciones, las cuales abarcan el espacio de un puente o una calle en específico para desarrollar distintas historias que suceden durante una mañana, en horarios muy cercanos; es decir, ocurren simultáneamente, aunque el narrador se detiene en cada lugar para mostrar al lector cómo se desenvuelve la cotidianidad citadina. Otra característica que le otorga un valor más verosímil al texto de López Gallardo consiste en el raudal de diálogos de un conjunto de personajes carentes de nombre y cuyo lenguaje recae en lo informal y coloquial. Los protagonistas coinciden en ciertos temas, por ejemplo, hablan de sus recuerdos, de los problemas del presente, del clima, de las noticias o simplemente de lo que ven a su alrededor al pasar por esos puentes y calles.
Lo particular de este cuento consiste en el retrato de situaciones que actualmente siguen ocurriendo en los puentes internacionales; pues, no solo juarenses, sino personas de distintos lugares de nuestro país y del vecino tienen contacto en esas monumentales construcciones. La diversidad cultural, como bien lo plasmó López Gallardo, se puede percibir perfectamente en estos sitios. Nada ha cambiado, cientos de personas se levantan temprano para tolerar largas filas de autos, cruzar al “otro lado” e ir a su trabajo, escuela o de compras. Estar arriba de un carro que apenas se mueve unos cuantos centímetros, da el tiempo suficiente para reflexionar sobre temas sociales, culturales, históricos o políticos, o simplemente analizar lo que nos deparara el día. Uno de los puentes que el cuento de Gallardo menciona es el Carlos Villarreal. Cada vez que paso por ahí veo lo mismo que uno de los personajes observó a través de su ventanilla mientras esperaba el avance de la línea: los caballos continúan imponentes y El Chamizal sigue en su sitio como representación del “único terreno que ha perdido Norteamérica en toda su historia”.
Nohemí Damián de Paz
- Publicado en Cruce, Frontera, La línea, puente, Vida cotidiana