La historia de la Toma desde la fotografía
En el segundo tomo de 1911 La Batalla de Ciudad Juárez (2003), Miguel Ángel Berumen se adentra, a través de múltiples imágenes, en uno de los episodios más importantes de la historia de la frontera. El libro consiste en una investigación de los avatares de uno de los eventos coyunturales del movimiento revolucionario encabezado por Francisco I. Madero. Más allá de centrarse en los protagonistas del acontecimiento, Berumen fija su atención en el pueblo, el cual atestiguo una lucha que cambió el curso de nuestra nación. De esta manera, la cotidianidad retratada por diversas lentes durante aquellos estrepitosos meses se convirtió en la fuente principal para recrear la contienda ocurrida entre el 8 y el 10 de mayo de 1911. El espacio fronterizo nos hace repensar una vez más la narrativa desde la fotografía.
Berumen nació en Ciudad Juárez en 1962. No obstante, su interés por la fotografía como documento para mirar la historia y su fascinación por el cine, surgió al estudiar sociología en la capital del país. Cuando volvió a la frontera se dedicó a promover el séptimo arte e investigar cómo fue la llegada del cine a los límites de la nación. Así descubrió el valor de la investigación iconográfica y volteó su mirada hacia los documentos que retrataron la Revolución Mexicana en el septentrión. Berumen ha destacado como historiador, gestor cultural, productor editorial y museógrafo; en el 2005 publicó Pancho Villa, la construcción del mito y, gracias al libro aquí tratado, obtuvo el premio internacional Southwest Book Award. Dirigió por varios años el Museo Nacional de la Revolución Mexican, localizado en el sótano del monumento homónimo, y ahora labora como curador del Museo de la Revolución en la Frontera (MUREF). Entre sus proyectos más recientes destaca la coordinación de la exhibición La búsqueda de un ideal. La Constitución, la cual busca indagar si este documento cumplió con sus objetivos, y así generar una reflexión sobre los eventos que nos han posicionado en nuestro actual lugar como nación.
La Batalla de Ciudad Juárez II. Las imágenes se aparta de la mirada oficial que narra los acontecimientos desde el discurso centralista con sus figuras y monumentos de bronce ya establecidos, ya que Berumen erige su investigación a partir de un aspecto que la historiografía había pasado de largo: las fotografías. El autor entiende que su objeto de estudio no se prioriza en un área –la Historia– que tradicionalmente se basa en los documentos escritos; por ello, en la introducción enfatiza la importancia del estudio iconográfico al momento de analizar la historia local, la nacional y el fotoperiodismo moderno. Asegura que, igual que los archivos, las imágenes aportan datos imprescindibles sobre la revuelta armada que cimbró a Ciudad Juárez; ya que uno de los aspectos que más llama sobresale de este evento radica en la atención mediática sin precedentes de la que fue objeto: más de cincuenta fotoperiodistas buscaban la primicia del cuadro que captara el mejor momento. Berumen se interesa en este aspecto, pues la frivolidad de los medios que acecharon a Juárez se intensificó a tal grado que, incluso los revolucionarios sucumbieron ante el encanto de la lente, conscientes del poder de las imágenes para ganarse la opinión pública.
La importancia de la fotografía consiste, sobre todo, en la preservación de la memoria y en las diversas lecturas que de ella pueden desprenderse. Aspecto del que se desprenden algunas de las principales interrogaciones de Berumen: “quiénes eran los personajes que aparecían en el encuadre, en dónde estaban, en qué fecha, los sucesos que describían, quién tomó las fotografías, qué motivó a los fotógrafos, cámaras utilizadas, cómo se difundieron esas imágenes, etcétera.” Los hallazgos realizados a partir de estas cuestiones sorprendieron al mismo autor debido a la variedad de fuentes iconográficas que localizó; por ejemplo, las postales producidas por fotógrafos paseños, quienes, con su amarillismo, construyeron un imaginario bastante bárbaro de la revolución norteña.
El británico Jimmy Hare es una de las figuras más importante entre la pléyade de fotógrafos extranjeros que arribaron a Ciudad Juárez, pues sus imágenes retrataron muy de cerca los días de la contienda y significan un registro detallado de los acontecimientos que surgían a cada instante. Debido a esto, Berumen le dedica gran parte de su investigación. De las más de cien fotografías de la Revolución Mexicana que se produjeron para la revista Collier’s, la mayoría surgió de la lente de Hare. Gracias a su obra, el investigador juarense estableció la ruta seguida por una de las columnas revolucionarias en esta frontera. Además, como prueba de su arrojo y determinación, resalta el episodio en donde, durante la toma de la Misión de Guadalupe, Hare se sube al techo de antigua iglesia para captar el momento en que los insurrectos tomaban el control de la ciudad.
El alcance de la imagen fotográfica sirvió también para intereses políticos; Francisco I. Madero lo sabía muy bien. Su llegada a Ciudad Juárez la mañana del 16 de abril de 1911 acaparó la atención en ambos lados de la frontera provocando el morbo de la población, como si de un espectáculo circense se tratara. La población paseña, incluso, hizo caso omiso a las advertencias del peligro al que se exponían si se aceraban a la línea de fuego. La frivolidad de este acontecimiento, de acuerdo a la investigación de Berumen, se evidencia a través de los escalofriantes anuncios que se publicaban en los periódicos locales: “La forma más segura de ver la pelea es conseguirse unos binoculares y quedarse fuera de rango […]. Después de esta batalla viene un evento musical que no puede darse el lujo de perderse.” Era tal el magnetismo del bando rebelde que en una de las primeras victorias de Madero sobre las fuerzas armadas de Porfirio Díaz, el campamento maderista se inundó de “periodistas, fotógrafos y simpatizantes que llegaban desde El Paso […] propiciando cientos de momentos fotográficos.” Un testimonio impreso en El Paso Herald confirma este ambiente de carnaval que evocaba una especie de territorio libre: “La multitud una vez más inundó el campo insurrecto el domingo […]. Los insurrectos estaban en el campamento como siempre, y fueron fotografiados aproximadamente 1723 veces por los corresponsales aficionados.”
La imagen de la Revolución que se formó a partir de las fotografías otorga una lectura nueva sobre este hecho histórico, pues un cúmulo de miradas detrás de las lentes armaron un discurso visual que no debemos ignorar. El aporte de Berumen en 1911 La Batalla de Ciudad Juárez II. Las imágenes resulta de suma valía para el lector contemporáneo, ya que lo invita a reflexionar y cuestionarse sobre la manera en que estamos acostumbrados a interpretar la historia. Al redefinir el imaginario que se nos ha impuesto por décadas, veremos con nuevos ojos no solo a los personajes históricos, sino también el valor del espacio fronterizo que habitamos.
Adolfo Abraham Cruz Carbajal
- Publicado en Centro, MUREF, Revolución
Música para la batalla
- La Toma de Ciudad Juárez, estrategia militar y canciones
La madrugada del 9 de mayo de 1911, cerca de mil rebeldes abrieron fuego y el combate comenzó en la frontera; la revolución armada iniciaba aquí en Juárez, donde comienza el país. La locura de los cañones y las ráfagas de metralla se escuchaban hasta El Paso; las granadas anunciaban por diferentes calles lo que todos esperaban: el inicio de las hostilidades. Las trincheras improvisadas de los federales apostados por la avenida Juárez trataban de resistir el embate de los revolucionarios. La escena del evento incluía hombres caídos, ensangrentados, sombras fugaces y un fuerte aroma a pólvora.
Distintas versiones cuentan que la estrategia de los regimientos dirigidos por Pascual Orozco y Giuseppe Garibaldi para avanzar hacia el centro de ciudad consistía en abrir boquetes en las paredes de las casas y cruzar a través de ellos para resguardarse de las balas. Los investigadores Pedro Siller, Miguel Ángel Berumen en 1911. La batalla de Ciudad Juárez y José Manuel García en Ciudad Juárez: versiones de una toma recopilaron testimonios, noticias y fotografías que registran el caos durante la contienda, la actitud de los participantes y el ambiente previo y posterior a un evento que determinaría el rumbo de la insurgencia mexicana.
Las casas ubicadas en el centro de la ciudad habían sido abandonadas con rapidez. Incluso las familias dejaban platillos de comida en las mesas para que los rebeldes se alimentaran. También utilizaban las habitaciones para descansar un poco. Timothy G. Turner, reportero norteamericano, describió cómo al pasar por las solitarias viviendas algunos de los revolucionarios intentaban tocar melodías con instrumentos musicales que se encontraban ahí, con lo que buscaban cambiar un poco el tono del ambiente combativo. Sin ser expertos en música, los hombres del Centauro del Norte interpretaban canciones o buscaban fonógrafos para escuchar la famosa mazurca “La cucaracha”:
La cucaracha, la cucaracha
ya no puede caminar
porque no tiene, porque le falta
mariguana que fumar.Un panadero fue a misa
no encontrando qué rezar,
le pidió a la Virgen pura
mariguana que fumar.De las barbas de Carranza
voy a hacer una toquilla,
Pa’ ponerla en el sombrero
del valiente Pancho Villa
Indudablemente, la música representó un bálsamo para los revolucionarios durante los días de batalla. Guitarristas rondaban por las calles y por el campamento insurgente entonando otra popular melodía: “La Paloma”, escrita por el español Sebastián de Iradier y Salaverri en 1809.
- El corrido revolucionario y los músicos
Los corridos consisten en composiciones musicales que describen eventos o historias de personajes contemporáneos a los que se les atribuyen rasgos heroicos. A diferencia de los compositores europeizados, la mayoría de los cantantes populares que escribieron corridos sobre la frontera durante la Revolución permanecieron por mucho tiempo en el anonimato. Las letras las componían entre dos o más personas, en un momento de inspiración colectiva. Un periodista americano que seguía a Villa dejó un testimonio, por ejemplo, de unos soldados que escribieron una versión de “Las mañanitas” de esta manera. Uno empezaba una estrofa, después le seguía otro y otro; así, cada hombre aportaba versos sobre las hazañas de su capitán:
Aquí está Francisco Villa
con sus jefes y oficiales,
es el que viene a ensillar
a los mulas federales.¡Ora es cuando, colorados,
alístense a la pelea
porque Villa y sus soldados
les quitaron la zalea!
Los músicos anónimos inmortalizaron los hechos y a los protagonistas de la batalla. Escribían sus hazañas detalladamente, incluían nombres y datos como si fueran reportajes. Los corridos que se cantaban para recordar o celebrar alguno de los combates de manera inmediata, en ocasiones eran retomados por otros intérpretes de latitudes lejanas, acrecentando la fama y valor de ciertos acontecimientos o personajes. Tal es el caso de “La Toma de Ciudad Juárez”, melodía que forma parte del Texas-Mexican Cancionero, editado en 1976 por Américo Paredes, figura seminal en los estudios chicanos. La pieza seguramente se compuso a unos días de la rendición, incluso durante el mismo festejo, ya que tanto la letra como la música representan la algarabía de un triunfo sin precedentes:
México está muy contento,
dando gracias a millares,
empezaré por Durango,
Torreón y Ciudad Juárez,
donde se ha visto correr
sangre de los federales.Ah qué valor de Madero
cuando a ese México entró.
Con sus ametralladoras
Orozco lo acompañó
haciendo fuego cerrado
hasta que no los venció.Porfirio Díaz decía:
ya mi gente está volteada,
yo ya no quiero pelear,
ya voy a bajar mi espada;
me agarraron a Navarro,
que era con el que contaba.Qué bien nos salió, comenta,
lo que venías anunciando
de ver a los maderistas
en este reino reinando,
Porfirio dado de baja
para Europa caminando.
- La música atraviesa las líneas
En Historias desconocidas de la Revolución Mexicana (2017), David Dorado Romo registra la actividad de los músicos en la frontera a inicios del siglo pasado. Aparte de corridos, los géneros favoritos eran los valses, las mazurcas, las polkas y las marchas; después se popularizó el foxtrot, el ragtime, el swing y las primeras manifestaciones del jazz. El historiador nos demuestra con su investigación cómo la música ha constituido un medio no verbal para comprender una ciudad. Pues la historia de los músicos durante la Revolución nos ayuda a percibir aspectos de la cultura y la vida cotidiana dentro de la frontera en aquellos años.
En tiempos de la Toma, los músicos andaban por todas partes, unas veces tras bambalinas, otras en plena contienda y a veces en el escenario. Tocaban antes de la batalla para inspirar a la tropa, marchaban en los desfiles para exhibir el poder militar y entonaban sus melodías en la Plaza de Armas con el fin de apaciguar los nervios de la ciudadanía. Ambos bandos los usaban estratégicamente: los clarines servían de mensajeros, la estridencia era una especie de arma psicológica para atemorizar al enemigo, acompañaban las ejecuciones y, al terminarse la batalla la inmortalizaban en sus letras con propósitos propagandísticos. Funcionaban además como el periódico de los pobres. Por ello, eran los primeros en desertar al otro lado de la frontera o a quienes se les condonaba la vida con tal de que siguieran tocando. Escuchar la gran variedad de piezas que se compusieron durante el movimiento revolucionario, o leer sus letras en antologías como la de Américo Paredes o en la obra de David Romo, resulta una excelente experiencia para ahondar en un periodo que estremeció a nuestra nación y que, al día de hoy, todavía resuena profundamente en nuestra memoria colectiva.
Fuentes
Berumen, Miguel Ángel y Pedro Siller. 1911: la batalla de Ciudad Juárez. 2 vols. Ciudad Juárez: Cuadro por Cuadro, Imagen y Palabra, 2003.
Dorado Romo, David. Historias desconocidas de la revolución mexicana en El Paso y Ciudad Juárez 1893-1923. Ciudad de México: Era, 2017.
García, José Manuel, ed. Ciudad Juárez: versiones de una toma, 1911. Chihuahua: ICHICULT, 2011.
Library of Congress. Prints & Photographs Online Catalog.
http://loc.gov/pictures/resource/ggbain.01725/
Mejía, Rubén, ed. La toma de Ciudad Juárez: una historia en imágenes mayo de 1911. Chihuahua: Instituto Chihuahuense de la Cultura, 2011.
Mendoza, Vicente T., ed. El corrido mexicano: antología, introducción y notas. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 1992.
Paredes, Américo. A Texas-Mexican cancionero: folksongs of the lower border. Urbana: University of Illinois Press, 1976.
Reed, John. México insurgente. Ciudad de México: Fondo de Cultura Popular, 1954.
Scanlon, Charles. Álbum: La Toma de Ciudad Juárez, 2012.
https://www.flickr.com/photos/charlesjscanlon/albums/72157629714227754
SMU Libraries Digital Collections. http://digitalcollections.smu.edu/
Turner, Timothy Gilman. Bullets, bottles, and gardenias. Dallas: South-West Press, 1935.
Fotografías y tomas en movimiento
Víctor Chaparro: Primor / Casa creativa
https://www.facebook.com/Primor-Casa-creativa-122624045803349/
- Publicado en Revolución
Sombras de la contienda
El 8 de mayo de 1911, en el ahora Centro Histórico, comenzó una de las batallas más importantes de la Revolución Mexicana, quizá la de mayor trascendencia de aquella estrepitosa época. Durante la Toma de Ciudad Juárez se consolidaron figuras políticas como Francisco I. Madero y Abraham González y comenzó la leyenda de Pancho Villa y Pascual Orozco. Además, tras el derrocamiento de las tropas federales en esta frontera Porfirio Díaz renunció a la presidencia de la República.
Debido a esta importancia, la ruta literaria virtual Huellas de la Toma, diseñada y organizada por Juaritos Literario, tiene por objetivo recorrer, a través de distintas obras literarias, las calles citadinas y ese momento histórico que cimbró a nuestra localidad y resonó en todo el país. A continuación, me detendré en el autor y el contenido del primer texto abordado en el recorrido, el cual comienza en las instalaciones del Museo de la Revolución en la Frontera (MUREF). Materia de sombras (2001), novela escrita por Pedro Siller, narra lo sucedido durante y después de la contienda a partir de la figura de Abraham González. Su autor, aunque chiapaneco de nacimiento y economista de formación, es uno de los historiadores que más ha aportado a la ciudad que lo adoptó. Hablar del acontecimiento que aquí nos ocupa significa hablar de su arduo trabajo, el cual publicó, en coautoría con Miguel Ángel Berumen, en 1911: La batalla de Ciudad Juárez, una exhaustiva investigación que apareció en dos volúmenes en el 2003. Antes de su edición, nadie se había ocupado de este episodio clave y desencadenante en la historia nacional. La Casa de Adobe era un cuartucho derruido en donde se reunían las pandillas de las afueras de la ciudad. No existía ninguna iniciativa por parte del gobierno municipal, estatal o federal para reconstruir y revalorizar la importancia cultural e histórica de la abandonada construcción, hasta que la obra de Siller y Berumen comenzó a circular.
Pedro Siller labora como profesor-investigador en el Departamento de Humanidades de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Sus líneas de investigación giran en torno a la Independencia de Estados Unidos, la Revolución Francesa, el Porfiriato y la Revolución Mexicana. Intereses que quizá devengan de las revueltas estudiantiles y levantamientos civiles a nivel mundial ocurridos durante sus años universitarios en la década de los 70’s; por ejemplo, la Revolución Cubana y los motivos que convirtieron al Che en un símbolo de resistencia, o el movimiento armado en Nicaragua, el cual se retoma en la novela Adiós muchachos de Sergio Ramírez.
No extraña entonces la dedicación del doctor Siller para reconstruir el archivo histórico de la Toma de Ciudad Juárez. Su pasión por el tema continúa vigente a través de la publicación de artículos sobre el germen de la Revolución y lo acontecido durante la Decena Trágica, otro de los momentos que lo motivan en sus investigaciones. ¿Qué sería de nuestra historia si el docente universitario no se hubiera aventurado en la titánica labor documental en torno a aquel mayo de 1911? Probablemente aún ignoraríamos el valor de la emblemática batalla y, sin duda, Huellas de la toma no existiría. Por tanto, la intención de la primera intervención del recorrido consiste en reconocer y valorar su trabajo a partir de Materia de sombras, texto ficcional que precedió a la publicación de su obra académica.
En la novela, publicada al igual que 1911. La Toma de Ciudad Juárez bajo el sello editorial Cuadro por Cuadro, Imagen y Palabra, Siller aborda los antecedentes de la batalla y sus consecuencias inmediatas a través de la voz de los mismos protagonistas, quienes giran en torno a Julieta Álvarez, narradora e intermediaria de la historia. En el presente ficcional, ella, exiliada en Estados Unidos labora como secretaria tras haber mantenido una relación amorosa con don Abraham González, primer gobernador revolucionario de Chihuahua y uno de los principales artífices de movimiento armado en la frontera. Debido a las condiciones del asesinato del revolucionario, acontecido en 1913, Julieta jamás pudo despedirse. Pero, décadas después recibió una carta en la que se narraba lo que le había ocurrido a su antiguo amante. A partir de ese momento, la protagonista aprovechará sus habilidades como médium –adquiridas por enseñanza de Francisco I. Madero– para contactar a las personas con las que el político había convivido durante sus últimos años, pues no lograba comunicarse con él en el más allá.
Para lograr su cometido Julieta convoca a las sombras de Pascual Orozco, Francisco Villa y el doctor Francisco Vázquez Gómez. El acierto de Materia de sombras radica en que, más allá de mostrar una historia de amor imposible, se presenta como una novela histórica en la que los mismos actores de la batalla alzan la voz. Gracias a su arduo trabajo investigativo, Siller logró sustentar varios hechos históricos de la Revolución con el testimonio de sus propios incitadores. Orozco, Villa y Vázquez Gómez le cuentan a Julieta, y a nosotros como lectores, lo que sucedió antes, durante y después de la Toma, la cual culminó con la victoria de los rebeldes, trasladando al poder político-militar de la Casa de Adobe a la Ex Aduana (actual MUREF). Ciudad Juárez se convertía, una vez, en capital del país.
En la obra se aprecian tres momentos en los que intervienen los protagonistas narrando su pasado, los días previos a la batalla, el momento de la contienda y las semanas posteriores a la victoria. De esta manera, Materia de sombras ofrece varias lecturas. La primera, meramente histórica, describe lo que sucedió y los datos que el novelista-historiador sustenta; por ejemplo, cuando asegura que “Me entregó una carta en la que Zapata me decía que él era un ferviente partidario de la paz, pero no de una paz mecánica, ni de siervos, sino una paz de acuerdo con los ideales inscritos en el Plan de Ayala”, dejando entrever que tuvo acceso a dichos legajos. Otra perspectiva es la romántica que se vuelca sobre el amor imposible entre don Abraham y Julieta, y su empeño por volver a escucharlo. Por último, encontramos una mirada humana, en la cual descubrimos el lado más sensible de los aguerridos revolucionarios.
El novelista cede la palabra a Pascual Orozco para que nos hable de su lugar de origen, su árbol genealógico, la tradición de resistencia de la que proviene y de el fuerte deseo de vengar el fusilamiento de su tío por órdenes del general Juan Navarro. La religión –¿protestante?– del general oriundo del municipio chihuahuense Guerrero, influyó en su quehacer político, aunque constantemente afirmara que lo suyo solo era lo militar. En Materia de sombras se percibe el esfuerzo por reivindicar a esta figura clave para el triunfo maderista, la cual, aún con toda su popularidad y seguidores, lidió con el estigma de traidor.
De la misma manera, atestiguamos la confesión de Pancho Villa sobre su pasado bandolero. El Centauro del Norte nos cuenta, además, cómo, de manera fortuita, un asalto a don Abraham González derivó en su anexión a la lucha revolucionaria, debido a su conocimiento del terreno, habilidades como pistolero y su gran poder de convocatoria. De ahí en adelante, este famoso personaje, preocupado por su honor, se concentró en los acuerdos que estableció con González y Madero, y comenzó a forjar una leyenda que, hasta el día de hoy, continúa presente en el imaginario colectivo
El doctor Francisco Vázquez Gómez, por su parte, le narra a la protagonista sus vivencias desde que era un niño de bajos recursos hasta cuando, mediante el estudio y a pesar de ser discriminado por su condición social, se tituló en Medicina en las mejores universidades de Estados Unidos. Con el paso de los años se convirtió en médico de Porfirio Díaz y amigo íntimo de la familia del dictador. Este vínculo conflictuó su deber político; situación que le confiesa a Julieta al expresas sus sospechas respecto a Madero, pues creía que una vez obtenido el triunfo, el insurgente no cumpliría a cabalidad con sus propuestas debido a su tibieza y a la manipulación que sobre él ejercían sus parientes.
Algunos pasajes de la novela histórica se desarrollan dentro del MUREF. Uno de los más interesantes, debido a la tensión creada por el autor, se desarrolla cuando Orozco enfrenta de manera directa a Madero por nombrar a un gabinete con políticos que solo presenciaron la batalla desde El Paso y, sobre todo, por no permitirle fusilar al general Navarro, asesino de su entrañable tío:
Dos días después, cuando Madero estaba presidiendo una junta de gabinete en el edificio de la Aduana, donde era la sede de su gobierno, Villa y yo acompañados de diez hombres armados entramos sin previo aviso en medio del salón. Tomé la palabra y dirigiéndome a Madero le reproché su falta de cumplimiento a los principios que nos había enseñado con anterioridad don Abraham sobre la Revolución. Después le hice tres demandas. La primera era que el General Navarro fuera juzgado como criminal de guerra y le cité el párrafo del Plan de San Luis en donde se decía que serían fusilados durante las veinticuatro horas siguientes y después de un juicio sumario, las autoridades civiles o militares al servicio del General Díaz, que una vez estallada la Revolución hubieran ordenado fusilar a prisioneros de guerra.
Estos y otros reveses políticos acontecidos durante aquellos meses se intercalan con una serie de monólogos de Julieta Álvarez, los cuales destacan las cualidades del verdadero protagonista de Materia de sombras: Abraham González, hombre amable en su trato y convincente con su palabra, autor intelectual de la armada que tomó nuestra frontera en mayo de 1911, quien, lamentablemente, ha sido desdeñado por la historia nacional. Gracias a trabajo y la pluma de Pedro Siller, su pensamiento y andanzas perviven en las hojas de una novela excelentemente documentada que logra situar a cualquier lector en los primeros años del siglo XX y sitúa a la Toma de Ciudad Juárez como el inicio de una guerra civil que duró más de una década.
José Vargas
- Publicado en MUREF, Revolución