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30 marzo, 2023

Category: Río

El Bravo: reflejo de la ausencia

viernes, 05 abril 2019 por juaritosliterario

En sus múltiples cuentarios, Eduardo Antonio Parra relata acontecimientos que tras la narración se pierden temporalmente; es decir, las fábulas se vuelven parte de un universo mítico que permanece en sus propios espacios donde transcurre; los personajes se abandonan a la muerte para dejar constancia de una fugaz existencia dispuesta a recordarse a lo largo del tiempo, en ocasiones solo de forma fantástica. No obstante, en la novela Juárez: el rostro de piedra, Parra describe una faceta alterna a la imagen de un presidente impasible, con una faz inalterable. Este Benito Juárez, personaje melancólico, busca la compañía de Camilo, el ayudante zapoteco que en lengua indígena lo prepara en su tránsito hacia la muerte: “Sabe que al abrirlos de nuevo [sus ojos] ya no sentirá dolor, ni estará en esa habitación del Palacio Nacional y serán rostros distintos los que se reúnan a su alrededor en el ámbito señalado en su juventud por su amigo Miguel Méndez, donde habita el espíritu de los grandes hombres que lo precedieron en este mundo”. Esta novela histórica –la segunda en el haber del autor, publicada en 2008 por Grijalbo y reeditada en Era hace dos años–, narra, en voz de Miguel Méndez, los principales obstáculos a los que se enfrentó el Benemérito de las América antes, durante y después de asumir la presidencia de México: la Guerra de Reforma, su encarcelamiento en San Juan de Ulúa tras el exilio, el segundo Imperio, entre otras peripecias.

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Lee aquí un par de capítulos

El Paso del Norte se convierte en el escenario de huida, donde, tras las intervención francesa, Benito Juárez se refugia y maneja el país. En su breve descripción, Méndez se ciñe a resaltar el carácter indómito del norte, su clima y su gente, así como la capacidad de su geografía para encausar los deseos y hasta los mismos sueños del presidente hacia 1865: “Estamos a salvo, señor. Ése es Paso del Norte. De lejos no lucía mayor que una aldea: algunas casas de adobe o sillar con techos de teja alineadas en un puñado de calles. La más alta debía ser la Iglesia. Nada impresionante, excepto que al norte del poblado corría el rumor del río Bravo. Eso fue lo que de inmediato atrajo la atención del presidente: la hilera irregular de álamos y uno que otro sauce que bordeaba el caudal”. El río Bravo cataliza los recuerdos de este hombre que imagina lo perdido; entrevé la muerte, sabiéndose solo tras cruzar el desierto. Desde el norte, Miguel Méndez recrea la figura del héroe caído, traicionado por los suyos, una estampa de quien en el más remoto y único territorio del México independiente celebra su particular autonomía y la de aquellos “Mexicanos que quedaron allá después de la guerra del 47”. El capítulo 16, “El camino del desierto”, le sirve al novelista como punto de partida para exhibir el funcionamiento de la política y la búsqueda del poder a costa del sacrificio de otros: “Todo hombre está solo. Estoy solo. Tu también, general. Y en este mano a mano saliste perdiendo”.

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Al día de hoy, Ciudad Juárez, así como otros puntos de la frontera norte del país, se volvió escala, (hogar temporal) de migrantes centroamericanos que huyeron de su lugar de origen para encontrarse con un entorno hostil y un clima adverso. Aun cuando las amenazas de Donald Trump sobre la construcción del muro se oponen constantemente a las operaciones del senado, las reflexiones y acciones que ha suscitado tal fenómeno no han impedido que el río Bravo continúe cristalizando, incluso a través de la muerte, los deseos de aquellos que ven en el país vecino la promesa de un mejor futuro o, por lo menos, la certeza de alguno a costa de los suyos, como ocurre en la novela: “Llegó a la orilla del pueblo, a unas cuantas varas de la ribera. Del otro lado del Bravo estaban los Estados Unidos, el país que le había quitado ya dos hijos. […]. Ya no se hallaba en Paso del Norte: el rumor del agua lo había transportado a Nueva York, al interior del número 210 de la calle 13, donde su esposa, acostada y envuelta en varias mantas, se deshacía en llanto en la penumbra de su habitación”. Paso del Norte constituye uno de los sitios donde Benito Juárez encuentra la soledad aunada a la libertad, pese a las dificultades que impone el desierto. Por otro lado, la línea divisoria que divide a los dos países, la afluente del río Bravo, le permite desplegar fantasías para rememorar a los muertos y a los que se hallan mucho más allá. De cualquier manera, esta frontera natural se conforma como la principal prueba de la fortaleza de los que aguardan por cruzar, aquellos que han llegado hasta este punto geográfico, y los que esperan el retorno de los que se han ido, pero también guarda en el vestigio de su cauce los sueños de individuos que han desaparecido, lamentablemente, en ambos lados, dejando en las orillas el rastro de su transparencia.

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Diana Varela

narrativasiglo XXI
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El último oasis

miércoles, 28 noviembre 2018 por juaritosliterario

Uno de los incentivos de Juaritos Literario consiste en la remembranza de sitios que han visto crecer a nuestra ciudad; lugares cargados de una gran historia que conservan alguna huella, desde el mismo nombre, que da cuenta de los andares de Juárez y, en muchos casos, de toda la nación. La nostalgia entra aquí en juego, pues representa la respuesta común a cualquier tipo de cambio. Aunque comúnmente se relacione este sentimiento con un aspecto negativo, no siempre es así. La misma terminología del concepto indica que se refiere a un “dolor o anhelo” (algos) por “regresar a casa” (nostos) o, en general, al pasado. El hecho de experimentar nostalgia, entonces, no siempre resulta doloroso, también puede ser agradable y conmovedor, ya que a partir de recordar y reflexionar sobre lo que teníamos antes, se abre la posibilidad de encontrar la confianza y la manera para enfrentarnos a lo que hay ahora o lo que se avecina, así como aumentar la autoestima y el arraigo social. Por ello, nos es apremiante rememorar aquellas vivencias significantes que compartimos con otros como sociedad. En nuestro caso, dichas experiencias se basan en espacios determinados y textos que los retratan y llenan de vitalidad.

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En 1847 –un año antes de la firma del tratado Guadalupe-Hidalgo– se publicó en Inglaterra Aventuras en México de George F. Ruxton. Cien años después apareció la primera traducción, quizá porque la idea del connacional no quedaba muy bien parada, y así se justificaba lo que sucedería unos meses después de su escritura: “Si los mexicanos poseen una sola virtud, y espero que así lo sea, deben tenerla guardada en algún secreto rincón de su “sarape” […] Espero que, por su propio bien sacará rápidamente de su escondrijo solitario la luz de esta virtud disimulada, si no, dentro de muy poco tiempo será absorbido por la potente flama que el anglosajón parecer estar dispuesto a esparcir sobre el oscuro México”. Aunque duela, la visión extranjera sobre nuestro país y quienes lo habitamos resulta necesaria para comprender la posición en la que ahora nos encontramos. Por ejemplo, textos como el de Ruxton exhiben un país lleno de carencias, insensatez e inestabilidad política; de esta forma, la pérdida de casi la mitad del territorio nacional aquel febrero de 1848 parecería el resultado más obvio y positivo para todos –tal como lo caviló el general Santa Anna.

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Lee aquí los episodios en Chihuahua

Otro punto interesante en el que se detiene el viajero inglés es el territorio norteño, pues su descripción forma parte de la estampa que hasta el momento impregna el imaginario universal; aquel que siempre nos ha calificado como bárbaros. Ruxton afirma que “la ciudad de Durango puede ser considerada como la última Tule de la zona civilizada de México. Más allá, hacia el norte y el noroeste, continúan las enormes y despobladas planicies de Chihuahua […] En los oasis que se encuentran allí se reúnen las tribus salvajes que continuamente descienden a las haciendas cercanas, hurtando caballos y mulas y asesinando bárbaramente a los campesinos desarmados”. Ahora bien, pese a la imagen negativa, resalta la idea de los oasis. Cuando Ruxton llega a la villa de El Paso del Norte, luego de repasar la historia de su fundación –aunque con algunos datos erróneos–, describe a la zona como un valle de gran riqueza, “rodeado de huertos y viñas bien cultivados y jardines que descansan sobre el río”. Es decir, a pesar de la idea que recrea sobre el norte, rescata y se admira del paisaje de lo que ahora constituye el centro histórico de Ciudad Juárez. Un espacio que ha cambiado drásticamente, pues al día de hoy –al menos para las nuevas generaciones– pensar en huertos, viñas, un caudaloso río o la sierra de Juárez, resulta casi imposible ante la sequedad y aridez que pervive a nuestro alrededor.

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La descripción de Ruxton se efectúa desde la plaza ubicada frente a las instalaciones del antiguo presidio (el cual albergó al poder político desde 1685 hasta 1983) y queda enmarcada por una anécdota donde el airado escritor sale bien librado solo al mostrar sus documentos de identidad. Casi dos décadas después de la visita de este peculiar personaje a la frontera, el lugar que lo recibió fue también el punto de llegada del Benemérito de las Américas y el gabinete del Estado mexicano. Desde entonces, y en honor a quienes acompañaron al presidente en su lucha contra el imperio francés, el cabildo ordenó nombrar a este sitio Plaza del Batallón de los Supremos Poderes (antes conocida como Plaza del Fundador). Por razones desconocidas, pasó siglo y medio para que el nombre se oficializara. El alcalde Enrique Serrano Escobar develó en septiembre de 2014 una placa, a espaldas de la Misión de Guadalupe, para conmemorar la orden de Benito Juárez de izar la bandera cada lunes como muestra de patriotismo. Sin duda, aquel paisaje que mostró el autor extranjero funcionó también como oasis para otros personajes y episodios imprescindibles de la historia nacional. Por ello, conocer el cambio de la imagen del lugar que ahora habitamos, aunque recreada desde una visión extranjera y pretérita, forma parte de esa larga configuración por la que ha pasado Ciudad Juárez y que nos define actualmente.

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Amalia Rodríguez

narrativasiglo XIX
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Destino de errabundos

viernes, 11 mayo 2018 por juaritosliterario

Diego Pérez de Luján escribió una relación sobre la expedición al mando de Antonio de Espejo a Nuevo México, en la que sirvió junto con otros militares y un sacerdote. Dicha narración permaneció guardada por un par de decenios; hasta 1602 fue encontrada por Martín de Pedroza, escribano real. Sin embargo, la obra no se publicó, y fue hasta 1929, cuando se tradujo al inglés, que pudo darse a conocer. Luján nos deja un diario de viaje en el que nos relata el día a día de la empresa de Antonio de Espejo en la búsqueda de la expedición de Francisco Sánchez Chamuscado, quien había salido el año anterior (1581). Espejo financió su propia expedición y, con licencia de Juan de Ibarra, gobernador de la Nueva Vizcaya, partió del valle de San Gregorio en noviembre de 1582. Su camino siguió por los ríos Conchos y Grande con dirección norte; el encuentro con los pobladores originarios fue constante, así como con vestigios dejados por expediciones anteriores, al igual que con riquezas naturales de la región que satisficieron las fatigadas ansias. Sorprende que el territorio no aparezca hostil; su paso por nuestra hoy frontera no fue tan penoso para Espejo y compañía como lo fue para Chamuscado.

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Lee aquí la transcripción de la relación

El camino que recorrió la expedición de Antonio de Espejo estuvo constantemente acompañado de nativos, quienes les servían de guías, traductores y avisaban a sus vecinos del avance de los viajeros. Contrario a lo que Pérez de Luján describe, el tenso recibimiento de los indígenas durante su travesía es notable y parece que su hospitalidad llevaba la esperanza de verlos marcharse pronto o al menos evitar la ira de los forasteros. Así, su avance desde el rio Conchos hasta el Grande los llevaría a encontrarse con el futuro Paso del Norte en donde hallaron a los moradores que serían, años más tarde, sometidos por Juan de Oñate. El cronista describe a unos indígenas denominados tanpachoas de la provincia de los Patarabueyes. Gran parte de su encuentro con los naturales fue pacífico; sin embargo, tuvieron algunos enfrentamientos con ellos, como en su llegada al pueblo de Puala en donde habían sido asesinados los frailes de la expedición de Francisco Sánchez de Chamuscado. A pesar de esos eventos, la expedición no sufrió grandes pérdidas y continúo su avance en el que Antonio de Espejo, movido por la ambición de todo explorador en tierras vírgenes, dejo atrás a algunos de sus acompañantes y salió en búsqueda de riquezas; no obstante, sus esperanzas murieron pronto y, reuniéndose con el resto de sus aliados, regresó a San Bartolomé en 1583.

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Las expediciones al norte tuvieron éxito de forma paulatina y la población de esta área prosperó poco a poco. La frontera ha sido un lugar de encuentro entre culturas y, a pesar del paso del tiempo, continuamos aquí, ya sea para asentarnos o para transitar brevemente por una ciudad que mantiene sus puertas abiertas al viajero. A más de cuatrocientos años de las primeras expediciones, la geografía de la región luce distinta, pero aún conserva algunas de las características descritas por Diego Pérez de Luján y tantos otros expedicionarios y cronistas. Por desgracia, las riquezas naturales de la región cada vez son más escasas, incluso algunas aparecen ya solo como un recuerdo de la belleza antigua de esta tierra, en la que el Río Grande proveía de vida al Paso del Norte. La urbanización desmedida, la explotación de la caza y el descuido del campo han empobrecido la imagen de la región, donde varias especies de plantas y animales están desapareciendo. El recuerdo de esta zona se va desfigurando y quedando atrás, mientras la mancha urbana y el desinterés crecen; de ahí la importancia de textos como el de Luján, pues nos ayudan a imaginar el esplendor natural que tuvo esta tierra.

Sasha Montelongo Castro

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La Quimera norteña de la Corona

viernes, 27 abril 2018 por juaritosliterario

¿Qué motivaría a un veinteañero solicitarle al Rey el permiso de aventurarse en una expedición con rumbo hacia lo desconocido, lo inhóspito, lo inexplorado? Lo que llevaría a Álvar Núñez Cabeza de Vaca a sumarse a la expedición de Pánfilo Narváez no es algo difícil de dilucidar. Porque, claro, ha surgido un nuevo mundo, y se ha dicho que reboza en oro, joyas y grandes tesoros que a cualquier hombre resultaría una riqueza inimaginable. Sin embargo, una vez adentrado en la aventura –narrada por su protagonista años después– podemos ver cómo va cambiando esa pretensión original a punta de naufragios y pérdidas a lo largo del derrotero, hasta que se reforma su ideología, tras ocho años vagando por la parte sur del actual Estados Unidos, para llegar de nuevo a “tierra de cristianos” en la Ciudad de México. Grandes desventuras, detrimentos, muerte siempre al costado, desgaste y desolación, hambre e incluso canibalismo son las provisiones que encontraremos dentro de las páginas de Los naufragios. Esta crónica, editada por Enrique Pupo Walker, viene aderezada de una introducción que ofrece a detalle el contexto con el que habrá de abordarse la lectura. Hablo aquí de la primera obra literaria –así se puede leer–, escrita en un continente inimaginado por los hispanos.

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Lee aquí la crónica

Al observar la tinta impresa sobre un papel a manera de símbolos, esas letras que componen el libro, o las celdas electrónicas que por medio de algoritmos matemáticos generan una imagen en la pantalla para leer las aventuras de Cabeza de Vaca, nos situarnos en un punto conocido por muchos, pero, en algunas ocasiones, inexplorado por quienes en él habitan: la frontera. Ciudad Juárez, a lo largo de la historia, ha sido un punto central. Cuando los expedicionarios “cruzaron el gran rio que venia del norte” se encontraron con la zona que se convertiría en un punto clave para la evolución y construcción del actual Estado mexicano: un río que se tiñe constantemente de rojo –sobre todo en las últimas décadas– y que añoran aquellos que dejaron atrás su tierra por la búsqueda de una mejor vida. Esta historia poco se distingue de penosa travesía que realizan los llamados dreamers, quienes hacen hasta lo imposible por su familia. El sentimiento capaz de mover el espíritu y dotar de fuerza a aquellos aventurados (o desventurados) que cruzan el gran río siempre ha sido el mismo:  la esperanza de encontrar su hogar o mejorar el que ya tienen. Así, Cabeza de Vaca, en su desvarió por el septentrión inexplorado, tiene que moverse y continuar a pesar de los límites para alcanzar su sueño.

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Esta hazaña, realizada hace poco más de cuatro siglos, se repite, día a día, cientos de veces por quienes cruzan la frontera ¿Qué juarense o paseño se jacta de no haber pisado el otro lado del río? Las razones para hacerlo son tan variadas como la misma población que habita la zona. La diferencia radica en que Cabeza de Vaca no se encontró con una barrera, con un alto, con un oficial que le solicitase sus papers o su visa. Hoy, una persona sin escrúpulos planea hacer impenetrable ese bordo que durante tantos años fue libre; aprehender la libertad que se encuentra implícita en el barro bajo el agua y la tierra perteneciente a las personas que la trabajan. Pero la libertad no se exige, se conquista y, como aquel fuerte expedicionario, haremos frente a la adversidad.

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 Carlos Andrés Núñez Varela

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Rompiendo el cristal

miércoles, 24 enero 2018 por juaritosliterario

En 1995, Alfaguara publicó una novela conformada por nueve cuentos, La frontera de cristal, del celebre escritor, intelectual y diplomático Carlos Fuentes. El autor de novelas como Aura y Terra Nostra nació en Panamá (de padres mexicanos),y fue criado en diferentes lugares de América como Santiago de Chile y Buenos Aires. Más tarde, a la edad de 16 años, llegaría a la Cuidad de México donde haría gran parte de su vida y carrera hasta su fallecimiento en 2012. La frontera de cristal, traducida al inglés, francés y hasta al polaco, tiene como personajes principales a Michelina Laborde, una muchacha acostumbrada a la buena vida y a realizar cualquier cosa por mantenerla, a don Leonardo Barroso, padrino de Michelina a la que quiere emparentar con su hijo Marianito, el futuro heredero. Es don Leonardo el encargado de mover el negocio en la frontera, lo que le ha generado una gran fortuna que comparte con su esposa doña Lucila Barroso, dedica, en exclusivo, a despilfarrar el dinero en lujos y placeres. En esta familia, que ha sabido hacer un imperio sobre las incidencias fronterizas, se centra la gran parte del entramado narrativo, ya que conforme las historias siguen su curso vemos cómo nuevos personajes se vinculan con el magnate. No obstante, en el relato final, “Río grande, río Bravo”, existe un trasfondo histórico, y diferenciado en cursivas, que goza de cierta autonomía. Las historias que lo integran dan cuenta de una personalidad única: la espacial, demarcada por la línea divisoria entre países pero conectada por el devenir de varios siglos.

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Lee aquí «Río grande, río Bravo»

En este cuento en específico, el espacio donde confluyen las anécdotas centrales se sitúa en el puente fronterizo, en la zona desértica en donde colindan las dos ciudades (Juárez y El Paso) y a lo largo del cauce del Río Grande, río Bravo por donde fluyen sueños y esperanzas. Se omiten las localizaciones específicas más allá de la frontera, pero cada una de las diferentes historias termina o logra cruzar la franja. El narrador no menciona el nombre de algún puente o su ubicación exacta, pero sí recalca el papel fundamental que ejerce en los personajes que van apareciendo, ya que cada uno intenta franquearlo por las buenas o de forma ilegal. La meta sigue siendo la misma… pasar al otro lado en donde parece que se pueden cumplir los sueños. Desde cierta distancia, este escenario resulta atractivo y hasta místico; pronto fue materia prima para la literatura, ya que siendo un borde atravesado por cientos y cientos de personas con múltiples aflicciones, alguien supo escucharlas para convertirlas en relatos de ficción.

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La atmósfera que construye Carlos Fuentes no está muy alejada a la realidad de nuestros días, y aunque la novela fue publicada hace más de 20 años refleja la vitalidad que confluye a ambos lados del río. Vivir en la frontera en medio del trajín de personas yendo y viniendo es algo normal para nosotros; de alguna manera todos estamos conectados con ese vaivén; tenemos familiares viviendo en El Paso, ejerciendo algún empleo; o simplemente cruzamos con fines de ocio o buscando las rebajas. Un sinfín de personas sobre sus carros esperan horas en la línea sin importar las inclemencias del clima… un rito de paso que llega a su clímax bajo la mirada y cuestionamiento del agente aduanal. De igual forma, los que atraviesan ese tramo a pie a veces corren con suerte y esperan apenas unos minutos, aunque lo normal es controlar el ansia de una larga fila para que al final revisen los papeles y pertenencias. Caminamos por la calles, ya sean de Juárez o de El Paso, aledañas a los puentes fronterizos y observamos a lo lejos gente acarreando cosas de aquí a allá, un negocio interminable de intercambio que ni la noche lo detiene. A la cotidianidad de la frontera también se le unen otros aspectos que desconocen su dinamismo: discriminación, xenofobia y el proyecto de un dichoso muro. Si este se levantara, ¿de qué lado quedaría el Río Grande, río Bravo?

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Andrea Yareli Salazar Castro

narrativasiglo XX
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De cierta expedición…

viernes, 17 noviembre 2017 por juaritosliterario

Tras la muerte de don Pedro Moya de Contreras, antiguo arzobispo de México, Juan de Aranda encuentra, en un libro que queda en su poder, la relación de Hernán Gallegos que trata sobre la expedición realizada a inicios de la década de 1580, dirigida por el padre fray Agustín Rodríguez y el capitán Francisco Sánchez Chamuscado, hacia Nuevo México. El propósito principal de la empresa era llevar el evangelio a aquellas tierras no exploradas anteriormente y expandir los dominios de la corona de Castilla. Para ello, solicitaron un permiso al virrey Marqués de la Coruña, ya que se habían prohibido las irrupciones violentas, auspiciadas bajo un halo evangélico, por lo que se tenía especial cuidado con las entradas que se autorizaban. Partieron de Santa Bárbara tres religiosos y nueve soldados el 6 de junio de 1581, llevando a Hernán Gallegos como secretario y escribano, encargado de documentar el viaje a través de una crónica.

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Lee aquí la crónica del viaje

Anduvieron varias leguas sobre el Río Conchos, encontrando varios pueblos indígenas, quienes los recibían de buena gana ofreciendo regalos, pues querían evitar la guerra. Gallegos se dedica a describir las características de los naturales de cada pueblo y la disposición en que los encuentran, así como los acontecimientos importantes del viaje… un derrotero por llanuras a las que van nombrando, con poca modestia y mucha esperanza, como el “Valle de los Valientes”. Después de seguir el Conchos durante algunas leguas de viaje, hallaron su desembocadura en el Río del Norte. Al encontrar indios desnudos, quienes les informaron que había otros pueblos más adelante, siguieron el cauce del río, hasta llegar al lugar en el que tomarían posesión del territorio, el 21 de agosto de 1581, nombrándolo San Felipe del Nuevo México, y a la afluente que provenía del norte lo llamaron Guadalquivir –en memoria o nostalgia de su península– “por ser tan grande y caudaloso y muy ancho y con mucha furia”.

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Y aunque el objetivo era llevar la palabra “adonde dios nuestro señor se fue servido de encaminarles para que su santa fe sea predicada y su evangelio sea sembrado por toda la tierra” el convivio con los pobladores originales es más bien tenso. De repente, Chamuscado enfermó y murió durante el viaje de regreso al punto de partida, al cual se dirigían para informar de todo lo visto. Comenzó a haber una preocupación por parte de los franciscanos hacia sus compañeros que habían partido al Nuevo México, ya que fray Juan de Santa María había sido muerto por los nativos en aquella tierra. Fue enviada una nueva expedición, dirigida ahora por Antonio de Espejo, con el propósito de hallar a la primera (o a sus sobrevivientes). Durante esta travesía, el capitán Espejo pudo notar la riqueza mineral del territorio, y al dar cuenta de ello a la capital novohispana, se dio la orden de colonizar aquellas tierras. A pesar de que hubo quienes comenzaron a incursionar ilegalmente por aquella ruta (en la que El Paso le hacía honor a su actual nombre), la toma y ocupación formal de estas tierras quedó reservada a Juan de Oñate, pero esa es otra historia de otro siglo.

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Daniel Malaquías

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Todos bajo un mismo sol

viernes, 10 febrero 2017 por juaritosliterario

Son pocos los registros que narran la travesía de fray Agustín Rodríguez, un religioso franciscano dedicado y preocupado por la evangelización de los indios situados más al norte de la Nueva Vizcaya. Siendo este su principal motivo, fue en junio de 1581, junto con los religiosos Francisco López y Juan de Santa María, y autorizados por el virrey, que partieron hacia estas tierras desconocidas para ellos. La escolta, de no más de 10 soldados, iba comandada por Francisco Sánchez Chamuscado. Pocos hombres para una expedición de tal importancia, pues la nueva ley prohibía el derrame de sangre indígena. Pasaron por varios ríos como el de las Conchas y el Río Grande, a un costado de varios pueblos como el Puruay, hogar de pobladores tiwa que después asesinarían a estos frailes y a otros indígenas ya evangelizados y guiadores de los mismos. Estas noticias llegan a nosotros de manera oficial por los documentos inéditos de las Indias y por el testimonio de los dos sobrevivientes a esta expedición: Hernán Gallegos y Pedro Bustamante, pues el viaje también fue encomendado por la Orden de San Francisco. Es así como supuestamente se abre la ruta al aún no bautizado Paso del Norte.

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Lee aquí el testimonio

La ruta consistió en seguir el cauce del Río Conchos hasta su desembocadura en el Río del Norte. Aquí se encontraron con nativos que les informarían acerca de otras tribus hacia el norte. Así, siguieron el cauce del río pasando por la región del Paso del Norte, cazaron al búfalo (“vacas de Cíbola”) y tomaron posesión de un lugar poblado y con grandes casas el 21 de agosto de 1581, nombrándolo San Felipe del Nuevo México. Poco después, el cronista de la expedición, el capitán Hernán Gallegos pediría al rey la autorización de ordenanza al Nuevo México, nombre con el cual se empezaría a reconocer esas tierras. Pero esto apenas era el inicio de una inmensa curiosidad por las posibles riquezas que se encontrarían en tierras norteñas. Entre los mineros ansiosos por apoderarse de los metales y los franciscanos por evangelizar, se comenzaron otras expediciones tanto legales como ilícitas. Y como última puntada, a principios de 1598, Don Juan de Oñate, hombre de familia y cuyo padre había sido uno de los fundadores de Zacatecas, esposo de una de las nietas de Hernán Cortés, bisnieta de Moctezuma, emprendió una expedición desde Santa Bárbara con 400 hombres y 130 familias, más de 80 carretas con provisiones y suficientes cabezas de ganado. Finalmente, de esta manera se asentarían los primeros exploradores en las tierras del Nuevo México… siguiendo los confusos pasos de fray Agustín Rodríguez

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Conoce más sobre este viajero

A más de cuatrocientos años de toda la movilidad colonizadora y los caminos abiertos por todos estos espacios, los habitantes han moldeado el terreno hostil por diversos motivos. Los indígenas se han ido rezagando tanto en su número como en sus tradiciones y espacios. Las fronteras y perímetros del mapa geográfico ahora son otros. Las viviendas y la estructura de la ciudad van cambiando de acuerdo a las especificaciones de la modernidad. Casi medio siglo ha bastado para renombrar y repoblar lo que antes se conocía como la Nueva Vizcaya y el Nuevo México. Sin embargo, no hay que dejar en el olvido nuestro posible origen: la fundación y los primeros asentamientos del Paso del Norte. Ciudad Juárez sigue en pie (como se la imaginaron sus fundadores) y, por qué no, viviendo de esas expediciones, de ese espíritu aventurero. Al día de hoy, en el 2017, continuamos siendo aquellos hombres y mujeres que caminan por el desierto en busca de prosperidad, que se desplazan por rutas largas y secas para llegar a un destino. Todos cubiertos bajo un mismo sol.

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Óscar Sánchez Torres

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Romanceando en Juárez

martes, 19 julio 2016 por juaritosliterario

¿Qué espacios ofrece la ciudad para salir con aquel o aquella a quien queremos más cerca? ¿Cuál es la variedad de lugares en donde la plática importa más que el sonido ambiente (o estridente)? Sin duda, la atmósfera citadina en asuntos íntimos determina si la salida concluye en un espacio más privado o si habrá, al menos, una nueva oportunidad. Olvidemos, por favor, los centros comerciales y supongamos que a todos nos gusta el café o cualquier tipo de alcohol. La primera vez que salí en Juárez a pasar la noche fue al Fred’s. Ahí me llevó una dizque amiga quien me presentó a otra verdadera con quien guardo el recuerdo de una linda embriaguez, de esas que amanecen desveladas. De ahí en adelante, como buen foráneo, me dejé conducir sin propuesta ni rumbo alguno y fue así como conocí otros tantos sitios asociados desde entonces a quien me abría la puerta: el Open, la Bodeguita, el Camelot e incluso el Pata de perro. Cada uno también me decía algo de quien me invitaba; pero además, en cada uno de ellos me rodeaba de otros que como yo hacían su propia lucha… un esfuerzo simultáneo (para que el de enfrente se hiciera cotidiano) en un espacio por todos compartido. Así construí y fui llenando los huecos de esta ciudad. El Incurable de David Huerta decía que “El Sí Mismo hurga en la escritura, en la escena, el texto de sus errancias; quiere fundar una ciudad”, o un disfraz “que lo instale en el siempre labial de sus proclamaciones”.

26 El Freds

Parte de esta misma cita sirve de epígrafe a La virgen del Barrio Árabe. El acierto de esta breve novela, publicada originalmente en 1997, radica en el engarce y sostenimiento de incógnitas: desde la identidad de quien porta el título hasta el misterio de la bicicleta de Windesfalt, el cual vale la lectura y hasta un cómic. Otro mérito, más acorde con el blog, es que las sensaciones de los personajes cimientan espacios de ficción construidos a partir de las experiencias de quienes los habitan. El ser y el estar son intercambiables en cuestiones de ambientación.

26 Bicicleta Windesfalt

Hay algunas pistas con las que Willivaldo Delgadillo guiña el ojo para que el lector identifique el Barrio Árabe con Ciudad Juárez y Alturas Poniente con El Paso: el largo puente que las comunica, el río, la aduana y los oficiales de inmigración. Si extendemos este ejercicio (con riesgo a forzarlo), la librería del Subterráneo en donde el pintor Asintrop descubre por segunda ocasión a la Virgen del Abrigo bien podría ser la versión futura del Pasaje Correo de la Lerdo (aunque también me recuerda a Pino Suárez). El artista “se entregaba al vertiginoso mundo de las aceras del Barrio Árabe, boyantes y coloridas”; dueño de su tiempo, “Las tardes las pasaba enteras en los bares de la Avenida Escénica”, como el Nomus. ¿A qué calle nos recuerda? Por el contrario, la fisonomía de Alturas Poniente, “lugar propicio para cultivar la desmemoria” (25), corre paralela con la vida sosa de Windes, con el enigma que le propició la muerte y con la decisión de Daffy por cambiar de ciudad (¿y sexo?): “Cuando por fin pudo caminar por las calles, disfrutó como nunca el bullicio y la anarquía de su mundo adoptivo”. Esta urbe desordenada es el escenario para el encuentro entre una mesera y el protagonista.

26 Delgadillo - Virgen barrio arabe

Lee el texto aquí

El atentado en contra del Pirata Inglés es el preámbulo de su relación. Ambos se encontraban en el café cuando acribillaron al empresario. El miedo los paralizó y unió. Justo en el punto intermedio del relato, “Oguri caminó hacia el pintor, como hipnotizada, y lo besó. Se besaron apasionadamente. En la confusión de gendarmes y curiosos, sirenas y torretas, Asintrop arrancó las pantaletas de Oguri. Fueron detrás del mostador y siguieron acariciándose. Al penetrarla, Asintrop cerró los ojos. Vio cómo se alejaban sus amantes, su trabajo, la vida futura”. Todo el capítulo V detalla las virtudes amatorias de la mesera, una sensual artífice que pone en pausa el recuerdo de la Virgen del Abrigo. La ciudad entonces se transforma en una simple sala de espera hacia “un espacio pequeño ubicado en el décimo piso de un edificio de renta congelada”. En el frágil departamento, en donde cada detalle se dirige al placer del invitado, Oguri estimula y juega con su amante. Para Asintrop, ella no fue una mujer “sino una atmósfera, un complejo de sensaciones que lo acariciaba con una sutileza narcotizante. El roce de su cuerpo producía “la emoción que trae consigo la repentina llegada de la lluvia”. Sin embargo –y como siempre– toda exaltación carnal es transitoria y “Llegó el día en que las cinco de la tarde no trajeron como siempre a Oguri caminando por la acera del Parque Central”. Pero después del intenso romance, la historia continúa.

26 Gogy Farías El sol y la luna

Urani Montiel

narrativasiglo XX
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Camino nuevo al lugar de siempre

jueves, 23 junio 2016 por juaritosliterario

Por cuestiones de trabajo, el buen capitán Juan de Oñate emprendió la exploración del mítico territorio septentrional bajo idealizaciones ilusorias del territorio, con la casi cumplida expectativa de acreditar nebulosas esperanzas. Una migración de quienes persiguen un primitivo sueño americano. A fin de dar cuenta al Rey (los Felipes del otro lado del Atlántico) de las penurias sufridas durante la expedición, Oñate escribe una carta en marzo de 1598 donde pide que “se sirva de mandar lo capitulado conmigo por el Virrey don Luis de Velasco… y que la merced que merezco… se me haga con ventajas en encomienda de mis trabajos”. El comunicado surte efecto, pues a cuatro años de emitirlo, recibe el título de “adelantado” en las provincias de la región por parte del virrey novohispano. Ese mismo año, pero cuatro meses después, ordenan que “se envíen de estos Reinos algunos Soldados” para continuar la exploración de la zona. Por último, un decreto real reafirma la importancia de cobrar los correspondientes tributos en esas tierras. Pero, a fin de cuentas, es Vicente de Saldívar y su descubrimiento del “camino nuevo” quien protagoniza el hallazgo que aquí concierne. Este personaje reconoce un tal “Río que llaman del Norte” en la Nueva Vizcaya.

22 Onate - Cartas

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Oñate redacta su carta en primera persona, pero es Saldívar quien transmitió de manera oral lo visto durante la exploración. El sargento mayor del campo, al mando de 16 hombres, fue enviado a “descubrir camino nuevo”. Quince días antes de encontrarlo, llegaron a un “pueblo rancherial de indios” donde fueron bien recibidos, aunque “cincuenta de ellos se pusieron en arma y le resistieron” en un primer momento. El lugar referido fue descrito como “muy bueno y de bastantes aguajes”, sin olvidar el carácter estratégico que posee como ruta “con certinidad de que se ahorraran sesenta leguas del que hasta aquí se sabía y se salva el paraje del llegar a los Pataragueyes”. Cumplida su labor, los méritos del “descubrimiento pacificación y población de Las provincias de La nueva México” son reconocidos por el Rey, quien pide la pronta posesión del territorio y el cobro de “tributos en moderada cantidad de los frutos de la tierra”. La noticia es positiva y, después de todo, las difíciles condiciones sufridas por los exploradores han valido la pena. Sin duda, a pesar del paso de los siglos, la visión del espacio geográfico norteño no ha perdido su postura estratégica que entonces fue señalada por Saldívar, pero ahora posee una connotación sujeta a las necesidades e intereses de la modernidad.

22 Mapa Nuevo México

Este panorama que algún día llegó a tener “bastantes aguajes” ya se encuentra seco y asfaltado. Sin embargo, el imparable flujo migracional mantiene corrientes en movimiento. El Río Bravo pretende acotar la región y, más allá del límite, continúa creando generosas esperanzas al viajero; promueve la migración de quienes, como el sargento Saldívar y sus acompañantes, persiguen el sueño americano en búsqueda de prosperidad en otras tierras, siempre impulsados por una idealización en las riquezas de este norte. El paseante, a través de su visión utilitarista, reconoce al espacio geográfico como camino estratégico. El juarense contempla el río y se desdobla en él, lo convierte en un grito de protesta. Lo devisa sin agua pero con la idea que después de éste, existe algo que vivir. El simbolismo del Río Bravo no se concreta únicamente en su aridez reflejada en la ciudad o en su estatus como lugar de paso y limítrofe a Estados Unidos; se expande y representa un apéndice para la ciudad que guarda memorias sobre el ritmo siempre cinético de las formas de vida: habitantes en eterna adaptación a la sequía y constante encuentro con los recuerdos de lo que un día fue abundancia.

22 Cauce Río

Sarahí Robledo

narrativasiglo XVII
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La ciudad y sus ríos

viernes, 10 junio 2016 por juaritosliterario

En Ciudad Juárez habitan múltiples ciudades. Pero, igual que en Los días y el polvo de Diego Ordaz, la ciudad siempre es una sola; el espacio será el mismo desde la perspectiva de todos los individuos en el planeta… y el destino, irremediable. Jorge Humberto Chávez en su poema “El río” describe esta única y última urbe dividida por tres afluentes. Uno negro que la parte en dos: es un restaño y una mirada “escruta” que anuncia “el fin del cerrado corazón, el término de un país huérfano”. Es el río escueto, remanso robado, charco negro de la nostalgia donde “comienzan otros significados” y termina el llanto. Los diversos significados naturalmente serán otras corrientes, simbólicas, metafísicas: de la memoria y del viaje que asimismo separan la ciudad y sus habitantes.

18 Chavez portada recortada

Escucha aquí el poema

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Existe un río rojo que no sólo divide la ciudad sino en todos los planos dimensionales de la posible existencia: “arma su historia / de fiesta o pesadilla”. Su presencia evoca otras realidades y su cauce escarlata se revela de sangre, la sangre de todos, pero también del arma frente a su blanco. El asesinato también pertenece a las regiones de la metáfora pues en lugar de mencionar cifras heladas, el ser es sólo una extensión de piel “bañada de lunas / magras contra el silbido de metal”. En fin, una epidermis en la que fluye un río carnal y etéreo contrapuesto a la perversidad metálica. Nos adentramos a espacios simbólicos, a una última orilla donde el río más bravo, furioso, carmesí, abarca la ciudad única; la anega de muerte. Por último hay un río negro que fluye en medio de la urbe, también dividiéndola, río hecho de noches, asiendo la tiniebla: Juárez se envuelve de penumbra y sigilosamente este torrente alcanza las aristas de los pocos edificios. “Divide a la ciudad en negro / y blanco” y ésta se desdobla en dos: el sur, grito y oscuridad; el norte, fiesta y luz. Será el río más perverso, puesto que ofrece la posibilidad de la esperanza, el dolor y el canto.

18 Acequia 2

A lo largo de Te diría que fuéramos al Río Bravo a llorar… la figura casi elidida del río presente y ausente en todos los tiempos será interpretada de diferentes formas. En “Heráclito”, poema que pertenece a la tercera parte del poemario, donde la autopista se despliega en otra forma moderna del río filosófico, donde nadie puede adentrarse y ser el mismo después (y nadie cruza dos veces la misma autopista) todo es constante cambio e incluso el destino citadino será distinto, reinterpretado. En “Satán”, el primer poema, el cauce del Río Bravo es más perverso: la primera imagen es la de una niña de “desnudos pétalos farfala” y su muerte prematura en las orillas. Y finalmente, en “Otra crónica” la voz lírica busca interpretar biográficamente la historia del Bravo desde el recuerdo. El yo habla asimismo de otros torrentes en el tiempo: a finales de los 60, lavaban los coches del barrio; en los 90 los policías pescaban muchachas; en 2010 el río ya no existe y un “casi migra” se enfrenta a un joven de 13 años en donde este último perderá. El río ha sido violentado, consumido por el lugar nunca común del dolor que deshumaniza. Aventuro la tesis de que la violencia lo bebió poco a poco, hasta desaparecerlo. El último verso anuncia la metáfora esencial del poemario: con la desaparición del río, cuyos recuerdos fueron manchados por la violencia y la muerte, también será el fin de otros cauces, interiores, humanos.

18 Río 2

Antonio Rubio

poesíasiglo XXI
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