Vereda hacia el camino boreal. Juárez con Jota (1 de 10)
Resulta de particular interés explorar el contrapeso de una tradición literaria local escrita por hombres que celebran el gusto de ser machos, beodos e inspirarse en “senos altos, sitios de recreo”. ¿Hasta qué punto la poesía refleja la ideología dominante de una sociedad, o será que la misoginia e indolencia hallaron cauce en el verso libre? Frente a una escritura que gana premios, publica en editoriales de renombre, coedita con universidades públicas, dictamina becas y brinda por “la división aleve de [las] nalgas” femeninas, existen otras voces más allá del fulgor heterosexual.[1] En esta serie de breves ensayos –diez en total– hago un recuento de la creación literaria en Ciudad Juárez con temática queer.
Si México se escribe con J, como anuncia la famosa antología de Michael K. Schuessler y Miguel Capistrán (2010), Juaritos no precisa de la falta ortográfica y Juanga, hijo predilecto de la ciudad, da fe de ello; sin embargo, la historia de la cultura queer en la frontera norte –incluida la gay y todo tipo de orientación sexual– espera paciente para ser escrita. Los actos de homofobia y los crímenes de odio cometidos contra lesbianas, gays, bis y trans nos recuerdan que las innegables contribuciones de la comunidad LGBT a la cultura universal han sido siempre acalladas y relegadas por motivos religiosos, sociales o raciales. El objetivo primordial de esta decena de reseñas es, desde el campo de los estudios literarios, aportar un sustento simbólico a la lucha contra la inequidad, discriminación y estigmatización motivadas por visiones autoritarias, homófobas. Las obras literarias que iré presentando, una a una en orden cronológico según su fecha de composición o publicación, recogen estilos de vida, elecciones y decisiones personales ejercidas en el disfrute de la intimidad, del amor y, sobre todo, del ser.
A inicios de este año, asistí a una charla de café, organizada por jóvenes estudiantes de literatura, en donde se discutieron ideas en torno a Narrativas queer. Me interesaba, por supuesto, escuchar la incidencia en el ámbito fronterizo. Al evento, acudió el escritor José Jasso, autor de Torceduras (2016), una colección de cinco relatos cortos plagados de sanas puterías y de sobrado humor (me refiero a cada uno de los líquidos de un organismo vivo). En la contraportada, se lee que el plaquette “inicia la Literatura Queer en Ciudad Juárez”. Acostumbro dudar de este tipo de afirmaciones tan categóricas –tan peligrosas a la hora de urdir una historia literaria–, ya que suelen ser falsas. Además de omitir (o desacreditar, que sería peor) la obra de autores contemporáneos, la sentencia desconoce los antecedentes del siglo pasado.
Fue una grata sorpresa, durante la investigación, hallar una novela con la que inicio el recuento y que transcurre en parajes ajenos a El Vampiro de la Colonia Roma: “Noble y fraternal tierra del norte. Hecha de contraste y de sorpresa, de esperanza y austeridad. Plana y recia en la llanura. Sinuosa y erecta en la montaña. Quemada y muerta en el desierto. Húmeda y rumorosa en la serranía”. Vereda del norte, compuesta en 1937 por José Urbano Escobar, se mantuvo inédita hasta que el historiador Darío Oscar Sánchez proporcionó el mecanuscrito a José Manuel García, quien –por aquel entonces a inicios de la centuria– dirigía el apartado cultural de la revista Semanario. ¿Que cómo se titulaba aquel suplemento? Armario, sí… de ahí salió, por entregas, Vereda del norte. En el verano de 2005, junto con otra de sus obras, El evangelio de Judas Keryoth, el consejo del Fondo Municipal Editorial Revolvente tuvo la oportunidad de sacar a la luz ambas novelas en un solo volumen. La editora del texto, Adriana Candia, advierte el valor de lo que traía entre manos: “Probablemente la primera novela mexicana con tema homosexual, y la primera novela juarense de la revolución”.
Me detengo primero en unas cuantas líneas sobre el autor y después sobre Vereda del norte. Darío Oscar Sánchez, en la reedición de Siete viajeros y unas apostillas de Paso del Norte, publicado originalmente en 1943, destaca la “inquietud errante”, que sin duda expresa el carácter multifacético del escritor nacido el día de San Urbano en Ciudad Juárez hacia 1889, unos meses después de que la antigua villa de Paso del Norte cambió de nombre. “Atleta, orador, poeta, pintor, revolucionario, pugilista, explorador, profesor, cantante, actor, novelista, historiador, periodista, político; todo esto fue José U. Escobar”, primo hermano de Numa y Rómulo, chihuahuenses ilustres que fundaron la Escuela Particular de Agricultura en la frontera. Al estallar la Revolución mexicana, nuestro novelista participó al lado de Pascual Orozco. Tras el asesinato del General en 1915 en Van Horn, acusado de haber robado ganado, Escobar pronunció la oración fúnebre en el sepelio del caudillo en El Paso. El movimiento armado, la pérdida de su amigo y el exilio calaron hondo en la sensibilidad del escritor.
Vereda del norte sitúa sus acciones a principios del siglo XX en el pueblo de San Francisco del Oro, “mineral norteño repechado de sol en un anfiteatro de montañas escalonadas de pinos”. La vida alrededor de la extracción del beneficio queda bien retratada, por un narrador en tercera persona, a través de las faenas diarias en las vetas de La Fábula. “¿No era éste un nombre verdaderamente singular para una mina?” Para “El chamaco Ricardito García”, acompañar a su padre a las entrañas de la tierra era “una aventura de perfiles juliovernescos”. Copio un párrafo del primer capítulo para delinear el perfil del protagonista, un muchacho que “sentía la presencia, casi sexual, del secreto de la montaña”, y el tono de una prosa preocupada más por agitaciones corporales que por cuadros costumbristas o históricos:
“Lo llenaba de euforia acercarse a los hombres, darse cuenta de que todavía estaba junto a la humanidad. Parecía que los mineros flotaban, ingrávidos, en una ola de negrura, en donde bailaban, formando extrañas constelaciones, las llamitas de las linternas. Debajo de cada punto luminoso brillaban dos ojos; el sudor de las frentes relumbraba con resplandores anaranjados; los dientes blancos relampagueaban detrás de las bocas fatigadas. Los hombres, desnudos de medio cuerpo arriba, ya no parecían hombres, el sudor les formaba caminitos sobre los torsos hercúleos cubiertos de polvo. Las piquetas despedían chispas al chocar sobre la piedra. Los mineros cavaban en el sendero nocturno. Ya no eran seres de carne, sino de tierra”.
Muy pronto, el adolescente encuentra a su contrapunto, “otro caballero de carne y hueso, y de extraña catadura: sombrero tejano, botas mineras y zarape”. La relación entre Ricardo y Teófilo, además de sostener la tensión de la novela, encarna lo que ahora conocemos como bromance. Juegos de palabras, insinuaciones, símiles y paisajes a punto de desbordarse corresponden con el despertar sexual del más joven, quien mitiga sus ansias ante la sorpresa de su amigo: “–Qué has venido a quedarte conmigo, a dormir, aquí en el bosque. Tú no sabes lo que estás haciendo”.
Justo a la mitad de la pieza, en el capítulo 10, nos damos cuenta que el pueblo minero no era ajeno al acontecer regional. A San Francisco del Oro llega ni más ni menos que el periódico Regeneración. “Lo escribían en el extranjero unos hombres que deben haber sido nobles y valerosos”. La lectura de las ideas de los hermanos Flores Magón, así como La sucesión presidencial, de Francisco I. Madero, los conduce a las armas. Los mineros toman la vereda del norte para unirse a la bola. “-Ahora van para Casas Grandes. Los manda Pascual Orozco”; pero, más diestros con la pala que con el fusil, mueren pronto, “derrotados en el rancho de Las Escobas y en Cerro Prieto, donde los federales fusilaron a los prisioneros”. Esa suerte corrió don Julio García, padre de Ricardo, por lo que su familia, sin el diario sustento, se ve forzada a emigrar a la frontera, con una parada intermedia en la capital del Estado.
El paisaje coopera en la caracterización de figuras y detona emociones en quienes lo experimentan. La entrada a Juárez por ferrocarril es ejemplar. “Imagina Ricardo que desde las ventanillas del tren podrá encontrar lo que busca en el camino del norte. Lo examina todo, pero nada. Arenales estériles. Médanos fulvos. Sedientos. Sinuosidades azules de montañas lejanas. Ya están cerca de Ciudad Juárez”. ¿Qué le depara la frontera, esa “la línea verde de los álamos que crecen a la orilla del río Bravo”, al muchacho? Vuelve a ver a su entrañable camarada, pero a Teófilo se le acusa de haber matado a un gringo que pretendía recuperar el ganado que supuestamente le habían robado del otro lado. La trágica escena en el cementerio pone fin a las aventuras.
La búsqueda de la identidad sexual de Ricardo y el despertar que halla en la compañía de Teófilo merecen atención y deben ser leídos a casi un siglo de haber salido de la pluma de José U. Escobar, quien ofrece interesantes guiños ante una rígida, y ojalá ya caduca, moral. Pensemos que Teófilo apoda a su compañero como Sacristán “porque te ves muy mustio, muy moscamuerta y a la mejor eres una mulita”. Ricardo no se ofende y lo nombra “-Monaguillo. Así los dos tendremos nombres de gente de iglesia”. Por último, llama la atención que el vínculo homoerótico en Vereda del norte tuviera que esperar casi 80 años para concretarse en otra novela, Northern lights de Ángel Valenzuela (2016), de la que me ocuparé en su momento.
Carlos Urani Montiel
Texto publicado originalmente en Sinembargo.mx
[1] Los versos entrecomillados pertenecen a La otra cara del vidrio, poemario publicado en 1984 por Premiá en coedición con la Universidad Autónoma de Puebla y la Universidad Autónoma de Zacatecas, escrito por Jorge Humberto Chávez, quien dirigiera el Taller Literario del Museo de Arte del INBA en Ciudad Juárez durante la década de los 90; al día de hoy coordina el área de literatura del Instituto Potosino de Bellas Artes, es curador del Festival Internacional Letras en San Luis y miembro, desde el 2014, del Sistema Nacional de Creadores de Arte.
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El galardón a la muerte de Ignacio Zaragoza
Ignacio Zaragoza nació en 1829 en la Bahía del Espíritu Santo, antes de que los texanos ganaran la Guerra de Independencia de su estado y esta provincia dejara de formar parte de Coahuila para convertirse en la actual Goliad. Al consumarse el acto bélico, la familia Zaragoza decidió mudarse, primero a Matamoros y después a Monterrey. Luego de descubrir que no tenía vocación sacerdotal, Ignacio ingresó a las Guardias Nacionales. Su carrera militar despuntó en la Revolución de Ayutla, la Guerra de Reforma y, finalmente, en la Segunda Intervención Francesa, donde estuvo a punto de recibir la bala de un soldado europeo infiltrado, de no ser porque se ocultó tras la escultura de un Cristo de madera. El presidente Benito Juárez lo nombró Benemérito de la Patria en grado heroico tras su brillante participación como jefe del Ejército de Oriente durante la Batalla de Puebla el 5 de mayo de 1862. No obstante, a pesar del reconocimiento y triunfo militar, sus últimos días se enmarcaron en un ambiente trágico que oscilaba entre la muerte y la enfermedad. El mismo año del mayor triunfo en su belicosa trayectoria, aunque previo a la Batalla, su corto matrimonio culminó con el fallecimiento de Rafaela Padilla de la Garza, el 13 de enero, a causa de una pulmonía. De esta relación nacieron dos varones que murieron durante sus primeros años de vida y Rafaelita.
Además del nombramiento recibido por Juárez, el presidente dispuso que el lugar donde ocurrió la famosa batalla se llamara Puebla de Zaragoza (ahora con un Heroica al inicio) en su honor. Así como esta ciudad representa la efigie reminiscente de la exitosa figura militar, el latifundio de Terrazas ubicado al poniente de Ciudad Juárez evoca los últimos momentos de héroe patrio. Hace 95 años, un grupo de campesinos oriundos de Temósachic solicitaron terrenos en San Miguel de Babícora para fundar una colonia. Les otorgaron 11,00hectáreas donde se construyó una zona ejidal ocho veces más grande: el actual municipio Ignacio Zaragoza. Justo ahí se desarrolla la historia de Max, Esperanza y Magdalena, personajes de la novela El reino de las moscas (2012) de Alejandro Páez Varela. Los espacios y circunstancias también hablan a través de sus habitantes, por ello resulta interesante la apuesta que el autor realiza por las voces de lo marginal. La visión estética del texto se construye a través del retrato de un clima inclemente: desde polvaredas a gélidas calles de tierra cubiertas de lodo y nieve. La realidad no aparece muy lejana. La descripción que el narrador realiza resulta implacable: “Zaragoza era el reino de las moscas. Sólo se iban en el instante de la tragedia; durante los diluvios o en las nevadas. Y un segundo después aparecían en cantidades groseras a reclamar lo que les pertenecía, a pararse en los labios de los niños y en las frentes de todos. Formaban nubes en torno a las letrinas, a las cocinas, a los gallineros y, de manera especial, junto a las marraneras”. El 8 de septiembre de 1862, a los treinta y tres años, Ignacio Zaragoza Seguin falleció a causa de tifus murino que contrajo por infestación de piojos, consecuencia del estado insalubre que padeció sus últimos días y que ni el Cristo de Bala pudo mitigar.
Pese a que la trayectoria de Ignacio se enmarca en coordenadas norteñas, no encontré registro alguno que diera cuenta de su paso por Juaritos. Así, la conmemoración funciona como testigo de la historia, lo que permite leer en el espacio los acontecimientos a través de las pruebas del pasado: nombres de calles, monumentos, edificios históricos, etc. Los campesinos encabezados por José María Flores y Simón Tena quizá no se imaginaron que su apología a Ignacio Zaragoza sería objeto de otra con carácter literario. Aunque las modalidades cotidianas del municipio homónimo se han modificado por la incidencia de la violencia, los lugares públicos aún se piensan como puntos de convivencia donde la experiencia individual confluye con el colectivo, según lo retrata Páez Varela: “En la plaza principal había un parque con cinco árboles y un quiosco deshecho en el que los jóvenes se reunían por las noches a fumar mariguana, a beber cerveza, a tocarse los callos de las manos, ganados en la pizca de algodón. Entre más callos, más cabrones eran”. Desde un lugar al margen de la urbe, los estragos de la inseguridad y la visión centralizada que aletargan el desarrollo han sido una plataforma impulsora del crecimiento de negocios ilícitos. De cualquier manera, la articulación de los elementos constitutivos de este municipio dialoga con habitantes y forasteros mediante la experiencia colectiva de habitar un mismo espacio.
Laura Sarahí Robledo
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Ganamos el Rousset Banda
Nuestra monografía participó en el Premio Chihuahua 2018, en la categoría de Ciencias Sociales y Humanidades, y perdió. Ni el PECDA, ni el PACMyC (en tres ocasiones) han fijado su atención en Juaritos Literario. Las decisiones de estos programas son inapelables y no muestran dictámenes, por más que los solicitamos. El apoyo, reconocimiento y difusión no iba a venir por parte del Estado de Chihuahua. Así que, a mediados de febrero, firmamos contrato con Ediciones y Gráficos Eón, en la Ciudad de México. El convenio estipulaba repartirnos por igual el coste de la edición y el número de ejemplares. La empresa era arriesgada, ya que no contábamos con algún tipo de recurso o subsidio por parte de alguna institución. Queríamos publicar pronto, agilizar el largo proceso editorial (cuando se hace con recursos públicos) y aprovechar el año sabático de Urani; así que asumimos el gasto y, felizmente, nos endeudamos con el banco. La apuesta era sencilla: recuperar la inversión con la venta, y obtener el reconocimiento académico a nivel nacional a partir de la difusión de nuestro libro. Durante la FELIF, el miércoles 29 de mayo, a unas horas del estreno de Fundadores, una ruta literaria que hicimos en trolley, llegó al aeropuerto una caja con 50 ejemplares de la ansiada Cartografía. Con las prisas (y con pocas expectativas de que llegara a tiempo el envío), ese día no hubo presentación formal, aunque sí unas emotivas palabras por parte de la maestra Laura Jiménez, quien ha confiado y seguido al proyecto tanto en las calles como en este blog.
Cuando leímos la convocatoria del premio Rousset Banda, en su emisión número 16, nos dimos cuenta de que este año concursaban obras publicadas en la modalidad de crítica literaria. Un galardón a nivel nacional de este calibre era justo la plataforma que buscábamos, tanto para validar nuestra investigación como para que los intereses no se comieran las finanzas de Urani. Repasamos a detalle uno a uno los doce puntos del documento, y marcamos en el calendario la fecha límite de envío: 14 de junio. Preparamos la documentación a nombre de la coordinadora del premio, la Dra. Margarita Salazar Mendoza, y la llevamos a la Coordinación de la Licenciatura en Literatura Hispanomexicana, de la UACJ, que ella dirige. En tanto, se sucedieron un par de presentaciones: la primera (la que consideramos la oficial), el 15 de agosto, dirigida a la comunidad artística y cultural fronteriza en el Museo de Arte de Ciudad Juárez; y otra, el 11 de septiembre, para un público académico, en el marco del Congreso Internacional de Ciencias Sociales Paso del Norte, celebrado en las instalaciones del ICSA. En ambos eventos, contamos con los comentarios del escritor Willivaldo Delgadillo, la historiadora Guadalupe Santiago (en la primera fecha) y del promotor y activista cultural Leobardo Alvarado.
Como en cualquier premio, recibimos la noticia con antelación; había que aguardar al domingo 20 de octubre, cuando salió la nota en El Diario, para hacerla pública. La “decisión unánime”, como se lee en el Acta, nos llena de orgullo, y más aún al constatar la trayectoria y credenciales del jurado calificador, presidido por la Dra. Sara Poot Herrera (de la Universidad de California, en Santa Bárbara), el Dr. Gabriel Ignacio Verduzco Argüelles (de la Universidad Autónoma de Coahuila) como secretario y el Dr. Víctor Saúl Villegas Martínez (de la Universidad Veracruzana) como vocal. En el mismo documento, ellos hablan de los souvenirs y mapas que repartimos en nuestras caminatas. Enseguida, pensamos en acompañar el libro con un nuevo obsequio alusivo al premio. Sin duda, concluye el jurado, “este libro será un bello y bienvenido regalo para los habitantes de esa «frontera creadora», que además brinda un panorama de cómo se logra vincular el trabajo académico con la sociedad; es decir, de qué manera la crítica literaria puede establecer un puente con la colectividad en el que todos salen ganando. Se trata, en fin, de una magnífica aportación a la feliz mezcla entre sociología y literatura, además de una invitación a replicar la experiencia en otras ciudades”.
El día de la premiación, recibimos el diploma acompañados de nuestras familias (unos llegados desde la Ciudad de México), colegas y amigos. En la ceremonia –conjunta con el Fuentes Mares que ganó Darío Zalapa con su novela Perro de ataque–, expresamos nuestra dicha y enlistamos los productos que nos mantendrán ocupados en los próximos años. La felicidad tras haber obtenido el Premio Rousset Banda refuerza y encamina el propósito esencial de Juaritos Literario: difundir la literatura escrita en y sobre Ciudad Juárez. Así que si usted, lector, ha llegado hasta esta línea, le queremos obsequiar nuestro libro. Nos comprometemos a enviar cinco ejemplares a cualquier parte de la República (solo mándanos inbox a través de Facebook) y a regalar otros diez a las primeras personas que nos lo pidan en el foro del Sintonizador Fronterizo (Border Tuner), el próximo lunes, en el Parque Chamizal.
Carlos Urani Montiel
Amalia Rodríguez Isais
Antonio Rubio Reyes
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El innombrable en la Juárez
La Biblia de Gaspar, novela “policial-metafísica”, constituye la tercera obra del escritor juarense Rubén Moreno Valenzuela, editada por la editorial Ranchos las Voces a inicios del 2012, posterior a las colecciones de relatos Río Bravo blues (2003) y Coyote viejo coyote (2009), y previa a su cuentario D, publicado hace apenas unos meses. El autor se define como creador de una narrativa fantástica y negra que surge, posiblemente, de un trabajo tanto etnográfico por las calles de la frontera como teológico a través de controversias y debates entre católicos y protestantes. La trama de esta peculiar novela gira en torno a la búsqueda realizada por el detective privado Dimitros Papadakis en la década de los 90’s, contratado para rastrear al teólogo luterano Kaspar Edelweiss, de quien sabemos fue ubicado por última vez en una colonia popular de Ciudad Juárez. Estructuralmente, la narración se entreteje a partir de la (re)escritura de su propia versión de La Biblia, la cual coincide con las acciones retratadas, a manera de aviso o paráfrasis, o aluden a los motivos que orillaron al teólogo alemán a salir de su congregación, por lo que “se ha convertido en un heroinómano, alcohólico, padrote y estafador” que “Vive con sus tres «ovejas» (Shita, Daisy y Sofía)”, después de anunciársele que tendrá un “un encuentro con el Diablo en la avenida Juárez”. ¿Dónde más? Sodoma o Ciudad Juárez, como lo llama el reverendo Kaspar, se vuelve el espacio donde el ente malévolo y tentador se personifica, donde fragua avistamientos de su presencia en varias cantinas, salones de baile y lugares donde se hallan individuos malditos o a los que se les ha negado el acceso al paraíso en vida y muerte. “Sólo algunos serían elegidos por Dios y yo no era uno de ellos”, nos confiesa el protagonista momentos previos a la revelación: “Sentía que yo sólo obtendría la salvación mediante mi libre albedrío y admitirlo equivalía a abjurar de las doctrinas de mi iglesia. […] Mi vida fue entonces un naufragio. Ya nada tenía importancia. Hacer el mal o hacer el bien es lo mismo. Sólo me resta esperar el infierno de mi maldición”.
“Mire, para llegar a Juárez basta cruzar el río Bravo. Las autoridades mexicanas no le solicitan a uno identificación para entrar a la ciudad. Así que es muy fácil residir ahí y perderse entre el millón y medio de sus habitantes, muchos de ellos procedentes de lugares inimaginables”. Uno de ellos, el innombrable, posee la capacidad de transformar los espacios que habita, aunque sea de forma efímera, y cambiar de rostro para encarnar el mayor temor de cada uno, es decir, el yo interior. Sus distintas caras se dan a conocer en lugares malditos por las acciones ocurridas en ellos y por las personas que los frecuentan; de modo que, por ejemplo, en el Curley’s y en el Hotel Río, se manifiesta como un hombre corpulento con bigotes gruesos, retorcidos y mirada rojiza, similar a la misma atmósfera del club; o como el incentivo para que una joven mujer en su habitación sea arrastrada hacia el suicidio por una sobredosis. La emblemática avenida Juárez se transforma en montículos de arena para probar la lealtad y tentar a sus seguidores hacia el propio abandono, a que se unan a él. Kaspar escribe en su octavo y último libro, a manera de premonición: “Y aquellos hombres (vosotros) entrarán a mi aposento, y hallarán este cuaderno y leerán estas palabras. Y después no podrán encontrarme, jamás; Porque de mí sólo quedará este Verbo”.
Más adelante, las acciones de La Biblia de Gaspar se trasladan al salón de baile el Carrusel, en donde ocurre uno de los relatos más famosos de las ciudades norteñas, y que constata las múltiples facetas de satanás: “Cierta noche de sábado una pareja que bailaba levitó sobre la pista. La joven vio horrorizada que su compañero tenía una pata de chivo y otra de gallina. Lava en los ojos. El diablo se esfumó. Azufre, hedor flotando en la atmósfera. Sus manos quedaron marcadas en la cintura de la joven. Piel quemada Huellas de su estancia en la frontera”. Esta narración, al igual que la creencia en fuerzas sobrenaturales con incidencia en nuestra vida cotidiana, forma parte de una sociedad que disfruta de los espacios de recreación, así como de leyendas y casos sin resolver que alimentan la imagen de una ciudad que devora, una frontera donde parece normal desaparecer. También es frecuente que declaraciones y pesquisas sean las únicas huellas de la existencia de mujeres, niños y hombres que se ausentan de forma indefinida. El escritor Rubén Moreno Valenzuela parte de esta aura de revelaciones y misterios para ubicarlos en numerosos bares (El Arbolito, Club La Unión, Lux, el Paraíso, Virginia’s, Kentucky Club, El Recreo, entre otros) y prostíbulos de un centro histórico, con su avenida principal, caracterizada por alojar recuerdos de otros tiempos, épocas y cosmogonías. En la Juárez coinciden condenados, excomulgados y malditos destinados a encontrarse consigo mismos, a contemplarse tristemente, en la muerte de una ciudad desamparada por los dioses.
Diana Varela
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Sonetos para mi barrio: las reflexiones de Ogaz
Siempre he pensado y explorado Juárez como dos ciudades: el centro histórico y lo demás. Como escribiera Charles Dickens, en estas urbes se suman los mejores tiempos y los peores, la sabiduría y la locura, la historia y el olvido. Contemplo el sur juarense como una zona poco explorada en su literatura. Pareciera no haber historias interesantes qué contar o recordar, en contraste con el centro y sus leyendas. Y es que esta ciudad, este Juárez Nuevo es demasiado reciente. Pero, al ser yo un habitante de por esos lares, puedo confirmar que, si bien no hay historias generales, sí hay varias particulares que permanecen en algunas paredes: las de la ganga. Ese es el tema del poemario Reflexiones de la ganga: sonetos del barrio (2004) de Osvaldo Ogaz. En sus composiciones, la voz lírica reconstruye la identidad del cholo, vándalo, malilla, pandillero, gangsta. Su espacio es particular: la clica. El poemario se divide en dos partes: las reflexiones y los sonetos. Esta estructura me parece innecesaria, pues todos los poemas son reflexiones que me atrevo a denominar ontológicas: el poeta-cholo logra plasmar en su mirada excepcional todo un sentir urbano. Los sonetos de Ogaz consiguen, desde la materia poética, exponer a individuos y sus historias; así como la manera en que esos individuos dotan de identidad al espacio. Para demostrar mis palabras anteriores, analizo dos sonetos. El primero explora a la ganga. El segundo rememora a un personaje del barrio, el Chispi, quien ha muerto.
No cualquiera puede entrarle a la ganga. Hace falta, para ello, la iniciación, un tiro de a chole, “puro trompo mi loco”… “chingazos” con cariño: “No me aviente, / no corra, no sea culo, ya la prole / gritando se divierte, ya es del barrio, / ha pasado la prueba, ya no llore, / no se raje, disfrute la pachanga”, como versa el “Soneto XIV”. El cholo recién ingresado no tiene nombre aún. Después de haber sido iniciado, se ha vuelto un “hombre” y la espacialidad le da la bienvenida: “Es la ganga / la que fiel lo recibe, tome un facho, / las caguamas no faltan. ¡Ya es muy macho!”. El barrio y los cholos son un mismo cuerpo: él también es ciudad.
Al realizar el poeta una radiografía del barrio, salen a relucir sus personajes. Memoria y muerte serán exploradas en estos sonetos elegíacos. Aparece el Chilas, “gurú chicano”, el más “ruco” y fundador de la clica: “¡Qué belleza / de barrio se ha esculpido!”, dice el “Soneto XVII”. También surge el Chispi: “Era el maclein, era verdura / pal’ caldo de nosotros; nuestro santo / sin él no éramos bules” (“Soneto II”). El Chispi era. El cholo no es humano, recuérdese, sino escoria. La muerte le regresa su humanidad: en la tumba se graban nombre y apellidos: “Pero humano / un día se convierte y una mano / su Carne la mutila y quedan huellas” (12). El Chispi ha fallecido y el poeta confirmará su dolor en otro soneto, el 16: “Ya este bato / se pudre con los días […] el Chispi ha dado el salto al longevo / lugar del infinito”. La voz lírica sufre: “Muy amarga / me sabe la existencia, el Rey hoy se ha ido / el más machín de todos”. Aparece un vacío, un nihilismo pandillero: “Ya dejen desprenderme de esta larga / carrera de vacíos, esto pido / el Chispi me ha llamado, quiere verme” (26). Su muerte reclama la voz del cholo-cronista, pero el poeta sabe que su memoria opera como el germen de la escritura: “Ese mi loco escucha esta canción / que no canto, la escribo en la memoria / de todos los carnales que en la gloria / del barrio se sentaron” (“Soneto VI”). Morir, entonces, será también un encuentro con la gloria: “la victoria / la llevan en su muerte, pues la noria / de donde se embriagaban y el rolón / de las oldies de aquellas se extinguió. / Ahora bailan despacio en los infiernos”. Todo ha desaparecido: las caguamas y las canciones se han terminado. Maldecidos por Dios, los cholos dan su última vuelta en low rider ahí en el barrio del diablo, en esa otra ciudad que no tiene historia.
Antonio Rubio
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Un tal Quijote reside en Juárez
Don Quijote o, como otros lo conocen, “El Caballero de la Triste Figura” es el protagonista de la famosa obra de Miguel de Cervantes, divida en dos partes: la primera publicada en 1605, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, y su secuela en 1615, la Segunda parte del ingenioso caballero. Aunque quizá algunos desconozcan está división, es indudable que la novela figura como una de las más reconocidas a nivel mundial. Desde niños cuando ingresamos a la escuela es casi inevitable que alguna maestra o profesor nos haya hecho leer algunos fragmentos del texto. Se sabe que a su creador, aunque haya escrito una extensa y variada producción, cualquiera lo asocia invariablemente al personaje emblemático, ya que se considera como uno de los pocos arquetipos de validez universal que ha producido la literatura. Con Cervantes nació la novela moderna. Según sus biógrafos, parte de las penalidades y penurias que sufrió Cervantes en vida, se pueden encontrar en algunos aspectos de su obra. Don Quijote encanta debido a su fijación por el honor y por sus innumerables lecturas sobre aventuras de caballeros andantes de la España medieval; en compañía de Sancho Panza, su fiel escudero, salió de la Mancha para vengar todos los “malos” actos producidos en su preciado país.
¿Qué hace clásica una obra? Varios se lo han preguntado y distintas respuestas han surgido. Danner González respondió, por ejemplo, en palabras del crítico literario Bloom, que “es a menudo una forma de originalidad caracterizada por su extrañeza y su belleza”. De esta manera inicia y se refiere al conjunto de obras que se encuentran en Lecturas Clásicas (2014). Un libro que reúne lecturas adaptadas no sólo para niños y jóvenes, sino para hombres y mujeres de todas las edades. La nueva edición, que conserva el canon propuesto por José Vasconcelos en 1924, acerca a sus lectores a la gran tradición literaria europea, con el propósito de fomentar el gusto por las letras y el arte, en general; por ello, es accesible para todo el público, ya que, igual que en el siglo pasado, uno de los grandes problemas nacionales sigue siendo la falta de educación. Las historias antalogadas giran en torno a tres temas: el amor, el poder y el fracaso, lo cuales, según palabras de Danner son “los pilares de la civilización entera. Esta selección compendia las bases sólidas, reales y ficticias, humanas y divinas, sobre las que la humanidad ha cifrado a lo largo de su historia, sus alegrías y sus miedos, el lamento de sus horrores y sus cantos de esperanza”. La novela de Cervantes no podía faltar. La aventura quijotesca presenta el tema del fracaso, ya que “Don Quijote es un héroe de la derrota, que hace del fracaso un arte”. Los episodios escogidos son la aventura de los molinos de viento, el encuentro con los cabreros, la batalla con el Caballero de los Espejos y el inesperado final.
Don Quijote, como buen caballero andante, se ha quedado a “turistear” en el norte de México, pues hasta ahora no ha seguido su camino y se le puede encontrar por la avenida Francisco Villa y calle Colón, a espaldas del edificio de Catastro. Según cuentan algunos historiadores, en otro tiempo se encontraba por el pasaje continental, en el centro de una fallida Plaza Cervantina que nunca pudo apropiarse de su nombre, así que se trasladó a aquella zona marginal, lo cual no sorprende, ya que, hay que recordar, el emblemático personaje posee un espíritu un tanto excéntrico. Por años lo he visto ahí parado y parece que continua en ese sitio por dos razones: primero, para no perder de vista a los juarenses que recorren día con día esas calles y, segundo, para que lo localice su fiel escudero, quien no se encuentra a su lado. El mensaje parece el mismo que el de la novela escrita hace más de cuatrocientos años: no basta solo pensar en el devenir, la fe y la libertad, sino que, tal como le hacía ver su contraparte y amigo Sancho, resulta necesaria la consciencia del ser, la razón y la obediencia. Mientras no vuelvan a reunirse, la estampa del viejo caballero continuara en su sito, observando cómo varios juarenses se asemejan a él, a su fiel escudero o a ambos.
Nohemí Damián de Paz
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Ardor convertido en polvo
Hidrocálida, poeta y promotora cultural, Carmen Amato Tejeda había anunciado su retiro de las aulas la primavera del año pasado; sin embargo, hace un mes el Museo de Arte de Ciudad Juárez lanzó una convocatoria de un taller sobre escritura creativa que está a cargo de ella. Además, se ha dedicado a la fotografía como un ejercicio sináptico que esquematiza y extrae el tuétano de la redacción, la agenda Asfalturas, del garabato a la Asfaltura de la Asfaltura al poema publicada en el 2016 resulta un ejemplo de ello. En su tesis para obtener el grado de maestría, titulada El silencio que se hiela en la blancura de las hojas (1996), Amato presenta 62 poemas dispuestos en siete partes. “Nunca será noviembre” aparece en un apartado homónimo junto a otros nueve poemas cuyo tema recurrente es la luz. La composición consta de cuatro estrofas con verso libre y rima asonante; la voz lírica emerge desde la primera persona del singular para moldear un tono ubicado entre lo serio y lo reflexivo que juega con lo sinestésico al involucrar los cinco sentidos del lector.
Si bien no existe un referente geográfico específico que permita ubicar el poema en un lugar determinado, la voz poética diluye al lector dentro de la nitidez de las imágenes espaciales, mismas que van construyendo la ciudad a la par de quienes la habitan. El tiempo constituye una estructura lineal que avanza horizontalmente junto al recorrido que el sujeto realiza a través de las calles. La trascendencia del ser resulta vulnerada cuando la voz poética exhibe la miopía en la introspección necesaria para el autoconocimiento: “Algo va cambiando / en ti y no lo sabes, / hasta el día que tu nombre / ya tiene menos letras”. Los meses llevan consigo una carga simbólica que amalgama la idea de lo efímero respecto a la vida humana: septiembre, octubre y noviembre encaminan hacia la apoteosis de un ciclo que sucede justo cuando la tierra da una vuelta completa alrededor del sol. Así como la trayectoria astronómica del mundo constituye solamente un paradigma temporal validado por quien lo usa, quien recorre la propia vida va acercándose al impostergable desenlace de su misma historia, la cual va llenándose de significados y profundidad en la medida que se aproxima a la consumación del lapso vital: “Tu nombre / se vuelve breve / como Octubre / y no te pertenecen / ya sus lunas, / y nunca serás Noviembre”.
Un elemento que condiciona irremediablemente mi disposición a caminar la ciudad es la cuestión climática, más concretamente, el intenso calor asfáltico. En la composición de Amato, el ambiente evoca precisamente la parte del año predilecta para deambular, debido a la parcial ausencia del sol: “Septiembre, / llegas y tu paso fresco / crece hasta morir / en la blancura / del olvido, / sin una sombra / del ardor que tuvo”. Las tonalidades transforman el paisaje, brindan una traza que remite a la nostalgia por esa existencia que aparece como una insípida entelequia sin caer en un panorama sepia: “Me duele mirar en las esquinas / tu amarillo color / tu gesto somnoliento”. La flora urbana también sufre una metamorfosis gradual que convierte las hojas verdes en ramas secas, imagen que funciona como el símil de la muerte-otoño que nunca llega a ser invierno. La voz poética se dirige a un tú que aparece inconsciente de su propia condición, así como también del horizonte que le rodea, como si quisiera recordarle que así como acaba el año, termina la vida y perdura la memoria: “Te vas quedando sin saberlo, / entre los dedos de los árboles, / entre las calles convertido en polvo”. En esta composición Amato conjuga el paso del tiempo con el del caminante urbano ambientado en una tarde ambarina, la cual bien podría situarse en cualquier ciudad que, como la nuestra, exija cooperación del medio climático para ser cómodamente transitable.
Laura Sarahí Robledo
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Avenida Talamás Camandari
Manuel Talamás Camandari nació en la capital de Chihuahua el 16 de junio de 1917; fue el séptimo de un total de trece hijos, frutos de un matrimonio palestino. Comenzó sus estudios en el seminario de la misma ciudad en 1930, trasladándose a Roma, seis años después, debido a los problemas religioso-políticos del país. Obtuvo el título de Licenciado en Filosofía por la Pontificia Universidad Gregoriana y fue ordenado sacerdote en tierras mexicanas en mayo de 1943. Luego de varios años de enseñanza y ocupando el puesto de rector del seminario de Chihuahua, en mayo de 1957 recibió la noticia de haber sido nombrado obispo de la recién creada Diócesis de Ciudad Juárez. El 8 de septiembre del mismo año se celebró su ordenación episcopal. A través de los años de su obispado, fueron construidos en la localidad el Seminario Conciliar de Ciudad Juárez, las oficinas del obispado así como los edificios CEDEC y CECADE, que se ocupan de la evangelización y catequesis del pueblo. El día de su cumpleaños número setenta y cinco en 1992, monseñor Manuel presentó su renuncia. Sin embargo, posterior a su dimisión y conservando el título de Obispo emérito, mantuvo actividad en la vida religiosa de la ciudad hasta su muerte en el 2005.
La literatura fue uno de los medios a través de los cuales Monseñor Manuel Talamás Camandari logra acercarse a los fieles de forma personal. Hoy día sigue funcionando como vehículo de sus ideas. Durante su vida se publicaron textos de su autoría que pueden ser ubicados en el género del ensayo. ¿Cuál es su excusa?… un sondeo a la conciencia del hombre y Asómese… ¡Asómese a todo usted… a todo lo de usted… a todo lo que tenga que ver con usted… bueno o malo! interpelan directamente al lector en una búsqueda de la reflexión sobre el comportamiento cotidiano del hombre ante cuestiones de fe y de moralidad; no se limita a aspectos meramente religiosas sino que también llama la atención sobre temas políticos. Además se conservan de su autoría otros libros dedicados a razonar temas religiosos, sea en tono formal o cómico, como lo es Buen humor de un obispo con gotitas de sabiduría. En su autobiografía Mi vida en mosaico… historia de una vocación, reúne los episodios más sobresalientes de su vida hasta la fecha en que es publicado (1994) y de donde se extrae el poema titulado «Mi último mosaico», que conforma la parte final del libro. En él resume su vida a través de versos cortos que se disponen en forma de rima abrazada; parte desde su nacimiento, bautismo, etapa de monaguillo, seminarista, sacerdote y obispo. La pieza está dedicada a la Divina Trinidad a modo de agradecimiento por la vida le fue otorgada.
La avenida homónima se ubica al sur poniente de la ciudad y realiza un corte transversal a través de ella. Lo que se encuentra después en dirección norte a sur son los fraccionamientos que cubren la última mancha urbana de Juárez, creada en años recientes: los confines conformados por Parajes del Sur, Parajes de San Isidro, El Mezquital y Colonial del Sur, entre otros; lugares hacia donde la población se extendió a falta de espacios en el interior de la urbe y donde constructoras vieron terreno fértil para la realización de sus proyectos. Son la periferia, así como era vista Ciudad Juárez respecto a la Diócesis de Chihuahua, desde donde ya no era posible mantener un control de los fieles, y por ello las autoridades eclesiásticas vieron necesaria la erección de una nueva Diócesis que administraría la fe a los creyentes de estas zonas que estaban fuera de alcance, misma que fue puesta en manos de Monseñor. El recuerdo de Talamás Camandari en esta zona muestra la idea de constante expansión a la que está sujeta la sociedad, pero también a la necesidad de no dejar caer en el olvido ni en el descuido estas zonas lejanas que forman parte de una misma localidad.
Claudia Chacón Bustamante
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De cierta expedición…
Tras la muerte de don Pedro Moya de Contreras, antiguo arzobispo de México, Juan de Aranda encuentra, en un libro que queda en su poder, la relación de Hernán Gallegos que trata sobre la expedición realizada a inicios de la década de 1580, dirigida por el padre fray Agustín Rodríguez y el capitán Francisco Sánchez Chamuscado, hacia Nuevo México. El propósito principal de la empresa era llevar el evangelio a aquellas tierras no exploradas anteriormente y expandir los dominios de la corona de Castilla. Para ello, solicitaron un permiso al virrey Marqués de la Coruña, ya que se habían prohibido las irrupciones violentas, auspiciadas bajo un halo evangélico, por lo que se tenía especial cuidado con las entradas que se autorizaban. Partieron de Santa Bárbara tres religiosos y nueve soldados el 6 de junio de 1581, llevando a Hernán Gallegos como secretario y escribano, encargado de documentar el viaje a través de una crónica.
Anduvieron varias leguas sobre el Río Conchos, encontrando varios pueblos indígenas, quienes los recibían de buena gana ofreciendo regalos, pues querían evitar la guerra. Gallegos se dedica a describir las características de los naturales de cada pueblo y la disposición en que los encuentran, así como los acontecimientos importantes del viaje… un derrotero por llanuras a las que van nombrando, con poca modestia y mucha esperanza, como el “Valle de los Valientes”. Después de seguir el Conchos durante algunas leguas de viaje, hallaron su desembocadura en el Río del Norte. Al encontrar indios desnudos, quienes les informaron que había otros pueblos más adelante, siguieron el cauce del río, hasta llegar al lugar en el que tomarían posesión del territorio, el 21 de agosto de 1581, nombrándolo San Felipe del Nuevo México, y a la afluente que provenía del norte lo llamaron Guadalquivir –en memoria o nostalgia de su península– “por ser tan grande y caudaloso y muy ancho y con mucha furia”.
Y aunque el objetivo era llevar la palabra “adonde dios nuestro señor se fue servido de encaminarles para que su santa fe sea predicada y su evangelio sea sembrado por toda la tierra” el convivio con los pobladores originales es más bien tenso. De repente, Chamuscado enfermó y murió durante el viaje de regreso al punto de partida, al cual se dirigían para informar de todo lo visto. Comenzó a haber una preocupación por parte de los franciscanos hacia sus compañeros que habían partido al Nuevo México, ya que fray Juan de Santa María había sido muerto por los nativos en aquella tierra. Fue enviada una nueva expedición, dirigida ahora por Antonio de Espejo, con el propósito de hallar a la primera (o a sus sobrevivientes). Durante esta travesía, el capitán Espejo pudo notar la riqueza mineral del territorio, y al dar cuenta de ello a la capital novohispana, se dio la orden de colonizar aquellas tierras. A pesar de que hubo quienes comenzaron a incursionar ilegalmente por aquella ruta (en la que El Paso le hacía honor a su actual nombre), la toma y ocupación formal de estas tierras quedó reservada a Juan de Oñate, pero esa es otra historia de otro siglo.
Daniel Malaquías
El delgado cristal que divide la frontera norte
Una de las características de la vida de los fronterizos, además de su abundancia cultural, consiste en la ambivalencia de vivir entre el lado nacional y el norteamericano. No es motivo de sorpresa encontrar a mexicanos viviendo en Estados Unidos, en un lugar tan cercano como El Paso, Texas, que han adoptado costumbres ajenas y dicen haber perdido su identidad, negando sus raíces. Este es precisamente uno de los temas que Carlos Fuentes aborda en La frontera de cristal (1995), novela compuesta por nueve cuentos. Aquí abordaré “La capitalina” y “La raya del olvido”, dos textos que, aunque independientes, se encuentran unidos por sus personajes y lugar de desarrollo. Ambas historias giran alrededor de la familia Barroso, perteneciente a la aristocracia de la ciudad de Campazas (representación literaria de Ciudad Juárez) y cuyos integrantes viven atrapados entre las costumbres de los dos países, los cuales, a pesar de su cercanía, están separados por un abismo consolidado, según Fuentes, a lo largo de 200 años.
En “La capitalina”, Michelina Laborde, recién llegada a Campazas, describe la ciudad como humilde y austera; sin embargo, le sorprenden los mercados y la gran variedad de artículos que en ellos se oferta, pues no esperaba encontrar tanta abundancia en el desierto. La protagonista del cuento, perteneciente a una familia de linaje venida a menos, visita a su padrino, Leonardo Barroso, y al entrar a su casa se asombra por las enormes rejas que se necesitan para proteger a la familia de la delincuencia. Observa con incredulidad la pérdida de libertad de los fronterizos, los ve como prisioneros dentro de sus propias casas y se cuestiona si ser rico significa condenarse a vivir así, encerrado en enormes residencias con barrotes en las ventanas y con lujosos carros que no se pueden lucir en las calles debido al temor. No obstante, esta forma de vida se compensa con lo monetario. La capitalina conoce a las mujeres adineradas de Campazas, señoras que pretenden parecer “gringas” tiñéndose el cabello rubio y utilizando pupilentes azules y que representan a esa clase social que utiliza la abundancia económica (accediendo a artículos “de marca” y mayor sofisticación) para confundirse con lo que no es.
Por su parte, en “La raya del olvido” se habla de las carencias de identidad y de igualdad que pueden experimentarse en la frontera. A manera de monólogo, Emiliano Barroso adquiere poco a poco conciencia del porqué se encuentra ahí, varado justo en la línea que divide a los dos países. Después de quedar impedido de sus habilidades físicas y motrices, dependió de los cuidados de sus hijos, lo cuales renegaban constantemente de su padre y de sus raíces. Residentes en Estados Unidos y al igual que muchos otros mexicanos en condiciones similares, los descendientes de Emiliano habían perdido su identidad y menospreciaban a sus paisanos. Además, presumían de sus trabajos mediocres, a pesar de que no les eran suficientes para ayudar a su padre moribundo y continuar con sus vidas sumidas en el consumismo. Por ello, se ven obligados a pedir ayuda a su tío Leonardo, quien les niega el apoyo alegando que su hermano no es su responsabilidad. Finalmente, más preocupados por mantener su “estilo de vida fronterizo”, abandonan a Emiliano Barroso a su suerte en las calles de Campazas.
A través de los cuentos de Carlos Fuentes es posible analizar diferentes perspectivas de Ciudad Juárez: la de unos cuantos juarenses para quienes la frontera significa mayores oportunidades de educación, trabajo y calidad de vida en comparación con otros lugares del país; la de los foráneos sorprendidos ante la abundancia en el desierto; y la de los “mexicanos-americanos”, aquellos que han atravesado el delgado cristal de la frontera. Una parte de los mexicanos que residen en Estados Unidos se sienten enamorados de la cultura americana y buscan ser parte de ella, imitando sus costumbres consumistas y adoptando un amor excesivo por los bienes materiales. Algunos fronterizos huyen de la delincuencia y se refugian en el país del norte, pero en el transcurso dejan sus costumbres, raíces y tradiciones, olvidan su verdadera identidad y piensan que si imitan a los norteamericanos y niegan a los suyos alcanzarán la “falsa libertad” que tanto buscan.
Diana Ivethe Silva Castro
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