INICIA SESIÓN CON TU CUENTA

¿HAS PERDIDO TU CONTRASEÑA?

¿HAS PERDIDO TUS DETALLES?

¡UN MOMENTO, YA ME ACUERDO!

Juaritos Literario

  • LOGIN
  • Inicio
  • Proyecto
  • ¿Quiénes somos?
  • Participa
  • Rutas
    • Aquí a la vuelta… de página
    • Callejones en proscenios
  • Noticias
  • Producción
    • Taller Boreal
    • Artículos
    • Conferencias
  • Odonimus
  • Inicio
  • Sinembargo
  • Archivo de categoría"Sinembargo"
26 febrero, 2021

Category: Sinembargo

El Paso – Juárez – Berlín

jueves, 12 noviembre 2020 por juaritosliterario

En 2015, la sensación literaria en Estados Unidos y, por ende, en gran parte del mundo editorial, fue una escritora que llevaba más de una década muerta. Preparada por Stephen Emerson y con un prólogo de Lydia Davis, la antología Manual para mujeres de la limpieza le dio el reconocimiento masivo que Lucia Berlin solo había alcanzado en vida por un reducido círculo de personas.

Lucia fue, como la describe su hijo Jeff Berlin en el prólogo a la autobiografía Bienvenida a casa, una estadounidense única. Entre sus hogares se encuentran Alaska, Montana, Idaho, Santiago, Albuquerque, Nueva York, Puerto Vallarta, Oaxaca, California y El Paso. Además, fue de todo: maestra de escritura creativa, enfermera, telefonista, mujer de la limpieza. También hija, madre, tres veces esposa, hermana y una escritora excepcional. Aunque ganó el American Book Award en 1991, la autora fue uno de los secretos mejores guardados de la literatura americana, hasta que Manual para mujeres de la limpieza la puso en el sitio correcto: una de las mejores cuentistas de aquel país.

 Berlin vivió en El Paso junto a su madre, su hermana y sus abuelos cuando su padre partió a servir en la Marina en la década de los cuarenta. Según recuerda la autora en Bienvenida a casa, su autobiografía inconclusa, El Paso resultó un lugar menos agradable que sus residencias anteriores, con un aire denso y el cielo descolorido, tal como lo recuerda durante su infancia.

Muchos años antes de que la boga fuera la autoficción, Berlin comenzó a escribir cuentos que tomaban su vida misma y las anécdotas más variopintas para transformarlas y convertirlas en piezas literarias de alta factura. Este género la llevó a escribir cuentos sórdidos que incluso llegaron a molestar a sus hijos; por ejemplo, en el que se describen las horas antes de que las licorerías abrieran, pues Lucia fue alcohólica durante algunos años. De acuerdo con declaraciones de la autora, algunos de sus hijos y su sobrina Andrea Chirinos (coreógrafa mexicana), en diferentes artículos, la gran mayoría de su producción se basa en sus propias experiencias, aunque siempre mezcladas con elementos ficticios, personajes diferentes o situaciones alteradas.

Entre los 43 relatos Manual para mujeres de la limpieza se encuentra “Dentelladas de tigre”, en el cual se cuenta la historia de una mujer embaraza y con un niño de brazos, quien llega a El Paso para celebrar navidad con su familia, pero es convencida por su prima de practicarse un aborto en Ciudad Juárez y así tener un problema menos en su vida. El relato, cuya principal acción ocurre en el lado mexicano, permite ver la mirada que Lucia tenía tanto de la frontera como de México. En una de las cartas incluidas en Bienvenida a Casa, Berlin manifiesta su peculiar percepción sobre este país, en particular Oaxaca: “toda la gente que conocimos tenía una belleza (sin sentimentalismos de mi parte) y dignidad (no un falso orgullo) que nadie aquí tiene. Pero me resulta ajeno: la dignidad de los estadounidenses no tiene nada que ver con el nacionalismo, la familia, la tradición, la religión, etc.: es verdaderamente personal y moral”. En “Dentelladas de tigre”, las protagonistas cruzan la línea para hospedarse en un hotel y, mientras la narradora del cuento se realiza el aborto en una clínica clandestina, Bella Lynn, la prima, cuida de Ben, el bebé de brazos.

Lee aquí el libro

En el prólogo de Manual…, Lydia Davis comenta que la escritura de Berlin está anclada con la experimentación de los sentidos. En el cuento aludido, esto se demuestra al describir la entrada de los personajes a Juárez: “Llegamos al puente y al olor a México. Humo, guindilla, cervezas. Claveles, velas, queroseno. Naranjas y orines (…) Campanas de iglesia, música ranchera, bebop, mambo. Villancicos de las tiendas para los turistas. Ruidosos tubos de escape, bocinas, soldados estadounidenses borrachos de Fort Bliss”. La mirada de Lucia no deja de tener esas observaciones de turista americana, centrada no en la ciudad como un espectro completo, sino pensada como una línea recta hecha para visitantes.

            Luego de tomar un auto que la lleva a las afueras de la ciudad (no se explica ni a dónde ni hacia qué dirección, pero el viaje es de casi una hora, según lo narrado), la protagonista del cuento llega a la clínica donde le realizarán el procedimiento y nota a una veintena de mujeres esperando ser atendidas, “todas estadounidenses”. Ahí la narradora comienza a reflexionar sobre su aborto, dándose cuenta de que ella no quiere hacerlo, sino que la presión de su prima la orilló a esa decisión. Después de discutir con el médico encargado del lugar, le explican que de todos modos debe quedarse, porque no hay quien la regrese a la ciudad hasta que sea de día.  Este relato, en primera persona, demuestra otro de los rasgos característicos de la narrativa de Berlin según Davis: un desapego clínico aprendido de sus dos maestros, Chejov y William Carlos Williams. La objetividad con la que la autora escribe permite ver los hechos, siempre narrados desde el yo, con una frialdad médica que elimina cualquier objeción moral, pero deja intactos los sentimientos y los sentidos. Sus cuentos logran un efecto importante: no juzgan pero abrazan.

            En otro de los textos titulado “Carmen”, a la protagonista, una mujer embarazada, la manda su esposo en avión a El Paso para que cruce a Juárez para contrabandear heroína. De nuevo, al cruzar la frontera, los sentidos toman por asalto a la narradora: “Crucé el puente. Todavía estaba contenta solo con el olor a leña quemada y caliche, el tufillo de azufre de la fundición”. Luego de recorrer parte de la ciudad, la mujer llega a un edificio en el cual le entregan la mercancía. Hace la transacción y cuando regresa a su casa, “apestando a Juárez”, el esposo, adicto, la golpea al recibir menos droga de la esperada. Mientras el esposo comienza a probar la sustancia, la protagonista inicia su labor de parto y termina solitaria en un hospital.

Al ser Lucia una extranjera que escribe sobre esta zona, que solo conoció como ciudad vecina de El Paso, podríamos incluir, al menos, ese par de cuentos, junto a la literatura de Roberto Bolaño y otros textos similares, en la llamada literatura “juárica” (término acuñado por Ricardo Vigueras). No obstante, Berlin logra escapar de esta taxonomía gracias a su sutileza. Vigueras nombra lo “juárico” desde dos condiciones: que sea un extranjero hablando sobre Juárez y que se haga desde la idea del mito de la ciudad. Por ejemplo, Oswaldo Zavala se refiere a 2666 como “la articulación de una narrativa mitificante que se inscribe en un horizonte de significación sin historia”. Resulta fácil dejarse llevar por el mito, la ciudad del crimen, la más violenta del mundo, ya que en gran medida la cobertura (mediática y literaria) que ha tenido la ciudad la hacen un monstruo de una sola cara, aunque jamás se muestra el cuerpo completo.

Aquella comparación que hizo Bolaño entre Juárez y el infierno es perfectamente aplicable a lo que sucede en los dos cuentos de Lucia Berlin. En ambos, las mujeres caminan rumbo al averno, que casualmente queda en la frontera. La diferencia radica en que, mientras que algunos dibujan un infierno grande y general, Lucia nos muestra lo personal que puede ser el tártaro norteño. Estos cuentos fueron escritos décadas antes de que Juárez representara la insignia universal del horror; sin embargo, cabe destacar que desde mediados del siglo XX esta urbe se instaló como la sucursal mexicana de la “ciudad del pecado”. Por ello, la autora no se adelanta, sino que muestra lo que Juárez siempre ha sido. Vigueras considera que su mitificación comenzó hasta los noventa, aunque otros, por ejemplo, Juan de Dios Olivas, han escrito y descrito la época de bonanza en Juárez como un mito en sí. Ambos son mitos, sí, pero diferentes. Berlin escribe sobre el segundo.

Al final de “Dentelladas de tigre” la protagonista celebra navidad con su familia mientras espera a su segundo bebé; a la par, sus tíos arreglan todo para cruzar a Juárez y regalar cosas a los menos afortunados. Aunque los cuentos de Berlin parezcan despolitizados, en ese pequeño y superfluo detalle, se muestra la necesidad de quienes viven en el primer mundo de salvar a sus vecinos: los hombres regalan juguetes en navidad mientras que en nochebuena una decena de mujeres abortan en ese mismo sitio, un patio trasero que hay que regar de vez en cuando. Lucia se aleja de la sangre, de las asesinadas (dejó de escribir antes de que cobraran la relevancia que tienen hoy en día), de lo fácil que puede ser el horror que a la fecha se ha vuelto cotidiano. En cambio nos enseña el infierno personal, pues incluso cuando en alguna parte del cuento desaparece una mujer de la clínica no parece un problema de la ciudad, sino una pérdida personal de la narradora-personaje.

Berlin, con ese desapego clínico, con un mínimo de elementos, acciones limitadas, un lenguaje simple pero contundente y bello, nos regala varios cuentos de gran altura y, lo más importante, la mirada de una mujer peculiar sobre nuestra ciudad.

César Iván Graciano

Leer más
  • Publicado en Sinembargo
No Comments

Planetas y auroras en pos del amor

jueves, 08 octubre 2020 por juaritosliterario

Un par de obras dramáticas de la escritora chihuahuense, Valeria Loera, recientemente galardonada con el Premio Nacional de Dramaturgia Joven Gerardo Mancebo del Castillo, se publicaron bajo el auspicio del Consejo Municipal de las Artes de Chihuahua capital. Este libro fue presentado a mediados de febrero de este año en la sala Guirnalda del Museo Sebastián. El Programa Editorial Chihuahua permite que, a través de una convocatoria dividida en tres categorías, participen y expongan su talento los nuevos escritores del llamado estado grande: Soltar las amarras, dirigida a escritores emergentes, Con trayectoria, para quien cuente con por lo menos dos libros publicados e Historias de mi ciudad para todo aquel que aborde temas históricos o culturales de Chihuahua. El premio de los ganadores consiste en la publicación de su obra con un tiraje de medio millar; además, en la búsqueda de un mayor impacto y lectores, las obras se encuentran disponibles para su consulta y descarga en la plataforma digital del organismo.

Bajo estas condiciones, la dramaturga Valeria Loera resultó galardonada en la categoría Con trayectoria, por lo que Planeta Kepler o los datos inútiles y Auroras boreales o nos vemos en Alaska pasaron a la estampa. Ambas ya habían sido montadas y probando fortuna en las tablas, ya sea con la misma escritora como actriz protagónica o como directora. ¡Mujer de teatro!

Como nota aparte, llama la atención que el proyecto editorial del estado haya beneficiado, en la misma categoría, a otras escrituras destinadas para la escena. Me refiero a Dramaturgia doméstica de Raúl Valles, y a Náufragos de la existencia de Adrián Alonso Villegas. Si bien la dramaturgia de Chihuahua cuenta con destacados exponentes (Víctor Hugo Rascón Banda, Manuel Talavera, “Pilo” Galindo o Antonio Zúñiga) resulta necesario voltear la plana a favor de un cambio generacional sobre una misma tradición.

Valeria Edith Loera Gutiérrez es una dramaturga y actriz chihuahuense nacida en 1993, licenciada en teatro por la Universidad Autónoma de Chihuahua. Ha sido becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de dramaturgia; ganadora del premio Municipal de la Juventud y finalista, con mención honorífica, del premio Nacional de Dramaturgia Joven Gerardo Mancebo del Castillo, que, como ya se dijo, acaba de ganar con su obra ¡Violencia! Como actriz, ha participado en más de veinte obras y espectáculos; ha publicado su trabajo en diversos medios digitales e impresos como: Tierra Adentro, Este País, Pliego 16, Revista Borde, entre otras.

El común denominador del libro en cuestión es la búsqueda del amor. En la primera obra, Planeta Kepler o los datos inútiles, se intuye desde el inicio que cualquier tipo de ser vivo capaz de albergar sentimientos, sea “hombre, mujer, no binario, extraterrestre”, pretende y está en su derecho de encontrar el amor. En cada una de las diez escenas que componen la pieza, se perciben partículas y corpúsculos que al final integran un todo. El proceso de búsqueda del ser amado –después de una decepción amorosa–, lleva a la mujer protagónica a vivir una serie de experiencias intensas y de carácter introspectivo: “¿Qué estoy haciendo aquí?” Para responderse: encontrar el amor; así de convencida se nos muestra, aunque más tarde verá frustrado ese deseo. Tener ideas suicidas y a la vez disfrutar de los atardeceres; padecer de soledad y tristemente constatar que el amor fulgura para todos, pero no para ella. Encontrarse con “él”, al fin, y no tener el valor de decir lo que siente. Tomar las cosas con cierto humor ácido le hace más llevadera la existencia.

Por otra parte, en el siguiente texto dramático, Auroras boreales o nos vemos en Alaska,tenemos ados mujeres en una estación de trenes, desconocidas y diferentes entre sí, pero tan iguales por las circunstancias que las llevaron ahí. Una de ellas comienza la charla, mientras que la otra, indiferente, apenas contesta y parece no prestar atención. Al cabo de unos minutos, ambas, desde su muy particular punto de vista, reflexionan acerca del amor. En plena conversación se sorprenden, pues jamás pensaron que le podían contar a una persona extraña detalles tan íntimos; surge la empatía entre ellas. Pero ¿por qué Alaska? ¿Qué van a buscar allá? Quizá intentan ser testigos de la aparición de un fenómeno natural que aliente y permita creer que existe ese otro ser especial que las complementaría. Se aproxima el tren, pero solo una de ellas lo aborda, porque “yo ya encontré el amor, tú tienes que ir a buscar el tuyo. No puedo acompañarte ahora, debo hacer algo antes, ir por alguien. Nos vemos en Alaska”.

Lo que deslumbra en la escritura de Valeria Loera es la sencillez con la que aborda uno de los temas vitales, por todo lo que representa en el individuo y la sociedad, el amor. Con gran creatividad nos muestra los hechos que le acontecen a sus protagonistas (en este caso féminas, pero puede ser cualquiera, porque así de universal son los apegos), valiéndose de diferentes recursos. Con la intertextualidad, por ejemplo, da origen a nuevos discursos que atrapan al lector/espectadora: el mito de Zeus, la alusión a la cucaracha (no podemos dejar de pensar en Kafka), los zapatos rojos de la protagonista del Mago de oz, Godzilla, su conocimiento de la cultura japonesa. Todas estas referencia son ingredientes que abonan al peso y valía de las obras.

El detalle del planeta Kepler personificado en la portada de este libro es interesantísimo; por mucho tiempo se ha mencionado la posibilidad de que se puedan poblar otros planetas; pues bien, Kepler cumple con las características básicas para que así suceda. “Los datos inútiles” no lo fueron del todo tanto, ya que, consultando la página oficial de la NASA y leyendo la biografía de Tycho Brahe, Johannes Kepler e Issac Newton, constate que sí, sí es posible que el amor pueda llegar a aquel planeta. Asimismo, resulta innegable que al encontrarlo (no me refiero al astro), se puede pelear por él aun yendo en contra de las convenciones sociales y familiares, como ocurre en el caso de la mujer que reconoce haber encontrado el amor en un ser idéntico a ella. Valeria Loera nos regala en este libro una mirada fresca, auténtica y hasta divertida, de un tema tan importante y trascendente, que ha sido visitado desde diferentes aristas a lo largo de todos los tiempos. Pero ella, Valeria Loera, dramaturga chihuahuense, le da un toque diferente, aderezado de los pequeños momentos que orbitan alrededor de sus obras.

Baudelia Armas Cortés

siglo XXIteatro
Leer más
  • Publicado en Sinembargo
No Comments

El eterno peregrinaje

viernes, 18 septiembre 2020 por juaritosliterario

Miguel M. Méndez nació en Bisbee, Arizona, el 15 de junio de 1930. Pasó sus primeros años en su lugar de origen para luego trasladarse con el resto de su familia a una ranchería llamada El Claro, en Sonora. Debido a las penurias económicas en el hogar, su padre le enseña el oficio de albañil, una labor realizada bajo el inclemente sol del norte de México, que luego tomaría un papel fundamental en su obra narrativa. Muchos años después se traslada de nuevo a Arizona, a Tucson, donde continuará desempeñándose como albañil y leyendo literatura de manera autodidacta; gracias a lo cual decidió tomar la pluma, sin ostentar una formación académica que, con su ejemplo y trayectoria, en ocasiones sobra. Por otra parte (y sin metáforas), literalmente, levantó la Universidad de Arizona, con sus propias manos.

Llegué a su obra como no podría ser de otra manera: revisando los saldos de Fondo de Cultura Económica en la ya lejana Feria Internacional de la Lectura Yucatán (FILEY) de 2016 o 2017. Un librillo capturó mi atención por la portada y el título: El circo que se perdió en el desierto de Sonora, una novela divertidísima que muestra las vicisitudes de una compañía cirquera en el inclemente desierto de dicha entidad. Desde entonces, el autor se convirtió en uno de mis favoritos, mucho antes de mi llegada a Ciudad Juárez, así como en el mayor acercamiento hacia la literatura chicana. Pero mi intención en estas líneas no es comentar El circo,si no otra de sus novelas, la más famosa: Peregrinos de Aztlán, la cual, por momentos, tiene destellos de auténtica comedia, pero a diferencia de su otra obra, predomina aquí la desesperanza y la tragedia de los personajes que fluctúan en la línea que divide a dos países, un infame muro que uno tiene que ver para creer.

Lee aquí el texto

La novela fue publicada en 1974 bajo el sello editorial Peregrinos. Es importante señalar que fue el único libro editado por ellos, ya que el mismo autor (prácticamente) se publicó solo. La introducción, realizada también por Miguel Méndez, funciona como una declaración de intenciones. Cargada de imágenes poéticas, en ella, el novelista justifica su cometido: dar voz a los desgraciados que no tienen lugar ni en la literatura ni en las instituciones, y que son escupidos por una nación que les explota y los desprecia, pero que no puede prescindir de ellos. El mismo Méndez se asume como uno, un desafortunado heredero de los antiguos pobladores que habitaban el interminable desierto, antes de ser empujados a reservas para así poder llenar ese inmenso espacio con carritos de chilli dogs y patrullas de la migra. “Lee este libro, lector, si te place la prosa que me dicta el hablar común de los oprimidos; de lo contrario, si te ofende, no lo leas, que yo me siento por bien pagado con haberlo escrito desde mi condición de mexicano indio, espalda mojada y chicano”. También afirma que de nada le sirvió hacer un esquema sobre su novela, que ella misma se fue revelando y apareciendo ante sus ojos, ya que su material, el lenguaje, no sigue reglas académicas ni de ningún otro tipo y que, al igual que sus usuarios, toma el control del discurso y exclama las voces de los jodidos sin nombre, ni rostro, nada más un número de registro.

Hablar de una sola trama de Peregrinos de Aztlán no resulta conveniente, más acertado sería hablar de un conglomerado. Loreto Maldonado es el personaje que sirve de hilo conductor para las intervenciones de muchos otros, muy distintos entre sí, pero que comparten la característica ineludible de vivir entre la precariedad y el sufrimiento. Maldonado es un yaqui que luchó en la Revolución, cualidad que lo emparenta con otros personajes de la literatura mexicana como Artemio Cruz, magnate y potentado que logró su fortuna gracias al nuevo orden que la lucha armada trajo, y Filiberto García, de El complot mongol,coronel revolucionario devenido en sicario y enemigo mortal del comunismo. Pero a diferencia de estos personajes, no hay en la vida de Loreto honor ni gloria por participar en la Revolución, sino una cubeta con agua y un pedazo de tela para limpiar los coches a cambio de unos cuantos centavos. Aquí existe una crítica al fracaso que la Revolución representó, solo que desde el punto de vista de un pueblo indígena obligado a luchar en un acontecimiento que no buscaba su beneficio, que no le representaba. El resultado de ello es una generación de tullidos, dementes y miserables que no tienen otra opción más que dedicarse a labores minúsculas para ganarse el sustento. La tragedia de Loreto Maldonado también es la de un país que solo vio surgir otros problemas de lo que supuestamente sería su salvación.

El crisol de personajes que deambulan por las páginas de la novela es amplio. Me parecen notables las intervenciones del matrimonio Dávalos de Cocuch y de Jesús de Belén. La pareja representa a una clase social que pretende ser la salvadora de la gente, magnánimos que se regodean de su asistencia a misa y su generosidad con los menos favorecidos, pero que lograron su fortuna explotando al prójimo. Siempre vistiendo con ropa fina y acudiendo a los mejores eventos de la crema y nata, están demasiado ocupados pretendiendo ser buenas personas como para serlo en realidad. En su primer encuentro con Loreto, intentan regalarle un poco de dinero, que este no acepta por tratarse de caridad. No quería contribuir a que se sintieran buenas personas a costa suya. De Jesús de Belén, cabe señalar que lo único que tiene en común con el mesías es el nombre, ya que sus milagros, a diferencia del primero, son más falsos que los espejismos producidos por el sol. Hábil embaucador, este personaje representa las creencias populares, los muchos cultos que surgen a raíz de supuestos milagros ejecutados por personas ungidas por una divinidad que por su misma naturaleza incompatible con el yermo donde viven no podría ser falsa. Además de estos personajes, existen aquellos que muestran la vida desde el punto de vista de distintos grupos: los empleados ilegales en Estados Unidos que trabajan durante horas por una miserable paga que aun así es mucho más de lo que ganarían en sus lugares de origen, pero de la cual no pueden disfrutar porque les es retenida el tiempo suficiente para que sean deportados; niños que enferman y mueren de la manera más atroz y ridícula posible, de una gripa, por ejemplo; un hombre que ata cintas de colores en su cintura para caminar por las calles, mientras un grupo de niños se dedica a arrancárselas por diversión, generando en él la molestia natural de alguien rodeado de rapaces. Resulta tan numerosa la cantidad de personajes que conviene una lectura sosegada, con pausas y notas, ya que podríamos perdernos en el laberinto de nombres.

Lo chicano está presente en la obra de Miguel Méndez. La búsqueda de una tierra cargada de promesas y oportunidades que, desde épocas virreinales, sedujo a militares, frailes y aventureros. La posibilidad de encontrar ciudades llenas de riquezas imprevistas. Este peregrinar, al igual que el que realizaron los mexicas al fundar la Gran Tenochtitlan, está motivado por ilusiones y esperanzas de una vida mejor.

El lenguaje, cargado de albures y términos en espanglish, también configura la oralidad de este grupo de personas, capaces de moldear la lengua como plastilina para dejarla salir de sus bocas con colores y formas desconocidas. Fue el mismo autor, desafiando convenciones editoriales, quien decidió publicar la novela en español, con plena conciencia del suicidio editorial que ello implicaría: la obra de un hombre adulto, descendiente de mexicanos, sin estudios, ni apoyo institucional, con su ópera prima. Nada podría salir bien de eso y, sin embargo, lo logró, y se abrió camino en un tradición literaria en donde su narrativa resulta señera, indispensable.

Miguel Méndez falleció en Tucson, Arizona, en 2013. Dejó tras de sí una obra compleja, el reflejo de una época, de extraordinaria vigencia aún en nuestros días. Logró ser nombrado profesor emérito de la Universidad de Arizona y ganó el premio José Fuentes Mares, en 1995, por Los muertos también cuentan. En sus textos, escuchamos el hablar del chicano y también se siente el calor del inclemente sol del desierto de Sonora. Uno de sus personajes menciona en un momento: “es muy grande el sol, pesado y caliente, como para llevarlo a cuestas”. Nunca se había dicho verdad más grande.

Ulises Guzmán

narrativasiglo XX
Leer más
  • Publicado en calor / luz, Desierto, Lenguaje, Revolución, Sinembargo, Viaje
No Comments

Belascoarán Shayne, un extranjero en la frontera

jueves, 10 septiembre 2020 por juaritosliterario

En 1990, la editorial Promexa publicó, en el antiguo Distrito Federal, una novela escrita por Paco Ignacio Taibo II, misma que posteriormente sería traducida al inglés por Cinco Puntos Press (2002), en El Paso, y reeditada por Joaquín Mortiz en 2013. Sueños de frontera unifica el intersticio entre dos territorios –México/Estados Unidos– para proyectar una imagen de los espacios limítrofes como uno mismo. El protagonista, un detective cuyo oficio lo ha mutilado en muchos sentidos, recorre la franja fronteriza de ambos lados por cuestiones de negocios. El viaje le permite al defeño comprender “ese nombre extraño que usaban para designar una mezcla de territorios marcados por el dudoso privilegio de estarse sobando con los Estados Unidos”. A su vez, explica lo irracional en el efecto divisorio producido en estas zonas, declarando que el otro lado “es un paisaje televisivo al alcance de la mano. Un enorme supermercado babélico, donde el sentido de la vida puede ser el poder comprar tres planchas de vapor de modelos diferentes el mismo día”. Al observar el territorio norteamericano, Héctor Belascoarán Shayne –el personaje principal que también lo es en otras diez novelas de Taibo II– reconoce que “allí sería extranjero. Qué absurdo, volverse más o menos extranjero por caminar unos metros”.

Lee aquí la novela

La ficción rebasa sus propios límites y, así como su protagonista, el escritor hispano-mexicano también juguetea, en una nota preliminar, acerca de su relación (el toma y daca) con estas tierras: “Este libro le debe mucho al Programa Cultural de las Fronteras, dirigido por Alejandro Ordorica, quien me envió de gira de conferencias al norte, donde pude pescar muchas de estas historias que luego fui cambiando de geografía original. El resultado es esta frontera medio rara, de la que soy tan responsable yo como la realidad, dejémoslo a medias”. La burocracia intelectual termina de bosquejarse con la aparición de personajes reales de aquel mundillo cultural, en plena convivencia con la figura protagónica: “Cortázar, poeta chihuahuense y amigo de los locos que subían del DF para ver la vida en crudo, dejó su estilo británico y se le quedó mirando a Héctor”.

Pese a que el texto enmarque el sentido de Ciudad Juárez como lugar de paso, el carácter evanescente de la urbe se sublima a través de su sola mención, ya que las acciones más relevantes de la historia no tienen lugar en la ciudad fronteriza. Sin embargo, el espacio-tiempo de la novela reúne características similares a las de Juárez, haciendo justicia al arquetipo de frontera sin necesidad de detallarla en sus lindes y extensiones. Los 16 capítulos de la novela, entonces, esclarecen ciertas características, como la hospitalidad de los habitantes, la funcionalidad de la economía en cada una de las áreas limítrofes y hasta la disonancia de la música que se produce a lo ancho de toda la franja norte del país. Me parece llamativo y simbólico que el único momento en el cual aparece el nombre de la ciudad desde donde escribo, de manera explícita y textual, sea para enlazarse directamente con nuestro civilizado vecino. “–¿Me das un aventón a Ciudad Juárez?”, le solicitó el detective al solícito poeta. “–¿Qué carajo hace una actriz de cine cuando uno viene a Chihuahua?” Cortázar responde: “–No sé, supongo que come un buen T-bone y luego se va a El Paso a comprar ropa. Yo qué sé”. Ya de camino, “Cortázar puso en el tocacintas de su carro el último casette de boleros de Tania Libertad. La carretera se había vuelto una recta aparentemente sin fin, con cerros majestuosos, rodeados de cielos azules poco creíbles, marcando el horizonte lejano al frente y a los costados. Tierra de matorrales y límites de verdad, verdaderamente lejanos”.

Así, el libro vislumbra a Ciudad Juárez como un lugar de tránsito (y trasiego) hacia los Estados Unidos, condenándola a ser el backyard del sur texano. Por otra parte, también funciona como un referente para ubicar zonas aledañas a la localidad, como el pueblo fantasma de San Jacinto. “A 17 kilómetros al norte de Villa Ahumada hay una desviación al este que sale de la carretera Panamericana en el tramo de Chihuahua a Ciudad Juárez”. Nadie se enfila hacia allá, “porque ese pueblo no existe, es una serie de ruinas fantasmales”.

Foto de Mauricio Jiménez

Belascoarán Shayne se enfrasca en una tarea que implica un trayecto hacia el pasado: localizar a la actriz Natalia Smith Corona no solo resulta en un esfuerzo detectivesco, sino en uno de evocación. Él la persigue puesto que la hija de Nat –como Héctor se refiere a ella de cariño– desconoce su paradero, y en su viaje de negocios reconoce el estrecho vínculo que los recuerdos trazan con los lugares. El caso “era como tratar de recordar los nombres de todos los personajes de las novelas de Tolstoi que había leído. Era como nadar en la luz pegajosa de ese sol inclemente de Mexicali. Como acordarse de los ganadores de la Vuelta Ciclista a México en las ediciones de los años 60. Era, Héctor descubrió la verdad, no sólo una investigación imposible, también un esfuerzo de memoria”.

De manera progresiva, según las convenciones de la novela negra, el personaje va siguiendo las pistas a través de muchas fronteras que parecen una sola, con la consciencia de encontrarse en un terreno ajeno y preguntándose: “¿Era extranjero aquí? ¿Un poco más de lo que era en el Distrito Federal? Definición de extranjero: aquel que se siente extraño, aquel que cree que los tacos que se consumen en la esquina de su casa son necesariamente mejores que los que pueden comerse aquí, aquel que cuando se despierta a media noche siente un extraño vacío, una relación de no pertenencia con el paisaje visto desde la ventana. Bien, él era extranjero también aquí. No reconocía el paisaje, no se sentía en casa ante el retocado México fronterizo. ¿Y qué? Héctor no creía ser un buen juez en materia de nacionalismo y nacionalidades. Un tipo que no se reconocía frecuentemente cuando observaba su imagen al espejo, no era un buen juez de nada”. Apelo a que la novela no nos sea extraña en la frontera.

Laura Sarahí Robledo Melgar

narrativasiglo XX
Leer más
  • Publicado en Sinembargo
No Comments

2666 representaciones del dolor

jueves, 03 septiembre 2020 por juaritosliterario

José A. Sánchez es, además de profesor e investigador, autor de libros sobre estética y prácticas artísticas contemporáneas en literatura, cinematográficas y, principalmente, artes escénicas, en donde su trabajo ha tenido mucho mayor impacto, tanto en España como en toda Latinoamérica. Es doctor en Filosofía y catedrático de la Facultad de Bellas Artes de Cuenca (Universidad de Castilla-La Mancha). Entre sus publicaciones se encuentran: Brecht y el expresionismo (1992), Dramaturgias de la imagen (1994), La escena moderna (1999), Cuerpos sobre blanco (2003) y Prácticas de lo real en la escena contemporánea (2007). Fundador y director del Archivo Virtual de Artes Escénicas (AVAE) y miembro de Artea, así como director de Cairon: Revista de Estudios de danza (2007-2011) y codirector del Máster en Práctica Escénica y Cultura Visual (2009-2016) en colaboración con el Museo Reina Sofía.

Su libro Ética y representación –publicado en 2016 en la editorial mexicana Paso de Gato, con el auspicio de, por lo menos, una decena de instituciones educativas y culturales–, tiene su antecedente en ideas que José A. Sánchez venía desarrolló desde comienzos de comienzos de la década pasada, gracias a un año sabático, y que culminó a inicios de 2015. Durante ese periodo, el autor fue acumulando lecturas y experiencias que le servirían (y cambiarían) el contenido de su monografía. El contacto con la compañía peruana Yuyachkani fue determinante. Investigadores, académicos y creadores de teatro son quienes más provecho sacarán de esta investigación, material especializado, que, no obstante, se deja leer también por espectadores de teatro o lectores avezados que encontrarán entre las páginas conceptos y argumentos en torno a 43 distintos temas, mucho más allá del par que ostenta en el título.

En el apartado “Historia de este libro”, el crítico nos ofrece un itinerario sobre la composición sintética y (originalmente) sucinta de una publicación de más de 350 páginas. Algo se atravesó en su escritura: “Imagino que la relectura de Los detectives salvajes y, sobre todo, la lectura de 2666 de Roberto Bolaño desbarató los planes. Concluí la lectura en Hamburgo, sin tener ni idea de que el parque por el que paseaba esos días era el mismo en que el viejo Archimboldi conversó con Alexander fürst Pückler mientras saboreaba un helado, y donde Bolaño abandonó a su personaje en la víspera de que tomara un avión rumba a México. Fue sin duda una de las experiencias de lectura más intensas que he tenido en los últimos años” (338).

En el capítulo titulado “Documento y monumento”, en la sección número 19 de Ética y representación, el autor reflexiona en torno a la utilización del dolor real en la representación literaria; él habla, específicamente, del caso de 2666, novela póstuma de Roberto Bolaño, en la que Ciudad Juárez aparece con el nombre de Santa Teresa. Además, la monumental obra contiene un capítulo de más de 300 páginas construido a partir de informes forenses, en donde se identifica a las víctimas de feminicidio: “La parte de los crímenes”. Algunas de las preguntas con las que abre el capítulo son: “¿Representar el dolor consecuencia del mal no constituye una estetización intolerable, que incluso puede llegar a prolongar el crimen mismo? ¿Por qué no actuar en contra del mal en vez de representarlo o representar el dolor de las víctimas? La representación, al mismo tiempo que combate el silenciamiento de los crímenes, ¿no amplía también su potencia simbólica?”

Sánchez escribe acerca de la cuestión que se planteaba Susan Sontag en Ante el dolor de los demás (2003), donde la escritora estadounidense, de origen judío, pregunta sobre los efectos de la reproducción de fotografías de guerra que daban testimonio del horror y la legitimidad de su utilización. Para Sontag: “hay imágenes del horror que sólo deberían ser vistas por aquellos que pueden hacer algo por aliviar o evitar la repetición del dolor que representan”. José A. Sánchez piensa que la práctica artística construida sobre el dolor de otros debería surgir de la afección y no del interés. En este sentido, “Roberto Bolaño decidió que el feminicidio impune y la culpabilidad del Estado en el que se había formado como escritor reclamaban su trabajo de ficción”. Sánchez le reconoce a Bolaño el dar “centralidad literaria” a los hechos que el Estado mexicano se empeñaba en minimizar, además de hacer un “monumento disidente” que representa no una historia oficial, sino una marcada por el feminicidio impune.

Fotografía de José Luis González

En esta ciudad fronteriza, en la que vivo, las representaciones artísticas a partir del dolor real son una constante. No podría decir, como Sánchez, que alguna de ellas constituye un “monumento disidente”, porque ese ya lo ocupa la Cruz de clavos que hay en la Avenida Juárez, así como también las cruces sobre fondo rosa que sobrepuestas en muchos postes de la ciudad. Habiendo tantas representaciones ficcionales que tienen esa misma “centralidad literaria” que le atribuye Sánchez a 2666, no es estoy seguro si la de Bolaño es (o fue) “un reto a la moral imperante”. Tristeza, rabia e impotencia he sentido al ser lector o espectador en estas representaciones del dolor. El feminicidio impune representado en la literatura, el cine o las artes escénicas es duro de contemplar: ha brincado de la realidad a la ficción; uno recorre las páginas o asiste al cine o al teatro sabiendo que se vas a romper. Sin embargo, me gustaría volver a escribir la proposición de Sontag: “hay imágenes del horror que sólo deberían ser vistas por aquellos que pueden hacer algo por aliviar o evitar la repetición del dolor que representan”.

¿Qué sucedería si alguna de las representaciones ficcionales del feminicidio en Ciudad Juárez fuera vista por las autoridades o dependencias a quienes corresponde su solución? Me las imagino como público o lectores de estas obras. ¿Saldrían ilesos o se sentirían afectados? Y si es así, ¿harán algo por aliviar el dolor de la/os demás?

Gibrán Lucero

narrativasiglo XXI
Leer más
  • Publicado en Feminicidios, Sinembargo
No Comments

Filósofos en el desierto

jueves, 27 agosto 2020 por juaritosliterario

Cuando estaba en secundaria descubrí un género de historieta y animación japonesas (manga y anime, respectivamente, términos que hasta hace poco han sido aceptados por la Real Academia Española, aunque con significados en sumo alejados de la realidad) enfocado en relaciones homosexuales. El lector ideal del yaoi o boys–love, como se le denomina, es el sector femenino de la población, lo que ha orillado a los relatos a desenvolverse alrededor de una serie de clichés que no solo resultan prejuiciosos para la identidad LGBT+, sino que promueven un conjunto de ideales que contaminan y dañan el imaginario de las relaciones queer. Entre estos destacan el tropo de rape fantasy, una terrible tendencia a romantizar los actos de violación, ligando siempre a la víctima de forma amorosa a su victimario; y la aparente norma del personaje afeminado, que invisibiliza las identidades no normativas y que simplifica los vínculos afectivos equiparándolos con características originadas en la heteronormatividad.

Frente a esta situación, en los últimos años muchas de las creaciones más populares se han inclinado hacia representaciones sanas de la identidad homosexual, casi todas centradas en jóvenes adultos: Dōkyūsei (2006), Given (2013) y Yuri!!! on Ice (2016) lo ejemplifican, pues su fama proviene justamente del acercamiento a relaciones más humanas y realistas. La presencia del género y la visibilidad de sus seguidoras y seguidores contribuyó, además, a un surgimiento importante de representación LGBT+ en la industria mundial, donde la literatura ha construido un camino fundamental para los jóvenes: The Perks of Being A Wallflower (1999), Simon vs. The Homo Sapiens Agenda (2015) o El chico de las estrellas (2015) se encumbran como canon dentro de la literatura juvenil de temática queer. No obstante, a pesar de la sana inclusión, en estos textos persiste un problema: los personajes principales son todos blancos y sus apariencias continúan reproduciendo solo a las identidades cisgénero. Aquí entra en juego Benjamín Alire Sáenz, cuya obra Aristóteles y Dante descubren los secretos del universo (2012) rompe con muchos de estos estereotipos.

Benjamín Alire Sáenz, quien se define como “educator, poet, writer & activist” en su perfil de Instagram, nació en 1954, en Nuevo México, y llegó a El Paso, Texas, para practicar un sacerdocio eventualmente abandonado. En 1985 se matriculó en UTEP, donde hizo su maestría en Creación literaria a la que volvió, tras estudiar su doctorado tanto en la Universidad de Iowa como en la de Standford, para establecerse como miembro del profesorado. Su trabajo literario, que abarca los terrenos de la poesía y la narrativa en forma de cuento y novela, ha sido reconocido a través de varios premios, entre los que sobresalen el PEN/Faulkner Award en el 2013 gracias a los relatos compendiados en Everything Begins and Ends at the Kentucky Club (2012) y el Lambda Literary Award (2012) por la novela de Aristóteles y Dante.

Este texto es su obra más popular, pues ya saltó a la pantalla grande, con la adaptación de  Henry Alberto, y aunque el proyecto se encuentra en desarrollo cuenta con el cariño de una amplia base de fans a lo largo de todo el mundo. Lo cual no sorprende, ya que la misma dedicatorio del libro acoge a muchos: “todos los chicos que han tenido que aprender a jugar con otras reglas”- Alire Sáenz explora con eficiencia un género complicado: el bildungsroman, es decir, novela de crecimiento o transición desde y para las juventudes. La historia  de Aristóteles y Dante ocurre en 1987, en El Paso, y se refiere la amistad entre dos jóvenes méxico-americanos quienes, haciendo honor a sus nombres, buscan dar respuesta a los secretos del universo: cuál es su verdadera nacionalidad, qué significa ser mexicano, chicano o estadounidense, cómo debería comportarse un adulto y cuál es la lógica detrás de los besos entre dos chicos. Con una narrativa en primera persona y la presencia de un supuesto interlocutor, que en ocasiones se asemeja más bien a un diario de vida o al mismo Ari, el narrador, el autor estadounidense logra llevarnos a través de la mente de un adolescente cuyo mayor deseo consiste en conseguir que el verano sea su verano. Para ello,  conseguir un amigo es el primer paso; saber por qué su hermano mayor se encuentra en prisión desde hace más de diez años, el segundo; y comprender por qué no puede definir los sentimientos que Dante despierta en él, el último.

A lo largo del viaje que realizan los dos jóvenes para encontrar las respuestas a los misterios que los rodean y que encuentran de vez en cuando en el desierto, Sáenz logra algo fundamental en la novela: emparentar la sexualidad con la nacionalidad. Los dos protagonistas son méxico-americanos, pero cada uno comprende su identidad desde una posición distinta. Mientras Ari se siente mexicano y se enorgullece de serlo, pues sabe que sus abuelos lo eran y que esa cultura la ha heredado su familia, Dante rechaza la mexicanidad, pero tampoco se permite sentirse estadounidense. Aparte de considerarse lejano a la primera por su mal español, su desconocimiento de la vecina Juárez y su piel blanca, se enfrenta con el macho,una figura central en el estereotipo universal de la cultura mexicana; además, se pregunta si las raíces de su homosexualidad se conectan con Estados Unidos. El dilema que persiste en los personajes acerca de su origen se liga con la homofobia, pues desde el inicio de la la novela se destaca la violencia adolescente, y los crímenes de odio se suponen un método terrible para enfrentarse a lo desconocido, afectando a costa de una ira anormal las vidas de decenas de personas.

La novela surge como un ejercicio terapéutico para el autor, quien buscaba entender su sexualidad por medio de un complicado proceso de escritura; por ello resulta natural el desarrollo de la relación entre los adolescentes. Al respecto, el hecho más notable radica en la esperanza que ofrece la histira. Si bien el canon de la literatura LGBT+ deja de lado los vínculos familiares de los personajes, denunciando por medio de este abandono el repudio que la sociedad hace a estos sujetos marginados, en Aristóteles y Dante la familia posee un papel central y, lejos de mostrarse negativa ante los comportamientos de los jóvenes, se ofrece siempre como un soporte para impulsar su peregrinaje hacia la adultez y la propia aceptación. Cuando nos enfrentamos a las alarmantes cifras de suicidios adolescentes, nos damos cuenta que muchos de ellos vienen de circunstancias donde la homofobia o el racismo han dificultado al extremo su superviviencia; Aristóteles y Dante propone a la lectora y al lector juvenil la posibilidad de encontrar auxilio en sus seres queridos –quienes en muchas ocasiones no son la familia, por desgracia–, a la vez que insiste a sus receptores adultos en la completa aceptación de aquellos chicos que a diario se preguntan: “¿cuándo sabré quién soy?”

Pamela Torres Martínez

narrativasiglo XXI
Leer más
  • Publicado en Sinembargo
1 Comment

Columbus: ¡vámonos con Pancho Villa…o por un trago!

jueves, 13 agosto 2020 por juaritosliterario

En mi diario recorrido hacia la universidad —actualmente pausado por la cuarentena—, justo después de pasar el puente de la Jilotepec, me he topado con un monumento erigido en honor al Centauro del Norte. Observo a Francisco Villa montando a su caballo, jalando las cuerdas como para detenerlo o indicándole que inicie el camino. Aunque nunca me he parado a inspeccionarlo con detalle, siempre que paso por ahí recuerdo a mi bisabuela, gran admiradora del revolucionario. No conviví mucho con ella, pero sus historias me llegan constantemente como un tesoro, en el cual, la figura de Villa resplandece como un héroe indiscutible, valiente, recto y comprometido con la causa. Esa misma visión me sobrevino de nuevo al empezar a leer Columbus (1996) de Ignacio Solares; sin embargo, al finalizar la novela, la imagen del caudillo cambió por completo.

56 - 1 Pancho Villa.jpg

Solares, nacido en Ciudad Juárez en 1945, se ha desarrollado como narrador, ensayista, cronista, dramaturgo, editor y periodista. Entre sus publicaciones destacan La noche de Ángeles, Madero, el otro y El jefe máximo. Algunos de sus galardones son el Premio Nacional de Literatura José Fuentes Mares —otorgado por la UACJ— en 1996 por Nen, la inútil, el Xavier Villaurrutia en 1998 gracias a El sitio, el premio Sergio Magaña a mejor autor nacional en 2002 y el Premio Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez en 2008. Actualmente escribe la columna semanal Minucias en el periódico El Universal.

56 Solares 2

Columbus es una novela histórica que se divide en dieciocho capítulos sin título, en los cuales el narrador, una voz en primera persona, cuenta su experiencia de vida, desde sus días en la frontera hasta su unión a Villa en la invasión a Columbus, Nuevo México. El relato consiste en el testimonio de Luis Treviño; no obstante, resulta complicado definir si él protagoniza la historia, ya que la trama se divide entre su vida, la figura de Villa y las batallas en las que este se involucró. Lo que sí queda claro es la función de Luis Treviño como hilo conductor que une todo lo anterior a través de sus palabras. El título de la obra refiere a la batalla de Columbus, un enfrentamiento dado entre las tropas de Francisco Villa y el ejército estadounidense. Históricamente se cuenta que el caudillo fraguó dicho ataque como una venganza hacia el país vecino debido a su alianza con Venustiano Carranza, quien, en opinión del Centrauro, había aceptado el apoyo gringo a costa de perder la nación. Por ello decidió intentar la “única invasión de un país latinoamericano a Estados Unidos” el 9 de marzo de 1916.

172 Solares - Columbus

Lee aquí la novela

La novela inicia con una casual invitación a beber, como si de un par de amigos se tratase. Treviño deja clara una cosa: odia a los gringos y por ello seguía a Villa. A lo largo de la historia, explica algunas de las razones de su desprecio a los estadounidenses. Entre ellas se encuentra, aunque poco velado, el tema de la inmigración. El paso de México a EUA, ya sea legal o ilegalmente, resulta una desgracia para sus connacionales, ya que “los tratan como bestias de trabajo” tornando el sueño americano en una pesadilla. Así lo muestra una nota de periódico con la que se encuentra Luis, en la que revelan que unos mexicanos fueron quemados al querer cruzar la frontera. De esta manera, mediante tragos de Jack Daniels, cerveza, bourbon, Chablis, bloddy marrys y botanas, Treviño va desentrañando su pasado, su juventud y su estrecha relación con los bares. Resulta peculiar que cuando quiere situar en el mapa a su interlocutor —un alguien desconocido y mudo— siempre refiere las coordenadas por medio de la ubicación de los centros nocturnos y bares de las ciudades, incluyendo el nombre de los propietarios y la fama que estos cargaban.

172 Toma Ciudad puente.jpg

Como ya mencioné, la figura de Villa cambia a lo largo de la novela. Treviño primero señala sus virtudes de estratega militar y califica de teatrales algunas de las técnicas ya que, con unos cuantos movimientos bien pensados, aparentaba un mayor número de hombres para enfrentarse a sus enemigos. Si bien se le admiraba en ese aspecto, el narrador descubre, al irse acercando al ejército villista, que el hombre detrás de la leyenda era un ser desconfiado “hasta de su sombra” y había que andarse con cuidado para evitar cualquier conflicto que luego resultaría mal. A pesar de las advertencias y los rumores que rondaban entre sus seguidores, el Centauro veía  como un gigante, hábil con las palabras, capaz de engrandecerse con cada frase, cada batalla, e incluso, con cada asesinato que cometía. Nos enteramos de estos pensamientos a través de don Cipriano, quien hablaba del villismo como de una religión. Aunque, luego, dicha imagen ideal va decayendo cuando se entera —muy a su pesar— que el caudillo tenía una buena relación con los gringos, o al menos con sus compañías cinematográficas, con quienes había firmado un contrato para dejar que lo grabasen en exclusiva. Esto —y el episodio con unas soldaderas del que no hablaré para evitar spoilers— deja a Treviño sin un ideal al que seguir porque “la parte buena de Villa” se había ido y quedaba solamente el guerrillero desalmado. Por ello, a lo largo de mi lectura me pregunté constantemente: ¿aun así va a Columbus bajo sus órdenes?

172 Toma Ciudad (15)

Por último, resalto la gran capacidad descriptiva del narrador acerca de las ciudades. Primero, habla de Ciudad Juárez como un atractivo de diversión para los turistas estadounidenses por tener burdeles, corridas de toros, carreras de caballos, peleas de gallos, casinos, etc.  Se pretendía cumplir las más mínimas demandas de los clientes, por ejemplo, buscar mujeres enanas para convencerlas de volverse prostitutas y complacer así a los gringos. También se retrata cómo la revolución se consideró un espectáculo para los residentes del vecino país. Tal fue el caso de la Toma de Ciudad Juárez en 1911, en la que “los paseños se amontonaban en las riberas del Río Bravo para observar las batallas lo más cerca posible, aun con riesgo de su propia vida porque nunca faltaba una bala perdida que llegaba por ahí”. Los espectadores de aquel lado del río reían, compraban botanas y señalaban a los vencidos como si de un show de televisión se tratara. A pesar de todo, Luis Treviño se jacta del resultado de su aventura revolucionaria en Columbus: a partir de la invasión, dicha ciudad fue puesta en el mapa. Los residentes crearon un museo y hasta un documental con las fotografías que los mismos periodistas estadounidenses tomaron. Columbus, según este personaje, “sobrevive en buena medida gracias al turismo que va a preguntar sobre nuestra invasión del dieciséis”. Eso es con lo que se queda aquel soldado villista.

45 Cámaras.jpg

La novela resulta un tanto pesada si no se está dispuesto a compartir la lectura de Columbus con pequeñas investigaciones sobre las referencias históricas que se hacen, sobre todo de las batallas; o si simplemente el tema de la revolución o la figura de Villa no interesan. No obstante, la lectura del texto de Solares cumple una función importante al momento de querer adentrarnos en lo que ocurrió previamente a la invasión o dilucidar aquello que movía a los que se metían a la bola revolucionaria, sobre todo en nuestro contexto fronterizo. También permite conocer la evolución de la famosa figura del Centauro del Norte, tan amada y despreciada a la vez. El lector se convierte en ese interlocutor a quien el viejo Treviño dirige su inagotable y viciosa plática de recuerdos, los cuales, según él mismo, pueden ser ciertos o no. Columbus sorprende constantemente con pequeñas frases espectaculares como esta joya: “Somos de Chihuahua y el desierto lo llevamos dentro, no tiene remedio”. Lo que sí aseguro es que, una vez terminada la novela, el lector entenderá el acontecimiento de Columbus y quizá despertará su curiosidad sobre qué otros eventos ocurrieron durante la época.

Fernanda Villalobos Ocón

Leer más
  • Publicado en Bar, Cantina, Revolución, Sinembargo
No Comments

Frente a una copa de vino, yo me río de mí (1)

jueves, 06 agosto 2020 por juaritosliterario

Reseña de la novela De Obregón… El Recreo de Mauricio Rodríguez. Sediento Editores, 2012

  1. Novela donde un personaje (narrador) llamado Zerk Montecristo nos cuenta una parte de su vida. Zerk tiene tres estilos: el del narrador de una historia personal (drama + sexo); el estilo del periodista entrevistador de personajes locales (y promotor de un tugurio llamado El Recreo); y por último, el estilo de un vate que gusta del cuaderno-poemario en prosa hermética. Es una novela a tres manos, a tres niveles narrativos
  2. De Obregón… El Recreo es la novela intermedia: pertenece a otras dos más en proceso de creación. En la primera novela, Zerk será un joven dedicado a crearse una identidad pre-juarense; en la tercera, llegará posiblemente al lugar Anhelado: Ciudad Obregón (Who knows?). Tal es la promesa, no escrita, del escritor Mauricio Rodríguez (proyecto que alguna vez me comentó).

55 Rodríguez Obregon-Recreo.png

Lee aquí el libro

  1. Para entrar de lleno a De Obregón… El Recreo daré un resumen: a Zerk lo acaban de divorciar y está de un humor de todos los diablos (si me permiten comenzar con un cliché). Estamos en el momento en que anota fragmentos de su pasado (remoto), de su pasado cercano y de su presente de poeta en crisis (no es lo mismo un personaje en el límite de la angustia a uno en el inicio de su viaje a la Interzona Preapocalíptica). Como ya he anotado, Zerk, además de contarnos su vida, es el narrador-periodista que debe escribir una sección cultural con entrevistas a personajes de interés local. Y es el poeta que medita y anota frases que van del lugar común paródico-existencial al intento de una filosofía de vida (¿existe la felicidad por encima del determinismo provinciano?).
  2. Zerk se vale de un par de símbolos para evaluar su vida: Ícaro y Obregón. El primero consiste en el símbolo del Gran Fracaso: volar hacia el sol con alas de cera, etcétera. Así, Zerk es el loser que lo acepta, que intenta varios proyectos y fracasa, queda del lado de un sorpresivo divorcio, de un desengaño vital y de una poesía que se no se recupera del silencio etílico. El segundo es el de un lugar llamado Obregón, el lugar anhelado, el paraíso (auto)prometido (iré a “un lugar que en mi deseo se ha llamado Obregón”: On The Road / Over Gone / Obregón, dice el poeta Zerk). Allí lo espera (supuestamente) su amada, la felicidad, la segunda oportunidad sobre la tierra. Mientras eso ocurra, Zerk seguirá fiscalizando su actitud de vida: “no sé si fue mi imperante espíritu de ser poeta, escritor, escrutador de la noche, anacoreta, misántropo fracasado, lo que prevaleció en esa infructuosa relación [con su ex] o si en realidad simplemente no valgo madre como pareja”. Ícaro, como buen referente (ahora) posmoderno, sigue atento su caída, eligiendo las alternativas de vida, las (a largo plazo) desfavorables para sí mismo: “abandoné la posibilidad de estar con Mina a quien amaba, por seguir el estúpido ideal del matrimonio con una mujer que nunca me quiso de verdad. Fue un auto de formal prisión a voluntad”. Zerk-Ícaro: auto-reclamo que lleva la penitencia: dispersión existencial, errancia emocional, todo en una atmósfera que reclama ya un apocalipsis terapéutico.
  3. La novela carecer de una secuencia cronológica (¿Cuál la tiene y para qué?). Leemos fragmentos donde el pasado y el presente aparecen intercalados. Si recuperásemos una breve cronología, anotaríamos que el protagonista viaja de Torreón a Ciudad Juárez. Ahí se enfrenta a la xenofobia de los juarenses, por eso anota amargado: “nadie es de aquí, sin embargo, todos se sienten con el derecho de amedrentar a los demás, causándoles la pena de sentirse despreciados, humillando sus ilusiones de progreso”. “He vivido sorteando calumnias, voces altaneras, bromas de pésimo gusto y la carga de defender una tierra de origen que ya no me reconoce como su hijo”. Tal es la suerte de este migrante: despreciado aquí, despreciado allá. Zerk es una identidad en crisis, vive un divorcio de ciudad, así su integridad simbólica es dolorosamente liminal: ya no es lo que fue, pero todavía no es lo que será. A la nueva ciudad la comienza a conocer a partir de paseos literalmente compulsivos: “Hallándome solo entre el hedor que se desprendía de las alcantarillas mezclado con los estanquillos que ofrecen colitas de pavo y demás fritangas, terminé por volver el estómago más de una ocasión”. Así, el joven Zerk se crea a sí mismo como un joven Flâneur de una ciudad grotesca, ciudad telón del crimen organizado, víctima de la cleptocracia política y la narcocracia autodestructiva (¿o cuánto dura el reinado de un narco?).

55 Zona-el Recreo

  1. De las calles de Juárez pasa a su formación educativa. Recuerda la universidad, las corruptelas de profesores y estudiantes de la institución por la que pasa. Pero evoca también a maestros excepcionales: “recuerdo entre ellos al Doctor García… un tipo que pasaba de los 60 años, con una personalidad que asemejaba a Sean Conney interpretando al padre de Indiana Jones, pero versión gay”. De estudiante brinca a trabajar como periodista y a participar luego en un taller literario para cumplir su deseo de ser escritor, poeta (me refiero al Taller Laesta, coordinado por aquel joven que ahora escribe esta reseña).
  2. La filosofía zerkiana se establece a medida que sus fracasos se multiplican. El Narrador recuerda: “siempre he dicho que ante lo inevitable –para bien o para mal–, no hay nada mejor que una sonrisa y una mentada de madre”. También reflexiona en un tono poético: “Qué culero sabe la cerveza cuando alguien llamado Nadie te hace compañía y solo para acrecentar la secuela de dolor y terminar platicando en voz alta con las paredes”. Y sobre las decisiones vitales equivocadas, dice: “de haber admitido que me había enamorado, las cosas en ese entonces hubieran sido distintas, pero en estas cuestiones el tiempo no se detiene y el cauce de la inexperiencia nos lleva por donde le da su rechingada gana”. Y volviendo al tono poético, reflexiona: “ya no estoy joven, estoy perdido en mis días de madurez inmadura, siempre voy en busca de no buscar, mejor me callo, esto de hablar es extender una serpiente para que a su propia voluntad le crezcan alas”. Su filosofía es práctica y al mismo tiempo, se ajusta a las formas de una narratividad poética propia.

55 Recreo dos.jpg

  1. La vida emocional de Zerk resulta el tema dominante de la novela. Él es un personaje dolido, gris y miserable. En medio de una crisis social (narcoviolencia generalizada en juaritos), “justo en este bello instante caótico, la muy cabrona de mi esposa, decidió mandarme a la chingada”. El divorcio también significa una fractura de identidad (que se suma a la separación de su terruño, más las narco-balaceras de aquellos días. Su drama, en más de un sentido, es la situación colectiva de los jóvenes que vivieron de cerca la ultra-violencia social y el abandono de proyectos personales que quedaron en el basural de los sueños. Pura nostalgia en presente continuo, como si el pasado fuese un purgatorio avasallante, ni modo, naciste del lado loser y eso significa (al menos en esta narrativa) aceptar de antemano cualquier pecado que mañana se cometa, así, hay páginas que te llevan directo a las catacumbas de la asfixia emocional.
  2. El narrador tiene como Lugar Privilegiado el antro llamado El Recreo, un lugar (en realidad) sobrevaluado por la amistad entre el cantinero (don Tony) y algunos de los poetas locales dedicados al alcoholismo semanal. Es un establecimiento claustrofóbico, de mesas pequeñas y una hermosa barra y un gran espejo que ayuda a entretener la idea de falsa amplitud. No es el Lontananza de David Toscana, pero sí un bar que ayuda al turista cultural a sentir un vago toque de misticismo estético: aquí estuvo Etcétera, el poeta mayor. Consiste en la oferta bohemia de una provincia plagada de antros ruidosos o de cantinas exclusivas donde la clase media avejentada se reúne para escuchar boleros de (apenas) hace 30 años.

55 Recreo. Cantinero

  1. El Recreo es el paradero de la Nostalgia, el lugar para sufrir en grupo con música de rockola de los años noventa. Las tristezas del protagonista se desarrollan ahí, frente al gran espejo que va dibujando a los parroquianos, a sus gestos de película sin voz. Pareciera que ese espejo es la pantalla perfecta donde todos los personajes secundarios existen, encerrados ellos también en una múltiple prisión: El Recreo, el espejo de El Recreo y las imágenes recordadas por el narrador de la novela: “aquellos personajes observados en la barra de El Recreo, donde a través de una sola voz, el personaje principal, es uno con muchas voces. Dentro de él se escuchan sus compañeros de bohemia”. Zerk dixit.
  2. En nombre de la bohemia, Zerk se va creando para sí un yo ideal: el poeta errante, herido de amores, siempre cachondo y nostálgico soñador de un futuro llamado Obregón, ese lugar incierto de una incierta cita con la felicidad. La bohemia es (en todo caso) la actitud del poeta que imita la cercana (nomás a un siglo de distancia) imagen del Flâneur parisiense modernista: vagar por una ciudad apocalíptica, paupérrima. Zerk la llama (con todo el poder de síntesis que tiene) la Ciudad del Crimen. En este sentido, Ciudad Juárez es una especie de Limbo cercano al Infierno, una Isla de Circe, y Obregón será el espacio que la poesía le he prometido: su Ítaca, su deseo postegrado. Zerk-Ulises en permanente búsqueda de su destino; Zerk liminal (ser liminal).

55 Recreo Rockola.jpg

  1. La novela de Zerk se puede leer también como un texto de autoficción. Mauricio Rodríguez se empeña en decir que no es una obra autobiográfica, y tiene razón, pues resulta mejor un texto donde la biografía real del autor se mezcla con la vida del narrador ficticio. Recordemos que la autoficción es el enmascaramiento de los trazos fáctico-biográficos del autor real de la obra. Trazos de realidad demostrables: Zerk, al igual que el autor real (Mauricio Rodríguez) viene de Torreón, desde joven radica en Ciudad Juárez, donde estudia, se casa, se divorcia y trabaja. Tanto el autor como el personaje ficticio sufrieron la xenofobia local, ambos (además) son asiduos parroquianos de El Recreo, y los amigos son los mismos: los miembros del taller literario Laesta (esto no se menciona, solo sus nombres de ellos): Antonio Flores Shroeder, Jorge López Landó, Juan Pablo Santana (Jean Paul), Susana Chávez, y otros conocidos autores locales. Mauricio Rodríguez y Zerk Montecristo son periodistas, sostienen la sección El Puente donde entrevistan a personajes atípicos locales (Harold Edmonds y los Merolicos). Hay una parte memorable, cuando Zerk-Mauricio, busca a una amiga (que ahora es un mito feminista): “le pregunto al cantinero [de El Recreo] por mi carnalita Susana [Chávez], la vaga, la poeta, y me dice que estuvo aquí un par de noches, pero después de ponerse una buena juerga, terminó cantando canciones de Chavela Vargas y después de pelearse y mentarle la madre a media barra, salió y desde entonces no ha vuelto. Ya regresará”. Sabemos tristemente, que Susana no iba a regresar ya más. Resulta un acierto esta prolepsis cifrada para los iniciados en las biografías de lxs mártires de la misoginocracia.

José Manuel García-García
Profesor Emérito, NMSU

narrativasiglo XXI
Leer más
  • Publicado en Cantina, El Recreo, Sinembargo
No Comments

Memorias de Pancho Villa de Martín Luis Guzmán

viernes, 31 julio 2020 por juaritosliterario

 

Según íbamos dejando atrás las calles de Chihuahua,
me brotaban las lágrimas, pues desde la noche que vi de lejos
la casa donde velaban a mi madre, nunca me habían venido
tantas ganas de llorar. Y es lo cierto que con trabajo acallaba
yo unos gritos que me subían hasta la garaganta. Porque yo
hubiera querido gritar, para que mis compañeros me contestaran:
¡Viva el bien de los pobres! ¡Viva don Abraham González!
¡Viva Francisco I. Madero!
Martín Luis Guzmán, Memorias de Pancho Villa

 

Martín Luis Guzmán (1887) nace, como la Revolución, en Chihuahua, tierra a donde volvió solo para ver fallecer a su padre, coronel del ejército porfirista, a manos de los alzados en 1910. Antes de morir, su progenitor le hizo ver los errores del gobierno federal y le sembró la semilla revolucionaria que floreció tiempo después. Desde muy joven sus intereses literarios lo llevaron por el camino de las letras permitiéndole fundar, a los 14 años, la revista Juventud. Sus primeros años transcurrieron entre la ciudad de México y Veracruz, hasta que ingresó a la Escuela Preparatoria Nacional y posteriormente a la carrera de Leyes en la Escuela Nacional de Jurisprudencia en 1909 en la capital del país. Luego, interrumpió sus estudios para ocupar la cancillería del consulado de México en Phoenix, Arizona.

10 MLG.jpg

En 1912 se unió al Ateneo de la Juventud, donde al lado de personalidades como José Vasconcelos, Antonio Caso, Alfonso Reyes y su mentor, Pedro Henríquez Ureña, se replanteó el sentido en que la literatura y el arte se acercan a los obreros en comparación con la clase dominante. Esta generación se propuso reivindicar el papel de la educación dotándola de rasgos humanistas; además se preocupó por el amor a lo nacional y por alejarse de las ideas porfiristas que apuntaban a lo extranjero para encontrar y resolver un mejor futuro mexicano.

Esta visión y las palabras ante mortem de su padre, llevaron a Martín Luis Guzmán a enfilarse en el movimiento revolucionario. En 1914 llegó a Chihuahua por órdenes de Carranza, quien lo envió con el propio Villa para anunciarle la fundación de un periódico que defendiera los ideales insurgentes. Así comenzó una travesía nacional, sobre todo por el septentrión y esencialmente villista, alejado de la vía carrancista que le había facilitado el acercamiento con el caudillo. Guzmán fungió como agente de negocios del Centauro del Norte en Estados Unidos, reforzando de esta manera su lealtad y cercanía al personaje.

45 Obras FCE (1)

Lee aquí una parte de las Memorias de Pancho Villa

En 1923 el escritor, obligado por el presidente Álvaro Obregón, se exilió durante 13 años hasta que, gracias al presidente Lázaro Cárdenas, retornó a México. Poco tiempo antes, en 1937, su paisana, Nellie Campobello puso en sus manos los manuscritos de El general Pancho Villa, memorias que el propio Villa había dictado al periodista y militar Manuel Bauche Alcalde y que estaban en poder de la última de las viudas del caudillo, Austreberta Rentería. Guzmán retomó el legajo y comenzó a trabajar en Memorias de Pancho Villa. En 1938 se publicaron los primeros capítulos seriados y fue hasta 1951 que el chihuahuense concluyó la obra.

El texto posee una extensión aproximada de 850 páginas. Aunque la magnitud pueda resultar abrumadora, los capítulos resultan cortos y el lenguaje permite una lectura rápida y amena. La historia se sujeta a la dimensión humana de Villa, pues adopta una narración en primera persona en la que sorprenden los modismos y el tono casi bondadoso en el que se presenta al líder de la defensa de los pobres, recordado por su bravura y tosquedad, al que aún se le ve como analfabeta. En el prólogo se percibe la misión del libro: deconstruir la imagen del Centauro injuriado y calumniado y mostrarlo como un hombre sencillo, poseedor de una sabiduría moral de ranchero, militar sin formación escolar, pero responsable con el pueblo y la legalidad de la Revolución. La obra de Guzmán le da voz no solo al caudillo sino al movimiento insurrecto para hacer de él un bastión ético, capaz de confrontar y evidenciar los intereses que amenazaron la integridad del movimiento.

18 Memorias.jpg

 Memorias de Pancho Villa se divide en cinco libros: El hombre y sus armas, Campos de batalla, Panoramas políticos, La causa del pobre y Adversidades del bien. Cada uno sigue la cronología desde el surgimiento del héroe hasta el fracaso de la Convención de Aguascalientes, madurando en cada uno la figura insurgente que se convirtió en leyenda. Al recorrer las páginas, no insertamos en una especie de diario tanto militar como personal, pues nos entrega un hombre que llora, lucha y venga, que es fiel a sus ideales, aunque estos lo lleven a la reclusión en la serranía o lo orillen a robar. Durante mucho tiempo el mito negro de Villa bandido, roba vacas, se apoderó de la historia nacional. Aún en su biografía se percibe la sombra de su crueldad, la pesadilla sanguinaria que esparcía por donde pasaba y en eso radica precisamente lo que alienta la lectura de este libro; pues aunque no niega la templanza del hombre, a quien no le tembló la voz para reclamar su fusilamiento ni la mano para cometer un homicidio, nos lo entrega en un papel empático y simpático en el que resulta fácil confiar.

Memorias de Pancho Villa es un referente ante la incredulidad de aquellos lectores que ven en el relato las impresiones políticas del escritor mexicano, quien después dirigió la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos en 1959 y llegó a la Cámara de Senadores una década después por parte del Partido Revolucionario Institucional, lo cual le permitió llevar al Congreso de la Unión el nombre de Francisco Villa, inscrito en letras oro entre los héroes de la Revolución y el correspondiente traslado de sus restos al monumento homónimo. Sin duda, la crónica militar engrandeció por el talento literario del escritor chihuahuense que consolidó el relato gracias a su papel de testigo, el cual le permitió adoptar el tono real de Villa y completar lagunas con la información que él conocía.

03 Villa

En el norte del país, en Chihuahua desde donde escribo, se conserva una tradición villista en la que se le enaltece y se le recuerda cada año con una cabalgata que parte de Ciudad Juárez hasta Hidalgo del Parral, donde los espera el festejo de las Jornadas Villistas con presentaciones musicales, la escenificación de su muerte y un homenaje. Un contingente nunca menor a 300 caballerangos inicia el recorrido desde el Portal del Milenio, y a través de su paso por el estado se integran hasta 4,000 jinetes más, sin contar a los miembros de sus familias que los siguen para establecer los campamentos, regaderas y corrales en donde pasarán la noche. Una vez desmontados y a punto de despedir el día, se escuchan corridos, alguna declamación villista y anécdotas, pues todos conocen a alguien que conoció a otro que luchó con el general o lo vio de cerca. A los montados los dirige el organizador de la cabalgata y otro hombre personificado con el atuendo militar con que aparece Villa en variadas fotografías. La tradición inició en 1995, 25 años después de la labor de Guzmán, lo que me hace cuestionar si fue la importancia que cobró la literatura revolucionaria que inauguró el ateneísta o la existencia de una tradición oral que ameritaba ser escuchada, lo que intervino para dotar de tal fuerza el recuerdo del revolucionario. En cualquier caso, su valor es insondable.

Venimos de una cepa de hombres valientes, que incluso en la lejanía de las montañas norteñas, continuaron sus sueños de justicia y libertad, por los que lucharon con suma astucia estratégica desvelando traiciones, enfrentando sus personalidades y dando el innegable paso a la modernidad mexicana. Pocas veces lo hicieron pacíficamente; sin embargo, los frutos de la Revolución aún son tangibles y nos hacen herederos de la valentía que se reafirma ante cada acto de injusticia y nos anima a la toma de acciones decisivas para encarar los problemas. Por ello, vale la pena cuestionarnos si nuestra posición inquisidora ante situaciones, llámense manifestaciones feministas o la propia defensa del agua en nuestro estado, consiste realmente en el problema.

 

En pleno siglo XXI volvemos a la espiral histórica donde se concibe la idea del progreso desde una visión porfirista que poco se encara con la lucha de los ideales nacionales y homogéneos, los cuales infortunadamente, no distan mucho de la pelea revolucionaria. Por lo que, en tiempos de aislamiento voluntario, vale la pena tomar en nuestras manos este texto que confina el pasado a una lección historiográfica que, de no conocerse, se repetirá inevitablemente.

Graciela Armendáriz Chávez

narrativasiglo XX
Leer más
  • Publicado en Revolución, Sinembargo
No Comments

Camino a la utopía

martes, 28 julio 2020 por juaritosliterario

No estoy seguro si los hombres tengan mucho más qué decir en la literatura. Pienso que la mayoría siguió los patrones que ciertas figuras de finales de los sesenta pusieron como estándar. En Ciudad Juárez, fue en la década de los ochenta que la voz masculina se impuso como un canon forzado, más con poder que con calidad literaria; ni hablar de la crítica. En cambio, a nivel global han sido las mujeres quienes desde hace un par de décadas marcan los rumbos de la literatura, de la narrativa, de la poesía, del ensayo. No solo la forma, sino el contenido. Esos temas que han quedado durante años rezagados, casi invisibles para el hombre que escribe, se volvieron poco a poco los temas que las mujeres han comenzado a tratar.

Pienso, centrándome en México, en Fernanda Melchor, cronista y narradora veracruzana. En su primera novela, Falsa liebre, toma el horror del trópico (porque, contrario a lo que se cree, el horror es global y no solo un asunto del desierto), para narrarlo sin mucho artificio, más con una cadencia decimonónica que con el muchas veces petulante estilo del siglo XXI. En poesía, recuerdo un largo listado de mujeres que han tomado la forma y el fondo en función de la literatura, para subvertirlo todo y volverse, ellas, la base de la poética mexicana de inicio de siglo. Juana Adcock, con un diálogo entre varios idiomas, encuentra fosas que trazan la anatomía de la violencia en Manca, editado por la FETA en 2013; Yolanda Segura, en O reguero de hormigas, se apropia de un color para desdoblar gradualmente todos los rostros que la sangre puede tener; Iveth Luna, por ejemplo, hizo un trazo diferente para mostrar, con metáforas soterradas, la violencia que se vive siendo mujer: desde lo más íntimo hasta lo global. Sería fácil alargarme con nombres, pero lo que busco en estas líneas es re-entender una parte de la literatura juarense. En el ámbito local, hay mujeres que han venido delineando, de maneras diversas, una poética diferente de la forma común en que se había convertido la poesía. Ya no son los congales, ni las copias a los ya de por sí misóginos manifiestos nalgaístas; percibo ahora en la poesía juarense una mirada mucho más interior a la mujer misma; dos ejemplos de esta nueva poética, ambos con aciertos y errores: Nabil Valles y Karen Cano. Entre el “Tengo veinticuatro años y la edad matinal de los ancianos / que ven amanecer, en las lindes del tiempo, / cada día más temprano” y el “Nací en el 90 / empecé a llorar a las 6 en punto / a los 26 no descubro cómo dejar de hacerlo”, respectivamente.

El horror de la violencia en Juárez se volvió, de cierta forma, en un asunto que los hombres “aprendieron” (así, entre comillas) a manejar en sus textos. No es tanto el deber-ser del poeta, si es que podemos –que se puede– hablar de una ética poética, sino un ansia de no quedarse fuera de la narrativa de los hechos que influían en la sociedad: la violencia puede ser un circo y vender con tanta avidez como se quiera. De esto ya ha escrito Antonio Rubio en su ensayo sobre la antología Desierto en escarlata. Si hablamos de poesía, no son solo un intento, hallaremos los de un gran porcentaje de escritores que buscaron tomar esa bandera para generar versos, que no siempre fueron su mejor producción.

La otra poética que las mujeres han explorado es la del horror, como en “Rento casa” de Arminé Arjona: “Zona Residencial / cochera electrónica / 4 recámaras  3 baños / jacuzzi  alfombrada / amplio patio / donde fácilmente caben / l5 a l8 muertos”. Esta escritora juarense ha sido una de las que, desde una poética del horror, ha generado su propia línea literaria. El escarnio con el que se narra la violencia se vuelve el epicentro de un andar poético y artístico, sumado a una denuncia social. Otras dos mujeres de las que podría hablar en relación con la violencia y el horror en la literatura local son Jazmín Cano y Micaela Solís. La primera se acerca sin tabús a la violencia, tanto como mito fundador como eclosionador de la sociedad y de la propia persona, lo cual se puede ver en Miedo (Sangre Ediciones, 2018).

Micaela Solís, por otro lado, no solo conjuga la denuncia social con la poesía, sino que sus hallazgos con el lenguaje son más que destellos de una lírica pura y luminosa. Creo que localmente no se ha puesto a la altura necesaria a la literatura escrita por mujeres. En cambio, se ha alimentado a la poesía juarense con los mismos clichés que existen desde finales de los ochenta. Micaela Solís escribió Elegía en el desierto: in memoriam en 1997, poemario pensado como un performance, o para enunciarse en voz alta, poesía en crisis, escribe ella misma al inicio del libro. En el 99, salió de imprenta El silencio que la voz de todas quiebra, libro colectivo que me parece toral para comprender el horror de la frontera. Ambas publicaciones toman como eje el feminicidio y el infanticidio, temas que, a pesar de ser esta zona geográfica la de mayor estigma, pareciera casi eliminado de la literatura; en cambio, la misoginia de ciertos versos ya rancios, que no lograron sobrevivir ni una década, son lo que representa a la poética juarense.

07 Elegía..jpg

Lee aquí el poemario

El trabajo de Micaela es una costura invisible. Eduardo Milán, poeta uruguayo, conceptualiza que cierta poesía latinoamericana está marcada por el signo de la utopía, sobre todo en la década de los setenta y ochenta. Milán asegura que en la década anterior al cambio de milenio se perdió ese anhelo, convirtiéndose en la poesía del después: la pos-utopía. Sin embargo, Elegía del desierto no va hacia ella, ni tampoco es poesía del después, sino de un presente horroroso. Poesía que escrita en el 97 (y publicada hasta el 2004 por la UACJ), podría estar hecha diez años después, en el 2007, o justo ayer, y seguiría teniendo esa lamentable frescura. De no ser por la narrativa del horror, sería de festejarse que algunos versos logren tener una presencia viva en cualquier época. La poesía de amor y muerte lo logran, pero a su favor tiene la universalidad del tema. En Elegía no es solo que el feminicidio siga siendo un tema en la frontera; sino que esos descubrimientos de verdadera poesía le dan una vitalidad envidiable con relación a sus coetáneos. Reconozco que dentro del trabajo de Micaela Solís hay una contra-utopía, una suerte de denuncia. La utopía traza el camino, pero la realidad quizá marca el de la poesía.

Ignoro el proceso de creación de esta poesía en crisis. Lo que veo, desde una mirada a la forma, es una repetición de versos: “A su cumbre infernal / alzábanse mis gritos como llamas / y todos los oídos fueron sordos; / les era necesaria la escala de mi sueño / a él / y al otro / y al otro / y al otro / y a todos…, / para cumplir exacto mi designio, / tanto más hondo como frágil la escala de mi cuerpo. / Al peso de la culpa no volverán a ver la luz, / su patria es el abismo”. Como performance, la duplicación genera una serie de fonemas que el espectador comienza a reconocer, incluso sin su significado. Los sonidos se vuelven parte de la atmósfera. Las mismas sílabas generan no solo un ritmo interno, sino que dotan de reconocimiento lo que se dicen. Interpreto la repetición en el poemario como un símil a la violencia. Se repite y se repite y se repite…

Traspasar la realidad al texto no siempre es afortunado. Un feminicidio debería pertenecer al campo de la imaginación y no a una triste realidad que se vuelve verso, y después denuncia y después catarsis. Darle visibilidad a libros como Elegía en el desierto, a sus temas, no solo nos reabre un eterno debate como sociedad, sino que desde el ámbito literario, sobre todo en la frontera, nos plantea una duda, que lleva cierto tiempo dando vueltas. ¿Realmente se le dio la voz y la batuta de la literatura a quien se lo merecía? Necesitamos, y merecemos, repensar la tradición escrita en Ciudad Juárez, para entender los caminos, y, ahora sí, encaminarnos a la utopía, al menos literaria.

César Graciano

Texto publicado originalmente en Sinembargo,mx 

00 sinembargo-logo.jpg

poesíasiglo XXI
Leer más
  • Publicado en Feminicidios, Muerte, Sinembargo
No Comments
  • 1
  • 2
  • 3

© 2015. All rights reserved. Buy Kallyas Theme.

SUBIR