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10 agosto, 2022

Category: Sinembargo

Contra la pretensión del olvido

jueves, 23 julio 2020 por juaritosliterario

Uno: Contra la pretensión del olvido

  1. Candia es la precursora de la crónica breve fronteriza desde la perspectiva femenina.
  2. Sus crónicas (publicadas en los periódicos de los años 80) unen literatura y periodismo; estilo personal y giros idiomáticos juarenses; unen el ensayo y la descripción (a veces lírica) de un evento o de un personaje alegórico.
  3. El libro Mujeres eternas: crónicas de Adriana (2016), se puede leer como el archivo de una época y como la perspectiva literaturizada de una realidad. Dualismo textual: relatos literarios y literalidad testimonial.

Candia mujeres eternas (1).png

Lee aquí las crónicas

  1. El artículo periodístico es útil y efímero: tiene fecha de caducidad; al cumplir su papel informador pasa a ser archivo para el antropólogo social y para el historiador.
  2. El texto literario, en cambio, busca trascender a través de un personaje memorable: una escena debe ser breve y perfecta. Un texto literario si es malo se olvida pronto; si es bueno (como son las crónicas de Adriana), se queda en la atmósfera interior de sus lectores.
  3. Leemos la crónica urbana para enterarnos de un suceso clave o de un personaje emblemático que representa una época, y para disfrutar de una perspectiva estética (lo que todavía llamamos ‘el estilo literario’) que ha sabido condensar un momento real en palabras precisas.
  4. Recordemos: en Ciudad Juárez hubo varios cronistas importantes que publicaron sus artículos en libros: Armando B. Chávez (El pensamiento y obra de ilustres chihuahuenses, 1976; Riqueza cultural y artística de Ciudad Juárez, Chihuahua, 1985); Ignacio Esparza Marín (Historia de la imprenta, 1978; Monografía histórica de Ciudad Juárez, 1986-1991); David Pérez López (Historias cercanas, 2004; Los años vividos, 2005), Raúl Flores Simental (Crónica en el desierto, 1994; Crónicas del siglo pasado, 2013), así como otros periodistas que escribieron sobre la vida nocturna juarense.
  5. Raúl Flores Simental es el que le da a la crónica juarense la categoría de excelencia literaria, con un estilo conciso, ameno, didáctico, y una propuesta emocional precisa: podemos ver el pasado a través del prisma de su nostalgia y su humor irónico.
  6. Adriana Candia escribió en su prólogo a Crónicas del siglo pasado lo siguiente: Flores Simental nos regala: un “tesoro de instantáneas’, ‘cápsulas de información’, ‘retratos de los juarenses en determinado momento o circunstancia’, ‘donde aparece la esencia de lo que hemos sido y somos’, con un dominio de ‘la frase, la palabra y la imagen exacta’, con ‘una gran dosis de nostalgia’, y ‘el toque lúdico’, ‘con su particular uso del lenguaje y la elección de una imagen especial arrancada del mismo pueblo’, son retratos de ‘personajes, costumbres, rituales y pasajes urbanos.”

Candia mujeres eternas (3)

  1. Con las crónicas de Flores Simental, apunta Adriana, “podíamos suspirar, sonreír, emocionarnos o simplemente vernos reflejados en unos cuantos pincelazos que pocas veces alcanzaron la extensión de dos cuartillas’. Su obra es ‘un compendio para la sociología o la microhistoria’ y un ‘cofre literario’, ‘una gran herencia, nuestro espejo.”
  2. En el libro de Adriana los personajes femeninos son alegorías de la víctima social: la sirvienta que cruza todos los días a El Paso, la mujer que vive las falsas oportunidades del subempleo, la que se renta para el baile, la luchadora, la que vende ropa usada, la indígena indigente, la soñadora que vive en la miseria absoluta.
  3. Adriana se enfoca en un personaje para hablarnos del ‘tejido social’ general; sus protagonistas son partes de un todo y ese todo es un contexto ‘disfuncional’: el irónico ‘mejor de los mundos posibles’ volteriano, el lugar que nos tocó vivir y dar un testimonio literario.
  4. Las crónicas de Adriana ejerce la crítica cultural femenina: literatura ‘de género’, feminismo de facto, sí, pero desde la sátira: da gusto leer la mofa que Adriana ejerce contra la misoginia, la hipocresía oficial y el lenguaje encrático adocenado (esa gramática de lo mediocre celebrado por el poder). La sátira exige un lenguaje carnavalesco (a la manera Monsiváis), la literaturización de la palabra cotidiana revirada contra el enemigo cultural.

Candia mujeres eternas (1).jpg

  1. Subrayo una estrategia literaria de Adriana: la brevedad. Son textos breves porque así lo exigía el formato periodístico: la media cuartilla o una cuartilla y media es la medida, el espacio que ‘generosamente’ ofrecen los diarios locales. Adriana logró hacer de ese problema la solución: en un mínimo de palabras, darle un máximo de significados. La economía obligó a la precisión, a la concisión, sobre todo a la densidad de ideas y comentarios.
  2. De las 42 crónicas, sólo dos exceden las 800 palabras: “Las tropas de entonces” con 863 palabras, y “Pasajeros con destino…” con 891 palabras. En cambio, la mayoría de las micro-crónicas constan de 300/350 palabras, las más breves: “Canto, sudor y lágrimas” tiene 265 palabras, “Descubrió la espera”, 303 palabras, y “Una de vaqueros”, 313 palabras.
  3. Otras características son la precisión de frases y uso de parodias contra el lenguaje dominante (el lenguaje tevecrático de la época). El riesgo consiste en parodiar en un país donde apenas se conocen las referencias culturales-literarias (las referencias intertextuales, las citas (o)cultas que aparecen en cada una de las crónicas de Adriana. Hay que tener un conocimiento de la cultura de la época para gozar de las sátiras propuesta por la autora, esto lo sabe ella, de allí su glosario incluido en la última sección del libro).
  4. La crónica breve es un estilo, un género, y también un vehículo para expresar una ideología personal: la crítica social. La mayoría de las crónicas de Adriana son denuncias de una forma de injusticia; los personajes sirven de alegorías de la condición marginal. Detrás del humor literario está la responsabilidad de tratar temas serios en formatos breves, de anécdotas pensadas para hablar de lo que los sociólogos llaman ‘la subalternidad fronteriza’.
  5. No es un humor ‘facilista’, es un humor que a veces se vale de la retórica subtextual (escondida, ya lo mencioné) y extratextual (relacionada con otro texto de la época). Son crónicas breves donde se condensa la simpatía por las víctimas sociales, la admiración por el ingenio de la sobrevivencia y contra la apatía de los que han originado esta condición sociopolítica.
  6. También son crónicas de una fuerte emoción nostálgica. La nostalgia es una forma de sentir el pasado, lo vivido como una forma exclusiva y a la vez compartida. Entendemos la nostalgia de Adriana en sus imágenes de (por ejemplo) un amanecer cubierto de nieve. Nieve que de una pincelada eliminó la fealdad de la ciudad construida a retazos, con las sobras del país vecino. La nostalgia es también literariamente selectiva y colectiva.
  7. Los recuerdos de Adriana son ahora nuestros.

Candia mujeres eternas (4)

Dos: Las voces de nuestra ciudad

  1. Hablaré brevemente sobre algunas de las crónicas de Adriana, las que reflejan crítica social y las que hablan de una profunda emoción nostálgica.

A) La micro crónica “Mazahua”, es la historia de una mujer indígena que llegó a Juárez huyendo de la miseria del campo mexicano; ahora vive en la miseria de la urbe juarense. Pobre y nostálgica “se acordó de aquel paisaje de Toluca que miraba cada mañana al despertarse. Un cielo amplio y limpio bordeando el cerro y sus verdores, confundiéndose con el humo de las casitas recién despiertas.” Su vida en Juárez es la de un personaje invisible, presencia ignorada, vida anclada en lo más amargo de la agonía social.

B) La micro crónica “Las que se van” es la historia de una joven que decide irse a Estados Unidos; sus planes, el suspenso sostenido del viaje, el cruce al otro país y su trabajo rutinario, cumplen el ciclo de un destino emblemático. La vida del personaje es la vida de millones de mujeres emigrantes: “Escribe de vez en cuando, llora alguna ocasión, trabaja diez horas diarias y piensa poco en volver porque ahora ya lo sabe: Como ilegal nunca tendrá la fortuna con la que una vez soñó regresar.” Es otro personaje más que vive más allá de la marginalidad: ella es el resultado de una sociedad que necesita esclavos desechables o deportables si acaso exigen algo tan remoto como es una existencia humanamente decorosa.

C) La micro crónica “Ranazos, y quebradoras” es la descripción lúdica, humorística y también lírica de las reinas del costalazo, las luchadoras: “¡Chíngala! ¡Chíngala!’, silbidos, aplausos, ‘¡Mátala Canalla!’, ‘¡Mátala para que aprenda!’. Silbidos, piedritas, cáscaras de cacahuate, pedazos de naranjas, semillas y toda una colección de restos de comida masticables reciben a las mujeres luchadoras en la escena.” El ambiente adecuado para el espectáculo de lo estrafalario que los culturalmente pobres tienen por desfogue: “Suenan los ranazos, las planchas y las quebradoras; la asistencia aúlla, el réferi también patea y lucha, pero ellas siguen fingiendo sin hacerse daño; un último maromeo acaba con la pelea, los que pagaron se quejan y protestan con otra lluvia de cascarazos, pero ya hay vencedora y las dos sonríen mientras se encaminan al vestidor. Adentro se dan la mano, reciben sus 30 mil y el espectáculo sigue afuera.” Gracias a la descripción, la enumeración de acciones rápidas que ocurren en el cuadrilátero, los que conocemos ese espectáculo recordamos otros momentos del pancracio épico, y al mismo tiempo, gracias a la destreza literaria de la cronista, apreciamos haber presenciado un momento grave y patético del Arte del Costalazo.

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  1. Ahora cito y comento tres ejemplos de las crónicas de la nostalgia literaria de la autora:

A) La primera, tal vez la más representativa del estilo de Adriana, se llama “Huele a lluvia”, es una crónica que se aleja del comentario social y se sumerge en los recuerdos personales, los recuerdos de niñez, que (entendámoslo así) es un recuerdo colectivo, un recuerdo ‘que hace comunidad’, como dijeran los sociólogos. ¿Qué juarense (de los años anteriores a la invasión a los cerros del poniente) no disfrutó de la lluvia de los veranos, sus olores a campo? “El inconfundible perfume a gobernadora y tierra húmeda eran el único, pero feliz anuncio de aquellas lluvias de verano repentinas; aroma de milagro sobre la tierra reseca, moribunda, ya para finales de junio; sólo unos momentos antes de los chaparrones que llenaban de alegría, aunque sea unos minutos, el lomerío y el desierto de Ciudad Juárez.” A unos el sabor, el olor a una magdalena les da para la búsqueda del tiempo perdido, a otros un olor a tierra mojada les da para recordar lo mejor de los tiempos de ayer.

B) “Casa con pájaros” es otra crónica o microrrelato que habla de aquellos ancianos que llegaron a Ciudad Juárez con sus costumbres campiranas, viviendo en casas con patios llenos de flores y tardes de conversaciones pausadas, y el constante escándalo de las aves en sus amplias jaulas: “La pareja gastaba las horas cuidando gorriones de plumaje simple, pero hermoso canto; cotorros habladores que sabían silbar y decir dos o tres palabras; loros, pajaritos de amor amarillos, azules y verdes y muchas aves más con plumajes bellos que comían frutas y semillas.” Momentos que muchos juarenses vivimos, pero de los que sólo una autora guarda en la memoria colectiva de la crónica.

C) “A la puerta” es micro crónica dedicada a los vendedores ambulantes, los que ofrecían con sus gritos (gama de estilos) las yerbas medicinales, la golosinas, los tamales: “Todos estos hombres hacían un alto en nuestras sencillas vidas por unos minutos cada día; pero se quedaron en los recuerdos de aquellas calles polvorientas. ¿A dónde habrán ido ellos y cómo habremos quedado en su memoria?” La memoria es una imagen poblada con frases que describen momentos, esos que Adriana vivió, que ahora vivimos a través de sus palabras.

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  1. Las características de una crónica perfecta fueron descritas por Adriana en su prólogo al libro de Flores Simental. Puedo decir que sus palabras se aplican también a Mujeres eternas, su propia obra: brevedad, literaturización, elección de personajes y eventos claves que perfilan en su microcosmos una ciudad y su interminable duplicación de destinos paralelos, similares, agónicos y nostálgicos.
  2. Ante la gravedad de la vida efímera (parece decirnos Adriana) sólo nos queda dejarla bien escrita. Tales son nuestras memorias, al fin y al cabo: juarenses.

José Manuel García García
(Profesor Emérito, NMSU)

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Nadie me lo dijo, yo lo viví: la Toma de Ciudad Juárez en perspectiva

jueves, 16 julio 2020 por juaritosliterario

Leer Ciudad Juárez, versiones de una toma: 1911 resulta una experiencia diferente, ya que pocas veces se tiene la oportunidad de escuchar diversas voces sobre un mismo evento. Continuamente oímos que se dice “¿qué voy a saber yo? No conozco la otra parte de la historia”; por ello, este libro, publicado en 2011, resalta al ofrecer una variedad de testimonios que retratan los antecedentes, el inicio, desarrollo y el final de un evento decisivo para la Revolución Mexicana: la Toma de Ciudad Juárez, efectuada entre el 8 y 10 de mayo de 1911. Los dos días y medio que duró la batalla significaron el principio del triunfo del movimiento maderista.

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Lee aquí el libro

La compilación de las dieciséis versiones, perspectivas o historias la realizó José Manuel García-García, juarense nacido en 1957 y autor de otros libros con temática histórica como Don Rómulo Escobar: Selecciones de artículos y ensayos 1896-1946 y el poemario Guardamemorias y Paso del Norte: Ciudad Juárez: Textos de su historia y su cultura (1535-1899). Ciudad Juárez, versiones de una toma: 1911 viene acompañado por una selección de imágenes de Rubén Mejía, las cuales muestran a los involucrados y algunos momentos relevantes de la batalla. Además, cuenta con una introducción a cargo del propio antologador y, al final, con una bibliografía de las fuentes consultadas. García-García divide los textos de los dieciséis hombres que, de una u otra manera, estuvieron involucrados en la Toma, en cuatro grupos. Primero se encuentran los periodistas: Gonzalo G. Rivero, T.F. Serrano, Timothy Turner y Alberto Heredia; luego, los civiles: los médicos Ira Bush y Francisco Vázquez Gómez, Roque Estrada y Francisco I. Madero; el tercer grupo lo conforman militares de ambos bandos: el general Juan Navarro, Rafael Aguilar, Francisco Villa, Giuseppe Garibaldi, Máximo Castillo, Heliodoro Olea Arias y Marcelo Caraveo; por último, en un grupo aparte, el investigador incluye al cronista Armando B. Chávez.

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Este emblemático acontecimiento, según el historiador Pedro Siller (cuyo libro 1911. La batalla de Ciudad Juárez/ I. Historia se reseña en la introducción), decidió el destino de la Revolución, ya que puso a prueba a personajes reconocidos en la cultura popular como Pnacho Villa y Pascual Orozco y llevó al poder a Francisco I. Madero. A través de estas versiones descubrimos actitudes, decisiones y microhistorias que muestran las raíces que impulsaron el enfrentamiento y las condiciones que permitieron el triunfo de los insurrectos. Si duda, leer dieciséis veces sobre el mismo hecho resulta un tanto abrumador, pero solamente así podemos contrastar las perspectivas y vislumbrar los diferentes objetivos que cada uno de los participantes tenía, dependiendo de sus intereses y de su bando. Por ejemplo, las cartas de Madero buscaban reafirmar su autoridad, tan cuestionada por otros, y demostrar que siempre persiguió la paz. El informe del general Navarro, en cambio, escrito casi un mes después, deja constancia de su lucha para obtener la victoria y que si no la consiguió se debió a que las condiciones de los federales se encontraban en clara desventaja en cuanto a número de hombres.

            Las versiones abarcan diferentes momentos de la Toma, desde los antecedentes que cuentan el periodo de armisticio hasta lo que ocurrió después de la victoria de los revolucionarios. A continuación, resaltaré cuatro puntos que me parecieron interesantes o divertidos por sí solos o al contrastar las diferentes visiones. El primero recaen en el inicio del combate, un hecho bastante contradictorio y confuso. Serrano y Heliodoro Olea Arias apuntan que las hostilidades comenzaron debido a unas declaraciones del coronel Manuel Tamborrel, dadas a la presa extranjera, donde injuriaba a los revolucionarios llamándolos “roba gallinas”, esto aunado a los bajos ánimos que circulaban entre los bandos porque todos querían atacar. En la misma línea se encuentra el doctor Francisco Vázquez Gómez, pues afirma que los federales los insultaron diciéndoles miedosos, lo que provocó el ataque de forma intempestiva. Gonzalo G. Rivero y Manuel Caraveo ofrecen distintas perspectivas. Según el primero, una amiga de los revolucionarios cruzó el río al amanecer y los federales trataron de detenerla, por lo que sus amigos acudieron a ayudarla y así iniciaron los tiros. Caraveo, en cambio, asegura que Orozco y Villa planearon el comienzo del ataque sin las órdenes de Madero, ya que este insistía en un acuerdo de paz.

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En segundo lugar, destaco los testimonios de Alberto Heredia y Rafael Aguilar que describen las condiciones de los federales y cómo se diferenciaban de la actitud revolucionaria. Heredia compara la capacitación y las fortificaciones de los militares, quienes se limitaban a acatar órdenes, con la perspicacia y el arrojo de los insurrectos, los cuales demostraban con sus acciones el interés por ganar. Aguilar, por su parte, señala el descontento de algunos soldados y oficiales federales respecto al general Navarro, situación que refleja el desencanto entre los combatientes. Incluso en otros textos se menciona que, al caer capturados como prisioneros, los soldados gritaban “Viva la Constitución” mostrando su apoyo a la causa maderista.

            Asimismo, resaltan aquellos que utilizaron la pluma para describir su experiencia personal durante los días de la Toma y dejar constancia de sus aportaciones a cuento a la victoria revolucionaria. Máximo Castillo relata que siempre estuvo del lado de Madero, incluso en momentos de tensión y enfrentamiento, por lo cual recibió felicitaciones y agradecimientos de parte de los padres del presidente provisional. Villa también se declaró, con orgullo, fiel seguidor de las órdenes del líder. Para el Centauro del Norte lo importante consistía en seguir al pie de la letra sus palabras y declara que si lo desobedeció en algún momento (como en el enfrentamiento que protagonizó junto a Orozco) fue porque su inocencia permitió que los demás se aprovecharan. Por otro lado, Roque Estrada deja ver su descontento con Madero, pues, según él, su actitud de dirigente reflejaba cierto aire de fingimiento, por lo cual lo califica como indeciso y con una severa falta de autoridad. El doctor Ira Bush relata su propia aventura sobre cómo y por qué detonó sus primeros disparos para defenderse de los ataques de los federales con sus dos armas, apodadas “Tom” y “Jerry”.

            El último punto que me interesa señalar tiene que ver con la rendición de Navarro. Giuseppe Garibaldi relata que los federales intentaron en varias ocasiones izar una bandera blanca para oficializar la derrota, pero los disparos de los revolucionarios cortaban la soga con la que la sostenían y por ello la batalla no culminaba. Armando B. Chávez, en cambio, declara que el vencimiento del bando federal se debió al hambre, la sed, la falta de refuerzos y el agotador combate al que fueron sometidos los soldados. Esto último también lo afirma Navarro en su reporte y agrega que decidió rendirse para no abusar injustificadamente de las fuerzas de sus hombres.

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            Finalmente, menciono a Timothy Turner, quien aportó microhistorias que, más allá de las grandes figuras de la batalla, se centran en los revolucionarios sin nombre, ni rostro conocido. Narra, por ejemplo, la anécdota de un hombre quien, en medio de la cruzada, se encontró con un acordeón y comenzó a tocarlo, dejando de lado, por un momento, su arma. También habla sobre un combatiente que, además de su rifle, llevaba una máquina de coser, la cual resguardaba para poder disparar. El testimonio de Turner sobre este tipo de situaciones tan humanas nos muestra, en dicho caso, que el empeño en el cuidado de la máquina consistía en el anhelo de llevársela a su mujer, quien lo esperaba en Villa Ahumada.

            Como puede apreciarse, cada una de las Versiones de una toma: 1911 persiguen distintos objetivos y se cuentan desde un particular punto de vista. Esta compilación permite el contraste entre testimonios y, además, deja ver que quienes escribieron fueron personas de carne y hueso, presentes en esos momentos tan lejanos para nosotros. La compilación de José Manuel García-García nos invita a reflexionar que aquí, en Ciudad Juárez, se libró una batalla decisiva, la cual no fue alentada y ganada únicamente por el interés del triunfo revolucionario, sino por motivos tan respetables como la lealtad a la causa y a sus líderes, y otros más humanos como el simple gusto por la música de acordeón o el empeño de guardar un regalo especial obtenido del botín para mantener la ilusión de volver a ver a la persona amada. Al desentrañar estas historias entendemos más de cerca la complejidad, humana, táctica y política, que atravesó y caracterizó a la Revolución Mexicana

Fernanda Villalobos Ocón

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Otras revoluciones: historias desconocidas del movimiento armado

viernes, 10 julio 2020 por juaritosliterario

De la Revolución Mexicana se suela hablar mucho sabiendo poco. Queda la historia romántica de un puñado de hombres –forajidos, marginados y santeras– que decidieron, como por arte de magia, lo imposible: tomar las armas y rebelarse contra un régimen criminal, progresistas (para pocos), deshumanizante, como lo fue el de Porfirio Díaz. El sesgo en la enseñanza de la Historia de nuestro país, así como la postura parcial tomada por las autoridades educativas al momento de enseñar dicha etapa, resulta en una pobre comprensión del evento que marcó un antes y un después en la historia del México democrático. Estos parteaguas necesitan la atención y trabajo de investigadores (ya sean historiadores o narradores) para comprender su hondura, matices y reveses.

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Los procesos, contextos y secuencias causales a partir del escrutinio de fuentes documentales son la materia prima de los historiadores, pero esas narrativas historiográficas están plagadas de vacíos indescifrables; es decir, terreno fértil para los escritores. La novela histórica sigue siendo un género inagotable de ficciones, de posibilidades que encaucen lo ya ocurrido desde el terreno de la consecuencia. Pensemos en las numerosas novelas sobre la Revolución, como las de Martín Luis Guzmán o Mariano Azuela. También figuran las de autores no-testimoniales, lejanos del tiempo convulso pero anclados a sus secuelas, como Carlos Fuentes y Jorge Ibargüengoitia. En el mismo acervo, pero desde otra perspectiva, más íntima y cercana a los que sufrían las balas resguardados desde sus hogares, contamos con la escritura de Nellie Campobello. Sin embargo, me pregunto ¿cuál es el punto medio entre el quehacer científico y el arte de los fabuladores? ¿Se puede hacer Historia desde la anomalía, desde la particularidad que oculta una quebradura en los días comunes? Encuentro algunas respuestas en el libro que me ocupa en este ensayo, el cual se ubica en una factura periodística y testimonial, a manera de crónica.

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Lee aquí el libro

Historias desconocidas de la Revolución mexicana en El Paso y Ciudad Juárez (Ciudad de México: Era, 2017), de David Dorado Romo, comenzó como la búsqueda exhaustiva, una cacería, de Pancho Villa llevada a cabo por el historiador, oriundo de José California. La casi obsesión que el mismo autor confiesa sentir por la figura del mítico y controversial militar mexicano le llevó a recorrer lugares tan distantes como Washington y la Ciudad de México. Además, optó como método de indagación caminar, es decir, transitar por los lugares que su sujeto de estudio solía frecuentar, y así, de alguna forma, merodear los gustos y costumbres que le ayudaran a reconstruir la vida de aquel hombre admirado por unos y odiado por otros. De esta manera, su recorrido por las calles de las dos ciudades fronterizas, separadas por un nuevo muro e innumerables discursos racistas y carentes de sentido, significó una aventura hostil, sobre todo del lado mexicano en donde un turista y un investigador son indistinguibles para aquellos individuos al margen de la ley. Pese a ello, la información obtenida sobre Villa arroja nuevas luces sobre su personalidad. Acontecimientos como sus encuentros y negociaciones con un espía alemán llamado Maximilian Kloss; su aversión al licor y preferencia por los postres y bebidas azucaradas, así como su gusto por las mujeres, teniendo a dos parejas viviendo a pocos metros una de otra. El objetivo principal Dorado Romo fue crear una psicografía de las dos ciudades, pero su búsqueda resultó en el hallazgo de material apasionante, invaluable, que otorga a la Revolución matices inéditos y da a las dos ciudades hermanas el papel que de verdad les corresponde en la historia binacional.

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Entre los sucesos más interesantes que el autor menciona en su libro publicado originalmente en inglés, bajo el sello de la editorial paseña Cinco Puntos Press, en 2005, destacan las constantes entradas y salidas de prisión de Ricardo Flores Magón y sus aún más constantes publicaciones “tercas”, como las nombra Romo, comenzando con El hijo del ahuizote hasta llegar al Tataranieto del ahuizote. Lo cierto es que los periodistas mexicanos refugiados del otro lado del Bravo desempeñaron su papel de informadores y agitadores, ya que en sus publicaciones motivaban la crítica al gobierno oligárquico que se había apoderado de México en aquel entonces. En El Paso, en vísperas de la Revolución, ser periodista era lo mismo que ser revolucionario. Como en nuestros tiempos, dicha labor no estaba exenta de riesgo, ya que la libertad de expresión tenía un límite y propasarlo implicaba el exilio, como bien lo sabía el célebre anarquista antes mencionado, y todos aquellos que vivieron en carne propia la censura, en ocasiones más implacable en el norte que en el sur de la frontera. Pocas veces concebimos a los periodistas el lugar que les corresponde, no solo como agitadores, sino como removedores de conciencias.

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Igual de interesante resulta la vida y obra de Teresita Urrea, nacida en Sinaloa pero cuyo impacto en El Paso y otros lugares del septentrión resultó importante para el movimiento revolucionario. A ella, La Santa de Cabora, se le atribuía el poder de sanación, la capacidad para realizar milagros y muchos otros prodigios dignos de cualquier beato o santo del panteón judeocristiano. Su voluntad de ayudar a los pobres, sin cobrar un solo peso o dólar, comenzó a hacer ruido en una sociedad que despreciaba a los pobres y los iba recluyendo en barrios, que aún hoy existen y están considerados como sitios históricos como El Segundo Barrio. El Paso Herald comparó a la Santa de Cabora, con el mismísimo Jesucristo, cuando su arribo a la ciudad texana, el 13 de junio de 1896, congregó a cientos de personas quienes acudieron a recibirla. Pensemos que Teresita Urrea también jugó un papel importante en el levantamiento de los tomochitecos contra el gobierno federal. Sus fieles acudían en peregrinaciones al Rancho Cabora, residencia de la Santa, a alabarle. Cuando las tropas de Porfirio Díaz comenzaron la ofensiva contra Tomóchic, el grito de guerra de sus pobladores, a pesar de la masacre, sacudió el devenir de la Historia: “¡Que viva el gran poder de Dios y la santa de Cabora!”

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La Batalla de Ciudad Juárez, ocurrida en marzo de 1911, fue todo un acontecimiento para los paseños, quienes pagaban por un palco en los mejores tejados de las casas cercanas a la frontera para presenciar desde las improvisadas plateas un acontecimiento en el que vidas humanas eran segadas. El recurso de convertir la guerra en un espectáculo tampoco es ajeno a nuestros tiempos, solo que en aquella época no teníamos internet ni redes sociales para transmitir en directo los conflictos desde el lugar en donde ocurrían, pero desde entonces ya existía la capitalización de las tragedias de guerra.

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Igual de interesante es la acción llevada a cabo por un músico local, Trinidad Concha, quien junto con su banda ofreció un concierto en el campamento de Madero en vísperas de la batalla. La música siempre ha sido parte de los movimientos sociales, sonando de fondo como el soundtrack del grupo de personas que toma las armas. Aunque el cantar por excelencia de la gesta revolucionario ha sido el corrido, asociado de manera inmediata a una figura con sombrero, cananas y bigote, al son de “La Adelita”, este estereotipo no concuerda con la banda de Trinidad Concha, quienes ejecutaban polkas, valses, mazurcas y marchas, música en boga en aquellos tiempos. Dorado Romo obtuvo esta información (datos, programas de mano y fotografías) de la mano de los descendientes de los artistas, específicamente de uno de los nietos -el padre Antonio Concha-, sacerdote de la iglesia del Sagrado Corazón, ubicada a unas cuadras del puente internacional Santa Fe.

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Tratar de resumir una obra tan extensa e interesante como Historias desconocidas de la Revolución resulta un ejercicio que inevitablemente dejará al lector de esta reseña a medias. Lo que no ocurrirá con la lectura o consulta del libro. Comencé, líneas arriba, diciendo que de ese movimiento armado se hablaba mucho y se sabía poco, pero para el autor esto no aplica. Supo ver en la cotidianeidad, en las actividades culturales, artísticas y de ocio de las dos ciudades hermanas un testimonio invaluable de aquel tiempo. No solamente fueron balazos, traiciones, campesinos armados y, al final, una bola en la que nadie sabía contra quién dirigía el fusil. También fueron anécdotas y una nutrida microhistoria, la que no se escribe desde arriba, sino de abajo, en el subterfugio del archivo personal. Aseguro la sorpresa de quien se adentre en las páginas de estas historias desconocidas; vaticino la curiosidad de quienes quieran comprobar que la Revolución Mexicana se gestó en el extranjero, a unos pasos de la frontera.

Ulises Guzmán

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  • Publicado en Frontera, Revolución, Sinembargo
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Elegía escolar: precisar el origen antes del canto

jueves, 25 junio 2020 por juaritosliterario

Cómo distribuir en un mapa los conceptos e ideas y, sobre todo, las experiencias que te constituyen como individuo. Cómo hacerlo si el ejercicio se limita al estado donde vives –Chihuahua– y este configura tu identidad, tu lenguaje, el entorno y las imágenes que te acompañan. Para mí, la capital del Estado Grande ha sido siempre un viaje pospuesto; Delicias, una desfavorable oferta de trabajo; Nuevo Casas Grandes (NCG), Bocoyna y Parral, anécdotas de mis amigos; mientras que otros municipios, tan solo una parada, una siesta rumbo a otro lugar. En Ciudad Juárez puedo fijar casi todo lo que me es significativo. Este mismo ejercicio, un “Examen de diagnóstico” sin evaluación, abre la primera sección del poemario de Isabel Ruiz Figueroa, Elegía escolar, publicado el año pasado por el Instituto de Cultura del Municipio de la capital. Sus composiciones colocarán en el mapamundi de Chihuahua –sí, mapamundi– a distintos elementos locales y personajes: benériami, la calle 39 y Jesús García, jóvenes que aúllan, un autobús andando por NCG, la abuela, el rayénari o las aves polvo.

Extensos, los paisajes chihuahuenses parecen prolongar el ánimo de la voz lírica entre las olas de arena del desierto y las barrancas de la sierra. Acrecientan la rutinaria sensación de repetir el día despertando con el canto del zorzal y el cielo rojo del amanecer del norte hasta diluirse en un presente constante y el infinitivo de las acciones. Aquí encontramos a alguien sin mucha convicción haciendo el rol de benériami, incómodo –o como Nicanor Parra, “embrutecido por el sonsonete / de las quinientas horas semanales”– entre muchachos que “parecen un zorro esperando dispersarse en un llano rocoso con la campanada / los he visto carcajear   no miento   cuando corren al patio escapando del salón”. Y después del aula, las calles, cafés, supermercados, cantinas y el anonimato en la ciudad, más la constante presencia de polvo y sol entrando a cualquier rincón.

Pero antes de los paisajes y los espacios, lo primero que destaca del poemario es la nomenclatura escolar en la propuesta de Ruiz Figueroa, vinculada a etapas del tránsito por nuestra educación. Las dedicatorias son oficios; en los poemas se aplica un examen diagnóstico, se encuentra la planeación semestral que ofrece los objetivos de las clases y de la Elegía en conjunto; sesiones de español, cálculo y ciencias naturales; más exposiciones, más exámenes, más tareas; una tesis, la graduación y el aprendizaje vital que no se adquiere en una escuela; un docente perdido entre un montón de manos alzadas, en medio de un:

Más allá de “el juego de las memorias / de la arquitectura barroca y los tecnicismos baratos”, la tesis principal del poemario dirige su atención al lenguaje y a la identidad, especialmente en los jóvenes. Existen “Partículas natura”, elementos de una lengua disfrazada, oculta por otra o, dicho de frente, el colonialismo de una lengua sobre otras, que pueden ser aludidas solo como otro tema de clase sin ningún efecto real.

Pero este silencio convertido en interrogante persistirá. En “Necrópolis de la tesis”, la segunda sección del poemario, Broca y Wernicke, neurólogos del siglo XIX que distinguieron dos tipos de afasia conocidas hoy por sus nombres, evidencian la asimilación de sonidos de otra lengua en la propia, aunque estas “partículas” que pueden definir a los padres –aquellas para decir o ser brisa, lluvia, lumbre y piedras– dejen de pronunciarse por unas más prácticas. Estos dos personajes van adquiriendo distintas identidades en los versos de Isabel Figueroa Ruiz; dramatizan el conflicto que envuelve al benériame en su elegía: “¿por qué estudié medicina y no a la brisa lluvia / lumbre piedra? / ¿por qué me dediqué a pararme frente a los jóvenes aullando y no / a beber tecuin?”

La afasia, entendida como una dificultad neurológica que afecta la capacidad de comunicación, trastorna el lenguaje y trastorna la relación del benériami consigo mismo y su mundo. Podemos encontrar en Elegía escolar el deterioro de la comunicación y entramos en el juego al compartir esta complejidad de entender un mensaje bien articulado y fluido, pero introduce expresiones cuyo significado queda sin relación evidente con los elementos del texto. Este conflicto se sugiere a partir del desuso de las “Partículas natura”, las cuales “habían sobrevivido en los campos ocultos / [pero] se disfrazaban con sílabas que Wernicke había traído del otro lado del mar”, vistas después por él mismo solo como un objeto curioso sin llegar a descifrar su sentido, “sin precisar si se trataba de un himno glorioso o de un guajolote”.

El efecto del trastorno se observa también en los vínculos personales. Los jóvenes aparecen en varias ocasiones, pero esbozados desde la carencia de algo: “juventudes confundidas con su origen”, “generaciones que no aprendieron nada en la universidad” y, por supuesto, los “jóvenes que aúllan” fijados –¿por qué?– en Juárez. Su presencia en el poemario no demuestra conexión entre personas, como ocurre con el benériami, transitan aislados o permanecen anónimos o detrás de una ventana. No hay en la Elegía figuras paternas o maternas directas. O sí las hay, pero interpretadas por escritores, artistas y personajes míticos que desfilan por la tercera parte del poemario, en discursos de graduación: Fernanda Melchor impartiendo clase de literatura mexicana, Bolaño en su papel de sinodal, Remedios Varo y dos musas griegas brindando consuelo, Sábato, dos poetas españolas de posguerra, Gloria Fuentes y Celia Viñas, y otros. Solo hacia el cierre del poemario, en “método de enseñanza no oficial”, aparece el recuerdo de la abuela contraponiéndose implícitamente en su rol de owirúame y sus saberes de chamán, un conocimiento práctico que agradece con respeto la comunidad, con el benériami, aislado entre sus clases.

Aún hay más elementos interesantes en el poemario de Isabel: reconocer la construcción de fractal literario anunciado en “Tesis mecánica” y que asoma con claridad en algunas piezas; destacar símbolos como esas aves polvo pasando siempre por las ventanas; preguntarse por qué el ralámuli aparece tan poco en toda la elegía; que alguien que sí conozca Chihuahua capital hable sobre las calles por donde pasea el benériami; cuál es el peso de las influencias literarias referidas y, por cierto, qué hace ahí una cita de César Silva Márquez. Otra cuestión quisiera dejar pendiente: cómo resuelve la autora desde la escritura poética la problemática que plantea en su libro si consideramos que es un texto escrito en su mayoría en español. En uno de sus planteamientos se lee: “si transcribo esta historia es porque la primavera nace / y en la garganta me crece un pájaro”.

Héctor González

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Nunca Juárez fue JRZ

jueves, 18 junio 2020 por juaritosliterario

La zona céntrica es mi parte favorita de Ciudad Juárez, y por mucho. Desde adolescente disfrutaba caminar por esas calles, aunque a mis papás no les gustaba. Cuando iba a la prepa debía tomar dos camiones y trasbordaba justo ahí. Podía bajarme del camión que me traía de la escuela y tomar el siguiente que me llevaría hasta mi casa a una cuadra, pero prefería caminar diez cuadras hasta la terminal. Ahora comprendo a mis padres, pues durante aquellos años (2009-2012) la ciudad se volvió intransitable. Me tocó escuchar disparos y correr, igual que muchas personas más. Sin embargo, nunca terminé de espantarme del centro, de ese lugar que huele horrible y se encuentra completamente maltratado porque jamás ha existido –pese al discurso oficial– un verdadero plan que lo rescate y modernice. Solo se realizan cambios superficiales, se embellece un poco para monetizar su función y después se abandona de nuevo; como se ha desamparado a toda la urbe durante toda su historia.

48 centro

El primer cuadro citadino se encuentra en precarias condiciones porque a nadie le interesa. Uno de los edificios más bellos de la frontera, el antiguo Cine Plaza, se ha convertido en una tienda de ropa y en un supermercado. Recuerdo entrar durante mi niñez a este lugar de la mano de mi mamá, me parecía impresionante la escalera casi a la entrada, tan grande con su pasamanos de figuras arabescas, y a un lado una fuente en honor a Afrodita. Ahora, en su nueva etapa, la fuente ha dejado de funcionar y solo queda, igual que el elegante piso, como vestigio de un pasado glamuroso.

En la misma zona, el gobierno municipal derribó cientos de casas y edificios para invertir en una plaza sin árboles a la mitad de nada, con una estatua que, en lugar de enaltecer, menoscaba la imagen de Juan Gabriel. Este espacio representa la dualidad de Juárez de manera simbólica. La plaza, ataviada con animales hechos de llantas usadas, posee como vista, por un lado, un mega mural realizado por artistas locales en las partes traseras de los comercios de la Avenida Juárez; y, por el otro, la mirada se pierde entre edificios a medio derribar, abandonados y completamente tristes. Algo similar ocurre con la Plaza Cervantina, la cual ha sido recuperada poco a poco por los mismos ciudadanos. Diversas agrupaciones trabajan para mantener en este sitio el espíritu artístico que le dio origen.

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Muchas cosas hermosas del Centro Histórico se pierden debido a descuidos y a la mala administración de diferentes gobiernos. Por ello, ese espacio que tanto quiero es el símbolo innegable del estado fallido que ha imperado en nuestra frontera; de una comunidad donde exterminan mujeres en el “corredor seguro”, desaparecen cientos de chicas, amedrentan a quienes salen a exigir justicia, donde nos dejaron a nuestra suerte. Desde finales del siglo pasado abundan las historias de madres cuyo último lugar donde vieron a sus hijas fue precisamente el centro. Hace unos meses, ahí mismo asesinaron a Isabel Cabanillas, mientras las autoridades aseguraban que esas calles rebosaban de protección y vigilancia.

Las élites sociales juarenses solo le hacen mala cara al Centro para demostrar el desprecio que sienten por quienes no merecen la misma ciudad que ellos. Al encontrarse más cercano a la periferia del norponiente que al verdadero centro geográfico de la urbe, han relegado a esa zona la población que no les sirve más que para carne de cañón, mientras ellos viven cómodamente en el núcleo de todo. Durante años esta zona ha albergado el descontento social de la comunidad, y, por ello, la mayoría de las marchas y manifestaciones termina o empieza ahí.

48 juarez protesta

Crédito de fotografía: El Diablox

El viernes 12 de junio se reunieron diferentes grupos y colectivos de la ciudad para protestar debido a los abusos policiacos y exigir justicia para las víctimas. La violencia y brutalidad de los agentes del orden público no resulta nuevo, ni aquí ni a nivel global. En 2019 se recibieron ante la Contraloría Municipal de Juárez 942 denuncias contra elementos de Seguridad Pública y Vialidad. Nadie se siente seguro y tranquilo ante la policía; no existe persona a quien no le suden las manos al saberse detenido, de día o de noche, incluso sabiéndose un buen ciudadano. Todos conocemos a alguien a quien le sembraron droga o lo levantaron y tiraron en otro lado o le dieron una golpiza o, en peores casos, murió en manos de la autoridad.

Los colectivos que se manifestaron, entre ellos Hijas de su Maquilera Madre y Anarcobrujas del Desierto, además de gritar consignas y mostrar el descontento de la ciudadanía, rayaron e incendiaron un “monumento” localizado en el cruce entre las avenidas 16 de septiembre y Juárez. La estructura afectada se conforma por unas enormes letras, JRZ, de color rojo, montadas sobre una escalinata negra. La jota tiene, en lugar de un punto arriba, un corazón. El monumento, titulado “Yo Amo A Juárez”, se donó al municipio por parte de la empresa Big Media en 2015, como parte de una campaña para ¿mejorar? la imagen negativa de la ciudad.

48 JRZ quemado

Al día siguiente de la protesta, empleados municipales y voluntarios ciudadanos se apresuraron a limpiar y solventar el daño. Así, las exigencias por una justicia social se las llevaron litros de jabón y pintura nueva. Las redes sociales se dividieron. Unos aplaudían las acciones tomadas; otros, los más, defendían apasionadamente a las letras y reprobaban “las formas” de las manifestantes, incluso después de festejar los acontecimientos ocurridos en Minneapolis en mayo pasado, cuando se incendió una comisaría tras el asesinato de George Floyd. Se aseguraba que se debía respetar la esencia de lo juarense, la cual, según sus argumentos, descansa en un monumento puesto arbitrariamente en el espacio público como parte de una campaña de marketing que, sin duda, fracasó.

48 Luis-Roacho

Crédito de pintura: Luis Roacho

Con todo lo que se desperdicia y muere en el Centro me resulta ridículo dotarle de un valor a unas letras representantes del arte corporativo, un logo que colocaron para obstruir una plaza pública. Obras más significativas de artistas como Verónica Leitón y Águeda Lozano han quedado en el abandono y nadie se queja por ello, incluso la mayoría desconoce su existencia. Otros monumentos se encuentran en estados completamente deplorables y jamás alguien ha pedido su reparación o uso adecuado.

A Juárez no lo representan unas letras rojas que trataron de posicionarse como su logo. Poco tiene que ver con la zona en que se ubican, abandonada a su propia suerte. Ese JRZ solo personifica a una empresa evasora de impuesto que intentó crear una marca para vender gorras, camisetas y postales y aun gobierno indolente al que solo le importa su imagen. Juárez no es eso, ni su esencia se encuentra en un logo. En todo caso, parafraseando a José Emilio Pacheco, quizá seamos unos cuantos lugares, nuestra gente, un río y una ciudad deshecha, gris, monstruosa.

Ojalá, así como corren a resanar unas letras horribles y carentes de significado, la sociedad se interesara en limpiar la sangre que ensucia a nuestra ciudad, defendiera a cada mujer violentada y asesinada o acompañara a las madres de las y los desaparecidos en los rastreos que realizan solas, sin ayuda del gobierno. Esa rapidez que mostró el Municipio para limpiar su “monumento”, jamás la veremos desbocada hacia los verdaderos problemas que han dejado una mancha imposible de borrar y olvidar. Honramos el metal vacío y no la vida. Ahí está nuestro Juárez. Unas letras rojas. Su JRZ.

César Graciano

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Escribir desde el involucramiento. Entrevista a la poeta Micaela Solís

jueves, 11 junio 2020 por juaritosliterario

 

         “Para escribirlo me sometí al dolor, al horror.
Me metí en el horror, tenía que ser así.
No es posible de otra manera.
Tenía que meterme en esas oscuridades y
en esos abismos.”
Micaela Solís

¿Cómo escribir sobre el dolor y horror que deja en nosotros el feminicidio desde el ámbito de la poesía? En México, las mujeres corremos peligro en las calles, en la casa, en una relación. Caminar por la vida con un cuerpo femenino significa andar por el lado más vulnerable. El riesgo de ser asesinada, violada, golpeada, “halagada”, humillada o abordada en el espacio público no se compara con el que experimentan los hombres en el mismo territorio. Situación que se comprueba con ñas estadísticas oficiales, las cuales señalan que “solo en los primeros cuatro meses de este año, 1 mil 301 mujeres fueron víctimas de homicidio o feminicidio, un promedio de once mujeres asesinadas todos los días.”

Al leer el poemario Elegía en el Desierto. In memoriam de Micaela Solís sentí cómo se me iba abriendo por dentro una herida. La escritora chihuahuense se inserta de cabeza al desierto donde están las muertas. La temporalidad importa, me dice la poeta, mientras se acerca la mesera ofreciendo piñas coladas al dos por uno. Nos encontramos en un restaurante conocido de Ciudad Juárez ubicado sobre la avenida Paseo Triunfo de la República. Acabo de olvidar mi celular en el Uber que me condujo al lugar donde me reuniría con Micaela, junto con mi trabajo de seis semanas, entrevistas, apuntes y contactos. Me siento frágil. Ella se apresura a llamar a una oficina para intentar localizar mi teléfono. Llega la mesera y me ofrece también marcar a mi número, con la ilusión de que contestara la persona que encontró el aparato lleno de información valiosa para mí. Entra la llamada, pero ninguna voz se escucha del otro lado. Decidimos comenzar la entrevista.

Micaela

Sandra Rosas (SR): ¿Cómo surge Elegía en el desierto. In memoriam?

Micaela Solís (MS): Como texto literario es el primero que surge para hablar de los feminicidios. Comenzó, obviamente, siendo periodístico; porque hay un grupo de mujeres periodistas. Yo veía que no había nada, estábamos en el 96 o 97 y el fenómeno del feminicidio como tal comenzó oficialmente en 1993. Empecé a observar unas coincidencias muy interesantes, históricas. El feminicidio en esta frontera inició al mismo tiempo que el alzamiento del Ejército de Zapatista Liberación Nacional, el Tratado de Libre Comercio entre Canadá, Estados Unidos y México y la apertura total de la industria maquiladora. Identifiqué varios fenómenos contemporáneos que representaban las diversas caras de una sola situación. Estaba Carlos Salinas de Gortari como presidente.

SR: ¿Desde un principio lo pensaste como un poemario?

MS: Estaba en Chihuahua, ya traía la espinita, cuando vi la nota y la puse en un poema. Yo soy muy narrativa. Apareció en el periódico que unos niños en un campo de futbol habían visto una manita, así, saliendo de la tierra. Era una jovencita, Cecilia, y eso me desgarró. Faltaban tres semanas para el 8 de marzo de 1997. Tenía que hacer algo. Lo que más me aterraba era la apatía social. Lo escribí por eso, porque la apatía social resultaba indignante. De ahí que lo llame “Poesía de crisis”, ya que busca provocar, precisamente, una crisis de conciencia. Todavía me pongo chinita nada más de pensar en la indolencia.

Diseñé el poema para presentarlo ante el público. Escribí una parte, luego fui agregándole, por eso ahora me falta un poema que extravié. En un principio lo titulé El Príncipe porque, al ser el feminicidio una cuestión de poder, involucraba a los gobernantes. ¡Lástima que perdí esa última parte! Después, hice el cuerpo, es decir, la parte fundamental del poemario. Me comuniqué con un grupo de danza contemporánea para ver si se animaban a que armamos un ensamble. Inmediatamente dijeron que sí. La idea consistía en que lo recitara yo; por ello, me involucré como actriz. No obstante, resultó algo problemático, porque para mí actuar no significa fingir, al contrario. Soy muy frontal para hablar. En el escenario, una no percibe cómo se ve, pero sí cómo se siente ante el mundo; traes la sensibilidad en la piel. Tengo una concepción distinta del teatro, así que me involucré solo un poco. Haríamos un performance. Diseñamos la coreografía, el escenario, todo bajo la estética minimalista: una malla ciclónica  el suelo lleno de tierra. El texto lo tenía –aún lo tengo– introyectado, y cuando decía “in crescendo, in crescendo” lo acompañaba de un golpe, golpe, golpe, pues el texto es para eso, para no dejar descansar a quien lo lee o escucha.

Presentamos el poema el 8 de marzo durante un evento que organizaron unos grupos feministas de la capital del estado. De ese día recuerdo una cosa muy curiosa que se ha repetido en varias ocasiones. Mientras hablaba del viento misógino, “Está por todas partes, siéntalo bien, percíbalo”, sobrevino un vendaval en plena feria del libro, en la plaza.  Se levantaron las carpas y yo sentía que las ráfagas me arrebataban las palabras. Lo mismo ocurrió aquí en Juárez. Lo escribí para decirlo en público, para machacar la conciencia, para despertar el interés social, para gritar a la comunidad un ¡despierta! La intención consistió en sacudir a las personas en ese momento. Luego, lo fui perfeccionando y me vine a trabajar, a hacer periodismo aquí a la frontera.

SR: ¿Cómo reaccionaron los grupos feministas y las ONG´S con tu propuesta poética?

MS: Las ONG´S no estaban muy interesadas. Para escribirlo me sometí al dolor, al horror. No era posible de otra manera, tenía que meterme y entender esas oscuridades y esos abismos. Por ello, anduve con algunas madres buscando a sus hijas y apoyándolas durante un tiempo. Además, aparte de esta terrible situación, se encontraba todo lo colateral. Aún me queda pendiente una obra de teatro sobre el tema, pues todo esto resulta espeluznante, el engolosinamiento por el foco, por las luces, por las cámaras. Inclusive en el caso de las madres. La situación de las ONG´S, sin duda, es un fenómeno complejísimo con muchas aristas,

SR: ¿Tienen las escritoras un pase directo para entender mejor la violencia contra las mujeres y, por ende, escribir desde el mismo lado?

MS: Los hombres no la han enfrentado todavía o asumido como una problemática propia. Yo los critico duramente, porque muchos lo asumieron como bandera. Éramos compañeros de toda la vida, feministas, pero íbamos a la manifestación y ellos se quedaban en la esquina “porque es cosa de ellas.” Yo no entendía qué les pasaba, pues siempre he considerado erróneo el que solo nosotras asumamos el problema de la violencia de género, como si fuera nuestra bandera o propiedad.

SR: ¿Cuál fue el papel de las ONG´S en esos años?

MS: Sufrí mucho. Viví mucha represión como creadora por parte de estos mismos grupos, al grado de casi callarme o boicotearme. Durante esos años, el tema de las mujeres desaparecidas y encontradas asesinadas se politizó bastante, y ahorita varias integrantes de dichos colectivos están muy puestas en el gobierno. Yo lo digo en los textos, así que a mí me marginaron más. No escribí el poema para lucirme. Después de todo lo que vi, una parte de mí se percibe también en los versos. Porque asumo la voz de la muchacha desaparecida, no de la persona que asiste a sesiones políticas o que busca un premio literario o un viaje de placer. “Mientras en el desierto / las auras se arrebatan a picotazos un corazón / que lacera aún su última humedad”.

Cuando iba a comenzar a escribir, me puse como principio varias cuestiones. Uno, sin denuncia no se vale. Dos, mi objetivo jamás consistiría en utilizar el tema como bandera intelectual. Y, por último, no estetizar la problemática. Sin embargo, al mismo tiempo, buscaba escribirlo con la fuerza literaria suficiente y evitar hacer cualquier cochinada, para dignificar a las muchachas y a sus madres. Cumplí y me siento satisfecha. Una vez le presté a un amigo un CD con uno de mis poemas y de pronto empecé a escuchar mi voz en un programa de radio y en eventos locales y nacionales, pero mi nombre había sido omitido. Entré en un dilema. Eso se tenía que denunciar. Debía moverme y mover mi texto en todos lados. Entonces, lo que hice fue no buscar, pues una parte fundamental de lo que escribo consiste en dar testimonio de mi época, de lo que me afecta y me sacude.

He pasado represiones muy fuertes con algunas ONG´S. En una ocasión me invitaron a un evento de una organización trinacional (Canadá, México y Estados Unidos) sobre el tema de las mujeres en la maquila. Mi presentación sería en Albuquerque. El programa duró varios días, con la nota a todo lujo. Me quedé asombrada, comí a lo bestia y hospedé en un hotelazo, había mucha gente. Ahí descubrí lo que significa el fenómeno de las organizaciones, el cual ha surgido paralelo o más bien a partir de las problemáticas que conlleva la maquila o el feminicidio. Así que opté por rezagarme y dejar de mover tanto mi texto-performance.

SR: ¿Consideras que la violencia más macabra sigue siendo la falta de interés, el no cimbrarse con cada feminicidio?

Creo que si eres escritor y compones algo sobre el tema, resulta muy distinto a escribir de él solo por la posición pública. Es decir, abordarlo no por ser, sino por hacer. En tal caso te distancias de tus temáticas. Pero, respecto a eso, existen perspectivas muy personales. Necesitamos a los poetas, verlos, escucharlos y que se manifiesten también. Pienso que la intelectualidad mexicana no ha asumido el problema, ni ha entendido que la violencia diaria contra niñas y mujeres recae en todos y todas. ¡Es un problema de género que nos atañe a todos por igual! ¡Ellos son los que violan! A veces se me hacía bobalicón, de una superficialidad tremenda lo que algunos escribían. ¿No se dan cuenta que traemos en las manos la tragedia de miles y miles? Si eres abogado no te disfraces de otra cosa, no es teatro. Por eso, lo manejaba como un performance cuando presentaba Elegía en el desierto. In memoriam, pues con mi voz y mi cuerpo asumía mi responsabilidad ante el problema.

Ni siquiera las asociaciones entienden la obligación histórica que los hombres tienen en este panorama. Durante aquella estadía en Albuquerque, en un evento internacional, lo comprobé. Todos se encontraban en variados cursos, mientras yo intentaba acomodar al tiempo asignado mi presentación. En esa ocasión interpreté mi texto como nunca antes lo había hecho. Estaba muy emocionada, aunque me habían puesto a la hora de la comida. Sin duda, no es un texto para ser escuchado mientras se come y convive. La organizadora me cortó antes de que terminara mi intervención, aun cuando ya me habían quitado 10 minutos para presentarlo. Corté, pero los denuncié, ahí mismo, frente a todos. ¡Qué lástima! Me faltaban tres minutos. Yo traía a esas mujeres, a las muertas de Juárez, en la boca. El tema del feminicidio es un tema que se tiene que parir. Los hombres no lo han asumido. A mí me ha servido, porque me puse a trabajar en la maquila durante dos meses. Trabajé en Chihuahua, viajé en el autobús acompañando a las madres de desaparecidas. No sé puede escribir así, nada más. Por eso, con temas sociales, primero me informo. No se puede escribir desde el escritorio, hay que meterse. Soy pasional. Soy activista desde mi juventud. Escribo para cooperar en la sensibilización de lo que nos está afectando tanto. Se trata de dejar un testimonio, un documento de mi época.

09 Solis - Elegia desierto

Lee aquí el poemario

Cerramos nuestra charla y le agradezco infinitamente el tiempo que me ha dedicado. Intercambiamos números telefónicos y me despido. Acepto con rabia y dolor que nadie me devolverá mi celular, que lo he perdido y que ninguna oficina Uber se molestará en rastrearlo. Me voy pensando en la vulnerabilidad  a la que mi condición de mujer me somete en estas calles fronterizas.

Sandra Rosas

 

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El Diario de Susan Shelby (1846)

jueves, 04 junio 2020 por juaritosliterario

El Diario de Susan Shelby Magoffin registra escenas del antiguo Paso del Norte, previas a una guerra que se convirtió en frontera

La pluma de una joven mujer atestiguó –durante quince meses y casi tres mil kilómetros de viaje en el ahora extinto norte de México– una guerra entre el expansionismo norteamericano y una joven nación que desatendía sus fronteras. Desde las praderas de Missouri hasta el desierto de Chihuahua, las memorias de Susan Shelby Magoffin, compuestas a mediados del siglo XIX, guardan testimonio del paisaje, sus habitantes y la vida cotidiana en medio de una tensión diplomática que cercenó gran parte del territorio mexicano.

Susan_Shelby_Magoffin daguerrotipo

El Diario de Susan Shelby, nacida en Kentucky en 1827, configura una de las primeras obras escritas con intenciones literarias que ocurren en la zona de Ciudad Juárez-El Paso, cuando ambas riberas eran un mismo espacio habitado por mexicanos. Su texto, incluso, es anterior a Cension, un boceto de Paso del Norte (1896), novela escrita por Maude Mason Austin medio siglo después, y de la que pronto me ocuparé en una futura reseña.

La travesía del matrimonio Magoffin comenzó en junio de 1846 cuando una extensa caravana –conformada por sus sirvientes, aparejos, mercancía y animales–, abandona Independence, en Missouri, para emprender la Ruta de Santa Fe (Santa Fe Trail) con fines comerciales. El viaje concluyó en septiembre de 1847, en Cerralvo, Nuevo León. Desde la primera página, la narradora adquiere consciencia de la particularidad de su escrito; ella misma pasaría a la historia con el título de la primera mujer blanca en descender por el antiguo Camino Real de Tierra Adentro. Susan Shelby Magoffin incursionó a nuestro país desde el septentrión continental, al mismo tiempo que el ejército norteamericano ganaba espacio en territorio nacional. “Esta noche, mi diario cuenta una historia esta diferente a lo que se ha hecho antes. Ahora, el telón se levanta con una escena inédita”.

Susan Shelby Magoffin portada

Lee aquí la obra

Cuando la caravana cruza el Río Arkansas, una gastronomía distinta y los sonidos del español, incluidos en la propia narrativa, acentúan la entrada a la nación vecina del sur. Los anglófonos arriban a los pueblos con fuertes prejuicios sobre sus habitantes; sorprende que los discursos de racismo y xenofobia, presentes en nuestra actual sociedad, tengan una raíz tan lejana: “Pensé que los mexicanos carecían de refinamiento, sin juicio como los animales, hasta que escuché a uno de ellos decir: «¡Bonita muchacha!» Ahora tengo certeza de que es gente muy ágil e inteligente”.

En el entronque de la Ruta de Santa Fe con el Camino Real de Tierra Adentro, la caravana se enfiló hacia el sur. La estadía de los Magoffin en El Paso del Norte ocurre durante febrero de 1847, a un par de meses de la toma del poblado por parte del ejército estadounidense. Un año después, la firma del tratado de Guadalupe Hidalgo estableció al Río Grande-Río Bravo como la línea divisoria en los nuevos límites de ambos países.

Susan Shelby Magoffin diario

Al igual que otros diarios escritos en tiempos de guerra, la perspectiva de las personas que viven en carne propia el conflicto logra un efecto humanizador en contraste con la visión fría y lejana que registra la Historia oficial. En El Paso del Norte, el matrimonio espera noticias del hermano James, arrestado por autoridades chihuahuenses, y reciben hospedaje con la familia del padre Ramon Ortiz, prisionero del ejército norteamericano. Es época de tensiones cruzadas. La convivencia desarrolla un ambiente de intimidad y comprensión fraternal donde, a pesar de la nacionalidad y la religión, la familia Ortiz y la Magoffin comparten un mismo pesar ocasionado por la guerra. Los días se suceden ante la zozobra de la incertidumbre.

En los momentos más aciagos, Susan abraza al catolicismo (una fe extranjera) en su búsqueda por Dios. Falta de agua, fiebres, noches en vela, un accidente en coche y un aborto espontáneo configuran algunos de los episodios más turbulento física y emocionalmente que atraviesa durante el viaje. Estos pasajes provocan la reflexión sobre su propia fe –la evangélica– y el valor de morir en nombre de su patria. Un amigo cercano al matrimonio, teniente coronel norteamericano muerte en el frente de batalla, “ha dejado un nombre atrás para desaparecer pronto de los anales de nuestro país. ¿De qué le sirve ese nombre ahora? ¿Le ha traído una corona en el cielo, o ganado un asiento a los pies del Salvador? Si no, puede ser que ese mismo nombre lo haya arruinado”.

Carretas Santa Fe trail

El Diario salió a la luz en 1926, gracias al trabajo editorial de la investigadora Stella Drumm, quien recuperó el texto mediante la familia Magoffin y documentó el derrotero geográfico (por la Ruta de Santa Fe y hacia México) e histórico del texto, bajo el título de Down the Santa Fe Trail and into Mexico: The diary of Susan Shelby Magoffin. En la introducción, señala el inusual encanto narrativo que la autora alcanza, pese a las incomodidades del viaje. En relación con otros diarios de la época, afirma la estudiosa, la prosa de Shelby tiene un valor distinto con respecto a la cantidad de detalles contenidos en las descripciones de escenas y eventos. Si bien para la primera mitad del siglo XIX la publicación de esta escritura tan íntima apenas se consolidaba, para cuando la obra fue editada, los diarios ya eran considerados un género arraigado dentro de la literatura.

Además del valor histórico de la pieza, el Diario de Susan Shelby Magoffin puede ser leído en nuestros días más allá de los prejuicios sobre la nacionalidad de quienes se mueven entre sus páginas, ya que, al mismo tiempo, también configura el estereotipo de una mujer bien anclada a su época, religión y máxima convicción: el matrimonio. Para ella, según sus propias palabras, su marido era el mundo entero; no obstante, su ejercicio escritural muestra la inteligencia, determinación y valentía femeninas de una figura para quien la escritura constituyó el único refugio y medio de mantenerse perceptiva y crítica a un entorno inédito –nuestra frontera norte–, que parece soportar, desde antaño, la adversidad.

Susan Shelby Magoffin ELP

Claudia Chacón

narrativasiglo XIX
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Del tata, el western y la batalla de Ciudad Juárez

jueves, 04 junio 2020 por juaritosliterario

Para mi mamá, mi tía y mi mami,
que le regalaron este libro a mi tata en navidad.

 Por años detesté la frase “el libro que marcó mi vida”. Me parecía bastante cliché, de booktuber. Hasta que descubría el porqué. En casa nunca hubo una biblioteca; mis padres jamás leyeron un libro completo. Pero en la de mi abuelo materno sí, el cual proviene de una familia del sur del estado. Su padre, descendiente de un mestizo y una española, se robó de Santa Bárbara a su esposa, quien, como alguna vez afirmó, provenía de una familia de migrantes franceses. Huyeron en un tren. “Me robó”, con esas palabras mi bisabuela me narró parte de su historia una de las últimas navidades que pasé en su casa, cuando ya todos dormían y me encontró en la cocina sirviéndome más pavo. Me contó que esa fue la última vez que vio a su familia; ya que luego, junto con su pareja, recorrió Chihuahua en un vagón hasta llegar a Juárez. Una promesa de vida. El inicio de una familia que se ha extendido hasta el punto de desconocer el total de sus integrantes.

Por su parte, mi tata, como lo he llamado toda la vida, formó parte de la Liga Comunista 23 de septiembre. Por ello, estuvo a punto de no casarse con mi abuela, ya que en 1972 lo detuvieron por secuestrar camiones y ella pensó que la había abandonado. Cuando se escapó juró no volver a esas andadas. Hasta el día de hoy pinta, canta, toca la guitarra, y, sobre todo, lee. Diariamente, al levantarse a las 4 de la mañana, devorara libros durante horas hasta que el desayuno se sirve. De niño pasé muchos días en su casa, tantos que a mi abuela la llamo mami. Una de mis aficiones consistía en buscar entre los libreros algún ejemplar que llamara mi atención. Nunca había conocido un lugar con tantos libros. Había de todo, pero resaltaban los textos sobre historia prehispánica y el viejo oeste. Muchas tardes sorprendí a mi Tata mirando algún spaguetti western después de tomarse un café en la terraza.

03 Batalla Juárez

1911 La batalla de Ciudad Juárez ∕ 1. La historia, lo escribió el doctor Pedro Siller como resultado de una investigación que realizó junto con Miguel Ángel Berumen, autor del segundo volumen dedicado al archivo gráfico de la contienda. Ambos ejemplares se publicaron en 2003 bajo el sello editorial Cuadro por Cuadro, Imagen y Palabra. El primer tomo narra detalladamente el origen y el desarrollo de un acontecimiento histórico determinante para la Revolución Mexicana, el cual, hasta hoy, ha sido menospreciado por la historiografía oficial.

05 Siller 1911

Lee aquí el libro

El 21 de diciembre de 2003, con nueve años de edad, me encontraba en casa de mis abuelos. Por la ventana miraba caer la nieve. Mi mamá me prometió que en Navidad iríamos a ver una película que me gustaría: The Lord of the Rings. En la cocina hacían tamales. Olía a chile colorado cuando llegó mi tata; así que, sorprendidas, mi madre y tía corrieron a esconder su regalo que aún no terminaban de envolver. En Noche Buena, en casa de mi bisabuela, abrimos los presentes. Aún mantengo el recuerdo de la cara de asombro de mi Tata al desenvolver el suyo: 1911 La batalla de Ciudad Juárez ∕ 1. La historia, cuyo autor sería, muchísimos años después, mi profesor en la licenciatura de Historia de la UACJ. El enorme libro contaba la historia de unos pistoleros que habían tomado la ciudad hacía casi cien años, disque para hacer una revolución. Dejé mis obsequios y corrí a ver el libro. Contenía una gran cantidad de fotografías que nunca había visto. “¡Esa es la iglesia del centro, Tata!”, grité. “Sí, mijo, esa es. Este es el mercado que está enfrente, mire.” Mis primos continuaban jugando con sus figuras de Gandalf, Aragorn y Légolas; yo solo quería acabarme el libro. Por semanas, cuando visitábamos su casa, lo primero que hacía era buscarlo, observaba una y otra vez todas las fotos y leía pequeños fragmentos hasta que mucho tiempo después lo terminé.

Joe Siller 1911 dedicatoria

Antes de la investigación de Siller, no existía texto alguno sobre la Casa de Adobe, la cual, durante varias semanas, fungió como oficina presidencial. Tampoco se había ahondado en las figuras de Pascual Orozco, Abraham González y Giuseppe Garibaldi; menos, en la labor de los fotoperiodistas, quienes arriesgaron su vida para dejar un testimonio gráfico de los últimos días del viejo oeste. El libro del historiador oriundo de Chiapas registra de manera escrita y gráfica a los verdaderos responsables de la revolución; pues, como sabemos, después de la Decena Trágica todo se convirtió en una Guerra Civil. A partir de este texto, comenzaron a surgir otros que abordan dicha perspectiva. En ese sentido destaca Del Cerro Bola al Rio Bravo: Soldados de fortuna, forajidos e insurrectos durante la rebelión maderista en la frontera (1910-1911), de Reidezel Mendoza, el cual rescata, nombre por nombre, la identidad de muchos de los personajes, salidos de una película de tiroteos, que lograron la renuncia de Porfirio Díaz.

Abraham escolta

Pasaron los años y, debido a diversas situaciones, dejamos de visitar a mis abuelos. Perdí el interés por los libros. Solo quería escuchar música y ser John Lennon. Detestaba la escuela y juraba que terminando la preparatoria haría una banda y me volvería famoso. ¡JA! En quinto semestre comenzó la presión. “¡Tienes que estudiar! ¡Necesitas ser alguien en la vida!” Me ponía los audífonos y reproducía una y otra vez Nowhere man de los Beatles. No sé qué sucedió después, pero de repente me encontraba en clases de Historia. Aún desconozco porqué elegí eso, pues estaba en contra de los libros, de los discursos oficiales, de todo. 17 años después de aquel 24 de diciembre, el libro que me maravilló en casa de mi Tata, ha vuelto a mí. Ahora, caigo en la cuenta de que ese libro marcó mi vida. Ha sido el responsable de mi constante necesidad por visitar el pasado y conocer el espacio que habito. Debido a él me atreví a cuestionar a mi bisabuela aquella penúltima Noche Buena que pasé a su lado; le preguntaba a mi Tata sobre los días de guerrilla; me quedaba horas mirando las fotografías colgadas en las paredes de las casas a donde iba; deambulaba por el centro de Ciudad Juárez nada más para entrar a la Misión de Guadalupe e imaginar la batalla. Gracias a ese libro estudié historia y sigo escribiendo sobre los rebeldes olvidados.03 Batalla Juárez

A lo largo de un prólogo y nueve capítulos, Siller narra la batalla ocurrida desde el Río Bravo hasta el sur de la ciudad en donde se encontraba el cuartel general de los militares. Asimismo, presenta los antecedentes de la contienda y los previos fracasos al intentar tomar otros poblados como Casas Grandes. De igual forma, reconstruye los días posteriores al triunfo militar y las distintas versiones sobre el altercado entre Madero y Orozco, quien estuvo a nada de derivar al líder en un tiroteo. Sin embargo, el gran valor de esta obra, más allá de la reconfiguración de un suceso prácticamente olvidado e ignorado, radica en la amplia capacidad narrativa y en la sensibilidad del autor. Quien lee 1911 La batalla de Ciudad Juárez no se enfrenta a las dificultades de un texto histórico común de la academia, lleno de citas y referencias teóricas que alejan al lector; sino que encuentra la voz de alguien que, apasionadamente, busca contarnos algo de suma importancia para él. Siller no pretende impresionar a los colegas “expertos”, pues su interés consiste en brindarle un regalo al pueblo fronterizo. Un obsequio envuelto en un libro de gran formato, el cual nos muestra sin tapujos nuestra historia, el rostro de nuestra gente de a pie que en medio de un tiroteo carga con una máquina de coser para entregársela a su pareja; la que aguanta la bravura del clima, el frío que yaga la piel y el calor que seca el cabello; la que convive con la violencia desde que se fundó este pueblo “porque no hay de otra”; la que ante la injusticia se levanta y se manifiesta. Gente que se resiste al olvido desde el desierto.

José Vargas

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Bailarín bajo el peso de la lluvia

lunes, 04 mayo 2020 por juaritosliterario

Juárez con Jota (2 de 10)

En la primera entrega de esta decena de ensayos –dedicada a la novela Vereda del norte, compuesta en 1937 por el escritor juarense José Urbano Escobar– mencioné la homofobia y los crímenes de odio cometidos contra lesbianas, gays, bis y trans. Dichos actos, también dije, nos recuerdan que las innegables contribuciones de la comunidad LGBT a la cultura universal han sido siempre acalladas y relegadas por motivos religiosos, sociales o raciales. La monografía de Efraín Rodríguez Ortiz, Crímenes de odio por homofobia: los otros asesinatos de Ciudad Juárez (2010) sirve de guía para comprender cómo el varón tradicional, proveniente de un sistema patriarcal, pierde sus referentes cuando interactúa con sexualidades no convencionales. Al ponerse en crisis su propia identidad, “el masculino no sabe y no quiere saber otras maneras de reaccionar que no sean a través de la violencia”. En este segundo texto, retomo el recuento cronológico de la creación literaria con temática queer en la zona fronteriza de Ciudad Juárez-El Paso. Así pues, toca el turno a la opera prima del narrador paseño Arturo Islas: El Dios de la lluvia: una historia del desierto.

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Lee aquí la obra

El libro, publicado originalmente en inglés en 1984 en Palo Alto, California, y aún sin traducir al español, traza la genealogía de una familia de origen mexicano que se asienta en un nuevo hogar al otro lado del Bravo, primero en Nuevo México, pero pronto se mudan a la frontera, al Segundo Barrio en El Paso, Texas. A pesar de que Miguel Chico (alter ego del autor) y su padre protagonizan la historia del linaje Ángel –así se apellidan, aunque le quitan la tilde–, un capítulo de la novela, “Rain Dancer”, se centra en el tío Félix, también conocido por sus empleados como el “Jefe Joto”. Su asesinato es brutal; la escena donde su hermano, Miguel Grande, debe reconocer en la sala forense el amasijo de carne en que quedó reducido desconcierta a todos los personajes, pero sobre todo, al lector, sin importar que desde la página seis ya se había anunciado su muerte. El crimen perpetuado en contra de Félix Ángel, además de generar un punto de quiebre en el ritmo de la novela –y en la misma tradición de la literatura chicana–, ilustra el estigma de ser homosexual en una época en la que el homicidio parece más tolerable.

Arturo Islas nació en El Paso en 1938; prolífico poeta, académico, ensayista y escritor de cuentos, es reconocido por sus dos novelas concluidas, que planeaban ser una trilogía: Almas migrantes (1991), secuela de El Dios de la lluvia. Su prematura muerte, en 1991 a causa del sida, truncó una carrera productiva e influyente en las letras latinas (o latinoamericanas), más allá de la veta chicana. Islas fue un escritor reflexivo, dedicado y consciente de un estilo que vertió en distintos registros; promovió, además, un sentido de responsabilidad hacia la comunidad con sus colegas –profesores y escritores–, estudiantes y críticos. Durante su carrera profesional, como profesor en el Departamento de Inglés de la Universidad de Stanford, formó una extensa colección de documentos, registros y bibliografía sobre estudios mexicanos, desde lo prehispánico hasta lo chicano. Como escritor de la frontera entre El Paso y Ciudad Juárez, hay que ubicarlo en la vanguardia en el tratamiento de dualidades sociales, lingüísticas y cognitivas. Uno de los nietos de Mamá Chona, matriarca de la familia Ángel, expresa: “Estamos en la frontera entre una tierra que nos ha olvidado y otra que no nos entiende. […] ¿Qué pues hemos de hacer nosotros, educados como espalda mojadas y con alma migrante?” Su compromiso artístico lo llevó a profundizar en la estética y la psicología de la creatividad gay, una exploración que chocaba con su formación tradicional, ligada al catolicismo. Como pensador homosexual, Islas superó límites, fronteras y roles establecidos, siendo el abanderado de la literatura queer escrita por chicanos.

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Una primera versión de la novela que aquí me ocupa se llamó Día de los muertos (1976), lo cual se hubiera prestado a una interpretación exclusivamente étnica o folclorista. En cambio, El Dios de la lluvia dispara varias lecturas y juegos intertextuales, incluso con el subtítulo: Una historia del desierto. “A cambio de ofrendas y de sacrificios –en particular de niños–, Tláloc otorgaba a los hombres todo lo necesario para la vida” (Guilhem Olivier), para fundar nuevos pueblos, como el que se asentó en el Lago de Texcoco. Esta deidad, una de las más antiguas de Mesoamérica, actúa para otorgar el valor, el mando, es decir, el poder, razón por la cual uno de sus nombres era “El Dador”. En el capítulo final de la novela, aparece un canto atribuido a Nezahualcóyotl, transcrito por el primogénito de Mamá Chona –el primer Miguel Ángel– quien murió en las calles de San Miguel de Allende a inicios de la Revolución a causa de una bala perdida: “Toda la redondez de la tierra es un sepulcro: no hay cosa que sustente que con título de piedad no la esconda y entierre. Corren los ríos, los arroyos, las fuentes y las aguas, y ningunas retroceden para sus alegres nacimientos: aceléranse con ansia para los vastos dominios de Tláloc, el Dios de la lluvia, y cuanto más se arriman a sus dilatadas márgenes tanto más van labrando las melancólicas urnas para sepultarse”.[1] A sus 32 años, Mamá Chona enterró a su hijo, y con él toda su alegría; jamás perdonó a México por la infortunada muerte; el movimiento armado la orilló, junto con su marido, a desplazarse hacia el norte para cruzar la frontera y nunca volver.

La zaga de los hijos y nietos de Mamá Chona entreteje los hilos narrativos de la novela, dividida en seis capítulos y precedida por unos versos de Pablo Neruda: “Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta” (“Alturas de Macchu Picchu”). El grueso de la acciones en El Dios de la lluvia ocurre en la década de los 60’s, justo cuando el movimiento chicano estalló como contienda social. La lucha por los derechos civiles de la población de origen mexicano en Estados Unidos transformó a fondo su propia conceptualización, así como su actuar en muchos terrenos, incluyendo el ideológico. Las representaciones simbólicas, asumidas por las letras, conjugan un talante político y militante, al tiempo que delinean múltiples situaciones de subordinación ante la sociedad dominante. Sin embargo, veinte años después, es decir, cuando Arturo Islas intenta publicar su novela, los lemas activistas –“Sí se puede!” y “Viva la raza!”– han conformado la agenda de una literatura apologética, con un profundo sentido nacionalista y un acentuado orgullo étnico. No es de extrañar, entonces, que una obra alejada de las imágenes positivas o redentoras incomodara los discursos de identidad chicana. Fue así que Quinto Sol, la principal editorial de este tipo de literatura, rechazó el manuscrito de El Dios de la Lluvia por alejarse del molde prestablecido. Seguramente, las acciones en torno a figuras homosexuales, en un momento de histeria ante el VIH (referido como “la plaga” hacia 1985), fue suficiente para que la novela se considerara negativa.

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La construcción de Félix me parece fascinante tanto por lo complejo y problemático que resulta trazar la personalidad y función de un personaje poliédrico. Detecto, por lo menos, cinco aristas que concurren en su figura: sabemos de él a través de lo que juzga su familia, una posición ambigua, ya que si bien todos conocen su homosexualidad, no la aceptan; su hermano Miguel, por ejemplo, opina que “All good dancers are queer”; sin embargo, recuerda con gran cariño la costumbre de Félix de salir a bailar bajo la lluvia cuando eran niños. Otra opinión nos la dan sus empleados, y aquí la imagen entra en conflicto, ya que, por un lado, Félix trabaja en una fábrica como enganchador de mano de obra barata. Él acepta la labor de coyote “con la condición de que estos hombres fueran inmediatamente considerados candidatos para la ciudadanía estadounidense”. Pero, por otro lado, él también se encarga de las examinaciones: pruebas físicas que le permitían palpar los genitales de los jóvenes obreros. El acosos en tal situación de poder era inminente; en esos días, “contemplando tanta belleza con la maravilla y el asombro de una novia, su único deseo era tocarlos y sostenerlos en sus manos con ternura”. La mayoría de los trabajadores olvidaba la experiencia, aunque “de vez en cuando se referían a sus espaldas, pero con cierto afecto como el Jefe Joto”.

El narrador omnisciente de la novela, la tercera voz que delinea al personaje, es la más importante. El cuarto capítulo, dedicado en exclusivo para Félix, nos presenta la estampa de alguien cercano y sensible a la naturaleza: “amaba los momentos tranquilos al anochecer, tanto como el olor del desierto justo antes y después de una tormenta eléctrica cuando el cielo, cargado de rayos, se volvía fresco con la fragancia del mezquite, la salvia blanca y la pimienta silvestre”. Ahí nos enteramos cómo cortejó a Angie, con quien se casó y procreó a cuatro hijos. Llama la atención que, aunque desde niño mostró comportamientos que podrían atribuirse al ser-gay, se aparta por completo de la heterosexualidad una vez que nace su hijo JoEl, quien, debido a sus constantes pesadillas, duerme con sus padres. “Mientras los tres dormían juntos con mayor frecuencia, Félix perdió su pasión por Angie, y se despertaba durante la noche sosteniendo contra el pecho a JoEl en su lado de la cama. Sus sentimientos protectores por el niño lo dejaron perplejo y desorientado porque parecían más fuertes que su deseo por su esposa”.

La violencia con la que es liquidado y lo que provoca el crimen en sus hijos Magdalena (Lena) y JoEl constituyen, respectivamente, la cuarta y quinta línea que ciñen al personaje. Félix frecuentaba un bar en el centro de El Paso en donde solía conocer a sus parejas ocasionales. Ahí conoció a su asesino, un militar de 18 años, con quien partió rumbo a un paraje más privado. “Estaban en el auto de Félix, en un cañón del desierto en el lado este de la montaña, y solo hablaron brevemente antes de que el chico lo pateara hasta matarlo”. La notica la recibió Miguel Grande, oficial de la policía quien por ese entonces buscaba su ascenso en la dependencia. Él se encargó de mantener discreción ante la familia y los medios. Lena insistió en saber la verdad y forzó a que su tío indagara y buscara la pena para el culpable; sin embargo, “El abogado pensó que era inútil someter a la familia a la vergüenza y bochorno de tal investigación. El joven soldado había actuado en «defensa propia y justificadamente», dadas las circunstancias, y no había razón para enjuiciarlo. Ya había sido trasladado a otra base”. Miguel Grande permaneció en silencio; Lena estupefacta. “Maldito hipócrita”, le dijo; “Unos meses después, se alegró de saber que su tío no había sido elegido jefe, pensando que eso lo obligaría a comprender cómo era realmente la vida de los mexicanos de «clase baja» en la tierra que garantizaba la justicia bajo la ley para todos”.

La representación de la sexualidad de Félix lo convierte en una figura única para los estudios chicanos y queer. El paradigma del armario que predomina en las construcciones de personajes gay no tiene nada que ver con Félix. Tal disyunción no solo sorprende por el crimen de odio cometido por homofobia, sino por sus expresiones transgresivas de homosexualidad, formadas por una red de dinámicas de poder entrelazadas, asociadas con sentimientos étnicos, sociales y, por supuesto, con la inseguridad masculina.

Carlos Urani Montiel
Ciudad Juárez, 26 de julio de 2019

[1] El canto original aparece en un tratado de 1778, Tardes americanas, compilado por fray José Joaquín Granados y Gálvez.

Texto publicado originalmente en Sinembargo.mx

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Dos visiones musicales sobre Juárez

jueves, 30 abril 2020 por juaritosliterario

Las primeras palabras que muchos piensan al hablar sobre Ciudad Juárez son feminicidio, narcotráfico o cualquier otra que entre en el campo semántico de la violencia. Pareciera que la frontera solo significa en el imaginario popular un montón de huesos apilados, una suerte de Auschwitz-Birkenau que no ha sido liberado ni rescatado. Hay una razón, pero también una mala publicidad.

La ciudad posee una larga y extensa historia de guerras, revoluciones e incluso perversión, al encumbrarse como una gran urbe gracias a la ley Volstead, promulgada en Estados Unidos a finales de 1919, la cual prohibía la elaboración y distribución de alcohol. Sin proponérselo, una ley que afectaba las libertades de un país benefició económicamente a la zona fronteriza, ya que permitió que el flujo de alcohol se intensificara en este lado del río, y con ello el capital. No son pocas las familias juarenses cuya riqueza recae en el acto criminal de traficar con licor a los Estados Unidos.  Varias cantinas y restaurantes decidieron dejar El Paso para establecerse del otro lado, lo cual incrementó la vida social y nocturna de una joven y postrevolucionaria Ciudad Juárez. Luego se sumaron casas cerveceras y destilerías. Para esos años la frontera simulaba un pequeño Las Vegas y se promocionaba como tal, con el fin de reponerse económicamente de los estragos que dejó la Revolución Mexicana.40 av-juarez-mexico-1.jpg

Los puritanos estadounidenses ladeaban sus cabezas de un lado para otro, cruzaban sus brazos, exhalaban muy fuerte en signo de desaprobación y comenzaron a hablar de la “ciudad de la perdición”. Una leyenda que sigue completamente viva, aunque muta (ahora, por ejemplo, ya no vienen a beber a escondidas de la ley, pero sí es común ver a jovencitos all american rondar los bares de la avenida Juárez para poder tomar antes de los 21 y ahorrarse unos cuentos dólares). Dicho mote, al estilo del marketing de bebidas y casinos de Las Vegas, Enrique Bunbury lo convirtió en “La ciudad de las bajas pasiones”, canción incluida en Flamingos, de 2002.

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Acepto que Bunbury es uno de mis placeres culposos, incluso más que otros como Alejandro Sanz o Paulina Rubio; por ello cada vez muy que pasó frente al hotel Flamingo, ubicado sobre la avenida Triunfo de la República (cabe resaltar que no hay relación entre el título del disco y el hotel) comienzo a tararear “Saliendo de Ciudad Juárez / aún nos duraba la noche más larga / quizás no fueran bastantes / canciones de madrugada”. La melodía narra la salida de Enrique Bunbury y su banda, El Huracán Ambulante, de la frontera en el 2000, y su planteamiento no va más allá de la estereotipada representación en algunas telenovelas de Telemundo: narcocorridos, corrupción y un sitio de paso. Por ello, resulta difícil culpar al músico español por reproducir una idea que permea gracias a los medios de comunicación masiva.

“La ciudad de las bajas pasiones” fue la primera canción que escuché de alguien extranjero que hablara sobre la ciudad en la que nací y crecí. Antes, mi experiencia musical juarense difería por completo. Durante mi niñez transmitían en una televisora local un comercial con escenas de características de la urbe utilizando una famosa melodía de Juan Gabriel. ¿Qué podía tener de malo una ciudad donde debe vivir dios? “Si Juárez es bello, canto, baile, limpio, dulce, brillo, claro, suyo, mío y sobre todo un amor”. La canción resulta por completo pegajosa, alegre, y optimista; y, sin duda, había que creer ciegamente en la palabra del apóstol mayor del norte, Alberto Aguilera Valadez. No obstante, se vuelve difícil comprar esa versión de la frontera cuando confirmas que dios no vive aquí y no pasa nunca a asomarse.40 Juanga-Noa Noa.jpg

Esta visión también se encuentra en otras composiciones de Juanga, como en “La Frontera” donde está “lo más hermoso, lo más divino”, o en “Denme un ride”, la cual expresa esa añoranza por volver a la ciudad aunque sea por amor.  La misma sensación ofrece María Barracuda en  la canción titulada con el nombre de urbe: “es mi ciudad, donde hay lealtad / amo ese lugar / cause Cd. Juárez is the number one”. La intérprete mexicana brinda una imagen más realista y apegada a la verdad de este sitio, un lugar con putas, narcos, cholos, mojados, donde “la vida se renta”. Amar no es negar, y por mucho amor que se le tenga a esta ciudad no se puede negar su realidad.40 Barracuda.jpg

La visión de la frontera se vuelve más apocalíptica cuando la cantan extranjeros. Por ejemplo Bob Dylan en “Just like Tom Thumb’s blues”, la cual, incluida en su aclamadísimo Highway 61 Revisited, menciona que “When you’re lost in the rain in Juarez when it’s Easter time, too / And your gravity fails and negativity don’t pull you through”.  Luego, compararía esta zona geográfica con un sitio ficticio de horror: la Rue Morgue. Años después, la cantautora Tori Amos sacó el disco doble To Venus and Back, ganador de dos Grammys en el 2000, cuya segunda canción se titula “Juárez”. En ella se habla de las obreras de maquiladora víctima de feminicidio: “Dropped off the edge again down in Juarez / “don’t even bat an eye / If the eagle cries” the rasta man says, just cause the desert likes / Young girl flesh and / No angel came”. Por su parte, el grupo Calexico lanzó en el 2000 “Crystal Frontier”, basada en el libro de Carlos Fuentes. Una de las estrofas habla sobre Amalia, trabajadora de una línea de producción de televisores que perdió a su hijo “en un río de lágrimas”.40 calexico.jpg

Existe otras opciones musicales que abordan la ciudad de la perdición como “Cocaine blues” de Jonny Cash, quien une dos tópicos que parecen indisolubles: la frontera y las drogas. No obstante, también encontramos miradas más amables. El cantante Tom Russell, en “Hills of Old Juarez”, narra la historia de un paseño que se enamora de una juarense de ojos negros llamada Inez. Russel es un Juanga de El Paso. En “Goodnight, Juárez” también menciona a la ciudad, ahora bajo una perspectiva turística, ya que Russell ha pasado gran parte de su vida en El Paso a pesar de nacer en Los Ángeles. Por ello, la canción se antoja sincera y acogedora, pues señala a los mariachis y el mercado vacío. Cuando la escucho solo puedo pensar en una caminata del Puente Santa Fe por toda la Juárez hasta su famoso Mercado. Russell compusó “When Sinatra Played Juarez” para rememora algo que ya no tenemos. En la pieza se recorren el Kentucky y el salón La Fiesta, y se marca como el inicio del apocalipsis el día que Sinatra tocó en la frontera: “Those were truly golden years my Uncle Tommy said, /cause everything’s gone straight to Hell since Sinatra played Juarez”. Ese mismo Juárez también es retratado por Ry Coorde en “Mexican Divorce”, donde habla de los divorcios exprés, lo cuales también le dieron fama a la ciudad: “Down below El Paso lies Juarez / Mexico is different, like a travel folder says”.

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No creo que alguien tenga razón y otros mientan: Juárez es el número uno, pero también la tierra del feminicidio y los bares. La mirada de amor sobre este pedazo de tierra no anula todo lo que nos ha tocado vivir; sin embargo, tampoco representa esa zona de holocausto que existe en el imaginario colectivo, una escena en sepia con un cactus gigante de fondo. Pareciera que solo nos ven como un montón de huesos apilados, cuando en realidad somo vivimos como una ciudad más. [1]

César Graciano

[1]Gran parte de la información histórica utilizada la tomé de diversos artículos publicados por Juan de Dios Olivas en la página La verdad Juárez. https://laverdadjuarez.com/

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