Montemayor en el fin de la tierra y de la carne
A finales de febrero se celebró el décimo aniversario luctuoso de Carlos Montemayor (1947-2010), poeta, narrador, crítico literario, tenor, defensor y difusor de las lenguas indígenas. Aunque gran parte de su popularidad literaria se debe a su trabajo narrativo, sobre todo a novelas emblemáticas como Guerra en el paraíso (1991), Las armas del alba (2003) y Las mujeres del alba (2010), la poesía siempre tuvo un lugar esencial en su vida, pues él se reconocía, antes que nada, como poeta. Publicó al menos cinco poemarios: Las armas del viento (1977), Abril y otros poemas (1979), Finisterra (1982), Los poemas de Tsin Pao (2001) y Apuntes del exilio (2010). También realizó las antologías Abril y otras estaciones, ganadora del Premio Nacional de Literatura José Fuentes Mares, y Poesía: 1977-1994, en la cual corrigió y reescribió algunos de sus escritos, por ejemplo Las armas del viento, el caso más extremo. Además, algunas piezas sueltas aparecieron en revistas y compilaciones. Para Montemayor, la poesía consistía en un espejo que ofrece al ser una mirada de sí mismo; así, el espacio físico, lo exterior, se funde con la voz para mostrar y exponer su anhelo, su miedo, su vida. En cambio, definió la narrativa como una reconstrucción, una forma de apropiarse del mundo, de tratar de entenderlo.
Sangre Ediciones, editorial independiente de Chihuahua, tiene como función la difusión literaria de forma accesible y económica; han publicado textos de Vicente Anaya, Enrique Servín, Jazmín Cano y Atenea Cruz. Este año, apareció en su catálogo el poema Finisterra de Montemayor, acompañado de un comentario que el autor escribió sobre su propio texto en El poeta en un poema, antología publicada por Marco Antonio Campos en 1998. Además, se incluye en la contraportada el manuscrito del poema “VIII” del Cuerpo que la tierra ha sido (1989), mismo que apareció en un dossier del número 15 de la revista Periódico de Poesía de la UNAM en 1995 como inédito. La versión que ofrece la editorial chihuahuense se basa en la primera edición de 1982, misma que utilizó Campos en la antología mencionada.
La sección final del libro se titula de manera homónima y consiste en un texto de ocho estrofas, que suman 158 versos cantando al erotismo como medio para llegar a la eternidad. La muerte aparece de manera constante en la poesía de Montemayor, igual que la pregunta ¿cómo permanecer? La respuesta en sus textos siempre resulta plural; por tanto, carente de certeza, ora pesimista, ora alentadora. Algunas veces nos ofrece el vacío, la nada; luego, la unidad (muy presocrática, por cierto) de los seres que después pregona. Materia que se transforma y que, sin embargo, perdura. He ahí la desesperación del poeta y la necesidad de la poesía en su vida. En “Finisterra” el canto se vuelve desgarro, grito… luego, serenidad.
El paisaje marítimo –la lucha del oleaje, el sol y el viento–, igual que el poeta, protagoniza los versos; por otra parte, la arena toma un papel pasivo, un ente que recibe. Sustentado en un erotismo dicotómico, donde lo masculino y lo femenino están impregnados de un simbolismo establecido (pasivo, activo), la voz poética busca en el cuerpo de la amada la manera de alcanzar la eternidad, de la misma forma en que el encuentro violento de las olas de Finisterra las inmortaliza. El poema canta el acto erótico del cuerpo de carne y agua. Alcanza un ciclo: primero la violencia, el dolor de no ser eterno, la conciencia de la vulnerabilidad, “la furia de que los cuerpos amen intensa y demencialmente / pero sus sexos se deshagan como arena salada y dolida”; luego, el encuentro con la otra, la desconocida, el reconocimiento del territorio de la mujer (los senos, el “sexo rutilante”), el abrazo, la unión, la aparición de los astros y el culmen, antítesis maravillosa de un ser “sembrando recuerdos permanentes en cuerpos inmortales”; finalmente, después de esta cúspide del crescendo, viene la calma, la tranquilidad, la conclusión y otra respuesta a partir del lenguaje (representado como canto) a la pregunta imperecedera: “¿cómo no morir?”. El ser se eterniza a través de la voz o, al menos, eso exige el poeta a Finisterra: “déjame decir que este grito espumante es para siempre, / que será mi voz para siempre, / oh que será mi voz para siempre”. Los cuerpos de carne, amándose, buscando, al final se transforman en voz, en réplica; así, el arte significa la eternidad. Ya lo decía Severo Sarduy: el lenguaje poético es erotismo, transgresión.
“Finisterra”, al igual que los poemas anteriores de Carlos Montemayor, refleja el conflicto del ser humano frente a la muerte. Sin duda, el texto muestra una intención en los distintos niveles de la literariedad: el fónico, sintáctico y semántico. La estructura del poema resulta soberbia. Aunque parece que al final hay una resignación ante la condición humana por parte del poeta, la explosión de los sentidos y su súplica continúan hasta el desenlace, pues se sigue doliendo de aquello que no le pertenece. La pieza del escritor norteños representa la cristalización y la proliferación de la imagen del paisaje marino, en donde se alude al erotismo del cuerpo a través del erotismo de la palabra.
Me parece muy acertado que Sangre Ediciones incluyera el comentario de Carlos Montemayor en la plaquette, puesto que acerca al lector no solo al texto poético (que claro, es lo más importante) sino también a su proceso creativo, a las lecturas del poeta, sus influencias y sensibilidad. Montemayor siempre consideró que el escritor no debe solo apelar a lo sentimental, sino que debe poseer, además, una técnica, la cual buscaba constantemente en las obras que analizaba y comentaba en su labor de crítico literario y que tuvo presente a la hora de realizar sus propios textos. En hora buena por Carlos Montemayor y su poesía que está resurgiendo, primero con la versión de Los poemas de Tsin Pao para adolescentes preparada por Martha Elena Montemayor Aceves (UNAM, 2017) y ahora con Finisterra de Sangre Ediciones.
Graciela Solórzano Castillo
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Escape (narrativo) en bicicleta
Tras la afortunada muerte de Sebastián Oribe en Villaltenco, Coahuila, las verdades salen a flote, tal como el cadáver, después de la pesada y solitaria marcha fúnebre: “Un burbujeo efímero enmarcó la despedida. Julián recordó las palabras del padre Agostino, «tu padre no ha muerto», y reprimió el estremecimiento que le quiso brotar. -Si no ha muerto –pensó–, no tarda en ahogarse”. Este fragmento forma parte de Las bicicletas, opera prima del escritor regiomontano David Toscana, reconocido en múltiples ocasiones por El último lector (2005), El ejército iluminado (2006) y Olegaroy (2017, Premio Xavier Villaurrutia). La novela fue publicada en 1992 por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes en el Fondo Editorial Tierra Adentro. Su trama se desarrolla después de que las minas del norte se agotan y el tren llega al poblado coahuilense solo para arrojar malas noticias y augurar, con ello, su desaparición inminente.
En Las bicicletas, el narrador nos habla con un efectivo humor negro sobre el despertar de los residentes de Villaltenco, una vez que una serie de factores altera el diario acontecer: el sacerdote ha roto uno de sus votos; una joven ansía por salir de su lugar de origen después de ver la gran Ciudad de México en unas cuantas fotografías; un misterioso cantinero llega al pueblo. Sin embargo, y al igual que en muchas de sus obras, Toscana presenta aquí, por vez primera, una pieza clave de su escritura; una pista que se oculta detrás de secuencias que rozan lo absurdo y que culminan en eventos catastróficos, es decir, la denuncia de crímenes cometidos contra mujeres e infantes: “Con tina piedra pómez, talló su engallinada piel hasta llagársela en el vientre y los muslos. La noche le resultó corta para deshacerse del sudor, los pelos y las caricias del viejo”.
Tanto la violación de Emma como la de Macaria, protagonistas femeninas, ocurren como sucesos inevitables en el ciclo de vida de la mujer en Villaltenco, rito de paso para la realización de sus deseos. Su vida se trunca y queda a la expectativa del destino del poblado y del mandato de un violador que se asume como tal debido a su poder monetario. Estos eventos constituyen un vistazo a la corrupción humana que distingue a las obras de Toscana, en las que los curas, gobernantes y los propios ciudadanos son parte de un sistema dominado por sus instintos, por el alcohol y la incompetencia. Mientras que las acciones que ofenden la moral se castigan con prisión, las que agreden a las personas son vistas como oportunidades de compensación privada: “No te angusties hija. Ya no está Demetrio para que puedas remediar el mal, pero yo seré tu instrumento de expiación”.
El humor que caracteriza la prosa de Toscana reflexiona sobre la ligereza con la que se asume o se toma la muerte y la agresión, lo fácil que resulta normalizar la violencia y la capacidad para adaptarse a un sistema corrupto. No obstante, el autor regio ofrece una salida a este mundo sumido en una cotidianeidad desgastante, aun cuando las soluciones resulten descabelladas y sus personajes se enfrenten, en ocasiones, a un final trágico. Sumirse en la locura y apartarse de los estándares morales constituye una vía de escape para la búsqueda de la tranquilidad y hasta de la felicidad en un proceso de liberación: “Cuando Toño Cavazos salió a la calle, Sanjuanita lo abordó con preguntas. -¿Lo viste? ¿Dónde está? ¿En la cantina? No, se quedó por allá –dijo señalando hacia el sureste–, encima de la primera loma. La mujer caminó hacia la dirección indicada lenta y desinteresadamente. Tan pronto se sintió fuera de las miradas, se echó a correr”.
Sanjuanita, la solterona, es el único personaje que al final logra dejar atrás su mundo para satisfacer sus deseos sexuales, mientras que las historias en Villaltenco se quedan inconclusas para que el lector arme su propio desenlace de los hechos. Finalmente, en Las bicicletas se observan la mayoría de los rasgos que caracterizan la voz de un autor, ahora consolidado: un ecosistema semiárido, la denuncia de crímenes negados u olvidados, un refrescante humor negro y personajes que tienden a la locura a pesar de ser los más cuerdos de la fábula: “Comenzó a llover con inusitada vehemencia y la gente se descaminó entre gritos y correrías, sin memoria para la dignidad, dejando al difunto sin otra compañía que la obligada y la pagada. […] El agua se había comenzado a asomar por los bordes y, cuando acomodaron el ataúd, imperaron las leyes de la física sobre el candor de la voluntad. «Los muertos flotan», dijo uno de los muchachos con la suficiencia de Arquímedes vuelto a nacer. -Vamos a llenarlo con piedras –dijo otro”.
Diana Varela
Texto publicado originalmente en Sinembargo.mx
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Invierno, mariposas y ciudades
César Silva Márquez (Ciudad Juárez, 1974), poeta y narrador, ha sido becario en múltiples ocasiones del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Chihuahua. Su obra De mis muertas (2005) obtuvo el Premio Binacional de Novela Joven Frontera de Palabras (Border of Words), su cuentario Hombres de nieve consiguió el Premio Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí en el 2011, y La balada de los arcos dorados ganó el Premio Bellas Artes de Novela José Rubén Romero dos años después. Además, ha publicado ABCdario (2000), Si fueras en mi sangre un baile de botellas (2004), Juárez Whiskey (2013) y Jardín de invierno (2017), libro en el que a continuación me centraré.
Publicado por Bonobos dentro de la Colección Reino de Nadie, Jardín de invierno se divide en tres apartados: “viajes”, “interludio con personajes” y “alcohol”, además de las secciones “Misiva” y “10 años después” que solo contienen un poema. En la primera parte imperan las postales; en las cuales el yo lírico reflexiona y contrapone su estado anímico con lugares e imágenes de distintas geografías en las que se encuentra. En el poema “frente a los jardines de luxemburgo”, por ejemplo, la voz poética cabila en torno al tiempo trascurrido y su presente: “pienso en lo que he visto / en los últimos días / y sé que necesitaré 20 años más / para nombrar este presente”. Así, su pesimismo empaña la visión del río parisino: “porque hoy el sena es tan sólo / una trenza de río, un agua sin reflejo”. El texto concluye con la resignación a través de la bebida: “los vidrios beben / mientras / yo bebo”.
Algo similar se presenta en “del viaje”, ahora en otra latitud, Montreal, Canadá. Estos versos se constituyen del contraste entre los múltiples escenarios de la ciudad y sus marcadas estaciones temporales: “un día la seca nieve cubre mapa y horas / otro, el sol es perfecto y mujeres se tatúan la cintura”. Como en el poema anterior, aparecen los espacios bohemios: “en los bares las mujeres desnudas / hablan francés italiano y español”; y concluye también con una reflexión, pero ahora acerca de un pasado que vivió a destiempo: “yo tenía 25 años / pero la ciudad era más joven”.
La segunda parte del poemario posee una naturaleza más heterogénea. Mientras que “abuela en cama de hospital” retrata la convivencia a la que se ven obligados los parientes cuando un integrante de la familia muere: “niños que sigo sin reconocer / me nombraron tío por ser hijos de mis primos”; en “poema de las últimas cosas” hay una numeración de nombres de mujeres como entes ficcionales: “beatriz se hizo polvo a media página / leticia en 35 líneas mientras me esperaba desnuda y ebria”. También aparecen algunas preguntas respecto a su paradero textual, “¿hacia qué palabra se mudaron? / ¿qué libro habitan?”, y a su conformación ficcional: “entre dientes de adjetivos, verbos y sujetos / círculos de canciones a medias / páginas como tranvías a nueva jersey o más allá”. Por su parte, “zhora muere en blade runner” es un ejercicio de écfrasis referencial que, sin embargo, no logra ofrecer una propuesta estética equiparable a la vibrante escena de la película de Ridley Scott.
El último apartado comienza con “naturaleza muerta con cerveza”, poema en el cual aparece efectivamente el tópico que define esta parte: la bebida embriagante. El texto refiere a una lista que describe, en su trasfondo lírico (casi publicitario), los beneficios de este líquido: “la cerveza es un buen desinfectante de verduras / no causa enfisema, cura ganglios y arregla gargantas”. En “mercado juárez” aparece “la cerveza como carnada”, convirtiendo al espacio que rodea a la voz lírica en uno que podría habitar cualquiera: “algo en el traspatio / donde la fiesta significa / un bar a media acera”; es decir, el emblemático mercado de la frontera representa un lugar iluminado por la cotidianidad, donde “cada trago incendia / la madera del saludo”.
En el poema que pertenece a la sección “Misiva” el ambiente se antoja de nuevo bohemio, aunque ahora con tintes más decadentes, además de una manifiesta línea entre los dos grupos protagónicos, quienes se acercan a la burla.: “hombres vestidos de mujer”, dentro de los cuales se cuenta el yo lírico pues “mis amigos abrazan / a la delgadísima / y ella los besa y se muerde las uñas”; y “mujeres que fingen serlo y se tropiezan cuando buscan el baño”.
Por último, en “10 años después”, se encuentra “hombre en oficina”, una pequeña odisea de escape del tedio a través de la imagen. Dividido en cuatro partes, el texto comienza con la estela de un pájaro y el recuerdo de una multitud de mariposas que detonan una serie de cuadros: un travelling cinematográfico que halla los momentos precisos en los que el tedio y la cotidianidad se tornan poéticos: “desde esta ventana / que por las mañanas el sol / aja la piel de mi brazo derecho / he visto al mundo ser muchos” […] “se escuchan el reloj y el zumbido de las máquinas calentando el aire / el claxon como clavo en medio de una madera de quietud”. En la segunda parte se ilumina un cerrar de ojos en un ambiente onírico costero que tiene “el barco más grande del mundo / que se aleja con la velocidad del caracol / [y] es un tambor apenas tocado por los dedos de un niño”. La tercera fracción, por su parte, radica en el abrir de ojos: “atrás quedaron las mariposas y la ciudad por la que daría un brazo”. Por último, llega el fin de la espera, la hora más deseada y “la lluvia entonces marca la hora de salida”.
Esta composición es, a mi parecer, la que más se destaca en el libro en cuanto a su calidad lírica. En él aparece un hombre “normal”, un oficinista que compone poesía a partir de ciertos momentos cotidianos, como la espera para salir del trabajo; mientras que en los demás textos resulta evidente el oficio de escritor del yo lírico, es decir, alguien que acostumbra moverse en espacios poéticos habituales o bohemios (“frente a los jardines de luxemburgo”), y por ello escribe sobre el alcohol (“naturaleza con cerveza”) o sobre su propio oficio (“poema de las últimas cosas”). En este sentido, confiese que me hubiera gustado leer un poemario con los atributos que caracterizaron solo al último texto.
Gibrán Lucero
- Publicado en Bar, bebida / cerveza, Ciudad, Mercado Juárez, Sinembargo, Vida cotidiana
Juaritos (Cleveland) Steamer
Juárez con Jota (6 de 10)
vivo por el impulso de tu humedad y cuando con voz
de secreto hablan los dos yo beso el blanco sonido
para tus voraces piernas ese día bebí las nubes de tu
pulpa ese mismo palpé que eras cuando me exigí
abrir los ojos dentro de tus manos siempre un punzo
un hilo profundo cruzó por el centro de mi infantil
hambre del don
Arturo Ramírez Lara: Nanas para dormir a Jonás, 2009
Hace más de un año asistí a una charla de café, organizada por el Colectivo Palabra Brava en Ciudad Juárez, en donde se discutieron ideas en torno a la creación artística con temática queer. Al evento, acudió como parte de la audiencia José Jasso, autor de Torceduras (2016), una plaquette que pude obtener esa misma noche de manos de su artífice, y de la cual ahora me ocupo para dar avance a esta serie de ensayos sobre la representación literaria de una matriz queer en la región fronteriza desde donde escribo. En la contraportada se lee que el ejemplar “inicia la Literatura Queer en Ciudad Juárez. En esta urbe de fronteras hacía falta una voz que trasgrediera el convencionalismo, que perturbara los temas recurrentes”. Los subrayados son míos, ya que este tipo de afirmaciones tan categóricas, casi siempre anónimas, despiertan dudas y suspicacias. Entiendo que quien estuviera al cuidado de la edición –José Juan Aboytia, escritor y tallerista al frente de Obra Negra Editores, junto con José Alberto García– buscara colocar la publicación en el bolsillo de los lectores; sin embargo, tales aseveraciones rompen una delgada línea, llamada tradición, sobre la cual descansan pocas pero suficientes, valiosas y mucho más transgresoras piezas para urdir una historia de la literatura –tanto regional como homosexual– de la que se desprenden formas de ser y actuar desde perfiles LGBTTTI+, asentados en ambos lados de la frontera.
Una vez aclarado el punto, paso lista a los antecedentes de esta tradición, poniendo un límite momentáneo en 2016: José Urbano Escobar, Vereda del norte (1937); Arturo Islas, The Rain God, a desert tale (1984); Arturo Ramírez Lara, Nanas para dormir a Jonás (2009), poemario utilizado en el epígrafe que altera la sintaxis, al tiempo que bosqueja imágenes eróticas altamente efectivas; Diego Ordaz, Los días y el polvo (2011); Benjamin Alire Sáenz, Everything begins & ends at the Kentucky Club (2012); Ángel Valenzuela, Northern lights o Hacia las luces del norte, según la edición (2015); César Graciano, Cuentos únicos y secundarios (compuestos en 2016 y publicados al año siguiente); así como la obra en general de Alicia Gaspar de Alba.
De vuelta al asunto central, la lectura de Torceduras resulta ágil, entretenida y ligera. Uno consume las hojas de inmediato, aunque su digestión, quizá, pueda ser más prolongada. La colección de cinco relatos cortos está plagada de sanas puterías y de sobrado humor; y me refiero por humor a cada uno de los líquidos y excrecencias del organismo. La figura protagónica, La China Sexo Oral, parece recorrer la totalidad de los cuentos; aunque su nombre no se mencione de manera explícita en la totalidad de ellos, ella asume la narración en primera persona para contarnos de manera frontal –en un tono íntimo, jocoso, a manera de confesión– sus andanzas y pasiones de alcoba. Otro personaje central, “el pelado”, también ronda de manera genérica varias páginas de la obra, funcionando más como un complemento o extensión de La China que como una fuerza antagónica que le dé hondura a la construcción de su identidad. Veamos. En el texto inaugural, “Hombre soltero busca”, nos inmiscuimos en el mundo torcido de las citas por internet: “«Travestí de clóset con lencería femenina… Fisting, scat, sadomasoquismo. Busco zoofilia, de preferencia con pastor alemán».” El soltero no da con su par, pero rememora:
Sigo sin aprender la lección. En uno de estos sitios online encontré al pelado. Fue bueno al principio hasta que se volvió una relación seria. Los encuentros se hicieron más frecuentes pero el sexo escaseó. Ahora todo es ver tele y tomar cerveza. Unos besos, una mamada y al final tengo que sacar a Terminator del cajón cuando se va, ¿qué quieren? La soledad es mala consejera.
Ante la tentativa de lanzarse de caza a un antro, como en su juventud, sigue navegando en la red hasta que “Llega un mensaje por whatsApp: es el pelado. Cierro la laptop y reviso que haya cervezas en el refri”.
Llama la atención el libre tránsito entre la identificación de género de La China Sexo Oral, así como una fluctuación (por no decir traición) sobre los códigos éticos de su grupo. Todo se rige por el grosor “de Ese” –como se nombra al pene con inusitado recato– en el segundo cuento, “Encrucijada”. El conflicto yace entre las políticas de la casa (“«primero las amigas, después los pelados»”) y la irrupción de un tal Adrián. La dignidad y autoestima también se aluden debido a lo que uno cede con tal de sostener una relación. “Por muy bajo que cayera, nunca le pagué a un mayate. Tiene que ver mucho que estaba tan jodida que apenas tenía dinero para mis propias cervezas”. Subrayo tanto las identidades colectivas (“las amigas”, “los pelados”, “los mayates”), como el género al que se adscribe la voz narrativa: “jodida”. En otra etapa posterior, cuenta La China, “nos fuimos a vivir a Las Torres… Ya no andaba tan lastimosa de efectivo… Pasábamos la fiesta vociferando a la D’Alessio con la de «En mi casa mando yo y no hay hombre que se sienta superior» o cualquier otra que nos hiciera sentir muy feministas”. Acuñaron un nuevo lema para sus invitados hombres, “«la cerveza que quieran, pero no dinero»”, con lo que definieron el tipo de reuniones predilectas: “fiesta típica de maricones y chichifos”. Cuando su amiga Regina llevó a la casa a Adrián, “Todas suspiramos”; cuál sería la sorpresa ante la invitación para formar un trío. Ya en el cuarto, La China desplazó a su “hermana” por la habilidad con la que ganó el apodo. “Un joto que no la mama es como una mariposa sin alas, pero esa es otra historia”, la del cuarto relato. Nótese que el adjetivo joto sí se asocia con la pertenencia, no así el de mayate, maricón y chichifo. La China queda prendida de Adrián. “No tuve más remedio que reescribir la política de la casa a «primero mujer que amiga» y les cancelé a todas”. Pero llegó el día que el pelado le pidió dinero prestado. “Como toda mujer que se respete preferí mi dignidad, mi amor propio”, por lo que se negó, sin que él se enfadara.
Tuve una semana más de no pisar el suelo, de sonreírle a los extraños y de querer hacer el bien. Eso fue todo. Por angas o mangas no lo vi más. Supe que andaba con la Juana, una jota que trabajaba de jefa de grupo de limpieza. Obviamente ella no tenía ni pizca de autoestima, lo que sí tenía era a Adrián. Y esa es la razón por la que estoy en la Universidad. Porque quiero ser ingeniero. Esos güeyes ganan la pura feria.
La oscilación genérica de los entes que habitan las historias me resulta fascinante como tema de trabajo, sobre todo cuando la alternancia significa y es condescendiente con la intriga o los pasajes más duros a los que se enfrentan esas figuras. La Historia de la Monja Alférez, escrita por Catalina de Erauso, alrededor de una fecha tan temprana como 1625, resulta ejemplar; pues ella se nombra varón cuando sus padres no logran reconocerla y, ya como soldado, retoma su condición de mujer cuando siente la muerte en la cordillera andina y, al final de sus aventuras, en la auscultación hecha por las religiosas con la que Catalina comprueba su sexo y su virginidad, argumentos suficientes con los que la autoridad papal le permitieron conservar (performar) su género masculino en público. En cambio, el titubeo ocurrente delinea personajes inconsistentes en historias que incluso podrían ofender.
De José Jasso conozco poco. Transcribo la información de la misma plaquette: “nació en 1970 en Ciudad Juárez, donde vive. Abandonó la carrera de Literatura Hispanomexicana para terminar la de Ingeniería Industrial y de Sistemas, la cual ejerce trabajando en la maquiladora. Fue becario en los Talleres de Escritura del Instituto Chihuahuense de la Cultura bajo la coordinación de Agustín García y Juan José Aboytia. Ha sido publicado en algunas antologías y revistas”, como en Manufractura de sueños: literatura sobre la industria maquiladora en Ciudad Juárez (2012).
¿Qué imagen conservamos del escritor de ocasión, de la literatura no como oficio sino como hobbie? ¿Importa saber datos biográficos detrás de la concreción de un relato? En principio, no; sin embargo, los contextos de producción nos sitúan frente a los textos. ¿La España post-franquista determina el actuar de Patty Diphusa de Pedro Almodóvar? ¿Necesita La trilogía sucia de La Habana la caída de la URSS y el bloqueo económico de EE. UU. para ser disfrutada? En principio, de nueva cuenta, no y no; pero dichos contextos más allá de ofrecer referentes sociohistóricos definen la postura de cada autor frente a su aquí y ahora.
Ese posicionamiento se vierte en la ficción a través de atmósferas –paisajes urbanos erigidos con consignas– y personajes construidos sobre credos o ideologías. Ahora bien, ¿es posible articular una doctrina desde el humor escatológico, la promiscuidad, el impudor o la ninfomanía? En definitiva, sí. El par de ejemplos del párrafo anterior me ahorra profundizar al respecto. Y antes de afirmar que Torceduras de José Jasso carece de lo uno (postura personal acerca de…) y lo otro (posicionamiento crítico hacia…), me cuestiono sobre mi propio anhelo de encontrar índices de subversión en toda obra artística. ¿Acaso un texto literario no puede ser diseñado por el puro placer de la escritura y con el fin último de entretener? ¿El compromiso antecede la valía? Si se lee un cuentario de temática queer anticipando el conflicto encarnado en las entrañas del ser homosexual o la proclama social hacia un entorno amenazante, entonces se delimita (por no decir dilapida) un género en expansión, multifacético y consolidado precisamente por su diversidad. ¿Que si me gustó Torceduras? Por supuesto que no. Recomiendo los cuentos de Jasso por divertidos, porque incluso en su relectura durante esta cuarentena me sacaron una que otra carcajada, y ya. Rescataría, tal vez, la avenencia entre la cogedera y la dura soledad, pero no más.
Carlos Urani Montiel
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Justicia que no llega: Castigos en el aire
Por mucho tiempo, las mujeres han sido relegadas a la sumisión y al silencio. Arminé Arjona siempre lo supo y, desde su producción literaria y otros medios, como las pintas callejeras, alzó la voz en nombre de los sectores más desprotegidos de la sociedad. Su novela Castigos en el aire reúne las historias de un círculo de presidiarias de la cárcel del condado de El Paso, Texas, donde la búsqueda de una pizca de humanidad permea a pesar de la injusticia a la que se les somete. El breve relato, debut de la autora en el género novelístico, se publicó bajo el sello de la editorial Hibrid@s en mayo del 2019, en formato e-book. Igual que sus otras obras, Juárez tan lleno de sol y desolado (2005) y Delincuentos: Historias del narcotráfico (2009), este texto convierte el espacio fronterizo en su escenario de acción y, al mismo tiempo, de reflexión.
Ortiz, Jackie, Pam, Drew y Adriana padecen la desprotección de un sistema que las rechaza y las ha catalogado como criminales. Acusadas de narcotráfico, violencia intrafamiliar, asesinato y prostitución, esperan sus juicios ante la imposibilidad de pagar una fianza. El trato déspota de las custodias, la deficiente atención médica y el frío de un voraz desierto forman parte de las adversidades cotidianas entre las rejas. Infortunios que responden a situaciones azarosas y malas decisiones que poco tienen que ver con la intención de delinquir. Adriana, por ejemplo, compró un auto en Ciudad Juárez y por recomendación del vendedor lo condujo hacia El Paso para que lo revisara un mecánico; se encontraba cargando con más de cincuenta libras de mariguana y, sin ser consciente de lo que sucedía, la joven perdió su libertad en las inmediaciones del puente internacional.
La disposición de los capítulos de la obra genera un contraste drástico, pues se desarrollan en una dicotomía temporal; es decir, entre los periodos previos y posteriores a los arrestos de cada una de las cinco mujeres en las que se centrará la narración. La vena poética de la autora aflora en su narrativa, el uso constante de anáforas y enumeraciones ahonda en la descripción del espacio y el monótono trascurrir del tiempo: “El pesar de los pesares, el horror de la injusticia, el olor de la venganza, el rencor acumulado, las lágrimas retenidas, las tensiones contenidas. La prohibición de tocarse, los maltratos a mansalva, el menoscabo infinito. La negrura y la amargura, el rigor del frigorífico, la frigidez tan impuesta, el alma siempre en quebranto, la sujeción acuosa del llanto”. El permanente clima gélido de las celdas incrementa la sensación de aprisionamiento, ya que la baja temperatura lastima los músculos y limita aún más la movilidad de las féminas. Además, los diálogos muestran el hablar propio de la zona, ese español agringado lleno de préstamos lingüísticos que genera un recorrido intermitente entre las dos lenguas, a la vez que revela el origen hispano de la mayoría de los habitantes de El Paso: “Si te sueltan mañana, ya no vuelvas, Fuck the court, fuck everything… go back to Mexico. You can’t trust justice. Don’t come back».
Durante la década pasada, el nombre de Arminé Arjona resaltó entre la comunidad juarense debido a una serie de breves textos que plasmó en paredes y muros públicos. Aforismos como “no me hallo, estoy desaparecida”, resumían, en brevísimas palabras, esa crítica voraz a la violencia e inseguridad que caracteriza a la autora fronteriza. En el epílogo de Castigos en el aire, Hilda Sotelo se refiere a esta actitud como a una postura “encabronada” y necesaria, pues el compromiso de quien se dedica a las letras es “con el universo y su cuerpo (la consciencia, ética), las escritoras podemos ser libres, escribir sin necesidad imperiosa de ser aceptadas. Podemos crear nuestras propias leyes creativas”. Con los textos de Arminé la lectora reflexionará sobre la culpa o inocencia que recae en los personajes, pero más allá de ese debate, atestiguará que el peor crimen de muchos consiste en pertenecer a un grupo desprotegido: los hispanos, las trabajadoras sexuales, los integrantes de la comunidad LGBTQ+, o simplemente ser mujer.
Empatizar con aquel al que el sistema llama delincuente no resulta una tarea sencilla. En febrero del 2017, el Papa Francisco visitó el CERESO de Ciudad Juárez y durante su discurso invitó a los reos a perdonar a la sociedad por haberles fallado en su formación y haber dispuesto de alguna forma las condiciones o carencias que los condujeron a delinquir. Poco se habla de la responsabilidad de las instituciones por proveer las herramientas necesarias para la instrucción de ciudadanos íntegros. El enfoque de la problemática criminal que propone Arminé cumple una de las labores más nobles de la literatura: situarnos en los zapatos de alguien cuya realidad nos parece ajena para, desde ahí, sensibilizarnos, volver a nuestra humanidad y, probablemente, también encabronarnos.
Claudia Chacón
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Darle asco a los que sí serán recordados
Asistir a congresos, como ponente o asistente, ha perdido valor y se ha convertido en turismo académico; sobre todo los organizados por y para estudiantes. No obstante, ahí encontré esperanza del futuro de las letras en México, conocí a personas que sé que algún día serán referentes en la literatura nacional: Nicté Toxqui, Ilse Daniela Campos, Antonio Miguel Ortíz (Miguel Guerra) y Aziz Córdova. Sobre este último quiero platicarles. Nació en Agua Prieta, Sonora en 1995, aunque se mueve constantemente entre la ciudad fronteriza y la capital del estado, Hermosillo. Del joven escritor aún conocemos poco. Todavía no aparecen tesis de posgrado sobre su vida y obra, pero en Facebook tiene más de “40 likes para un poema”; tampoco identificamos quiénes fueron sus influencias y a qué talleres asistió. Sin embargo, sabemos lo siguiente: que parece un gigante, no de los tenebrosos, sino de aquellos tan adorables que apenas lo ves quieres abrazar; que pocas veces peina su cabello dorado, que recorrió Baja California con un suéter amarillo y en cada parte que pisó dejó buenos recuerdos; y que cuando conversa muestra un tono de voz mantequilloso, pero cuando recita sus poemas se convierte en dragón y sus palabras se vuelven gruesas, roncas, como hechas de una brasa que nunca deja de arder.
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Tijuana, octubre de 2017
Dentro de un túnel al que se ingresa por la calle Revolución abundan, en espacios de 3×3 m., locales de comida rápida, vegana y antojitos, también de ropa, nueva y usada, baratijas chinas y casas de cambio. Ahí mismo, aunque parezca extraño, existe una bodega donde se recita poesía. Me sorprendió la cantidad de gente que intentaba acercarse lo más posible a la puerta y conseguir, a la primera posibilidad, un pequeño lugar desde el cual escuchar lo que se estaba leyendo. Un par de chicos conversaban frente a mí. El del mohawk verde bandera y chaqueta de cuero le decía a su compañero, vestido con chinos azul marino, zapatos cafés con un dragón en el empeine y jersey de las chivas: “¿Ya sigues a Aziz, wey? Te vas a cagar.” “¿Aziz? ¿Es un nombre? Qué raro.” ¿Por qué el muchacho rojiblanco se iba a cagar?
A empujones logré colarme en el reducido lugar con piso de cemento, paredes y techo blanco, del que cuelga un foco de cuarenta watts. Pegadas en los muros y de pie, se encontraban unas veinticinco personas; sentadas o hincadas, había otras cincuenta, más todas las que permanecía afuera esperando un hueco. En el centro del recinto, se encontraba una enorme persona con pantalones caqui, camisa de cuadros cafés y un suéter amarillo con capucha. Debajo de esta se encontraba una cabeza cuyos cabellos dorados dejaban ver unos ojos serenos y una boca que cuando se abre revive muertos. Apenas comenzó a hablar, la bocina y el micrófono que sostenía con su mano derecha dejaron de ser necesarios. Su voz nos silenció a todos. Se me erizó la piel. Todos estábamos hechizados. Cuando Aziz recitó los primeros versos de “What does feel being in love feel like” sentí que entendía lo que quería decir, pues Aziz había encontrado las palabras para expresar cómo se siente mi generación. Porque solo él, ahí en esa bodega en medio de un túnel dentro del corazón de Tijuana, pudo expresarle al mundo el sentir de los ahí presentes cuando amamos y nos aman: “like a cucaracha crawling on your back”.
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Los poemas de Aziz circularon por años en internet; aún hoy, escarbando por Tumblr, Facebook o Youtube, encuentro textos que no conocía. En el 2018 decidió publicar su primer libro titulado Como siempre llego tarde (o me vengo muy pronto). Tuve que viajar hasta Hermosillo para conseguir una copia, aunque, por desgracia, no encontré al autor en la ciudad. El poemario fue “amasado y horneado” por La Panadería Editorial y se imprimió en los talleres gráficos de la Librería Hypathia. Un total de veinticinco poemas de todas formas y colores se divide en cinco partes: “La bataca trae un feel”, “Aquí va esta maroma”, “Mi tristeza es humana”, “Acá todo quiere encandilar” y “Poemas grandes y peludos”, más un “Prólogo coral” en el que diversas personas, entre amigos, conocidos y anónimos, escriben sobre Aziz y su forma de ser y hacer.
No redacto esto para juzgar lo bueno o malo del poemario, eso se lo dejo, como dice Aziz, “a los ángeles bonitos de títulos perfumados y maletín pretensioso”. Escribo porque quisiera que todos conocieran este libro y al autor y que, haya donde lo vean, le den un abrazo de mi parte y un sincero agradecimiento. Podría decir que los poemas se presentan en verso libre, que fueron compuestos entre 2014 y 2017 para leerse en voz alta, y que buscan rescatar las dimensiones orales de la poesía, pero ese tipo de análisis no me interesa por el momento. Más bien me importa que sepan que al leer “Qué será de ti al otro lado del mundo” será inevitable pensar en aquel amigo o pareja imposible cuya ausencia física continua doliendo; que en “Todos somos ollitas quebradas” aparecen esas personas fantasmas que buscamos en las demás; y que en “Que nadie se calle” se encuentra un manifiesto de resistencia y rebeldía tan sincero que los libros de Camus parecen innecesarios. Creerán que exagero, quizá sí, tal vez mi sincera escritura le dé asco a quien sí será recordado, pero ¿acaso no es esta la mejor forma de expresar y difundir las maravillas de las letras?
José Vargas
- Publicado en Sinembargo
Mi lugar favorito
La sangre hermana, incluso la derramada. Ciudad Juárez tiene más en común con ciudades en guerra que con las urbes más cercanas; encontraríamos más similitudes con alguna ciudad en medio oriente que con la que se encuentra saltando el río. Los niveles de violencia lo dejan claro: mientras que nuestra localidad por años estuvo en el top de la inseguridad mundial, El Paso siempre ha sido reconocido como uno de los lugares más seguros de Estados Unidos. Por ello, pese a ciertas cosas que nos unen, solemos acercamos a quienes comparten las mismas cicatrices de violencia y conflicto, como Madera, pues resulta más fácil hablar entre iguales. Normalizamos hablar de balas, de pistolas, de cuerpos que mutilaron, de a quién mataron en la mañana. Cuando visitamos otro espacio, siempre terminamos por contestar, a alguien, quien sea, la misma pregunta: “¿Qué tan feo está allá?”. “Bien”, “Lo normal”, contestamos ante la costumbre; defendemos el terruño incluso si no lo merece.

Crédito de fotografía: José Luis González
Pertenezco a una de las ciudades más violentas del mundo, crecí y he comenzado a madurar en Ciudad Juárez. Mi lugar favorito en el mundo es también una zona conflictiva, tomada por el narco, dirían algunos. ¿Qué tan feo está Juárez? A veces respondo esta pregunta con otra: ¿Qué tan feo está Madera?”. La cuestión resultaría sencilla si no tuviera un trasfondo más allá de la mera estética. La población serrana tiene la fama (bien ganada) de ser una zona “caliente”, una base importante de operaciones del narco. Basta googlear un poco para encontrar notas sobre episodios de violencia en un municipio en el cual, hace una década, habitaban poco más de 15 mil habitantes. Esta semana hubo varios. Probablemente existen puntos más conflictivos dentro del mismo del estado, como la frontera; sin embargo, esta tiene más de un millón de habitantes, y la lógica matemática indica que, a mayor población la violencia aumenta. Por ello, a veces pesa más la palabra que los hechos, y la letanía “Madera, la violenta” se vuelve una distinción importante en medio del bosque. Con tan pocos habitantes resulta más fácil desaparecer en manos del narco, en poblados pequeñitos pero absolutamente tomados, en Las Varas, por ejemplo.
Sobre la sección municipal llamada Las Varas existen crónicas que lo narran como el sitio más peligroso del estado, la clásica tierra de nadie. Resulta sencillo imaginárselo idéntico a la imagen hollywoodense del viejo oeste: con sus “saloon”, sus caballos amarrados a vigas de madera y vaqueros esperando a que su adversario saque la pistola para disparar primero. No me atrevería ir a este espacio de día de campo pues la integridad puede más que la curiosidad, pero he pasado por ahí y es exactamente igual a varios pequeños poblados distribuidos por las carreteras de Chihuahua, con nada espectacular más que la mirada de asombro de quienes te ven adentrarte en un vehículo por la noche. Esta idea de la violencia sobre una ciudad hace que Madera y Juárez se hermanen, ya que comparten la espera de la muerte. Aunque no todo recae en la amenaza constante de la posible bala en el pecho; es decir, quizá se normalizó la violencia, pero cuando se vive bajo fuego los cerillos asustan muy poco.
La violencia en esta región de Chihuahua no es reciente. Así se muestra en la novela Las Mujeres del Alba (2010) de Carlos Montemayor, donde se narran los hechos ocurridos después del asalto al cuartel de Madera el 23 de septiembre de 1965 por ocho guerrilleros (la primera campaña de guerrilla de inspiración socialista), quienes demandaban tierra y justicia. La obra póstuma del escritor parralense funciona como registro literario de un suceso poco conocido de la historia mexicana, quizá por ocurrir en un sitio tan alejado y pequeño. Aparece también como un brillante acto polifónico de un relato que hurga en nuestros sentimientos e historias. Esta novela podría ser escrita de nuevo, con una nueva dirección, pero con el mismo propósito. En el futuro, alguien se sentirá obligado, así como en su momento le ocurrió a Montemayor, a darle voz a las mujeres que experimentan la violencia como víctimas pasivas. Será la población femenina de Ciudad Juárez, por ejemplo, quien cuente lo que ha sufrido durante años, aguardando noticias sobre su familiar, esperando saber si su esposo murió o está vivo, a que las aguas se calmen para poder salir.
En Las Mujeres del Alba, los personajes son sometidos a la terrible incertidumbre de no saber qué pasó y quiénes exactamente murieron, ya que el ejército decide ocultar los cuerpos. Dentro del calvario, la idea de la muerte como un acto de heroísmo les ofrece un poco de consuelo: el fin de la vida de sus seres queridos ocurrió en la búsqueda de un cambio que jamás se dio. Para quienes perdieron a un hijo, un marido, un hermano o a un padre durante la continua violencia en Ciudad Juárez resulta complicado pensar que sucedió por un bien o alguna razón, más bien se culpa a la suerte de salir por la calle y estar en el lugar y momento equivocado. Ya no existe el héroe creado por la idea del cambio; en su lugar se padece el horror del sufrimiento por convicción gubernamental.
Entre 1965 y la actualidad hay cosas que no cambian: el gobierno es el mismo, indolente frente al sufrimiento de la gente e indiferente a la exigencia política y a la sensibilidad de los deudos ante sus muertos. Acá a nadie se respeta y cualquier cuerpo puede terminar en una fosa común construida por el ejército o por el narco o por la mezcla de ambos, ese narco-ejército que lleva desde el calderonato patrullando el país. Por ello, la reedición de Las Mujeres del Alba el año pasado llega en un momento social y político justo. Nos recuerda, no solo la importancia y la voz de las mujeres, sino también ese horror cotidiano que significa la espera después de la violencia, así sea una sola noche, como en el asalto al cuartel de Madera, o años enteros como ocurre en estas ciudades norteñas que solo han sido carne de cañón de un sistema fallido y a punto de sucumbir. Creo que para quienes viven en la localidad serrana y/o en la frontera de Chihuahua la primera frase de la novela de Montemayor resulta sumamente cercana y propia: «“Son ellos”, pensé desde que oí el primer disparo».
César Graciano
- Publicado en Ciudad, Muerte, Narcotráfico, Sinembargo