Sergio González Rodríguez nació en la Ciudad de México en el año de 1950 y tiene apenas unos meses que falleció. El autor es reconocido por sus escritos acerca de los feminicidios en tierra juarense en la década de los 90. Al respecto, su obra principal es Huesos en el desierto, construida a partir de publicaciones en el periódico Reforma. Del libro, una crónica periodística con secuencias narrativas que van develando el proceso de una indagación, me llama la atención el segundo capítulo: “El mapa difícil”. Se dice que la figura patriarcal era la dominante en aquellos años por lo que a la mujer se le tomaba como una criatura dependiente a la cual proteger. Cuando la industria maquiladora comenzó su apogeo en la ciudad y las mujeres eran remuneradas por su trabajo, un rencor masculino surgió dando origen a la antítesis femenina. Ya no eran concebidas como las progenitoras, ni se percibía su estereotipo de pureza, lo que inició su identificación como un objeto que gusta del sexo, así como el desencadenamiento de la violencia en su contra. La imagen de Ciudad Juárez se presentaba en marquesina como la oferta de una vida mejor, pero detrás de esa cortina se desataba el contrabando, la violencia de género y la inmigración. Esta estampa fue pronto internacionalizada.
Ciudad Juárez, para los mismos ciudadanos, es una urbe con calles llenas de baches, terrenos baldíos, con zonas urbanas polarizadas: unas muy pobres y otras opulentas. Por otro lado, la gente que se encuentra fuera de la ciudad la ve como un enlace, un puente hacia el país. En el texto se habla acerca de los soldados de Fort Bliss, cuando cruzaban la frontera con destino a una zona de descanso y distracción del deber durante la Segunda Guerra Mundial. Más tarde se transformó esta zona en el espacio propicio para el intercambio de armas y venta de drogas, sostenido debido a la falta de empleo para la población joven quien buscaba su propio sustento económico. Esta gran frontera fue inspiración para González Rodríguez por todo lo ocurrido en estas tierras; la localidad se divide en distintas zonas que, a su vez, son controladas por diversas figuras dueñas de grandes extensiones y propiedades. A finales del siglo XX la violencia femenina constituía parte de la sociedad juarense, aunque también llegó a afectar a los hombres, sobre todo a la población infantil. La crueldad de estas acciones ha quedado impune, ya que, afirma el autor, las mismas autoridades se vieron envueltas con los criminales y cubrieron los delitos.
Lo que se narra en este capítulo de Huesos en el desierto marca el comienzo de la época en la que aflora el crimen organizado en la ciudad. Vivir en el entrecruce de siglos implicó una preocupación siempre constante debido a la incertidumbre de amanecer al siguiente día. Ser mujer y formar parte de esta sociedad significa desconfiar de todos a tu alrededor pues no adviertes totalmente quién es una amenaza y quién no, una desventaja de género aún vigente en esta franja fronteriza. La existencia de personas provenientes de otras zonas del país, especialmente del sur, fue asociada a estos procesos ilegales. Francisco Javier Llera Pacheco fue citado en el texto como argumento que sustenta el punto anterior: “los problemas de aquella frontera no venían de procesos locales, «sino de fuerzas externas»”. Para poder coincidir plenamente con lo que Sergio González describe, hay que, por una parte, haber experimentado en carne propia el ambiente que retrata y, por otra, desconfiar de los medios de comunicación pues no son objetivos completamente, lo que afecta a los habitantes por la sensación de ser engañados y reprimidos por un temor que ojalá fuera pasajero.
Lilian Idaly Vigil
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