Plasmar el nombre de grandes autores en arterias urbanas es paradigmático y puede funcionar como eje que cristalice la literatura. Algunos han explorado más una vía, la culta; otros, en cambio, se han decantado por la parienta un tanto menospreciada, la popular. Las llamadas alta y baja cultura, en términos de composición imaginaria, han pervivido a lo largo de los siglos, incluso han existido genios que lograron la convivencia entre ambas tradiciones para crear la propia como Rabelais, Cervantes, Federico García Lorca, Manuel Puig, o más cerca, en el norte, Ricardo Elizondo Elizondo. Me refiero, en este íncipit, a la calle Manuel Gutiérrez Nájera que cruza con el eje vial Juan Gabriel. Como del divo de Juárez se ha hablado bastante, me abocaré en señalar algunos puntos que sugiere la nomenclatura de una vía con la figura del Duque Job.
Una de las grandes proyecciones que impulsa Gutiérrez Nájera es la del cosmopolitismo. Si bien es cierto que Ignacio Manuel Altamirano había intentado ya cierta relación con la literatura mundial, la empresa de nuestro primer modernista explora otras vías y expresiones nacionales con miras al diálogo internacional. En este sentido, la Revista Azul (1894-1896) se erige como un medio para presentar distintas expresiones artísticas alejadas de las discusiones políticas que habían dominado la escena cultural de lustros anteriores. A pesar de la breve duración, esta empresa se volvió referente de las publicaciones periódicas en México, ya que se buscaba no sólo el cosmopolitismo, sino el deleite estético. Es decir, hay una apuesta por el arte como una expresión elevada del espíritu humano. Los proyectos posteriores a menudo tuvieron en cuenta la labor de este medio; así lo recordaron en su momento la Revista Moderna (1898-1903), la Revista Moderna de México (1903-1911), Plural (1971-1994) y, sobre todo, Vuelta (1977-1998), la cual lleva, bajo la dirección de Octavio Paz, la misma misión a otras dimensiones.
Uno de los estandartes del modernismo que proyectará Azul es el valor de la palabra —no de forma moral como en las comunidades tradicionales—, la expresión estética lingüística buscada en cada poema, cada ensayo y escrito publicado. Esta valorización rompe los esquemas genéricos que apuntalan con una mirada positivista la literatura, o al menos la crítica literaria hasta nuestros días. Gutiérrez Nájera no pensaba en estancos compositivos, sino en expresiones poéticas de la palabra y por eso la hibridación sobresale en sus textos. En la crónica-ensayo-poema “Los amores del cometa”, por ejemplo, se da cuenta de un fenómeno meteorológico tan vistoso y espectacular como puede ser el paso de un cometa que se aprecia desde la Tierra. Lo mismo puede apreciarse en “Antes de ir a la ópera”, suerte de crónica, crítica operística y ensayo. Es decir, Gutiérrez Nájera no se limitaba a un género literario para plasmar sus ideas y su apreciación estética que siempre apuntaba al arte como meta. De la misma forma, Eduardo Wilde, autor hispanoamericano de la misma época, mostró dicha hibridez en Prometeo y Cía (1899), libro compuesto por ficciones que deambulan entre cuento, ensayo, nota, crónica y poesía. Un ejemplo más es el de Julio Torri con “La conquista de la luna” o “Circe”, textos breves, fusión de poemas, ensayos, minificciones y crónicas utópicas, incluidas en Ensayos y poemas (1917).
Tenemos, entonces, una buena excusa para revisitar esta literatura. Una calle atravesada en el Eje Vial que le corta el paso al Vivebús resulta la mejor invitación para volver al Modernismo, a esa búsqueda afanosa por la escritura elegante, expresiva y que no repara en formas encorsetadas, sino que apunta a la hibridez, a la fusión, a un arte literario que le vendría de maravilla a las producciones literarias locales.
Marlon Martínez Vela
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