
Ciertamente, Santa Rita no tiene que ver con Ciudad Juárez. No obstante, el lugar ficticio en donde ocurre el grueso de las acciones de la novela de Antonio Ortuño, publicada en 2013, se parece tanto a cualquier poblado cercano a la frontera, a cualquier parada o punto intermedio en la travesía de las caravanas migrantes a lo largo de México. Vale la pena acercarse a La fila india, al entramado político y social que sostiene las posturas oficiales y la retórica detrás de los comunicados de prensa después de alguna tragedia o masacre. La Comisión Nacional de Migración, la Conami, (el parecido con el Instituto Nacional de Migración es mera coincidencia) infunde el mismo terror que los grupos criminales que extorsionan a las personas que intentan llegar a Estados Unidos.
Precisamente, a “un muchachito de unos veinte años a quien las prostitutas del sitio apodaban el Morro. […] se le reputaba como el heraldo de la Sur, una de las bandas de traficantes de carne humana en la región”. El retrato pormenorizado del antagonista se concentra en un apartado titulado con su mismo apodo: “parece de quince. Usa sombrero texano, camisa con grecas de colores y unas botas de cuero de puntera larguísima. […] El Morro dice ser nada más un soldado, aunque insiste en que tiene la confianza de sus superiores y se le encargan tareas de importancia. […] El negocio en que el Morro trabaja no es otro que pastorear a los migrantes que llegan por tren desde Centroamérica. Se los compran a los polleros del sur. A veces se limitan a cobrarles un dinero adicional por permitirles el paso o venderles un poco de agua y comida. Otras, si el grupo es grande y parece que se le puede sacar más, lo secuestran”.
Joel Luna, buen periodista pero infortunado investigador, logró entrevistarlo: “Se hace el esquivo cuando se le cuestiona sobre las muertes que vindica para su prestigio. Ni siquiera aclara si son de migrantes o de integrantes de grupos rivales. Porque la competencia es ruda y son muchos quienes tratan de sacarle provecho al perpetuo caudal humano que fluye por las vías”. Luna va atando cabos, y nos informa que “el Morro no es de aquí. Está muy güero. Se vino de Chihuahua”. Ese dato le sirve para ligarlo al delegado de la Conami, quien contaba con una penosa hoja de servicios: “carrera de leyes en escuela católica de Chihuahua, acusaciones de cobrar por el paso de migrantes en la Delegación de Juárez, donde fue jefe jurídico”. El currículo o experiencia al norte del país une la trayectoria de ambos personajes ubicados en los extremos de una misma cadena de mando. Con todo, confieso que el personaje más espeluznante de La fila india es el profesor de prepa, expareja de La Negra. Su discurso, siempre en cursivas, me parece tan cercano a algunas notas de prensa locales o a comentarios de odio que pululan en las redes sociales.
Como dato curioso, uno de los epígrafes de la obra de Ortuño, perteneciente a Bertolt Brecht, guardaba el presagio de su adaptación para los escenarios: “Todo esto no es más que teatro. Simples tablas y luna de cartón. Pero los mataderos que se encuentran detrás son reales”. Bajo la dirección de Karina Hurtado y la adaptación escénica de Verónica Bujeiro, la actriz Gabriela Escatel le dio vida, en un monólogo, a La Negra y a las distintas voces y figuras de la novela. La obra se estrenó en 2019, tuvo una versión digital que aún puede ser vista en el portal del Instituto Estatal de la Cultura de Guanajuato, y formó parte de la programación de la 41 Muestra Nacional de Teatro en noviembre del año pasado en la CdMx, donde finalmente pude verla.
Urani Montiel
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