“En ella vivo”, poema publicado en la ya mencionada antología Canto a una ciudad en el desierto (2004), pretende retratar a un espacio citadino en contraste. Se anteponen aquí dos perspectivas (dos memorias): el locus amoenus, lugar esencial al que siempre se remonta el pasado, siempre idealizado por el fantasma de lo idílico; y el presente infernal, locus horridus en el que la voz lírica relaciona a su espacio con el dolor y el miedo: “La ciudad ahora duele como una herida vieja”. Su visión de la urbe es la de los recuerdos que son contaminados por las mismas circunstancias del pasado, enaltecidos sin embargo al oponer a éste con un tiempo peor.
La propia tragedia de las imágenes es la ausencia del movimiento. Amato, en sus dos tiempos, imagina una ciudad elidida —por lo tanto universal— y humanizada. Sus descripciones ambicionan la carnalidad de las calles y las avenidas: “Por sus poros respiran mis angustias, / por sus venas se drenan mis reductos”. Al relacionarse con los sentidos, la ciudad cobra a través de la memoria una vida compleja, mas casi inmóvil: sus extensiones espaciales abrazan como un ser querido; su dolor se vuelve nuestro cuando el tiempo ha cambiado. Lo último se confunde con ese axioma clásico: el horror recae en la inocencia. Para la voz, en el presente, los niños dejan de ser ángeles para madurar “cuando aún no alcanzan ni a perder sus alas”.
También es una ciudad tomada: pertenece a los habitantes y adquiere sus rasgos. Irónico resulta que el retrato de estos personajes sea carnavalesco. Por sus calles desfilan las palomas, siempre urbanas y “confundidas”, los ebrios, el mendigo y el poeta, el muchacho y el viejo enfermo, la prostituta, el enano, moralistas y profetas. No recuerdo si en este blog se ha hablado de otro escritor que haya aventurado una construcción de imágenes como esta de los habitantes de la ciudad. El poema, en fin, asume que este orden caótico ha sido perturbado también por los tiempos del miedo. Imagino que es la figura de la ausencia la que ocupa el lugar de cada uno de estos nombres.
Sin embargo, ¿es solamente Juárez la ciudad que imagina Carmen Amato en este poema? La urbe como tal nunca se menciona, pero en mi caso me apropio de los versos y los contextualizo aquí, igual que lo haría otro lector en su querida ciudad natal. Son unas raíces metafísicas y complejas las que nos unen a las metrópolis: un amor más allá del lenguaje y el artificio de la poesía.
Antonio Rubio
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