Juaritos Blues es una alegoría pintada de nostalgias; es una canción plagada de matices localistas que posiblemente fuera de esta mancha urbana no se podría comprender si no se ha vivido la metamorfosis de una ciudad furiosa, ni siquiera camaleónica, porque los camaleones solo cambian la piel, pero las condiciones somatomorfas siguen atendiendo a la naturaleza de su concepto figurativo. La ciudad se canjeó casi de ipso facto, desde sus vestiduras, esqueleto y hasta su perfume; antes era aroma a gobernadoras, ahora hiede a muerte… “ya nada es igual, en nuestra ciudad hoy teñidas de rojo las calles de Juárez están”. En tan solo 30 años la urbe duplicó su población y se colmó de animadores que aplaudían por trabajo y sustento para sus familias, otros tantos que se atoraron en el cedazo de “la migra” y no lograron el american dream; los 500 mil ciudadanos de 1990 se hicieron 1 millón 300 mil, que le han dado forma a la mancha urbana de una incomprensible pintura cubista. Nuevas locaciones y personajes escriben la historia en colonias que se asentaron como salpicadas, que se perciben tan distantes, tanto así que hacen ver a la Vía Láctea menos dispersa y más ordenada.
Por tales motivos el Juárez de “antes” mereció un sublime blues que retrata los pasajes y aventuras de aquellos que fueron adolescentes y que ahora son padres, profesionistas, poetas y músicos a la vez. Este blues no rebasa las notas desesperadas de John Mayal, ni tampoco emula a Robert Johnson; no obstante, tiene ingredientes endógenos del área: un bajo que figurea mientras una guitarra doliente llora quedito, sin aspavientos, en tanto que la voz narra los años 90’s en color sepia… “vienen cosas a mi mente para recordar”, pareciera que hubieran pasado cien años.
Aquello que provoca un chispazo con la psique retrotrae a personajes como El Güero Mustang, el señor que tocaba la liga sostenida con la boca y una mano, la Camelia (señora con esquizofrenia que cruzaba al Paso sin papeles), al mutilado de sus piernas que pedía “buena ayudita, mi navidad”, pero luego se le miraba en los tugurios bebiéndose el saldo de lo recolectado. Personajes que ocupaban la zona cero donde todos convergían en un punto central para hacer el mandado; era normal acudir en rutera o camión y salivar el ojo con aquellas luminarias de la calle. Para entonces los centros comerciales no estaban de moda y el punto neurálgico de la diversión era la avenida Juárez; por tal motivo, la canción inquiere con una pregunta energúmena: ¿En dónde quedó el Noa Noa Bar, y las calles tranquilas del centro para caminar? La respuesta es lacónica, sucinta y determinante: se acabó.
Juaritos Blues nos evoca ese pasado, no tan lejano pero muy disímbolo de lo que hoy es la ciudad… no hay parangón. La canción de Los Lenchos rememora desde las toponimias geográficas de colonias que dejaron de ser las más populares para ser las más viejas. Es un rompecabezas que hay que ir hilvanando con personajes como Niko Liko, y lugares como El Chamizal o el metamorfeado Parque Borunda, al candor narrativo del cantor que también refiere cuando uno podía entretenerse jugando futbol en la calle, y al “primer amor”, al que hace apenas 30 años aún se le podía llevar serenata. “Ya nada es igual en nuestra ciudad”. Se acabó, no más, la ciudad es un muerto viviente que camina arrastrando su pasado.
“…una muerte más, una muerte más…”.
Ramón Quintana Woodstock
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