Nacido en San Francisco de Campeche el 26 de enero de 1848, Justo Sierra Méndez se convertiría en uno de los más ilustres personajes mexicanos del siglo XIX. Fue un hombre dedicado principalmente a las letras y a la política. La literatura no le viene de la nada: su padre, Justo Sierra O’Reilly, también es reconocido como hábil novelista. Al respecto, Sierra Méndez debe parte de su fama a la producción literaria en poesía, novela y cuento. En lo que atañe a la política, se desempeñó como diputado y después como Ministro de la Suprema Corte de Justicia, entre otras funciones. Suya es la conocida frase: “El pueblo mexicano tiene hambre y sed de justicia”; no obstante, a la distancia resulta cuando menos curioso que tal oración fuera pronunciada por un integrante del partido reeleccionista y defensor de Porfirio Díaz. El también llamado “Maestro de América” se interesó especialmente en la cuestión educativa del país; le pertenecen las ideas de establecer la obligatoriedad de la educación primaria y la fundación de una universidad nacional. Luego de renunciar a su cargo en el gabinete porfirista, Madero ofreció al campechano el cargo de ministro plenipotenciario de México en España, el cual aceptó. Poco tiempo después, en 1912, Justo murió en Madrid.
Muy temprano en su carrera literaria (entre los 17 y 21 años de edad), Justo Sierra escribió Piedad, obra dramática en tres actos. Dicho “ensayo” fue representado en el Teatro Principal de México el 17 de marzo de 1870, y en una carta que fue publicada poco tiempo después, el mismo autor reconoce que mejor que el texto habían sido las actuaciones. La primera publicación de la obra se dio hasta el año 1948, es decir, a cien años del nacimiento de Sierra; ello fue posible gracias a que sus herederos conservaban el cuaderno con el manuscrito original. Ante la improbabilidad de verla otra vez en escena, lo más sencillo es consultarla en el segundo volumen de sus Obras completas: prosa literaria; total que muchos prefieren leer una obra no-muy-buena que ver un mal montaje surgido de un excelente texto dramático. Dolores, infelizmente casada con Carlos, se reencuentra con su antiguo amor Javier. Piedad, hija de Dolores, está comprometida con Eduardo, joven escéptico hijo del bribón Manuel. Entre virtudes y pasiones humanas (y bien decimonónicas), el desarrollo de la trama nos permite ver a una mujer marcada por el adulterio, a una joven dispuesta a sacrificarse por amor a la figura materna, a un hombre cuyo interés no es sino mejorar su posición económica y a una criada que vende sus favores a un precio muy alto. Al final, Sierra reparte perdones y castigos según la gravedad o nobleza de los sucesos de acuerdo a su propio criterio; de modo que tal o cual queda burlado, loco, libre o en el abandono.
Es difícil relacionar directamente a Ciudad Juárez con quien fuera Secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes, además de presidente de la Academia Mexicana de la Lengua. No anduvo en la urbe fronteriza, o si lo hizo, no dejó huella reconocible. Que una calle lleve tal sustantivo propio se debe a la intención de recordar, de honrar magnas figuras bautizando espacios seminales en la ciudad, como la Partido Romero, con sus nombres. “La Justo Sierra” es, pues, como llaman a lo que por momentos parece callejón en una zona cuyos tiempos mejores ya han pasado (o así parece). La intersección con tres avenidas principales no evita que en alguna otra esquina se acumule basura o se derrumbe olvidada una vieja construcción, cual si fuera personaje que mereciese ejemplar castigo. Lejos de la imagen culta, poderosa y aristocrática del escritor, queda la del segmento citadino casi en ruinas.
Joel Abraham Amparán Acosta
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