“El Monu” concretiza –a base de mármol y con 2.5 metros de altura– la presencia histórica y simbólica de Benito Juárez en el Paso del Norte, cuando en 1865 estableció en la frontera el gobierno nacional, por lo que ahora lleva su “Heroica” etiqueta. En 1910, el gobernador Enrique Creel inauguró el monolito para celebrar el centenario de la Independencia. Un año antes, Porfirio Díaz sostuvo la famosa entrevista con el presidente estadounidense Willian Taft; así que se aprovechó la visita del general para que colocara la primera piedra. A pesar del peso histórico del Benemérito de las Américas en la ciudad, existen pocas obras literarias que retraten o hablen de su monumento, como en una breve escena de Los ilegales de Rascón Banda. Así que seré flexible con la localización específica y me abocaré a los hechos ocurridos en el cuadrilátero que forman las calles Vicente Guerrero, 20 de Noviembre, Constitución y Ramón Corona. Para lo cual servirán de eje un par de obras del escritor juarense Edeberto “Pilo” Galindo, aunque la acción dramática no ocurra justamente a los pies del dichoso “Monu”.
El 15 de octubre de 1909, Porfirio Díaz, un día antes de congregarse con Taft, participó en el evento solemne que iniciaría la construcción de una de las efigies más representativas del supuesto triunfo del partido liberal. ¿Por qué el presidente de la República eligió esta frontera para la reunión? Existen varias versiones, pero todas dan cuenta de la importancia de este lugar como punto estratégico para el gobierno nacional: vino para demostrar su poder ante la gran cantidad de opositores que había aquí; la ciudad simpatizaba con su gestión debido a los progresos alcanzados y su llegada fue, entonces, un gesto de agradecimiento; o pretendía poner en la mesa la cuestión del Chamizal. Sea como sea, su arribo demostró, una vez más, la importancia de Ciudad Juárez como punto determinante en la historia del país, aunque a veces no se le tome en cuenta como tal.
Oficialmente la Revolución Mexicana inició el 20 de noviembre de 1910, cuando Francisco I. Madero convocó a tomar las armas en contra del gobierno porfirista, y terminó con la promulgación de la Constitución el 5 de febrero de 1917. No obstante, fue la Batalla de Ciudad Juárez, librada entre el 8 y 10 de mayo de 1911, la que significó el final del antiguo régimen con la firma del Acuerdo de Paz (21 de mayo) y la subsecuente renuncia del dictador. Por otro lado, figuró como una advertencia de los conflictos que se avecinaban y que, realmente, muy pocos lograron comprender. Además, aquí comenzaron a forjar su leyenda personajes como Pascual Orozco y Pancho Villa. Por ello, el desdén que la historiografía oficial ha mostrado respecto a este suceso ha conllevado graves consecuencias en cuanto a las interpretaciones de una de las guerras civiles más importantes y confusas del país.
Frente a esta situación comenzaron a surgir investigaciones (como las de Miguel Ángel Berumen y Pedro Siller) y textos literarios que posicionan al combate en su justo lugar. El teatro no se quedó atrás. Además de El fulgor de la batalla, de Guadalupe Balderrama, resaltan un par de obras escritas por Pilo Galindo que retoman este tema: En un tren militar, Garibaldi y Rendir la plaza. La primera se estrenó, con la compañía Teatro Bárbaro, en el 2011; un año después el mismo autor la dirigió con su grupo 1939 Teatro Norte. Sobre esta puesta en escena cabe destacar que el lugar de la representación fue el idóneo, pues las instalaciones de la Ex aduana, espacio principal de la batalla real, ahora el MUREF, se acondicionaron para dar vida al montaje, ganador del 31 Festival de Teatro de la Ciudad. Garibaldi forma parte –junto con la anterior– del segundo tomo de Antología teatral (2017). Rendir la plaza se presentó, bajo la dirección de Abraxas Trías, en el 2012.
Ahora bien, la idea de desenfocar o tratar de entender todas las partes inmiscuidas en la Revolución se ha dado, sobre todo, desde el ámbito literario. Nellie Campobello, por ejemplo, rescata la mirada infantil; misma que Antonio Zúñiga presenta en Pancho Villa y los niños de la bola. Respecto a la visión femenina resaltan, una vez más, los relatos de Campobello, pues su protagonista es una niña; por su parte, “Un disparo al vacío”, cuento de Rafael F. Múñoz, muestra cómo gran parte de la fuerza y energía revolucionaria se encontraba en las mujeres, a pesar de negarles un nombre propio. Con esta misma idea comienza En un tren militar: “pero pos el nombre pa´qué es. Ese sobra, ¿qué no? Pero, pos si pa´ algo le sirve, me llamo Adela. Todas aquí, las viejas, nos llamamos Adela, pa´ casi todo lo que usté guste mandar, mi sargento”. Sin embargo, al final el propósito de la obra consiste en redimir los nombres y hazañas de algunas de las “adelitas” más importantes: Carmen Serdán, María Villarreal González “La Juana de arco mexicana”, María Arias Bernal, Belén Gutiérrez de Mendoza, Adoración Ocampo, Trinidad Ontiveros, María Pistolas, La Coronela, La Generala, La Borrada, entre otras.
En sí, el objetivo de las tres piezas radica en descentralizar este movimiento armado, desde el aspecto geográfico, de género y de las posiciones políticas. Garibaldi representa los recuerdos del italiano Guiseppe “Pepino” Garibaldi, quien participó activamente en la batalla de Ciudad Juárez junto al lado de Orozco y Villa; es decir, en esta obra, Galindo expone la mirada extranjera sobre la Revolución, enmarcada en una serie de guerras latinoamericanas. Rendir la plaza, por su parte, aborda la perspectiva de las vencidas tropas del coronel Juan N. Navarro, responsable de la guardia federal juarense, horas antes de caer. Ahora bien, otro aspecto que resalta es la ambivalencia o confusión a la hora de seguir a un bando o dirigente: ¿Cuáles eran los objetivos de los participantes? ¿Qué causas se estaban defendiendo? ¿Quién tenía la razón? ¿A quién había que obedecer? El inicio de la batalla de Ciudad Juárez, aquel 8 de mayo, por ejemplo, fue bajo las órdenes de Orozco, contradiciendo la palabra de Madero, quien insistía en las negociaciones. Esta contienda representa, entonces, el primer triunfo maderistas, pero también el inicio de su caída como líder; por ello, resulta tan importante para comprender la esencia de la Revolución –o “esta cosa que ustedes nombran revolución”.
Finalmente, el 30 de mayo de 1911 Madero, desde la escalinata del monumento a Benito Juárez –símbolo, una vez más, de libertad y justicia– se despidió de la ciudad que lo había visto triunfar. Este momento fue retenido en una fotografía, lo cual destaca otro aspecto fundamental de la batalla: su alcance mediático, pues cerca de 40 reporteros estadounidense llegaron para aprehender cada uno de sus vaivenes. 1911: La toma de Ciudad Juárez en imágenes y otros ejemplares iconográficos en el MUREF lo confirman. Miguel Ángel Berumen considera el retrato mencionado como un homenaje al oficio del fotoperiodismo, ya que registra el momento en que cuatro colegas capturan el triunfo revolucionario en “El Monu”. Un espacio que ha recibido e inmortalizado a varios de los personajes responsables de forjar la historia (oficial) de nuestro país.
Amalia Rodríguez
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