
De entre los recuentos bibliográficos realizados por José Manuel García, llamó mi atención un libro escrito por una periodista juarense y publicado en la frontera en 1991, imposible de conseguir, pero bien resguardado en Colecciones especiales de la UACJ (Fondo Chihuahua). Además, la columna de Juaritos Literario en SinEmbargo.mx de este sábado, escrita por el mismo profesor emérito de NMSU, tratará sobre la escritura de otra autora fronteriza, Adriana Candia, quien colmó los diarios juarenses desde la década de los 80’s con sus crónicas literarias. Ambas noticias me sirven de contexto y pretexto para reseñar, y, sobre todo, para ofrecer algunas de las entrevistas incluidas en el libro titulado Juarenses, de Cecilia Ester Castañeda, dedicado “A todos los que dan vida a la frontera donde he crecido…”. La publicación, impresa por la editorial El Labrador, “que se encontraba en la Ave. Malecón frente a donde ahora están las oficinas del Gobierno del Estado” (me aclara la escritora), se compone de una sugerente “Introducción” y 33 entrevistas que muestran un abanico de distintos perfiles, oficios e intereses de los residentes de Ciudad Juárez.
En la parte preliminar, Cecilia Ester Castañeda recuerda la respuesta que recibía cuando comentaba el tema del libro en que estaba trabajando: “Pero si casi no hay juarenses”. Razón suficiente para que se empeñara en sacar a la luz “la divergencia de opiniones respecto al significado del gentilicio local. ¿Exactamente qué es un juarense?” Ella entiende que si el actual millón y medio “de personas que respiran, comen, trabajan y duermen en Cd. Juárez no entra en esa categoría estamos ante un caso de desarraigo”. La misma condición geopolítica de una ciudad de paso, de asilo momentáneo o de resguardo durante el camino genera que el concepto de población sea tan variado y oscile entre la “frontera más fabulosa y bella del mundo” y un paraje cubierto por “cantinas y maquilas”. La periodista, locutora, traductora y socióloga también comparte parte del proceso de investigación y la metodología para retratar la vida fronteriza a través de diferentes voces en ambos lados del Bravo. “El resultado es este libro, un capítulo en la búsqueda de mis raíces”, una invitación para actuar desde la apropiación y el afecto.
Bienvenida esta obra, escribió a inicios de la década los 90 el arquitecto José Diego Lizárraga (debajo de un retrato de Cecilia tomado por Carmen Amato), “para quienes amamos a este terruño polvoriento, de clima extremoso, de penetración basural (que no cultural) de su vecino del norte”. Los héroes de esta “estructura inarmónica, antiestética, heterogénea” que llamamos nuestra casa, continúa el antiguo director del Museo de Arte de Ciudad Juárez, “no están en bronces, tal vez sólo en adobes”. Retomo esta última referencia para cerrar la reseña con mi entrevista favorita, la de la artista plástica bifronteriza Mago Gándara, quien se preciaba de utilizar en sus obras la materia prima de la zona, y añoraba que: “Si hay plantas gemelas para el negocio, ¿por qué no puede haber plantas gemelas de galerías o centros culturales?” La Casa Estudio Cui, en donde concluye nuestra ruta literaria Tenayokan: la ciudad de Mago (coorganizada con el mismo Museo de Arte), aún conserva las piezas y la fuerza intacta de ese anhelo, “el legado de una lucha solitaria por impulsar la vida artística en la frontera”.
Urani Montiel
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