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Archivos de etiqueta: siglo XXI

Subí al campanario para ondear la bandera del recuerdo

21 Sábado Nov 2020

Posted by juaritosliterario in Ciudad, El Paso, Juárez Nuevo, Mercado Juárez, Vida cotidiana

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narrativa, siglo XXI

I

A los 60 años, Raúl Flores Simental (1953) publicó su primer libro: Crónicas del siglo pasado, Ciudad Juárez, su vida y su gente (UACJ). Es una obra que gira en torno a una triple convicción: a) Todo tiempo pasado es (literariamente) mejor; b) Todo lo contemporáneo es (literalmente) un fastidio; y c) Todo lo marginal (del Ayer) subsiste y resiste al Caos del nuevo milenio. Simental comenzó a publicar sus crónicas en El Fronterizo, en 1983. Su primer texto se titula: “La revendedora” (incluido en Crónicas), acerca de una mujer que compra tortillas y las vende en el Mercado Juárez. Ella es ciega y no cuenta el dinero que recibe: confía en todos. Es también símbolo de la orfandad social y la codependencia para sobrevivir. Si tales significados son demostrables, entonces las crónicas de Simental trascenderán localismos, como textos alegóricos. Simental será nuestro Georges Perec sociologizado, alquimista que convierte lo Infraordinario en Imaginario Colectivo.

II

A los 30 años, Simental creó una Voz Narrativa dedicada a rememorar el pasado y fiscalizar el presente. Si a los “Tiempos Idos” se los llevó el apocalipsis, queda el almacén de anécdotas dichas en tono de Abuelo memorioso, gracioso y regañón. Esa Voz Narrativa podría llamarse Don Retro. Lo que importa es su Expresión, su Estilo: claridad, brevedad, humor, elocuencia y empatía. ¿Cómo es Juárez para el cronista? En “De la Morfín a la Jilotepec” dice: esta es una ciudad que al crecer reduce sus distancias. En “Chaparrita y pretenciosa” anota: todo comercio cabe en una calle sabiéndolo acomodar, “así, en tan solo una cuadra, el paseante puede satisfacer su hambre, corregir su miopía, dulcificar su espíritu, arreglar sus líos con la justicia, reparar su Olivetti, desponchar su auto, hacerse un retrato al óleo o embellecerse”. En “Oculta Belleza” la ciudad es la personificación de lo feo: “chaparrona, polvorienta, plantada en el desierto y con un clima difícil de aguantar”, pero la gente llega y se queda, se va quedando (concluye). En “Primavera y otoño”, nos recuerda el cronista, el ecosistema es también caprichoso: se empeña en modificar sus ciclos estacionales: “la primavera entra cuando le da su gana, el invierno se despide a la hora en que se le ocurre, el verano se prolonga varios meses y el otoño parece haber desaparecido”. Y en “Capirotada”, la amada Ciudad es un escaparate kitsch: Gobierno y burguesía han creado calles que permanecen en un estado permanente de re-destrucción, los edificios mueren sin ser terminados, el centro es un cúmulo de ruinas y monigotes que pretenden ser estatuas. Pese a ello, Simental vuelve a repetirnos: “la belleza de esta Ciudad es tan profunda y espiritual que aguanta eso y más”. Su esencia (la memoria colectiva) perdura entre las construcciones mileniard desechables: yo te saludo ciudad en permanente obra negra.

Lee aquí las crónicas

III

A la Ciudad de Don Retro, la habitan dos tipos de personajes: los del siglo pasado y los del nuevo milenio. O mejor: los tradicionalistas y los egoístas (cf. “Les vale”). Los tradicionalistas tratan bien a los marginados (cf. “Doña Lupe”), ayudan a presos, indígenas, migrantes, locos, ancianos y un largo etcétera (que incluye a perros callejeros). Los egoístas, por su parte, levantan horrores arquitectónicos, destruyen costumbres solidarias y acaban con los recursos sencillos y prácticos de una ciudad con eternas carencias. Los tradicionalistas aman la cocina popular; los egoístas comen chatarra (se agringan, se complican, se tecnifican para estar a la moda).

IV

¿Quiénes son los marginados de Juárez? Los hombres que vendían gelatinas por las calles (“De a veinte y cincuenta”); las mujeres que iban a inyectar al enfermo hasta su casa (“Jeringa y sonrisa”); las mujeres que cruzaban al El Paso para trabajar de criadas (“Fieles pasajeras”); los tríos de rancheros que iban de cantina en cantina ofreciendo una canción (“Con el viento a favor”). Esa inmensa mayoría que aparece vendiendo paletas los veranos, banderitas en septiembre, tamales y flores en noviembre, buñuelos en diciembre; esos que aparecen y desaparecen sincronizados a las estaciones y las costumbres sociales, gobernados por un “Calendario exacto” (para usar el título de la crónica).

V

El lado extremo de la pobreza: los bebitos de las que venden mercancía en puentes y avenidas. En “Y ahí seguirán”, el cronista los describe así: permaneces calladitos, inmóviles todo el día en las espaldas de sus madres que se dedican a vender baratijas por el centro y los puentes de la ciudad. Los funcionarios del Juárez Nuevo, por su parte, los quieren desterrar porque “afean a las calles y ahuyentan el turismo”. Y se valen de la fuerza represiva: “desde ese mundito silencioso y cálido, los niñitos no entienden el porqué de los gases, empujones y mentadas” de la policía. Ellos reciben los golpes destinados a sus madres y miran asombrados el nuevo mundo, ese que los saluda con el puñetazo de la modernidad.

VI

Más allá de la pobreza económica, viven los socialmente muertos: los locos, esos que vagan por las calles de Juárez. En “Loco amor”, el cronista recuerda a “la Camelia” una mujer que solía vagar por las calles de Juaritos; la vemos en el momento en que su novio se suicida, tirándose a las ruedas del tren: un drama que es parte de los mitos juarenses. En “Hijos de nadie”, los locos “aparecen un día en cualquier calle o en cualquier esquina. Pueden ir arrastrando una cobija o un bote; pueden llevar un costal a cuestas o usar tres abrigos, uno encima de otro”. Los tantos locos de la ciudad, como el que subía a los postes para saludar a los viandantes, o el que escribía mensajes ilegibles en las paredes, o el que se creía un auto veloz y corría por las calles del Pasado. Los seres que ahora son solo material de la literatura fronteriza: mitos urbanos.

VII

En las crónicas de Flores Simental, hay una buena dosis de divertimentos literarios; están (por ejemplo) los cantineros que “cuenta charras”, los expertos en “relatos fantasiosos, en anécdotas increíbles” y que tiene un público predispuestos a la carcajada fácil (cf. “Igual”). También figuran los Mitómanos de Juanga: “Por lo menos quinientos nativos de estas tierras son amigos de la hermana; otros cuatro mil conocieron alguna vez a la famosa Meche; cerca de un cuarto de millón de fronterizos lo oyeron cantar en el Noa Noa; unos cuantos –cerca de 400– conocen el lugar donde se mete cuando está de visita en esta ciudad; más de dos mil señoras platican frecuentemente con él y cerca de 86 mil juarenses reciben eventualmente una llamada suya desde donde se encuentre”. Los Mitómanos de Juanga son únicos: son nada más la ciudad entera inventando “charras” sobre su Divo cantautor.

VIII

Adriana Candia anota en su “Prólogo” que las crónicas de Flores Simental son nostálgicas y lúdicas, y que reivindican al ser social marginal. Señala que las 127 composiciones sirven de “homenaje a nuestra forma de vivir”; son una expresión de amor por Juárez. De acuerdo: gracias a su estilo, el cronista logra transmitirnos empatía por ciertos juarenses (el Ayer es Sublime, el Ahora es Caos y Amnesia). Solo la Memoria de los Infraordinarios (a la manera Perec) ondean la bandera de la nostalgia (y así resisten). §

José Manuel García-García

jmgarcia@nmsu.edu

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Planetas y auroras en pos del amor

08 Jueves Oct 2020

Posted by juaritosliterario in Sinembargo

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siglo XXI, teatro

Un par de obras dramáticas de la escritora chihuahuense, Valeria Loera, recientemente galardonada con el Premio Nacional de Dramaturgia Joven Gerardo Mancebo del Castillo, se publicaron bajo el auspicio del Consejo Municipal de las Artes de Chihuahua capital. Este libro fue presentado a mediados de febrero de este año en la sala Guirnalda del Museo Sebastián. El Programa Editorial Chihuahua permite que, a través de una convocatoria dividida en tres categorías, participen y expongan su talento los nuevos escritores del llamado estado grande: Soltar las amarras, dirigida a escritores emergentes, Con trayectoria, para quien cuente con por lo menos dos libros publicados e Historias de mi ciudad para todo aquel que aborde temas históricos o culturales de Chihuahua. El premio de los ganadores consiste en la publicación de su obra con un tiraje de medio millar; además, en la búsqueda de un mayor impacto y lectores, las obras se encuentran disponibles para su consulta y descarga en la plataforma digital del organismo.

Bajo estas condiciones, la dramaturga Valeria Loera resultó galardonada en la categoría Con trayectoria, por lo que Planeta Kepler o los datos inútiles y Auroras boreales o nos vemos en Alaska pasaron a la estampa. Ambas ya habían sido montadas y probando fortuna en las tablas, ya sea con la misma escritora como actriz protagónica o como directora. ¡Mujer de teatro!

Como nota aparte, llama la atención que el proyecto editorial del estado haya beneficiado, en la misma categoría, a otras escrituras destinadas para la escena. Me refiero a Dramaturgia doméstica de Raúl Valles, y a Náufragos de la existencia de Adrián Alonso Villegas. Si bien la dramaturgia de Chihuahua cuenta con destacados exponentes (Víctor Hugo Rascón Banda, Manuel Talavera, “Pilo” Galindo o Antonio Zúñiga) resulta necesario voltear la plana a favor de un cambio generacional sobre una misma tradición.

Valeria Edith Loera Gutiérrez es una dramaturga y actriz chihuahuense nacida en 1993, licenciada en teatro por la Universidad Autónoma de Chihuahua. Ha sido becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de dramaturgia; ganadora del premio Municipal de la Juventud y finalista, con mención honorífica, del premio Nacional de Dramaturgia Joven Gerardo Mancebo del Castillo, que, como ya se dijo, acaba de ganar con su obra ¡Violencia! Como actriz, ha participado en más de veinte obras y espectáculos; ha publicado su trabajo en diversos medios digitales e impresos como: Tierra Adentro, Este País, Pliego 16, Revista Borde, entre otras.

El común denominador del libro en cuestión es la búsqueda del amor. En la primera obra, Planeta Kepler o los datos inútiles, se intuye desde el inicio que cualquier tipo de ser vivo capaz de albergar sentimientos, sea “hombre, mujer, no binario, extraterrestre”, pretende y está en su derecho de encontrar el amor. En cada una de las diez escenas que componen la pieza, se perciben partículas y corpúsculos que al final integran un todo. El proceso de búsqueda del ser amado –después de una decepción amorosa–, lleva a la mujer protagónica a vivir una serie de experiencias intensas y de carácter introspectivo: “¿Qué estoy haciendo aquí?” Para responderse: encontrar el amor; así de convencida se nos muestra, aunque más tarde verá frustrado ese deseo. Tener ideas suicidas y a la vez disfrutar de los atardeceres; padecer de soledad y tristemente constatar que el amor fulgura para todos, pero no para ella. Encontrarse con “él”, al fin, y no tener el valor de decir lo que siente. Tomar las cosas con cierto humor ácido le hace más llevadera la existencia.

Por otra parte, en el siguiente texto dramático, Auroras boreales o nos vemos en Alaska,tenemos ados mujeres en una estación de trenes, desconocidas y diferentes entre sí, pero tan iguales por las circunstancias que las llevaron ahí. Una de ellas comienza la charla, mientras que la otra, indiferente, apenas contesta y parece no prestar atención. Al cabo de unos minutos, ambas, desde su muy particular punto de vista, reflexionan acerca del amor. En plena conversación se sorprenden, pues jamás pensaron que le podían contar a una persona extraña detalles tan íntimos; surge la empatía entre ellas. Pero ¿por qué Alaska? ¿Qué van a buscar allá? Quizá intentan ser testigos de la aparición de un fenómeno natural que aliente y permita creer que existe ese otro ser especial que las complementaría. Se aproxima el tren, pero solo una de ellas lo aborda, porque “yo ya encontré el amor, tú tienes que ir a buscar el tuyo. No puedo acompañarte ahora, debo hacer algo antes, ir por alguien. Nos vemos en Alaska”.

Lo que deslumbra en la escritura de Valeria Loera es la sencillez con la que aborda uno de los temas vitales, por todo lo que representa en el individuo y la sociedad, el amor. Con gran creatividad nos muestra los hechos que le acontecen a sus protagonistas (en este caso féminas, pero puede ser cualquiera, porque así de universal son los apegos), valiéndose de diferentes recursos. Con la intertextualidad, por ejemplo, da origen a nuevos discursos que atrapan al lector/espectadora: el mito de Zeus, la alusión a la cucaracha (no podemos dejar de pensar en Kafka), los zapatos rojos de la protagonista del Mago de oz, Godzilla, su conocimiento de la cultura japonesa. Todas estas referencia son ingredientes que abonan al peso y valía de las obras.

El detalle del planeta Kepler personificado en la portada de este libro es interesantísimo; por mucho tiempo se ha mencionado la posibilidad de que se puedan poblar otros planetas; pues bien, Kepler cumple con las características básicas para que así suceda. “Los datos inútiles” no lo fueron del todo tanto, ya que, consultando la página oficial de la NASA y leyendo la biografía de Tycho Brahe, Johannes Kepler e Issac Newton, constate que sí, sí es posible que el amor pueda llegar a aquel planeta. Asimismo, resulta innegable que al encontrarlo (no me refiero al astro), se puede pelear por él aun yendo en contra de las convenciones sociales y familiares, como ocurre en el caso de la mujer que reconoce haber encontrado el amor en un ser idéntico a ella. Valeria Loera nos regala en este libro una mirada fresca, auténtica y hasta divertida, de un tema tan importante y trascendente, que ha sido visitado desde diferentes aristas a lo largo de todos los tiempos. Pero ella, Valeria Loera, dramaturga chihuahuense, le da un toque diferente, aderezado de los pequeños momentos que orbitan alrededor de sus obras.

Baudelia Armas Cortés

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La realidad oculta bromas

07 Miércoles Oct 2020

Posted by juaritosliterario in Ciudad, Parque Borunda, Vida cotidiana

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narrativa, siglo XXI

Micromentario

[1] Sorpresa al final del túnel

En el 2010, Blas García Flores publicó Carta del Apóstol San Blas a los parralenses (Ficticia, ICHICULT). Es un cuentario producto de su experiencia talleril. El título es engañoso, juguetón: en realidad no hay cartas, son cuentos juarenses y Blas todavía no es nuestro primer santo. David Ojeda (el gurú de ciertos locales) elogió a Blas por su “alta capacidad para activar desenlaces contundentes”. Y sí, Blas es bueno en materia de sorpresas (que en la microficción es la gratificación instantánea, el gozo del twist antes del punto final. Un vistazo sumario a algunos de sus breves cuentos:

[2] Yo soy otrx

“Ramona Jiménez”. Un personaje que no recuerda nada de la noche anterior (cf. The Hungover) cree haber “cogido con una puta”, que huyó robándole ropa y carro. Encuentra solo trapos dispersos por el piso y una credencial: “Ramona Jiménez”. Su amnesia se prolonga un par de párrafos, pero al mirase al espejo descubre la verdad: “Me puse de pie y descubrí con horror mi verdad: figura delgada, cabello corto, senos pequeños, pezones grandes, sexo rasurado, caderas anchas, nalgas celulíticas. Ramona Jiménez, dije con suave timbre. Soy una puta. Otra vez comencé a llorar”. En la calle, Ramona recupera el recuerdo de sus gustos sexuales (“recordé cómo me gustaban los rancheros gordos que fumaban”) y reafirma su identidad (inestable) y su destino: la amnesia es un efecto de sus vicios: mañana (sin duda) repetirá ese memento patético de apego a la vida.

Lee aquí algunos cuentos

[3] Con final triste

“Fuego en el Km 27” es un microrrelato que cito completo y sin comentarios: “La relación entre Denisse y Fernando era excelente: más de dieciocho años juntos; infieles discretos, expertos en los desayunos sabatinos; amantes del box. Como todas las parejas, habían tenido sus problemas, nada que el sexo anal no pudiera resolver. Ahora regresaban de su casa de campo, contentos, perfectos. No dejaban de acariciarse, de mirarse profundamente, perdiéndose en los ojos del otro. Por eso chocaron”.

[4] Onán perseguido

“Crápula”. Un adolescente (encerrado en un colegio de monjas) tiene un grave problema: es un masturbador compulsivo. Pero la monja superiora lo vigila (también: compulsivamente). Un día, por accidente, el joven descubre que puede hacer desaparecer las pruebas del delito: aprende a beberse lo que apenas desecha y así, al final de este cuento, es un joven normal y feliz. (Con un poco de ingenio todo tiene solución, diría la moraleja si la hubiera).

[5] Estos eran dos gays…

“Parque Borunda” consta de varios microrrelatos, uno de ellos es el testimonio de Fermín Rebolledo, que en lugar de hablar sobre la muerte del presidente municipal José Borunda (asesinado de un bombazo), decide narrar (¿a la policía?) otra cosa: su experiencia erótica con Juanito. Dice Rebolledo: Borunda “me descubrió en la oficina cuando le estaba despachando mi chorizo a Juanito, el jotito de la empresa. Ya les traía ganas a esas nalguitas. Nos quedamos después de la jornada y hasta se vistió de mujer para mí, se veía espectacular mi Juana”. No estamos ante una narrativa homoerótica, sino ante su parodia; la premisa es machista: la sexualidad gay es ridiculizable.

[6] El neocostumbrista eres tú

Al igual que muchos autxres juarenses de los últimos 20 años, Blas García escribe sobre varios personajes marginales locales. Mencionaré solo a tres: (1) El músico Hombre Liga, que tocaba un imaginario tololoche usando ligas. Se instalaba frente el cine Coliseo y tocaba su imaginaria canción: “Los latigazos en el labio eran fuertes; las heridas se terminaban de abrir. Usaba saliva y solo saliva como remedio. Cantaba con dientes rojos” y “no se iba hasta que todas las ligas que traía eran usadas. Se alejaba en voz baja decía: nací el 18 de marzo. Nunca me dejan entrar a este cine. Exprópiese”. (2) El entrañable Guanayudita. Era un hombre que pedía dinero diciendo “one-ayudita, plis”. (3) El Pintor Sin Brazos, que todos los días, por muchos años, se sentaba en la plaza a hacer sus dibujos en acuarela: “sus pinceles limpísimos; el caballete viejo pero resistente; overol de mezclilla, camiseta blanca, escapulario de la Virgen del Carmen y guaripa de palma”. Personajes entrañables para el juarense de los años 80 o 90.

[7] Risas y trozemas

Blas repite algunas estrategias narrativas en su libro: (a) la fragmentación: en “Ramona Jiménez” es la fractura de la memoria; en el relato del arcángel Miguel, la mutilación del dragón (cada cabeza que cae es un microcuento); y en “Parque Borunda” (el texto más largo) la fragmentación es doble: el bombazo hace imposible la recuperación de los cuerpos mutilados, y a nivel estructural, el cuento mismo es una pedacería de voces narrativas. Otra estrategia: (b) la trama fársica, que incluye el humor sicalíptico y el humor satírico: los personajes “con sabor local” se convierten en parodias de lo pintoresco urbano. Y por último (c): a través de la sorpresa final, Blas acostumbra al lector a un cierto horizonte de expectativas. El riesgo: un fracaso inmediato si la sorpresa no cumple con ellas. Esas tres estrategias, sin embargo, relegan el neocostumbrismo de Blas a segundo término. §

José Manuel García-García

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Tantos deseos para un destino

17 Jueves Sep 2020

Posted by juaritosliterario in Ciudad, Vida cotidiana

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narrativa, siglo XXI

Micromentario 1

[1] Una distopía interior

Miguel De La Cruz, El vestido de la reina Kitsch (Santa Fe, NM: Brown Buffalo Press, 2019). Es una colección de 28 relatos breves. Cada relato exige varias interpretaciones posibles. Todo sucede en un país llamado Juárez (& lugares aledaños). Los personajes comparten la soledad, el desamparo, la desesperanza; abandonados, viven un distopía predestinada, íntima, cotidiana.

[2] Memento erótico

“Domingo”. En este relato dos personajes imaginan una relación sexual inefable, irrealizable. Ella es una hermosa enfermera; él, un hombre inválido, mutilado. Para ambos, el placer radica en la fantasía: sus posibilidades. La realización erótica es sólo un evento pospuesto, un juego de silencios y miradas. Solo importan los pensamientos, el carrusel de caricias dichas a un oído imaginario. Él piensa: “me imagino enterrándome bajo la arena de su tez”. Ella piensa: “Escurre su jugo albino, mi pecho se agita al brotar de su entrepierna abultada”. Pero la realidad es otra: “desde que estoy en el hospicio ella me visita los domingos. La gangrena ha ido carcomiéndome la prudencia, mi enfermera lo sabe, por eso sonríe”. El autoerotismo es también la agonía en el espejo de la Conciencia.

Lee aquí unos cuentos

[3] La quimera del deseo

Encerrado en su desesperación, busca la manera de salir de pobre: su método es poco práctico: destruir la casa que alquila. No es nihilismo habitacional, es una búsqueda de un tesoro oculto. Cuando lo encuentre, pagará la renta y buscará a sus hijos. Mientras, afuera, lo vigilan “esculturas humanoides regadas por el patio”. En sus breves momentos de ocio, con ellas conversa. Así es el personaje del relato “La búsqueda”: la pobreza produce el vacío total de la Cordura.

[4] Los rituales sin razón

Los Locos de la gran Ciudad, los dispersos marcados con la letra L, venerados en la memoria literaria: quién no recuerda al loco rompetuberías (relato “La búsqueda”), a la loca llamada Camelia (relato “Velarde”), al loco que se volvió ídem porque su familia se había gastado sus ahorros (relato “Al sol seguía”), al loco que expulsaron de la escuela y ahora vive entre el amor y el autismo (relato “Lengua de caracol”). Literatura museográfica, balance de los daños que el mundo realiza a los Diferentes, a los que andan al margen de la razón y sobreviven como pueden en su Inconducta Social. Después de todo, ellos son la herencia literaria de Erasmo de Róterdam (Elogio de la Locura); son el asombro (efecto del psicoanálisis amateur); son la criba del darwinismo vital. Los locos deambulan por las calles de la Ciudad, desaparecen, y un día regresan como protagonistas de una historia contada desde un observatorio literario. Sin embargo, la perspectiva es gris, como la nostalgia.

[5] Un futuro preestablecido

La otra marca secreta de los marginales: el determinismo inalterable. Ejemplo: un lector de Rayuela bautiza a su hijo con “el nombre maldito” de Rocamadour. Las consecuencias son obvias: muerte prematura del nene. Jugada literaria de consecuencias irónicamente intuidas. Sin embargo, el determinismo del arcano literario es menor al destino divino: es Dios el único poder que fija con su dedo las formas venideras de la muerte. Tal es el caso de “Señal” donde se cuenta lo siguiente: “En aquel tiempo, Dios hizo el surco con su dedo: hoy, el coche de mi hijo se desplomó en el barranco”. En 21 palabras el relato afirma el ciclo humano: horma del capricho de lo Eterno.

[6] Lo triste del kitsch

Los amargos recuerdos de una mujer: su hermosura infantil, su figura en el espejo, su triunfo en un concurso de belleza, la noche en que mamá la dejó prestada a un hombre, sus inicios en la renta de su cuerpo, los beneficios económicos, la pérdida de su esposo, de su hija, sus vicios, sus angustias ante el tiempo que le quita juventud a su figura. Y ese empeño en reproducir a solas aquel concurso, cuando era “La reina kitsch” y vestía de estridente flor del baldío, justo donde comienza el muladar.

[7] Esta distopía interior

También hay relatos del lado De Allá: así conocemos al Despistado que escribe una carta al Batman Chicano; que escribe y sueña con expulsar a los recién llegados (las “sombras” centroamericanas), esos cholos que “arañan las paredes”, “marcan territorio”, comen “comida con grasa excesiva”. Es el Asimilado que imita el ladrido del Supremacista Blanco. Por contraste, el relato “Lucía”, habla de la mujer que va de Juárez a El Paso, a trabajar de empleada doméstica. Un mal día se forma en la fila equivocada: por ello le quitan el pasaporte y pierde la posibilidad de engañar por unos días más a la miseria (esa forma hogareña de vivir en la distopía).

[8] Un chicano fronterizo

Miguel De La Cruz (El Paso, Texas, 1984) tiene en El vestido de la reina kitsch su segunda colección de textos breves. Su primer libro lo publicó en el 2013: Memorias de un camaleón (NMSU, Arenas Blancas). De La Cruz ha sido fiel a la economía verbal y a la idea de que una conclusión feliz es simplemente una falsa certidumbre.

José Manuel García-García

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2666 representaciones del dolor

03 Jueves Sep 2020

Posted by juaritosliterario in Feminicidios, Sinembargo

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narrativa, siglo XXI

José A. Sánchez es, además de profesor e investigador, autor de libros sobre estética y prácticas artísticas contemporáneas en literatura, cinematográficas y, principalmente, artes escénicas, en donde su trabajo ha tenido mucho mayor impacto, tanto en España como en toda Latinoamérica. Es doctor en Filosofía y catedrático de la Facultad de Bellas Artes de Cuenca (Universidad de Castilla-La Mancha). Entre sus publicaciones se encuentran: Brecht y el expresionismo (1992), Dramaturgias de la imagen (1994), La escena moderna (1999), Cuerpos sobre blanco (2003) y Prácticas de lo real en la escena contemporánea (2007). Fundador y director del Archivo Virtual de Artes Escénicas (AVAE) y miembro de Artea, así como director de Cairon: Revista de Estudios de danza (2007-2011) y codirector del Máster en Práctica Escénica y Cultura Visual (2009-2016) en colaboración con el Museo Reina Sofía.

Su libro Ética y representación –publicado en 2016 en la editorial mexicana Paso de Gato, con el auspicio de, por lo menos, una decena de instituciones educativas y culturales–, tiene su antecedente en ideas que José A. Sánchez venía desarrolló desde comienzos de comienzos de la década pasada, gracias a un año sabático, y que culminó a inicios de 2015. Durante ese periodo, el autor fue acumulando lecturas y experiencias que le servirían (y cambiarían) el contenido de su monografía. El contacto con la compañía peruana Yuyachkani fue determinante. Investigadores, académicos y creadores de teatro son quienes más provecho sacarán de esta investigación, material especializado, que, no obstante, se deja leer también por espectadores de teatro o lectores avezados que encontrarán entre las páginas conceptos y argumentos en torno a 43 distintos temas, mucho más allá del par que ostenta en el título.

En el apartado “Historia de este libro”, el crítico nos ofrece un itinerario sobre la composición sintética y (originalmente) sucinta de una publicación de más de 350 páginas. Algo se atravesó en su escritura: “Imagino que la relectura de Los detectives salvajes y, sobre todo, la lectura de 2666 de Roberto Bolaño desbarató los planes. Concluí la lectura en Hamburgo, sin tener ni idea de que el parque por el que paseaba esos días era el mismo en que el viejo Archimboldi conversó con Alexander fürst Pückler mientras saboreaba un helado, y donde Bolaño abandonó a su personaje en la víspera de que tomara un avión rumba a México. Fue sin duda una de las experiencias de lectura más intensas que he tenido en los últimos años” (338).

En el capítulo titulado “Documento y monumento”, en la sección número 19 de Ética y representación, el autor reflexiona en torno a la utilización del dolor real en la representación literaria; él habla, específicamente, del caso de 2666, novela póstuma de Roberto Bolaño, en la que Ciudad Juárez aparece con el nombre de Santa Teresa. Además, la monumental obra contiene un capítulo de más de 300 páginas construido a partir de informes forenses, en donde se identifica a las víctimas de feminicidio: “La parte de los crímenes”. Algunas de las preguntas con las que abre el capítulo son: “¿Representar el dolor consecuencia del mal no constituye una estetización intolerable, que incluso puede llegar a prolongar el crimen mismo? ¿Por qué no actuar en contra del mal en vez de representarlo o representar el dolor de las víctimas? La representación, al mismo tiempo que combate el silenciamiento de los crímenes, ¿no amplía también su potencia simbólica?”

Sánchez escribe acerca de la cuestión que se planteaba Susan Sontag en Ante el dolor de los demás (2003), donde la escritora estadounidense, de origen judío, pregunta sobre los efectos de la reproducción de fotografías de guerra que daban testimonio del horror y la legitimidad de su utilización. Para Sontag: “hay imágenes del horror que sólo deberían ser vistas por aquellos que pueden hacer algo por aliviar o evitar la repetición del dolor que representan”. José A. Sánchez piensa que la práctica artística construida sobre el dolor de otros debería surgir de la afección y no del interés. En este sentido, “Roberto Bolaño decidió que el feminicidio impune y la culpabilidad del Estado en el que se había formado como escritor reclamaban su trabajo de ficción”. Sánchez le reconoce a Bolaño el dar “centralidad literaria” a los hechos que el Estado mexicano se empeñaba en minimizar, además de hacer un “monumento disidente” que representa no una historia oficial, sino una marcada por el feminicidio impune.

Fotografía de José Luis González

En esta ciudad fronteriza, en la que vivo, las representaciones artísticas a partir del dolor real son una constante. No podría decir, como Sánchez, que alguna de ellas constituye un “monumento disidente”, porque ese ya lo ocupa la Cruz de clavos que hay en la Avenida Juárez, así como también las cruces sobre fondo rosa que sobrepuestas en muchos postes de la ciudad. Habiendo tantas representaciones ficcionales que tienen esa misma “centralidad literaria” que le atribuye Sánchez a 2666, no es estoy seguro si la de Bolaño es (o fue) “un reto a la moral imperante”. Tristeza, rabia e impotencia he sentido al ser lector o espectador en estas representaciones del dolor. El feminicidio impune representado en la literatura, el cine o las artes escénicas es duro de contemplar: ha brincado de la realidad a la ficción; uno recorre las páginas o asiste al cine o al teatro sabiendo que se vas a romper. Sin embargo, me gustaría volver a escribir la proposición de Sontag: “hay imágenes del horror que sólo deberían ser vistas por aquellos que pueden hacer algo por aliviar o evitar la repetición del dolor que representan”.

¿Qué sucedería si alguna de las representaciones ficcionales del feminicidio en Ciudad Juárez fuera vista por las autoridades o dependencias a quienes corresponde su solución? Me las imagino como público o lectores de estas obras. ¿Saldrían ilesos o se sentirían afectados? Y si es así, ¿harán algo por aliviar el dolor de la/os demás?

Gibrán Lucero

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Frente a una copa de vino, yo me río de mí (2)

03 Jueves Sep 2020

Posted by juaritosliterario in 16 de Septiembre, Bar, bebida / cerveza, Centro, El Recreo

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narrativa, siglo XXI

Segunda parte de la reseña de la novela De Obregón… El Recreo (2012) de Mauricio Rodríguez

13. La vida melodramática, arrastra el sinsabor del cliché, pero conserva matices distintivos. Y la vida de Zerk los tiene en buena medida destacados: la novela inicia con el divorcio del protagonista, su reajuste emocional (‘me fragmentaba en la noche llamada something else’), las primeras andanzas de libertad (condicionada al dolor): “hace tres semanas la calle es mi refugio. No he conseguido dormir como cuando estaba al lado de ella, quiero decir, hace tiempo que no cojo”. El poeta va hilando las emociones encontradas en su vagar nocturno-citadino: “En estos días la poesía en mí se resume a meros destellos. Me refugio en las calles porque no hay duda de que si algo hermoso tiene la Ciudad del Crimen, es su horroroso primer cuadro”. Zerk habla de ese otro espacio (opuesto al artificioso lugar ameno de El Recreo) donde encontrará amistades efímeras, conversaciones con personajes excéntricos, relaciones con nuevas amigas, con prostitutas de la calle La Paz. Encontrará sobre todo anécdotas que irán integrando a su narrativa en proceso de llegar a ser novela (la que estamos leyendo y comentando). Escribir del melodrama no es escapar de él, es darle solo el matiz de ser materia poetizable.

14. Los amoríos, según Zerk, deberían iniciarse o acabar en moteles de paso. La sensualidad es una descripción brevísima de maratones sexuales. La sucesión de acostones son, al fin de cuentas, cuerpos mal dibujados de mujeres similares. Zerk renuncia a la descripción minuciosa de las cualidades de aquel manojo de aventuras moteleras. Baste decir que una chica llamada Mina (por ejemplo) “le gustaba que la llamara mi puta, mi perra, en las noches interminables de sexo, pero una noche se fue de mi vida, como muchas otras se han ido”. O los acostones con Bátiz que también, un día, ella se despide: “solo fueron unos segundos, intercambio de miradas, un apretón de manos en el que se marcó un adiós, premeditado y luego volver al mundo que cada uno había decidido para sí”.

Fotografía de Alex Briseño

15. La novela es rica en anécdotas, tanto que algunos han confundido la novela con una serie de relatos. Anoto como ejemplo, un par de estas breves historias: A) La anécdota de los Eternos Sospechosos: “Una camioneta de la policía se detiene para investigar a dos cholos cuyo único delito fue tener tatuado el barrio en el cuello. Los revisan, primero de vista, luego inspeccionan entre sus ropas y les piden sus papeles para transitar por la calle que ya no les pertenece. No encuentran nada. Me observan. Me siento un criminal sin delito”. B) El extraordinario capítulo de los Merolicos, que es uno de los más entretenidos de la obra. Se trata más que del evento narrado, la manera cómo Mauricio lleva a la escritura el lenguaje oral, las expresiones de los pícaros de oficio que entretienen con gestos y voces a la gente para sacarle algunos billetes o (si se pudiera) alguna cartera: “Mira, acércate, no estamos aquí para pedir, estamos para dar querido público”.

Lee aquí el libro

16. Felizmente los logros poéticos abarcan capítulos enteros, además de refugiarse en pequeñas frases incrustadas en la narrativa general. Por ejemplo, hay un momento donde Zerk se mira al espejo (de su casa) y dice o piensa: “al llegar al baño con una estupenda cruda, me doy cuenta que el hombre al utilizar el rastrillo limpia las heridas de los días, esas que va dejando el desengaño. Afuera llueve a cántaros”. Su poesía habita también, la hostilidad de las circunstancias.

17. Fuera y dentro, las calles de Ciudad Juárez o El Recreo no son solo escenarios, sino personajes de múltiples voces. El Espejo de la cantina, el cuadro histórico de la ciudad, llega a representar, como la fila de mujeres sexuadas, suciedad, ebriedad, purgatorio de seres errantes: “por esta calle habitan también una gran cantidad de catarrines trasnochados, amigos todos, guerreros de 24 horas, que por lo general se quedan dormidos donde les da su chingada gana, ahí nomás se tiran y en cuanto despiertan le dan un entre a su botellita de alcohol de caña. Poco les importa el orín o la mierda que se las ha escapado”. La ciudad es una cantina, el ágora de los Miserables, refugio de los sobre-jodidos, casi seres humanos (los une al parecer, la boca de una botella), amigos, etílicos, como los borrachines de El Recreo (aunque estos tienen la mesura de la civilidad, la limpieza y el título de poetas clasemedieros y además se bañan a diario). Afuera domina una atmósfera de angustias a punto de estallas; adentro, en El Recreo, un (falso) oasis que comienza con ‘deme una cerveza’ y termina con el consabido grito parroquiano: ‘¡Ya no le sirvan!’. Fuera de El Recreo todo es enumeración de la miseria; dentro de El Recreo lo conversado acaba en terapia colectiva de consolación que se sabe atrapada en un mundo alterno de fatalidades.

18. Zerk, aquel joven desempacado de Torreón, Coahuila, se transforma en el Poeta Divorciado, el solitario disponible, el que ayer odiaba la ciudad y ahora se deja querer por la parte que ella le brinda: “dándole la vuelta al sector viejo de la ciudad me encuentro por la calle La Paz, donde se vende lo mismo frutas de temporada a grito pelón y en bolsa de plástico, que unos apestosos y tan poco salubres como suculentos tacos de hígado, excepcionales para apaciguar la tripa en tiempos de carestía”. en unos cuantos meses, Zerk conocerá a fondo a la ciudad odiada. Será parte de ella, de su pintoresquismo que huele a sexo, a vómitos y otros desechos. Ciudad en la que solo falta el estallido de una bomba exterminadora (cf. Diego Ordaz, Permutaciones para el estertor del mundo, 2017) o la carrera de zombis en búsqueda del buffet escondido (cf. Juan Carlos Esquivel, ‘La frontera de los muertos vivientes’, en Arenas Blancas 12, primavera 2013).

19. Zerk es el periodista que no pocas veces tiene momentos de gran lucidez profesional. Por ejemplo, cuando reflexiona sobre el papel del periodismo como insensibilizador, dice: “Escribo las historias de otros y me desgasto como una consecuencia, despacio. En una nota periodística siempre falta espacio para contar todas las emociones”, “peor aún, las estructuras informativas impiden por lo general el uso de emociones, todo se resume al hecho”. “Intuyo que esta desensibilización de alguna manera ha afectado al comportamiento del lector, que ya poco le importa si una persona muere o se saca la lotería”. Por ello, Zerk prefiere el oficio de la narrativa cultural, la entrevista que se convertirá en crónica mitificadora de vidas sin importancia. Los entrevistados tienen sueños, palabras que son enumeraciones de una escalada de fracasos. Los entrevistados son losers que habitan los espacios paupérrimos de la vida nocturna juarense o los oficios impuestos a destiempo.

20. De Obregón…El Recreo es el cansancio existencial de un joven que Zerk traduce en una narrativa de conjuntos fragmentados dramáticos, amargos. Es necesario escapar, salir en búsqueda de la ciudad deseada: Obregón. Allí está la promesa del amor (Mina). Pero la huida no ocurre. La pasividad del personaje se convierte en un caso de claustrofobia recurrente. Vivirá en un estado de aguda auto-crítica y de un constante amor-odio hacia la ciudad que no acaba de ser xenofóbica, y loser ella misma: “esta ciudad es la más tranquila del mundo. Lo digo en serio, a pesar de que diariamente la muerte se da sus buenos danzones en las casas, nadie se mueve, todos quietos, quietecitos esperan como vacas sagradas a que la pelona los visite”. El empleo de la ironía profunda es convicción aguda de la desesperanza que habita (que lo habita) en sus conclusiones más pesimistas y justas de la realidad juarense. Después de todo, tal es el estado emocional de miles de juarenses que habitan ‘la hermosa Ciudad del Crimen’.

21. Mauricio Rodríguez en esta novela retoma la herencia de la prosa poética francesa (siglo XIX), la crónica a la manera Poniatowska y la influencia de la escritura local que exalta la magia del antro idealizado (desde la narrativa iniciática de Rosario Sanmiguel, hasta los poemas etílicos de Miguel Ángel Chávez y toda la poesía local que sigue los pasos del abuelo Kerouac y del abuelo Bukowski).

22. Soy optimista cuando se trata de la literatura juarense (debilidad identitaria, fetichismo provinciano): la literatura local goza de buena salud, aunque ciertos imaginarios solitarios (opuestos, si así se quiere, a los imaginarios colectivos de la sociología) continúen con personajes estancados en un círculo vicioso que van del placer etílico a la abulia de la santa cruda, de la primera chela al último trago sangre (el nivel del hartazgo será, sin duda alguna, el tamaño del apocalipsis concebido, consabido).

Fotografía de Alex Briseño

23. Cuando Mauricio Rodríguez publicó esta novela tenía 37 años. Hoy tiene 45, el doble de edad de lxs nuevxs escritorxs que han encontrado el tema del género como idea esperanzadora de (al menos) una nueva visión de las relaciones humanas. También en este renglón soy optimista y autocrítico: no analicé, por ejemplo, el anclaje (o el repertorio) machista del personaje Zerk: sus reclamos unilaterales a la ex pareja, su recuento aparentemente discreto de acostones sin más efecto que la enumeración abúlica, el uso del aparato narrativo como un motivo confesional para autogenerar un discurso de víctima de las ingratas (aclaro que jamás aceptaría como índice de valor a un manual novelado de buena conducta feminista, pero sí el acercamiento explícito a esta sensibilidad que es ya una re-educación sentimental, una re-difinición de los términos de relaciones humanas). No existe en la narrativa de Mauricio una misoginia como ocurre en ciertos poetas juarenses de mediados de los 80, pero sí hay continuidad de la perspectiva que se finge exenta a los avatares de la victimización de género (no así de la victimización xenofóbica que Mauricio-Zerk muy bien describe). Esperemos en sus próximas novelas una transformación emocional de Zerk, el Montecristo.

José Manuel García-García
Profesor Emérito, NMSU

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Filósofos en el desierto

27 Jueves Ago 2020

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narrativa, siglo XXI

Cuando estaba en secundaria descubrí un género de historieta y animación japonesas (manga y anime, respectivamente, términos que hasta hace poco han sido aceptados por la Real Academia Española, aunque con significados en sumo alejados de la realidad) enfocado en relaciones homosexuales. El lector ideal del yaoi o boys–love, como se le denomina, es el sector femenino de la población, lo que ha orillado a los relatos a desenvolverse alrededor de una serie de clichés que no solo resultan prejuiciosos para la identidad LGBT+, sino que promueven un conjunto de ideales que contaminan y dañan el imaginario de las relaciones queer. Entre estos destacan el tropo de rape fantasy, una terrible tendencia a romantizar los actos de violación, ligando siempre a la víctima de forma amorosa a su victimario; y la aparente norma del personaje afeminado, que invisibiliza las identidades no normativas y que simplifica los vínculos afectivos equiparándolos con características originadas en la heteronormatividad.

Frente a esta situación, en los últimos años muchas de las creaciones más populares se han inclinado hacia representaciones sanas de la identidad homosexual, casi todas centradas en jóvenes adultos: Dōkyūsei (2006), Given (2013) y Yuri!!! on Ice (2016) lo ejemplifican, pues su fama proviene justamente del acercamiento a relaciones más humanas y realistas. La presencia del género y la visibilidad de sus seguidoras y seguidores contribuyó, además, a un surgimiento importante de representación LGBT+ en la industria mundial, donde la literatura ha construido un camino fundamental para los jóvenes: The Perks of Being A Wallflower (1999), Simon vs. The Homo Sapiens Agenda (2015) o El chico de las estrellas (2015) se encumbran como canon dentro de la literatura juvenil de temática queer. No obstante, a pesar de la sana inclusión, en estos textos persiste un problema: los personajes principales son todos blancos y sus apariencias continúan reproduciendo solo a las identidades cisgénero. Aquí entra en juego Benjamín Alire Sáenz, cuya obra Aristóteles y Dante descubren los secretos del universo (2012) rompe con muchos de estos estereotipos.

Benjamín Alire Sáenz, quien se define como “educator, poet, writer & activist” en su perfil de Instagram, nació en 1954, en Nuevo México, y llegó a El Paso, Texas, para practicar un sacerdocio eventualmente abandonado. En 1985 se matriculó en UTEP, donde hizo su maestría en Creación literaria a la que volvió, tras estudiar su doctorado tanto en la Universidad de Iowa como en la de Standford, para establecerse como miembro del profesorado. Su trabajo literario, que abarca los terrenos de la poesía y la narrativa en forma de cuento y novela, ha sido reconocido a través de varios premios, entre los que sobresalen el PEN/Faulkner Award en el 2013 gracias a los relatos compendiados en Everything Begins and Ends at the Kentucky Club (2012) y el Lambda Literary Award (2012) por la novela de Aristóteles y Dante.

Este texto es su obra más popular, pues ya saltó a la pantalla grande, con la adaptación de  Henry Alberto, y aunque el proyecto se encuentra en desarrollo cuenta con el cariño de una amplia base de fans a lo largo de todo el mundo. Lo cual no sorprende, ya que la misma dedicatorio del libro acoge a muchos: “todos los chicos que han tenido que aprender a jugar con otras reglas”- Alire Sáenz explora con eficiencia un género complicado: el bildungsroman, es decir, novela de crecimiento o transición desde y para las juventudes. La historia  de Aristóteles y Dante ocurre en 1987, en El Paso, y se refiere la amistad entre dos jóvenes méxico-americanos quienes, haciendo honor a sus nombres, buscan dar respuesta a los secretos del universo: cuál es su verdadera nacionalidad, qué significa ser mexicano, chicano o estadounidense, cómo debería comportarse un adulto y cuál es la lógica detrás de los besos entre dos chicos. Con una narrativa en primera persona y la presencia de un supuesto interlocutor, que en ocasiones se asemeja más bien a un diario de vida o al mismo Ari, el narrador, el autor estadounidense logra llevarnos a través de la mente de un adolescente cuyo mayor deseo consiste en conseguir que el verano sea su verano. Para ello,  conseguir un amigo es el primer paso; saber por qué su hermano mayor se encuentra en prisión desde hace más de diez años, el segundo; y comprender por qué no puede definir los sentimientos que Dante despierta en él, el último.

A lo largo del viaje que realizan los dos jóvenes para encontrar las respuestas a los misterios que los rodean y que encuentran de vez en cuando en el desierto, Sáenz logra algo fundamental en la novela: emparentar la sexualidad con la nacionalidad. Los dos protagonistas son méxico-americanos, pero cada uno comprende su identidad desde una posición distinta. Mientras Ari se siente mexicano y se enorgullece de serlo, pues sabe que sus abuelos lo eran y que esa cultura la ha heredado su familia, Dante rechaza la mexicanidad, pero tampoco se permite sentirse estadounidense. Aparte de considerarse lejano a la primera por su mal español, su desconocimiento de la vecina Juárez y su piel blanca, se enfrenta con el macho,una figura central en el estereotipo universal de la cultura mexicana; además, se pregunta si las raíces de su homosexualidad se conectan con Estados Unidos. El dilema que persiste en los personajes acerca de su origen se liga con la homofobia, pues desde el inicio de la la novela se destaca la violencia adolescente, y los crímenes de odio se suponen un método terrible para enfrentarse a lo desconocido, afectando a costa de una ira anormal las vidas de decenas de personas.

La novela surge como un ejercicio terapéutico para el autor, quien buscaba entender su sexualidad por medio de un complicado proceso de escritura; por ello resulta natural el desarrollo de la relación entre los adolescentes. Al respecto, el hecho más notable radica en la esperanza que ofrece la histira. Si bien el canon de la literatura LGBT+ deja de lado los vínculos familiares de los personajes, denunciando por medio de este abandono el repudio que la sociedad hace a estos sujetos marginados, en Aristóteles y Dante la familia posee un papel central y, lejos de mostrarse negativa ante los comportamientos de los jóvenes, se ofrece siempre como un soporte para impulsar su peregrinaje hacia la adultez y la propia aceptación. Cuando nos enfrentamos a las alarmantes cifras de suicidios adolescentes, nos damos cuenta que muchos de ellos vienen de circunstancias donde la homofobia o el racismo han dificultado al extremo su superviviencia; Aristóteles y Dante propone a la lectora y al lector juvenil la posibilidad de encontrar auxilio en sus seres queridos –quienes en muchas ocasiones no son la familia, por desgracia–, a la vez que insiste a sus receptores adultos en la completa aceptación de aquellos chicos que a diario se preguntan: “¿cuándo sabré quién soy?”

Pamela Torres Martínez

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Frente a una copa de vino, yo me río de mí (1)

06 Jueves Ago 2020

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narrativa, siglo XXI

Reseña de la novela De Obregón… El Recreo de Mauricio Rodríguez. Sediento Editores, 2012

  1. Novela donde un personaje (narrador) llamado Zerk Montecristo nos cuenta una parte de su vida. Zerk tiene tres estilos: el del narrador de una historia personal (drama + sexo); el estilo del periodista entrevistador de personajes locales (y promotor de un tugurio llamado El Recreo); y por último, el estilo de un vate que gusta del cuaderno-poemario en prosa hermética. Es una novela a tres manos, a tres niveles narrativos
  2. De Obregón… El Recreo es la novela intermedia: pertenece a otras dos más en proceso de creación. En la primera novela, Zerk será un joven dedicado a crearse una identidad pre-juarense; en la tercera, llegará posiblemente al lugar Anhelado: Ciudad Obregón (Who knows?). Tal es la promesa, no escrita, del escritor Mauricio Rodríguez (proyecto que alguna vez me comentó).

55 Rodríguez Obregon-Recreo.png

Lee aquí el libro

  1. Para entrar de lleno a De Obregón… El Recreo daré un resumen: a Zerk lo acaban de divorciar y está de un humor de todos los diablos (si me permiten comenzar con un cliché). Estamos en el momento en que anota fragmentos de su pasado (remoto), de su pasado cercano y de su presente de poeta en crisis (no es lo mismo un personaje en el límite de la angustia a uno en el inicio de su viaje a la Interzona Preapocalíptica). Como ya he anotado, Zerk, además de contarnos su vida, es el narrador-periodista que debe escribir una sección cultural con entrevistas a personajes de interés local. Y es el poeta que medita y anota frases que van del lugar común paródico-existencial al intento de una filosofía de vida (¿existe la felicidad por encima del determinismo provinciano?).
  2. Zerk se vale de un par de símbolos para evaluar su vida: Ícaro y Obregón. El primero consiste en el símbolo del Gran Fracaso: volar hacia el sol con alas de cera, etcétera. Así, Zerk es el loser que lo acepta, que intenta varios proyectos y fracasa, queda del lado de un sorpresivo divorcio, de un desengaño vital y de una poesía que se no se recupera del silencio etílico. El segundo es el de un lugar llamado Obregón, el lugar anhelado, el paraíso (auto)prometido (iré a “un lugar que en mi deseo se ha llamado Obregón”: On The Road / Over Gone / Obregón, dice el poeta Zerk). Allí lo espera (supuestamente) su amada, la felicidad, la segunda oportunidad sobre la tierra. Mientras eso ocurra, Zerk seguirá fiscalizando su actitud de vida: “no sé si fue mi imperante espíritu de ser poeta, escritor, escrutador de la noche, anacoreta, misántropo fracasado, lo que prevaleció en esa infructuosa relación [con su ex] o si en realidad simplemente no valgo madre como pareja”. Ícaro, como buen referente (ahora) posmoderno, sigue atento su caída, eligiendo las alternativas de vida, las (a largo plazo) desfavorables para sí mismo: “abandoné la posibilidad de estar con Mina a quien amaba, por seguir el estúpido ideal del matrimonio con una mujer que nunca me quiso de verdad. Fue un auto de formal prisión a voluntad”. Zerk-Ícaro: auto-reclamo que lleva la penitencia: dispersión existencial, errancia emocional, todo en una atmósfera que reclama ya un apocalipsis terapéutico.
  3. La novela carecer de una secuencia cronológica (¿Cuál la tiene y para qué?). Leemos fragmentos donde el pasado y el presente aparecen intercalados. Si recuperásemos una breve cronología, anotaríamos que el protagonista viaja de Torreón a Ciudad Juárez. Ahí se enfrenta a la xenofobia de los juarenses, por eso anota amargado: “nadie es de aquí, sin embargo, todos se sienten con el derecho de amedrentar a los demás, causándoles la pena de sentirse despreciados, humillando sus ilusiones de progreso”. “He vivido sorteando calumnias, voces altaneras, bromas de pésimo gusto y la carga de defender una tierra de origen que ya no me reconoce como su hijo”. Tal es la suerte de este migrante: despreciado aquí, despreciado allá. Zerk es una identidad en crisis, vive un divorcio de ciudad, así su integridad simbólica es dolorosamente liminal: ya no es lo que fue, pero todavía no es lo que será. A la nueva ciudad la comienza a conocer a partir de paseos literalmente compulsivos: “Hallándome solo entre el hedor que se desprendía de las alcantarillas mezclado con los estanquillos que ofrecen colitas de pavo y demás fritangas, terminé por volver el estómago más de una ocasión”. Así, el joven Zerk se crea a sí mismo como un joven Flâneur de una ciudad grotesca, ciudad telón del crimen organizado, víctima de la cleptocracia política y la narcocracia autodestructiva (¿o cuánto dura el reinado de un narco?).

55 Zona-el Recreo

  1. De las calles de Juárez pasa a su formación educativa. Recuerda la universidad, las corruptelas de profesores y estudiantes de la institución por la que pasa. Pero evoca también a maestros excepcionales: “recuerdo entre ellos al Doctor García… un tipo que pasaba de los 60 años, con una personalidad que asemejaba a Sean Conney interpretando al padre de Indiana Jones, pero versión gay”. De estudiante brinca a trabajar como periodista y a participar luego en un taller literario para cumplir su deseo de ser escritor, poeta (me refiero al Taller Laesta, coordinado por aquel joven que ahora escribe esta reseña).
  2. La filosofía zerkiana se establece a medida que sus fracasos se multiplican. El Narrador recuerda: “siempre he dicho que ante lo inevitable –para bien o para mal–, no hay nada mejor que una sonrisa y una mentada de madre”. También reflexiona en un tono poético: “Qué culero sabe la cerveza cuando alguien llamado Nadie te hace compañía y solo para acrecentar la secuela de dolor y terminar platicando en voz alta con las paredes”. Y sobre las decisiones vitales equivocadas, dice: “de haber admitido que me había enamorado, las cosas en ese entonces hubieran sido distintas, pero en estas cuestiones el tiempo no se detiene y el cauce de la inexperiencia nos lleva por donde le da su rechingada gana”. Y volviendo al tono poético, reflexiona: “ya no estoy joven, estoy perdido en mis días de madurez inmadura, siempre voy en busca de no buscar, mejor me callo, esto de hablar es extender una serpiente para que a su propia voluntad le crezcan alas”. Su filosofía es práctica y al mismo tiempo, se ajusta a las formas de una narratividad poética propia.

55 Recreo dos.jpg

  1. La vida emocional de Zerk resulta el tema dominante de la novela. Él es un personaje dolido, gris y miserable. En medio de una crisis social (narcoviolencia generalizada en juaritos), “justo en este bello instante caótico, la muy cabrona de mi esposa, decidió mandarme a la chingada”. El divorcio también significa una fractura de identidad (que se suma a la separación de su terruño, más las narco-balaceras de aquellos días. Su drama, en más de un sentido, es la situación colectiva de los jóvenes que vivieron de cerca la ultra-violencia social y el abandono de proyectos personales que quedaron en el basural de los sueños. Pura nostalgia en presente continuo, como si el pasado fuese un purgatorio avasallante, ni modo, naciste del lado loser y eso significa (al menos en esta narrativa) aceptar de antemano cualquier pecado que mañana se cometa, así, hay páginas que te llevan directo a las catacumbas de la asfixia emocional.
  2. El narrador tiene como Lugar Privilegiado el antro llamado El Recreo, un lugar (en realidad) sobrevaluado por la amistad entre el cantinero (don Tony) y algunos de los poetas locales dedicados al alcoholismo semanal. Es un establecimiento claustrofóbico, de mesas pequeñas y una hermosa barra y un gran espejo que ayuda a entretener la idea de falsa amplitud. No es el Lontananza de David Toscana, pero sí un bar que ayuda al turista cultural a sentir un vago toque de misticismo estético: aquí estuvo Etcétera, el poeta mayor. Consiste en la oferta bohemia de una provincia plagada de antros ruidosos o de cantinas exclusivas donde la clase media avejentada se reúne para escuchar boleros de (apenas) hace 30 años.

55 Recreo. Cantinero

  1. El Recreo es el paradero de la Nostalgia, el lugar para sufrir en grupo con música de rockola de los años noventa. Las tristezas del protagonista se desarrollan ahí, frente al gran espejo que va dibujando a los parroquianos, a sus gestos de película sin voz. Pareciera que ese espejo es la pantalla perfecta donde todos los personajes secundarios existen, encerrados ellos también en una múltiple prisión: El Recreo, el espejo de El Recreo y las imágenes recordadas por el narrador de la novela: “aquellos personajes observados en la barra de El Recreo, donde a través de una sola voz, el personaje principal, es uno con muchas voces. Dentro de él se escuchan sus compañeros de bohemia”. Zerk dixit.
  2. En nombre de la bohemia, Zerk se va creando para sí un yo ideal: el poeta errante, herido de amores, siempre cachondo y nostálgico soñador de un futuro llamado Obregón, ese lugar incierto de una incierta cita con la felicidad. La bohemia es (en todo caso) la actitud del poeta que imita la cercana (nomás a un siglo de distancia) imagen del Flâneur parisiense modernista: vagar por una ciudad apocalíptica, paupérrima. Zerk la llama (con todo el poder de síntesis que tiene) la Ciudad del Crimen. En este sentido, Ciudad Juárez es una especie de Limbo cercano al Infierno, una Isla de Circe, y Obregón será el espacio que la poesía le he prometido: su Ítaca, su deseo postegrado. Zerk-Ulises en permanente búsqueda de su destino; Zerk liminal (ser liminal).

55 Recreo Rockola.jpg

  1. La novela de Zerk se puede leer también como un texto de autoficción. Mauricio Rodríguez se empeña en decir que no es una obra autobiográfica, y tiene razón, pues resulta mejor un texto donde la biografía real del autor se mezcla con la vida del narrador ficticio. Recordemos que la autoficción es el enmascaramiento de los trazos fáctico-biográficos del autor real de la obra. Trazos de realidad demostrables: Zerk, al igual que el autor real (Mauricio Rodríguez) viene de Torreón, desde joven radica en Ciudad Juárez, donde estudia, se casa, se divorcia y trabaja. Tanto el autor como el personaje ficticio sufrieron la xenofobia local, ambos (además) son asiduos parroquianos de El Recreo, y los amigos son los mismos: los miembros del taller literario Laesta (esto no se menciona, solo sus nombres de ellos): Antonio Flores Shroeder, Jorge López Landó, Juan Pablo Santana (Jean Paul), Susana Chávez, y otros conocidos autores locales. Mauricio Rodríguez y Zerk Montecristo son periodistas, sostienen la sección El Puente donde entrevistan a personajes atípicos locales (Harold Edmonds y los Merolicos). Hay una parte memorable, cuando Zerk-Mauricio, busca a una amiga (que ahora es un mito feminista): “le pregunto al cantinero [de El Recreo] por mi carnalita Susana [Chávez], la vaga, la poeta, y me dice que estuvo aquí un par de noches, pero después de ponerse una buena juerga, terminó cantando canciones de Chavela Vargas y después de pelearse y mentarle la madre a media barra, salió y desde entonces no ha vuelto. Ya regresará”. Sabemos tristemente, que Susana no iba a regresar ya más. Resulta un acierto esta prolepsis cifrada para los iniciados en las biografías de lxs mártires de la misoginocracia.

José Manuel García-García
Profesor Emérito, NMSU

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Camino a la utopía

28 Martes Jul 2020

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poesía, siglo XXI

No estoy seguro si los hombres tengan mucho más qué decir en la literatura. Pienso que la mayoría siguió los patrones que ciertas figuras de finales de los sesenta pusieron como estándar. En Ciudad Juárez, fue en la década de los ochenta que la voz masculina se impuso como un canon forzado, más con poder que con calidad literaria; ni hablar de la crítica. En cambio, a nivel global han sido las mujeres quienes desde hace un par de décadas marcan los rumbos de la literatura, de la narrativa, de la poesía, del ensayo. No solo la forma, sino el contenido. Esos temas que han quedado durante años rezagados, casi invisibles para el hombre que escribe, se volvieron poco a poco los temas que las mujeres han comenzado a tratar.

Pienso, centrándome en México, en Fernanda Melchor, cronista y narradora veracruzana. En su primera novela, Falsa liebre, toma el horror del trópico (porque, contrario a lo que se cree, el horror es global y no solo un asunto del desierto), para narrarlo sin mucho artificio, más con una cadencia decimonónica que con el muchas veces petulante estilo del siglo XXI. En poesía, recuerdo un largo listado de mujeres que han tomado la forma y el fondo en función de la literatura, para subvertirlo todo y volverse, ellas, la base de la poética mexicana de inicio de siglo. Juana Adcock, con un diálogo entre varios idiomas, encuentra fosas que trazan la anatomía de la violencia en Manca, editado por la FETA en 2013; Yolanda Segura, en O reguero de hormigas, se apropia de un color para desdoblar gradualmente todos los rostros que la sangre puede tener; Iveth Luna, por ejemplo, hizo un trazo diferente para mostrar, con metáforas soterradas, la violencia que se vive siendo mujer: desde lo más íntimo hasta lo global. Sería fácil alargarme con nombres, pero lo que busco en estas líneas es re-entender una parte de la literatura juarense. En el ámbito local, hay mujeres que han venido delineando, de maneras diversas, una poética diferente de la forma común en que se había convertido la poesía. Ya no son los congales, ni las copias a los ya de por sí misóginos manifiestos nalgaístas; percibo ahora en la poesía juarense una mirada mucho más interior a la mujer misma; dos ejemplos de esta nueva poética, ambos con aciertos y errores: Nabil Valles y Karen Cano. Entre el “Tengo veinticuatro años y la edad matinal de los ancianos / que ven amanecer, en las lindes del tiempo, / cada día más temprano” y el “Nací en el 90 / empecé a llorar a las 6 en punto / a los 26 no descubro cómo dejar de hacerlo”, respectivamente.

El horror de la violencia en Juárez se volvió, de cierta forma, en un asunto que los hombres “aprendieron” (así, entre comillas) a manejar en sus textos. No es tanto el deber-ser del poeta, si es que podemos –que se puede– hablar de una ética poética, sino un ansia de no quedarse fuera de la narrativa de los hechos que influían en la sociedad: la violencia puede ser un circo y vender con tanta avidez como se quiera. De esto ya ha escrito Antonio Rubio en su ensayo sobre la antología Desierto en escarlata. Si hablamos de poesía, no son solo un intento, hallaremos los de un gran porcentaje de escritores que buscaron tomar esa bandera para generar versos, que no siempre fueron su mejor producción.

La otra poética que las mujeres han explorado es la del horror, como en “Rento casa” de Arminé Arjona: “Zona Residencial / cochera electrónica / 4 recámaras  3 baños / jacuzzi  alfombrada / amplio patio / donde fácilmente caben / l5 a l8 muertos”. Esta escritora juarense ha sido una de las que, desde una poética del horror, ha generado su propia línea literaria. El escarnio con el que se narra la violencia se vuelve el epicentro de un andar poético y artístico, sumado a una denuncia social. Otras dos mujeres de las que podría hablar en relación con la violencia y el horror en la literatura local son Jazmín Cano y Micaela Solís. La primera se acerca sin tabús a la violencia, tanto como mito fundador como eclosionador de la sociedad y de la propia persona, lo cual se puede ver en Miedo (Sangre Ediciones, 2018).

Micaela Solís, por otro lado, no solo conjuga la denuncia social con la poesía, sino que sus hallazgos con el lenguaje son más que destellos de una lírica pura y luminosa. Creo que localmente no se ha puesto a la altura necesaria a la literatura escrita por mujeres. En cambio, se ha alimentado a la poesía juarense con los mismos clichés que existen desde finales de los ochenta. Micaela Solís escribió Elegía en el desierto: in memoriam en 1997, poemario pensado como un performance, o para enunciarse en voz alta, poesía en crisis, escribe ella misma al inicio del libro. En el 99, salió de imprenta El silencio que la voz de todas quiebra, libro colectivo que me parece toral para comprender el horror de la frontera. Ambas publicaciones toman como eje el feminicidio y el infanticidio, temas que, a pesar de ser esta zona geográfica la de mayor estigma, pareciera casi eliminado de la literatura; en cambio, la misoginia de ciertos versos ya rancios, que no lograron sobrevivir ni una década, son lo que representa a la poética juarense.

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Lee aquí el poemario

El trabajo de Micaela es una costura invisible. Eduardo Milán, poeta uruguayo, conceptualiza que cierta poesía latinoamericana está marcada por el signo de la utopía, sobre todo en la década de los setenta y ochenta. Milán asegura que en la década anterior al cambio de milenio se perdió ese anhelo, convirtiéndose en la poesía del después: la pos-utopía. Sin embargo, Elegía del desierto no va hacia ella, ni tampoco es poesía del después, sino de un presente horroroso. Poesía que escrita en el 97 (y publicada hasta el 2004 por la UACJ), podría estar hecha diez años después, en el 2007, o justo ayer, y seguiría teniendo esa lamentable frescura. De no ser por la narrativa del horror, sería de festejarse que algunos versos logren tener una presencia viva en cualquier época. La poesía de amor y muerte lo logran, pero a su favor tiene la universalidad del tema. En Elegía no es solo que el feminicidio siga siendo un tema en la frontera; sino que esos descubrimientos de verdadera poesía le dan una vitalidad envidiable con relación a sus coetáneos. Reconozco que dentro del trabajo de Micaela Solís hay una contra-utopía, una suerte de denuncia. La utopía traza el camino, pero la realidad quizá marca el de la poesía.

Ignoro el proceso de creación de esta poesía en crisis. Lo que veo, desde una mirada a la forma, es una repetición de versos: “A su cumbre infernal / alzábanse mis gritos como llamas / y todos los oídos fueron sordos; / les era necesaria la escala de mi sueño / a él / y al otro / y al otro / y al otro / y a todos…, / para cumplir exacto mi designio, / tanto más hondo como frágil la escala de mi cuerpo. / Al peso de la culpa no volverán a ver la luz, / su patria es el abismo”. Como performance, la duplicación genera una serie de fonemas que el espectador comienza a reconocer, incluso sin su significado. Los sonidos se vuelven parte de la atmósfera. Las mismas sílabas generan no solo un ritmo interno, sino que dotan de reconocimiento lo que se dicen. Interpreto la repetición en el poemario como un símil a la violencia. Se repite y se repite y se repite…

Traspasar la realidad al texto no siempre es afortunado. Un feminicidio debería pertenecer al campo de la imaginación y no a una triste realidad que se vuelve verso, y después denuncia y después catarsis. Darle visibilidad a libros como Elegía en el desierto, a sus temas, no solo nos reabre un eterno debate como sociedad, sino que desde el ámbito literario, sobre todo en la frontera, nos plantea una duda, que lleva cierto tiempo dando vueltas. ¿Realmente se le dio la voz y la batuta de la literatura a quien se lo merecía? Necesitamos, y merecemos, repensar la tradición escrita en Ciudad Juárez, para entender los caminos, y, ahora sí, encaminarnos a la utopía, al menos literaria.

César Graciano

Texto publicado originalmente en Sinembargo,mx 

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Contra la pretensión del olvido

23 Jueves Jul 2020

Posted by juaritosliterario in Sinembargo, Vida cotidiana

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narrativa, siglo XXI

Uno: Contra la pretensión del olvido

  1. Candia es la precursora de la crónica breve fronteriza desde la perspectiva femenina.
  2. Sus crónicas (publicadas en los periódicos de los años 80) unen literatura y periodismo; estilo personal y giros idiomáticos juarenses; unen el ensayo y la descripción (a veces lírica) de un evento o de un personaje alegórico.
  3. El libro Mujeres eternas: crónicas de Adriana (2016), se puede leer como el archivo de una época y como la perspectiva literaturizada de una realidad. Dualismo textual: relatos literarios y literalidad testimonial.

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Lee aquí las crónicas

  1. El artículo periodístico es útil y efímero: tiene fecha de caducidad; al cumplir su papel informador pasa a ser archivo para el antropólogo social y para el historiador.
  2. El texto literario, en cambio, busca trascender a través de un personaje memorable: una escena debe ser breve y perfecta. Un texto literario si es malo se olvida pronto; si es bueno (como son las crónicas de Adriana), se queda en la atmósfera interior de sus lectores.
  3. Leemos la crónica urbana para enterarnos de un suceso clave o de un personaje emblemático que representa una época, y para disfrutar de una perspectiva estética (lo que todavía llamamos ‘el estilo literario’) que ha sabido condensar un momento real en palabras precisas.
  4. Recordemos: en Ciudad Juárez hubo varios cronistas importantes que publicaron sus artículos en libros: Armando B. Chávez (El pensamiento y obra de ilustres chihuahuenses, 1976; Riqueza cultural y artística de Ciudad Juárez, Chihuahua, 1985); Ignacio Esparza Marín (Historia de la imprenta, 1978; Monografía histórica de Ciudad Juárez, 1986-1991); David Pérez López (Historias cercanas, 2004; Los años vividos, 2005), Raúl Flores Simental (Crónica en el desierto, 1994; Crónicas del siglo pasado, 2013), así como otros periodistas que escribieron sobre la vida nocturna juarense.
  5. Raúl Flores Simental es el que le da a la crónica juarense la categoría de excelencia literaria, con un estilo conciso, ameno, didáctico, y una propuesta emocional precisa: podemos ver el pasado a través del prisma de su nostalgia y su humor irónico.
  6. Adriana Candia escribió en su prólogo a Crónicas del siglo pasado lo siguiente: Flores Simental nos regala: un “tesoro de instantáneas’, ‘cápsulas de información’, ‘retratos de los juarenses en determinado momento o circunstancia’, ‘donde aparece la esencia de lo que hemos sido y somos’, con un dominio de ‘la frase, la palabra y la imagen exacta’, con ‘una gran dosis de nostalgia’, y ‘el toque lúdico’, ‘con su particular uso del lenguaje y la elección de una imagen especial arrancada del mismo pueblo’, son retratos de ‘personajes, costumbres, rituales y pasajes urbanos.”

Candia mujeres eternas (3)

  1. Con las crónicas de Flores Simental, apunta Adriana, “podíamos suspirar, sonreír, emocionarnos o simplemente vernos reflejados en unos cuantos pincelazos que pocas veces alcanzaron la extensión de dos cuartillas’. Su obra es ‘un compendio para la sociología o la microhistoria’ y un ‘cofre literario’, ‘una gran herencia, nuestro espejo.”
  2. En el libro de Adriana los personajes femeninos son alegorías de la víctima social: la sirvienta que cruza todos los días a El Paso, la mujer que vive las falsas oportunidades del subempleo, la que se renta para el baile, la luchadora, la que vende ropa usada, la indígena indigente, la soñadora que vive en la miseria absoluta.
  3. Adriana se enfoca en un personaje para hablarnos del ‘tejido social’ general; sus protagonistas son partes de un todo y ese todo es un contexto ‘disfuncional’: el irónico ‘mejor de los mundos posibles’ volteriano, el lugar que nos tocó vivir y dar un testimonio literario.
  4. Las crónicas de Adriana ejerce la crítica cultural femenina: literatura ‘de género’, feminismo de facto, sí, pero desde la sátira: da gusto leer la mofa que Adriana ejerce contra la misoginia, la hipocresía oficial y el lenguaje encrático adocenado (esa gramática de lo mediocre celebrado por el poder). La sátira exige un lenguaje carnavalesco (a la manera Monsiváis), la literaturización de la palabra cotidiana revirada contra el enemigo cultural.

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  1. Subrayo una estrategia literaria de Adriana: la brevedad. Son textos breves porque así lo exigía el formato periodístico: la media cuartilla o una cuartilla y media es la medida, el espacio que ‘generosamente’ ofrecen los diarios locales. Adriana logró hacer de ese problema la solución: en un mínimo de palabras, darle un máximo de significados. La economía obligó a la precisión, a la concisión, sobre todo a la densidad de ideas y comentarios.
  2. De las 42 crónicas, sólo dos exceden las 800 palabras: “Las tropas de entonces” con 863 palabras, y “Pasajeros con destino…” con 891 palabras. En cambio, la mayoría de las micro-crónicas constan de 300/350 palabras, las más breves: “Canto, sudor y lágrimas” tiene 265 palabras, “Descubrió la espera”, 303 palabras, y “Una de vaqueros”, 313 palabras.
  3. Otras características son la precisión de frases y uso de parodias contra el lenguaje dominante (el lenguaje tevecrático de la época). El riesgo consiste en parodiar en un país donde apenas se conocen las referencias culturales-literarias (las referencias intertextuales, las citas (o)cultas que aparecen en cada una de las crónicas de Adriana. Hay que tener un conocimiento de la cultura de la época para gozar de las sátiras propuesta por la autora, esto lo sabe ella, de allí su glosario incluido en la última sección del libro).
  4. La crónica breve es un estilo, un género, y también un vehículo para expresar una ideología personal: la crítica social. La mayoría de las crónicas de Adriana son denuncias de una forma de injusticia; los personajes sirven de alegorías de la condición marginal. Detrás del humor literario está la responsabilidad de tratar temas serios en formatos breves, de anécdotas pensadas para hablar de lo que los sociólogos llaman ‘la subalternidad fronteriza’.
  5. No es un humor ‘facilista’, es un humor que a veces se vale de la retórica subtextual (escondida, ya lo mencioné) y extratextual (relacionada con otro texto de la época). Son crónicas breves donde se condensa la simpatía por las víctimas sociales, la admiración por el ingenio de la sobrevivencia y contra la apatía de los que han originado esta condición sociopolítica.
  6. También son crónicas de una fuerte emoción nostálgica. La nostalgia es una forma de sentir el pasado, lo vivido como una forma exclusiva y a la vez compartida. Entendemos la nostalgia de Adriana en sus imágenes de (por ejemplo) un amanecer cubierto de nieve. Nieve que de una pincelada eliminó la fealdad de la ciudad construida a retazos, con las sobras del país vecino. La nostalgia es también literariamente selectiva y colectiva.
  7. Los recuerdos de Adriana son ahora nuestros.

Candia mujeres eternas (4)

Dos: Las voces de nuestra ciudad

  1. Hablaré brevemente sobre algunas de las crónicas de Adriana, las que reflejan crítica social y las que hablan de una profunda emoción nostálgica.

A) La micro crónica “Mazahua”, es la historia de una mujer indígena que llegó a Juárez huyendo de la miseria del campo mexicano; ahora vive en la miseria de la urbe juarense. Pobre y nostálgica “se acordó de aquel paisaje de Toluca que miraba cada mañana al despertarse. Un cielo amplio y limpio bordeando el cerro y sus verdores, confundiéndose con el humo de las casitas recién despiertas.” Su vida en Juárez es la de un personaje invisible, presencia ignorada, vida anclada en lo más amargo de la agonía social.

B) La micro crónica “Las que se van” es la historia de una joven que decide irse a Estados Unidos; sus planes, el suspenso sostenido del viaje, el cruce al otro país y su trabajo rutinario, cumplen el ciclo de un destino emblemático. La vida del personaje es la vida de millones de mujeres emigrantes: “Escribe de vez en cuando, llora alguna ocasión, trabaja diez horas diarias y piensa poco en volver porque ahora ya lo sabe: Como ilegal nunca tendrá la fortuna con la que una vez soñó regresar.” Es otro personaje más que vive más allá de la marginalidad: ella es el resultado de una sociedad que necesita esclavos desechables o deportables si acaso exigen algo tan remoto como es una existencia humanamente decorosa.

C) La micro crónica “Ranazos, y quebradoras” es la descripción lúdica, humorística y también lírica de las reinas del costalazo, las luchadoras: “¡Chíngala! ¡Chíngala!’, silbidos, aplausos, ‘¡Mátala Canalla!’, ‘¡Mátala para que aprenda!’. Silbidos, piedritas, cáscaras de cacahuate, pedazos de naranjas, semillas y toda una colección de restos de comida masticables reciben a las mujeres luchadoras en la escena.” El ambiente adecuado para el espectáculo de lo estrafalario que los culturalmente pobres tienen por desfogue: “Suenan los ranazos, las planchas y las quebradoras; la asistencia aúlla, el réferi también patea y lucha, pero ellas siguen fingiendo sin hacerse daño; un último maromeo acaba con la pelea, los que pagaron se quejan y protestan con otra lluvia de cascarazos, pero ya hay vencedora y las dos sonríen mientras se encaminan al vestidor. Adentro se dan la mano, reciben sus 30 mil y el espectáculo sigue afuera.” Gracias a la descripción, la enumeración de acciones rápidas que ocurren en el cuadrilátero, los que conocemos ese espectáculo recordamos otros momentos del pancracio épico, y al mismo tiempo, gracias a la destreza literaria de la cronista, apreciamos haber presenciado un momento grave y patético del Arte del Costalazo.

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  1. Ahora cito y comento tres ejemplos de las crónicas de la nostalgia literaria de la autora:

A) La primera, tal vez la más representativa del estilo de Adriana, se llama “Huele a lluvia”, es una crónica que se aleja del comentario social y se sumerge en los recuerdos personales, los recuerdos de niñez, que (entendámoslo así) es un recuerdo colectivo, un recuerdo ‘que hace comunidad’, como dijeran los sociólogos. ¿Qué juarense (de los años anteriores a la invasión a los cerros del poniente) no disfrutó de la lluvia de los veranos, sus olores a campo? “El inconfundible perfume a gobernadora y tierra húmeda eran el único, pero feliz anuncio de aquellas lluvias de verano repentinas; aroma de milagro sobre la tierra reseca, moribunda, ya para finales de junio; sólo unos momentos antes de los chaparrones que llenaban de alegría, aunque sea unos minutos, el lomerío y el desierto de Ciudad Juárez.” A unos el sabor, el olor a una magdalena les da para la búsqueda del tiempo perdido, a otros un olor a tierra mojada les da para recordar lo mejor de los tiempos de ayer.

B) “Casa con pájaros” es otra crónica o microrrelato que habla de aquellos ancianos que llegaron a Ciudad Juárez con sus costumbres campiranas, viviendo en casas con patios llenos de flores y tardes de conversaciones pausadas, y el constante escándalo de las aves en sus amplias jaulas: “La pareja gastaba las horas cuidando gorriones de plumaje simple, pero hermoso canto; cotorros habladores que sabían silbar y decir dos o tres palabras; loros, pajaritos de amor amarillos, azules y verdes y muchas aves más con plumajes bellos que comían frutas y semillas.” Momentos que muchos juarenses vivimos, pero de los que sólo una autora guarda en la memoria colectiva de la crónica.

C) “A la puerta” es micro crónica dedicada a los vendedores ambulantes, los que ofrecían con sus gritos (gama de estilos) las yerbas medicinales, la golosinas, los tamales: “Todos estos hombres hacían un alto en nuestras sencillas vidas por unos minutos cada día; pero se quedaron en los recuerdos de aquellas calles polvorientas. ¿A dónde habrán ido ellos y cómo habremos quedado en su memoria?” La memoria es una imagen poblada con frases que describen momentos, esos que Adriana vivió, que ahora vivimos a través de sus palabras.

Candia mujeres eternas (2)

  1. Las características de una crónica perfecta fueron descritas por Adriana en su prólogo al libro de Flores Simental. Puedo decir que sus palabras se aplican también a Mujeres eternas, su propia obra: brevedad, literaturización, elección de personajes y eventos claves que perfilan en su microcosmos una ciudad y su interminable duplicación de destinos paralelos, similares, agónicos y nostálgicos.
  2. Ante la gravedad de la vida efímera (parece decirnos Adriana) sólo nos queda dejarla bien escrita. Tales son nuestras memorias, al fin y al cabo: juarenses.

José Manuel García García
(Profesor Emérito, NMSU)

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