“Ciudad nueva” al Suroriente
La fábrica del crimen, novela publicada en el 2012 por la periodista Sandra Rodríguez Nieto, va de lo particular a lo general mientras indaga en algunos hechos violentos que tuvieron lugar en Ciudad Juárez a raíz de la guerra contra el narcotráfico. El texto narra la historia de Vicente León, un estudiante del Colegio de Bachilleres número 6, quien en el 2004 planeó y ejecutó el asesinato de su propia familia, les prendió fuego; además inventó un secuestro y pidió 200 mil dólares de rescate por ellos. El delito se consuma con la ayuda de sus compañeros de clase: Eduardo y Osiel (Uziel en la versión literaria). En la escena del crimen, el paisaje urbano emerge como elemento antagónico a la impetuosa situación: “Una camioneta Explorer, sin placas e impactada contra el tronco de un árbol, empezó a consumirse en un fuego que esa madrugada de mayo contrastó con la oscuridad del Camino a Zaragoza, una vereda arcillosa que atraviesa los escasos plantíos de esa parte del valle del Río Bravo, la menos desértica de Ciudad Juárez”. Los tres amigos miden sus actos respecto a la conciencia de impunidad que impera sobre la sociedad fronteriza de la época, por lo que asumen que el triple homicidio difícilmente sería rastreado hasta encontrarlos culpables. La captura y procesamiento de los adolescentes criminales solidifica uno de los puntos que la autora pretende destacar en el libro: que los casos sin resolver regularmente permanecen inconclusos, no por falta de pericia en los elementos de seguridad e investigación judicial, sino debido a cuestiones que obedecen a intereses personales y al tema en general sobre la corrupción.
Sin embargo la historia no reduce su panorama a estos tres personajes. El Saik (Éder Ángel Martínez Reyna) “un joven que vivía en la calle Durango, en el fraccionamiento Bosques de Salvárcar, en el suroriente de Juárez” permea cómo la estructura social y el mismo diseño urbano han incidido de manera negativa en la formación de los sectores jóvenes y desprotegidos de la ciudad: “Cuando El Saik crecía en la década de los 90, en el suroriente no había zonas deportivas ni bibliotecas ni teatros ni ningún otro lugar en el que los chicos de su edad pudieran ampliar su universo. Solo estaban las calles, donde miles de viviendas del tamaño de la suya se multiplicaban como otro producto de manufactura hasta que terminaban abruptamente junto a algún lote baldío o el muro de alguna maquiladora”. Asimismo, su caso funciona para hablar sobre el crecimiento ralo de las zonas habitacionales en la “Ciudad Nueva” o “Ciudad Sur”, como le denominaron a esta zona los investigadores sociales. Estas áreas “se construyeron en torno a las maquiladoras y, con los años, se fueron mezclando con plazas comerciales, otras colonias viejas y escasamente urbanizadas (…). El resultado fueron decenas de barrios fragmentados como islas divididas por un mar de dunas y basura, que, por la inseguridad, hicieron letales los trayectos a pie y eliminaron del espacio público cualquier elemento que pudiera generar cohesión o fortalecer la identidad”.
La narración desemboca en un espacio que reúne a Vicente y a El Saik, el Centro de Readaptación Social. El relato puntualiza que, si bien la administración del CERESO es responsabilidad del poder legal, su regencia suele estar en manos de las autoridades criminales: “Como uno de los centros de distribución de droga más importantes de la ciudad, el Cereso era asimismo uno de los negocios más seguros —con un mercado literalmente cautivo de más de mil reos adictos— y operaba gracias a un sistema de corrupción que nadie trataba siquiera de ocultar”. La construcción del espacio literario permite ubicar y exponer la corruptela del poder político para establecer un referente que explique distintos fenómenos de depravación en las altas esferas de la ciudad. Esto se encuentra vinculado con la manera en que nuestra sociedad comprende el concepto de justicia, así como lo ejemplifica con Vicente, Eduardo y Uziel, “cuyo caso evidenció que el crimen nos estaba contaminando a todos y que la impunidad, que hasta ese momento había sido planteada como un problema exclusivo de las víctimas, era en realidad un conflicto colectivo: la falta de castigo estaba enviado el mensaje de que todo estaba permitido”.
Sarahí Robledo
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La historia de la Toma desde la fotografía
En el segundo tomo de 1911 La Batalla de Ciudad Juárez (2003), Miguel Ángel Berumen se adentra, a través de múltiples imágenes, en uno de los episodios más importantes de la historia de la frontera. El libro consiste en una investigación de los avatares de uno de los eventos coyunturales del movimiento revolucionario encabezado por Francisco I. Madero. Más allá de centrarse en los protagonistas del acontecimiento, Berumen fija su atención en el pueblo, el cual atestiguo una lucha que cambió el curso de nuestra nación. De esta manera, la cotidianidad retratada por diversas lentes durante aquellos estrepitosos meses se convirtió en la fuente principal para recrear la contienda ocurrida entre el 8 y el 10 de mayo de 1911. El espacio fronterizo nos hace repensar una vez más la narrativa desde la fotografía.
Berumen nació en Ciudad Juárez en 1962. No obstante, su interés por la fotografía como documento para mirar la historia y su fascinación por el cine, surgió al estudiar sociología en la capital del país. Cuando volvió a la frontera se dedicó a promover el séptimo arte e investigar cómo fue la llegada del cine a los límites de la nación. Así descubrió el valor de la investigación iconográfica y volteó su mirada hacia los documentos que retrataron la Revolución Mexicana en el septentrión. Berumen ha destacado como historiador, gestor cultural, productor editorial y museógrafo; en el 2005 publicó Pancho Villa, la construcción del mito y, gracias al libro aquí tratado, obtuvo el premio internacional Southwest Book Award. Dirigió por varios años el Museo Nacional de la Revolución Mexican, localizado en el sótano del monumento homónimo, y ahora labora como curador del Museo de la Revolución en la Frontera (MUREF). Entre sus proyectos más recientes destaca la coordinación de la exhibición La búsqueda de un ideal. La Constitución, la cual busca indagar si este documento cumplió con sus objetivos, y así generar una reflexión sobre los eventos que nos han posicionado en nuestro actual lugar como nación.
La Batalla de Ciudad Juárez II. Las imágenes se aparta de la mirada oficial que narra los acontecimientos desde el discurso centralista con sus figuras y monumentos de bronce ya establecidos, ya que Berumen erige su investigación a partir de un aspecto que la historiografía había pasado de largo: las fotografías. El autor entiende que su objeto de estudio no se prioriza en un área –la Historia– que tradicionalmente se basa en los documentos escritos; por ello, en la introducción enfatiza la importancia del estudio iconográfico al momento de analizar la historia local, la nacional y el fotoperiodismo moderno. Asegura que, igual que los archivos, las imágenes aportan datos imprescindibles sobre la revuelta armada que cimbró a Ciudad Juárez; ya que uno de los aspectos que más llama sobresale de este evento radica en la atención mediática sin precedentes de la que fue objeto: más de cincuenta fotoperiodistas buscaban la primicia del cuadro que captara el mejor momento. Berumen se interesa en este aspecto, pues la frivolidad de los medios que acecharon a Juárez se intensificó a tal grado que, incluso los revolucionarios sucumbieron ante el encanto de la lente, conscientes del poder de las imágenes para ganarse la opinión pública.
La importancia de la fotografía consiste, sobre todo, en la preservación de la memoria y en las diversas lecturas que de ella pueden desprenderse. Aspecto del que se desprenden algunas de las principales interrogaciones de Berumen: “quiénes eran los personajes que aparecían en el encuadre, en dónde estaban, en qué fecha, los sucesos que describían, quién tomó las fotografías, qué motivó a los fotógrafos, cámaras utilizadas, cómo se difundieron esas imágenes, etcétera.” Los hallazgos realizados a partir de estas cuestiones sorprendieron al mismo autor debido a la variedad de fuentes iconográficas que localizó; por ejemplo, las postales producidas por fotógrafos paseños, quienes, con su amarillismo, construyeron un imaginario bastante bárbaro de la revolución norteña.
El británico Jimmy Hare es una de las figuras más importante entre la pléyade de fotógrafos extranjeros que arribaron a Ciudad Juárez, pues sus imágenes retrataron muy de cerca los días de la contienda y significan un registro detallado de los acontecimientos que surgían a cada instante. Debido a esto, Berumen le dedica gran parte de su investigación. De las más de cien fotografías de la Revolución Mexicana que se produjeron para la revista Collier’s, la mayoría surgió de la lente de Hare. Gracias a su obra, el investigador juarense estableció la ruta seguida por una de las columnas revolucionarias en esta frontera. Además, como prueba de su arrojo y determinación, resalta el episodio en donde, durante la toma de la Misión de Guadalupe, Hare se sube al techo de antigua iglesia para captar el momento en que los insurrectos tomaban el control de la ciudad.
El alcance de la imagen fotográfica sirvió también para intereses políticos; Francisco I. Madero lo sabía muy bien. Su llegada a Ciudad Juárez la mañana del 16 de abril de 1911 acaparó la atención en ambos lados de la frontera provocando el morbo de la población, como si de un espectáculo circense se tratara. La población paseña, incluso, hizo caso omiso a las advertencias del peligro al que se exponían si se aceraban a la línea de fuego. La frivolidad de este acontecimiento, de acuerdo a la investigación de Berumen, se evidencia a través de los escalofriantes anuncios que se publicaban en los periódicos locales: “La forma más segura de ver la pelea es conseguirse unos binoculares y quedarse fuera de rango […]. Después de esta batalla viene un evento musical que no puede darse el lujo de perderse.” Era tal el magnetismo del bando rebelde que en una de las primeras victorias de Madero sobre las fuerzas armadas de Porfirio Díaz, el campamento maderista se inundó de “periodistas, fotógrafos y simpatizantes que llegaban desde El Paso […] propiciando cientos de momentos fotográficos.” Un testimonio impreso en El Paso Herald confirma este ambiente de carnaval que evocaba una especie de territorio libre: “La multitud una vez más inundó el campo insurrecto el domingo […]. Los insurrectos estaban en el campamento como siempre, y fueron fotografiados aproximadamente 1723 veces por los corresponsales aficionados.”
La imagen de la Revolución que se formó a partir de las fotografías otorga una lectura nueva sobre este hecho histórico, pues un cúmulo de miradas detrás de las lentes armaron un discurso visual que no debemos ignorar. El aporte de Berumen en 1911 La Batalla de Ciudad Juárez II. Las imágenes resulta de suma valía para el lector contemporáneo, ya que lo invita a reflexionar y cuestionarse sobre la manera en que estamos acostumbrados a interpretar la historia. Al redefinir el imaginario que se nos ha impuesto por décadas, veremos con nuevos ojos no solo a los personajes históricos, sino también el valor del espacio fronterizo que habitamos.
Adolfo Abraham Cruz Carbajal
- Publicado en Centro, MUREF, Revolución
Sombras de la contienda
El 8 de mayo de 1911, en el ahora Centro Histórico, comenzó una de las batallas más importantes de la Revolución Mexicana, quizá la de mayor trascendencia de aquella estrepitosa época. Durante la Toma de Ciudad Juárez se consolidaron figuras políticas como Francisco I. Madero y Abraham González y comenzó la leyenda de Pancho Villa y Pascual Orozco. Además, tras el derrocamiento de las tropas federales en esta frontera Porfirio Díaz renunció a la presidencia de la República.
Debido a esta importancia, la ruta literaria virtual Huellas de la Toma, diseñada y organizada por Juaritos Literario, tiene por objetivo recorrer, a través de distintas obras literarias, las calles citadinas y ese momento histórico que cimbró a nuestra localidad y resonó en todo el país. A continuación, me detendré en el autor y el contenido del primer texto abordado en el recorrido, el cual comienza en las instalaciones del Museo de la Revolución en la Frontera (MUREF). Materia de sombras (2001), novela escrita por Pedro Siller, narra lo sucedido durante y después de la contienda a partir de la figura de Abraham González. Su autor, aunque chiapaneco de nacimiento y economista de formación, es uno de los historiadores que más ha aportado a la ciudad que lo adoptó. Hablar del acontecimiento que aquí nos ocupa significa hablar de su arduo trabajo, el cual publicó, en coautoría con Miguel Ángel Berumen, en 1911: La batalla de Ciudad Juárez, una exhaustiva investigación que apareció en dos volúmenes en el 2003. Antes de su edición, nadie se había ocupado de este episodio clave y desencadenante en la historia nacional. La Casa de Adobe era un cuartucho derruido en donde se reunían las pandillas de las afueras de la ciudad. No existía ninguna iniciativa por parte del gobierno municipal, estatal o federal para reconstruir y revalorizar la importancia cultural e histórica de la abandonada construcción, hasta que la obra de Siller y Berumen comenzó a circular.
Pedro Siller labora como profesor-investigador en el Departamento de Humanidades de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Sus líneas de investigación giran en torno a la Independencia de Estados Unidos, la Revolución Francesa, el Porfiriato y la Revolución Mexicana. Intereses que quizá devengan de las revueltas estudiantiles y levantamientos civiles a nivel mundial ocurridos durante sus años universitarios en la década de los 70’s; por ejemplo, la Revolución Cubana y los motivos que convirtieron al Che en un símbolo de resistencia, o el movimiento armado en Nicaragua, el cual se retoma en la novela Adiós muchachos de Sergio Ramírez.
No extraña entonces la dedicación del doctor Siller para reconstruir el archivo histórico de la Toma de Ciudad Juárez. Su pasión por el tema continúa vigente a través de la publicación de artículos sobre el germen de la Revolución y lo acontecido durante la Decena Trágica, otro de los momentos que lo motivan en sus investigaciones. ¿Qué sería de nuestra historia si el docente universitario no se hubiera aventurado en la titánica labor documental en torno a aquel mayo de 1911? Probablemente aún ignoraríamos el valor de la emblemática batalla y, sin duda, Huellas de la toma no existiría. Por tanto, la intención de la primera intervención del recorrido consiste en reconocer y valorar su trabajo a partir de Materia de sombras, texto ficcional que precedió a la publicación de su obra académica.
En la novela, publicada al igual que 1911. La Toma de Ciudad Juárez bajo el sello editorial Cuadro por Cuadro, Imagen y Palabra, Siller aborda los antecedentes de la batalla y sus consecuencias inmediatas a través de la voz de los mismos protagonistas, quienes giran en torno a Julieta Álvarez, narradora e intermediaria de la historia. En el presente ficcional, ella, exiliada en Estados Unidos labora como secretaria tras haber mantenido una relación amorosa con don Abraham González, primer gobernador revolucionario de Chihuahua y uno de los principales artífices de movimiento armado en la frontera. Debido a las condiciones del asesinato del revolucionario, acontecido en 1913, Julieta jamás pudo despedirse. Pero, décadas después recibió una carta en la que se narraba lo que le había ocurrido a su antiguo amante. A partir de ese momento, la protagonista aprovechará sus habilidades como médium –adquiridas por enseñanza de Francisco I. Madero– para contactar a las personas con las que el político había convivido durante sus últimos años, pues no lograba comunicarse con él en el más allá.
Para lograr su cometido Julieta convoca a las sombras de Pascual Orozco, Francisco Villa y el doctor Francisco Vázquez Gómez. El acierto de Materia de sombras radica en que, más allá de mostrar una historia de amor imposible, se presenta como una novela histórica en la que los mismos actores de la batalla alzan la voz. Gracias a su arduo trabajo investigativo, Siller logró sustentar varios hechos históricos de la Revolución con el testimonio de sus propios incitadores. Orozco, Villa y Vázquez Gómez le cuentan a Julieta, y a nosotros como lectores, lo que sucedió antes, durante y después de la Toma, la cual culminó con la victoria de los rebeldes, trasladando al poder político-militar de la Casa de Adobe a la Ex Aduana (actual MUREF). Ciudad Juárez se convertía, una vez, en capital del país.
En la obra se aprecian tres momentos en los que intervienen los protagonistas narrando su pasado, los días previos a la batalla, el momento de la contienda y las semanas posteriores a la victoria. De esta manera, Materia de sombras ofrece varias lecturas. La primera, meramente histórica, describe lo que sucedió y los datos que el novelista-historiador sustenta; por ejemplo, cuando asegura que “Me entregó una carta en la que Zapata me decía que él era un ferviente partidario de la paz, pero no de una paz mecánica, ni de siervos, sino una paz de acuerdo con los ideales inscritos en el Plan de Ayala”, dejando entrever que tuvo acceso a dichos legajos. Otra perspectiva es la romántica que se vuelca sobre el amor imposible entre don Abraham y Julieta, y su empeño por volver a escucharlo. Por último, encontramos una mirada humana, en la cual descubrimos el lado más sensible de los aguerridos revolucionarios.
El novelista cede la palabra a Pascual Orozco para que nos hable de su lugar de origen, su árbol genealógico, la tradición de resistencia de la que proviene y de el fuerte deseo de vengar el fusilamiento de su tío por órdenes del general Juan Navarro. La religión –¿protestante?– del general oriundo del municipio chihuahuense Guerrero, influyó en su quehacer político, aunque constantemente afirmara que lo suyo solo era lo militar. En Materia de sombras se percibe el esfuerzo por reivindicar a esta figura clave para el triunfo maderista, la cual, aún con toda su popularidad y seguidores, lidió con el estigma de traidor.
De la misma manera, atestiguamos la confesión de Pancho Villa sobre su pasado bandolero. El Centauro del Norte nos cuenta, además, cómo, de manera fortuita, un asalto a don Abraham González derivó en su anexión a la lucha revolucionaria, debido a su conocimiento del terreno, habilidades como pistolero y su gran poder de convocatoria. De ahí en adelante, este famoso personaje, preocupado por su honor, se concentró en los acuerdos que estableció con González y Madero, y comenzó a forjar una leyenda que, hasta el día de hoy, continúa presente en el imaginario colectivo
El doctor Francisco Vázquez Gómez, por su parte, le narra a la protagonista sus vivencias desde que era un niño de bajos recursos hasta cuando, mediante el estudio y a pesar de ser discriminado por su condición social, se tituló en Medicina en las mejores universidades de Estados Unidos. Con el paso de los años se convirtió en médico de Porfirio Díaz y amigo íntimo de la familia del dictador. Este vínculo conflictuó su deber político; situación que le confiesa a Julieta al expresas sus sospechas respecto a Madero, pues creía que una vez obtenido el triunfo, el insurgente no cumpliría a cabalidad con sus propuestas debido a su tibieza y a la manipulación que sobre él ejercían sus parientes.
Algunos pasajes de la novela histórica se desarrollan dentro del MUREF. Uno de los más interesantes, debido a la tensión creada por el autor, se desarrolla cuando Orozco enfrenta de manera directa a Madero por nombrar a un gabinete con políticos que solo presenciaron la batalla desde El Paso y, sobre todo, por no permitirle fusilar al general Navarro, asesino de su entrañable tío:
Dos días después, cuando Madero estaba presidiendo una junta de gabinete en el edificio de la Aduana, donde era la sede de su gobierno, Villa y yo acompañados de diez hombres armados entramos sin previo aviso en medio del salón. Tomé la palabra y dirigiéndome a Madero le reproché su falta de cumplimiento a los principios que nos había enseñado con anterioridad don Abraham sobre la Revolución. Después le hice tres demandas. La primera era que el General Navarro fuera juzgado como criminal de guerra y le cité el párrafo del Plan de San Luis en donde se decía que serían fusilados durante las veinticuatro horas siguientes y después de un juicio sumario, las autoridades civiles o militares al servicio del General Díaz, que una vez estallada la Revolución hubieran ordenado fusilar a prisioneros de guerra.
Estos y otros reveses políticos acontecidos durante aquellos meses se intercalan con una serie de monólogos de Julieta Álvarez, los cuales destacan las cualidades del verdadero protagonista de Materia de sombras: Abraham González, hombre amable en su trato y convincente con su palabra, autor intelectual de la armada que tomó nuestra frontera en mayo de 1911, quien, lamentablemente, ha sido desdeñado por la historia nacional. Gracias a trabajo y la pluma de Pedro Siller, su pensamiento y andanzas perviven en las hojas de una novela excelentemente documentada que logra situar a cualquier lector en los primeros años del siglo XX y sitúa a la Toma de Ciudad Juárez como el inicio de una guerra civil que duró más de una década.
José Vargas
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Dos conejos blancos: la inocencia de la migración
“Cuando viajamos yo cuento lo que veo. Cinco vacas, cuatro gallinas y otro animal que no conozco. Un burrito aburrido y cincuenta pájaros en el cielo.” Así comienza Dos conejos blancos (2015), un libo-álbum escrito por el colombiano Jairo Buitrago e ilustrado por el peruano Rafael Yockteng. A través de una serie de bellos cuadros y una narración envuelta en la imaginación de una niña migrante, esta obra nos muestra una mirada inocente, muchas veces ignorada o minimizada por la comunidad, respecto a un problema social que ha afectado a miles de personas.
El tema de la migración nos concierne a todos y todas. Durante los últimos años, la realidad nos ha demostrado que muchas veces quienes más sufren al tener que huir de sus casas, por cualquier razón (violencia, pobreza), son los pequeños. Cada día cientos de familias de todo el mundo, un padre y su hija o una madre con su bebé en brazos, se ven obligados a abandonar sus hogares y enfrentarse a un peligroso viaje sin ningún tipo de seguridad: dos conejos enfrentándose a un terrible coyote, a los peligros del desierto, a La Bestia o la soledad y al miedo de perder lo único que les queda, sus seres queridos.
Por ello, debemos reflexionar también sobre este problema en torno y desde las miradas infantiles. ¿Qué tantas preguntas dejamos sin contestar a nuestros niños y niñas por miedo a que no lo comprendan o se asusten? El papá del cuento de Buitrago deja muchas veces sin respuestas a la pequeña, por lo que ella crea sus propias historias y explicaciones. En situaciones de crisis, la imaginación ayuda a sobrellevarlas; no obstante, como adultos debemos cuestionarnos si le damos la importancia necesaria a los comentarios, opiniones y temores de nuestros hijos.
Dos conejos blancos, sin duda es una lectura en la cual las ilustraciones resultan fundamentales para la comprensión de la historia. El conteo de las cosas que la niña ve durante el viaje ayuda a mantener a los pequeños lectores atentos y entretenidos; además las imágenes sin texto invitan a la reflexión y a echar a volar la imaginación. Por esto proponemos una actividad en donde construirán e ilustrarán un final para la aventura de la pequeña y su papá, ¿qué paso con los dos conejos blancos?
Cinthya Rodríguez
Amalia Rodríguez Isais
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Teatro que incomoda. Entrevista con el dramaturgo Edeberto “Pilo” Galindo
“Escribir la obra de teatro no va a cambiar el mundo. Picar en tu conciencia, esto debiera pasar y no pasa. Estamos obligados a ver el lado que nadie quiere ver y que además es el que más nos duele”. Edeberto “Pilo” Galindo
Dos de la tarde de un jueves, la ciudad me quema. Estoy en el Sanborns de la avenida Paseo Triunfo de la República, en Ciudad Juárez. Espero al escritor y dramaturgo chihuahuense Edeberto “Pilo” Galindo[1] para una entrevista. Le he pedido que conversemos sobre dos de sus obras de teatro: Lomas de Poleo (morir con las alas plegadas) y El caimán y los sapos. La primera aborda el tema de los feminicidios en Ciudad Juárez a finales de los años noventa. La otra pieza denuncia la historia de violencia física, sexual y psicológica que vive un grupo de chicas, casi niñas, secuestradas por una red de proxenetas. Ambos temas, el día de hoy, presentes y urgentes de resolver en todo México. Estoy a punto de apretar play, mientras la ventana pareciera proteger con sus barrotes negros el aire.
Sandra Rosas (S): Sobre la trata de personas en México, ¿quiénes lo saben y por qué lo callan?
Pilo Galindo (P): Escribí El caimán y los sapos cuando descubrí la historia de una muchacha que logró liberarse de un grupo de proxenetas. Me estremeció mucho el tema, necesitaba escribirlo; lo necesitaba como escritor, como persona, como juarense, como ser humano. Y sí, es muy fuerte, pero debía hacerlo y lo hice, por todos los que cierran los ojos para no verlo, los policías que se corrompen, la gente que vende chucherías y sabe que las chicas están ahí. Yo sentí que era mi obligación. A mí la obra no me gusta. Entiendo cuando me dice la gente: “¡Ay!, me sentí muy incómoda” … ¡De eso va, de eso se trata! Imagínate, la trata de personas es una historia donde no hay salidas. Por eso, en la puesta en escena de 1939 Teatro Norte tampoco las hay. Aquí no hay para dónde hacerse. Cuando la chica dice “no me gusta mi vida, cómprame el veneno para ratas” al momento de acabársele la esperanza, representó mi pesar cuando empecé a descubrir esas cosas terribles. ¿Cómo se sentirán ellas, ahí, encerradas, salpicadas con su propia sangre? Yo sentí esa obligación, y pensé que con la escritura de la obra me iba a drenar. El caimán y los sapos es una crítica a nosotros, porque todos somos culpables, corresponsales. Yo soy culpable, me guste o no, soy corresponsable de este asunto, por mi violencia, porque me tardé en dar con este tema. Y, sí, es muy fuerte, pero necesitaba escribirlo y lo hice. He escrito ya sobre las diferencias sexuales, la discriminación por el color de piel, por la religión. En este caso, una noche, estando con mi hija, le pedí que buscara la canción de Chayanne, Un dos tres. Si te das cuenta, todas las personas abrigamos la ilusión de un primer amor y las adolescentes más; por ello, también estamos obligados a ver lo que más nos duele. Escribir la obra de teatro no va a cambiar el mundo. Picar en tu conciencia, eso es lo que debiera pasar y no pasa. Estamos obligados a ver el lado que nadie quiere ver y que es el que más nos duele. Finalmente, hay que decir que esa mayoría silenciosa que elige no mirar, está ahí a la par de una minoría que se preocupa por el exceso de plástico, por los animales… Esa minoría son gente salvando el mundo sin saber que lo salvan, gente que hace posible un mejor mundo.
S: ¿Tu teatro es una denuncia?
P: Claro, desde luego. Es denuncia, una acusación a nosotros como sociedad. Es documento. En este momento alguien se está robando a una niña. No obstante, como decía la chica en escena “El hecho de que hagas una película no va a resolver nada”. Tú vas por la Sullivan, en el Distrito Federal y ves a las muchachas disfrazadas de mujeres, casi en ropa interior, y pasan los católicos por ahí y no las ven, pasan los beatos y no las ven, pasan los policías y no las ven.
S: ¿Cómo surge la publicación de tus obras completas de teatro?
Hay un premio nacional de dramaturgia que se llama Juan Luis Alarcón. Mi hija y mi esposa le propusieron a la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez que me eligieran, pero no quiso. Entonces, la Universidad de Querétaro me propuso. Cuando obtengo el premio, cuando supieron que me había ganado el premio, pues los de aquí de Juárez se agüitaron. Para corregir este descuido, querían publicar todas mis obras. Mi hija Austria hizo la selección. Tenía 60 obras. Luego vinieron y me dijeron “queremos que hagas un cuento sinfónico”; lo hice gratis. Se llenó el teatro. Después, les pedí ayuda con la compra de un boleto de avión para ir a Querétaro y no me lo dieron. Así son estos gobiernos. Usan a los artistas y cuando no les sirven los desechan.
S: ¿Cómo ve la luz tu obra de teatro Lomas de Poleo?
Después de que monté Puente negro, alguien me preguntó que de qué iba a escribir en mi siguiente obra. “Yo voy a hablar sobre los feminicidios”, dije. Por ese tiempo estaba escribiendo Amores que matan, en la cual hablé sobre los indocumentados; me gané una mención de honor con ese texto. Tiempo después, cuando trabajaba en Dallas en un McDonald’s, Eduardo Trías me llamó por teléfono y me dijo que se acaba de ganar la beca para escenificar tres obras de teatro. Me propuso que regresara y presentara Lomas de Poleo. “¿Pero Lomas de Poleo? Todavía no la escribo”, le dije. Y me hizo regresar a Juárez. En esa época me volví muy psicótico, mis hijas eran adolescentes, muy pequeñas, por lo que me afectaron mucho esos crímenes. Lo difícil es que cuando escribes también tienes que ser el asesino. El escritor tiene que convertirse en cada uno de los personajes para poder entrar en diálogo. En este caso, la escritura vino del caso de Barrio azul. La escribí basándome en el tolteca, en el Egipcio, en los dueños de bares que cometieron muchas atrocidades contra niñas, en eso me basé. Yo pensaba: “A ver, qué tipo de miedos tienen esos tipos. Ellos de lo que tienen miedo es de que descubran quiénes son. Porque ellos son padres, señores de oficina, hombres comunes y corrientes.”
S: ¿Cómo narrar el feminicidio y escenificarlo sin violentar nuevamente a las víctimas?
P: Alguien me cuestionó si pondría en el escenario la violación. No, ya las mataron una vez, no hay que volverlas a matar. En la primera escena de Lomas de Poleo, la chica tumba al suelo al violador y le saca el corazón, mientras le preguntaba qué iba a hacer con ella. Volvieron a interrogarme, “Pero, ¿la chica le está haciendo eso al muchacho?”. No, ella le está haciendo lo que a ella le hicieron. Invertimos el papel, porque no quería volvérselos a hacer. Porque fueron hijas, hermanas, madres y nunca pensaron que les iba a pasar eso. Eran gente como tú y como yo, gente normal que vivió el horror. No estaban tan lejos, pasaron rozándonos el hombro. Eran gente que estaba aquí, oímos su risa. No son distantes. Fueron a la tienda, fueron al baile, fueron al trabajo, a la maquiladora y no volvieron. “Salí de mi casa y en esta bolsa están todos mis gritos”, dice una chica, en otro momento de la obra. Cuando yo la estaba escribiendo pensaba: “Son niñas, son niñas que un cabrón despedazó y con ello despedazó a mucha gente”.

Montaje de Lomas de Poleo
S: ¿Sobre qué estás escribiendo ahora?
P: Ahora estoy hablando sobre el abandono. Cuando nos hacemos mayores, cuando nuestros padres se hacen mayores dejamos de oírlos, de verlos. Muriel Barbery decía que dejamos a los mayores en esos mataderos como a un perro viejo. Así hacemos con nuestros padres, con nuestros abuelos. Y pienso que a mí me hizo falta abrazarlos, quererlos más. Yo vivo casi al resguardo de mi máquina de escribir, me refugio mucho en mi trabajo. A lo mejor y debo escribir obras más esperanzadoras. ¿Tú crees que hay esperanza? La esperanza también es una ilusión.
S: ¿Cómo te sientes cuando dicen que eres el dramaturgo más famoso de Chihuahua y del Norte?
P: Bochornoso. Me da pena. Ahora en Guadalajara me decían: “Oiga, lo invitamos allá.” Yo no pasé al público, me da pena. Soy muy vergonzoso. Empecé a mandar obras de teatro a concursos, porque me estaba muriendo de hambre y claro que da gusto pasar de pedir 20 pesos para la gasolina a escuchar que acabas de ganar 50, 000 pesos o 100, 000 pues. Un concurso no hace tu obra mejor, pero te da reconocimiento. Sin embargo, la lisonja no me gusta, huyo de ella. Nunca perseguí eso. No escribo para eso; aunque mentiría si te dijera que no me gusta el reconocimiento. Yo me estaba muriendo de hambre.
S: ¿Pilo Galindo en un par de palabras?
P: ¿Sabes que soy autodidacta? Yo no estudié ni español, ni gramática, ni dramaturgia. Cuando imparto un taller de dramaturgia y me preguntan “maestro, ¿qué método va a utilizar?”, siempre digo, “pues, el mío”. Ese es el único que conozco. Creo que si los escritores no tienen nada que decir, no deberían escribir. No solo porque esté de moda un tema hay que escribir sobre él. Víctor Hugo Rascón Banda decía que mi teatro se parece mucho a el teatro alemán. Pero, yo no lo sé. A mí solo me gustaría que mi trabajo, el trabajo de Pilo, se conociera.

Montaje de El caimán y los sapos
Le pido que me firme el libro Antología teatral y nos despedimos con un abrazo.
Sandra Rosas
[1] Pilo Galindo ha escrito innumerables obras de teatro, la mayor parte de ellas reunida en los dos tomos de su Antología teatral, publicados por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.
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